Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 26 de octubre de 2014

El gallo y la cucaracha .015

El gallo y la cucaracha vivían en la misma casa. El gallo trabajaba dura-mente, iba a la finca, traía comida, la cocinaba y la compartía con la cucaracha.
Ésta no hacía nada porque, según decía, se encontraba enferma. Pero, en realidad, cada vez que el gallo se iba a la finca sacaba una guitarra de debajo de la cama y empezaba a cantar:

He mentido al gallo:
le he dicho que estoy enferma
y enferma no estoy.

Algunas veces el gallo insistía en que le ayudara. Pero ella se negaba en redondo: su estado de salud no se lo permitía, pese a su buena disposición.
Hasta que un día el gallo, que no acaba de creerse tanta comedia, se quedó escondido junto a la ventana de la casa. Cuando oyó lo que cantaba la mala amiga se enfadó tanto que entró de repente en la casa y se la comió.
Y ahí terminó la amistad entre el gallo y la cucaracha.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

El gallo y el rey .022

Había un gallo muy trabajador: cosechaba trigo, comía lo necesario, vendía lo que le sobraba y ahorraba mucho. De manera que, cuando llegó una época de hambre, el rey del pueblo vecino le pidió un préstamo de cien francos.
El gallo se los dejó con orgullo; mas, al ver que no se los devolvía en el tiempo convenido, decidió ir a reclamárselos. Por el camino encontró a un perro salvaje que, al conocer su historia, quiso acompañarle; el gallo se lo tragó y lo llevó en la garganta. Más adelante también el río quiso conocer su historia y, después de oírla, se mostró interesado en ir con él; también se lo tragó y el río viajaba junto con el perro en la garganta del gallo.
Al llegar al palacio del rey éste tenía una visita muy importante, de manera que decidió que el gallo esperara en el corral. El ave, para poder descansar, vomitó al perro y éste se comió a todas las ovejas y cabritos que había por allí.
Los guardias contaron al rey lo sucedido; y éste ordenó que metieran al gallo en el gallinero. Allí volvió a sacar al perro para poder descansar mejor; y éste,continuó su carnicería.
El rey estaba desesperado y mandó llamarle: «Tengo una visita muy importante y no sólo no dejas que la atienda debidamente sino que arruinas mi corral y mi gallinero. Confisco, pues, tus cien francos, y ordeno que te metan en prisión». Entonces el gallo, furioso, sacó al río; éste arrasó el pueblo y la mayoría de sus habitantes perecieron ahogados.
El rey huyó despavorido y el galló se quedó a gobernar aquel pueblo.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

El escarabajo y la araña .017

Sucedió que un hombre se había casado con dos mujeres y las dos quedaron embarazadas: una de ellas dio a luz a un escarabajo y la otra parió una araña. El padre estaba orgulloso de sus hijos pero se quedó solo: las dos mujeres, al darse cuenta de que habían alumbrado a sendos animales, se marcharon.
El hombre no podía atenderles debidamente: se pasaba el día realizando sus quehaceres y por la noche se metía en la cama muy pronto. El único cuidado que tenía era comprobar que cada día se bañaran para que estuvieran bien limpios.
Un día se dio cuenta de que la araña no estaba tan limpia como el escarabajo y se le quejó. La araña protestó: «No sé cómo puede ser que el escarabajo esté tan limpio; pero debes considerar que me baño todos los días. Éste es mi color natural».
Y es que el escarabajo en lugar de bañarse se echaba aceite y se tumbaba al sol. Así quedaba tan brillante y reluciente que la araña, a su lado, parecía sucia. Pero no quería contarle el secreto a su hermana; y por más que ésta se lo pedía con insistencia, mantenía la boca cerrada.
Hasta que la araña terminó por cansarse de verse vituperada continuamente por su padre: le acechó y, al ver que hacía trampa, le mató y lo chupó.
El padre, al volver a casa, se dio cuenta de que el escarabajo ya no estaba. Y, al ver a la araña llena de sangre, comprendió lo que había pasado y la mató.
Éste es el origen de la enemistad entre la araña y el escarabajo.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

El chico y el pajaro .076

En una aldea vivían tan pocos habitantes que todo lo hacían conjunta-mente. Excepto un chico que actuaba siempre aparte de los demás: tenía su escopeta y con ella iba al bosque solo a cazar pajaritos.
Un día vio a un pájaro tan bonito que pensó en atraparlo vivo. Intentó cazarlo con la resina de los árboles; pero el pájaro no cayó en la trampa y se fue alejando más y más, perseguido por el muchacho, hasta llegar a un campo lleno de flores.
Entonces el pájaro desapareció entre las flores y en su lugar apareció una bella muchacha que le dijo: «Lo que has visto no era en realidad un pájaro, sino mi espíritu. He tenido que vivir durante mucho tiempo en este campo y busco a alguien que quiera compartir mi soledad. Si accedes a casarte conmigo tendrás el poder de convocar a todos los pájaros del bosque. Con una sola condición: que jamás mates a uno de ellos».
El muchacho aceptó la propuesta de la chica y le comentó que quería regresar al pueblo para contarlo todo a sus padres. A partir de entonces ya no salió más al bosque solo, sino que lo hacía en compañía de los demás para no tener que cumplir su palabra. Y la hermosa joven, al comprobar que la había engañado, murió de tristeza y de añoranza.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

El chico sin nombre .098

Un matrimonio que no tenía hijos vio recompensada su vejez con el nacimiento de un hermoso niño. Tan hermoso que su padre pensó que también debía ponerle el nombre más bonito; y, como no lo encontraba, de momento no le puso ninguno y todo el pueblo conocía al chaval como «Nadie».
El rey quería casar a su hija; y prometió que concedería su mano a aquél que fuera capaz de montar a su caballo más salvaje. Así es que al domingo siguiente se preparó todo frente al palacio real; todos los chicos probaron suerte pero el único que fue capaz de montarlo fue «Nadie», que era muy diestro en estos menesteres.
Los guardias del rey anunciaron en voz alta: «"Nadie" ha ganado la prueba». Y desde dentro del palacio el rey, que había entendido mal esta frase, proclamó: «Pues no concedo a nadie la mano de mi hija».
«Nadie» pudo haber sido el príncipe de aquel pueblo. Si no lo consiguió fue a causa de la terquedad de su padre, que no le había puesto ningún nombre.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

