Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 7 de enero de 2015

Al pie de un arce

Había un arce plantado en un parque, en medio del césped. Era muy generoso e, incluso con peligro de su vida, albergaba varios nidos de jilgueros. Por la mañana, se escuchaba en el jardín un concierto de toc-toc-toc en todos los árboles de la zona.
Los jilgueros, como todos sabéis, son muy amigos de los árboles. Los cuidan bien porque se comen todos los gusanos, pulgones y parásitos que se instalan en ellos para atacarlos.
El arce albergaba también una familia de ardillas que estaba empezando a llenar la despensa, guardando provisiones para el invierno.
Una clara mañana de verano, vimos un hermoso ejemplo de solidaridad: una ardilla arañaba la tierra en busca de nueces. Un jilguero la seguía, recogiendo los gusanos e insectos que ella iba desenterrando.


0.999.1 anonimo cuento - 063

Al abuelo anguila le duelen las muelas

-¡Tengo un terrible dolor de muelas! -gruñó el abuelo Anguila. Nadó hasta la consulta del bogavante, que era dentista. Este lo examinó con mucho cuidado.
-Nunca había visto unos dientes tan sucios -masculló. La muela que te duele está tan mal que voy a tener que quitártela.
Mandó a la anguila que abriera la boca, le puso en las encías un gel que mitigara el dolor y le arrancó la muela estropeada.
-¿Cuándo te lavaste los dientes por última vez? -preguntó.
-No sé. ¡Quizá la semana pasada! -contestó la anguila.
-Pues si no quieres quedarte sin dientes, cepíllatelos cinco minutos después de cada comida, -le aconsejó el dentista.
Al abuelo Anguila le dio tanto miedo perder todos sus dientes por descuidado, que en adelante se los cepilló tres veces al día.


0.999.1 anonimo cuento - 063

Una noche oscura

Patitas salió de puntillas al oscuro patio de la granja. Mamá le había dicho que se quedara en el establo hasta que fuera lo suficientemente mayor como para salir de noche, pero él se sentía impaciente. No había llegado muy lejos, cuando de repente algo le rozó las orejas. Sintió un escalofrío y el pelo de la espalda se le empezó a erizar. Comprobó aliviado que sólo había sido un murcié-lago. En el establo había muchos.
Un fuerte grito resonó entre los árboles y una sombra bajó planeando y atrapó algo. «No es más que una lechuza», pensó Patitas, «no tengo que tener miedo». Mientras se deslizaba sigiloso y nervioso en la oscuridad, Patitas no dejaba de preguntarse si en el fondo habría hecho bien. En cada esquina se oían extraños crujidos y, cuando al pasar junto a la pocilga próxima el cerdo lanzó un gran gruñido, no pudo evitar dar un salto.
De repente, se quedó paralizado. Junto al gallinero, dos ojos brillaban en la oscuridad mientras se le iban acercando. ¡Debía de ser el zorro! Sin embargo, vio con sorpresa que se trataba de su madre.
-¡Vuelve al establo! -le dijo con severidad.
Patitas obedeció muy contento. Después de todo, ¡quizá era mejor esperar a hacerse mayor para salir por la noche!


0.999.1 anonimo cuento - 061

Una lección de magia

La bruja Braulia se fue de paseo por un bosque espectral. Le encantaba hacer conjuros malignos y sólo de pensar en hacer una buena obra se ponía enferma de verdad.
Se divirtió de lo lindo convirtiendo un parterre de campanillas azules en una charca viscosa y maloliente. Después hizo que en un árbol apareciera una cara horripilante para que todo el que pasara por allí se diera un susto espantoso.
Arrastrándose por la maleza, Braulia se encontró con un mago que estaba mirando hacia el fondo de una charca. Con un rápido movimiento de varita lo envió al agua, que aunque no era muy profunda estaba muy fría y llena de horribles y pegajosos hierbajos.
El mago salió del agua de un enorme salto. Se había enfadado tanto con Braulia que en cuanto estuvo junto a ella pronunció un conjuro. La gran capa roja que llevaba se envolvió alrededor del cuerpo de la bruja y empezó a apretar cada vez más fuerte.
-¡Pídeme perdón o te quedarás así! -gritó el mago con voz ronca.
Braulia estaba conmocionada por haber encontrado a alguien más rápido y malvado que ella.
Se apresuró a pedir disculpas al mago y prometió que nunca más volvería a pronunciar conjuros malignos.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Una familia divertida

Yo creo que en mi familia pasa algo raro. De hecho, son todos muy estrafalarios.
Mi tía María tiene una cabeza de chorlito. Nunca sabe dónde deja las cosas. Pone chuletas en la tetera y zanahorias en las tazas.
Mi tío Félix tiene unas orejas como coliflores. Oye el silbido de una hormiga y el batir de alas de una mariposa a kilómetros de distancia.
Mi primo Roberto tiene vista de halcón. Ve desde Londres hasta Nueva York y también planetas desconocidos que giran por el espacio.
Mi hermano Tomás tiene arañas y chinches que le suben por la ropa. Le encanta pasármelos ante la nariz para que me ponga a chillar.
A mi perro Rex le gusta comer de todo, especialmente pescado con patatas fritas, tostadas con mantequilla y pasteles.
Por suerte, yo no soy tan rara. ¡A mí sólo me gusta bailar noche y día!


0.999.1 anonimo cuento - 061

Una escoba traviesa

¡Cáspita! Hay que ver qué cantidad de polvo y suciedad tiene el suelo de esta cocina -dijo la criada, que era muy aseada y no soportaba que en el suelo hubiera ni rastro de suciedad.
Sacó tu escoba del armario del rincón y se puso a barrer el suelo diligentemente. Después retiró toda la basura con un gran recogedor.
Desgraciadamente, en esta cocina también vivían unos duendes. Eran tan chiquitines que no se los veía, pero cuando alguien los molestaba se ponían de muy mal humor. Al barrer, la escoba se metió en un oscuro rincón en el que los duendes estaban celebrando una fiesta. De repente, el rey de los duendes fue barrido de su mesa y acabó en el recogedor. A continuación se dio cuenta de que lo estaban tirando al cubo de la basura con todos los demás desperdi-cios.
Furioso, el rey de los duendes consiguió salir de entre los desperdicios. Se limpió la basura y el polvo que lo recubrían y procuró parecer todo lo majestuoso que se puede ser cuando te acaban de tirar a la basura.
-¿Quién ha sido? -chilló. Alguien lo va a lamentar muchísimo -amenazó.
Finalmente, entró en la casa y volvió a la cocina.
Los demás duendes lo miraban mientras hacían grandes esfuerzos para no echarse a reír.
El aspecto del rey era deplorable, con basura por todas partes, pero los duendes sabían que era mejor no reírse del rey: de lo contrario, éste sería capaz de lanzarles un maleficio.
-Ha sido la escoba -dijeron a coro.
-Muy bien -dijo el rey duende. Lanzaré un maleficio a la escoba.
La escoba volvía a estar en esos momentos en su armario. El rey fue hacia allí y de un salto se metió por el agujero de la cerradura. Señaló la escoba y dijo:

«¡Abracadabra! Escoba, sal de la alacena
y déjalo todo hecho una pena.»

