Los
tres hijos
Ésta
era una viejita que tenía tres hijos, llamados, el mayor, José, el
segundo Pedro y el menor, Juan. Esta señora se encontraba enferma.
En poder d'ella tenía cuarenta pesos. Cuando ella se sintió mal,
llamó a sus tres hijos y les dio a conocer que en poder d'ella tenía
cuarenta pesos.
-Bueno,
mis hijos -les dice, yo m'encuentro mal y pienso darles lo que les
pertenece. Tomá, José, diez pesos; vos, Pedro, tomá diez pesos y
vos, Juan, diez pesos. Yo me quedo con diez pesos. Vos, José -le
dice, tomó estos lentes y te vas al monte. De ande me alcancís a
ver con los lentes plantá un lindero, y de esta distancia que me
hais visto, cuadró a todos vientos que esto será tuyo. Vos, Pedro,
lo hacís igual y cuadró igualmente, que esto será tuyo. Y vos,
Juan, lo hacís lo mismo, y cuadró a todo viento que esto será
tuyo. La parte miya queda al sur, y yo la cuadraré si Dios me da
vida.
-Vení,
m'hijo, andá decile a José que me siento muy mal y que me preste
los diez pesos, que yo le voy a dejar dos amigos para que le paguen.
José
le contestó que él no le prestaba ni cinco centavos, y que si
arregle ella. Igualmente le contestó Pedro. Juan le dio todo lo que
tenía.
La
madre siguió mal y lo llamó a su hijo Juanito:
-Mire,
m'hijo -le dice, si yo muero, me echáis adentro de la petaca por
nueve meses, y me cerrás la puerta. A los nueve meses abrí la
puerta y será el pago que te dejo por tus finezas y güen corazón,
pidiendoté que hagás, m'hijo, lo que yo te pido.
Pasaron
cuatro días. Ella murió. Juan jue a pedir a los hermanos que lo
ayudaran para el velorio y el entierro; los hermanos lo sacaron a
punta di azotes y patadas.
Él
se vino ande 'staba su madre muerta, y con resina de los molles veló
a su madre, qu'hizo como velitas.
Después
de muerta l'echó dentro de la petaca cumpliendo el pedido de la
madre. Le cerró la puerta y se largó a comer pasto como un caballo,
y a tomar agua. Se llenaba y se venía a su casita. Así pasó los
nueve meses. A los nueve meses abrió la puerta y se encontró con
dos caballos, uno tordillo y uno plateado, ensillados y con herrajes.
Salió
de su casa y pasó por frente de la casa de su hermanos. Cuando lo
vieron, lo llamaron con cariño. Era para matarlo y quitarle los
caballos. Él no hizo caso y se retiró galopiando juerte y siguió
su destino. Y se jue muy lejo. Siguió no más. Él, ande se le hacía
la noche, no tenía más comida que pastiar al lado de sus caballos.
Anduvo tres días y s'encontró al frente di un portón ande 'staba
un letrero que decía: El que pase adentro d'este campo, será
muerto. Él pensó:
Al
poco andar divisó dos jinetes que venían al frente d'él. Llegaron,
lo saludaron y le dijieron qu'eran los hijos del dueño del campo. Le
preguntaron los mozos si no lo había visto al letrero que había en
el portón adonde él entró.
-Amigo,
nunca l'himos pedido un favor a nuestro padre, pero agora pa salvarle
su vida le vamos a pedir este favor a nuestro padre. Lo querimos a
usté para hermano, lo que le vimos tan bien puesto en su persona y
en su caballo, y lo que los gusta usté. Amigo, siga con nosotros.
Se
dirigieron a la casa del padre qu'era un rey y lo dejaron a Juan en
la calle; se bajan los dos hermanos y pasaron a consultar con el
padre.
-Mire,
papá, nosotros hasta la edá que tenimos nunca l'himos pedido un
favor, y agora himos encontrado un mocito en nuestro campo, y lo
querimos tener como hermano, para salvarle la vida.
-Mire,
m'hijo, yo le voy a apreciar como si juera hijo mío. Por el pedido
de mis hijos, usté estese tranquilo acá junto con ellos.
En
esos momentos entró la señora y a la señora le preguntó si 'staba
conforme. Y la señora contestó:
-Mirá,
hijo, te voy a poner una tienda pa que aprendás a trabajar para vos,
porque yo no tengo necesidá.
-Papá,
vengo a rendir cuenta del dinero que se ha hecho en mi casa, y que
usté lo debe saber como padre.
-Yo
no necesito m'hijo. Eso te lo di para vos, y vos sabrás disponer, y
si algo más te hace falta, yo te lo voy a dar.
