Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

sábado, 7 de febrero de 2015

El muerto agradecido .1031

Los tres hijos

Ésta era una viejita que tenía tres hijos, llamados, el mayor, José, el segundo Pedro y el menor, Juan. Esta señora se encontraba enferma. En poder d'ella tenía cuarenta pesos. Cuando ella se sintió mal, llamó a sus tres hijos y les dio a conocer que en poder d'ella tenía cuarenta pesos.
-Bueno, mis hijos -les dice, yo m'encuentro mal y pienso darles lo que les pertenece. Tomá, José, diez pesos; vos, Pedro, tomá diez pesos y vos, Juan, diez pesos. Yo me quedo con diez pesos. Vos, José -le dice, tomó estos lentes y te vas al monte. De ande me alcancís a ver con los lentes plantá un lindero, y de esta distancia que me hais visto, cuadró a todos vientos que esto será tuyo. Vos, Pedro, lo hacís igual y cuadró igualmente, que esto será tuyo. Y vos, Juan, lo hacís lo mismo, y cuadró a todo viento que esto será tuyo. La parte miya queda al sur, y yo la cuadraré si Dios me da vida.
Ellos se fueron contentos con lo que ella les había dado.
Ella siempre seguía enferma y llegó momento que ella seguía mal. Entós lo llamó a su hijo Juan:
-Vení, m'hijo, andá decile a José que me siento muy mal y que me preste los diez pesos, que yo le voy a dejar dos amigos para que le paguen.
José le contestó que él no le prestaba ni cinco centavos, y que si arregle ella. Igualmente le contestó Pedro. Juan le dio todo lo que tenía.
La madre siguió mal y lo llamó a su hijo Juanito:
-Mire, m'hijo -le dice, si yo muero, me echáis adentro de la petaca por nueve meses, y me cerrás la puerta. A los nueve meses abrí la puerta y será el pago que te dejo por tus finezas y güen corazón, pidiendoté que hagás, m'hijo, lo que yo te pido.
Pasaron cuatro días. Ella murió. Juan jue a pedir a los hermanos que lo ayudaran para el velorio y el entierro; los hermanos lo sacaron a punta di azotes y patadas.
Él se vino ande 'staba su madre muerta, y con resina de los molles veló a su madre, qu'hizo como velitas.
Después de muerta l'echó dentro de la petaca cumpliendo el pedido de la madre. Le cerró la puerta y se largó a comer pasto como un caballo, y a tomar agua. Se llenaba y se venía a su casita. Así pasó los nueve meses. A los nueve meses abrió la puerta y se encontró con dos caballos, uno tordillo y uno plateado, ensillados y con herrajes.
Él dijo:
-Agora, ¿qué hago acá? Agora me voy ande Dios mi ayude.
Salió de su casa y pasó por frente de la casa de su hermanos. Cuando lo vieron, lo llamaron con cariño. Era para matarlo y quitarle los caballos. Él no hizo caso y se retiró galopiando juerte y siguió su destino. Y se jue muy lejo. Siguió no más. Él, ande se le hacía la noche, no tenía más comida que pastiar al lado de sus caballos. Anduvo tres días y s'encontró al frente di un portón ande 'staba un letrero que decía: El que pase adentro d'este campo, será muerto. Él pensó:
-Para pasar la vida que paso, voy a entrar no más. Más bien que me maten para dejar de sufrir.
Al poco andar divisó dos jinetes que venían al frente d'él. Llegaron, lo saludaron y le dijieron qu'eran los hijos del dueño del campo. Le preguntaron los mozos si no lo había visto al letrero que había en el portón adonde él entró.
-Sí, lu hi visto, pero para pasar la vida que voy pasando, espero de que ustedes dispongan de mí.
