Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

viernes, 17 de agosto de 2012

El gorrion


Un día todas las aves se reunieron en lo alto de una montaña para nombrar su rey. Necesitaban que alguien supiera organizar la defensa de su mundo y ordenar lo que cada uno debía de hacer.
-¿Y cómo elegiremos a nuestro rey? -preguntó un lorito sabihondo.
-Eso es muy fácil -contestó una presumida alondra. Será el rey el pájaro que vuele más alto. La prueba podría hacerse ahora, delante de todos.
La idea fue aceptada y, al darse la señal convenida, todas las aves se lanzaron al aire.
Un gorrión, sabiendo que no podía ganar la prueba, se acurrucó entre las alas de un águila y se dejó llevar. Como pesaba tan poco, el águila no se dio cuenta de que lo llevaba.
Naturalmente, fue el águila quien ganó, la prueba. Al llegar a tierra, anunció con orgullo:
-Yo soy la reina. He subido más que todos, amigos míos.
-Yo he subido más que el águila, pues he pasado sobre su cabeza -dijo el gorrión, recogiéndose las alas.
-¡Quita de ahí! -exclamó el lorito. ¡Valiente rey íbamos a tener!
-¡Semejante pequeñajo! -rezongó el águila.
Y desde aquel día, a este gorrión se le llama reyezuelo. Es el más vulgar de los pájaros y sólo cuando hay peligro grita:
-¡Yo soy el rey! ¡Yo soy el rey!

999. Anonimo

El gnomo malhumorado


El Bosque de la Fantasía se transformaba al caer la noche. Cuando los pocos seres humanos que pasaban por allí se retiraban, las hadas, las brujas y los duendecillos salían de sus escondites de los árboles y se entregaban a la más loca alegría, especialmente cuando los rayos plateados de la luna brillaban más.
Incluso las brujas del bosque eran alegres, pues lo único que las identificaba con las de su especie eran las escobas y sus largas narices.
¡Ay!, para romper la armonía del Bosque, gritaba Gruñido, un gnomo malhumorado que protestaba de todo: de la luna, de la lluvia, de las noches quietas, de la brisa y, especialmente, de los que le rodeaban.
Hartos de su malhumor, sus compañeros decidieron darle una buena lección. Las brujas serían las encargadas y durante siete noches seguidas, anduvieron con él a escobazos, pero fue todavía peor, pues tan dolorido se quedó, que sus ayes quejumbrosos irritaban a todos los demás.
Un tierno abeto, compadecido, le dijo:
-Querido Gruñido, yo te quiero y todos te queremos. ¿Por qué no procuras tratar bien a nuestros amigos? Ellos no tienen nada contra ti.
Al fin, Gruñido comprendió que acaso el era culpable de tal situación. Gracias a los consejos del tierno abeto, el gnomo trató de dominar su genio. Unas lunas después, lo había conseguido. Entonces, asombrado, descubrió que todos le querían y que ser querido era lo mejor del mundo.

999. Anonimo

El gnomo del castillo


Los tres amigos vagaron juntos durante bastantes horas y al anochecer, muy cansados divisaron un castillo. Llamaron, pero nadie respondió. Y como la puerta estaba abierta decidieron pasar allí la noche.
Los tres se durmieron como troncos y no supieron que estaban siendo observados por el gnomo del castillo, que se reía para sí, diciendo:
-No saben éstos lo que les aguarda...
A la mañana siguiente, despertaron con hambre de lobos.
-Iré a ver si encuentro caza -dijo Juan.
Y se fue en solitario. Pero el gnomo no le perdía de vista y lanzó dos jabalíes contra él. No sabía de lo que Juan era capaz; tras darles un par de contundentes golpes, se los echó al hombro y llegó al castillo tan campante. Sus compañeros se pusieron muy contentos.
Después de comer, Juan y Romperrocas se fueron a conocer los alrededores y Tuercepinos se quedó solo. Entonces apareció el gnomo y dijo:
-Dame parte de tu comida, grandón.
-Vete de aquí y no molestes, enano.
Entonces el duendecillo, que tenía poderes mágicos, le propinó una descomunal paliza.
Avergonzado, cuando regresaron sus compañeros, nada dijo.
Al día siguiente, Juan se marchó con Tuercepinos y Romperrocas se quedó tocando la flauta. Inmediatamente se apareció el gnomo.
-Déjame tocar tu flauta, grandón. -Vete de aquí, hombrecillo.
-¿Conque sí?
Y el gnomo, con sus poderes mágicos, propinó otra descomunal paliza a Romperrocas. Por vergüenza, éste no dijo nada a sus compañeros cuando regresaron.

999. Anonimo

El gigante y los niños


El gigante volvió de sus vacaciones, y encontró que los niños habían invadido su jardín y jugaban en él. Se enfadó mucho, les echó a todos, puso candado a la verja... y un invierno frío y oscuro cayó poco a poco sobre el jardín.
El gigante se preguntaba, un poco extrañado:
‑¡Qué raro! ¡No recuerdo ningún invierno tan frío!
Pasaron los meses, pero la primavera no llegaba nunca en el jardín del gigante, y él estaba muy triste:
‑¿Cuándo se vio un invierno tan largo? ‑se decía.
Una mañana, vio que en una esquina del jardín habían florecido las flores y lucía el sol; allí jugaban varios niños, que habían entrado por un agujero que había en el muro.
El gigante egoísta comprendió al momento. Tomó un gran mazo, y a golpes derribó toda la muralla que rodeaba su jardín.
Inmediatamente, una primavera más florida que nunca se instaló allí, con todos los niños de la ciudad, que jugaron todos los días en la casa del gigante, a su alrededor.
¡Y en aquel jardín, nunca más hubo invierno!

