Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

Mostrando entradas con la etiqueta 126. Rumania. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta 126. Rumania. Mostrar todas las entradas

martes, 7 de agosto de 2012

Pakala, tandala y el diablo


Un día se le ocurrió a Belcebú, señor de los infiernos, gastarles una broma a los hombres para divertirse un poco. Pero como no lograba imaginar nada que valiese la pena, dio tres palmadas y enseguida apareció en la puerta un minúsculo diablillo, negro como la pez, grueso como un puño, con los ojos como dos alubias y una cola de tres brazos de largo.
-¿Qué deseas, Diabólica Excelencia?
-Reúneme ahora mismo a todos los diablos, grandes y pequeños. Quiero pedirles consejo.
Poco después, la sala se llenó de diablos de todas las medidas, grandes, pequeños. Eran tantos que resultaban incontables. Cada uno de ellos le hizo una reverencia a Belcebú y se sentó en su puesto. Belcebú se colocó en el trono y en su mano, en lugar del cetro, tenía un tridente de oro. Cuando todos estuvieron sentados, él les dijo:
-Os he reunido para pediros un consejo. Querría gastarles a los hombres una broma, para divertirme un poco, pero por más que me rompo la cabeza no se me ocurre nada. Espero vuestras propuestas.
Los diablos pensaron un rato, pero a ninguno de ellos se le ocurrió una buena idea y, uno tras otro, bajaron la cabeza. Dijeran lo que dijeran, ninguna sugerencia le gustaba al soberano. Después de que habló el último diablo, Belcebú se puso furioso. Se enderezó en su trono, agitó con actitud amenazadora el tridente y les infligió las penas más terribles. Entonces se hizo oír también Misia, el minúsculo diablillo:
-Espera un momento, poderoso soberano, aún no he hablado yo.
-¿Qué pretendes tú, pigmeo? ¿Crees que encontrarás la respuesta que no han hallado los diablos magores que tú?
-Escúchame antes de enfadarte.
-De acuerdo, habla.
-Mi idea es que invitemos a los hombres a un magnífico banquete.
-¿Qué? -rugió Belcebú. ¿Yo busco una manera de burlarme de ellos y tú me propones que los invitemos a comer?
-Déjame que termine de hablar -dijo el diablillo. Los invitaremos a comer, prepararemos una mesa llena de toda clase de manjares, pero les daremos cucharas y tenedores tan largos como tu tridente. Y no se le permitirá a nadie que coma con las manos. Verás cómo nos divertiremos cuando intenten usar esos cubiertos. Frente a una mesa repleta de comida no llegarán a llevarse ningún bocado a la boca.
-Buena idea -dijo admirado Belcebú.
-Pero hay que estar atentos para que no vengan Pakala y Tandala. Esos dos bufones podrían arruinarnos la diversión.
Y se hizo así, tal como había sugerido el diablillo Misia. Los diablos se disfrazaron de cazadores, prepararon un magnífico banquete e invitaron a los hombres. Se supone que fueron todos. Así, a la hora señalada, innumerables comensales se acercaron a la mesa, se sentaron frente a las fuentes llenas de manjares. Se les hacía agua la boca. Pero, cuando cogieron los cubiertos, las cosas se les pusieron difíciles: los tenedores, los cuchillos y las cucharas eran largos como tridentes. ¡Probad de llevaros un bocado a la boca con semejantes cubiertos!
Los diablos espiaban desde las puertas y las ventanas y se desternillaban de risa.
Los comensales lidiaban con aquellos cubiertos, se batían a duelo con cuchillos y tenedores, mientras los diablos se revolcaban de risa por el suelo.
De repente, sin embargo, quién sabe de dónde, aparecieron en el umbral los dos bufones Pakala y Tandala. Echaron un vistazo a la mesa y preguntaron:
-¿Por qué no coméis, amigos?
-¿Y cómo queréis que hagamos con estas cucharas?
-Sois francamente estúpidos -se rieron Pakala y Tandala; observadnos bien.
Se sentaron uno frente al otro y comenzaron a comer. Pakala extendía la cuchara a través de la mesa y daba de comer a Tandala, y Tandala hacía otro tanto con su compañero, y así, sirviéndose el uno al otro, comían con avidez.
Dejaron a los diablos con un palmo de narices y los hombres lanzaron gritos de júbilo. Se acercaron a las mesas y, en pocos minutos, sirviéndose unos a otros, comieron todo lo que había. Después abandonaron la sala del banquete cantando, mientras desde los infiernos brotaban chillidos y lamentos como nunca antes se habían oído. Belcebú se dedicaba a asestar golpes a los diablos con su tridente.

