Había una vez un hombre
pobre que tenía una mujer idiota. Un día se fue a la ciudad a vender un poco de
lana en el mercado y le dijo a su mujer que prestase atención a la puerta. La
mujer se sentó junto a la puerta, pero pronto se cansó de estar allí tanto
tiempo sola. Le habría gustado ir a visitar a una vecina, pero ¿cómo podía irse
sin dejar a nadie en la puerta? Al final decidió sacarla de sus goznes. Hecho
esto, la cargó en su espalda y se fue. Por la noche, cuando el campesino volvió
a su casa, no estaba su mujer y faltaba la puerta. Fue a casa de la vecina y
allí encontró a su mujer con la puerta a cuestas.
-¿Por qué no te quedaste
cuidando la casa? -le preguntó irritado.
-¿Y tú por qué te enfadas
tanto? Me dijiste que prestase atención a la puerta y es lo que estoy haciendo
-respondió la mujer y escapó refunfuñando hacia el bosque. Se subió a un árbol
y decidió no volver nunca más a su casa.
A la mañana siguiente,
oyó cloquear a una gallina al pie del árbol e imaginó que le decía que volviera
a casa.
-No, no, gallinita.
Puedes ir a decirle al campesino que no volveré a casa -exclamó muy seria.
La gallina se fue. A
mediodía llegó bajo el árbol un perro que comenzó a ladrar y la mujer imaginó
que le decía que volviera a casa.
-No, no, perrito. Puedes
volver a donde está el campesino y decirle que no volveré a casa.
Llegó la noche y ya la
mujer no podía más del hambre que tenía.
Habría vuelto a casa de
buena gana, si el campesino la hubiese mandado llamar. De repente apareció
bajo el árbol un camello, que se había escapado de una recua propiedad de un
viejo príncipe malvado. El camello comenzó a bramar alzando la cabeza hacia
ella.
-Muy bien, camello, ya
que lo pides tan amablemente, volveré a casa -dijo la mujer.
Bajó del árbol y se fue a
su casa con el camello.
Cuando el campesino vio
al animal se puso muy contento. Lo mató, puso la carne a guisar y le dijo a su
mujer:
-Esta noche lloverán
chuzos de punta. Es mejor que te subas a la estufa si no quieres que te
agujereen los ojos.
La mujer se subió a la
estufa y el campesino se fue a la cama, donde durmió más cómodo que nunca.
Al día siguiente, el
campesino tuvo que ir de nuevo al mercado y la mujer se quedó en casa. Pasó un
siervo del príncipe malvado y le preguntó a la mujer si había visto un camello.
-Claro que lo he visto
-respondió la mujer. Mi marido lo mató y su carne se está guisando en aquella
cacerola.
El siervo le contó al
príncipe que un campesino se había comido su camello.
El príncipe llamó al
campesino y a su idiota mujer y les ordenó que le devolviesen el camello o que
le pagasen mil ducados de oro.
Pero ¿cómo podían
devolverle el camello si ya se lo habían comido? Por otra parte, el campesino
no tenía dinero para pagar la multa impuesta por el príncipe.
-Majestad -dijo entonces
el campesino, debe de haber un error. Yo no he visto ningún camello.
-Puede ser que tú no lo hayas
visto -replicó el príncipe, pero tu mujer sabe, sin duda, algo sobre él.
-Majestad, mi mujer es
terriblemente idiota. Siempre hace algún desastre.
-Majestad, no creáis una
palabra de todo lo que dice. Mi marido miente. Es él quien mandó vuestro
camello al bosque para decirme que bajase del árbol y volviese a casa.
-Majestad -dijo el
campesino, podéis captar con vuestros oídos las idioteces que dice mi mujer.
-Majestad -gritó la mujer,
¡no debéis creerle! Mi marido miente. Recuerdo todo muy bien. Fue la noche en
que llovieron chuzos de punta y yo tuve que subirme a la estufa para que no me
agujereasen los ojos. ¡Pero veo que vos no habéis tomado la precaución de
esconderos!
El príncipe, en efecto,
era ciego. Ante estas palabras, se enfadó muchísimo, echó a la mujer del
palacio y no pretendió ga ninguna compensación por la pérdida del camello.
Fuente: Gianni Rodari
156 Anonimo (daguestan)
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