De repente, la escoba se incorporó y sus cerdas empezaron a vibrar. Como era de noche, todos los habitantes de la casa dormían. La escoba abrió la puerta del armario y salió de un salto. Abrió la puerta de la cocina y salió a la calle. Se encaminó al cubo de la basura y, con un golpe de sus cerdas, barrió hacia dentro un enorme montón de basura. Latas de conserva, porquería, polvo, huesos de pollo y quién sabe cuántas cosas más fueron a parar al suelo de la cocina.
La criada, cuando entró, no podía dar crédito a sus ojos.
-¿Quién ha hecho todo esto? -dijo.
Sacó la escoba del armario y volvió a barrer para sacar toda la basura.
A la noche siguiente volvió a suceder lo mismo. Cuando todo el mundo se había ido a dormir y la casa estaba en silencio, la traviesa escoba salió de su armario y volvió a meter en casa toda la basura. Esta vez fueron raspas de pescado, botellas viejas y cenizas de la chimenea.
La criada se quedó sin habla. Volvió a limpiarlo todo y, aunque no tenía la menor idea de lo que pasaba, le dijo al jardinero que quemara la basura para que no volviera a entrar en la casa.
Pero aquella noche la escoba decidió organizar otro tipo de estropicio. En lugar de barrer para adentro la basura, voló sobre los estantes y fue tirando al suelo todos los frascos, que se quebraron y esparcieron su contenido por todas partes.
-¡Detente YA MISMO! -gritó súbitamente una voz.
-¿Qué te crees que estás haciendo? -añadió.
La voz pertenecía a un hada muy seria que se encontraba de pie junto al escurreplatos con las manos apoyadas en las caderas. Lo que no sabía la escoba es que en uno de los frascos que había roto estaba encerrada un hada buena que los duendes habían hecho prisionera. Como volvía a ser libre, se había roto el maleficio, y ahora iba a pronunciar el suyo:

«Escoba, escoba, limpia el suelo
y déjalo como un espejo,
tira al pozo a esos duendes perversos
y no permitas que salgan de nuevo.»

La escoba se puso a trabajar a toda velocidad. Barrió todas las esquinas, todos los escondrijos y todas las grietas. Cada mota de polvo y porquería y todas las botellas rotas fueron a parar al recogedor, y después las sacó de la casa. Por último, barrió a todos los duendes y los echó al pozo, donde ya no pudieron cometer más fechorías.
Cuando la criada bajó por la mañana, se encontró una cocina impecable. Le extrañó mucho que faltaran algunos de los frascos, pero en el fondo, y esto que quede entre nosotros, se alegró, pues así tendría menos cosas que limpiar.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Una aventura de miedo

Aquella mañana brillaba el sol en la granja. Dani y Rosa estaban sentados en la hierba.
-Me aburro -se quejó Dani. No hay nada que hacer. Me gustaría correr una aventura.
-A mí también -exclamó Rosa. Y luego añadió: Pero que no dé demasiado miedo.
-Un poco de miedo tiene que dar, si no, no es emocionante -insistió Dani, y llamó u Charly con un silbido. Muchacho, ven aquí. Vámonos al bosque.
-¿Puedo ir yo también? -preguntó Rosa.
-No -contestó Dani. Las aventuras son sólo para la gente mayor y los perros.
De camino al bosque, Dani y Charly se detuvieron a saludar al caballo Lucero, que estaba pastando tranquilamente en su campo.
-Vamos, Charly -dijo Dani. Vamos a hacernos una guarida. Será nuestro lugar secreto y desde allí podremos vigilar a los enemigos.
-Dan¡ y Charly se escondieron en la guarida y se pusieron a vigilar. ¡Chitón! -susurró Dani. Alguien viene.
-Y salieron de un salto. Charly se puso a ladrar y Dani gritó: ¡Te pillé!
-Soy yo, tonto -dijo Rosa. También quiero correr una aventura.
-De acuerdo -contestó Dani, tras pensárselo un momento. Si traes comida y bebida puedes entrar en la guarida.
Dani y Charly se sentaron a esperar mientras Rosa volvía corriendo a la urania o ver lo qlue le daba mamá.
-Tanto silencio da un poco de miedo -susurró Dani, nervioso. De pronto, Charly se levantó y a Dani se le erizó el pelo de la nuca. ¡Crac! ¡Crac! Una ramita crujió g el tejado de la guarida empezó a agitarse.
-¿Qué es ese ruido? -murmuró Dani. Charly se puso lo rápido que pudieron y chocaron de pleno con Rosa.
-¿Qué pasa? ¿Adónde vais? -preguntó Rosa, levantándose del suelo.
-¡Un monstruo enorme está atacando la guarida! -contestó Dani. ¿Qué es lo que te parece tan gracioso? -añadió, al ver que Rosa se echaba a reír.
-No es más que Lucero -dijo Rosa entre carcajadas. Se ha comido un gran trozo del tejado.
Dani también se puso a reír.
-Bueno, Rosa -dijo Dan¡, vamos a arreglar la guarida. Pero esta vez dejaremos una ventanita en la parte de atrás para que Lucero no se tenga que comer el tejado cuando quiera vernos.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Un tesoro interesante