Y entós contestaron los dos mocitos:
-Amigo, nunca l'himos pedido un favor a nuestro padre, pero agora pa salvarle su vida le vamos a pedir este favor a nuestro padre. Lo querimos a usté para hermano, lo que le vimos tan bien puesto en su persona y en su caballo, y lo que los gusta usté. Amigo, siga con nosotros.
Se dirigieron a la casa del padre qu'era un rey y lo dejaron a Juan en la calle; se bajan los dos hermanos y pasaron a consultar con el padre.
-Mire, papá, nosotros hasta la edá que tenimos nunca l'himos pedido un favor, y agora himos encontrado un mocito en nuestro campo, y lo querimos tener como hermano, para salvarle la vida.
-M'estraña, m'hijos -dijo el padre, el pedido de ustedes. Traigamelón, quero verlo.
Jueron y lo trajeron. Él lo saludó muy bien al padre de los mocitos.
-¿Usté es el que queren mis hijos para salvarle la vida?
-Sí, señor -le contestó él.
-Mire, m'hijo, yo le voy a apreciar como si juera hijo mío. Por el pedido de mis hijos, usté estese tranquilo acá junto con ellos.
En esos momentos entró la señora y a la señora le preguntó si 'staba conforme. Y la señora contestó:
-Estoy dispuesta a lo que usté ordene, como marido miyo y dueño de casa.
Y ya quedó el mozo como hijo de estos reyes.
Vivieron así tranquilos hasta la edá de veinte años. Un día le dijo el padre a Juan:
-Mirá, hijo, te voy a poner una tienda pa que aprendás a trabajar para vos, porque yo no tengo necesidá.
Jue y le puso una tienda. Juan ganó muchísimo y s'hizo millonario.
Un día jue a la casa del padre, le pidió la bendición y le dijo:
-Papá, vengo a rendir cuenta del dinero que se ha hecho en mi casa, y que usté lo debe saber como padre.
Y él le dijo:
-Yo no necesito m'hijo. Eso te lo di para vos, y vos sabrás disponer, y si algo más te hace falta, yo te lo voy a dar.
Él 'staba tranquilo en su tienda cuando vido pasar un viejito que gritaba:
-¿Quén si anima a pagar dos cargas de plata para enterrar este muerto en sagrado?
Como dos o tres veces pasó y contestó Juan:
-Vayan, entierrelón en sagrado y vengan a llevar las dos cargas de plata.
Y ya lu enterraron al muerto y Juan les dio la plata.
Al otro día llegaron los hermanos de Juan a la casa d'él, hechos un telar de inmundicia y de desdichas, y le dijieron:
-Juan, ¿esto es tuyo?
-Sí, hermanos -les contestó él.
-Ustedes 'stesen tranquilos en mi casa -les contestó Juan. Yo voy a ver si les salvo la vida del padre que me ha criado.
Se jue Juan a la casa del padre y le dijo:
-Mire, papá, han venido dos hermanos miyos y se ha penetrado ande usté me ha dado.
-'Ta bien, m'hijo, te los salvo por vos. Si vos les querís dar, dales de lo que es tuyo.
Se jue Juan a la casa d'él y les salvó la vida, y les dijo:
-Hermanos, dientren a mi tienda. Elijan trajes de lo que ustedes gusten de mi casa.
Él se jue, llamó un peluquero, los hizo pelar, los hizo bañar y los hizo aparecer a la par d'él. Y les dijo:
-Hermanos, mañana les doy una tienda ajuera del campo de mi padre de crianza pa que se busquen la vida.
Y así lo hizo.
A la casa de los hermanos no iba nadies a comprarles, y en la casa de Juan no se daba tiempo para despachar todos sus clientes. Entós entraron en envidia Pedro y José.
-Mirá, che -le dice un hermano al otro hermano. ¿Cómo haremos para hacerlo matar a Juan?
En aquellos momentos que ellos 'staban en consulta para hacerlo matar a Juan, llegó una vieja bruja y les dijo qu'era una cosa lo más fácil.