El chico que se caso con una princesa .079

El rey de una ciudad tenía una hija casadera. Cada vez que se acercaba un pretendiente, mandaba encender una gran hoguera; el pretendiente debía soplar hasta apagarla y, si al cabo de diez intentos no lo conseguía, era ahorcado. De esta manera, lo único que consiguió fue que murieran todos los jóvenes de aquella ciudad.
En medio del bosque vivía un matrimonio con un hijo único. Un hombre de la ciudad se había metido en el bosque y le había contado que, bajo aquella extraña condición, podría casarse con la princesa y llegar a ser rey. Pero sus padres, prudentes, querían conservar a su único hijo; y no le permitieron ir a la ciudad a probar suerte con la hoguera.
Y sucedió que, a partir de aquel momento, el chico salió al bosque tres veces; y cada vez regresaba a casa con una hoja que, sin saber cómo, se le metía en el bolsillo. De manera que guardó aquellas tres hojas misteriosas y obtuvo el permiso paterno para ir paseando hasta la ciudad.
Al llegar allí, toda la gente se le quedaba mirando: ya no quedaban jóvenes; en cambio él era guapo y apuesto. Regresó al bosque y, al cabo de unos días, pidió permiso de nuevo. En la ciudad hizo amistad con un hombre, al que invitó a su casa. Sus padres le atendieron debidamente, pero no dejaron que su hijo regresara a la ciudad con él.
El rey, mientras tanto, ya estaba advertido de la presencia en la ciudad de un joven apuesto. Y había ordenado a sus guardianes que le prendieran en cuanto volviera. Y así fue: cuando, al cabo de unos días, el chico se presentó de nuevo, los guardianes le llevaron a la presencia del rey. Éste le propuso la prueba de la hoguera: «Si consigues apagarla con tus soplidos antes de diez intentos, te casarás con mi hija. En caso contrario serás ahorcado como todos los demás».
El chico y la princesa, en el mismo momento en que se habían visto, se habían enamorado. Por eso la princesa le rogó que se sometiera a la prueba; pero el chico quiso consultarlo con sus padres y los guardianes acudieron al bosque a buscarlos: prendieron a la madre; y el padre, al observar que también se lo querían llevar, cogió aquellas tres hojas que su hijo había guardado y siguió a los guardianes hasta la presencia del rey de la ciudad. Y ante él proclamaron: «Estaremos de acuerdo en que nuestro hijo se someta a la prueba, si él así lo desea».
El chico se encontraba dispuesto, pero antes que nada quiso encontrarse a solas con su padre. Éste le entregó las tres hojas y el chico se las metió en la boca. Inmediatamente se dirigieron al lugar donde se preparaba la gran hoguera; y, una vez encendida, el joven empezó a soplar con todas sus fuerzas: una vez, dos tres... nueve veces... y la hoguera no se apagaba.
Entonces concentró todas sus fuerzas, se encomendó a Dios y sopló por décima vez: las hojas que tenía en la boca salieron despedidas contra las llamas; y el fuego, al instante, se consumió.
Tal como había prometido, el rey le concedió la mano de la bella princesa; además le dio la mitad de sus riquezas. Y los dos jóvenes regresaron al bosque, donde pudieron vivir con toda suerte de comodidades.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

El chico que queria ser rico .043

Una vez un chico oyó que los ancianos comentaban lo siguiente: «Si alguno de nuestros muchachos fuera una temporada a otro pueblo, volvería rico». Él quería serlo, así que decidió irse del pueblo a buscar fortuna. Después de pasarse muchos días andando, encontró un río. Se acercó a él para beber agua, y en el momento de agacharse alguien le llamó: volvió la cabeza y vio a una mujer muy vieja con los ojos llenos de legañas. Ella le dijo: «Yo soy la dueña de este río. No bebas su agua, porque no tendrás buen camino. Lo que debes hacer es limpiarme las legañas con tu lengua».
El muchacho quería ayudar a la vieja, pero aquellas legañas le causaban una gran repugnancia. Se ofreció a limpiárselas con un pañuelo limpio, pero ella rehusó. Entonces el joven montó en cólera; y pese a la insistencia y las advertencias de la vieja, bebió agua de aquel río y prosiguió su camino hasta llegar a un pueblo desconocido.
Encontró trabajo en casa de un mercader. Al cabo de un mes el hombre hizo inventario de su tienda y advirtió que le faltaban mercancías y dinero. Como allí sólo trabajaba el muchacho, le acusó delante del tribunal; y en lugar de pagarle su salario le metió en la cárcel. El pobre chico era inocente, pero sus proclamas no sirvieron de nada: dio con sus huesos en la prisión del pueblo y allí vivió miserablemente hasta que un día, aprovechando que le habían llevado a trabajar al bosque, se escapó y emprendió el camino de regreso a su pueblo natal. Mientras caminaba por el bosque volvió a encontrar a la vieja, que le dio una segunda oportunidad: «Pero sólo tendrás buen camino si me lames las legañas y no bebes el agua de este río». Esta vez el muchacho complació a la anciana sin rechistar: le lamió las legañas hasta que tuvo los ojos limpios y regresó al pueblo del mercader, que volvió a aceptarlo a su servicio. Siguiendo los consejos de la vieja, cada vez que el dueño salía de la tienda el chico cantaba tres veces esta canción:

Fiole fiole
amandjingria mandjangra
fiole fiole1

Al cabo de un mes el mercader hizo inventario de la tienda; y, al encontrar que tenía mucho más de lo debido, se mostró agradecido con el muchacho: le pagó el salario de aquel mes y el de la otra vez, y le ofreció una buena recompensa.
El muchacho regresó al pueblo rico y todos celebraron su hazaña.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

1Fórmula mágica carente de significado.

El chico que cazaba murcielagos .070

Dos pobres ancianos tenían a un único hijo; éste era muy pequeño para salir a pescar o para ir a la finca, por lo que se dedicaba a cazar murciélagos: esperaba a que acudieran a alimentarse a los bananos y, lanzándoles piedras, conseguía cada día un par de ellos. Éste era el único sustento de la familia.
Una noche el muchacho soñó que un anciano se acercaba a él para ayudarle: de ahora en adelante podría cazar los murciélagos con más facilidad, cantando esta canción:

Sia sia ton mene kete1.

Al día siguiente esperó a los murciélagos bajo los bananos. Y, cuando éstos aparecieron, empezó a cazarlos con facilidad. Aquella noche apareció en la casa con un saco lleno de ellos. Y desde entonces cada noche llenaba un saco de murciélagos. Hasta que el anciano volvió a aparecer en sus sueños y le dijo: «Te enseñé esa fórmula mágica para ayudarte y no para que abusaras de ella. Debes cazar solamente los murciélagos que necesitas para comer. Si no actúas así te castigaré».
Esta vez el muchacho no le hizo el menor caso y el viejo cumplió su palabra: desde aquel momento ya no pudo cazar a ningún murciélago. Y el número de éstos aumentaba y aumentaba, hasta que hubieron dado cuenta de todos los bananos. Se quedaron sin murciélagos y sin bananas; y se murieron de hambre por culpa de la falta de moderación de aquel chico.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

1 Fórmula mágica sin significado.

El culo rojo del macaco .010

En la selva ecuatorial hay muchas clases de animales: tranquilos, rabiosos, fuertes... Hubo un tiempo en que todos vivían juntos en un cerco en forma de campamento, bajo la jefatura del leopardo, con una única condición: que aquél que faltara a la ley o que faltara a otro animal sería muerto y devorado por los demás. La tortuga era la encargada de la intendencia; y, a causa de su misión, solía ser la última en acostarse.
Sucedió que una mañana los animales se despertaron con los cuerpos llenos de heces. Se disgustaron mucho, y la mayoría acusaba a la tortuga de ser la culpable de tal desmán. Ella lo negaba rotundamente; y, al cabo, prometió solemnemente que atraparía al responsable de aquel desaguisado, para poder darle su merecido.
Por la noche, antes de acostarse, colocó una cuchilla de afeitar erguida sobre su caparazón: comprendía que, quienquiera que fuese el animal que quisiera defecar sobre los demás, sentiría tentaciones de limpiarse el trasero en su brillante concha; y entonces se llevaría su castigo.
Y así fue como ocurrió: entrada la noche, el macaco se levantó del lugar donde dormía y empezó a hacer sus necesidades encima de los demás animales. A la luz de la luna, vio la concha resplandeciente de la tortuga y se dirigió hacia ella para limpiarse; nada más situarse encima, sintió un profundo corte en las posaderas, por donde empezó a sangrar.
La herida del macaco no se curó. El animal murió desangrado, víctima de la astucia de la tortuga. Su falta fue descubierta y castigada: y por esta razón, desde entonces, todos los macacos tienen el culo rojizo.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