Jorge vivía en una casa grande y vieja con un jardín extenso y frondoso. La casa resultaba algo inquietante y por eso Jorge prefería el jardín. Se pasaba las horas jugando al fútbol, trepando a los árboles o mirando el estanque para ver si descubría algún pez. Era un jardín estupendo para jugar, pero Jorge no era del todo feliz porque siempre estaba solo. ¡Cómo le gustaría tener a alguien con quien jugar! ¡Qué divertido sería jugar al fútbol con un amigo, o tener a alguien con quien ir a pescar! El tenía muchos amigos en el colegio, pero para ir a su casa había que hacer un largo viaje en autobús y, además, a sus amigos la casa les daba miedo y sólo venían de visita una vez.
Un día, Jorge estaba en el jardín cazando con un palo. Buscaba bichos interesantes para examinarlos. Cada vez que encontraba uno, lo dibujaba e intentaba descubrir su nombre. Así, había descubierto ocho tipos diferentes de caracol y seis de mariquita. Estaba hurgando debajo de unas hojas cuando vio una pieza de metal que sobresalía de la tierra.
Se agachó y empezó a desenterrar la pieza hasta que tuvo en la mano una vieja llave oxidada. Era bastante grande y, tras quitarle la tierra con un cepillo, vio que tenía grabados unos hermosos dibujos.
Jorge se llevó la llave a casa, la limpió y la pulió. Después se puso a buscar la cerradura a la que pertenecía. Primero probó con la vieja verja del jardín, que llevaba cerrada desde que Jorge recordaba, pero la llave era demasiado pequeña. Después probó con el reloj del abuelo, pero la llave tampoco entraba. Luego se acordó de un oso de peluche que tocaba el tambor. Hacía mucho tiempo que Jorge no había jugado con él y probó la llave con impaciencia, pero esta vez era demasiado grande.
Entonces, Jorge tuvo otra idea. «A lo mejor la llave pertenece a algo que está en el desván», pensó. Solía darle mucho miedo entrar solo en el desván, pero esta vez estaba tan decidido a averiguar qué abría esa llave que subió las escaleras con valentía y abrió la puerta. El desván estaba en penumbra, polvoriento y lleno de telarañas. Las tuberías del agua silbaban y crujían y Jorge se estremeció. Empezó a mirar debajo de las fundas polvorientas y abrió algunas cajas, pero no pudo encontrar nada que tuviera que abrirse con llave. De pronto, su vista recayó en un gran libro que sobresalía de uno de los estantes. Era de esa clase de libros que llevan una cerradura. Jorge levantó el libro, que era muy pesado, y lo dejó en el suelo.
Con dedos temblorosos, metió la llave en la cerradura. ¡Encajaba perfectamente! Dio la vuelta a la llave y la cerradura se abrió de un salto, levantando una nube de polvo. Jorge abrió el libro lentamente y comenzó a pasar las páginas. ¡Qué desilusión! Una escritura muy fina llenaba las páginas por completo, pero no había dibujos. Estaba a punto de volver a cerrarlo cuando oyó una voz procedente del propio libro.
-Te desvelaré mis secretos -le dijo. Si buscas aventuras, ponte de pie encima de mis páginas.
Sentía tanta curiosidad que rápidamente se puso de pie encima del libro. Nada más pisar sus páginas, se cayó dentro. A continuación vio que se encontraba en un barco. Levantó la vista vislumbró una bandera harapienta con una calavera y dos huesos cruzados que ondeaba en un mástil. ¡Estaba en un barco pirata! Y entonces se dio cuenta de que él también iba vestido de pirata.
El barco navegaba tranquilamente, pero de repente Jorge vio en el agua unas rocas de aspecto peligroso. Antes de que pudiera gritar, el barco había encallado y todos los piratas saltaban por la bordo para nadar hasta la orilla. Jorge también. El agua estaba tibia y al llegar a la orilla sintió la arena caliente entre los pies. ¡No se lo podía creer! Estaba en una isla desierta. Los piratas andaban en todas direcciones buscando algo con lo que construir un refugio.
Jorge, que también se puso a buscar, encontró debajo de una roca un libro que le resultaba familiar. Mientras se preguntaba dónde lo había visto antes, uno de los piratas se le acercó con un cuchillo en la mano.
-¡Tú, ladrón, que me estás robando los rubíes! -le imprecó el pirata. ¿Qué iba a hacer Jorge? Entonces oyó una voz procedente del libro:
-¡Rápido, súbete encima de mí!
Sin pensárselo dos veces, Jorge se puso de pie encima del libro y volvió a aparecer en el desván. Acercó la vista a la página sobre la que se encontraba y leyó «Los piratas y el robo del tesoro» en el encabezamiento. Al ponerse a leer, se dio cuenta de que allí se narraba con todo detalle precisamente la aventura que él acababa de vivir. Lleno de emoción, regresó al índice del principio del libro y leyó los nombres de los capítulos: «Viaje a Marte», «El castillo sub-marino», «El coche mágico» y «En la selva», entre otros. Jorge se dio cuenta de que podía abrir el libro por cualquier página y participar en la aventura, y al final sólo tendría que encontrar el libro y ponerse de pie sobre él para regresar al desván.
A partir de entonces, Jorge corrió muchas aventuras más. Hizo muchos amigos y un par de veces se salvó de milagro, pero siempre encontró el libro justo a tiempo.
Y nunca más volvió a sentirse solo.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Una casa paro pepón

En el lugar donde vivía el pequeño hipopótamo Pepón hacía mucho calor. El habitaba en un fresco río que fluía hacia el mar y ahí precisamente fue donde conoció a Alejo, el cangrejo ermitaño, y se convirtieron en buenos amigos.
Su amistad era un poco extraña, ya que los dos eran de lo más diferente. Por ejemplo, Pepón era mucho más grande que Alejo. A Pepón le parecía que ser un cangrejo ermitaño era estupendo, pues, en vez de tener un caparazón como el de los cangrejos corrientes, se introducen en caracolas que van cambiando de vez en cuando.
La caracola que Alejo tenía esos días era puntiaguda y de color rosa brillante, y la llevaba consigo a todas partes. A Pepón le parecía genial. El también quería una casa que pudiera llevar a todas partes en vez de tener que soportar el sol abrasador. No le gustaba pasar calor, pero no hay caracolas en las que quepa un hipopótamo, por lo que para estar fresquito debía quedarse en el río.
-¿Me agudas a construirme una casa? -preguntó un día Pepón a Alejo.
-Por supuesto -respondió Alejo.
Así que construyeron una casa con hojas y la ataron a la espalda de Pepón.
Éste quedó encantado y los dos se fueron a pasear por el río. Esta vez Alejo llevaba una nueva caracola amarilla. Al pasar junto a un león que estaba resfriado, éste estornudó con todas sus fuerzas y se llevó por delante la nueva casa de Pepón.
-¡Qué mala pata! -dijo Pepón.
Y se pusieron a construir otra casa, esta vez de bambú.
-Así no saldrá volando -dijo Pepón.
Pero apareció un elefante, y, qué casualidad, bambú es la comida favorita de los elefantes.
-Ñam, ñam -dijo el elefante. ¡Qué rico desayuno!
-Y se zampó la casa de Pepón.
-Te has comido mi casa nueva -se quejó Pepón.
-¡Oh! Lo siento mucho -respondió el elefante.
Alejo empezó a buscarse una nueva caracola, porque la amarilla
se le estaba quedando pequeña. De repente, un gran pájaro que volaba perezosamente por encima de ellos descubrió a Alejo sin caracola.
-¡Ah, cangrejo para almorzar! -exclamó.
Bajó a toda velocidad y atrapó a Alejo con sus garras. Alejo forcejeó y consiguió liberarse, pero cayó al suelo con un ruido sordo. Pepón corrió a ayudarle pero era demasiado grande y lento. Miró alrededor y descubrió una tumbona con una sombrilla, un cubo y una pala.
-¡Rápido! -gritó. ¡Por aquí!
Justo a tiempo, Alejo consiguió meterse debajo del cubo. El pájaro graznó encolerizado y se fue volando. Pepón arrellanó su trasero en la tumbona y se acomodó bajo la sombrilla. Se estaba fresco y a gusto.
-Alejo, seguiré viviendo en el río como hacía antes -dijo.
-Y yo me buscaré otra caracola -respondió el cangrejo.
Y los dos amigos regresaron al río, contentos de volver a casa juntos.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Un espanto de baile