-Si ustedes me dan comestibles de su tienda para comer y vestirme, yo les diré cómo van a hacer para matar a Juan -ella les dijo.
Y ellos le dijieron que sí, que como no.
Y entós ella les dijo:
-Miren, al Rey le robaron una niña, un loro y una bola di oro. Y el Rey 'stá muy triste, nu es nada sin la hija y sin el loro y sin la bola di oro. Usté vaya mañana temprano y le dice al Rey que se ha dejau decir Juan que él es capaz de tráir la niña.
La hija del Rey 'staba en encanto en la casa de los moros.
Jue José, y le dijo al Rey:
-Permitamé una palabra, señor. ¿Usté sabe que Juan se dejó decir qu'él sabe ánde 'stá su hija, y qu'él es capaz de tráila?
Y se retiró José a la casa d'él.
Inmediatamente lo mandó a llamar el Rey a Juan. Jue Juan.
-Vengo obedeciendo sus órdenes -que le dijo.
-Vos te hais dejau decir que sois capaz de trairme m'hija y que sabís ande s'encuentra. Palabra de rey no puede faltar. Te pongo tres días de plazo, y si no la tráis a m'hija te corto el cogote. Vaya, agarre ese perro, elija caballo y vaya.
Juan lloraba sin consuelo porque era una cosa qu'él no sabía y que nu había dicho. Andaba él por agarrar caballo cuando se le apareció una yegüita flaca, al lado d'él, que dijo:
-Poneme el freno a mí no más, y te vas a tu casa y buscás una bolsita y la llenás de plata. Yo te voy a llevar ande s'encuentra la niña. Antes de llegar te van a encontrar los moros y te van a decir:
-¿Qué andás haciendo, gusanillo de la tierra?
Y vos les vas a decir:
-Vengo a correrles una carrera.
Y ellos te van a decir:
-¿Cuál es tu parejero? ¿Tráis plata?
Y vos les contestás:
-Esta yegüita flaca es mi parejero y traigo una bolsa de plata.
Y ya se jueron y todo pasó como dijo la yegüita.
Cuando vieron la yegüita, tan flaca, se consultaron que l'iban a ganar sin rebenque. Y se dispusieron de correr la carrera, y empezaron las partidas. Corrieron unas cuantas veces. En vista que no l'alcanzaban a la yegüita de Juan, les pidió éste que más bien la corriera la niña, l'hija del Rey que andaba áhi. Los moros con tal de no dejarlo ir con plata, la dejaron correr a la niña. Partieron dos veces. Largaron y en el medio de la cancha, sin que nadies se diera cuenta, desapareció la niña y Juan en la yegüita, sin saber los moros el rumbo que tomaron. Siguieron ellos, y por fin llegaron a la plaza del pueblo del Rey, y áhi le dijo la yeguita a Juan:
-Mirá, m'hijo, soy tu madre la que ti ha veníu a salvar. Ya me voy y que Dios ti ayude.
Se jueron a la casa del Rey y golpiaron las puertas. Salió el Rey y se puso contentísimo, abrazó a la hija y le dijo a Juan:
-¿Cómo dijistes que no sabías ánde estaba m'hija?
-Y Juan se jue a su casa y la niña quedó con su padre.
Al día siguiente la vieja bruja les dijo a los hermanos que alguien lu ayudaba a Juan. Que jueran y le dijieran al Rey que se había dejado decir que él sabía ánde 'staba el loro y qu'era capaz de tráilo. Y ya jue José y le dijo al Rey. El Rey lu hizo llamar a Juan y le dijo:
-Qué es que vos ti hais dejau decir que vos sabís ánde 'stá el loro y que sois capaz de trailo. Inmediatamente agarrá ese freno, elegí caballo y me lo vas a trair, sinó ti hago cortar el pescuezo. Palabra de Rey no puede faltar.