126. anonimo (rumania)

Largo como la cola de la liebre


Había una vez un campesino, y este campesino unció sus bueges al arado. Cuando los hubo uncido, se fue al campo y comenzó a ararlo. En el campo encontró una madriguera, y esta madrigue­ra tenía una tapa de hierro. El campesino levantó la tapa de hie­rro de la madriguera que había encontrado en el campo, mien­tras araba con sus bueljes, y de la madriguera salió una liebre, y esta liebre tenía una cola muy corta, tan corta como este cuen­to corto, muy corto. Si la cola de la liebre hubiese sido un poco más larga, también nosotros podríamos haber contado un cuen­to un poco más largo.

Así que os digo hasta mañana:
es hora de irse a la cama.

Fuente: Gianni Rodari

126. anonimo (rumania-transilvania)

La princesa del sol


Había una vez un poderoso emperador, soberano de un reino inmenso y padre de una sola hija. Ésta era hermosa como una flor de primavera, pero el emperador estaba muy preocupado porque ella no quería casarse.
Ningún príncipe llegaba a gustarle: ni alto ni bajo, ni rubio ni moreno. Cada vez que su padre le hablaba de matrimonio, ella respondía:
-Solamente me gusta el Sol.
Un día, el emperador montó en cólera.
-Si es así, ve y cásate con el Sol, pero no se te ocurra volver a presentarte ante mi vista.
Y la echó de casa.
La pobre princesa emprendió el viaje en busca del Sol. Caminó hacia el este, a través de montes y valles, bosques y campos, hasta que llegó a la cumbre de la montaña sobre la cual el Sol tenía su palacio. En la casa sólo había una vieja, que le preguntó:
-¿Qué buscas aquí, muchacha?
-Busco al Sol -respondió la princesa, y le contó a la vieja cómo su padre la había echado de casa.
La vieja la escuchó con simpatía.
-Bien, querida muchacha. El Sol es mi hijo y yo te lo daré como esposo. Pero recuerda que, si quieres quedarte con él, no debes mirarlo jamás a la cara.
La princesa se lo prometió y, durante mucho tiempo, mantuvo su promesa. Vivió con el Sol feliz y contenta un año entero,
y en todo ese tiempo no lo miró a la cara una sola vez. Pero la curiosidad comenzó a atormentarla:
-¿Por qué no podré mirar a mi marido a la cara?
La vieja intuyó las razones de la inquietud de la princesa y tuvo compasión de ella:
-Yo sé qué te atormenta. Si quieres, puedo darte un consejo. Pon un vaso de agua delante de tu marido y mira cómo se refleja en él. Pero no se te ocurra mirarlo durante mucho tiempo; de otro modo, se dará cuenta y para ti sólo habrá desdichas.
La princesa hizo lo que le había dicho la vieja. Cuando el Sol volvió a casa después del crepúsculo, puso delante de él un vaso de agua y miró cómo se reflejaba. En el vaso, le apareció el rostro de un hombre tan hermoso, tan amable, que le faltó el aliento. Se olvidó de lo que le había recomendado la vieja y siguió un buen rato mirando aquel semblante, hasta que su marido se dio cuenta.
El Sol se puso furioso.
-¡Si no puedes obedecer, tampoco puedes quedarte en mi casa! -gritó, y echó a la princesa del palacio.
La pobre princesa se fue llorando, sin saber adónde. Pero no llegó muy lejos. Cuando llegó a un campo, el Sol tuvo compasión de ella y la transformó en una planta con una flor amarilla. Y, desde aquel día, la flor amarilla se vuelve constantemente hacia el Sol. Por eso los seres humanos la han llamado «girasol».

126. anonimo (rumania)

La mosca que quería estudiar

Había una vez una mosca que quería ser culta. Voló hasta la ventana de un colegio y escuchó lo que estaban aprendiendo los alumnos. En aquel momento repetían una cancioncilla:

¡Pronto, pronto, pronto,
el borrico es un tonto!

