Había una vez un rey muy enfermo. Tenía
noventa y nueve enfermedades. Los médicos eran de la opinión de que ya no se
podía hacer nada por él y que se iba a morir al cabo de un año y un día. Uno de
ellos, sin embargo, dijo:
-Si se encontrase a un hombre siempre contento
con todo y con todos, y el rey pudiese ponerse la camisa de este hombre
contento, desaparecerían sus noventa y nueve enfermedades y se curaría en un
santiamén.
Los mensajeros del rey acudieron a los cuatro
extremos de la tierra a buscar a un hombre siempre contento con todo y con
todos. Buscaron, buscaron, pero no había forma de encontrarlo.
Por fin, uno de los mensajeros llegó a un
extenso prado y encontró a un hombre andrajoso, con la barba hasta los pies,
que dormía en paz y durante el sueño sonreía.
-Éste podría ser un hombre contento -se dijo
el mensajero y lo despertó. Eh, tú, ¿eres o no un hombre contento?
-Claro que lo soy.
-¿Nunca te has sentido descontento con nada?
-Ni siquiera una vez. ¿Y por qué iba a
lamentarme?
-Ven, pues, a conocer a nuestro rey.
-¿Para qué?
-Ven, que el rey te cubrirá de oro.
El vagabundo se dejó, por fin, convencer y
siguió al mensajero hasta el palacio real. Cuando el rey lo vio, se alegró
muchísimo y exclamó:
-Pronto, dame tu camisa.
-¿Mi camisa?
-Vamos, no hagas preguntas: quítate el abrigo,
quítate la camisa y dámela. A cambio, yo te daré un montón de oro.
El hombre contento se quitó el abrigo y, en
ese momento, todos vieron que debajo del abrigo no tenía camisa ni nada. El
pobre rey lo miró, exhaló un profundo suspiro y se murió. Y el vagabundo
recogió su abrigo y se fue, contento como antes.
143. anonimo (eslovenia)
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