Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 30 de julio de 2012

Una pareja de sapos


Hace muchos, muchos años vivía a la orilla de una charca un matrimonio de sapos enamorados que se querían muchísimo.
Entre los dos habían armado una casa preciosa de dos pisos, con terraza y todo. En el verano salían de excursión en un bote que habían hecho con una tabla y un pedazo de lona vieja. Eran muy pero muy felices con sus trajes de seda verde, sus pecheras blancas y unos enormes ojos que parecían bolitas negras a punto de salir.
La única discusión de la pareja era que al señor Sapo le gustaba quedarse a conversar con sus amigos en la gran ciudad Anfibia. De tanto charlar y charlar se olvidaba de regresar, llegaba siempre tarde a comer y la señora Sapa se enojaba.
Un día llegó el señor Sapo muy contento, con las manos metidas en los bolsillos del chaleco, silbando una canción de moda, pero eran ¡las tres de la tarde! ¡Ésas no eran horas para llegar a almorzar!
Como nadie salía a recibirlo, el señor Sapo llamó, diciendo:

‑Sapita Cuacuá.... Sapita Cuacuá.... Sapita Cuacuá...

Nada. La señora Sapita Cuacuá no aparecía. Volvió a llamarla y ... silencio, nadie contestaba. La fue a buscar al comedor, al dormitorio, al baño, a la cocina y a la terraza. Pero no estaba en ninguna parte. Su querida mujercita vestida de verde no aparecía.
De repente, el señor Sapo vio sobre la mesa del comedor un papel que decía:

Almorcé y salí.
No me esperes en toda la tarde.

Al señor Sapo no le gustó nada la noticia; no tendría quién le diera de comer y además no le gustaba estar solo. Se fue a la cocina y vio que las ollas estaban vacías, limpias y colgando de sus soportes. Fue al repostero y encontró todos los cajones y estantes con llave.
El señor Sapo comprendió que todo eso había sido hecho a pro­pósito por la señora Sapita Cuacuá para darle una lección.
Sin pensarlo mucho, se marchó hasta la casa de la señora Ra­na que tenía un almacén cerca del sauce de la esquina. Compró un pedazo de arrollado y unos fiambres para matar el hambre.
Durmió un rato la siesta y salió a pasear. Se encontró con sus amigos en la ciudad Anfibia y se pusieron a conversar sobre los asun­tos del país. Otra vez se le había hecho tarde, así que rapidito volvió a su casa, pero ya eran las diez de la noche y ésas no eran horas pa­ra cenar.
Cuando llegó, la señora Sapita Cuacuá estaba tejiendo en el sa­lón y, sin saludarlo, le dijo de malos modos:

‑No hay comida.
‑Tengo hambre ‑contestó el señor Sapo de mal humor.
‑Yo no.
‑Yo sí.
‑Yo no.
‑Yo sí.
‑Yo no.
‑Yo sí.

Ninguno quería dar el brazo a torcer. Llegó la medianoche y to­davía se los escuchaba:

‑Yo no.
‑Yo sí.
‑Yo no.
‑Yo sí.

Amanecía. Cuando el sol apareció sobre los montes, el matri­monio continuaba:

‑Yo no.
‑Yo sí.
‑Yo no.
‑Yo sí.
En ese momento, Noé pasó cerca de la charca y escuchó la dis­cusión. Movió la cabeza disgustado y siguió caminando.

A la tarde, cuando Noé regresaba a sus viñedos escuchó desde la esquina:

‑Yo no.
‑Yo sí.
‑Yo no.
‑Yo sí.

Como le dio un poco de fastidio, se acercó hasta la puerta de la casa de los señores Sapos y les dijo:

‑¿Quieren hacer el favor de callarse?
‑Yo no.
‑Yo sí.
‑Yo no.
‑Yo sí.

A Noé le dio mucha más rabia y les gritó enojado:

‑¿Se quieren callar bochincheros?