La mosca aprendió enseguida la canción y pensó: «Ahora soy una mosca verdaderamente instruida. Saldré por el mundo a educar a otros animales».
Voló hasta un prado y se encontró con un viejo burro que pastaba. La mosca se posó en su lomo y cantó:

¡Pronto, pronto, pronto,
el borrico es un tonto!

-¿Qué estás cantando? -preguntó el burro. Y la mosca repitió:

¡Pronto, pronto, pronto,
el borrico es un tonto!

-Es una bonita canción -admitió el burro. Pósate en mi cola 9 cántala otra vez, por favor.
La mosca voló hasta su cola y el burro la sacudió con tanta fuerza que la mosca cagó a tierra y casi se rompió sus patas.
«Qué burro ingrato», pensó la mosca cuando se repuso, y se fue volando.
Voló hasta un estanque, donde una carpa nadaba con mucha pachorra. La mosca se acercó al borde del agua y cantó suave­mente:

¡Monta, monta, monta,
esta carpa es una tonta!

Sin decir agua va, la carpa salió fuera del estanque y salpicó a la mosca y le dio una ducha tal que le resultó difícil después se­carse al sol.
«Era una carpa ingrata e ignorante», pensó la mosca cuando estuvo seca y se fue volando.
Llegó a una granja y vio a un ganso. Se posó en el pico del ganso y comenzó a cantar con sentimiento:

¡Pronto, pronto, pronto,
este ganso es un tonto!

El ganso abrió el pico y así terminaron los estudios de la mosca.

126. anonimo (rumania)

