Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

domingo, 21 de octubre de 2012

La bruja en "jet"

En esta casa ruinosa
vive una bruja canosa.
Hasta ayer tenía encerrado
un embrujo con candado.

El candado se rompió
y el embrujo se escapó.
¡Pobre bruja sin embrujo!
¿Se acabó el mal que produjo?

Esta bruja tonta y sola
no viaja más en escoba.
Y como lo puedes ver
ahora solo viaja en "jet".
¿Adónde ha ido a parar
esta señora en su andar?
Me lo ha dicho un mensajero
venido del extranjero.

En otra casa ruinosa
de una villa muy famosa,
ella instaló su taller,
con sus "cucos" otra vez.

Tiene una mona vestida
de mucama divertida,
y un sapito de portero,
que juega con un balero.

Pero no hace maleficios.
Ha perdido hasta su oficio
de armar líos ella sola.
¡Pobre bruja sin escoba!
 
 999. Anonimo

La bruja de la televisión

La bruja apareció en la televisión y Tomás se asustó creyendo que en cualquier momento la bruja lo miraría directamente a los ojos para decirle que ella conocía todas las maldades que él había hecho durante ese día. Pero, la bruja encerrada dentro del televisor parece que ni siquiera se dio cuenta que Tomás la miraba y continuó como si nada, preparando sus embrujos.
Tomás entonces descansó un poco y se sintió mucho más tranquilo. Nadie le iba a contar a su mamá cuando llegara que se había comido todas las galletas que ella guardaba en la cocina, y podría perfectamente echarle la culpa a algún malvado ratón.
Además, nadie le diría tampoco del vidrio roto de la ventana del comedor, y él se podría hacer el leso como si no lo supiera.
Pero, entonces, cuando volvió de nuevo a poner atención a la televisión, de repente, la bruja lo apuntó a él directamente con su feo y arrugado dedo y con una voz de vieja bruja terrible le gritó: " pórtate bien o si no ..." Tomás no podía creerlo y se asustó tanto que cuando llegó su mamá lo primero que hizo fue contarle que él se había comido todas las galletas y quebrado el vidrio de la ventana del comedor.
El se esperaba un buen reto, pero en vez de eso su mamá le dio un gran abrazo y lo besó. No para felicitarlo por las maldades que había hecho, porque estaban mal, sino porque quería decirle con eso que estaba muy feliz de tener un hijo que fuera honesto y valiente y que se atreviera a decir siempre la verdad.
Y desde ese día Tomás se portó mucho mejor. No hizo más maldades y no le tuvo tampoco más miedo a la bruja de la televisión.

999. Anonimo

La bobina maravillosa

Erase un principito que no quería estudiar. Cierta noche, después de haber recibido una buena regañina por su pereza, suspiró tristemente diciendo:
-¡Ay! ¿Cuánto seré mayor para hacer lo que me apetezca?
Y he aquí que, a la mañana siguiente, descubrió sobre su cama una bobina de hilo de oro de la que salió una débil voz:
-Trátame con cuidado, príncipe. Este hilo representa la sucesión de tus días. Conforme vayan pasando, el hilo se irá soltando. No ignoro que deseas crecer pronto... Pues bien, te concedo el don de desenrollar el hilo a tu antojo, pero todo aquello que hayas desenrollados no podrás ovillarlo de nuevo,, pues los días pasados no vuelven.
El príncipe para cercionarse, tiró con ímpetu del hilo y se encontró convertido en un apuesto príncipe. Tiró un poco más y se vio llevando la corona de su padre.
¡Era rey! Con un nuevo tironcito, inquirió: -dime, bobina, ¿cómo serán mi esposa y mis hijos?
En el mismo instante una bellísima joven y cuatro niños surgieron a su lado. Sin pararse a pensar, su curiosidad se iba apoderando de él y siguió soltando más hilo para saber como serían sus hijos de mayores.
De pronto se miró al espejo y vio la imagen de un anciano decrépito, de escasos cabellos nevados. Se asustó de sí mismo y del poco hilo que quedaba en la bobina. ¡Los instantes de su vida estaban contados! Desesperadamente, intentó enrollar el hilo en el carrete, pero sin lograrlo. Entonces la débil vocecilla que ya conocía, habló así:
-Has desperdiciado tontamente tu existencia. Ahora ya sabes que los días perdidos no pueden recuperarse. Has sido un perezoso al pretender pasar por la vida sin molestarte en hacer el trabajo de todos los días. Sufre, pues, tu castigo.
El rey, tras un grito de pánico, cayó muerto: había consumido la existencia sin hacer nada de provecho.