Jue, agarró caballo y tomó rumbo al norte. Galopió todo ese día hasta la noche, ande alcanzó a ver una lucesita que vía a una distancia lejo, y se dirigió a ella. Cuando llegó s'encontró con un viejo muy barbudo, que cuidaba una ollita muy chiquita, llenita de comida. Le dijo el viejito:
-Bajesé, amigo, yo sé que usté no ha comido.
-No, señor. Sí, he comido y para mejor decirle, no como porque se la voy acabar.
-¡Coma, amigo! Agora le pregunto, ¿en qué trabajos anda?
-Ando en busca del loro del Rey, que se lo han llevado los moros, y yo no sé ánde s'encuentra.
-Usté no si apure, amigo, usté suba en mi caballo. Tome esta varita. El caballo lo llevará ánde s'encuentra el loro. Ofertelé pan y cuando grite, aquí anda uno, peguesé tres veces con la varita en el medio de la cabeza y quedará hecho un tronco usté y el caballo.
Ya llegó y lo vido al loro y le dijo:
-Loro, ¿querís pan?
Y el loro gritó:
-Acá anda uno.
Vinieron los moros, y no vieron nada más que un tronco que 'staba áhi.
-Loro, ¿querís pan?
-Acá anda uno -volvió a decir el loro.
Vinieros los moros y creidos de que el loro se réiba d'ellos, lo voltiaron di un azote.
Volvió a levantarse Juan con el caballo y le dice:
-Loro, ¿querís pan?
-Güeno -le dice el loro.
Juan lo agarró al loro despacito pa que n'oyeran los moros y se jue a la casa del amigo barbudo.
-¿Cómo le jue, amigo? -le dice el viejo. ¿Consiguió lo que buscaba?
-Sí, señor.
-Agora usté va en mi caballo no más, pal palacio del Rey. Áhi le saca el freno y se lo acomoda en los tientos del recau, y me lo larga.
Y se jue. Ya cuando llegó golpió la puerta. Salió el Rey y l'entregó el loro.
-¿Y cómo dijo que no sabía ánde 'taba? -le dijo el Rey.
Bué... Salió callado y se jue a su casa, Juan.
Al otro día cayó la vieja bruja y le dijo a los hermanos:
-¿Ya vino Juan? Yo no sé quén lu ayuda, pero tuavía le falta la bola di oro. Ya va a morir.
Y ya vino José y le dijo al Rey que Juan se había dejáu decir qu'él sabía ánde 'staba la bola di oro, y la ropa de la niña hija del Rey.
Al día siguiente, bien temprano, el Rey lo mandó a llamar a Juan y le dijo:
-Vos ti hais dejáu decir que vos sabís ánde 'tá la bola di oro y la ropa de m'hija. Palabra de Rey no puede faltar. Si no me tráis todo, te hago matar mañana a primera hora. Agarra ese freno, elija caballo y salga.
Juan, siempre llorando, jue, agarró caballo y tomó los mismos rumbos di antes.
Esa misma noche llegó a la casa del viejo barbón. Cuando le dijo el viejo:
-¿Qué le pasa, amigo, que me visita tan pronto?
-Vengo con otro trabajo que no sé cómo lo voy a hacer.
-Eso no es nada, amigo. Aquí 'stá su amigo para ayudarlo en lo que pueda. Largue ese caballo pa qu' engorden los zorros, y suba en mi caballo y tome esta varita. Usté va a encontrar dos puertas. Deje su caballo, bajesé y toque las puertas con la varita.
Cuando si abran las puertas, dentre, y dentrando, sobre la derecha, áhi va a encontrar la ropa y la bola di oro.
Juan hizo las cosas tal cual le decía el viejo, sacó la ropa y la bola di oro, subió a caballo y volvió.
Ya cuando vino le dijo el viejo:
-¿Cómo le jue, amigo?
-Bien, señor -le dijo él.
-Mire, amigo, yo soy aquel que usté dio dos cargas de plata pa que m'enterraran en sagrado, y por su favor, amigo, lo vengo a ayudar. Agora, usté, amigo, va a hacer lo que yo le digo. Usté, cuando llegue a la casa del Rey y l'entregue la ropa de la niña y la bola di oro, él le va a decir que cobre lo que quera. Usté le pide unas cargas de plata. Cuando se las dé cargue el tordillo y siga en el platiau. Usté le va a decir que lo deje dar tres güeltas en el jardín del Rey, con la niña en las ancas, el loro y la bola di oro, pero no se vaya a juntar para nada con sus hermanos.