La cabra con el cascabel de plata


Una cabrita recibió como regalo de su amo un cascabel de plata. El precioso cascabel relucía y tintineaba que era un primor. La cabrita iba de un lado al otro para hacerse ver. Corría, saltaba, sacudía la cabeza para que tintineara el cascabel. Llegó al bos­que y se encontró frente a un seto de espinos. La cabrita intentó pasar al otro lado, pero el cascabel se trabó en un espino y allí quedó enganchado. Entonces la cabra le suplicó al seto:
-Espino, no seas cruel, devuélveme el cascabel.
El seto respondió:
-Fuiste tú quien lo dejó enganchado. Quitarlo corre por tu cuenta.
-Feo, antipático, me las pagarás -dijo la cabra y acudió a pe­dirle auxilio a una vieja sierra. Sierra, querida sierra, ayúdame tú. El seto se ha quedado con mi cascabel y no me lo quiere dar. Ven y córtalo.
-Ay, cabrita, soy muy vieja yya no tengo dientes. No puedo cortar el seto.
-Fea, antipática, me las pagarás -chilló la cabrita y fue en busca del fuego. Fuego, fueguito, ayúdame tú. El seto se ha quedado con mi cascabel y no me lo quiere dar. He acudido a la vieja sierra y le he pedido que le dé un corte al seto, pero no lo quiere cortar, dice que ya no tiene dientes. ¡Ven y quema la sierra!
-¿Por qué habría de quemarla? Es verdad que qa no tiene dientes. No la quemaré, ni lo pienses.
-Feo, antipático, me las pagarás -se enojó la cabrita y fue a hablar con el agua. Agua, agüita querida, ayúdame tú. El seto se ha quedado con mi cascabel y no me lo quiere dar. He acudi­do a la vieja sierra y le he pedido que le dé un corte al seto, pero no lo quiere cortar, dice que ya no tiene dientes. He ido a ver al fuego y le he rogado que queme la sierra, pero no la quiere que­mar, dice que la sierra tiene razón. ¡Hazme el favor, apaga el fuego!
-¿Por qué habría de apagarlo si se niega a quemar a la pobre sierra! Hace bien en no quemarla y yo no lo apagaré.
-Fea, antipática, me las pagarás -chilló la cabrita y fue a ha­blar con unos bueyes. Bueyes, queridos bueyes, ayudadme vo­sotros. El seto se ha quedado con mi cascabel y no me lo quiere dar. He acudido a la vieja sierra y le he pedido que le dé un cor­te al seto, pero no lo quiere cortar, dice que ya no tiene dientes. He ido a ver al fuego y le he rogado que queme la sierra, pero no la quiere quemar, dice que la sierra tiene razón. He acudido al agua y le he rogado que apague el fuego, pero no lo quiere apa­gar, dice que el fuego ha hecho bien. ¡Bebed esa agua, amigos!
-El agua tiene razón -respondieron los bueyes. No la bebe­remos.
-Feos, antipáticos, me las pagaréis -chilló la cabrita y fue en busca del lobo. Lobo, querido lobito, ayúdame tú. El seto se ha quedado con mi cascabel y no me lo quiere dar. He acudido a la vieja sierra y le he pedido que le dé un corte al seto, pero no lo quiere cortar, dice que ya no tiene dientes. He ido a ver al fuego y le he rogado que queme la sierra, pero no la quiere quemar, dice que la sierra tiene razón. He acudido al agua y le he rogado que apague el fuego, pero no lo quiere apagar, dice que el fuego ha hecho bien. He hablado con los bueyes y les he pedido que beban el agua pero no la quieren beber, dicen que el agua tiene razón. ¡Cómete a esos bueyes, lobo!
-No tengo la menor intención, no tengo hambre -respondió el lobo. Y además no quiero meterme con los bueyes porque son capaces de atravesarme con sus cuernos. Vete, si no te co­meré a ti.
-Feo, antipático, me las pagarás -gritó la cabra y fue a ha­blar con la escopeta. Escopeta, escopetita, agúdame tú. El seto se ha quedado con mi cascabel y no me lo quiere dar. He acudi­do a la vieja sierra y le he pedido que le dé un corte al seto, pero no lo quiere cortar, dice que Ija no tiene dientes. He ido a ver al fuego y le he rogado que queme la sierra, pero no la quiere que­mar, dice que la sierra tiene razón. He acudido al agua y le he rogado que apague el fuego, pero no lo quiere apagar, dice que el fuego ha hecho bien. He hablado con los bueyes y les he pedi­do que beban el agua pero no la quieren beber, dicen que el agua tiene razón. Después le he rogado al lobo que se coma a los bue­yes pero me ha dicho: vete ya o te como a ti. ¡Mata a ese lobo, escopeta!