El consejo paterno .093

Cuentan los hombres de Vidjil1 que en el pueblo de Awal vivía un matrimonio muy viejo con un hijo llamado Saukus.
El viejo fue instruyendo a Saukus en el arte y los secretos de la pesca, que había de ser su quehacer y su sustento. Y, al llegar el momento en que ya estaba preparado, le aconsejó: «Cuando salgas, regresa siempre con lo primero que hayas pescado; que no se te ocurra nunca pescar por segunda vez».
El muchacho prometió que así lo haría. Y a la mañana siguiente salió solo por primera vez. Regresó por la tarde con un pescadito; y, siguiendo la costumbre annobonesa, aunque se trataba de un pescado muy pequeño fue muy alabado por todos.
A partir de entonces el chico salía a la pesca cada día. Y, siguiendo el consejo de su anciano padre, regresaba siempre con lo primero que había pescado.
Hasta que un día, lleno de curiosidad, intentó pescar por segunda vez. Capturó un pez mucho mayor que el primero; y, animado por aquel éxito, continuó pescando. A cada oportunidad pescaba piezas más y más grandes. Tenía el cayuco casi lleno de pescado, pero él continuaba trabajando sin reparar en que se le estaba agotando el cebo y debía regresar a casa.
Cuando por fin se le terminó, cortó un pedazo de uno de los pescados para utilizarlo como nuevo cebo. Ahora pescaba piezas cada vez más pequeñas, y él seguía cortando y cortando pedazos de las piezas que había pescado anteriormente. Hasta que, por fin, en el cayuco no había más que un montón de espinas.
Regresó a su casa cabizbajo, y tuvo que soportar con resignación la regañina de su padre por no haber seguido su consejo. Desde aquel día, cuando uno regresa con mala pesca se suele decir: «Ha tenido un día de pesca como Saukus de Awal».

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

1 Nombre de un campamento que se utiliza esporádicamente cuando se sale a pescar y hay que quedarse en el lugar durante algún tiempo.

El cocotero y la palmera .006

Cuando Dios hubo terminado su obra creadora, se le acercó el insidioso Luzbel y le propuso: «Podríamos comprobar quién es el más inteligente de los dos:. escóndete donde quieras, que yo te encontraré». Y Dios, para comprobar hasta dónde podían llegar la maldad y la astucia del ángel caído, aceptó el juego.
Primero se escondió debajo de la tierra; pero las profundidades y el fuego eran el medio habitual de Luzbel, que lo encontró muy pronto. Después se escondió en un cocotero; pero allí estaba la serpiente, amiga del diablo, que le contó a éste dónde se encontraba Dios.
Por fin se ocultó en una palmera que, cerrando sus ramas, le dio cobijo y escondite hasta que Luzbel se dio por vencido. Y Dios bendijo a la palmera, que desde entonces nos da el aceite de sus frutos y el espumoso tope de su tronco.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

El coco seco .069

Tres hermanos emprendieron camino a la casa del rey para pedir trabajo. El más pequeño era un coco seco que iba rodando hacia el palacio. El rey los aceptó a todos y les dio trabajo en su misma casa.
Las tres hijas del rey estaban en edad de casarse y los tres hermanos se habían enamorado de ellas. El mayor pidió al rey la mano de su primera hija, y el monarca respondió que debía chapear una gran finca en un solo día; el mayor no pudo realizar tanto trabajo y el rey le concedió una segunda oportunidad: debía chapear una gran finca en una sola noche; esta vez el pequeño coco le ayudó y, como el trabajo estuvo listo a tiempo, pudo casarse con la princesa.
Con el hermano mediano ocurrió lo mismo: pidió al rey que le concediera la mano de la segunda princesa y éste le ordenó que chapeara una gran finca en una sola noche; con la ayuda del coco, el hermano mediano pudo casarse con la princesa mediana.
Y le llegó el turno al más pequeño. El rey se enfureció al oír sus pretensiones: «¿Cómo puedo conceder la mano de mi hija pequeña, la que más quiero, a un coco? Pero te daré una oportunidad: tienes que chapear, plantar y recoger una gran finca en una sola noche». El rey estaba convencido de que aquel coco miserable no sería capaz de realizar tanto trabajo. Pero lo hizo y el monarca, pese a las protestas de la gente, tuvo que cumplir su palabra.
En el momento de la boda sucedió que el coco se convirtió en un apuesto príncipe: había sido encantado y ahora recuperaba su figura real. De manera que el rey y todo el pueblo se mostraron felices por esta circunstancia y la princesa no tuvo que casarse con un coco sino con un joven hermoso.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

El cazador valiente .055

En un lejano país vivía una mujer viuda con su hijo. Éste era un buen cazador y gracias a su esfuerzo en el bosque podían sobrevivir sin pasar hambre.
En cierta ocasión el joven cazador, apostado en el bosque, pudo encarar su escopeta a un enorme gato. Cuando éste se dio cuenta se dirigió a él y le habló de esta manera: «Aunque me veas en forma de gato, debes creer que en realidad soy una persona. Sucede que la mujer de Esganx, una bruja muy perversa, me ha transformado la apariencia. Siempre hace lo mismo con las personas que se acercan a su pueblo, para que Esganx pueda estar tranquilo sin que nadie se enfrente a él».
El muchacho era muy valiente. Por eso, en lugar de atemorizarse, pidió al gato que le condujera hasta aquel pueblo maldito. Al entrar allí se dio cuenta de que había un extraño silencio. No se oía ni siquiera el cacareo de una gallina. Por fin, oyó que alguien le llamaba: «¡Pst, pst!».
Nuestro joven cazador volvió la vista y vio a una vieja que le invitaba a entrar en su casa. Una vez sentado alrededor del fuego le contó que en aquel pueblo vivían Esganx y su mujer, la bruja, que cada día se comían a un par de personas.
El chico no se inmutó. Continuó en la casa de la vieja hasta el regreso del gigante. Y, luchando con él bravamente, le mató. Desde entonces es el rey de aquel pueblo.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

El cazador de pajaros .073

En el pueblo de San Pedro vivía una mujer viuda cuyo marido había muerto en la pesca. Por eso ella procuraba que su hijo no aprendiera a pescar, sino a cazar. Y efectivamente se convirtió en un gran cazador.
Cierto día se adentró en la espesura del bosque y vio a un pájaro tan bonito que quedó prendado de él: pensó que quería atraparlo, pero no para comérselo, como a las demás presas, sino para conservarlo vivo.
A la mañana siguiente volvió al bosque para buscarlo. Y al cabo de muchas horas lo sorprendió detrás de un riachuelo. Lo tenía a tiro de escopeta; pero en lugar de matarlo se quedó acechando para tener tiempo de pensar cómo lo atraparía.
Entonces vio que el pájaro se convertía en una hermosa muchacha que se metía en el agua para bañarse. El chico se acercó y la bella mujer le dijo: «Te doy las gracias por no haberme matado. ¿Quieres ser mi amigo?». Él aceptó encantado y le propuso que se casaran.
Así fue como aquel chico consiguió tener a la más hermosa de las mujeres.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