Es medianoche y los espectros se dirigen al Baile Anual que se celebra en la vieja Casa Encantada. A la luz de la luna, bailan con la música de una orquesta que toca durante toda la noche terribles melodías.
¡Seguro que no has visto en tu vida unos instrumentos como los de la orquesta espectral! La batería está formada por calaveras de diferentes formas y tamaños, el piano está hecho con los dientes de un dinosaurio y el violín se toca con un arco hecho a base de bigotes de gato. Pero el sonido más extraño de todos es el que hacen los esqueletos cuando salen u bailar. Mueven sus huesos al ritmo de la orquesta produciendo un traqueteo que les hace aullar de júbilo. Entre los esqueletos que se agitan, baila una bruja con su gato, pero sus botas son tan grandes que nadie le puede seguir el paso. Un fantasma que lleva su propia cabeza debajo del brazo se da de comer fritos a sí mismo lentamente.
Cuando sale el sol, los espectros se desvanecen y el baile termina un año más. ¿O tal vez lo has estado soñando?


0.999.1 anonimo cuento - 061

Un conejo revoltoso

Rabito era un conejo muy revoltoso que hacía trastadas a todos sus amigos, como esconderle las nueces a Ardilla, untar de miel el bastón de Tejón para que lo persiguieran las abejas, o pintarle de negro los cristales de las gafas a Topo.
-Tenemos que darle una lección -dijo Tejón, muy enfadado.
Esa noche, mientras Rabito dormía, Topo y Tejón cavaron un gran agujero. Ardilla arrancó algunas ramas para taparlo y luego lo cubrieron con hierba. Finalmente, pusieron una zanahoria encima y se escondieron a esperar. Cuando Rabito salió de su madriguera y vio la zanahoria, saltó directamente en la trampa.
-¡Socorro! -gritó desde el fondo del agujero.
Los otros acudieron enseguida.
-¡Esta vez la broma te la hemos gastado nosotros a ti! -dijeron, entre risas, Ardilla, Tejón y Topo.
Y no le permitieron salir hasta que prometió que dejaría de hacerles trastadas. A partir de entonces, Rabito fue un conejo muy formal.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Un cacharro perfecto

Hacía tanto tiempo que Míriam deseaba tener un cachorro, que cuando papá y mamá dijeron por fin que sí, se moría de impaciencia por ir a la tienda de animales. Una vez allí, Míriam inspeccionó todos los cachorros uno por uno, pues quería elegir el cachorro perfecto.
-Este es demasiado grande -dijo, señalando un gran danés. Y éste demasiado pequeño -señaló un chihuahua.
-Éste es bonito -El dependiente señaló un caniche.
-Tiene demasiados rizos -afirmó Míriam.
-Es mi cachorro -suspiró Míriam.
-Es un chucho -respondió el dependiente. Pensamos que tiene parte de cócker y parte de collie, pero no estamos seguros.
-No me importa lo que sea -dijo Míriam con una sonrisa. Es perfecto y lo voy a llamar Dino.
Otro cachorro era demasiado alborotador y otro, demasiado tranquilo. Al poco rato ya no quedaban apenas cachorros. Míriam estaba a punto de darse por vencida cuando algo suave le frotó la pierna.
-Ah, éste es perfecto -gritó mientras cogía en brazos un ovillo de piel blanca y negra.
-Hmm, ¿de qué raza es? -preguntó papá.
-Es mi cachorro -suspiro Miriam.
-Es un chucho -respondió el dependiente. Pensamos que tiene parte de cócker y parte de collie, pero no estamos seguros.
-No me importa lo que sea -dijo Miriam con una sonrisa. Es perfectoy lo voy a llamar Dino.
Dino estuvo lloriqueando desde que salieron de la tienda hasta que llegaron a casa. Pero al ver al gato dejó de lloriquear y se puso a ladrar.
-Ya se calmará cuando se acostumbre a nosotros -dijo mamá. Miriam confiaba en que así fuera.
Por la tarde llevaron a Dino a pasear. Miriam había cogido algo de pan para dar de comer a los patos. Pero en cuanto Dino los vio, empezó a perseguirlos y no paró hasta que todos salieron volando. Papá le compró un helado a Miriam para consolarla.
-No es más que un cachorro y tiene que aprender muchas cosas -le explicó cuando Dino dio un salto y le robó el helado. Miriam empezaba a preguntarse si había escogido bien.
Cuando volvieron a casa, Miriam enseñó a Dino sus muñecas y sus juguetes. Pero Dino se lanzó sobre su oso de peluche favorito.
-¡Ha cogido a Mimosín! -gritó Miriam mientras Dino salía corriendo de la habitación y se iba al jardín.
Cuando, volvió, Mimosín había desaparecido. Miriam se enfadó mucho y señaló a Dino con el dedo, furiosa, mientras le decía:
-No eres el cachorro perfecto y además no creo que aprendas nunca.
El pobre Dino bajó la cabeza, se escondió debajo de la mesa y no quiso salir en toda la noche. A la mañana siguiente, Miriam se despertó porque notó algo húmedo que se apretaba contra su mejilla. Era Dino ¡y en la boca llevaba a Mimosín! Dino lo dejó en el suelo para que Miriam lo recogiera.
-Buen chico, Dino -dijo Miriam, riéndose, mientras le acariciaba las orejas. Después de todo, sí que eres el cachorro perfecto.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Un buen descanso