-No puedo -respondió la escopeta. No estoy cargada.
-Fea, antipática, me las pagarás -chilló la cabrita y acudió a los ratones. Ratones, queridos ratoncitos, ayudadme vosotros. El seto se ha quedado con mi cascabel y no me lo quiere dar. He acudido a la vieja sierra y le he pedido que le dé un corte al seto, pero no lo quiere cortar, dice que ya no tiene dientes. He ido a ver al fuego y le he rogado que queme la sierra, pero no la quiere quemar, dice que la sierra tiene razón. He acudido al agua y le he rogado que apague el fuego, pero no lo quiere apagar, dice que el fuego ha hecho bien. He hablado con los bueyes y les he pedido que beban el agua pero no la quieren beber, dicen que el agua tiene razón. Después le he rogado al lobo que se coma a los bueyes pero me ha dicho: vete ya o te como a ti. He ido a hablar con la escopeta y le he pedido que mate al lobo, pero ella no quiere, dice que no está cargada. ¡Ratones, roed la escopeta!
-No la roeremos en absoluto -respondieron los ratones. La escopeta es de hierro y se nos romperían los dientes.
-Feos, antipáticos, me las pagaréis -gritó la cabrita y fue a ver al gato. Gato, querido gatito, ayúdame tú. El seto se ha quedado con mi cascabel y no me lo quiere dar. He acudido a la vieja sierra y le he pedido que le dé un corte al seto, pero no lo quiere cortar, dice que ya no tiene dientes. He ido a ver al fuego y le he rogado que queme la sierra, pero no la quiere quemar, dice que la sierra tiene razón. He acudido al agua y le he rogado que apague el fuego, pero no lo quiere apagar, dice que el fuego ha hecho bien. He hablado con los bueyes y les he pedido que beban el agua pero no la quieren beber, dicen que el agua tiene razón. Después le he rogado al lobo que se coma a los bueyes pero me ha dicho: vete ya o te como a ti. He ido a hablar con la escopeta y le he pedido que mate al lobo, pero ella no quiere, dice que no está cargada. Entonces les he rogado a los ratones que roan la escopeta, pero no quieren hacerlo porque tienen miedo de que se les rompan los dientes. ¡Gato, caza a todos esos ratones!
-No, no los cazaré -respondió el gato. Por ti no moveré ni la cola. ¿Cuántas veces has querido hacerme daño con tus cuer­nos? Arréglatelas sola.
-Feo, antipático, me las pagarás -chilló la cabrita y fue a ver al campesino. Campesino, sé bueno, ayúdame tú. El seto se ha quedado con mi cascabel y no me lo quiere dar. He acudido a la vieja sierra y le he pedido que le dé un corte al seto, pero no lo quiere cortar, dice que ya no tiene dientes. He ido a ver al fuego y le he rogado que queme la sierra, pero no la quiere quemar, dice que la sierra tiene razón. He acudido al agua y le he rogado que apague el fuego, pero no lo quiere apagar, dice que el fuego ha hecho bien. He hablado con los bueyes y les he pedido que beban el agua pero no la quieren beber, dicen que el agua tiene razón. Después le he rogado al lobo que se coma a los bueyes pero me ha dicho: vete ya o te como a ti. He ido a hablar con la escopeta y le he pedido que mate al lobo, pero ella no quiere, dice que no está cargada. Entonces les he rogado a los ratones que roan la escopeta, pero no quieren hacerlo porque tienen miedo de que se les rompan los dientes. Y cuando he hablado con el gato y le he pedido que cace a los ratones, me ha dicho que no quiere mover ni la cola para ayudarme, dice que he in­tentado un montón de veces hacerle daño con los cuernos. ¡Ven, por favor, dale una paliza al gato!
Pero el campesino se rió:
-Tontorrona, ¿por qué le iba a dar una paliza al gato? Va­mos, yo recuperaré el cascabel de plata.
Así lo hizo. Recogió el cascabel, pensó un momento q final­mente le dijo a la cabra:
-La culpa es toda tuya. Nadie te ha hecho daño, pero tú quie­res hacerles daño a todos. En castigo ya no te daré el cascabel.
Y, en efecto, no se lo dio. La cabra, con mucha rabia, se fue al prado, saltó, sacudió la cabeza, pero ya no hubo tintineos. El campesino había colgado el cascabel de un clavo en el establo.

