Había una vez una mujer
que tenía un hijo muy perezoso, que no quería hacer nada y no la ayudaba nunca.
-Si al menos cogieses el
burro y fueses a buscarme leña al bosque... -le dijo un día su madre.
-Primero tráeme el burro
si quieres que vaga a buscar leña al bosque -respondió el gandul.
Y la madre sacó el burro
del establo. Pero aquel holgazán aún no estaba conforme:
-Ahora móntame en el
burro, si quieres que vaga a buscar leña al bosque.
La madre lo montó en el
burro g el muchacho se fue al bosque. El sendero se extendía a la orilla del
mar. Al gandul se le cayó de repente el hacha al suelo pero, como era demasiado
perezoso para apearse del burro a recogerla, se detuvo a pensar qué podía
hacer. A unos pasos de allí pacía en la playa un pez que, por más esfuerzos que
hiciese, no lograba volver a sumergirse en el agua. Viendo al gandul montado
en el burro le dijo:
-Muchacho, ¿serías tan
amable de echarme de nuevo al mar?
-Claro -respondió el
gandul-, pero antes recógeme el hacha que se me ha caído.
El pez cogió el hacha con
la boca, se irguió apoyándose en la cola y se la entregó al gandul.
-Gracias -repuso éste-,
ahora te echaré al mar. Pero ¿cómo me pagarás mi favor?
-Te revelaré tres
palabras mágicas. Pronunciando estas palabras conseguirás lo que quieras. Ellas
son: ¡madera, gruta y mar!
El gandul cogió entonces
el pez, lo echó al mar, y el animalito se alejó deprisa nadando. El muchacho
volvió sobre sus pasos y, cuando llegó al bosque, se dijo:
-¿Por qué voy a
deslomarme cortando leña si conozco tres pala-bras mágicas? «¡Madera, gruta y
mar!»: ¡quiero tres haces de leña!
Apenas acababa de
pronunciar la última palabra cuando apare-cieron en el lomo del burro tres
magníficos haces de leña. Pero incluso el simple esfuerzo de hablar lo había
agotado terriblemente, por lo que deseó encontrarse ante una gran mesa repleta
de apetito-sos manjares.
Dijo, pues: «¡Madera,
gruta y mar! » y la mesa estuvo servida. Después de comer hasta saciarse,
volvió a su casa en burro.
En el camino, pasó frente
al palacio del rey justo en el momento en que su hija, la princesa, se asomaba
a la ventana. Era bella como un pimpollo de rosa, y el gandul acabó locamente
enamorado de ella.
-«¡Madera, gruta y mar!»:
¡quiero que a la hija del rey le salgan cuernos! -dijo. En cuanto pronunció las
palabras mágicas, a la hija del rey le salieron unos cuernos tan largos que ya
no podía retirar la cabeza de la ventana y hubo que romper el dintel. El gandul
regresó a su casa riendo.
El rey estaba fuera de sí
por lo de los cuernos: convocó a médicos de todo el mundo para que buscasen
remedio, pero todo fue en vano. Los pretendientes, a quienes antes los guardias
apenas logra-ban mantener alejados de las verjas, dejaron de presentarse en palacio.
¿Quién iba a casarse con una mujer con cuernos por más sangre real que tuviese?
Así, cuando el gandul se
presentó en la corte montado en su burro para pedir la mano de la princesa, el
rey se sintió muy feliz concediéndosela. Celebradas las nupcias sin pompa alguna,
embarcó a los flamantes esposos en una nave y les aconsejó que se fuesen lejos,
a una tierra remota.
La princesa lloraba
desesperada, pero el gandul dijo, riendo: «¡Madera, gruta y mar!» y, como por
encanto, desaparecieron los cuernos.
Apareció después, en
medio del mar, una isla hermosísima, y en la isla había un palacio todo de
plata con cúpulas de oro. Los esposos desembarcaron en la isla, donde fueron
recibidos con alegría por siervos y cortesanos, soldados y músicos, y todos exclamaban:
¡Gloria, gloria, gloria!
Aquí se acaba la historia.
Si otro cuento queréis,
volved la página
y lo encontraréis.
Fuente: Gianni Rodari
152 Anonimo (bulgaria)
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