Así lo hizo todo, Juan.
A las tres güeltas, en l'última, s'hizo un remolino y se levantaron. El Rey había hecho rodiar el jardín con doble escolta, pero el caballo salió por los aires.
El Rey gritaba:
-¡Tiren a ese pícaro, matelón!
Pero no vían a nadies.
Juan y la niña se jueron lejo, lejo, de viaje. Ya lejo s'encontraron con mucha sé, y se dirigieron a un pozo 'e balde que se devisaba áhi cerca. Llegaron, y 'staban en consulta si sacarían u no agua para tomar, cuando devisaron que venían dos, y habían síu los hermanos de Juan. Ya se juntaron.
-¿Cómo te va, hermano? -le dijieron. ¿Qué estáis haciendo?
-'Stoy por ver si saco agua pa tomar -les dijo.
-Entós -le dijo Pedro, dentrate vos que sois más chico, y nosotros te vamos a ayudar a sacar, después que tomemos agua.
Juan se dentró al pozo, y cuando todos tomaron agua lo dejaron adentro, y se jueron. Juan tuvo como medio día, cuando en un redepente, el viejo barbón si asomó, y le preguntó a Juan:
-¿Qué 'stá haciendo amigo, áhi? ¿Qué le dije yo de sus hermanos?
Güeno, ya lo sacó el viejo y le dijo:
-Lo saco, amigo, pero va a hacer lo que yo le diga. Tiene que matar a sus hermanos, hacerlos quemar y aventar sus cenizas. ¿Lo va hacer, amigo?
-Sí, señor, lo voy a hacer.
-Vaya ande 'stá aquel hombre cuidando aquella majada y cambielé la ropa.
Y ya lo hizo Juan.
Y jue y le dijo al hombre:
-Vengo a cambiarle la ropa, amigo.
-No, amigo, ¡qué le voy a cambiar las hilachas que tengo por su ropa tan linda!
Y le dijo Juan:
-Hagamé este servicio, amigo.
-Bueno, amigo, le cambio la ropa.
Y lu hicieron, y Juan siguió con el amigo barbón y se dirigieron al pueblito.
El viejo le dijo:
-Agora lo voy a llevar a la casa di un carpintero, áhi yo no me voy a hacer presente pero voy a 'star siempre a su lado. Usté tiene que saber la guitarra -le dijo.
-No, señor, yo no sé, pero voy a tocar lo que pueda.
Cuando agarró la guitarra y la empezó a igualar y empezó a tocar, el carpintero de ver que tocaba tan lindo, le dijo que tenía que acompañarle a un baile. No era Juan el que tocaba la guitarra, era el viejo barbón, pero pal carpintero era invisible.
Ya el carpintero le dijo a Juan qu'eligiera de los trajes qu'él tenía, pero Juan le dijo que no, que iba a ir con el qu'él tenía.
Le dijo que iban a ir unos novios, y estos novios eran Pedro y la niña hija del Rey, que Pedro la obligaba a casarse con él.
El carpintero jue a pedir permisio para dar una música, y le contestaron que sí, con mucho gusto. Y entós empezó a tocar la guitarra y a cantar Juan. Cuando sintió la música, el caballo de Juan relinchó, el loro empezó a hablar, y la bola di oro empezó a andar de hombro en hombro, y dijo la niña:
-Éste va a ser mi marido porque éste es el que me salvó. Y ya toda la gente se almiró, y ya la niña dijo todo lo que había pasado, y Juan contó todo lo que los hermanos le habían hecho pasar.
Entós los agarró la polecía a los hermanos, y le preguntaron a Juan que qué hacían con ellos. Juan dijo que jueran muertos y quemados, y le aventaran la ceniza. Y así lo hicieron.
Juan se casó con la niña y se jueron a vivir muy felices.