126. anonimo (rumania)

El rey ambanor y la huérfana misteriosa


Hace varios miles de años, vivía un rey joven y bello. Era pru­dente en el gobierno de su reino, bueno con su pueblo y el país disfrutaba de una situación de bienestar. Sus consejeros sólo es­taban preocupados porque el rey no quería casarse.
-Tengo que ocuparme de mi país, no me queda tiempo para pensar en casarme -les decía cada vez que tocaban el tema.
Durante un tiempo, los consejeros fueron pacientes, pero un día entraron en la sala del trono y le dijeron:
-Poderoso soberano, es hora de que busquéis una mujer. Si queréis seguir siendo nuestro rey, debéis casaros.
El rey Ambanor comprendió que esta vez ya no podría decir que no a sus consejeros. Pero no tenía ganas de casarse, así que recurrió a la astucia para eludir el compromiso.
-De acuerdo -respondió; si queréis, me casaré. Me casaré con la muchacha que sea capaz de hacer caer la corona de mi ca­beza lanzándome una manzana a una distancia de cien pasos.
Los consejeros menearon la cabeza ante tal extravagancia, pero no se opusieron. El último día del año, reunieron en el pra­do, frente al palacio real, a todas las muchachas casaderas del reino.
Llegaron muchísimas jóvenes, todas con vestido de novia y con una manzana en la mano, pero ninguna logró hacer caer la corona de la cabeza del rey. Todas tenían miedo de darle al rey en la cara y lanzaron sus manzanas demasiado alto.
Acabada la prueba, el rey Ambanor, muy contento, preguntó:
-¿Hay alguna joven que no haya lanzado aún su manzana?
Inesperadamente se oyó una voz:
-¡Yo!
De un espeso bosquecillo salió una muchacha, esbelta como un abedul, con un tupido velo que le cubría el rostro. Avanzaba cubierta de flores de la cabeza a los pies y llevaba en la mano una manzana de diamante. Se colocó a cien pasos de distancia del rey, lanzó la manzana e hizo rodar por el suelo la corona de Ambanor.
De la boca de todos salieron exclamaciones de alegría, segu­ros de que a partir de ese momento tendrían reina pero, cuando quisieron acudir a ella para homenajearla, yo no estaba y nadie sabía por dónde se había ido.
El rey Ambanor se sintió defraudado, tal vez porque lo do­minaba la curiosidad de saber quién se escondía tras ese tupido velo. Ordenó a sus servidores que buscasen a la muchacha por todo el país. Pero la enigmática desconocida había desaparecido sin dejar rastro.
Pasado un tiempo, el rey pidió que se reuniesen otra vez las muchachas casaderas. Ninguna consiguió, tampoco en esta oca­sión, hacer caer su corona de la cabeza. Sólo después de que to­das lanzasen su manzana, volvió a aparecer del espeso bosqueci­llo la joven con su velo y cubierta de flores. Lanzó una manzana de diamante, acertó en la corona Y la hizo caer al suelo pero, an­tes de que el rey y la corte pudiesen reaccionar, ya había desapa­recido. El rey Ambanor hizo registrar todo el reino, desde la ca­pital hasta la última aldea, pero tampoco esta vez encontraron a la muchacha.
Días después, el rey ordenó de nuevo que se convocase a las jóvenes del reino. Y de nuevo todas tuvieron que pasar por la prueba de hacerle caer la corona con una manzana, pero fallaron el tiro. La gente esperaba que volviese a aparecer la muchacha del velo. Y, en efecto, apareció. Salió del bosquecillo, se colocó frente al rey, le lanzó una manzana de diamante y desapareció. La corona rodó a los pies del rey. El rey Ambanor se inclinó, recogió la manzana de diamante y se quedó pasmado. En la man­zana, como en un cristal, se reflejaba el rostro de una joven be­llísima. El rey exclamó:
-Ésta ha de ser mi esposa. Venid todos a mirarla. ¿Alguien la conoce?
Todos observaron encantados aquel rostro hermoso, pero nadie supo decir quién era.
Desde aquel día, el buen rey Ambanor languideció de nostal­gia. Se mantenía encerrado en el palacio sin hablar nunca con nadie, o bien se iba a cazar solo a lo más profundo del bosque. Un día, durante una de sus correrías, llegó a la frontera del rei­no. La noche lo sorprendió en medio de la espesura. Vio a lo le­jos una lucecita que ardía en una humilde cabaña en la linde del bosque. En la cabaña, al amor de la lumbre, estaba sentada una bruja vieja y fea con sus dos hijas, aún más feas que ella. El rey Ambanor le pidió que lo hospedase. La bruja no quería dejarlo entrar pero, cuando oyó que era el rey Ambanor, le preparó un lecho junto al fuego sobre una manta de lana. El rey se acostó, pero no lograba conciliar el sueño. En la habitación vecina, du­rante toda la noche, la fea bruja gritaba como si estuviese riñen­do a alguien. A sus gritos respondía la voz serena y clara de una muchacha.
Al amanecer, el rey se levantó dispuesto a seguir viaje. Antes de despedirse, compensó generosamente el favor de la bruja y le preguntó:
-Dime: ¿a quién le gritabas durante toda la noche?
-Ah, poderoso soberano -respondió la vieja, debo decirte que vive en mi casa una hijastra, una huerfanita, que no me agu­da en nada. Cree que es más hermosa que mis dos hijas legíti­mas. Además pretende robarme el pan para aplacar el hambre de una horrible lechuza que le ha regalado, según dice, tres manza­nas de diamante.
El rey Ambanor se quedó muy sorprendido y dijo:
-¿Más hermosa que tus hijas? Me gustaría verla. Hazme el favor de presentármela.
La vieja gritó:
-Ven aquí, basura.
Y apareció entonces en la puerta una muchacha vestida con harapos, pero su rostro era más bello que la luz del día. El rey Ambanor exclamó:
-Ésta es la joven que yo buscaba.
Corrió a su encuentro, la abrazó y dijo:
-Ven conmigo, tú serás mi esposa.
Se fue con ella tal como estaba, vestida con harapos. La hizo montar a caballo, delante de él, y cabalgó hasta su reino. Cuan­do llegó, ordenó los preparativos de la boda y se casó con la muchacha.
Ésta es la historia del rey Ambanor y de su bella reina.