Y sólo se escuchó:

‑Yo no.
‑Yo sí.
‑Yo no.
‑Yo sí.

Desde ese día, los Sapos de todas las charcas de¡ mundo repiten a toda hora:

‑Yo no.
‑Yo sí.
‑Yo no.
‑Yo sí.

Fuente: María Luísa Miretti

028. anonimo (chile)






Las hormigas y el granero


Salió del hormiguero una hormiga,
escaló la colina con fatiga,
de la colina descendió hasta el valle
y al granero llegó por una calle:
un grano ella cogió de aquel granero
lo llevó oronda a su hormiguero.
Salió entonces una segunda hormiga,
escaló la colina con fatiga,
de la colina descendió hasta el valle
y al granero llegó por una calle:
un grano ella cogió de aquel granero
y lo llevó oronda a su hormiguero.
Salió entonces una tercera hormiga,
escaló la colina con fatiga,
de la colina descendió hasta el valle
al granero llegó por una calle:
un grano ella cogió de aquel granero
lo llevó oronda a su hormiguero.
Y una a una las buenas hormiguitas
cruzaron valles, setos, callecitas,
y grano a grano todo el gran granero
lo trasladaron hasta el hormiguero.

028. anonimo (chile)

La gallina


Cuento popular

Pues andaba un día por ahí Pedro Urdemales cuando se compró una gallina muy bonita. Pero como tuvo que salir de viaje, se la dejó al rey para que la cuidara. El rey la llevó al gallinero.
A los pocos días, la princesa la vio, y le pareció tan hermosa y apetitosa que le entraron ganas de comérsela. El rey le dijo que no era de ellos y que mejor eligiera otra de las que había en el gallinero. Pero la princesa se encaprichó de esa y dijo que, o se comía esa gallina, o no comería nada hasta morir de hambre. La llantina fue tan grande que el rey, que no podía ver sufrir a su hijita, aceptó matar a la gallina de Urdemales, y la princesa se la comió hecha estofado.
Pasó algún tiempo cuando Pedro Urdemales regresó para buscar su gallina y se encontró con que se la había comido la hija del rey. Cuando la reclamó, el rey le ofreció pagársela a muy buen precio, pero Pedro vio la oportunidad de hacer un buen negocio y no aceptó.
-O me dan la gallina, o me llevo a la princesa que se la comió.
Y así se empeñó y reclamó hasta que el rey le entregó a la princesa.
Pedro la metió en un saco, se la echó al hombro y se largó por esos mundos hasta que, después de mucho andar, llegó a una cabaña donde vivía una viejecita.
-Señora, ¿tiene usted un poco de agua para este viajero? -le preguntó.
-Toma esta calabaza y acércate hasta el arroyo que no corre muy lejos de aquí -le respondió ella.
Pedro dejó el saco y se dirigió al arroyo, momento que la viejecita, que era muy curiosa, aprovechó para mirar lo que llevaba en el saco.
Al abrirlo, reconoció a la princesa y decidió cambiarla por un perro muy bravo que tenía. Escondió a la princesa y, cuando llegó Pedro, se hizo la inocente.
Pedro regresó, le dio las gracias y se echó el saco al hombro para proseguir su viaje.
Mientras caminaba, el perro se movía en el saco, y Pedro le decía:
-Ya, no te inquietes, que pronto vamos a llegar y verás cómo te gustará.
Y así todo el viaje.
Por fin llegaron a la casa de Pedro, y cuando este abrió el saco, el perro bravo saltó, le mordió las pantorrillas y escapó.
A Pedro le dio mucha rabia y tristeza, pues lo que creía un buen negocio se convirtió en la burla de una vieja.
Y cuentan los que lo saben que le entró tanta pena que hasta murió.