El cazador .054

Había un pueblo en el que vivía una mujer con su marido, que era cazador. Éste tenía tres perros muy feroces; pero no se los llevaba nunca a cazar, sino que los dejaba atados en casa.
También dejaba siempre una olla en el fuego, y decía a su mujer: «Esta olla me la regaló mi abuelo y siempre tiene que estar puesta al fuego. El agua siempre tiene que hervir. Si alguna vez observas que se transforma en sangre, significa que estoy en grave peligro: entonces debes soltar a los perros para que acudan en mi ayuda». La mujer prometía que cumpliría sus deseos y el hombre marchaba a la caza dejando a los perros atados.
Y sucedió que un día el agua de la olla empezó a transformarse en sangre. La mujer se apercibió de ello; pero en vez de soltar a los perros los ató con cadenas. La sangre empezaba a derramarse de la olla y los perros ladraban furiosos e intentaban soltarse con todas sus fuerzas.
Por fin uno de los perros consiguió romper la cadena. Y acudió raudo, siguiendo la pista de su amo, hasta la entrada de una cueva que estaba habitada por gigantes. Parece ser que allí el hombre había disparado a una de las ovejas que los gigantes cuidaban, y éstos le habían dado muerte. El perro, rabioso, se enfrentó a los gigantes y consiguió matarles.
La mujer, mientras tanto, se había dado cuenta de su error. Soltó a los otros perros y les fue siguiendo. Al llegar a la entrada de la cueva recogió el cadáver de su esposo para llevárselo a casa. Y en aquel momento aparecieron unos monstruos que eran vecinos de los gigantes.
Los monstruos, al ver a sus amigos muertos, creyeron que era la mujer la que los había matado. Se abalanzaron sobre ella y le dieron una muerte horrible.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

El cabezota, el gordo y el flaco .101

En un pueblo vivía un matrimonio con tres hijos: al mayor le llamaban «cabezota», porque tenía una cabeza muy grande; el mediano era «el gordo», y el pequeño «el flaco», porque tenía las piernas muy delgadas.
Un día, el padre les mandó a la finca a recoger naranjas. Hicieron el largo camino y, al llegar, el mayor trepó al naranjo y empezó a tirar las frutas, que el flaco iba colocando en una cesta. El gordo, como apenas podía moverse, se sentó junto al cesto y empezó a comer naranjas con tal apetito que, cuando el cabezota terminó de tirarlas todas, la cesta volvía a estar vacía.
Desolado, el hermano mayor buscó todavía entre las ramas; y encontró, escondidos entre el follaje, los dos últimos frutos. Así que advirtió a sus hermanos: «Éstas serán las únicas naranjas que podremos llevar a nuestro padre. Hay que cuidar de ellas y dejarlas en el cesto, sin que nadie las toque». El flaco, efectivamente, las recogió y las colocó en el lugar corres-pondiente; pero el gordo, todavía hambriento, se las comió en un santiamén.
El hermano mayor no pudo contener su rabia y se dispuso a bajar del árbol para castigar al goloso. Pero se apresuró tanto que su gran cabeza quedó atrapada entre dos ramas y, al cabo de poco tiempo, pereció ahogado. El gordo, al verlo, se echó a reír; y lo hizo con tantas ganas que su gran estómago se fue hinchando hasta reventar. El pequeño flaco, al ver lo acontecido, quiso ir hasta el poblado para contarlo todo: echó a correr y, más adelante, tropezó en un hoyo de ñame y sus piernas delgadísimas se quebraron y quedó en el camino, herido, hasta que murió.
Los tres hermanos, pues, perecieron. Y su paseo hasta la finca resultó una tragedia.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

El arbol del demonio .007

Cuentan los más viejos de Annobón que una vez, no se sabe de dónde, el diablo apareció en un pueblo de la isla un día en que descargó una fuerte tormenta.
El demonio buscó refugio bajo una palmera, pero ésta tiene tan pocas hojas que aquel malvado seguía mojándose. Por lo que se fue a otro árbol, el pangola, que es muy frondoso y le guareció de la lluvia.
Por eso se dice que el diablo se enemistó con la palmera y bendijo al pangola. Y hoy, cuando alguien quiere hacerle brujería a otro, espera a que pase junto a un pangola.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

El agua de la vida .037

En un pueblo vivía una familia con tres hijos. La madre murió y el padre, enfermo de muerte, reunió a sus hijos y les dijo: «Dejaré la mayor parte de mi fortuna a aquel que consiga traerme el agua de la vida».
Los tres hermanos partieron juntos hasta llegar a un cruce de tres caminos. Allí decidieron separarse y acordaron que, a la vuelta, se esperarían para regresar juntos a la casa paterna. Así, el pequeño tomó el camino de la derecha y al cabo de un rato tropezó con un gigante que, al conocer sus deseos, le dijo: «Para encontrar el agua de la vida debes seguir por ese camino que está lleno de cadáveres: son personas que lo han intentado antes que tú y que yo me he encargado de matar, porque mi misión es impedir que alguien pueda encontrarla. Si quieres seguir vivo, pues, regresa por donde has venido».
El chico era prudente y no se enfrentó al gigante. Dio media vuelta y al cabo de poco encontró a una vieja que, tras pedirle algo de comida y al ver que el muchacho era generoso, le dio una hierba: debería encenderla al encontrar al gigante y éste moriría. En efecto, así sucedió; y el chico emprendió el camino del agua de la vida y caminó y caminó durante años enteros sin dar con ella.
Por fin volvió a encontrar a la anciana que, tras pedirle nuevamente algo de comida y comprobar su generosidad, dijo: «Ya estás muy cerca del lugar que buscas. Sigue un poco más y encontrarás un palacio. Entra en él y hallarás a una chica dormida. Debajo de su almohada se encuentra una botellita llena del agua de la vida. Como vas a necesitar ayuda, te doy este caballo flaco para que no tengas problemas».
La vieja desapareció y el muchacho montó en el caballo y prosiguió su aventura. Llegó al palacio y, al entrar en él y ver a la chica dormida, pensó que su hermosura era tan extraordinaria que le gustaría vivir con ella. Pero era consciente de su misión y, saliendo del palacio, montó en el caballo flaco para regresar a casa.
Había tardado tanto que sonó una de las campanas del palacio; la chica se despertó y, observando lo ocurrido, emprendió una veloz persecución en un caballo volador. Desde lo alto divisó al muchacho y, lanzándole su arma, le mató. Mas al acercarse vio que era muy bello: dijo unas palabras mágicas y él resucitó y pudo seguir su camino hasta llegar al cruce de caminos:
Allí encontró a sus hermanos y regresaron a la casa de su padre. Entonces el hermano pequeño sacó la botellita con el agua de la vida y el padre sanó y le entregó la mayor parte de su fortuna.
Los otros dos hermanos, envidiosos, querían matarle. La chica, que les había seguido a distancia sin que se hubieran dado cuenta, cogió al muchacho y, volando en su corcel, se lo llevó a su palacio del bosque. Desde entonces viven allí con toda suerte de felicidad.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