999. Anonimo

La blanca gaviota y el travieso sol

Erase una bella gaviota tan blanca, pero tan blanca, que al pasar por una nube no se veía, porque se confundía con el color de las nubes.
Todas las mañanas al despertarse, salía volando en dirección al Sol, buscando nuevas aventuras. Ella sabía que en la mañana el Sol salía por el Oriente, y que si volaba hacia él, iría alejándose de su casa. También sabía que por las tardes el Sol se ponía por el Occidente, y que si se dirigía hacia él, iría a su casa. Por esta razón nuestra amiga jamás se perdía.
Se cuenta que un día el Sol amaneció contento y con ganas de hacer alguna travesura. Se trazó un plan y se propuso jugarle una broma a nuestra amiga la gaviota. Ese día el Sol salió como siempre por el Oriente, pero en el plan estaba calculado no ponerse por el Occidente sino por el Sur.
-¡imagínense lo que pasará con esta loca travesura!. Al amanecer, nuestra amiga se enrumbó como de costumbre hacia el Oriente, contenta como siempre mirando el mar y a los muchos peces haciendo piruetas; le agradaba ver las rocas en la orilla del mar y de vez en cuando parloteaba con otras gaviotas que venían de otros sitios. Ese día almorzó sobre una roca que estaba situada en el medio del mar, mientras escuchaba como el mar con violentas olas iba y venía. Así, después de tanto ajetreo, se dedicó a esperar que el Sol se ocultara por el Oeste para que le sirviera de guía una vez más en su regreso a casa. Al rato levantó vuelo y se dirigió al Sol, pero éste siguiendo su plan de jugarle una mala pasada, no se estaba poniendo por el Oeste sino por el Sur, tal y como lo había decidido. Nuestra amiga tal vez un poco cansada no se percató que su vuelo iba directo a las montañas.
Ella se dió cuenta que no encontraba su casa, sólo veía montañas, bosques y árboles, pero su casa no se veía por ninguna parte. Cansada de volar decidió pararse a descansar y tratar de entender lo que pasaba.
Al posarse sobre un árbol encontró a una graciosa ardilla que al ver la gaviota se asustó, pues nunca había visto un ave de mar por tierra.
¿Qué estás haciendo tú por aquí, tan lejos de tu mundo?, le preguntó la ardillita.
Realmente no entiendo lo que pasa, todos los días para regresar a mi casa me guío por el Sol, pero en esta oportunidad me perdí en el camino, estoy en un lugar desconocido. ¿Qué hago ahora?, preguntó la extraviada gaviota.
Sólo alguien con todo el conocimiento necesario, podría ayudarte y en el bosque, solo el señor sabio Don Juan Lechuza es capaz de encontrarle una solución a ese terrible problema, le dijo la ardillita.
¿Y dónde puedo encontrar al señor sabio Don Juan Lechuza?, le preguntó la gaviota.
El se encuentra en el árbol más, pero más grande del bosque, y en la punta más, pero más alta, le respondió la ardillita.
La gaviota emprendió el vuelo, no sin antes despedirse de su apreciada amiga quien, aparte de darle una información que podía ayudarla mucho, le había dado además tranquilidad y esperanza, al ofrecerle una solución al problema.
Tan sólo tenia que encontrar al señor sabio Don Juan Lechuza, y para ello necesitaba encontrar el árbol más alto del bosque. Se dijo a si misma: ¿Cómo puedo encontrar el árbol más alto del bosque?. Bueno, creo que eso no es dificil; subiré volando a lo más alto y el pico del árbol que se vea más, será porque es el más alto, y así lo hizo. Ascendió rapidísimo hasta lo más alto y desde allí vió cual era el pico que más sobresalía y se dirigió hasta ese pico, se posó en el árbol y llamó al señor sabio Don Juan Lechuza, pero nadie respondía; repitió su llamado pero en ese árbol no había respuesta.
Busco el árbol más alto y no entiendo porqué si este es el que más se ve desde la altura, no es el más alto.
Nuestro amigo el carpintero le resolvió el problema:
Este árbol parece el más alto, pero no lo es, porque está ubicado en la loma más elevada de la montaña, pero los árboles más altos están en las bases de las montañas e igualan a los de la punta o parecen más pequeños porque al estar en la base, los de la cima parecen más altos. ¡Pues claro! -dijo la gaviota, pero ahora ¿Cómo encontraré el árbol más alto?.
Nuestro amigo el carpintero le dijo:
El árbol más alto es el más viejo y el más viejo es el más duro, porque los árboles al crecer van colocando más y más capas de corteza alrededor de ellos mismos y por eso son los más duros. Veamos, yo he picado todos los árboles de éste bosque y puedo decirte que el más duro es el Sr. Roble, que está en la base de la montaña, pegado a la ladera del río.
La gaviota se emocionó toda, agradeció de mil maneras a nuestro amigo el carpintero y se dirigió hacia el árbol más grande, el Sr. Roble.
Al llegar a él, inmediatamente empezó a buscar al señor sabio Don Juan lechuza, pero el árbol era gigantesco, iba a tener que buscar mucho hasta encontrarlo. Buscaba y buscaba, y no lo hallaba. Se encontró con el Señor Saltamontes, pero al acercársele a él, pegó un salto tan grande que ni siquiera pudo ver a dónde se había ido. Se encontró con el Sr. Grillo, pero éste sólo grillaba pidiendo agua y no pudo entenderse con él. Al fin se consiguió con alguien que hablaba algo que ella entendía, era el Sr. Gavilán, fuerte y poderoso, la miró de arriba a abajo y le preguntó: ¿Qué haces por aquí?
Nuestra amiga la gaviota le contestó: Busco al señor sabio Don Juan Lechuza.
El gavilán le responde: Al sabio no le gusta, ni necesita la luz; debes buscarlo en las zonas más oscuras del árbol. ¡Claro!, dijo la gaviota, a las lechuzas no les gusta la luz, el debe estar en las zonas más oscuras.
Velozmente se dirigió a las zonas oscuras del árbol y allí por fin encontró al señor sabio Don Juan Lechuza. ¡Señor sabio, señor sabio!, por favor, ¡Podría usted ayudarme?, tengo mucho tiempo buscándolo para ver si puede ayudarme a encontrar el camino de regreso a casa. Vea, señor sabio, estoy perdida desde ayer cuando salí como siempre a ver el mar.
Nuestro amigo el señor sabio se volteó lentamente, como siempre hacen las lechuzas, abrió un solo ojo y vió a nuestra desesperada amiga que estaba solicitando su ayuda, y le dijo: Tu eres una gaviota marina, blanca como las nubes, solo comes pescado y vives en las rocas de las montañas que están al borde del mar, hazme el favor de decirme ¿Qué haces por aquí tan lejos de tu casa?.
La gaviota le explicó con detalles todo lo ocurrido y nuestro amigo el Buho se puso a pensar, había que buscar el camino de vuelta y este debía de ser tan claro que no produjera ninguna confusión ni equivocación y que fuera fácil de recordar para que la gaviota si se volviese a perder algún día, pudiera fácilmente conseguir el camino a su casa. El señor Lechuza, como todos los sabios, resolvía los problemas con preguntas y por ello le preguntó a nuestra amiga la gaviota:
¿Qué es lo que más abunda por tu casa, amiga gaviota?
El agua, contestó la gaviota.
¿Y de dónde viene toda esa agua?.
Bueno, a veces de la Iluvia, pero también de algunos rios que caen al mar, contestó la gaviota.
Y el agua de esos rios ¿De dónde viene?.
De las montañas, dijo la gaviota.
¡Aaah!, entonces ¿Cómo regresarás a tu casa?
La gaviota lo miró fijamente y pensó. De repente vió la respuesta. Claro, era sencillo, si seguía cualquier río, debería liegar al mar, y al llegar al mar, todo era mís sencillo. Le preguntó al sabio:
¿Qué río debo seguir?
¿Cuál crees tú que debes seguir?
El más grande.
¡Por supuesto! -exclamó el sabio.
Una vez conseguido su objetivo, la gaviota le dió mil gracias al señor sabio Don Juan Lechuza y voló hasta lo más alto que pudo, desde allí pudo ver un gran río que bordeada el bosque por su lado derecho, se dirigió hasta él y empezó a volar sobre el río siempre en la misma dirección en que éste iba, voló y no fue mucho, de repente se encontró con el mar. Dios mío, ¡Que maravillosa sensación!.
Inmediatamente reconoció el lugar y sin más dudas voló rápidamente a su casa. ¡Qué bién se sentía!, no tanto por haber conseguido el camino a su casa, sino porque había aprendido cómo poder volver a su casa sin necesitar al Sol, se habia independizado. Ya no necesitaba al Sol para que la guiara, ella sólamente con sus conocimientos podría encontrar todos los caminos.