028. anonimo (chile)

La dama y el pastor


‑Pastor, que estás en la sierra ‑ de amores tan retirado,
yo quisiera preguntarte ‑ si tú quieres ser casado.
‑Yo no quiero ser casado, ‑ contesta el villano vil,
tengo el ganado en la sierra, ‑ y adiós que me quiero ir.
‑Porque estás acostumbrado ‑ a comer galleta gruesa,
si te casaras conmigo ‑ comerías pan de cerveza.
‑No quiero pan de cerveza, ‑ contesta el villano vil,
tengo el ganado en la sierra, ‑ y adiós que me quiero ir.
‑Porque estás acostumbrado ‑ a ponerte chamarretas,
si te casaras conmigo ‑te pondrías camisetas.
‑No quiero tus camisetas, ‑ contesta el villano vil,
tengo el ganado en la sierra, ‑ y adiós que me quiero ir.
‑Si te casaras conmigo ‑ mi padre te diera un coche,
para que vengas a verme ‑ los sábados en la noche.
‑No quiero ninguna cosa, ‑ contesta el villano vil,
ni prenda tan amorosa ‑ necesito para mí.
‑La señorita Fulana ‑ no se fíe del pastor,
porque criados en el campo ‑ no saben lo que es amor.

Fuente: María Luísa Miretti

028. anonimo (chile)




El rey de la islita


Cuento popular

Había una vez un viejo muy pobre y enfermo que no podía trabajar. Tenía dos hijos: un muchacho una muchacha muy hermosa lllamada Millantún, que en mapuche quiere decir `sol de oro'.
Un día salió el muchacho a pescar al mar en su canoa. Pronto vio un pescado muy grande y pensó que, si lo pescaba, conseguiría una buena platita para su padre y su hermana.
El pescado grande nadaba siempre cerca de la canoa, pero el muchacho no lo conseguía pescar y no se dio cuenta de que, en su persecución, se alejaba mucho de la tierra. Llegó hasta una islita donde parecía que el pescado se había metido entre las rocas, lo buscó y no lo vio. Entonces, salió de su canoa y saltó a la isla.
Apenas puso un pie en la isla, cuando el pescado apareció y -¡zas!- de un bocado se tragó al muchacho. El pescado era el rey de la islita y atraía a todos los marineros y pescadores para comérselos.
Mientras tanto, el viejo y la muchacha pensaban que, como el chico no regresaba, se habría caído al mar o que las olas habrían arrastrado su pequeña canoa.
Un día, Millantún fue a la orilla del mar a buscar mariscos y vio al gran pescado nadando a lo lejos. Tuvo miedo, pero pronto pensó que tal vez podía atraerlo hasta la orilla para pescarlo. Se puso a cantar y el pescado se acercó, pero no lo suficiente, así que no lo pudo atrapar.
Mientras volvía a su casa, vio en el camino a un pájaro muy grande que se había enredado con unos cordeles de pescadores. Ella cortó las cuerdas y lo liberó. El pájaro, en agradecimiento, le dijo:
-Ese pescado grande que has visto es el rey de la islita que se ve a lo lejos. Se come de un trago a los que llegan allí, porque tiene miedo de que le roben un tesoro escondido en una roca. Él se comió a tu hermano. Si quieres, yo te guiaré hasta la isla y te avisaré cuando duerma el pescado. Si consigues matarlo, serás rica.
Millantún dijo que sí y se fue contenta a su casa. Por la noche, escuchó el grito del pájaro y salió de la casa con un cuchillo grande escondido en su cintura. En la orilla del mar, el pájaro la esperaba.
-Tírate al agua -le dijo-. Yo tomaré con el pico el borde de tu vestido y te sostendré mientras vuelo.
Así lo hicieron y pronto llegaron a la isla. Vieron al pescado durmiendo, y Millantún, pisando muy despacio, subió a la isla y se acercó hasta él.
En ese momento, el pescado despertó y abrió la boca para tragarse a la muchacha, que ya tenía el cuchillo en la mano. Así es que el pescado se la tragó, con cuchillo y todo.
Apenas llegó al vientre del pescado, Millantún lo rajó con el cuchillo y salió. Con ella salieron también muchos hombres que estaban en el vientre. Entre ellos, reconoció a su hermano y a un joven muy hermoso, pero todos parecían muertos.
Entonces, le dio tanta rabia a Millantún que le sacó el corazón al pescado y le dio un mordisco. La sangre que salió del corazón salpicó los cuerpos del hermano y del joven hermoso. Al instante, desperta-ron y se levantaron para abrazar a la muchacha.
El pájaro grande se precipitó sobre el corazón que Millantún había dejado en el suelo y se lo tragó. Entonces, se transformó en un hombre que resultó ser el padre del joven hermoso.
El hombre contó que el pescado lo había transformado en pájaro porque le había arrebatado a una joven mujer, que era la madre del joven. Se metieron después en la cueva del pescado y encontraron montones de tesoros. Más tarde, buscaron entre los botes de los marinos que habían sido tragados por el pescado uno grande, y metieron ahí todo el dinero y los tesoros para regresar a la tierra.
Millantún se casó con el joven hermoso, y fueron felices.