Cayetano Cuello, 76 años. Merlo. Junín. San Luis, 1948.

Buen narrador. Muy buen guitarrista y cantor.

Cuento 1031. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 072



El muerto agradecido .1076

Éste que era una vieja y un viejo que tenían un hijo muy regalón. Un día se murió la vieja y luego el viejo, diciendo antes de morir a los servidores que tenía, que siempre lo cuidaran al joven como él lo había cuidado. Al siguiente día de haber fallecido el padre, los peones mandaron al joven a la leña y éste como había sido tan regalón de sus padres no sabía ni ponerle el freno a los burros y andaba en el potrero sin poder pillar ni uno solo. Cuando ya era mediodía iba pasando un señor y de verlo que no podía pillar los burros le pilló él y le aparejó. Lo hizo subir al burro y le indicó el camino de la leña. Luego que salió de la casa entró en un río y a un lado de la barranca vio un cajón con un cadáver.
Éste lo sacó y lo enterró lejos de donde no podía llevarlo la creciente. Este cadáver había sido de la madre de él. En lo que estaba afanado por enterrar el cajón, sintió que relinchaba una yegua y se fue a verla. Ésta estaba empantanada. Y buscó un palo y la empezó a sacarla del barro, hasta que la sacó. La yegua le dijo que no se vaya para la leña, que se vuelva en ella para el pueblo.
Por el camino encontró una pluma muy bonita y se bajó para alzarla. La yegua le dijo que no la alce, que por esa pluma iba a andar en muchos afanes. Pero éste no la obedeció y la alzó. Se la puso en la cinta del sombrero y siguió viaje. Cuando ya faltaba poco para llegar al palacio del Rey vio que uno de los peones se entró para dentro y luego salió con el Rey. Lo hicieron pasar y le dijo el Rey, si por qué razón tenía esa pluma en el sombrero, que él era el que le había robado el pájaro de oro que se le había perdido a él, y que lo vaya a trair.
El joven le dijo que él la había hallado por el camino. El Rey no le quiso creer y le dijo que si no le traía el pájaro le iba a cortar la cabeza.
Entonces le dijo la yegua que se fueran a buscarlo, y ella, como era alma, sabía que una vieja bruja lo tenía, y también sabía en qué parte lo tenía y le dijo que le pida al Rey un carro con carne, otro con trigo y otro con agua.
El Rey le dio lo que le pidió, y el joven se fue. Por el camino vio unos pájaros que estaban muriendosé de hambre y le dijo la yegua que les dé toda la carne que llevaba.
Y el joven les dio. Siguió viaje. Más allá estaban unas hormigas muriendosé también de hambre y la yegua lo hizo que les diera todo el trigo que llevaba. Y más allá estaban unos pececitos muriendosé de sé, y la yegua lo hizo que le diera todo el agua. Ya iban llegando a la casa de la bruja y la yegua que lo iba guiando le dijo que no estaba la vieja, que entre a todo galope, que lo alce al pájaro y que se vayan al palacio. Y así lo hizo. Le llevó el pájaro para el Rey y éste le dijo que como él le había tenido el pájaro, él también le tenía una niña que se le había perdido y que la vaya a trair.
El joven tuvo que obedecer y se fue para donde estaba la yegua y le contó lo que le dijo el Rey. Y la yegua le dijo que la misma bruja la tenía a la niña y que se fueran. Y el joven subió y se fue. Y también le dijo la yegua que le diga a la vieja que si lo podía conchabar, para que así vean modos de sacarla a la niña que estaba abajo de siete llaves. Y así lo hizo. Llegó a la casa y le dijo a la vieja que si quería ocuparlo. La vieja le contestó que con mucho gusto, que estaba necesitando un peón. El joven se bajó.