999. Anonimo

La bella y la bestia

Èrase una vez... un mercader que, antes de partir para un largo viaje de negocios, llamó a sus tres hijas para preguntarles qué querían que les trajera a cada una como regalo. La primera pidió un vestido de brocado, la segunda un collar de perlas y la tercera, que se llamaba Bella y era la más gentil, le dijo a su padre: "Me bastará una rosa cortada con tus manos." El mercader partió y, una vez ultimados sus asuntos, se dispuso a volver cuando una tormenta le pilló desprevenido.
El viento soplaba gélido y su caballo avanzaba fatigosamente. Muerto de cansancio y de frío, el mercader de improviso vió brillar una luz en medio del bosque. Amedida que se acercaba a ella, se dio cuenta que estaba llegando a un castillo iluminado. "Confío en que puedan ofrecerme hospitalidad", dijo para sí esperanzado. Pero al llegar junto a la entrada, se dio cuenta de que la puerta estaba entreabierta y, por más que llamó, nadie acudió a recibirlo. Entró decidido y siguió llamando. En el salón principal había una mesa iluminada con dos candelabros y llena de ricos manjares dispuestos para la cena.
El mercader, tras meditarlo durante un rato, decidió sentarse a la mesa; con el hambre que tenía consumió en breve tiempo una suculenta cena. Después, todavía intrigado, subió al piso superior. A uno y otro lado de un pasillo larguísimo, asomaban salones y habitaciones maravillosos. En la primera de estas habitaciones chisporroteaba alegremente una lumbre y había una cama mullida que invitaba al descanso. Era tarde y el mercader se dejó tentar; se echó sobre la cama y quedó dormido profundamente. Al despertar por la mañana, una mano desconocida había depositado a su lado una bandeja de plata con una cafetera humeante y fruta. El mercader desayunó y, despues de asearse un poco, bajó para darle las gracias a quien generosamente lo había hospedado. Pero al igual que la noche anterior, no encontró a nadie y, agitando la cabeza ante tan extraña situación, se dirigió al jardín en busca de su caballo que había dejado atado a un árbol, cuando un hermoso rosal atrajo su atención. Se acordó entonces de la promesa hecha a Bella, e inclinándose cortó una rosa.
Inesperadamente, de entre la espesura del rosal, apareció una bestia horrenda que iba vestida con un bellísimo atuendo; con voz profunda y terrible le amenazó: " ¡Desagradecido! Te he dado hospitalidad, has comido en mi mesa y dormido en mi cama y, en señal de agradecimiento, ¿vas y robas mis rosas preferidas? ¡Te mataré por tu falta de consideración!" El mercader, aterrorizado, se arrodilló temblando ante la fiera:
¡Perdóname!¡Perdóname la vida! Haré lo que me pidas! ¡La rosa era para mi hija Bella, a la que prometí llevarsela de mi viaje!" La bestia retiró su garra del desventurado. " Te dejaré marchar con la condición de que me traigas a tu hija." El mercader, asustado, prometió obedecerle y cumplir su orden. Cuando el mercader llegó a casa llorando, fue recibido por sus tres hijas, pero despues de haberles contado su terrorífica aventura, Bella lo tranquilizó diciendo:
"Padre mio, haré cualquier cosa por tí. No debes preocuparte, podrás mantener tu promesa y salvar así la vida! ¡Acompáñame hasta el castillo y me quedaré en tu lugar!" El padre abrazó a su hija: "Nunca he dudado de tu amor por mí. De momento te doy las gracias por haberme salvado la vida. Esperemos que despues..." De esta manera, Bella llegóal castillo y la Bestia la acogió de forma inesperada: fue extrañamente gentil con ella. Bella, que al principio había sentido miedo y horror al ver a la Bestia, poco a poco se dio cuenta de que, a medida que el tiempo transcurría, sentía menos repulsión. Le fue asignada la habitación más bonita del castillo y la muchacha pasaba horas y horas bordando cerca del fuego. La Bestia, sentada cerca de ella, la miraba en silencio durante largas veladas y, al cabo de cierto tiempo empezó a decirles palabras amables, hasta que Bella se apercibió sorprendida de que cada vez le gustaba más su conversación. Los días pasaban y sus confidencias iban en aumento, hasta que un día la Bestia osó pedirle a Bella que fuera su esposa. Bella, de momento sorprendida, no supo qué responder. Pero no deseó ofender a quien había sido tan gentil y, sobre todo, no podía olvidar que fue ella precisamente quien salvó con su sacrificio la vida de su padre. "¡No puedo aceptar!" empezó a decirle la muchacha con voz temblorosa,"Si tanto lo deseas..." "Entiendo, entiendo. No te guardaré rencor por tu negativa." La vida siguió como de costumbre y este incidente no tuvo mayores consecuencias. Hasta que un día la Bestia le regaló a Bella un bonito espejo de mágico poder. Mirándolo, Bella podía ver a lo lejos a sus seres más queridos. Al regalárselo, el monstruo le dijo: "De esta manera tu soledad no será tan penosa". Bella se pasaba horas mirando a sus familiares. Al cabo de un tiempo se sintió inquieta, y un día la Bestia la encontró derramando lágrimas cerca de su espejo mágico. "¿Qué sucede?" quiso saber el monstruo. "¡ Mi padre está muy enfermo, quizá muriendose! ¡Oh! Desearía tanto podderlo ver por última vez!" "¡Imposible! ¡Nunca dejarás este castillo!" gritó fuera de sí la Bestia, y se fue. Al poco rato volvió y con voz grave le dijo a Bella: "Si me prometes que a los siete días estarás de vuelta, te dejaré marchar para que puedas ver a tu padre." ¡Qué bueno eres conmigo! Has devuelto la felicidad a una hija devota." le agraceció Bella feliz.
El padre, que estaba enfermo más que nada por el desasosiego de tener a su hija prisionera de la Bestia en su lugar, cuando la pudo abrazar, de golpe se sintió mejor, y poco a poco se fue recuperando. Los días transcurrían deprisa y el padre finalmente se levantó de la cama curado. Bella era feliz y se olvidó por completo de que los siete días habían pasado desde su promesa. Una noche se despertó sobresaltada por un sueño terrible. Había visto a la Bestia muriéndose, respirando con estertores en su agonía, y llamándola: "¡Vuelve! ¡Vuelve conmigo!" Fuese por mantener la promesa que había hecho, fuese por un extraño e inexplicable afecto que sentía por el monstruo, el caso es que decidió marchar inmediatamente. "¡Corre, corre caballito!" decía mientras fustigaba al corcel por miedo de no llegar a tiempo..Al llegar al castillo subió la escalera y llamó. Nadie respondió; todas las habitaciones estaban vacías. Bajó al jardín con el corazón encogido por un extraño presentimiento. La Bestia estaba allí, reclinada en un árbol, con los ojos cerrados, como muerta. Bella se abalanzó sobre el monstruo abrazan-dolo: "No te mueras! No te mueras! Me casaré contigo!"
Tras esas palabras, aconteció un prodigio: el horrible hocico de la Bestia se convirtió en la figura de un hermoso joven. "¡Cuánto he esperado este momento! Una bruja maléfica me transformó en un monstruo y sólo el amor de una joven que aceptara casarse conmigo, tal cual era, podía devolverme mi apariencia normal. Se celebró la boda, y el joven príncipe quiso que, para conmemorar aquel día, se cultivasen en su honor sólo rosas en el jardín. He aquí porqué todavía hoy aquel castillo se llama "El Castillo de la Rosa".

