Una vez, una vieja
inquieta
sembró mijo en una
maceta.
El mijo germinó
y casi hasta el cielo
creció:
le llegaba hasta el
hombro a la ardilla,
y al ratón, hasta la
coronilla.
La viejecita, en su
casucha,
gemía: -Estoy ya muy
debilucha,
no tengo hoz ni tijeras:
¿qué haré con tamaña
enredadera?
La oyó quejarse un
vecino,
un amable campesino,
y le dijo: -Mujer, no
seas tan dura
y no pierdas la cordura:
ya encontraré yo el
remedio.
La vieja perdió un poco
el miedo,
y quiso agradecer a su
vecino
con un vaso de buen vino
y un plato de carne
ahumada
con una rica ensalada.
Sacó un pollo gordo de la
nevera,
subió al tejado en un
santiamén
y lo colgó de la chimenea
para que se ahumase bien.
Pero de pronto resbaló,
por la campana se
precipitó
y en la caldera se
hundió.
Cuando llegó el invitado,
la vieja no pudo servir
la cena:
era ella misma el guisado
con sal y una pizca... de
cayena.
152 Anonimo (bulgaria)
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