Aquella soleada mañana hacía mucho calor en la selva. «Es el momento perfecto para chapotear tranquilamente», pensó el hipopótamo Pepón. Encontró un hermoso lugar fresco y lleno de barro y se metió dentro. Estaba en la gloria cuando de repente... iPLAF!
-¡Toma! -gritó el mono Marco.
-¡Toma tú! -gritó Chico Chimpa.
-¿No podéis jugar en otro sitio? Me estaba relajando -gruñó Pepón.
-¡Perdona, Pepón! -se disculpó Marco.
Pero ya le habían echado a perder la tranquilidad. Esa tarde, cuando el calor del sol lo abrasaba, Pepón se deslizó en el río para refrescarse.
-¡Ah! -suspiró mientras se zambullía en el agua. ¡Qué maravilla!
-¡Yuuuju, Pepón! -lo llamó la torita Penélope. Acabo de aprender a dar un doble salto con triple tirabuzón. ¿Lo quieres ver?
-Pues claro, Penélope -respondió Pepón con un suspiro.
Al parecer esa tarde tampoco iba a tener posibilidad de relajarse. A la mañana siguiente, su prima Hilarla fue a visitarlo.
-Pareces agotado, Pepón -le dijo.
-Es que no hay manera de que me relaje y chapotee un rato -respondió Pepón.
-Lo que necesitas es un buen descanso -dijo Hilaria. Yo me voy esta tarde al Rincón de los Hipopótamos. ¿Por qué no vienes conmigo?
-Parece una buena idea -contestó Pepón.
-Te encantará el Rincón de los Hipopótamos. Está todo lleno
de burro -le dijo Hilaria mientras los dos corrían por la selva. Pepón ya se veía a sí mismo relajándose en un fresco baño de barro.
-También hay arroyos y cascadas -siguió contando Hilaria. Pepón se imaginaba montones de duchas frías.
-Y todo el mundo se DIVIERTE un montón -concluyó Hilaria. Pepón se imagino jugando con sus nuevos amigos hipopótamos.
Por fin llegaron al Rincón de los Hipopótamos.
-¡Qué bonito es! -exclamó Pepón entusiasmado.
Y parece que llegamos justo a tiempo –dijo Hilaria.
-¿Para qué? -preguntó Pepón. ¿Para un relajante baño de barro?
-¡No, tonto! -se rió Hilaria. ¡Para el hiporóbic!
-¡Vamos, todos en marcha! -gritó un hipopótamo musculoso.
Y un montón de hipopótamos se metieron al galope en el río detrás de él.
-¡Venga, Pepón! -dijo Hilaria. ¡No seas aguafiestas!
Pepón no tuvo más remedio que reunirse con ellos.
-¡Un, dos, tres, cuatro! ¡Un, dos, tres, cuatro! -gritaba el monitor.
Pepón lo hizo lo mejor que pudo y estuvo brincando con los demás. «Seguro que después de tanto ejercicio todos querrán descansar un rato», pensó. Pero se equivocaba. Tras una ducha rápida en la cascada, fueron a jugara melonvolea e Hilaria quiso que estuviera en su equipo. Tras el almuerzo, Pepón pudo por fin descansar un rato. ¡Pero no mucho!
-¡Te veo mucho más relajado! -le gritó Hilaria durante la clase de natación. Estos días de descanso son justo lo que necesitabas, ¿verdad?
-Eso parece -contestó Pepón suavemente.
Después de un día tan ajetreado tenía la esperanza de irse a dormir pronto. Se estaba poniendo el pijama cuando oyó la voz de Hilaria.
-¡Vamos, Pepón! -dijo a voz en grito. ¿No querrás perderte el espectáculo Hurra Hipopótamos? ¡Son realmente buenos!
-¡Ah, qué interesante! -dijo Pepón, que apenas podía mantener los ojos abiertos, reprimiendo un bostezo.
A la mañana siguiente, cuando se metía en el río, Hilaria lo llamó. -¿Es la hora del hiporóbic? -preguntó.
-¡Oh, no! -dijo Hilaria. Lo que necesitas es mucho aire fresco, así que nos vamos de excursión.
Pepón resopló sin cesar durante la agotadora excursión. «Espero poder darme un baño fresquito cuando acabemos», pensó. Pero, cuando estaba remojando sus pobres músculos, Hilaria fue a charlar un rato con él.
-La excursión ha sido divertida, ¿verdad? -dijo.
-Desde luego -contestó Pepón. Me lo he pasado tan bien, que he decidido hacer otra mañana.
-¿De verdad? -preguntó Hilaria. ¡Qué bien! ¿Adónde irás?
-¡A casa! -respondió Pepón. ¡Me voy a casa, a disfrutar de un BUEN descanso, sin hiporóbic, ni melonvolea, ni espectáculos, ni nadie que me impido chapotear tanto como quiera!
Y eso fue precisamente lo que hizo Pepón.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Un beso de buenas noches