Dos chicos que se querian casar .075

Había dos chicos que habían crecido juntos en el mismo pueblo. Al llegar a cierta edad se enamoraron de dos muchachas de Awal; y, aunque ese pueblo estaba muy lejos, sus padres les dieron permiso para ir a buscarlas.
Al llegar a un cruce de caminos decidieron separarse: uno iría por la derecha y el otro por la izquierda, pasarían una semana en Awal y regresarían pero, de vuelta, el primero que llegara al cruce debería esperar al otro.
Así lo hicieron. El primero siguió por la derecha y, al cabo de un rato, encontró a un viejo que le dijo: «Cuando regreses de Awal no vuelvas la cabeza para nada». Mientras que el que tomó el camino de la izquierda llegó a Awal sin encontrar a nadie.
Estuvieron una semana en aquel pueblo: sus suegros les recibieron con toda clase de atenciones y permitieron a sus hijas que se casaran con ellos. Pasada aquella semana cada cual regresó con su novia por el mismo camino por el que había llegado.
De pronto, el que seguía el camino de la derecha oyó un feroz aullido: era un perro enorme. El muchacho protegió a su novia sin volver la cabeza; y cuando el perro estuvo a su altura cogió un cuchillo y lo degolló después de vencer una fuerte resistencia. Entonces salió del cadáver del perro la figura del anciano, que le dijo: «Has demostrado ser muy valiente. Debes casarte, porque has superado la prueba».
Llegó al cruce, donde esperó a su compañero. Ambos regresaron al pueblo con sus novias y, con la bendición de sus padres, se celebró la boda y fueron muy felices.

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050

Vocabulario .049

Abaco: Marco que sujeta alambres paralelos por los que corren bolas, que sirve para hacer cálculos aritméticos. Los chinos y los japoneses realizaban con el ábaco no sólo las operaciones sencillas, sino hasta extracciones de raíces.
Alevín: Cría del pez que se utiliza para repoblar ríos o estanques.
Bonzo: Monje budista.
Bonzorio: Monasterio budista. A la manera cristiana medieval, los monjes de esta religión viven en comunidad, dedicados a la meditación, el rezo y menesteres culturales. Son mayoritariamente mendicantes.
Carabao: Búfalo asiático. conocido en casi todas lás lenguas de la zona, por sus preferencias acuáticas, como «búfalo de agua». Dadas su corpulencia y mansedumbre es usado preferentemente en labores agrícolas. estando, por tanto. en no pocas manifestaciones culturales de la región.
Confucio: Sabio chino, filósofo y educador (ca. 551-479 a. C.), fundador del confucianismo, o conjunto de doctrinas ético-religiosas que él transmitió,
Dragón, ojos de: Fruta de cubierta coriácea y pulpa carnosa y dulce, muy parecida a los lichíes. Se diferencia de éstos por su menor tamaño y su forma redondeada que les hace parecerse, en efecto, a los ojos de un dragón. Maduran al principio del verano, coincidiendo con la época en la que, según las creencias chinas, los espíritus son puestos en libertad.
Efímera: Insecto de ciclo adulto tan corto que no llega a sobrepasar las veinticuatro horas. De ahí que haya pasado a significar lo perecedero, inconsciente y sustancial.
Eunuco: Oficial, generalmente castrado, que estaba encargado de la custodia de las habitaciones.
Fénix: Ave fabulosa que, según la antigua mitología griega, renacía de sus propias cenizas.
Hura: Agujero pequeño, madriguera.
Kung-fu: Técnica defensiva con profundas connotaciones morales. En realidad, se trata de una práctica ascética encaminada a conseguir el vaciamiento personal y la conversión de quien lo practica en transmisor perfecto de las fuerzas del cosmos. En este caso están concretadas -por la fortaleza de sus garras, cuellos, alas, extremidades y cintura- en los cinco animales que, con sus características anatómicas más llamativas, se mencionan en el cuento.
Lichíes: Fruta de pulpa carnosa y corteza coriácea. Parecida a una ciruela chiquita, posee un gran dulzor que la hace muy atractiva. Teniendo en cuenta la contraposición, en textura y color, entre la corteza y la pulpa, se la considera símbolo de las edades del hombre.
Majong: Juego similar al dominó en el que se combinan números con caracteres ideográficos. Son múltiples las estrategias que brinda, por lo que es considerado el juego más popular entre los chinos. Su adicción a él ha llevado a no pocas familias a la tragedia y a la ruina, por lo que suele ser tema recurrente en relatos e historias.
Mi-Kiang: Río de la provincia de Sz-Chuan (también llamado Min), famoso por la serena belleza de sus aguas y por las innumerables veces que ha sido cantado por los poetas. Posee abundantes meandros, aunque su número no coincide con las curvas que se le asignan en El dragón que volvió la cabeza. El número 70, más que una cantidad concreta, designa multiplicidad.
Mohísta: Perteneciente al mohísmo, una corriente de pensamiento que tiene su origen en Mo-Ti o Mocius. uno de los grandes filósofos del período de los estados guerreros. En contraste con la turbulencia característica de la época, los mohístas predicaron el amor universal y sin distinción entre los seres.
Nan-Kin: Los distintos avatares históricos llevaron a los chinos a establecer una capital en cada uno de los cuatro puntos cardinales. Así fueron surgiendo a lo largo de los siglos Pekín (Be¡-Ching = capital del norte), Nan-Kin (Non-Ching= capital del sur), Tokyo (Dung-Ching =capital del este) y Chang-An -o Luo-Yang, según las dinastías- (Si-Ching = capital del oeste).
Pagoda: Templo budista de India, China y Japón.
San-Shan: Literalmente, las tres montañas. Alude a la trinidad taoísta, sede de la sabiduría, el poder y el conocimiento.
Yang-Tse: Conocido también como YangHe o Chang-He (río largo); es el río de mayor longitud de toda China y uno de los más caudalosos del mundo. Por ello es objeto de continuas referencias literarias y filosóficas, y su nombre aparece con notable regularidad tanto en obras cultas como en las estricta-mente populares.

* En este vocabulario figuran las palabras que en el texto aparecen con asterisco.