999. Anonimo

El gigante de la botella


Un leñador que vivía en compañía de su único hijo, trabajaba de firme para que éste pudiera ir todos los días a la escuela. Y como era inteligente y aplicado, el chico sabía cada vez más:
Estando de vacaciones, al ver a su padre dispuesto a ir al bosque con su hacha al hombro, le pidió a un vecino que le prestase la suya para ayudarle.
El sol calentaba fuerte y al mediodía, cuando el padre se tomó un descanso para comer, el chico prosiguió su trabajo.
Le había dado el primer hachazo a una enorme encina, cuando descubrió que estaba hueca. En aquel momento, una voz procedente del interior, dijo:
-Quienquiera que seas, sácame de aquí, por favor...
El muchacho miró dentro del hueco y descubrió un botellín con algo verde dentro. Tiró del tapón y ocurrió algo estremecedor. El líquido verde se convirtió en humo que escapaba de la botella. Y el humo, en un abrir y cerrar de ojos, en un gigante.
-¡Hola! -saludó el chico, que estaba atónito.
-¡Hola! -respondió el gigante. Y sus ojos se volvieron amenazadores.

999. Anonimo

El genio del amo


72. Anónimo

Un sirviente muy listo trabajaba para un amo que tenía muy malas pulgas y que de todo protestaba. Un día le había servido la comida, y el amo, al no encontrar la sopa a su gusto, cogió el plato y de muy mal humor lo tiró por la ventana.
El criado, que estaba junto a él, sin decir ni una palabra, tomó los demás platos, la carne y el postre, y arrojó todo por la misma ventana, como había hecho el amo.
‑¡Qué haces insensato! ‑gritó éste. ¿Por qué tiras mi comida? ¡Voy a darte de palos hasta molerte las costillas!
‑Usted disculpe, amo mío ‑contestó el criado muy tranquilo, pero pensé que usted quería comer en el patio y por eso sacaba la sopa fuera. ¡Hace un día tan bueno, y usted tiene tantos motivos para ser feliz...!
El amo no tuvo más remedio que callarse y reconocer para sus adentros la razón que tenía su criado.
Desde aquel día, aprendió a conformarse con lo que poseía y no volvió a maltratarle. Al contrario, le subió el sueldo en pago a su inteligencia y a sus buenos servicios.

999. Anonimo

El gaucho turbulento


Damián, el gaucho, era un buen hombre cuando estaba tranquilo. Y la gente le apreciaba y sabía que era bueno. Pero en sus arrebatos de cólera, la pampa entera le temía. Su caballo tan pronto recibía tiernas caricias como recios palos, según el humor de su irascible amo.
Una tarde en que el gaucho cabalgaba hacia una lejana estancia, una perdiz salió volando de entre las patas de su caballo, espantándolo.
El irascible gaucho, para dominarlo, le propinó tal paliza que el animal, resoplando de dolor, cayó sobre la hierba. Entonces, Damián sacó su pistola para rematar al noble animal. Apretó el gatillo, pero la bala, encasquillada, no salió. En seguida el colérico arrojó violentamente el arma al suelo y entonces sí, se disparó, alcanzándole en el pecho.
Durante algún tiempo, el colérico gaucho estuvo en el lecho, entre la vida y la muerte. Sin duda tuvo tiempo de sobra para meditar sobre su genio, pues, cuando recobró la salud, nadie le volvió a ver colérico.

999. Anonimo

El gatito encantado


Al entrar en la ciudad del rajá Besalu, Salim divisó un gran cartel que decía:
"El rajá Besalu desafía al forastero que lo desee á jugar tres partidas de dados. Apuesta todas sus posesiones y si pierde, dará su reino al vencedor”
Salim vio a dos negros que iban a dar muerte a un gatito blanco. El joven lo impidió y el gatito corrió hacia su madre, una hermosa gata blanca. Esta habló así a Salim:
-Te soy deudora de tu gran favor, y voy a regalarte a uno de mis hijos, que es mágico y podrá ayudarte.
Salim se guardó el gatito en un bolsillo y fue ante palacio para probar fortuna en la partida de dados frente al rajá.
El traidor Besalu, cuando tuvo ante sí a Salim, le preguntó:
-¿Qué puedes apostar tú contra mí?
-Mi caballo, mis armas y este loro que habla varias lenguas. Además, si pierdo, me quedaré siempre a tu servicio como un esclavo.
Aceptó Besalu y, sacando un cubilete de oro con piedras preciosas inició la primera jugada. Salim observó que llevaba en el bolsillo un ratoncito que parecía mágico, porque el rajá frotaba los dados en él.
-¡Saca tus dados, Salim! -habló el loro.
El príncipe notó que el gatito blanco se revolvía en su bolsillo. Extrajo los dados y vio al ratoncito blanco, asustado, huir del salón.
Besalu había ganado la primera partida. Pero, sin el ratoncito, perdió la segunda.

999. Anonimo

El gallito presumido


Erase un gallito presumido que todo el día andaba pavoneándose por el corral, pues nadie podía hacerle la competencia.
-¡Qué magnífica cresta la mía! -se decía vanidoso, mirándose en el agua de la charca. ¡Qué color tan rojo! ¿Y qué decir de mi suave plumaje? ¡No hay otro como yo!
Lo malo fue que quiso también pavonearse ante el perrazo que guardaba la granja y éste, que tenía malas pulgas, le arrancó de un mordisco más de una docena de plumas.
Entonces las gallinas se rieron de él y ya no volvieron a hacerle caso. Sólo entonces reparó el presumido en una pollita coja, la única que seguía siéndole fiel. Y el corazón del gallito solitario sintió el calor de aquel afecto y lo devolvió con creces.
Y la pollita, sensatamente, solía decirle:
-iKikiriki...! Vales ahora cien veces más que antes...