126. anonimo (rumania)

lunes, 6 de agosto de 2012

El mendigo y el grano de trigo

Había una vez un mendigo que todas las semanas salía a recorrer las tierras de los ricos propietarios para pedirles una limosna. Un día, llegó a la finca de una viuda y le pidió un trozo de pan.
-Aún no está hecho.
-Entonces dame, por favor, un poco de harina.
-Aún no está molida.
-Entonces dame, por favor, un poco de trigo.
La mujer perdió la paciencia y le arrojó un grano de trigo.
-Ahí tienes el trigo.
El mendigo le dio las gracias, guardó el grano en su mochi­la y se fue a otro cortijo.
-Querría que me cuidase este grano de trigo -le dijo el men­digo al campesino-. Guárdemelo bien, por favor, que dentro de poco estaré de vuelta.
El campesino guardó el grano de trigo, pero una gallina lo vio y se lo comió.
Cuando el mendigo estuvo de vuelta, le dijo al campesino:
-¿Por qué has dejado que la gallina se comiese mi grano de trigo? Ahora tendrás que darme a cambio la gallina.
El campesino le dio la gallina y el mendigo se dirigió al cor­tijo más próximo.
-Amigo,querría que me cuidase por un momento mi galli­na. No la pierda de vista, por favor. Estaré de vuelta enseguida.
Pero el gato del campesino se comió la gallina y el mendigo, al volver, le dijo:
-Su gato se ha comido mi gallina, así que ahora el gato es mío.
Y se fue llevándose consigo el gato. Llegó a la casa de un gran señor y le dijo:
-Amable señor, cuídeme un momento este gato. En pocos minutos estaré de vuelta.
Pero, cuando vio que el perro del señor había matado a su gato, dijo el mendigo:
-Ahora el perro es mío.
Y se marchó acompañado por el perro, hasta que se lo en­tregó a un hombre diciéndole:
-Amigo, cuídeme un momento este perro. Estaré de vuelta en un instante.
Pero, cuando volvió, el perro estaba muerto. Lo había ma­tado el toro. El mendigo dijo:
-Me llevaré en su lugar el toro.
El hombre tuvo que darle el toro y el mendigo se marchó. Llegó a la casa de un ricachón y le dijo:
-Amigo, preste atención a mi toro. Dentro de poco estaré de vuelta.
Pero, antes de que volviese, el caballo del ricachón mató al toro.
-Ahora el caballo es mío -exclamó el mendigo.
Y se fue con el caballo. En el camino se encontró con un rey. El rey tenía prisa por volver a su casa, pero su caballo se ha­bía herido una pata y cojeaba. Entonces le pidió prestado su ca­ballo al mendigo. Al día siguiente, el mendigo fue a ver al rey para que le devolviese su caballo, pero el caballo estaba muerto.
-Te devolveré en oro el valor de tu caballo -dijo el rey.
Y le dio al mendigo tanto oro que le permitió convertirse en un rico señor. Ya no tuvo que pedir limosna, sino que vivió en un hermoso palacio y ¿a que no sabéis con quién se casó?: justa­mente con la viuda que le había dado el grano de trigo.

Fuente: Gianni Rodari

126. anonimo (rumania-transilvania)

El lobo que quería zapatos

Un día, un campesino fue a arar su campo y, mientras estaba en­tregado al trabajo, se le acercó un lobo que le dijo:
-Ahora te voy a comer.
-No me comas -le suplicó el campesino. Mejor lleguemos a un acuerdo.
-Muy bien -respondió el lobo. Quiero que mañana me trai­gas un par de zapatos. Estoy harto de andar descalzo.
-Perfecto, mañana por la mañana tendrás tus zapatos -pro­metió el campesino.
Al día siguiente, muy temprano, el campesino llegó al cam­po con un carro cubierto por una lona.
-¿Dónde están los zapatos? -preguntó el lobo. ¡Prometiste traér-melos, pero no lo has hecho!
-No, no te los he traído -respondió el campesino, pero he traído a dos zapateros que te tomarán las medidas para hacérte­los. Mira dentro del carro.
El lobo se acercó al carro y levantó la lona. Salieron de allí dos perros enormes: francamente, dos zapateros estupendos.
El lobo escapó veloz como el viento a esconderse en su gua­rida. Pero no le dio tiempo para entrar del todo. Le quedaron fuera las patas traseras, y los perros se aferraron a ellas con ra­pidez.
-¡Quedaos con mi cola, pero dejadme las patas! -aullaba el lobo.
Pero el campesino le respondió:
-Los zapateros no suelen tomar la medida de la cola.
Los perros sólo soltaron al lobo cuando consiguieron sacar­lo fuera de su guarida g desgarrarlo. Fue así como los zapateros le tomaron las medidas al lobo para hacerle los zapatos.