Kiko, es hora de ir a dormir -dijo mamá, al ver que Kiko seguía acurrucado en el sillón.
-¡No es justo! -murmuró Kiko.
-Bébete la leche -dijo mamá- y luego a la cama.
-¡Cinco minutos más! -rogó Kiko.
-¡No! -contestó mamá.
Kiko bajó las orejas y se fue, pero regresó como un rayo.
-¿Y la leche? -preguntó mamá. Has vuelto enseguida y pareces asustado, Kiko. ¿Te ha pasado algo?
-Hay un monstruo en la cocina. Tiene el pelo largo y blanco y está escondido en el rincón, detrás de la mecedora -respondió Kiko.
-Kiko, te has confundido. No es ningún monstruo. Es la fregona -dijo mamá echándose a reír.
Kiko se fue, pero regresó como un rayo.
-¿Qué pasa? -preguntó mamá.
-Hay un fantasma en el vestíbulo. ¡Míralo, flota en el aire! -respondió Kiko.
-Kiko, te has confundido. No es ningún fantasma. Es un abrigo viejo colgado de una percha. Los abrigos no flotan en el aire -dijo mamá riéndose.
Kiko se fue, pero regresó como un rayo.
-¿Por qué no estás todavía en la cama, Kiko? -preguntó mamá.
-Debajo de las sábanas hay un gran bulto que está esperando para cogerme. Tengo miedo de que salte. Por favor, ven -dijo Kiko, sollozando.
-Kiko, te has confundido. Lo único que hay debajo de las sábanas es tu viejo oso de peluche -respondió mamá con una sonrisa.
Kiko se metió en la cama, pero no cerró los ojos.
-¿Por qué no te duermes? -preguntó mamá.
-Hay dos cosas enormes acurrucadas debajo de la cama. No puedo dejar de pensar en ellas -se quejó Kiko.
-No son más que tus zapatillas, Kiko. Si no metes los pies en ellas, no van a ir a ningún lado -dijo mamá, sonriente. Y ahora, Kiko, ha llegado el momento de dormir.
Mamá salió de la habitación y apagó la luz.
En aquel momento, Kiko lo vio junto a la puerta. ¡Era el monstruo! Avanzaba hacia él por la habitación con los brazos estirados. Kiko abrió la boca pero no pudo gritar. El monstruo se inclinó sobre él y Kiko cerró los ojos. Lo que ocurrió a continuación fue una gran sorpresa. El monstruo lo cogió y le dio un gran abrazo. ¡Y los monstruos nunca hacen eso! ¿Cómo era posible? Entonces, la voz de mamá le susurró:
-No te preocupes, soy yo. Al darte las buenas noches se me ha olvidado esto.
Y el monstruo «Mamá» le dio a Kiko un beso de buenas noches.


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Tú puedes, pata paca

Era la víspera de su primera clase de natación y la pata Paca estaba muy nerviosa. Cuando mamó Pato fue a darle el beso de buenas noches, se lo dijo.
-No te preocupes -contestó su madre. Cierra los ojos y duérmete.
Paca cerró los ojos e intentó dormir, pero sólo podía pensar en la clase de natación.
«¿Y si me hundo?», pensó, preocupada. Paca se imaginó la cara sonriente de mamó Pato. «Si mamó Pato puede flotar, a lo mejor yo también puedo», pensó. Y se acurrucó para dormir. De repente, Paca abrió los ojos. «Pero, ¡me voy a mojar!», se dijo, agitando las plumas. Paca pensó en su amiga la rana Gustava. «A Gustavo le encanta estar mojada», se acordó. «Dice que es muy divertido.» Paca volvió a cerrar los ojos, pero en lugar de dormirse se le ocurrió una idea terrible. «¿Y si algo me muerde los pies?» Paca pensó en todos los putos grandes que buceaban en la charca. «Ninguno tiene miedo de lo que hay debajo del agua», pensó.
«¿Por qué lo voy a tener yo?»
A primera hora de la mañana, Paca se despertó con todos sus amigos.
-¡Tú puedes, Paca! -la animaron todos.
Paca se acercó despacito a la orilla de la charca, se inclinó hacia adelante y miró el agua con timidez. Allí había otra patita que la miraba a ella. Era pequeña y amarilla con plumas suavecitas, exactamente igual que ella.
-Bueno si tú puedes me imagino que yo también -dijo Paca con valentía. Y ¡PLAF!, saltó al agua.
-¡Puedo flotar! -gritó Paca, agitando las patas.
-¡Qué divertido es mojarse!
-Y a continuación metió la cabeza debajo del agua.
-Bajo el agua no hay nada que dé miedo -dijo cuando volvió a salir.
Teníais razón. ¡Sí que puedo!


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Trabajo en equipo

Hacía tanto tiempo que diluviaba en la granja del viejo Martín que hasta los patos estaban deseando que volviera a salir el sol.
-Tendré que bajar el tractor al prado del fondo y mirar si el arroyo se ha desbordado. No puedo dejar que a mis ovejas se les mojen las pezuñas -dijo el viejo Martín una mañana a la hora del desayuno.
Se montó en el tractor, pero no consiguió llegar muy lejos, pues la salida al patio estaba llena de barro. ¡Brummm, brummm! El tractor hizo lo que pudo, pero se quedó atascado en el fango. El viejo Martín se bajó del tractor. Vio el barro, sacudió la cabeza y dijo:
-Sólo mi viejo amigo Tolo puede ayudarme con esto.
Tolo, el viejo caballo, no quería salir con lluvia, pero soportó pacientemente que el granjero lo enganchara al tractor.
-Y ahora, ¡tira, Tolo, TIRA! -gritó el viejo Martín.
Tolo tiró con todas sus fuerzas, pero el tractor no se movió.
-Necesito dos caballos -dijo el granjero. Y fue a buscar a Tili.
Tili y Tolo tiraron todo lo que pudieron, pero el tractor no se movía. Los patos, colocados en una larga fila, lo observaban todo atentamente.
-Si al menos tuviera otro caballo -dijo el viejo Martín.
Y en un abrir y cerrar de ojos había ido a buscar a las cuatro vacas para que vinieran a ayudar. Las ató al tractor delante de los caballos y entonces Tolo, Tili, Anabel, Pepa, Margarita y Emilia se pusieron a tirar y tirar; pero el tractor seguía sin moverse.
El viejo Martín estaba empezando a perder la paciencia. Uno a uno, fue llamando al cerdo Ceferino, la oveja María, el perro Bruno, los gatos Molinete y Perezoso e, incluso, a su mujer.
La lluvia seguía cayendo mientras Martín, su mujer y sus animales tiraban y estiraban. Pero el tractor seguía exactamente en el mismo sitio.
Las vacas estaban muy tristes y abatidas porque no habían podido ayudar.
El viejo Martín decidió hacer un nuevo intento y los volvió a atar a todos al tractor.
Y entonces pasó por allí la gallina Juana.
-Os ayudo -cloqueó.
Agarró firmemente con el pico la cola del gato Molinete y éste pegó un alarido. Perezoso maulló. Bruno ladró. María baló. Ceferino gruñó. Las vacas mugieron y los caballos relincharon.
-¡Uno, dos, tres, tirad! -gritaron Martín y su mujer.
Y el tractor chapoteó, se arrastró, salpicó y acabó saliendo lentamente del barro. Todos se pusieron a gritar y a dar saltos de alegría.
Justo entonces dejó de llover y un hermoso arco iris apareció en el cielo.
-¡No hay nada como el trabajo en equipo! -dijo el viejo Martín con una amplia sonrisa.
-¡O las gallinas! -cloqueó Juana con orgullo.