028. anonimo (chile-mapuche)

El puente de cristal .028

Este era un rey que tenía tres hijas que solían bañarse en un lago cerca del palacio. Un día apareció por ahí un joven pobre, que se dirigía a ver al rey para pedirle trabajo, y encontró a las niñas en el lago. Enseguida la más pequeña se fijó en el muchacho y le dijo que ella le ayudaría, porque su papá, el rey, era muy exigente.
Llegaron al palacio y, en efecto, el rey le dijo al joven que antes de darle trabajo, debía superar unas pruebas. En primer lugar, le pidió que cortara un árbol duro como el hierro y lo hiciera leña para la chimenea, y le dijo que si no cumplía con el cometido, le mataría. El muchacho se asustó mucho, porque era pobre pero no quería morir, y la niña le tranquilizó:
-Tranquilo, tú me vas a hacer caso a mí: cuando te lleve donde las herramientas, tú eliges la más vieja y ya verás como no hay problema.
El rey llevó al muchacho hasta el cuarto de las herramientas, y el joven eligió el hacha más vieja y mohosa.
-¿Y con esa tan mala piensas trabajar?
-Sí, señor rey, con esta lo haré.
Y en un día, y para asombro del rey, cortó el árbol y lo hizo leña. Furioso, el rey le dijo que el siguiente trabajo consistiría en sembrar zanahorias por la mañana y servirlas en el almuerzo.
El joven se volvió a asustar y la niña, de nuevo, le dijo:
-No te preocupes: planta las semillas y riégalas con este polvito que las hará crecer inmediatamente.
Así lo hizo el joven y, al mediodía, llevaba hasta la mesa del rey una fuente llena de frescas zanahorias.
El rey se enfureció más y pensó que su hija estaba ayudando al muchacho. Así que encerró a la niña bajo siete llaves, para que no pudiera conversar con el joven. Pero ella, que en verdad tenía poderes, siguió hablando con el muchacho y hasta le dijo cuál sería la siguiente tarea.
-Te pedirá que limpies un trozo de tierra, plantes trigo y, al día siguiente, le entregues pan fresco. Aquí te doy un atadito de polvo con el que quemarás la tierra para limpiarla, y otro de paja con el que crecerá el trigo. Si te apuras, al día siguiente estarás moliéndolo para hacer el pan.
Así lo hizo entonces el muchacho y, por la tarde, los panes humeantes estaban delante del rey. Este decidió que le daría un último trabajo y luego le mataría, porque, después de su hija, no podía haber nadie con tanto poder en el reino.
Esa noche, el joven y la niña volvieron a hablar:
-Mi papá te dará el último trabajo y después te va a matar, pero yo te voy a decir todo lo que tienes que hacer. Él te va a pedir que hagas un puente de cristal. Así que toma esta varillita y llévate cuatro jarras de cristal y, cuando llegues al sitio donde tienes que construirlo, planta dos de las jarras y dale un varillazo al agua pensando en mí. Se secará el río y, entonces, te cruzas al otro lado y plantas las otras dos jarras. Te vuelves a acordar de mí y das otro varillazo diciendo: «Que aguante el puente para que pase el rey con su gente».
Así lo hizo, y el puente de cristal estuvo listo en un momento. Fue a buscar al rey y este, para probarlo, fue con toda su gente y lo cruzó.