126. anonimo (rumania)


El corderito y su amo

Después de caminar un buen tramo,
se encontró el cordero con su amo.

-Corderito, ¿adónde vas?
-Voy al bosque, señor.
-¿Y qué comerás?
-Hierba fresca, señor.
-¿Y qué beberás?
-Agua clara, señor.
-¿Y quién te ha pegado?
-El pastor, señor.
-¿Y tú que le has dicho?
-Le he dicho beee, bee, be...

126. anonimo (rumania)

Cómo la liebre engañó al lobo

Un día de invierno, un lobo hambriento se encontró con una lie­bre y le gritó:
-¡Para! ¡Quédate ahí! Tengo hambre y quiero comerte.
Pero la liebre, sin dejarse intimidar, respondió:
-Lobito amigo, sería una cena muy frugal: ¿no ves que no soy más que piel y huesos? Déjame vivir y el otoño que viene te traeré a mis lebratos. Con ellos sí que te darás un verdadero atracón. Si tienes hambre, vete al pueblo. Ha habido un ban­quete de bodas, los campesinos están todos borrachos y te resul­tará fácil robar una oveja gorda y hermosa.
-De acuerdo, puedes irte -dijo el lobo, pero no te olvides: el otoño que viene me traerás a todas tus crías.
Y cada uno se fue por su camino: el lobo al pueblo, la liebre a su madriguera. Pasó el invierno, pasó la primavera, el verano acabó, llegó el otoño. Un día, el lobo se encontró con la liebre y comenzó a gritarle de lejos:
-Ha llegado el momento, comadre liebre. Te espero el do­mingo que viene con todos tus lebratos. Hace mucho que no como guisado de liebre, ¿has entendido?
-Te he entendido, claro -respondió la liebre. El domingo que viene te los traigo sin falta.
Y se fue saltando alegremente.
El domingo, muy temprano, se puso en marcha con sus le­bratos.
Cuando pasaban cerca de un campo de maíz, la vieja liebre ordenó a sus hijos que cogiesen sendas mazorcas, con todas sus barbas.
-Ahora poneos la mazorca en la boca, dejad que cuelguen fuera las barbas y escondeos. Salid sólo cuando yo os llame, pero hacedlo con calma y no tengáis miedo de nada.
Los lebratos hicieron lo que la madre les dijo y se escondie­ron entre unos arbustos con la mazorca en la boca. La vieja lie­bre acudió al encuentro con el lobo, que ya la estaba esperando y, en cuanto la vio llegar sola, bramó:
-¿Dónde están tus crías? No pretenderás tomarme el pelo, ¿ no?
-No, no, lobito amigo, ten sólo un minuto de paciencia, es­tarán aquí enseguida. Debo decirte que son terribles: desde que se comieron a un león se han vuelto insoportables. A decir ver­dad, estoy contenta de que te los lleves tú. ¿Dónde os habéis me­tido, hijos?
Al oír que su madre los llamaba, los lebratos asomaron la ca­beza por encima de los arbustos y se acercaron al lobo con mu­cha calma.
El lobo los vio, los miró atentamente y, por fin, exclamó:
-Comadre liebre, ¿qué diablos llevan en la boca tus hijos?
-¿En la boca? Ah, no es nada. Te estaba diciendo que ya no sé cómo tratarlos desde que se comieron al león. Se han vuelto tan fuertes que destrozan todo lo que encuentran por el camino. Mira, justo esta mañana devoraron a seis lobos y aún no han de­jado de jugar con sus colas.
El lobo no esperó más explicaciones. Escondió su cola entre las piernas, para que no le sucediese nada, y desapareció en el bosque. Y la vieja liebre, muy contenta, se volvió a casa con sus lebratos.

126. anonimo (rumania)