Él
'staba tranquilo en su tienda cuando vido pasar un viejito que
gritaba:
Al
otro día llegaron los hermanos de Juan a la casa d'él, hechos un
telar de inmundicia y de desdichas, y le dijieron:
-Ustedes
'stesen tranquilos en mi casa -les contestó Juan. Yo voy a ver si
les salvo la vida del padre que me ha criado.
Él
se jue, llamó un peluquero, los hizo pelar, los hizo bañar y los
hizo aparecer a la par d'él. Y les dijo:
-Hermanos,
mañana les doy una tienda ajuera del campo de mi padre de crianza pa
que se busquen la vida.
A
la casa de los hermanos no iba nadies a comprarles, y en la casa de
Juan no se daba tiempo para despachar todos sus clientes. Entós
entraron en envidia Pedro y José.
En
aquellos momentos que ellos 'staban en consulta para hacerlo matar a
Juan, llegó una vieja bruja y les dijo qu'era una cosa lo más
fácil.
-Si
ustedes me dan comestibles de su tienda para comer y vestirme, yo les
diré cómo van a hacer para matar a Juan -ella les dijo.
-Miren,
al Rey le robaron una niña, un loro y una bola di oro. Y el Rey 'stá
muy triste, nu es nada sin la hija y sin el loro y sin la bola di
oro. Usté vaya mañana temprano y le dice al Rey que se ha dejau
decir Juan que él es capaz de tráir la niña.
-Permitamé
una palabra, señor. ¿Usté sabe que Juan se dejó decir qu'él sabe
ánde 'stá su hija, y qu'él es capaz de tráila?
-Vos
te hais dejau decir que sois capaz de trairme m'hija y que sabís
ande s'encuentra. Palabra de rey no puede faltar. Te pongo tres días
de plazo, y si no la tráis a m'hija te corto el cogote. Vaya, agarre
ese perro, elija caballo y vaya.
Juan
lloraba sin consuelo porque era una cosa qu'él no sabía y que nu
había dicho. Andaba él por agarrar caballo cuando se le apareció
una yegüita flaca, al lado d'él, que dijo:
-Poneme
el freno a mí no más, y te vas a tu casa y buscás una bolsita y la
llenás de plata. Yo te voy a llevar ande s'encuentra la niña. Antes
de llegar te van a encontrar los moros y te van a decir:
Y
ya se jueron y todo pasó como dijo la yegüita.
Cuando
vieron la yegüita, tan flaca, se consultaron que l'iban a ganar sin
rebenque. Y se dispusieron de correr la carrera, y empezaron las
partidas. Corrieron unas cuantas veces. En vista que no l'alcanzaban
a la yegüita de Juan, les pidió éste que más bien la corriera la
niña, l'hija del Rey que andaba áhi. Los moros con tal de no
dejarlo ir con plata, la dejaron correr a la niña. Partieron dos
veces. Largaron y en el medio de la cancha, sin que nadies se diera
cuenta, desapareció la niña y Juan en la yegüita, sin saber los
moros el rumbo que tomaron. Siguieron ellos, y por fin llegaron a la
plaza del pueblo del Rey, y áhi le dijo la yeguita a Juan:
Se
jueron a la casa del Rey y golpiaron las puertas. Salió el Rey y se
puso contentísimo, abrazó a la hija y le dijo a Juan:
Al
día siguiente la vieja bruja les dijo a los hermanos que alguien lu
ayudaba a Juan. Que jueran y le dijieran al Rey que se había dejado
decir que él sabía ánde 'staba el loro y qu'era capaz de tráilo.
Y ya jue José y le dijo al Rey. El Rey lu hizo llamar a Juan y le
dijo:
-Qué
es que vos ti hais dejau decir que vos sabís ánde 'stá el loro y
que sois capaz de trailo. Inmediatamente agarrá ese freno, elegí
caballo y me lo vas a trair, sinó ti hago cortar el pescuezo.
Palabra de Rey no puede faltar.
Jue,
agarró caballo y tomó rumbo al norte. Galopió todo ese día hasta
la noche, ande alcanzó a ver una lucesita que vía a una distancia
lejo, y se dirigió a ella. Cuando llegó s'encontró con un viejo
muy barbudo, que cuidaba una ollita muy chiquita, llenita de comida.
Le dijo el viejito:
-Ando
en busca del loro del Rey, que se lo han llevado los moros, y yo no
sé ánde s'encuentra.
-Usté
no si apure, amigo, usté suba en mi caballo. Tome esta varita. El
caballo lo llevará ánde s'encuentra el loro. Ofertelé pan y cuando
grite, aquí anda uno, peguesé tres veces con la varita en el medio
de la cabeza y quedará hecho un tronco usté y el caballo.