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Totalmente perdidas

Las ovejas son encantadoras, pero no son precisamente los animales más inteligentes del mundo. Siempre van una detrás de otra sin pararse a pensar si será una buena idea o no. Cuando la que va delante es María, suele no serlo.
Un día se le ocurrió a María que la hierba del prado vecino era más verde y jugosa que la del prado donde se encontraban.
-¡Vamos, chicas! -baló. ¡Seguidme!
De un salto, María pasó la valla y entró en el prado contiguo. Al momento la siguieron las demás ovejas.
Cuando llevaban una hora pastando, se le ocurrió a María mirar por encima de la tapia. Allí la hierba tenía aún mejor aspecto.
-iSeguidme! -baló de nuevo.
Se marchó y las demás ovejas corrieron detrás de ella.
Al final de la tarde, María y sus amigas se dieron cuenta de que se habían alejado mucho de la granja del viejo Martín y se encontraban ¡totalmente perdidas!
-No tengo ni idea de dónde estamos -dijo María, mirando a su alrededor. Uy, ahora no puedo pensar. Me voy a dormir.
Y claro, todas las demás ovejas se durmieron también inmediatamente.
Pero las ovejas, cuando se despiertan, tienen hambre.
Por eso, cuando María se despertó al día siguiente, se olvidó de buscar el camino de vuelta a casa y se puso a devorar sabrosa hierba. ¡Ya te puedes imaginar lo que hicieron las demás ovejas!
María cruzó el prado pastando y llegó hasta un seto. Más allá del seto había otro prado y su hierba parecía aún más sabrosa.
-¡Seguidme, chicas! -baló.
Así que con un salto y con un brinco el rebaño se metió en el prado y empezó a almorzar.
Lo mismo sucedió a la hora de la comida, de la merienda y de la cena. Hasta la hora de irse a dormir, María no se acordó de que estaban muy lejos de casa.
-Ahora debemos de estar lejísimos -baló, entristecida.
-¡Pero, maaamáóó...! -se quejó su corderito.
-Recuérdamelo por la mañana -replicó María.
-Pero, maaamááá... -lo intentó el corderito de nuevo.
-Vete a dormir, pequeño -dijo María. Mañana volveremos a casa.
-¡Pero, MAAAMÁÁÁ! -gritó el corderito con todas sus fuerzas. ¡Ya estamos en casa! ¡Mira! ¿No lo ves?
Y, en efecto, aquél de delante era el prado del viejo Martín.
El humo de la chimenea de la granja flotaba en el aire nocturno y el viejo Martín estaba de pie junto a la puerta de la verja. Sin darse cuenta, María las había llevado a todas de vuelta a casa.
Así que, aunque las ovejas no sean inteligentes, a veces tienen una forma muy inteligente de ser tontas. ¡Ya sabes lo que quiero decir!

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Tiza y queso

Tiza y Queso eran dos gatitos a cuál más diferente. Tiza era blanco y algodonoso y le encantaban los platos de leche y holgazanear al sol. Queso era un gato negro de pelo fuerte y áspero y le encantaba masticar raspas de pescado y trepar a los árboles. Su madre estaba asombrada de que fueran tan distintos, pero los quería a los dos igual.
Un día, Queso se subió a lo alto del establo y se quedó atrapado.
-¡Ayúdame! -pidió a su hermano.
-A mí no me gusta trepar -contestó Tiza, abriendo un solo ojo.
-Si fueras como yo, podrías ayudarme -dijo Queso.
-Si fueras como yo, no te habrías quedado atrapado -contestó Tiza.
Y se volvió a dormir. Entonces apareció el perro de la granja. Tiza dio un respingo cuando el perro ladró y empezó a perseguirlo.
-¡Ayúdame! -pidió a Queso, que seguía en el establo.
-Estoy aquí atrapado, ¿ya no te acuerdas? No deberías tumbarte donde te puedan perseguir los perros -contestó Queso.
Entonces apareció la mamá de ambos. Primero espantó al perro con sus garras y a continuación trepó al establo y rescató a Queso.
-Si fuerais como yo, evitaríais los peligros y cuidaríais el uno del otro. Y eso es lo que hicieron a partir de entonces.


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Sí sabes

Lula estaba sentada a la orilla del río mirando a las demás nutrias jugar. Le habría gustado chapotear con ellas, pero no se atrevía a meterse en el río porque no sabía nadar. Una vez se había acercado hasta el mismo borde, pero le había dado muchísimo miedo.
-¿Qué te pasa, Lula? -le preguntó su mamó.
-¡Ojala supiera nadar! Así podría jugar con mis amigos -dijo Luto.
-Sí sabes -respondió mamá. Súbete a mi espalda y agárrate.
Con Luto agarrada con todas sus fuerzas a la espalda de mamá, entraron en el agua y se pusieron a nadar. Al principio Lula estaba muy asustada, pero luego empezó a disfrutar del agua.
-¡Qué divertido! -exclamó. ¿Podemos repetirlo otra vez?
-Pero nadie contestó. Su mamá ya no estaba allí. Estaba en la orilla del río y le sonreía. ¡Socorro! -gritó Luto, llena de pánico. ¡No sé nadar!
-Sí sabes -le dijo mamá. Haz como si estuvieras corriendo.
Y, de repente, notó cómo avanzaba hacia delante. ¡Estaba nadando!
Y empezó a dar vueltas y vueltas, salpicando
y buceando. Cuando regresó a la orilla, encontró una nutria chiquitina que estaba temblando.
-¿Qué te pasa? -te preguntó Luto.
-Es que no sé nadar -dijo la nutria.
-¡Sí sabes! -contestó Lula, sonriente. ¡Vamos, súbete a mi espalda y te lo demostraré!