Al otro día le dijo la vieja al joven que fuera a trasladar el trigo de un granero para otro hasta las doce. El joven se fue llorando y dijo:
-Si quiera las hormigas que les dí el trigo vinieran a ayudarme.
Y se empezaron a juntar las hormigas a ayudarle. Y antes de las doce trasladaron el trigo sin que quede un solo grano. Cuando fue a ver el trabajo, la vieja, se sosprendió al ver que terminó antes de las doce.
Al otro día lo mandó que regara un potrero de diez leguas con un balde sin asiento, y el joven se fue a regar. Hasta que llegaba al potrero ya no llevaba nada de agua, y dijo:
-Si quiera los peces que les di el agua vinieran a ayudarme.
Ya llegaron los peces y antes de las doce estaba regado todo. Y fue la vieja a ver y dijo que estaba bien.
Al otro día le dijo que se comiera mil vacas hasta el mediodía y el joven se fue y empezó a comer una y luego no más ya estaba lleno y no podía comer más, y dijo:
-Si quiera los pájaros que les di la carne vinieran a ayudarme.
Y comenzaron a llegar los pájaros y antes de mediodía comieron las mil vacas. Cuando fue a ver la vieja ya estaban los huesos no más, y le dijo al joven que no tenía más trabajo y que se quede a cuidar la casa hasta que ella vaya a invitar a su comadre para que coman un pichón. Y en cuanto la vieja salió se fue el joven a ver la yegua. Le contó lo que le había dicho la vieja, y la yegua le dijo que el pichón que iban a comer que era él. Y que vaya ligero y la saque a la niña y que se vayan. Y así lo hizo.
La sacó a la niña y subieron en la yegua y se fueron. En cuanto llegó la vieja y le halló el rastro que se iba ya, y fue a verla a la niña y no la halló, se vino por atrás de ellos. Al pasar un río la vieja iba alcanzandolós, y cuando pasaba el joven con la niña se cortaba la creciente y cuando iba pasando la vieja vino una ola y la tapó y la llevó.
Luego no más llegaron al palacio y la entregó a la niña. Pero el Rey ya hacía siete días que estaba haciendo quemar el horno para quemarlo al joven. La yegua le avisó y le dijo que le pida al Rey una sábana que no haya pecado y una guitarra y que le pida permiso para dar tres vueltas en la plaza, en ella. Cuando el Rey le dijo que lo iba a quemar porque le habían dicho que era brujo, él le pidió todo lo que li había dicho la yegua y le pidió permiso para dar tres vueltas en ella.
Éste le dio permiso y se fue a la plaza en la yegua. Dio tres vueltas y la yegua se bañó en sudor.
Entonces le dice la yegua que la secara con la sábana y cuando lo tiren al horno se envuelva en la sábana, con la guitarra en la mano.
En el acto se convirtió la yegua en una palomita blanca y se voló porque era el alma de la madre que venía a salvarlo. El joven, antes de que lo echaran al horno, hizo todo lo que le indicó la yegua. Al otro día, cuando los peones abrieron el horno para sacar las cenizas, estaba el joven más lindo de lo que era, tocando la guitarra.
El Rey tuvo envidia, hizo calentar el horno catorce días y se fue a la plaza en la yegua de él, con una sábana, y dio tres vueltas.
Apenas sudó la yegua la secó con la sábana y volvió a la casa. Se envolvió con la sábana, y con la guitarra en la mano lo tiraron al horno.
Y al otro día los peones estaban listos para bailar. Cuando abren el horno, ven que el Rey estaba hecho un carbón. Ese mismo día se casó el joven con la hija del Rey y se quedaron de dueños de todas las cosas del palacio.
Hicieron grandes bailes en celebración del casamiento. Ellos se quedaron bailando y yo me vine para acá.