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Un ladron autentico

Durante la dinastía Ching hubo un ministro que tenía fama de sabio. Todo el mundo le alababa, pero nadie sabía decir por qué.
-Ese hombre es tan tonto como nosotros -comentó un campesino con sus amigos. Sólo porque tiene poder, la gente piensa que es inteligente.
-Si es así, ¿por qué no le desenmascaras? A lo mejor el emperador te nombra ministro.
-Lo haré -respondió el campesino. De eso podéis estar seguros -y todos se echaron a reír, porque pensaban que entre los animales y los hombres que labran la tierra no hay mucha diferencia.
Sin embargo, el campesino poseía una inteligencia despierta y una valentía sin límites. En cuanto llegó a su casa se disfrazó de bonzo y se lanzó a los caminos.
-Una limosna -decía cada vez que se cruzaba con alguien. Nuestro monas-terio es rico, pero quienes lo habitamos somos pobres.
Raramente se marchaba con las manos vacías. Su interpretación era, de hecho, tan perfecta que un día hasta su mismo padre le echó una moneda.
«iNo me ha reconocido! -se dijo. alborozado, el campesino. Creo que estoy ya preparado. ¿Para qué perder más tiempo?»
Entonces se dirigió al embarcadero. Lo usaban sólo los comerciantes para atravesar con sus riquezas el río. Siempre estaba protegido por soldados y no permitían que nadie se acercara a él.
-No puedes entrar -dijeron al verle. Por aquí pasa tanto dinero que, si no andamos con cuidado, más de un ladrón haría su agosto.
El campesino hizo como si no hubiera oído y siguió adelante.
-Bah, déjale -dijo uno de los soldados. Es un pobre bonzo. ¿Qué mal puede hacer?
Sin embargo, a los comerciantes no les pareció bien que una persona así atravesara con ellos el río. No estaban equivocados. Apenas se despegó el barco de la orilla, el falso bonzo empezó a repartir entre ellos cuentas para recitar los cien nombres de Buda y dijo:
-Vosotros chupáis la sangre al pobre y engordáis con ella. Arrepentíos y quizá logréis romper el penoso ciclo de la reencarnación.
Algunos estaban tan asustados por la velocidad de la corriente que preguntaron:
-¿Qué podemos hacer? ¡Nosotros somos comerciantes! El falso bonzo respondió:
-Repetid los cien nombres de Buda.
Los comerciantes así lo hicieron, pero el bonzo no parecía satisfecho.
-¿Es que no notáis la presencia de la muerte? -gritaba sin cesar. ¡Repetid con más fuerza los cien nombres del Inmutable!
Los comerciantes los recitaron con tanto empeño que se hipnotizaron unos a otros y cayeron en trance. Entonces el campesino les robó todo lo que llevaban y se marchó nadando hacia la otra orilla.
En cuanto se enteró de lo ocurrido, el ministro sabio no salía de su asombro.
-¿Que un bonzo ha desvalijado el barco de los comerciantes? -preguntaba, irritado.
-Sí -respondieron algunos de ellos. Ha sido un castigo divino. Nosotros mismos vimos cómo el bonzo volaba por los aires.
El pueblo se enteró de lo ocurrido y empezó a comentar:
-Nuestro ministro no es tan sabio como creíamos. Si un bonzo es capaz de robar y quedar impune, ¿qué no podrá hacer un bandido?
Aquella noche el campesino volvió a preguntar a sus amigos.
-¿Veis cómo tenía razón? Hasta las personas más ignorantes se han dado cuenta de que nuestro ministro es incapaz de capturar a un pobre bonzo.
-¿De qué te extrañas? -le respondieron. Ese hombre era un enviado de Buda. ¿Cómo se puede apresar a quien puede volar por los aires?
El campesino tuvo, pues, que volver a disfrazarse. Esta vez se vistió de mujer. Como era joven y tenía los ojos tristes, apenas se notaba que era un hombre. Además, poseía un perfume que emborrachaba los sentidos. Se lo había robado a uno de los comerciantes y cuantos lo olían volvían hechizados la cabeza.
-¡Qué mujer tan hermosa! -exclamaban los que la veían por la calle. ¿Cómo es posible que no la hayamos visto hasta ahora?
-Es hija de un comerciante en perlas -dijeron algunos. ¿No os dais cuenta de ese penetrante aroma a mar que la sigue?
De esta manera, media ciudad se enamoró del campesino. Todos luchaban por obtener sus favores. Hasta el ministro quiso tomarle por esposa.
-No puedo aceptar -dijo, ruborizado. Mi padre era, en verdad, un comer-ciante en perlas, que murió en mares lejanos. Un pescador me entregó el cofre de sus cenizas y no podré casarme hasta que no las entierre en el lugar que él eligió.
-zY por qué no lo haces? -preguntó el ministro, extrañado.
-Porque ese lugar -respondió la falsa joven- está en la otra orilla del embarcadero de los mercaderes y temo encontrarme con el ladrón.
Entonces el ministro hizo que todo el ejército protegiera a la doncella.
-Pagaréis con vuestras vidas, si le ocurre algo -advirtió el ministro a sus soldados.
Pero, en cuanto subió al barco, la falsa muchacha empezó a coquetear con todos los que viajaban en él. Hasta los marineros se pusieron celosos y comenzaron a pelear. Poco a poco todos fueron cayendo al agua. Entonces el campesino se hizo cargo de la embarcación y desapareció en cuanto llegó a la orilla opuesta.
-Irá a enterrar a su padre -se dijeron los soldados. No la molestemos.
Pero la doncella cargó con todo lo que llevaba el barco y nadie supo más de ella.
-¡Otra vez esee ladrón! -dijo, enfurecido, el ministro. Es un monstruo venido directamente del infierno. iY pensar que he estado a punto de casarme con él!
Entonces recordó el perfume especial que usaba y no paró hasta encontrarlo. Lo comerciaba un mercader que había sido víctima del campesino.
-Por atrapar a ese ladrón -dijo al ministro sabio, estoy dispuesto a regalarte todo lo que tengo.
-No será necesario -respondió su excelencia. Sólo quiero un poco de tu perfume.
Buscó después a la mujer más fea de todo el reino y la hizo pasear por cantinas y posadas. En cuanto los hombres olían el perfume, volvían en seguida la cabeza. Pero su desilusión era tan grande que exclamaban, furiosos:
-¿Qué broma de mal gusto es ésta? ¿Acaso no hay mujeres más hermosas en este reino?
Por fin, una noche entró en la cantina en la que se reunían el campesino y sus amigos. Atraídos por el perfume, todos volvieron la cabeza. Sólo él continuó charlando y ni siquiera levantó la vista. Entonces el ministro ordenó a sus soldados:
-iDetenedle! Ese hombre es el ladrón que tantos quebraderos de cabeza nos ha dado.
-iYo soy una persona honrada! -protestó el campesino. ¿Qué pruebas tenéis para decir eso?
-El olor de este perfume es tan irresistible -respondió el ministro- que cuantos lo huelen vuelven al punto la cabeza. Sólo tú no lo has hecho, porque estás acostumbrado a él -y se lo llevaron encadenado.
Todo el mundo alabó la sagacidad del ministro. Pero perdió su fama de sabio y su puesto. El emperador le destituyó, porque no es de fiar quien se duerme en sus laureles.