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Si me coges la mano

Vamos, Kiko, ¡salgamos a explorar el mundo! -dijo, la mamá de Kiko tras abrir la puerta delantera.
Pero Kiko no se sentía muy seguro. Era muy pequeño y el mundo le parecía grande y amenazador.
-Sólo si me coges de la mano -contestó.
Y así, su mamá lo acompañó mientras bajaban por la larga senda. En el fondo, Kiko estaba deseando volver a casa.
-Éste parece un sitio estupendo para jugar. ¿Quieres que echemos un vistazo? ¿Qué te parece? -le preguntó su mamá.
-Sólo si me coges de la mano -dijo Kiko. ¡Y lo hizo!
-¡Mira, lo puedo hacer! -gritó.
-Este tobogán parece divertido, ¿quieres probar a bajar por él? -preguntó su mamá.
Kiko miró la escalerilla, que casi llegaba hasta el cielo.
-Soy pequeño -respondió. No sé cómo voy a trepar tan alto, a menos que me cojas de la mano.
-¡Y lo hizo!
-¡Eeeh! ¿Has visto? -gritó.
-Tomaremos un atajo por el bosque -dijo la mamá de Kiko.
-No sé si deberíamos. Es muy oscuro... Bueno, creo que podemos. ¿Me coges de la mano?
¡Y Kiko lo hizo!
-iUh, te doy un susto! -gritó.
En lo más profundo del bosque, Kiko descubrió un arroyo.
-¡Mira, hay unas piedras para pasar! -dijo su mamá. ¿Crees que podríamos saltar por ellas?
-Tal vez -respondió Kiko.
Sólo necesito que me cojas de la mano.
-Y Kiko lo hizo. Uno... dos... tres... cuatro... ¡Ahora te toca a ti, mamá! -gritó, soltándose de su mano.
Después de cruzar el bosque, Kiko y su mamá subieron por la colina y bajaron por el otro lado hasta llegar al mar.
-Kiko -preguntó su mamá, ¿te gustaría chapotear conmigo en el mar?
Pero el mar parecía muy grande y él era muy pequeño. De pronto, Kiko supo que eso no tenía importancia. Se volvió hacia su mamá y sonrió...
-Si me coges de la mano, puedo hacerlo todo -dijo.


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Salto de rana

¡Miradme, miradme! -chilló la rana Cabriola mientras saltaba por el aire de nenúfar en nenúfar, salpicando un montón de agua. ¡Soy la runa más saltarina del mundo! ¡Olé!
-¡Qué horror! -dijo Madre Pat. Esa rana es una lata. Nunca mira adónde va, ni le importa a quién salpica.
-Es un espanto -añadió el cisne Enrique. Y hace tanto ruido que a veces uno no puede oír ni sus propios pensamientos.
Pero Cabriola no les escuchaba. Estaba muy ocupada saltando entre los nenúfares tan alto como podía.
-¡Vamos! -animó a los patitos. Venid aquí. ¡Vamos a hacer un concurso de chapuzones!
-Es una mala influencia para nuestros niños -siguió quejándose Madre Pato. Si al menos pudiéramos hacer algo...
-Me imagino que es un exceso de vitalidad -dijo Enrique. Ya se le pasará cuando crezca.
Pero Cabriola no se tranquilizaba. Al contrario, cada día daba más guerra. Despertaba a todo el mundo al amanecer y se ponía a cantar a gritos con su voz de rana:
-¡El día acaba de comenzaaar, ha llegado la hora de jugaaar, hurraaa, hurraaa!
Y se ponía a saltar de un lado a otro, despertando a los patos y a los cisnes en sus nidos, llamando a la madriguera de Conejo y gritando en el agujero que Rata de Agua tenía a la orilla del río. Que conste que Cabriola hacía todo esto con la mejor intención y no se daba cuenta de que desesperaba a todo el mundo.
-Siempre he estado a favor de la diversión -decía Rata de Agua, pero Cabriola exagera.
Un día apareció Cabriola a punto de estallar de la emoción.
-¡Escuchad todos! -dijo. Va a haber un concurso de salto al otro lado de la charca. Van a venir todas las ranas que viven en varios kilómetros a la redonda. Seguro que ganaré, porque ¡soy la rana más saltarina del mundo!
Llegó el día del concurso y todo el mundo se reunió al otro lado de la charca para presenciar la competición. Saltarina no había visto nunca tanta rana junta. Y, para su asombro, todas las ranas podían saltar muy alto y muy lejos. Las ranas saltaban elegantemente entre los nenúfares y el público aplaudía. Si quería ganar, Cabriola iba a tener que saltar más lejos y más alto que nunca. Por fin llegó su turno.
-iBuena suerte! -le gritaron los patitos.
Cabriola ocupó su lugar en la plataforma de salida y, reuniendo todas sus fuerzas, saltó por lo alto, voló por los aires, atravesó la meta y, iGLUP!, aterrizó directamente en la boca abierta del lucio julio. Como de costumbre, Cabriola no se había fijado por dónde andaba.
El malvado lucio se tragó a Cabriola, se sumergió y se escondió en el centro de la charca. Todos miraron a su alrededor consternados.
La ranita Cabriola había desaparecido. Por lo menos de una cosa no había duda: ella era quien había saltado más alto y más lejos.
-Declaro ganadora a Cabriola -dijo, taciturno, el supo Juancho, que era quien organizaba el concurso.
Después de todo, la vida se había vuelto mucho más tranquila para los habitantes de la charca, pero en vez de disfrutar de la paz, se dieron cuenta de que echaban mucho de menos a Cabriola.
-¡Estaba siempre tan contenta! -decía Enrique.
Pero, en lo más profundo de la charca, Julio sentía mucha pena de sí mismo. Pensaba que cazar a la rana no había sido una decisión muy inteligente, pues desde entonces padecía una terrible indigestión. Y es que Cabriola seguía saltando sin parar en su interior.
Julio subió a la superficie del agua y tomó aire. Y entonces ¡Cabriola salió de un salto! Todo el mundo se alegró mucho de verla y aplaudió cuando recibió la medalla por haber ganado la competición.
-Es maravilloso -dijo Cabriola, pero he aprendido la lección: a partir de ahora, ¡miraré antes de saltar!
Y se fue, saltando despacio, a jugar con los patitos.


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Salpicando!

La señora Gallina paseaba un día junto a la charca con sus polluelos cuando pasó la señora Pata seguida de una fila de patitos. Los patitos iban jugando mientras nadaban. Se salpicaban unos a otros y buceaban en el agua.
-¿Podemos jugar también en el agua? -preguntaron los polluelos a la señora Gallina. ¡Parece muy divertido!
-No, queridos -respondió la señora Gallina. Los polluelos no estáis hechos para el agua. No tenéis ni las plumas ni las patas adecuadas.
-iNo es justo! -protestaron los polluelos, sintiéndose muy tristes. ¡Ojalá fuéramos patitos!
Mientras volvían a casa apareció en el cielo una gran nube negra y empezó a llover. En cuestión de segundos a los polluelos se les calaron las plumillas.
Echaron a correr hacia el gallinero todo lo rápido que podían, pero cuando llegaron estaban empapados, tenían frío y tiritaban.
Se acurrucaron bajo las alas de su madre y enseguida se encontraron mejor. En un instante volvieron a tener las plumas secas y huecas.
-Imagínate lo que ha de ser estar mojado todo el tiempo -dijeron los polluelos. Después de todo, ¡menos mal que no somos patitos!


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