999. Anonimo

La araña y la viejecita

En una casita, en lo alto de una montaña, vivía hace tiempo una viejecita muy buena y cariñosa.
Tenía el pelo blanco y la piel de su cara era tan clara como los rayos del sol.
Estaba muy sola y un poco triste, porque nadie iba a visitarla.
Lo único que poseía era un viejo baúl y la compañía de una arañita muy trabajadora, que siempre le acompañaba cuando tejía y hacía labores.
La pequeña araña, conocía muy bien cuando la viejecita era feliz y cuando no.
Desde muy pequeña la observaba y había aprendido tanto de ella que pensó que sería buena idea intentar que bajara al pueblo para hablar con los demás. Así aprenderían todo lo que ella podía enseñarles.
Ella les enseñaría a ser valientes cuando estén solos, a ser fuertes para vencer los problemas de cada día y algo muy, muy importante a crear ilusiones, sueños, fantasías.
Las horas pasaban junto a la chimenea y las dos se entretenían bordando y haciendo punto.
La viejecita, apenas podías sostener las madejas y los hilos en sus brazos.
¡Qué cansada me siento!, ¡Me pesan mucho estas agujas!. Decía la ancianita.
La arañita, la mimaba y la sonreía.
Un día, la araña, pensó que ya había llegado el momento de poner en práctica su idea.
¿Sabes, lo que haremos?. ¡Iremos al mercado a vender nuestras labores!. ¡Así, ganaremos dinero y podremos ver a otras personas y hablar con ellas!.
La anciana no estaba muy convencida.
¡Hace mucho tiempo que no hablo con nadie!. Dijo: la anciana.
¿Crees que puede importarle a alguien lo que yo le diga?.
¡Claro que sí!. ¡Verás como nos divertimos!.
Se pusieron en marcha, bajaron despacito, como el que no quiere perder ni un minuto de la vida.
Iban admirando el paisaje, los árboles, las flores y los pequeños animalitos que veían por el camino.
Llegaron al mercado y extendieron sus bordados sobre una gran mesa.
Todo el mundo se paraba a mirarlos. ¡Eran tan bonitos!.
La gente les compró todo lo que llevaban. ¡Además hicieron buenos amigos!.
Enseguida, los demás, se dieron cuenta de la gran persona que era la viejecita y le pedían consejo sobre sus problemillas.
Al principio, le daba un poco de vergüenza que todo el mundo, la preguntara cosas. Pero poco a poco descubrió el gran valor que tienen las palabras y cómo muchas veces una palabra ayuda a superar las tristezas.
Palabras llenas de cariño como:
¡Animo, adelante, puedes conseguirlo!. ¡Confía en ti, cree en ti!.
Ella también aprendió ese día, que las cosas que sentimos en el corazón, debemos sacarlas fuera, quizá los otros puedan aprovecharlas para su vida.
La arañita le decía a la anciana: ¡Deja volar tus sentimientos, se alegre, espontánea, ofrece siempre lo mejor de ti!.
La viejecita y la araña partieron hacia su casita de la montaña.
Siguieron haciendo bordados y bordados.
Trabajaban mucho y cuando llegaba la noche la araña se iba a su rinconcito a dormir. La anciana se despedía de ella y le decía: ¡Gracias por ser mi amiga!.
¡Un amigo, es más valioso que joyas y riquezas, llora y ríe contigo y también sueña!.
Mientras sentía estos pensamientos, la viejecita se iba quedando dormida, sus ojos cansados se cerraron y la paz brilló en su cara.
La luna les acompañaba e iluminaba la pequeña casita y nunca, nunca estaban solas. Más allá, muy lejos, sus seres queridos velaban sus sueños.

999. Anonimo

El zapatero que se convirtió en astrólogo

1 Presentación

Vivía en la ciudad de Isfahan un pobre zapatero llamado Ahmed, que tenía una esposa especialmente codiciosa y ambiciosa.
Ésta iba todos los días a los baños de Hammam y siempre encontraba a alguien allí que la producía celos. Un día espió a una señora que vestía un traje espléndido, joyas en todos los dedos de la mano y perlas en las orejas y a la que atendían muchas personas. Cuando preguntó quién podía ser aquella dama, la contestaron: "La mujer del jefe de los astrólogos", "¡Ciertamente eso es lo que el desastre de mi Ahmed debe llegar a ser, un astrólogo!", pensó la mujer del zapatero y corrió a su casa tan rápido como la llevaron sus pies.
El zapatero al verla en su casa preguntó: "¿Por Dios, qué te pasa querida?".
"¡No me hables ni te acerques a mí hasta que seas astrólogo de la corte!", le riñó ella, "¡Deja tu vulgar oficio de arreglar zapatos!. Nunca seré feliz hasta que seamos ricos".
"¡Astrólogo, astrólogo!", sollozó Ahmed, "¿Qué conocimientos tengo yo para leer las estrellas?, ¡debes estar loca!".
"Ni sé, ni me importa cómo lo hagas, pero para mañana tienes que ser astrólogo, si no volveré a la casa de mi padre y pediré el divorcio", dijo ella.
El zapatero estaba loco de desesperación. ¿Cómo iba a convertirse en astrólogo?. Esta era su preocupación. No podía soportar la idea de perder a su esposa. Así pues, salió y compró la tabla de los signos del zodiaco, un astrolabio y un almanaque de los astros. Para ello tuvo que vender sus herramientas de zapatero y así sintió que tendría éxito como astrólogo. Se fue al mercado y gritó: "¡Oh, señoras y señores! acudid a mí en busca de respuesta para cualquier cosa. Yo se leer las estrellas, conozco al sol, a la luna y a los doce signos del zodiaco. ¡Puedo predecir lo que va a suceder!".

