Había una vez un joven
que iba siempre desarmado por el bosque, aunque su padre lo reprendiese a
menudo por su imprudencia.
-No tienes siquiera una
aguja -solía decirle el padre. Si alguien te ataca, ¿cómo harás para
defenderte?
Pero el joven se limitaba
a sonreír y no hacía ningún caso a la advertencia paterna.
Un día, sin embargo,
mientras se encontraba en el corazón del bosque, lo rodearon unos ladrones que
lo hicieron prisionero sin ninguna dificultad. Entonces el joven, recordando
las palabras de su padre, suspiró:
-Ah, si al menos hubiera
tenido una aguja, sin duda no me habríais hecho prisionero.
-Aquí tienes una aguja
-dijo riendo el jefe de la banda.
El joven cogió la aguja
de manos del ladrón y fingió observarla con mucha atención.
-Pero no tiene punta
-gritó.
-No es verdad -replicó el
ladrón, acercándose más para verla mejor.
El joven no perdió tiempo
y, muy ágil, pinchó al ladrón en la nariz. El ladrón soltó un chillido, dejó
caer su escopeta y se agarró la nariz con ambas manos. El joven cogió sin
vacilar la escopeta y, disparando varios tiros al aire, ahuyentó a los demás
ladrones.
De vuelta a casa, le dijo
a su padre:
-Llevabas razón, querido
padre. Hoy me capturó una banda de ladrones y una simple aguja me salvó la
vida.
Incluso una simple aguja
puede ser un arma poderosa en manos de un hombre valiente.
142. anonimo (sudan)
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