Que pase por un zapatito roto,
que usté me cuente otro.

Francisca Córdoba, 65 años. El Horno. Vinchina. Sarmiento. La Rioja, 1950.

Variante del cuento tradicional El caballito de siete colores. Amalgama motivos de El muerto agradecido y de Animales protectores.

Cuento 1076. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


0.015.1 anonimo (argentina) - 072

El muchacho flojo .1088

Ésta que era una magre pobre, y que tenía un hijo único, llamado Juan. Cuando tenía la edá de ocho años, la magre quería conchabarlo, para ayudarse con el salario que gane, pero como el muchacho era tan flojo, no quería levantarse de las piegras del juego adonde se encontraba cáido. La madre insistía en que se pare y cambie de lugar, para poder ella trajinar libremente en la cocina. Él respondía:
-¡Ay!... ¡Ay!... mi mama... vea que sólo por áca se le antoja pasar...
Entonces lo mandó que juera al campo a trai leña, y él respondía lo mesmo:
-¡Ay!, ¡Ay!... mi mama.
Al día siguiente, como ya se encontraba cansau con la insistencia de la magre, se levantó haciendo un gran sacrificio, y se fue al campo, a trai leña. Llegó hasta la sombra de un frondoso árbol donde se echó a descansar al lau de un pocito con agua. Mientras estaba áhi, salió una rana a la orilla del agua y le dijo:
-Tomá, Juan, esta pata mía, que te será útil.
Juan contestó:
-Callate rana, no puedo estar de pereza.
Volvió la rana a decirle:
-Juan, tomá esta pata mía, que te será útil. Le podís pedir lo que necesitís.
-Ya te dije, rana, que no puedo estar de pereza y dejame estar tranquilo.
Como la rana insistió por tercera vez, Juan resolvió hacer un gran sacrificio y recibirla a esta pata, y para probar su poder le dijo:
Pata, por la virtú que Dios te dio, hacé que se junte una carga grande y linda de leña.
A lo que se sintió rápidamente que juntaban la leña, y se amontonó muy cerca donde él estaba. Como ya se hacía tarde, Juan ya quería volver a la casa, y como la pereza lo dominaba, pidió nuevamente a la pata, por la virtú que tenía que lo lleve de inmediato a su casa. Tan pronto como hizo el pedido, ya se encontró montado en la leña, y con una velocidá regular ganó por una calle del pueblo vecino, con dirección hacia donde quedaba su casa. Al pasar frente al palacio del Rey, se hallaba una de sus hijas parada en la puerta del zaguán. Mucho le llamó la atención ver pasar este muchacho montado en una carga 'e leña. Lo habló para preguntarle cómo hacía él para viajar en esa forma, sobre la leña. Pero él no se detuvo para escucharle a esta muchacha que le hablaba. Tenía muy poca educación. Como sentía que la muchacha siempre lo hablaba y se reía, como señal de protesta en contra de ella, volvió a pedirle a la pata que por la virtú que Dios le dio, le conceda un hijo varón de él, y que nazca con un ramito de flores en la mano. El Rey había dicho que la iba hacer casar con el que la hiciera reír.
Poco tiempo después empezó a sentirse la novedá que había en la hija del Rey. Cuando él supo que lo que pasaba, empezó a llamar todas las clases de la sociedad. Primero, a la clase noble, y como comprobó que de ninguno de ellos era, llamó a la clase mediana. Y habiendo comprobado que ninguno de éstos era tampoco, el padre de este niño, que estaba próximo a nacer, resolvió llamar a la clase plebe, o sea la clase inferior. Mientras se producía este llamado, el niño ya nació. Por lo que el Rey se encontraba más enfurecido, y más lleno de ira.
Desfilaba y más desfilaba la gente de esta clase, hasta que por fin pasó Juan el Flojo, habiéndose comprobado que él era el padre del niño que provino de la hija del Rey. Éste, indignado, los casó y les dio por vivienda, el corral de los chanchos, donde pasaron malamente el día. Cuando se hizo la noche y toda la ciudad ya dormía, le hizo un nuevo pedido a la pata, que guardaba en su poder:
-Rana, por la virtú que Dios te dio, haceme esta misma noche un palacio que tenga más comodidá y más brillo que el palacio del Rey. Que amanezca lleno de todas las comodidades que se requieren en él, todo ordenado y tapizado con los mejores materiales conocidos.
Todo se cumplió al pie de la letra. Cuando amaneció al día siguiente, toda la ciudá se encontró con la novedá de la presencia de este magnífico palacio, al cual acudió el Rey acompañado de su comitiva. Éste, al verlo a Juan, acudió a interrogarlo sobre cómo había hecho semejante maravilla en tan poco tiempo. A lo que le respondió Juan:
-Todos me llaman Juan el Flojo, y para demostrarle a usté que soy más capaz que un Rey con toda su comitiva, hi resuelto hacer este humilde rancho en una noche.

Ramón Gómez, 82 años. El Verde. General Ocampo. La Rioja, 1950.

En este cuento el pescadito encantado ha sido substituido por una ranita mágica.

Cuento 1088. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


0.015.1 anonimo (argentina) - 072