Había una vez un
campesino pobre que un día se dijo:
-Ya estoy harto de ser
pobre. Saldré por el mundo en busca de fortuna.
Dicho esto, emprendió
viaje. Caminó mucho tiempo y, cuando menos lo esperaba, vio en el suelo cinco
monedas de oro.
-No es un mal comienzo
-dijo riendo y recogiendo las monedas, que llevaban la efigie del rey. Al
anochecer tendré un saco lleno.
Poco después, llegó a una
ciudad y entró en un local para pedir un café. El dueño lo miró receloso y le
dijo:
-¿Y por qué debería darte
un café? Se ve enseguida que eres un pordiosero; no creo que tengas dinero para
pagármelo.
El campesino sonrió y
puso una moneda sobre la mesa:
-Pero ¿cómo haré para
darte la vuelta? -preguntó el dueño, sorprendido al ver una moneda de tanto
valor.
-¿Y quién te ha dicho que
me des la vuelta? -sonrió de nuevo el campesino. Quédate con la vuelta por la
molestia que te he ocasionado.
El dueño hizo una
reverencia y corrió a prepararle el café. Y, mientras tanto, razonaba para sus
adentros: «Éste no es un pobre. Estoy seguro de que es el hijo del rey,
disfrazado de pordiosero». Y todos los demás clientes del local estuvieron de
acuerdo en que se trataba seguramente del hijo del rey disfrazado de pordiosero.
Cuando el campesino
terminó de beber su café, llamó al dueño:
-¿Quién es el hombre más
rico de esta ciudad?
-¡El dueño de los baños,
Excelencia!
-Bien -dijo el
campesino-, ahora iré a los baños. Haz el favor de mandarme allí a mediodía en
punto un café y una pipa. Ordena al barbero que vaga a afeitarme y a cortarme
el pelo, y al mesonero que me prepare un buen almuerzo.
El dueño del café
prometió que se ocuparía de todo y el campesino se fue a los baños. Pero en el
umbral de los baños estaba el dueño de los baños que no quería dejarlo entrar:
-Los pobres deben ir al
río. Estos baños son sólo para los ricos -dijo con un tono muy grosero g
desapareció dando un portazo.
El campesino sonrió y se
sentó en los escalones de la entrada. Poco después, el guardián de los baños
salió y gritó con rudeza:
-Los mendigos no pueden
estar aquí. ¡Vete de una vez!
En ese momento sonaron
las doce del mediodía y aparecieron a todo correr el dueño del café, que traía
una bandeja con el café y la pipa; el barbero, con sus utensilios; y el
mesonero, con un abundante almuerzo. Todos se inclinaron con reverencia ante
el campesino. Al guardián se le desorbitaron los ojos y el dueño del café, le
dijo al oído que el campesino era, en realidad, el hijo del rey disfrazado.
Al enterarse de tal
noticia, el guardián invitó al campesino a entrar y acudió a su amo para
contarle lo que ocurría.
El dueño de los baños se
asustó terriblemente al enterarse de quién era la persona que había echado de
los baños.
-¡Oh, pobre de mí! ¿Qué
me ocurrirá ahora? Sin duda, el hijo del rey me meterá en la cárcel y tal vez
hará que me corten la cabeza.
Por ello se fue a su
casa, llenó un saco con monedas de oro y regresó a pedir perdón al campesino.
Éste se había bañado, ya estaba afeitado, había comido, y ahora bebía el café y
fumaba en pipa. Como estaba de buen humor, le dijo al dueño de los baños que
aceptaba su dádiva. Cogió el saco y volvió a casa.
Cuando llegó al lugar
donde, por la mañana, había encontrado las monedas de oro, extrajo cinco del
saco y las dejó en el suelo.
Todos se sorprendieron,
en el pueblo, al ver con qué rapidez el pobre campesino se había vuelto rico.
-Es sencillo -les explicó
el afortunado. Salid por la mañana del pueblo, en el camino encontraréis cinco
monedas con la efigie del rey y, por la noche, tendréis un saco lleno de
ellas.
Al día siguiente, todos
los campesinos salieron del pueblo. Pero ninguno de ellos encontró en el camino
una sola moneda y por ello se quedaron tan pobres como antes.
149 anonimo (serbia)
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