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Tia tigre

Todos los campesinos lo sabían: el tigre podía transformarse en una anciana. Se habían dado varios casos en las aldeas vecinas y más de un niño había terminado en su frío estómago. Por eso, nadie dejaba a sus hijos solos en casa. Pero, por desgracia, aquella mujer tuvo que ausentarse dos días porque su padre agonizaba en un lugar al otro lado de las montañas.
-No te preocupes por nosotros -la tranquilizó su hijita de siete años. Te prometo que no abriremos la puerta a nadie. Vete tranquila.
-Si mi padre muere, su espíritu vendrá a protegeros -dijo la mujer, y se marchó camino adelante.
La niña jugó todo el día con su hermanito de cinco años. A la caída de la tarde estaban tan cansados que no oyeron los golpes que alguien estaba dando a la puerta.
-¿Es que vais a tenerme aquí todo el día? -preguntó una voz de mujer.
Los niños se abrazaron, atemorizados. Tanto les había hablado su madre de tía tigre que creían verla en todos los sitios, ahora que empezaba a oscurecer.
-Vamos. ¿A qué tenéis miedo? -insistió la voz. ¿No os acordáis ya de vuestra tía?
-¿Tía? -la voz de la niña temblaba de miedo. Nosotros no tenemos ninguna tía. Jamás la hemos visto.
-¿Cómo que no? Yo soy la hermana de vuestra abuela, la viejecita que vive al otro lado de las montañas.
Los niños no quisieron creerla, pero tía tigre comenzó a meter por debajo de la puerta pequeñas tartas de arroz cubiertas de miel.
-Bueno. Si no queréis dejarme entrar -continuó tía tígre, comeos, por lo menos, las golosinas que os he traído. Son tantas que apenas puedo con esta bolsa y sería una pena tener que volvérmelas a llevar. Las hemos hecho entre vuestra abuela y yo.
-¡No, no te las lleves! -gritaron los niños a coro, y abrieron la puerta.
-Así me gusta: Que seáis prudentes -dijo tía tigre, cuando se hubo sentado en la mejor silla de la casa. No debéis fiaros de nadie. Dos niños solos son uha pieza muy apetecible para cierta clase de bestias -y los niños sonrieron seguros.
Tía tigre conocía muchos juegos e imitaba el sonido de todos los animales. Los niños se los hicieron repetir muchas veces, hasta que la bestia fingió tener sueño. La niña le dijo:
-No. Tú duerme en la cama de mamá. Es la más grande y cómoda y, además, conviene que hoy descanses bien.
Pero tía tigre se negó, diciendo que la oscuridad le daba miedo, y se echaron los tres en el mismo lecho: la niña a la izquierda, la fiera en el medio y el niño junto a la pared.
La luna se escondió tras una nube. Tía tigre sacó entonces un manojo de hierbas y anestesió con ellas al niño. Después le arrancó el dedo pulgar y comenzó a comérselo. Chupaba con tal fruición del hueso que terminó despertando a la niña.
-¿Qué estás comiendo, tía? -preguntó entre sueños. ¿No podrías darme a mí un poco? Yo también tengo hambre.
Tía tigre arrancó al niño el dedo meñique y se lo pasó a su hermanita. La niña se dio cuenta en seguida del juego de la bestia, pero no dijo nada. Comenzó a hacer ruido con la boca, como si también ella disfrutara de la carne fresca.
-¿No tienes miedo? -preguntó tía tigre, dándose cuenta de la equivocación que había cometido.
-¿Miedo? ¿A qué habría de tener yo miedo, tía? -respondió la niña e hizo como si se durmiera de nuevo.
A los pocos minutos intentó levantarse, pero tía tigre la retuvo con su zarpa.
-Quieres escaparte, ¿eh? Te encantaría despertar a todos los hombres de la aldea para que me mataran, pero no voy a dejártelo hacer.
-¿Qué dices? -la niña fingió extrañeza. Sólo quiero ir al retrete. Creo que no me han sentado bien las tortas con miel.
-Ningún cachorro humano es de fiar -apostrofó la bestia.
-¡Qué cosas más graciosas se te ocurren, tía! Venga. Déjame ir -después continuó: Si no me crees, mira, átame esta cuerda y así podrás controlar todos mis movimientos.
A tía tigre le pareció bien. Pero la niña, en vez de ir al retrete, salió al patio y ató la cuerda a un tilo. Después se metió en la cocina y empezó a hervir una enorme olla de aceite. Desde allí oyó preguntar a la bestia:
-¿Por qué tardas tanto? No estarás preparándome ninguna treta, ¿verdad? -la voz de tía tigre sonaba somnolienta, porque también a ella le estaban haciendo efecto las hierbas de la anestesia.
La niña subió al árbol la olla de aceite hirviendo y la escondió entre las ramas. El aire frío le cortaba el aliento, pero gritó con todas sus fuerzas:
-iTía, tía! ¿A que no sabes dónde estoy?
Tía tigre siguió la dirección que le marcaba la cuerda y llegó a los pies del tilo. Levantó la vista y vio a la niña escondida entre las ramas. Su furia era tan grande que inmediatamente comenzó a trepar por el tronco del árbol. La niña vertió entonces la olla, y el aceite le cayó a la fiera en plena cara. Tía tigre dio un alarido y huyó para siempre de la aldea. En su loca carrera iba gritando:
-¿Por qué me habré fiado de un cachorro de hombre? ¡Ninguno es de fiar..., ninguno es de fiar!
Cuando los aldeanos oyeron lo ocurrido, no querían creérselo.
-¿Que una niña ha derrotado a tía tigre? -preguntaban, escépticos. Es totalmente imposible. Estos niños han sufrido una pesadilla. Eso es todo. ¿Qué otra explicación puede darse?
Pero dejaron de dudar cuando la niña frotó la mano de su hermanito con la sangre del tigre y comenzaron a crecerle los dedos perdidos. Entonces parecieron entender el extraño lamento que traía desde muy lejos el viento:
-¡Ningún cachorro humano es de fiar...! ¡Ninguno ...! iFiaaar...!