999. Anonimo

El gaitero


Un cabritillo que se había extraviado en la montaña fue a encontrarse con un lobo.
-¡Ay! -exclamó el cabritillo muerto de miedo. Sé que no me serviría de na­da correr porque me alcanzarías, y ya que voy a servirte de alimento, ¿quieres ha­cerme un favor?
-¡Vaya con el cabritillo! ¿Y qué es lo que quieres? -preguntó el lobo.
-Que alegres los últimos minutos de mi vida tocando la gaita. Sé que lo haces muy bien. Y yo bailaré para no sentirme triste.
-Si no es más que eso te complaceré repuso el lobo.
Empezó a tocar la gaita que emitía so­nidos estridentes y el cabritillo bailaba.
El ruido de la gaita atrajo a los perros de una granja próxima y el lobo al verlos tiró la gaita y huyó como un rayo.
Cuando se vio a salvo, en lo alto de una roca pensó:
-Ese cabritillo se ha burlado de mí ¡Qué vergüenza! Me está bien empleado.
Si yo no sabía tocar, ¿por qué tuve que hacer de gaitero?
Y desde aquel día no hizo otra cosa que aullar y aullar, que era lo suyo.

999. Anonimo

El fornido juan


A orillas de un lago vivía un matrimonio con su hijo pequeño llamado Juan. Era un niño que sorprendía por la fuerza de sus manitas.
Un día, cuando la madre estaba lavando en el río, llegaron unos bandidos, cayeron sobre la madre y el pequeño y se los llevaron a su guarida.
-Os hemos traído -dijo el jefe de los facinerosos a la mujer-, para que tú nos sirvas de cocinera y tu hijo de sirviente.
A pesar de vivir encerrados en una cueva subterránea, Juan crecía robusto y llegó a ser un mocetón de fuerza extraordinaria. Confiado en sus facultades, el muchacho preguntó al jefe de los ladrones:
-¿Cuándo podremos volver a nuestra casa?
-¡Nunca! Tu madre es una buena cocinera y la necesitamos.
Viendo a su madre, cansada, envejecida, Juan un día se lanzó contra la pandilla y torta aquí, cabezazo allá, acabó dejándolos a todos fuera de combate.
Rápidamente tomó a su asustada madre, recogió parte del botín de los facinerosos y dijo:
-¡Corramos antes de que vuelvan en sí!
Llegaron a la cabaña del lago y encontraron que su padre había envejecido mucho a causa de la desaparición de su mujer y su hijo. Pero, al verles, fue tanta su alegría que pareció rejuvenecer.

999. Anonimo

El flautista de hamelín


En Hamelín había tantos ratones que el alcalde decidió llamar a un flautista que era como un mago, y le pidió ayuda.
El flautista se puso a tocar, los ratones le siguieron sin poder resistirse y les llevó a todos al río para que se ahogaran. Pero, ¡ay!, cuando fue a cobrar su trabajo, el alcalde le dijo que no pensaba pagarle por tocar la flauta un ratito.
Así que el flautista salió de nuevo a la calle y se puso a interpretar otra melodía, tan linda que todos los niños de Hamelín fueron tras él, sin poderlo evitar... Y les llevó monte arriba, muy lejos del pueblo.
En Hamelín todo el mundo lloraba:
‑¡Nos hemos quedado sin niños!
¿Quién será ahora nuestra dicha?
Entonces apareció el flautista y dijo:
‑La culpa es de vuestro alcalde, que no me quiere pagar.
El pueblo se le echó encima, muy enfadado:
‑¡Págale, págale! ‑decían al alcalde‑. ¿Cómo has podido permitir que nos quedemos sin los niños?
¡Págale ahora mismo!
El alcalde no tuvo más remedio qué pagar al flautista, y éste se fue al monte. Al poco rato regresó tocando su flauta y seguido de todos los niños de Hamelín...
¡Y colorín colorado, los problemas de Hamelín se han arreglado!

999. Anonimo

El falso profeta


La princesa, extrañadísima al ver salir a un hombre del baúl que había entrado por la ventana, le preguntó:
-¿Quién sois?
El joven le hizo creer que era un profeta del Oriente que había venido a casarse con ella.
-Volved mañana -repuso la linda princesa. Os presentaré a mis padres cuando vengan a visitarme y podréis solicitar mi mano, pero no olvidéis contar alguna historia que sea sentimental y alegre, que son las que gustan a los mayores.
Durante toda la noche, el joven estuvo cavilando, hasta inventar un bonito cuento y a la mañana siguiente se metió en su baúl y fue a palacio, donde ya le estaban esperando.

999. Anonimo

El falso palacio


Carlos y Joaquín eran muy aficionados al circo pero, muy especialmente, se divertían con los payasos.
Por la ciudad pasaban unos circos y otros, pero los payasos tenían especial amor por los pequeños. Y los niños sabían entenderlos.
Había llegado un nuevo e importante circo. Los dos amigos, Carlos y Joaquín, se acomodaron en sus localidades. Cuando salió el payaso, comenzaron a aplaudir. Pero muy pronto, algo que no podían explicar, fue borrando la sonrisa de sus labios.
-No tiene la burlona ternura propia de un payaso -susurró Carlos.
Poco después, los dos se hallaban convencidos de que encerraba un misterio. Por eso, se levantaron y salieron de la carpa, yendo a husmear entre los carromatos. En el que anunciaba a CHOLO, que era el payaso, no había nadie. Joaquín introdujo sus naricillas y vio unos pies saliendo bajo la cama. Tiraron de aquellos pies. Salió un payaso amordazado y atado todo él con cuerdas.
Carlos hizo intención de inclinarse a desatarlo y Joaquín tiró de él. En una loca carrera, fueron al lugar donde estaban las taquillas, justo a tiempo de detener al ladrón que, amenazando a la cajera, aprovechaba para llevarse la recaudación, mientras bajo la carpa proseguía el espectáculo.
A los gritos de los niños, llegó el guardián y pudo detenerse al ladrón. No era otro que el falso payaso que no supo alegrar a los niños.