2 El joyero del rey

Sucedió que el joyero del Rey pasaba por allí sumido en gran aflicción, pues había perdido una de las joyas de la corona que le habían sido confiadas para su pulido. Era un gran rubí. Lo había buscado por todas partes sin ningún resultado.
El joyero de la Corte sabía que si no lo encontraba le cortarían la cabeza. Se acercó a la multitud que rodeaba a Ahmed y preguntó qué sucedía.
"¡Oh, el astrólogo más reciente, Ahmed el Zapatero, promete decir todo lo que es posible saber!", rió uno de los curiosos espectadores.
El joyero de la Corte se adelantó resuelto y susurró al oído de Ahmed: "Si conoces tu arte, descúbreme donde está el rubí del Rey y te daré doscientas piezas de oro. Pero si no tienes éxito... ¡traeré la muerte sobre ti!".
Ahmed quedó atónito. Se echó la mano a la frente y sacudiendo la cabeza al mismo tiempo que pensaba en su esposa, dijo: "¡Oh, mujer, mujer, eres más perniciosa para la felicidad del hombre que la peor de las serpientes!".
Sucedió que la joya había sido escondida por la mujer del joyero quien, sintiéndose culpable del robo, había mandado a una esclava para que siguiese a su marido a todas partes. Esta esclava al oír al nuevo astrólogo gritar algo sobre una serpiente creyó que todo se había descubierto y volvió corriendo a la casa a contárselo a su señora: "Os han descubierto, querida señora", le dijo jadeando, "¡Os ha descubierto un odioso astrólogo!. Ve a él y suplícale que sea misericordioso con el desdichado pues si se lo cuenta a vuestro marido, estaréis perdida".
La mujer se puso rápidamente su velo y se fue donde estaba Ahmed y se arrojó a sus pies sollozando: "Salva mi honor y mi vida y lo confesaré todo".
"¿Confesar qué?", preguntó Ahmed.
"¡Oh, nada que no sepas ya!", sollozó, "Sabes muy bien que yo robé el rubí. Lo hice para castigar a mi marido, ¡él me trata con tanta crueldad!. Pero tu, el mejor de los hombres, para quien no existe ningún secreto, ordéname y haré lo que me pidas con tal que este secreto nunca salga a la luz".
Ahmed pensó deprisa, luego dijo: "Sé todo lo que has hecho y para salvarte te pido que hagas esto: coloca el rubí en seguida bajo la almohada de tu marido y olvídate de todo".
La mujer del joyero volvió a casa e hizo lo que le habían ordenado. Al cabo de una hora Ahmed la siguió y le dijo al joyero que ya había hecho sus cálculos y que por mediación del sol, la luna y las estrellas, el rubí estaba en ese momento bajo su almohada.
El joyero salió corriendo de la habitación como un ciervo perseguido y volvió a los pocos minutos sintiéndose el más feliz de los hombres. Abrazó a Ahmed como a un hermano y puso ante sus pies una bolsa con doscientas piezas de oro.

3 La dama y las joyas

Con las alabanzas del joyero resonando en sus oídos, Ahmed volvió a su casa agradecido por poder satisfacer la codicia de su esposa. Creyó que no tendría que trabajar más, pero sus ilusiones se vinieron abajo al oír a su mujer: "Esta es solamente tu primera aventura en el nuevo camino de tu vida. Una vez que se conozca tu nombre, ¡serás llamado a la Corte!".
Ahmed protestó. No deseaba continuar su carrera de adivinador del futuro, era un trabajo arriesgado. Cómo podía esperar volver a tener otra vez la misma suerte, preguntó. Pero su mujer rompió a llorar y de nuevo le amenazó con le divorcio. Ahmed accedió a salir al día siguiente al lugar del mercado para anunciarse una vez más.
Como la vez anterior gritaba en voz alta: "¡Soy astrólogo. Puedo ver lo que sucederá por el poder que me ha sido conferido por el sol, la luna y las estrellas!".
La multitud se reunió de nuevo a su alrededor. Una dama cubierta con un velo pasaba mientras Ahmed estaba hablando. Se detuvo con su sirvienta y oyó hablar del éxito que había tenido el día anterior al encontrar el rubí del Rey y otras mil historias que nunca habían sucedido.
La dama, que era alta e iba vestida con finas sedas, se abrió camino y dijo: "Pongo ante ti este enigma: ¿dónde están el collar y los pendientes que perdí ayer?. No me atrevo a decírselo a mi marido que es un hombre muy celoso y puede pensar que se los he dado a algún amante. ¡Dime astrólogo, dónde están o me veré deshonrada!. Si me das la respuesta correcta, que no debe de ser difícil para ti, te daré en seguida cincuenta piezas de oro".
El infeliz zapatero quedó sin habla durante un momento al ver a una dama tan importante ante él, tirando de su brazo y se cubrió los ojos con la mano. Volvió a mirarla preguntándose qué diría. Entonces se dio cuenta de que se la veía parte del rostro, lo cual era de lo más inadecuado para una dama de su posición y que el velo estaba rasgado, seguramente había ocurrido cuando avanzó por entre la gente.
El se inclinó hacia delante y dijo en voz baja: "Señora, mirad la abertura, mirad la abertura". El se refería a la rasgadura de su velo, pero a ella sus palabras le trajeron inmediatamente algo a la memoria: "Permaneced aquí, ¡oh, el más grande de los astrólogos!", y volvió a su casa que no estaba muy lejos. Allí en una abertura que había en el cuarto de baño descubrió su collar y sus pendientes en el mismo lugar en el que ella misma los había escondido a los ojos de los codiciosos.
En seguida volvió llevando otro velo y una bolsa con cincuenta piezas de oro para Ahmed. La multitud se apretujó alrededor de él, maravillada de este nuevo ejemplo de la lucidez del zapatero astrólogo.
La mujer de Ahmed, sin embargo, no podía aún rivalizar con la esposa del astrólogo de la Corte y continuó exigiendo a su marido que siguiese buscando fama y fortuna.