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Mong-yang-ü

Mong-Yang-Ü era el único sabio de la aldea. Dominaba las enseñanzas de los grandes maestros, pero, como vivía solo, se convirtió en egoísta y avaro. Un día salió de paseo. Se sentó a la orilla de un río y vio pasar a un hombre que iba recitando de memoria a los clásicos.
-¿Cómo es posible? -se dijo Mong-Yang-Ü. Yo, perdido en esta aldea, sin poder hablar con nadie, y ahora descubro que aquí hay un alma gemela a la mía.
Pero el hombre le rehuyó.
¿Yo. recitar a los grandes maestros? -preguntó, extrañado. Debes estar soñando. Apenas si sé leer.
-No puedo creerlo -replicó Mong-Yang-Ü. Lo acabo de oír con mis propios oídos.
Sin embargo, el hombre lo negó con tal decisión que Mong-Yang-Ü no quiso parecer maleducado y dijo:
-Está bien. Eres inculto como un campesino. Pero dime al menos, cómo te llamas.
-Chen -respondió el desconocido y desapareció entre la floresta.
Mong-Yang-Ü no volvió a verle. Le buscó por todos los rincones de la aldea, pero sus esfuerzos resultaron inútiles. Por fin, una noche, cuando caminaba por un callejón, escuchó una música muy dulce. Mong-Yang-Ü, asombrado, se dijo:
«Es la misma que compuso el emperador Yao para pasear bajo las adelfas. ¡Esa música sólo puede tocarla el señor Chen!»
Llamó a la puerta, pero nadie le respondió. La música cesó y todas las ventanas de la casa se apagaron.
-No pierdas el tiempo -le dijo una vieja pastora que regresaba con sus ovejas. Esa casa está vacía. Lleva así varios años.
-Pero yo he oído música y he visto luces dentro de ella -replicó Mong-Yang-Ü.
A mí también me ocurre a veces -volvió a decir la pastora. Los que nos pasamos todo el día solos creemos encontrar almas gemelas en cada sombra.
Pero Mong-Yang-Ü estaba seguro de que el señor Chen existía. Se acurrucó en la puerta de la casa y no se movió de allí en dos días. Al tercero apareció el señor Chen.
-Entra -dijo. Me ha asombrado tu terquedad. Se nota que eres hombre de letras.
-Compréndelo -replicó Mong-Yang-Ü. Es muy difícil encontrar en estos lugares alguien con quien conversar.
-Yo sólo canto poemas del emperador Yao.
Entonces Mong-Yang-Ü recordó que los seguidores del virtuoso emperador poseían la llave de las riquezas. Ellos eran tan sabios que sólo la plata y el oro podían recompensar cada uno de sus actos. Por eso eran tan raros como un cisne rosado.
-Perdóname que no haya traído nada para festejarte -dijo Mong-Yang-Ü. No estaba seguro de que fueras a abrir la puerta.
-No te preocupes -respondió el señor Chen. Yo no bebo. El alcohol se me sube en seguida a la cabeza.
-Pero yo sí.
El señor Chen meditó durante unos segundos. Después se metió en un cuarto y sacó una botellita de jade rojo.
-Bebe -dijo con una sonrisa. Yo soy el que debe pedirte disculpas. Eres mi huésped y ni siquiera te he dado una toalla perfumada para que te refresques la cara.
-Si no bebes tú conmigo -respondió Mong-Yang-Ü, el vino me sabrá amargo.
El señor Chen celebró la esmerada educación de su nuevo amigo. Pero Mong-Yang-Ü sólo pensaba en el oro. Mientras bebía, se decía: «Tengo que descubrir cómo obtienen sus riquezas los seguidores del emperador Yao. Cuando esté borracho, el señor Chen me lo dirá.»
Pero el señor Chen bebía como un campesino y no parecía afectarle. Entonces Mong-Yang-Ü descubrió que sus vasos eran de distinto color. Los cambió y, en efecto, el señor Chen empezó a ponerse muy contento.
-Te diré un secreto, amigo mío -dijo, medio borracho: Esta botella es muy especial. Nunca se acaba. Cuanto más se bebe de ella, más llena parece.
-Es asombroso -contestó Mong-Yang-Ü. Pero eso puede hacerlo también un buen prestidigitador. Si, en verdad, eres un servidor del emperador Yao, tus poderes tienen que ser mayores.
-Así es -replicó el señor Chen. Poseo una piedra que puede transformarlo todo en oro.
-Eso es algo que no puedo creer -dijo Mong-Yang-Ü. Ofendido, el señor Chen abrió un armario y sacó una piedra negra. Era tan brillante que hacía tanto daño a los ojos como el sol.
-Esta piedra -explicó el señor Chen- es el reflejo de la belleza de nuestro corazón. De esta forma, no resulta tan increíble que pueda transformar en oro todo cuanto toque.
El señor Chen dijo unas palabras extrañas y tocó con ella la botella de jade. Al punto se convirtió en oro.
-¡Qué pena! -exclamó Mong-Yang-Ü. Has estropeado nuestro vino.
-¿Qué importa? Tenemos más. Voy a por otra botella.
El señor Chen estaba tan borracho que no pudo levantarse de la mesa y cayó dormido sobre ella. Mong-Yang-Ü cogió la piedra y se marchó a su casa.
«¡Con esto -iba diciéndose por el camino- seré el hombre más rico del mundo! Lo transformaré todo en oro y la gente me nombrará emperador.»
Pero al tocar una planta que había en la puerta de su casa fue su mano la que se convirtió en oro.
«¡Qué cosa más rara! ¿Estaré soñando? -se preguntó. Lo más seguro es que se me haya subido el vino a la cabeza. Ahora lo único que debo hacer es descansar.»
Pero a la mañana siguiente comprobó que, en efecto, su mano era de oro.
«Si salgo así a la calle -se dijo, aterrado- me la cortarán.»
Entonces fue y la metió en barro. Parecía la mano de un alfarero. En esto se presentó el señor Chen. Tenía un aspecto terrible y daba la impresión de haber envejecido treinta años.
-Sé que tienes la piedra -dijo sin rodeos- y he venido a que me la devuelvas.
-¿Yo? -contestó Mong-Yang-Ü, indignado. Jamás me había llamado nadie ladrón. ¿Para qué serviría la sabiduría, si no fuera un hombre de bien?
-Conmigo no tienes que fingir -prosiguió el señor Chen. Puedes convertir en oro todo lo que quieras, pero devuélveme la piedra.
-¿Para qué? Tú con los cantos del emperador Yao tienes ya bastante.
-Esta misma noche va a venir a pedirme cuentas. Si no le enseño mi piedra, dejaré de ser inmortal.
Pero Mong-Yang-Ü no se dejó convencer. Negó con tanta insistencia, que el señor Chen tuvo que marcharse con las manos vacías.
«Sólo un loco puede devolver un tesoro así», se dijo, cuando se hubo ido.
En seguida sacó la piedra negra y comenzó a tocar con ella todos los muebles de la casa. Pero ninguno se convirtió en oro. Fue su cuerpo el que, por el contrario, se volvió de ese metal. Antes de que pudiera darse cuenta, todo él era una estatua dorada.
-¡Es asombroso! -exclamó, al mirarse en un espejo. Si la codicia humana no fuera tan peligrosa, saldría a la calle así.
Pero Mong-Yang-Ü sabía que le fundirían si abandonaba la casa. Así que fue y, como había hecho ya con su mano, se bañó en arcilla. La gente comenzó a llamarle el hombre de piedra. Pero le toleraban porque era muy rico: todo lo pagaba en oro.
-Si supieran estos desdichados que el oro que les entrego son mis cabellos, se morirían del susto -se decía Mong-Yang-Ü, divertido. Tiene sus ventajas estar hecho de oro.
Sin embargo, todas las noches soñaba con el señor Chen. Le veía triste y tan viejo como el más arrugado árbol del bosque. Siempre le decía lo mismo:
-Devuélveme mi piedra, porque sin su brillo soy sólo el recuerdo de lo que fui.
A lo que Mong-Yang-Ü respondía:
-Yo no puedo dar nada. Si lo hiciera, dejaría de ser rico.
Un día llegó a su antigua aldea. Estaba cansado del camino y se sentó a la orilla del río. Entonces oyó el llanto de una niña. Era pequeña y dulce como el fruto del ciruelo.
-¿Qué te pasa? -le preguntó Mong-Yang-Ü. ¿Por qué estás tan triste?
-Mi padre debe mucho dinero y como no puede devolverlo se lo llevan como esclavo -respondió la niña.
A Mong-Yang-Ü le dio mucha pena. Se metió en el agua y se lavó la arcilla. El oro de su cuerpo reflejó el calor del sol.
-¿Ves? Yo soy de oro. Véndeme y paga las deudas de tu padre.
Y así lo hizo la niña.
Cuando estaba fundiéndose en el crisol, Mong-Yang-Ü vio al señor Chen. Parecía muy joven y lucía la mejor de sus sonrisas.
-Veo que te sienta bien mi desgracia -dijo Mong-Yang-Ü.
-¿Por qué dices eso? -replicó el señor Chen. Gracias a tu genero-sidad he recobrado el antiguo brillo de mi corazón.
Mong-Yang-Ü quiso devolverle la piedra negra, pero no pudo. Los orfebres habían hecho de sus manos un collar para la emperatriz.
-No importa -volvió a decir el señor Chen. Tengo otra. Y los dos sonrieron, porque, en efecto, sus almas eran gemelas.

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