Un pobre leñador fue al
bosque a cortar leña. Tenía en el bolsillo sólo un trozo de pan, porque no
había encontrado otra cosa para comer. Muy concentrado en su trabajo, no se dio
cuenta de que el diablo, que había salido del infierno, vagaba por el bosque.
Este diablo no tuvo mejor idea que robar el trozo de pan del bolsillo del
leñador y se escapó aprisa al infierno vanagloriándose de su pillería.
Pero, para su desgracia,
el rey de los diablos, Lucifer, se enfadó muchísimo:
-¿No te da vergüenza
haberle robado a ese pobre hombre? Tendrás que ir a trabajar con él. Ése será
tu castigo.
El diablo escupió de la
rabia, pero tuvo que obedecer. Se transformó en un peón y fue a ofrecerse como
ayudante al leñador. Éste se quedó alelado:
-¿Cómo se te ocurre
semejante cosa, jovencito? Ni siquiera tengo comida para mí, imagínate si voy a
poder alimentar a un ayudante. Anda, anda, ve a buscar trabajo a otra parte.
Pero el diablo no se dio
por vencido, dijo que no quería que le pagase por su trabajo, le suplicó al
leñador que lo pusiera a prueba y que no haría nada que lo fastidiase.
-Vale, de acuerdo -dijo
el leñador. Ve rápido al bosque, pues, a cortar un poco de leña para este
invierno.
-Pero, amigo, ése no es
un trabajo para mí. Si me pongo a cortar árboles, puedo echar abajo todo el
bosque. ¿Qué vas a hacer con tanta leña?
-Entonces ve a arar el
campo -dijo el leñador.
-Ten paciencia, amigo. Si
comienzo a arar, en pocos minutos habré arado toda la tierra hasta el horizonte.
¿De qué te serviría?
-Dime, entonces, qué
quieres hacer.
-Déjalo por mi cuenta
-respondió el diablo. Ya encontraré un trabajo adecuado.
El leñador dijo que
estaba de acuerdo y se fue a cortar leña. El diablo, en cambio, fue hasta el
castillo del conde y le preguntó:
-Señor conde, ¿no
necesitáis un criado hábil y diligente?
-Aquí nunca falta
trabajo. Justamente hay tres graneros llenos de trigo que es necesario
trillar.
-Mañana por la mañana el
trabajo estará terminado -dijo el diablo. En compensación, tendréis que darme
tanto trigo cuanto pueda llevar a cuestas.
-Te lo daré de buena
gana. Pero si el trigo no está todo trillado, no recibirás nada.
Nadie sabe lo que ocurrió
esa noche en los graneros. Lo cierto es que al amanecer la labor estaba
cumplida: los granos en sacos y los haces de paja en la era. El conde estaba
muy sorprendido y dijo:
-Muy bien. Ahora lleva
todo lo que puedas cargar en tus espaldas.
Esperaba que el diablo se
llevase un saco de trigo, en todo caso dos, porque era un mocetón robusto. Pero
el diablo echó saliva en sus manos, cargó en sus espaldas todos los sacos, toda
la paja, los graneros, los establos, las caballerizas, los gallineros, las
perreras, en una palabra, todas las posesiones del conde. Al único que no se llevó
fue al conde. Y con toda aquella carga se fue a ver al leñador. Éste no daba
crédito a sus ojos cuando el diablo colocó frente a él todos los bienes del
conde. Y como faltaba el señor conde, el leñador decidió que él mismo lo
sería.
Entonces el diablo le
dijo:
-¿Os acordáis, señor
conde, de aquella vez en que perdisteis en el bosque un trozo de pan, cuando
aún erais un leñador?
-Claro que me acuerdo.
-Bien: el pan os lo había
robado yo y os he traído a cambio todos estos bienes. Ahora estamos en paz.
Y, dicho esto, el diablo
desapareció dejando una estela de olor a quemado.
143. anonimo (eslovenia)
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