4 El tesoro del rey (1ª Parte: Exposición)

Por aquel entonces fue robado el tesoro del Rey que consistía en cuarenta cofres de oro y joyas. Los oficiales del estado y el jefe de la policía intentaron encontrar a los ladrones, pero sin resultado. Finalmente fueron enviados a Ahmed dos sirvientes para preguntarle si podría resolver el caso de los cofres desaparecidos.
El astrólogo del Rey, mientras tanto, iba haciendo circular mentiras sobre Ahmed a sus espaldas y se supo que decía que le concedía a Ahmed cuarenta días para encontrar a los ladrones, luego profetizó que Ahmed sería ahorcado al no poder descubrirlos.
Ahmed fue llamado a presencia del Rey e hizo una profunda reverencia ante el soberano.
"¿Quién es el ladrón según las estrellas", preguntó el Rey.
"Es aún difícil de decir, mis cálculos llevan algo de tiempo", dijo Ahmed entrecortadamente, "Pero, por ahora, diré esto: no fue un ladrón solo el que cometió este horrible robo del tesoro de su majestad, sino cuarenta".
"Muy bien", dijo el Rey, "¿dónde están y qué han hecho con mi oro y con mis joyas?".
"No lo puedo decir antes de cuarenta días", contestó Ahmed, "Si su majestad me concede ese tiempo para consultar a las estrellas. Cada noche hay una conjunción distinta de los astros que tengo que estudiar...".
"Te concedo cuarenta días pues", dijo el Rey, "Pero cuando hayan pasado, si no tienes la respuesta, pagarás con tu vida".
El astrólogo de la Corte parecía feliz y sonrió de satisfacción tras de su barba y su mirada le hizo sentirse al pobre Ahmed muy inquieto. ¿Y si después de todo, el astrólogo de la corte tenía razón?.
Volvió a su casa y se lo contó a su esposa: "Querida, me temo que tu gran codicia ha significado el que yo ahora sólo tenga cuarenta días de vida. Gastémonos alegremente lo que hemos conseguido pues en ese tiempo seré ejecutado".
"Pero marido", contestó ella, "Tienes que descubrir a los ladrones en ese tiempo con el mismo método con el que encontraste el rubí del Rey y el collar y los pendientes de la mujer".
"Criatura estúpida", dijo él, "¿Es que no recuerdas que encontré la respuesta en ambos casos simplemente por voluntad de Dios?. Nunca podré poner en funcionamiento tal truco de nuevo ni aunque viviera cien años. No, creo que lo mejor para mí será meter cada noche un dátil en un recipiente y cuando haya cuarenta dentro sabré que es la noche del cuadragésimo día y el fin de mi vida. Sabes muy bien que no tengo la habilidad de calcular y nunca lo sabré si no lo hago así".
"Ten valor", dijo ella, "Eres un desdichado cobarde y avaro. ¡Piensa algo aunque sea mientras pones los dátiles en el recipiente para que yo pueda alguna vez vestirme como la mujer del astrólogo de la Corte y verme en el rango social al que por mi belleza tengo derecho!".
No le dijo ni una palabra amable, no pensó por un momento en el torbellino que había en su corazón. Ella sólo pensaba en sí misma y en su victoria personal sobre la esposa del astrólogo de la Corte.

5 El tesoro del rey (2ª Parte: Los Ladrones)

Mientras tanto, los cuarenta ladrones, a pocas millas de la ciudad, habían recibido información exacta respecto a las medidas tomadas para descubrirlos. Sus espías les habían contado que el Rey había enviado a buscar a Ahmed y al saber que el astrólogo había dicho el número exacto de ladrones que eran, temieron por sus vidas.
Pero el jefe de la banda dijo: "Vayamos esta noche cuando oscurezca y escuchemos desde fuera de la casa pues bien podría ser una inspiración casual y nos estamos preocupando por nada".
Todos aprobaban el plan, así pues, cuando se hizo la noche uno de los ladrones escuchando desde la terraza justo después de que el zapatero rezase su oración de la noche, le oyó decir: "¡Ah, aquí está el primero de los cuarenta!". Su mujer le acababa de dar el primero de los dátiles.
El ladrón, al oír estas palabras, volvió corriendo a donde estaba el resto de la banda y les contó que de algún modo, a través del muro y de la ventana, Ahmed había percibido su presencia sin verla y había dicho: "¡Ah, aquí está el primero de los cuarenta!".
Los demás no creyeron la historia del espía y a la noche siguiente fueron enviados dos miembros de la banda a escuchar, completamente ocultos por la oscuridad que reinaba fuera de la casa. Para su desconcierto, ambos oyeron que Ahmed decía claramente: "Mi querida esposa, esta noche son dos de ellos". Ahmed, al haber terminado su oración de la noche, había tomado el segundo dátil que le daba su esposa.
Los sorprendidos ladrones corrieron en medio de la noche y contaron a sus compañeros lo que habían oído.
A la noche siguiente fueron enviados tres hombres y a la siguiente cuatro y así, continuaron durante todas las noches en que Ahmed ponía el dátil en el recipiente. La última noche fueron todos y Ahmed gritó en voz alta: "¡Ah, el número está completo, esta noche están aquí los cuarenta!".
Todas las dudas se disiparon, era imposible que pudiesen haber sido vistos, ocultos por la oscuridad como habían venido, mezclados con los transeúntes y la gente de la ciudad. Ahmed nunca había mirado por la ventana, incluso aunque lo hubiera hecho, no habría podido verles, pues estaban bien escondidos en las sombras.
"Sobornemos al zapatero astrólogo", dijo el jefe de los ladrones, "Le ofreceremos todo lo que pida del botín y así evitaremos que le hable de nosotros al jefe de la policía mañana", susurró a los otros.
Llamaron a la puerta de la casa de Ahmed, era casi de día. Creyendo que eran los soldados que venían a llevárselo para la ejecución, Ahmed fue a la puerta con buen ánimo. El y su esposa habían gastado la mitad del dinero en vivir bien y se sentía bastante preparado para partir. Ni siquiera se sentía apenado de dejar a su mujer. Ella, por su parte, estaba contenta, aunque lo ocultaba, de tener aún bastante dinero para gastarlo solamente en sí misma.
"¡Ya se a qué habéis venido!", gritó Ahmed al mismo tiempo que el gallo cantaba y salía el sol, "Tened paciencia, ahora salgo a vuestro encuentro, pero ¡qué maldad estáis a punto de hacer!", y avanzó valientemente.
"Hombre extraordinario", gritó el jefe de los ladrones, "Estamos convencidos de que sabes a qué hemos venido, pero ¿permitirías que te tentásemos con dos mil piezas de oro y que te rogásemos que no dijeses nada del asunto?".
"¿No decir nada?, ¿creéis honestamente que es posible que yo sufra tal injusticia y equivocación sin darlo a conocer al mundo entero?", dijo Ahmed.
"¡Ten piedad de nosotros!", exclamaron los ladrones y la mayoría de ellos se arrojó a sus pies, "¡Salva nuestras vidas y devolveremos el tesoro que robamos!".
El zapatero no estaba muy seguro de si soñaba o estaba despierto pero, al darse cuenta de que eran los cuarenta ladrones, adoptó un tono solemne y dijo: "¡Hombres malvados!, no podéis escapar a mi sabiduría que alcanza al sol y a la luna y conoce cada una de las estrellas del cielo. Vuestro arrepentimiento os ha salvado. Si restituís los cuarenta cofres haré todo lo que esté en mi mano para interceder por vosotros ante el Rey. Ahora id, coged el tesoro y colocadlo en una fosa de un pie de profundidad que deberéis cavar bajo el muro del viejo Hammam, el baño público. Si lo hacéis antes de que la gente de la ciudad de Isfahan esté de nuevo en pie vuestras vidas estarán a salvo si no, ¡seréis ahorcados!, ¡id, o la destrucción caerá sobre vosotros y vuestras familias!".
Los ladrones salieron corriendo, tropezando unos contra otros, cayéndose y volviéndose a levantar.