999. Anonimo

El escondite de la princesa


73. Anónimo

La Princesa no quería casarse, y como el Rey la metía prisa, dijo que sólo se casaría con aquel que la encontrarse cuando se escondía en el jardín. «¡Menos es nada!», pensó el Rey.
Ella se escondió, y por el jardín pasaron todos los varones del Reino que quisieron buscarla. Miraban a todos lados, pero nadie daba con ella, que era muy hábil escondiéndose. Así que la Princesa seguía soltera y el Rey desesperado...
Una mañana llegó un joven pescador y la muchacha corrió a ocultarse entre las altísimas ramas de un nogal.
El pescador dio varias vueltas por el jardín, pero como no la encontraba, pensó:
‑¡Vaya Princesa tonta, que no quiere casarse! Como he visto un estanque, pescaré unos peces antes de irme.
Y se puso a pescar. Pero mira por donde, el nogal estaba encima justo del estanque, así que vio a la Princesa que se reflejaba en el agua; la había encontrado.
El Rey se puso contentísimo y la Princesa muy enfadada; pero el pescador reclamó su boda y fue Rey al poco tiempo.
¡Y lo que es más raro; ni ella ni él se arrepintieron nunca!

999. Anonimo

El escarmiento del perezoso


A Quique le dominaba la pereza. Todos los días llegaba tarde al colegio. Y ni las reprimendas del profesor ni las de sus padres lograban enmendarle.
Una mañana en que, como siempre, salía tarde de casa, oyó tocar las campanas mientras atravesaba el pequeño jardín con los libros bajo el brazo. Y se quedó embobado mirando las idas y venidas de un pacífico gusanillo.
De pronto se estremeció. Creyó notar que la campana del reloj de la torre de la iglesia sonaba mucho más fuerte. Volvió la cabeza en dirección de la torre y vio con sorpresa que el campanario estaba vacío. La campana se había escapado en lugar de caer al suelo, se detuvo sobre la cabeza de Quique. El chico salió corriendo y la campana, sin dejar de toca le seguía. Ganado por el pánico, se apresuró a encerrarse en su casa, y la campana entró por la ventana, siempre amenazadora.
A todo correr, Quique huyó de casa. Corría y corría sin saber por dónde andaba y sin que la persecución de la campana cesara. Cuando quiso recordar, estaba ante el edificio del colegio. Entró como un alud y en ese momento dejó de oír la campana, que volvió al campanario.
-¡Que sea la última vez que llegas tarde o no volverás a entrar! -le advirtió el profesor.
Avergonzado y todavía dominado por el pánico, prometió no llegar tarde nunca más.
Contra lo que esperaba el profesor, cumplió su promesa. ¡Vaya si le había sido provechosa la lección que le diera la campana!

999. Anonimo

El escarabajo


Un orgulloso escarabajo vivía en las cuadras del Emperador, y una mañana fue expulsado de ellas, pues las estaban limpiando concienzuda-mente los criados. El escarabajo se enfadó.
‑¡Zaflos! ¡No me volveréis a ver! ‑dijo al marcharse.
Vagó por el jardín buscando estiércol, y se encontró con una decente familia de escarabajos que vivía entre los cerdos.
‑¿Quieres casarte con mi hija? ‑le ofreció el padre escarabajo.
‑¡No, naturalmente! ‑exclamó él. ¡Pues vaya partido...!
Le encontró el hijo del jardinero, que le puso en su honda y le lanzó por los aires sin ninguna consideración.
Voló varios metros, hasta entrar en la cuadra y caer sobre un caballo.
‑¡Ahora lo entiendo! -dijo­.
¡Limpiaban la cuadra para el caballo que iban a regalarme! ¡Claro! ¡Soy tan importante....!
Los habitantes de la cuadra y el mismo caballo rompieron a reír, pero ni siquiera eso hizo comprender al escarabajo el ridículo de su soberbia tremenda.

999. Anonimo

El encantador de pulgas


Era un vagabundo tan bueno, de corazón tan blando, que no era capaz de matar ni a las pulgas que le picaban.
‑¡Te comerán las pulgas! ‑le decían‑.
¡Eres tonto!
‑¡También ellas tienen que vivir! ‑contestaba‑.
¡Pobrecillas!
Hasta que una pulga les dijo a las demás:
‑¿Habéis visto un hombre mejor?
Deberíamos hacer algo por él.
‑¿Para qué? ‑dijo otra‑.
Total, nunca nos molesta.
‑Pues por eso mismo ‑repuso la primera‑.
Un día puede cansarse y echarnos a todas.
Más vale que le ayudemos ahora.
Subieron todas al bigote del vagabundo y le propusieron:
‑Formemos una sociedad.
Nadie sabe lo listas que somos. Sabemos desfilar, cantar y hacer acrobacias. Si quieres, actuaremos ante la gente. Tú harás como que nos has enseñado nuestro, papel, y te harás rico como amaestrador de pulgas. A cambio, nos darás de comer todos los días, como siempre.
El vagabundo aceptó, pero puso una condición:
‑Compraré una piel de oveja y viviréis en ella.
Se hizo rico y famoso, ¡qué listo!, y no le volvió a picar las pulgas.

