Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 6 de agosto de 2012

La hiena y las plumas del gallo


Una vez, hace muchos, muchos años, las aves entraron en guerra con los cuadrúpedos. El general de las aves era el avestruz, mien­tras que los cuadrúpedos tenían como comandantes en jefe al elefante, al león U al leopardo. El avestruz pasó revista a las aves alineadas en formación de combate y dijo:
-Amigos, yo tengo unas alas demasiado pequeñas, por lo que no puedo volar con vosotros y guiaros directamente en la batalla. Pero os daré algunos buenos consejos. He puesto tres huevos. Que el águila coja el primero y lo rompa en la cabeza del elefante. Que el halcón coja el segundo y lo rompa en la cabeza del león. Que el marabú coja el tercero y lo rompa en la cabeza del leopardo. Cuando nuestros enemigos vean cómo la yema se escurre por su frente, pensarán que se trata de sangre y escapa­rán a todo correr. Entonces nuestras aliadas, las abejas, atacarán al elefante, al león y al leopardo, y alcanzaremos la victoria en un solo día.
Las aves obedecieron a su general. La primera en volar en el combate contra los cuadrúpedos fue el águila. Al ver al elefante, fue hacia él y le rompió el huevo de avestruz en la cabeza.
Da la casualidad de que la hiena estaba corriendo junto al elefante. Cuando vio la cabeza de su jefe cubierta de gema de huevo, fue presa del terror y comenzó a gritar:
-¡Pobres de nosotros! ¡Auxilio, auxilio! El elefante se muere.
Un momento después, no sólo el elefante, sino también el león g el leopardo, estaban cubiertos de gema de huevo. La hiena, más asustada que nunca, puso pies en polvorosa. Los otros animales, en medio de una gran confusión, la siguieron. Enton­ces las abejas atacaron al elefante, al león y al leopardo y los pu­sieron en fuga.
El gallo, esa ave combativa conocida con el nombre de Qui­quiriquí, persiguió a la hiena que se batía en retirada. Pero, cuando el gallo estaba a punto de alcanzarla, la hiena se refugió en su guarida. El gallo se quedó en la entrada y esperó.
Al principio, la hiena no se atrevía siquiera a respirar. Por fin, al borde de su resistencia, se armó de valor p asomó la cabe­za. Pero volvió a ocultarse a toda prisa. Justo frente a sus ojos se agitaba la cola de su terrible enemigo. Y la cola seguía allí cuan­do la hiena asomó la cabeza dos, tres, cuatro, cinco veces más.
Por fin Quiquiriquí se aburrió y decidió sorprender a la hie­na valiéndose de la astucia. Se arrancó tres de sus mejores plu­mas, las clavó en la tierra a la entrada de la guarida p se marchó. Y la hiena caljó en la trampa. Al ver que las plumas del gallo se­guían en el umbral de su refugio, nunca más se atrevió a salir y se murió de hambre.

142. anonimo (sudan)

El joven, los ladrones y el agua


Había una vez un joven que iba siempre desarmado por el bosque, aunque su padre lo reprendiese a menudo por su imprudencia.
-No tienes siquiera una aguja -solía decirle el padre. Si al­guien te ataca, ¿cómo harás para defenderte?
Pero el joven se limitaba a sonreír y no hacía ningún caso a la advertencia paterna.
Un día, sin embargo, mientras se encontraba en el corazón del bosque, lo rodearon unos ladrones que lo hicieron prisione­ro sin ninguna dificultad. Entonces el joven, recordando las pa­labras de su padre, suspiró:
-Ah, si al menos hubiera tenido una aguja, sin duda no me habríais hecho prisionero.
-Aquí tienes una aguja -dijo riendo el jefe de la banda.
El joven cogió la aguja de manos del ladrón y fingió obser­varla con mucha atención.
-Pero no tiene punta -gritó.
-No es verdad -replicó el ladrón, acercándose más para ver­la mejor.
El joven no perdió tiempo y, muy ágil, pinchó al ladrón en la nariz. El ladrón soltó un chillido, dejó caer su escopeta y se aga­rró la nariz con ambas manos. El joven cogió sin vacilar la esco­peta y, disparando varios tiros al aire, ahuyentó a los demás la­drones.
De vuelta a casa, le dijo a su padre:
-Llevabas razón, querido padre. Hoy me capturó una banda de ladrones y una simple aguja me salvó la vida.
Incluso una simple aguja puede ser un arma poderosa en ma­nos de un hombre valiente.

142. anonimo (sudan)