6 El tesoro del rey (3ª Parte: Desenlace)

¿Resultaría?, Ahmed sabía que tenía poco tiempo para descubrirlo. Era una posibilidad remota, pero estaba en grave peligro.
Pero Dios es justo. A Ahmed y a su esposa les esperaba la recompensa adecuada a sus méritos.
A mediodía Ahmed se presentó contento ante el Rey, quien dijo: "Tu aspecto es prometedor, ¿tienes buenas noticias?".
"Majestad", dijo Ahmed, "Las estrellas sólo garantizan una alternativa, o los cuarenta ladrones o los cuarenta cofres con el tesoro, ¿quiere su majestad elegir?".
"Sentiré mucho no poder castigar a los ladrones", dijo el Rey, "Pero si tiene que ser así, elijo el tesoro".
"¿Y darás a los ladrones tu perdón, ¡oh, Rey!?".
"Si", dijo el monarca, "Se lo daré si encuentro mi tesoro intacto".
"Entonces seguidme", dijo Ahmed y partió hacia los baños.
El Rey y todos los cortesanos siguieron a Ahmed, quien la mayor parte del tiempo iba con los ojos levantados hacia el cielo, susurrando cosas en su respiración y describiendo círculos en el aire.
Cuando terminó su oración apuntó hacia el muro orientado al sur y pidió que su majestad mandase cavar a los esclavos mientras aseguraba que el tesoro se encontraría intacto. En el fondo de su corazón esperaba que fuera verdad.
Al poco tiempo aparecieron los cuarenta cofres con los sellos reales intactos.
La alegría del Rey no tuvo límites, abrazó a Ahmed como un padre e inmediatamente le nombró Primer Astrólogo de la Corte: "Declaro que te casarás con mi única hija", proclamó regocijado, "Puesto que has restituido las riquezas de mi reino y ante tal hecho, ascenderte de rango es un deber para mí".
La hermosa princesa que era tan bonita como la luna en su décimo cuarta noche, estuvo de acuerdo con la elección de su padre, pues había visto a Ahmed de lejos y le había amado en secreto desde la primera vez que lo vio.

7 Final

La rueda de la fortuna había dado una vuelta completa. Al amanecer, Ahmed estaba conversando con los ladrones, negociando con ellos y, para el crepúsculo, era el señor de un rico palacio y el esposo de una mujer joven, bonita y de alto rango, que lo adoraba.
Pero esto no hizo cambiar su carácter y fue tan feliz siendo príncipe, como la había sido siendo un pobre zapatero.
Su anterior esposa, por la que había dejado de preocuparse, desapareció de su vida y obtuvo el castigo al que la condenó su insensata vanidad y su falta de sentimientos.
De este modo El Gran Diseñador, teje el tapiz de nuestra vida.

999. Anonimo

El tengu azul y el tengu rojo

Hace mucho, mucho tiempo, vivían un Tengu azul y un Tengu rojo en una montaña muy alta.
Los dos eran íntimos amigos.
Les gustaba observar a las personas desde lo alto.
Un día el Tengu rojo preguntó: "¿Cuánto tiempo hace que vivimos aquí?"
El Tengu azul contestó:"Desde hace quinientos años."
El Tengu rojo dijo: "Los hombres han cambiado mucho en todo este tiempo. Pero nosotros no hemos cambiado nada."
El Tengu azul dijo: "Frecuentemente ellos andan riñiendo construyen ciudades y tan pronto empiezan a pelear destruyen todo y otra vez se repite lo mismo."
El Tengu rojo dijo: "¡Entiendo! ¡Tenemos que reñir! Nunca hemos reñido durante quinientos años por eso no hemos cambiado nada."
El Tengu azul dijo: "Somos íntimos amigos, por eso no es necesario."
El Tengu rojo dijo: "¡Sí! ¡Nunca hemos reñido por eso no hemos progresado! ¡De momento dejemos de jugar! ¿Sí?"
El Tengu azul contestó: "Está bien"
Y empesaron a reñir.
Un día el Tengu azul estaba obsevando a unos hombres.
El dijo "Estoy aburrido de estar solo. ¡Oh! ¿Qué es aquello? ¡Son muy bonitos! ¡Voy a alargar la nariz un poco más!"
Su nariz se alargó hasta un castillo porque quería tocar unas prendas muy bellas que veiía en su interior.
En ese momento una criada estaba colgando un hermoso "kimono" [2] de una princesa. Ella no se percató y lo colgó en su nariz.
El se sorprendió porque su nariz llegó a pesar mucho. Acortó su nariz precipitadamente y conseguió muchas ropas bonitas.
En ese momento vino el Tengu rojo y dijo: "¿Por qué tienes muchas ropas bonitas?"
El Tengu azul contestó: "Alargué la nariz hasta un castillo y pegaron prendas en ella. Te doy la mitad."
El Tengu rojo dijo: "¡No quiero!" y se marchó a otro sitio.
El Tengu rojo estaba muy envidioso. Pensó: "Yo también quiero ropas bonitas. ¡Voy a alargar la nariz hasta un castillo!"
Y su nariz se alargó hasta uno. ¡Pero en éste se entrenaban artes marciales! Ellos al ver su nariz se arrojaron sobre ella con la espada en la mano.
El Tengu rojo se sorprendió porque le dolió mucho. Acortó su nariz precipitadamente.
En ese momento el Tengu azul vino y dijo: "¡¿Qué te pasa?!"
El Tengu rojo le contó llorando lo pasado.
El Tengu azul le dijo: "Está bien. Te doy la mitad de estas ropas bonitas. Por eso ya no llores."
Los dos se reconciliaron y vivieron en armonía para siempre.
¡Y colorín colorado este cuento se ha acabado!

999. Anonimo




[1] "Tengu" : duende que tiene la nariz larga.
[2] "kimono": prenda de vestir japonesa.