999. Anonimo

El elfo del rosal


44. Anónimo

En cada planta hay un elfo, que es amigo de quien la cuida. Y en aquel rosal vivía uno que quería mucho a la joven que regaba el jardín y quitaba al rosal las hojas secas.
La joven tenía un novio, pero el hermano de ella le odiaba y no les dejaba casarse; hasta que el joven tuvo que irse a la guerra y murió en una batalla.
La joven lloró mucho, y el elfo trataba de consolarla.
‑¡Moriré tranquila, si tengo a mi lado un recuerdo de él! ‑repetía la joven una y otra vez, y el elfo partió para conseguir un recuerdo del joven para la muchacha.
Trajo un anillo y ella plantó en un tiesto el rosal, poniendo entre la tierra el anillo de su prometido. ¡Cómo floreció la planta! Estaba hermosísima y ella la cuidaba como nunca.
Pero la joven seguía triste y el elfo la preguntó:
‑¿Qué puedo hacer por ti ahora amiga mía?
‑¡Llevarme junto a él! ‑respondió la enamorada.
Entonces, el elfo se puso a contarle bellas historias de amor como sólo él sabía hacerlo, hasta que la joven se durmió para no despertar más y reunirse con su amado en el cielo.

999. Anonimo

El elefante engreido


Era el día de la fiesta de los animales y el elefante, que por ser el más grande se creía con derecho a presidir la reunión, habló así:
-Todos vosotros sois indignos de apre­cio. No comprendo cómo os soportan los hombres. Yo, en cambio, puedo con todo.
-¡Pues no presume usted poco! -se burló un mono descarado.
-Sepa, señor mono, que no sólo pue­de arrancar árboles de cuajo, sino llevarlos con mi trompa. Rompo y destrozo cuanto se me pone por delante. ¿Pueden ustedes hacer algo igual?
Harta de la perorata del vanidoso ele­fante, habló la astuta zorra:
-Reconozco, señor elefante, que es magnífico cuanto hace y dice. Pero tenga en cuenta que para poder imitarle a nosotros nos falta algo.
-¿Qué? ¡Dígalo, señora zorra!
-¡La trompa!
Rió la zorra y rieron todos los de­más, incluso el hipopótamo que atronó la selva con sus carcajadas.

999. Anonimo

El efecto de la recompensa


Nunca nadie se había atrevido a ir en busca del Caballo de Fuego que vagaba por las praderas de la Luna, pero el emir, instigado por el lorito, prometió como recompensa, al que lograra apoderarse de él, la mano de la primera princesa que llegara a la ciudad.
La recompensa era vaga, pero atractiva y un joven romántico y apuesto se brindó a ir en su busca. Como además era prudente, esperó a que la Luna estuviera oculta y apareció en la pradera. En un descuido del caballo lo montó. Luego, espoleándolo, se lanzó por los aires. Recorría los más fabulosos países y anunciaba las maravillas de su ciudad.
Al pasar lentamente sobre un hermoso palacio real, la princesa asomada a la ventana, dijo:
-Padre, quiero poseer ese caballo.
En realidad, apenas se había fijado en él, pero sí en el jinete.
El padre, que veía por los ojos de su hija, ordenó que una poderosa flota siguiera al caballo a través de los mares. Naturalmente, él y su hija figuraban entre los expedicionarios. Así llegaron a la ciudad de Hassam y el joven y valiente caballero pudo casarse con la princesa, y el pueblo entero saciar su apetito con el contenido de las bodegas de los barcos.
El emir se fió siempre de los consejos de su lorito, pues, del mundo entero llegaban visitantes que se maravillaban de lo que veían y llevaban mercancías para cambiarlas por oro y perlas.
En cuanto a la princesa y a su caballero debemos contar que fueron felices.

999. Anonimo

El eco salvador


Un campesino pensó llegar más pronto a la ciudad atravesando los montes para acortar camino, pues eran los tiempos en que había que viajar a pie, a lomos de caballo o en diligencia.
El hombre, que no conocía muy bien la región, se perdió. Intentó salir del laberinto de montañas rocosas y se internó aún más en un paraje inhóspito.
Dos días llevaba perdido en una inmensa soledad, cuando se le ocurrió gritar, aunque sin la menor esperanza de ser oído.
Pero se equivocaba. Un jinete lejano le oyó, porque su voz, al chocar contra las paredes lisas de las montañas, era repelida con fuerza tremenda. Guiándose por el eco, como hubiera podido guiarse por el tam-tam de un tambor, el jinete pudo llegar hasta el viajero y conducirlo sano y salvo hasta el camino más corto que le llevó a la ciudad.

999. Anonimo

El duendecillo panadero


El panadero murió, y sus tres hijas quedaron muy desconsoladas, pues no sabían hacer pan para ganarse la vida.
‑¡Nos moriremos de hambre! ‑lloraban.
Las oyó un duendecillo que era panadero y mientras dormían les hizo el pan para el día siguiente.
Al verlo todo hecho, se pusieron muy contentas y lo vendieron bien.
Pero a la noche siguiente, miraron por la cerradura y vieron al duendecillo trabajando, con un traje muy roto.
‑¡Pobrecillo! Le haremos un vestido nuevo ‑pensaron.
A los pocos días, cuando volvió el duendecillo se encontró un precioso traje sobre una silla y se lo puso. Las tres hermanas estaban observándole, y al ver que no se ponía a amasar entraron en la habitación.
‑¿No vas a hacernos hoy el pan? ‑le preguntaron.
Y el duende, que era muy pillo, contestó:
‑«Duendecillo con pantalón nuevo no quiere trabajar ni ser panadero».
Y se marchó a presumir, dejándolas muy sorprendidas. ¡No tuvieron más remedio que aprender a hacer pan!