-Agora
usté va en mi caballo no más, pal palacio del Rey. Áhi le saca el
freno y se lo acomoda en los tientos del recau, y me lo larga.
Y
ya vino José y le dijo al Rey que Juan se había dejáu decir qu'él
sabía ánde 'staba la bola di oro, y la ropa de la niña hija del
Rey.
-Vos
ti hais dejáu decir que vos sabís ánde 'tá la bola di oro y la
ropa de m'hija. Palabra de Rey no puede faltar. Si no me tráis todo,
te hago matar mañana a primera hora. Agarra ese freno, elija caballo
y salga.
-Eso
no es nada, amigo. Aquí 'stá su amigo para ayudarlo en lo que
pueda. Largue ese caballo pa qu' engorden los zorros, y suba en mi
caballo y tome esta varita. Usté va a encontrar dos puertas. Deje su
caballo, bajesé y toque las puertas con la varita.
Cuando
si abran las puertas, dentre, y dentrando, sobre la derecha, áhi va
a encontrar la ropa y la bola di oro.
Juan
hizo las cosas tal cual le decía el viejo, sacó la ropa y la bola
di oro, subió a caballo y volvió.
-Mire,
amigo, yo soy aquel que usté dio dos cargas de plata pa que
m'enterraran en sagrado, y por su favor, amigo, lo vengo a ayudar.
Agora, usté, amigo, va a hacer lo que yo le digo. Usté, cuando
llegue a la casa del Rey y l'entregue la ropa de la niña y la bola
di oro, él le va a decir que cobre lo que quera. Usté le pide unas
cargas de plata. Cuando se las dé cargue el tordillo y siga en el
platiau. Usté le va a decir que lo deje dar tres güeltas en el
jardín del Rey, con la niña en las ancas, el loro y la bola di oro,
pero no se vaya a juntar para nada con sus hermanos.
Así
lo hizo todo, Juan.
A
las tres güeltas, en l'última, s'hizo un remolino y se levantaron.
El Rey había hecho rodiar el jardín con doble escolta, pero el
caballo salió por los aires.
Juan
y la niña se jueron lejo, lejo, de viaje. Ya lejo s'encontraron con
mucha sé, y se dirigieron a un pozo 'e balde que se devisaba áhi
cerca. Llegaron, y 'staban en consulta si sacarían u no agua para
tomar, cuando devisaron que venían dos, y habían síu los hermanos
de Juan. Ya se juntaron.
-Entós
-le dijo Pedro, dentrate vos que sois más chico, y nosotros te vamos
a ayudar a sacar, después que tomemos agua.
Juan
se dentró al pozo, y cuando todos tomaron agua lo dejaron adentro, y
se jueron. Juan tuvo como medio día, cuando en un redepente, el
viejo barbón si asomó, y le preguntó a Juan:
-Lo
saco, amigo, pero va a hacer lo que yo le diga. Tiene que matar a sus
hermanos, hacerlos quemar y aventar sus cenizas. ¿Lo va hacer,
amigo?
Y
le dijo Juan:
-Agora
lo voy a llevar a la casa di un carpintero, áhi yo no me voy a hacer
presente pero voy a 'star siempre a su lado. Usté tiene que saber la
guitarra -le dijo.
Cuando
agarró la guitarra y la empezó a igualar y empezó a tocar, el
carpintero de ver que tocaba tan lindo, le dijo que tenía que
acompañarle a un baile. No era Juan el que tocaba la guitarra, era
el viejo barbón, pero pal carpintero era invisible.
Ya
el carpintero le dijo a Juan qu'eligiera de los trajes qu'él tenía,
pero Juan le dijo que no, que iba a ir con el qu'él tenía.
Le
dijo que iban a ir unos novios, y estos novios eran Pedro y la niña
hija del Rey, que Pedro la obligaba a casarse con él.
El
carpintero jue a pedir permisio para dar una música, y le
contestaron que sí, con mucho gusto. Y entós empezó a tocar la
guitarra y a cantar Juan. Cuando sintió la música, el caballo de
Juan relinchó, el loro empezó a hablar, y la bola di oro empezó a
andar de hombro en hombro, y dijo la niña:
-Éste
va a ser mi marido porque éste es el que me salvó. Y ya toda la
gente se almiró, y ya la niña dijo todo lo que había pasado, y
Juan contó todo lo que los hermanos le habían hecho pasar.
Entós
los agarró la polecía a los hermanos, y le preguntaron a Juan que
qué hacían con ellos. Juan dijo que jueran muertos y quemados, y le
aventaran la ceniza. Y así lo hicieron.
Cayetano
Cuello, 76 años. Merlo. Junín. San Luis, 1948.
Buen
narrador. Muy buen guitarrista y cantor.
Cuento
1031. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 072