El soldado y la maga cuenta cuentos

¡Que bien que se está aquí! ¿verdad?, dijo la Maga Cuenta Cuentos tendida en una verde colina.
Shiiiii, se está genial..., dijo en un suspiro de plenitud, estirándose todo y con una gran sonrisa.
¿Sabes qué? -le preguntó la Maga.
-Podríamos contar un cuento ahora mismo...
Si, si, si... -la interrumpió el Soldado.
-Podríamos contar mis batallas con los caracóles del mar, o mis guerras con los mosquitos del Sáhara, o mis carreras con los canguros de Australia...
Pero -empezó a decir la Maga Cuenta-Cuentos.
-A mi no me gustan las guerras, mis cuentos son fantásticos..
¿Y... si de todas formas lo intentamos? -le preguntó amorosamente para convencerla.
-Bueno yo empiezo, mira:
Una noche, en el desierto del Sáhara hacía un calor de mil escarabajos, había un pequeño Soldado durmiento bajo una palmera. Se despertó porque escuchaba que desde lo lejos venía volando un mosquito. El Soldado se levantó rápidamente, desenvainó su espada y..., empezaba a contar el Soldado, cuando la Maga Cuenta-Cuentos se sienta para continuar el cuento:
Lo que el Soldado escuchaba no era solamente el mosquito. También venía volando una alfombra, con una señora encima, tocada de un gran sombrero lleno de estrellas, que en la oscuridad brillaban como si fueran las del cielo. No era ni más ni menos que La Maga Cuenta-Cuentos. Al llegar a la palmera ve un gerrero con su espada desenvainada, y le dice:
Hola guerrero, no querrás matarme a mi, ¿verdad?
¡¡¡OH!!!, una Maga en su alfombra voladora... -dijo sorprendido el Soldado bajando embobado su espada. Señora Maga... ¿cómo habría yo de matar a tan noble ser?
Menos mal -contestó la Maga apeándose de su alfombra.
-¡Qué calor hace esta noche aquí! Si me disculpas voy a quitarme el sombrero un momento...
Yo que usted no lo haría Señora Maga... -dijo casi en secreto el Soldado.
-Justamente antes que usted llegara, venía un mosquito sahariano, a todo volar y son bastante peligrosos, yo estoy aquí para ganarles la guerra.
Mira, no hay nada que temer. Yo tengo un tul blanco muy especial, que me lo regaló una nube del Polo Sur y que nos protegerá de cualquier mosquito. Observa: saco de dentro de mi sombrero un precioso tul blanco. Lo estiro en el aire y dejo que caiga sobre nuestras cabezas.
Yo por las dudas tendré mi espada lista por cualquier cosa, dijo el valiente Soldado.
Te digo que no hace falta -le contesta con paciencia la Maga. Soldado, tienes que creerme, mira, ahí llega, ¡hasta se ha quedado enganchado en el tul!
Vaya, es la primera vez que un mosquito pierde una batalla tan fácil-mente, o una guerra, ¿Está muerto?, le preguntó el Soldado.
No, está soñando que hace la mejor picadura de su vida, satisfecho y feliz se marchará. Pero el tul le regala una gran porción de alimento de mosquito, así que nunca más picará a nadie, explicaba la Maga.
Cuando el mosquito se marchó, el tul se guardó solo, como aspirado, en el sombrero.
Ahora que no hay más mosquito, ¿quieres viajar en la alfombra mágica?
Me encantará, le contestó el Soldado con grandes ojos.
¿A dónde quieres ir?, le preguntó la Maga Cuenta Cuentos.
Si vamos a Australia, le puedo mostrar algo que se va a divertir mucho, le decía el Soldado.
Está bien, pero no me tienes que decir más USTED, de tu o Maga me gusta más, ¿si?
De acuerdo Maga.
Bueno, mira a tu derecha, ahí tienes un cinturón de seguridad, tienes que ponértelo -empezó a darle instrucciones, y delante tuyo tienes las gafas espaciales, póntelas también. Ahora cerraré la burbuja transparente porque vamos a ir a gran velocidad, no tienes miedo ni vértigo, ¿verdad? Si quieres puedo ir muy despacio.
Nooo, yo nunca tengo miedo, dijo el Soldado valiente.
Salieron rápido volando cerca de las estrellas. La Maga saludaba por el camino a algunas estrellas amigas que conocía, y el Soldado no dejaba de mirar todo a su alrededor. Cuando se hizo de día, abajo de ellos había una isla muy grande llamada Australia. El Soldado señaló sonrientemente hacia dónde quería ir. Aterrizaron suavemente en un campo lleno de canguros.
El Soldado se liberó del cinturon y las gafas, y saltó a tierra firme.
Ahora Maga, me toca a mi: Elige el canguro que más te guste.
La Maga entornó los ojos y señaló sonrientemente el canguro que más le gustaba. El Soldado se aproximó al canguro, le dijo un secreto en la oreja y junto con otro -que se parecía muchísimo al que señaló la Maga- se acercó a ella diciéndole:
Ahora Maga, vamos a hacer una carrera muy divertida, pero tu no tienes que hacer ninguna trampa utilizando tus poderes mágicos. La carrera conciste en llegar hasta la meta final, sin caerse. Si te caes, hay que lograr subir nuevamente al canguro y ¡ala... hasta la meta! ¿Qué te parece?
¡Qué divertido! Pero ¿de verdad no puedo usar ningun truquito?, preguntó a ver si cambiaba de idea.
No, no, me tienes que dar tu palabra de Maga que no lo harás.
Te doy mi palabra de Maga que no haré ninguna trampa, ni mágica ni no mágica.
Dicho esto, los dos tenían que acariciar a los canguros para que los conocieran, y también tenían que decirles sus nombres, salvo la Maga, que no debía delatarse como Maga, sólo podía decir M-ga.
El Soldado le propuso a la Maga que cuando su pañuelo cayera al suelo sería la partida. Así que cuando llegó a la tierra, los canguros emprendieron a saltos su carrera hasta el final. La Maga no tenía experiencia en esto, y tampoco podía usar sus artes mágicos de modo que se caía muchas veces. Afortunadamente sabía correr bastante bien, pero con todo lo que corrió, lo que se cayó, llegó mucho después que el otro corredor y bastante agotada también. El Soldado la consoló diciéndole que la primera vez que el lo había hecho también le pasó lo que a ella. Como la Maga quería aprender, estuvieron corriéndo muchas carreras hasta que finalmente lo logró.
Oye, Soldado que divertido, me gusta mucho saber cangurear, gracias a ti hoy lo sé.
El Soldado se sonrojó porque no esperaba un agradecimento de la Maga.
¿Has visto Maga que sí podemos contar cuentos?, le dijo el Soldado sentado al lado de la Maga.
Si, es muy divertido también, pero ahora me tengo que ir porque tengo una clase de carrera de canguros con obstáculos.
¡Uy Maga! ¿Tanto has aprendido ya?, ¿puedo yo tomar clases contigo?, le preguntaba el Soldado.
Es que las clases son en la Escuela de Magas, Soldado... allí solo pueden entrar bueno... ya sabes, Maguitas como yo... Pero cuando lo aprenda te enseño, ¿si?
Si, ¿me lo prometes?
¡Palabra de Maga!

999. Anonimo