999. Anonimo

El dragon de la mentira


Andando andando, la sirena y el niño llegaron a una preciosa sala, donde, en un trono, descansaba un anciano de barbas y cabellos blancos.
-¿Quién es este niño y qué hace aquí? -preguntó, dirigiéndose a su hija Solymar.
La princesa le contó cómo le había encontrado en la playa, rodeado de juguetes y pensó que a todos les agradaría tener un niño de la tierra que les hiciera partícipes de su infantil alegría.
El rey sonrió complacido y ordenó que le diesen al pequeño todo cuanto pudiera necesitar.
El pequeño comió con apetito y luego, como se había quedado solo, llevado de la curiosidad, se internó por unos pasadizos. Y llegó a un palacete rosado adornado de conchas y perlas. Entró sigilosamente y un individuo fornido y amenazador surgió ante él.
-¿Qué haces aquí?
-Soy un niño de la tierra, invitado por la princesa Solymar.
-¡Insensato! ¡Vete! Otros niños holgazanes como tú llegaron hasta aquí y ahora tienen que trabajar cuatro años seguidos, como castigo, antes de ser perdonados.
El niño se apresuró a huir y muy pronto tropezó con la princesa, que le andaba buscando.
-¿Dónde estabas? -le preguntó.
Para disculparse, el niño no se le ocurrió más que mentir y dijo:
-He tropezado con un dragón de ojos enormes, alas de murciélago y muchas patas.
Y entonces, el dragón así descrito, se hizo realidad.

999. Anonimo

Aprendiz de samurai

Hoy era un día feliz para Kan, hoy cumplía 12 años y su padre había prometido concederle el mayor de los tesoros. Una espada de Samurai. Naturalmente no sería una espada de doble diamante como la de su padre, sería una sencilla espada katana. Lo demás habría de ganárselo por si mismo. Era un inmenso honor el que le hacía su padre. A partir de ahora dejaba de ser un niño para convertiste en todo un aprendiz de Samurai. Un brillante futuro se presentaba por delante si estaba dispuesto a aprender y a trabajar. Y kan lo estaba desde lo más profundo de su corazón.
Su padre Kazo estaba frente a él, solemne e imponente como era natural en su persona. El anciano Samurai aparentaba mucha menos edad de la que realmente tenía, solo su larga cabellera blanca y unos ojos llenos de sabiduría rebelaban su verdadera edad. Su armadura de General Samurai reflejaba los dorados rayos del sol como si fuera de oro mientras que los dobles diamantes engastados en la empuñadura de su propia espada katana formaba un doble arco iris enlazado en su base. Kazo había luchado mil batallas y formado a cientos de Samurais, y por fin hoy iba a instruir a su propio hijo. Un acontecimiento que llevaba esperando desde hace doce años. En sus manos sostenía la futura katana de su hijo, un arma poderosa que debía usarse con sabiduría. Kan debía entender que lo más importante de un Samurai no era su arma, sino su sabiduría y su honor.
La cara de Kan resplandeciente de honor y gozo al recibir su espada, llenó el corazón de su padre de un orgullo como nunca antes había sentido. Ahora ya era oficial, el joven aprendiz había superado todas las sutiles trampas que se le habían tendido y por sus propios méritos se había convertido en uno más del clan.
Esa misma noche, después de las celebraciones y las risas, padre e hijo se sentaron juntos alrededor de la hoguera. La noche era cálida y en el cielo lucían las estrellas como luciérnagas en un estanque, la Luna llena brillaba con fuerza, como si quisiera arropar al joven Samurai con sus rayos de luz.
-Hijo mío -La voz de Kazo era grabe, relajante y penetrante como las caricias de una madre. 
-Hoy has dado un paso muy importante en tu vida. Has dejado de ser una persona normal, has dejado el bosque para introducirte en el camino de la vida por el sendero del Samurai. Has superado la trampa invisible que tienden los fantasmas del miedo y del fracaso. Nunca luches contra los fantasmas del miedo, ellos harán que todos los problemas parezcan agolparse para vencerte y doblegarte, cuando estos fantasmas te ataquen, no te defiendas, sigue adelante enfrentándote a los problemas uno a uno. Ese es el único secreto del éxito hijo mío.
-Si padre, estas semanas las dudas recorrían mi mente -Kan miraba a la Luna en busca de fuerzas para expresar lo que había sentido -no sabía si sería capaz de llegar al final, tenía miedo de entrar en la senda del Samurai por miedo al fracaso, por miedo a decepcionarte, por miedo a que se rieran de mi los demás mientras no domine todas las técnicas como lo hace un Samurai de verdad. Era un dolor intenso -dijo mientras su mano se posaba en su estomago -como si me clavaran afiladas agujas en el estomago. Pero me di cuenta que si no empezaba, habría fracasado aun antes de intentarlo. 
-Sus ojos se clavaron en los de su padre.
-No se si llegaré algún día a ser un Samurai tan bueno y poderoso como tú padre, pero ten por seguro que lo intentaré hasta con el ultimo vestigio de mi alma, nunca me rendiré al camino. Siempre seguiré adelante.
Kazo no podría estar más orgulloso. Su hijo poseía una fuerza que le conduciría allí donde el quisiera. Por que nadie mejor que el viejo Samurai sabía que él mayor secreto para conseguir en la vida lo que se desea es el no rendirse jamás. A su tierna edad ya conocía ese secreto sin duda llegaría muy lejos, mucho más lejos que su padre el General de Generales.
-Hijo, ahora eres parte de los Samurais y por lo tanto has de regirte como tal -El viejo Samurai cogió un grueso leño y se lo paso a su hijo. 
-Parte este leño hijo mío, se que puedes hacerlo.
-Pero padre, este leño es muy grueso, -dijo el joven abatido- y yo solo tengo doce años, aun no soy un hombre maduro. No tengo la fuerza suficiente.
-Claro que tienes la fuerza hijo, pero tu fuerza no esta en tus músculos -sentenció a la vez que rodeaba con su grande y cálida mano el estrecho brazo de su hijo -Si no en tu cabeza, es en tu inteligencia y en tu fuerza de voluntad donde posees la energía suficiente para realizar todo aquello que desees. Si piensas que no eres capaz de hacerlo... seguramente nunca serás capaz. Sin embargo, si estás convencido de que es posible, y desde el fondo de tu corazón brilla la verde llama de la esperanza y la fe en ti mismo. Podrás hacer lo que desees, solo habrás de buscar el medio.
-Pero padre... -Kan quería creer a su padre, era un Samurai y los Samurais nunca mienten. Entonces debía existir una forma... pero cual -¡Ya se! Ahora yo también soy un Samurai, ¡puedo hacer lo imposible!
Y desenfundando por primera vez su espada katana lanzó con todas sus fuerzas un terrible golpe contra el tronco... consiguiendo que la katana se incrustara fuertemente dentro del tronco. Kan intentó sacarla de un tirón, pero sus esfuerzos eran inútiles. Estaba demasiado fuertemente enganchada. Se estaba poniendo muy nervioso, y si no fuera por que la cálida mano de su padre le calmó, como tantas veces había hecho de pequeño, se habría echado a llorar.
-Tu intento ha sido digno de elogio Kan, pero has de aprender antes de hacer. 
-El viejo samurai tomo entre sus manos la espada de su hijo y con un giro rápido de muñeca extrajo la espada del tronco. 
-Has de fijarte pequeños objetivos, fáciles de cumplir con tus capacidades, para conseguir lo que deseas. 
-Dicho esto devolvió la espada a su hijo. 
-Primero intenta crear una zanja en el tronco, no de un golpe directo, si no de dos curvos que te ayuden a debilitar la rama.
Kan lanzó un tajo curvo y cortante que hizo saltar unas astillas del tronco, a continuación lanzó otro en dirección opuesta que hizo que casi la mitad del tronco se dispersara por el suelo. Animado repitió la operación y unos instantes después el grueso tronco reposaba en el suelo, partido en dos pedazos y un montón de astillas.
-¡Tienes razón padre! El tronco entero era demasiado para mí, pero poco a poco he logrado debilitarlo y al final yo he vencido. Si hubiera pensado que no podía, nunca lo hubiera intentado. ¡Pero decidí que era capaz, que debía de existir una manera de cortarlo y la encontré!
-Siempre existe una manera -la voz del viejo Samurai penetro en los oídos de su hijo grabando estas palabras a fuego -siempre existe una manera de lograr lo que deseamos.
-Y para ello debemos hacer lo que sea padre -pregunto inocente-mente Kan.
Kazo se alarmo, no quería que su hijo le interpretara mal, siempre había que regirse por el honor y la generosidad, pero una ve que vio la inocente mirada de su hijo, la calma se apoderó otra vez de su corazón.
-Hijo, Puedes conseguir todo lo que desees en la vida solo con que ayudes a otras personas a conseguir lo que ellas desean.
-No entiendo padre.
-Tú sabes que el granjero siempre recoge más de lo que siembra ¿No es así? -kazo sabía que su hijo había ayudado a sembrar a sus vecinos y se había quedado maravillado al ver como crecían las planas día a día y como de un puñado se semillas surgían, con el tiempo, cientos de sabrosos frutos
-Pues igual que el granjero siempre recoge más que lo que siembra, tu debes saber que no estas solo y has de ayudar todo lo que puedas a tu equipo, si lo haces así después recogerás la cosecha más fructífera que nunca ayas soñado.
Kan quedó pensativo, todavía era muy joven para entender todas las palabras de su padre, pero el sabía que su padre siempre había sido generoso y gracias a ello había llegado a ser un general de generales, por eso decidió firmemente que él haría lo mismo.
-Padre, tengo una duda que me atormenta -se sinceró Kan- antes no te la quise decir por que hoy es un día de dicha. Pero no concuerda con lo que me acabas de decir.
-¿Si hijo?
-Ayer conté a mis amigos del pueblo que me iba a convertir en Samurai, que aprendería los secretos de nuestro arte y que me convertiría en el tipo de guerrero más poderoso que existe -los ojos de Kan se clavaron en el crujiente fuego- y los otros niños se rieron de mí, me dijeron que era un blandengue, que todo eran mentiras y que tuviera cuidado por que lo más seguro es que me dieran una paliza los verdaderos Samurais por mentiroso y que luego me echarían a la hoguera. ¿he de ser generoso también con esos niños padre?
-Hijo... -Una sonrisa de comprensión surcaba los labios del viejo Samurai, a él le había pasado lo mismo en su juventud y sabía que las mismas personas que hoy criticaba y ridiculizaban a su hijo, mañana serían sus más fervientes admiradores por su valentía y coraje.
-Hay una forma muy fácil de evitar las criticas...
-¿Cual es padre? 
-Pregunto entusiasmado Kan.
-... simplemente no seas nada y no hagas nada, consigue un trabajo de barrendero y mata tu ambición. Es un remedio que nunca falla.
-¡Pero Padre! Eso no es lo que yo quiero, yo quiero ser fuerte y poderoso como tú, tengo aspiraciones y sueños que quiero cumplir en la vida. Y solo tengo esta vida para hacer esos sueños realidad ¿Como me pides que haga eso?
-Entonces Kan, ten mucho cuidado con los ladrones de sueños - dijo Kazo misterioso
-¿Los ladrones de sueños?
-El niño Samurai miro temeroso a su alrededor
-¿Que son? ¿Demonios de la noche? ¿Duendes malignos? ¿Seres tenebrosos?
-No hijo, son tus amigos y personas cercanas a ti -los ojos de su hijo lo miraban con una expresión triste, como si le acabara de caer el mundo encima - No te preocupes, solo son amigos tuyos, mal informados que quieren protegerte, quieren todo el bien para ti y que no sufras, por eso intentarán detenerte en todos los proyectos que hagas, para evitar que fracases y te hagas daño.
-Pero entonces son como los fantasmas del miedo y del fracaso, quieren mi bien y sin embargo me infringen el mayor daño que puede existir. Róbame mis sueños, mis ambiciones y por tanto las más poderosas armas que tengo de alcanzar lo que yo quiero. Si nunca lo intento... nunca lo conseguiré. ¡Es cierto que si lo intento puedo fracasar, sin embargo también puedo tener éxito y conseguir lo que yo quiero!
-Eso es hijo y además, sin quererlo, acabas de descubrir tus tres armas más poderosas.
-¡Cuales! dímelo -su ilusión ante la perspectiva de tener más armas era enorme.
-La primera el Entusiasmo, si crees en lo que haces y de verdad te gusta podrás conseguirlo todo y debes creerlo con todos los vestigios de tu ser.
Kan asintió con la cabeza, temeroso de interrumpir a su padre.
-La segunda ¡El Empuje! Has de aprender y trabajar, aprender y trabajar y después... enseñar, aprender y trabajar. Solo con el trabajo conseguirás tus objetivos. Si pretendes aprovecharte de la gente solo encontraras el fracaso, sin embargo, si trabajas con honor, en equipo y siempre intentas superarte... no habrá nada que pueda pararte.
Kan poso la mano en su corazón y se prometió a si mismo, en absoluto silencio que siempre trabajaría con honor y que nadie le pararía.
-Y tercer la Constancia -los ojos de Kan preguntaban a su padre que era la constancia, acaso no era lo mismo que el empuje - ¡La Constancia hijo mío, es la capacidad de aguantar en los tiempos duros y seguir trabajando para que vengan los tiempos buenos, la constancia es el Arte de Continuar Siempre! Tú ahora acabas de empezar y mañana empezarás a practicar con los Samurais. Al principio, después de cada entrenamiento, te dolerán los músculos y estarás cansado, tendrás ganas de abandonarlo todo por que pensarás que esto es demasiado duro para ti. Pero si eres Contante y continúas apren-diendo y practicando, poco a poco tu cuerpo se irá adaptando y desarrollando, así como tu mente. Y veras como cada vez las cosas te resultarán más fáciles y obtendrás más resultados y más fácilmente. Los comienzos son siempre duros hijo, y solo si eres Contante tendrás el éxito asegurado.
Kazo vio como su joven hijo asentía medio dormido. Ya era tarde y hoy había aprendido más que en toda su vida. EL viejo Samurai cogió a su joven hijo y ahora aprendiz de su arte en sus brazos, levantando, a pesar de su avanzada edad, como si de una pluma se tratara.
Su hijo le susurro algo al oído como "¡gracias papa!" antes de quedarse dormido. El general de generales se preguntó si realmente su hijo seguiría al pie de la letra todos los consejos que hoy había aprendido. Sabía que si así lo hacía llegaría aun más alto de lo que él, general de generales, había logrado.

999. Anonimo

Agua del pozo .999

Había una vez una vez un hombre de noble cuna, que después de atravesar el desierto llego a un poblado lleno de árboles y huertos y lo primero que encontró fue un pozo, sediento como estaba se acerco para saciar su sed, pero el agua estaba tan profunda, que era inaccesible y nada de su alrededor podía facilitarle el alcanzar el agua, por ello decidió sentarse junto al pozo a esperar que pasara alguna cosa y confiando en Dios.
Al poco rato, se aproximo una mujer con una jarra asentada en su cadera y una cuerda en la mano. Al verle allí sentado, con una sonrisa le saludó.
-"La paz de Dios sea contigo" y el le respondió. -"Su paz sea contigo" Y la mujer sin decir nada, deslizo de sus manos la cuerda dentro del pozo y atada en un extremo la jarra, que hizo descender lentamente y con cuidado luego se oyó el chapoteo de la jarra al hundirse en el agua, entonces la mujer alargando el brazo, removió la cuerda para que se llenara el recipiente y empezó a tirar de ella hacia arriba con fuerza y cuidado.
Mientras el hombre sentado al lado del pozo le contaba, lo mucho que había viajado y que había conocido todo tipo de pozos. La mujer de cuando en cuando se lo miraba sin dejar de sonreir...y tiraba y tiraba de la larga cuerda subiendo la jarra.
Yo he conocido pozos mucho mas grandes que este y he probado aguas salobres y otras mas dulces y parece mentira la gama de sabores que pueda tener el agua...El hombre comentaba. Ella le dirigía alguna mirada asintiendo sus palabras...al final haciendo un último esfuerzo la mujer cogió por un asa la jarra, la descanso sobre el borde del pozo y recogió la cuerda, agarro la jarra mojada se la planto al costado y dirigiendo una mirada al hombre le dijo.
-"Pues muy bien, estad con Dios…" y se marcho.
El hombre sin moverse de donde estaba vio como se alejaba la mujer y abatido se dispuso a esperar que Dios en su Misericordia le proporcionara la manera de poder beber agua de aquel pozo...

 999. Anonimo