Cuando regresó al palacio, le dijo a su mujer:
-Ya no le voy a dar más trabajo. Que coma y descanse tres días, luego le mataré.
El joven volvió a hablar esa noche con la niña, y esta le dijo que su papá le mataría. Así que resolvieron escaparse juntos y lo hicieron esa misma noche. A la mañana siguiente, el rey se dio cuenta y salió en su busca. Cuando estaba cerca de ellos, la muchacha arrojó un peine que se transformó en una gran montaña. El rey regresó al palacio en busca de un caballo y, cuando estaba otra vez cerca, la niña arrojó un pedazo de jabón que se convirtió en un inmenso pantano. De nuevo, el rey regresó para hacerse con un carruaje más rápido y, cuando estaba de nuevo dándoles alcance, la hija arrojó un puñado de ceniza que se volvió cachamanca, o sea, niebla espesa, y el rey ya no pudo ver nada más. Enfadado, le echó una maldición a la hija:
-¡A donde quiera que llegues, tu amado te olvidará!
Los jóvenes continuaron su viaje y llegaron hasta la ciudad donde el muchacho se había criado. Ahí había dejado a una niña que le gustaba mucho con un anillo de compromiso de plata y ahora llegaba con otra con un anillo de compromiso de oro. En el pueblo organizaron enseguida el casamiento con la muchacha del anillo de plata, y parece que se cumplió la maldición del papá, pues el muchacho no se acordó más de la otra niña.
El día de la fiesta, un joven la quiso sacar a bailar, pero ella estaba tan enfadada que le dijo:
-Mire, joven, disculpe, pero no tengo ganas de bailar. Si le gusta, puedo hacer aparecer dos monigotes en la sala para que bailen.
Salieron los monigotes, un muñeco y una muñeca, y la gente empezó a divertirse, porque la muñeca llevaba una porra y le preguntaba al muñeco:
-¿Te acuerdas, monito, de cuando mi papá te pidió que cortaras un árbol?
Y ¡pumba!, le dio un porrazo.
-¡Ay, monita, que no me acuerdo de nada!
Y ¡pumba!, le dio otro porrazo.
-¿Y no te acuerdas de cuando mi papá te pidió que sembraras zanahorias por la mañana y las sirvieras en el almuerzo?
Y ¡pumba!, le dio otro porrazo.
-¡Ay, monita, que me estoy acordando, que me estoy acordando!
-¿Y no te acuerdas, monito, de cuando mi papá te pidió cultivar un monte con trigo y hacer pan al día siguiente?
Y toma porrazo.
-¡Ay, que sí, que me estoy acordando, monita!
De nuevo, preguntó la muñeca:
-¿Y no te acuerdas, monito, de cuando mi papá te pidió un puente para él y para su gente?
-Y toma porrazo.
-¡Ay, ay, que me acordé!
Y la gente aplaudía y reía, porque se estaba divirtiendo mucho. La muñeca siguió:
-¿Y no te acuerdas de cuando mi papá te iba a engordar tres días y después te iba a matar?
-¡Ay, sí que me acordé, monita!
La muchacha hizo desaparecer a los muñecos, y la gente estuvo contenta, salvo el joven, que se acordó de todo y salió al centro del salón.
-Me van a disculpar todos los del pueblo, pero tengo una pregunta. En realidad, tengo dos compromisos y, ¿cuál valdrá más, el de oro o el de plata?
Todos dijeron que el de oro, claro. Y el muchacho dijo:
-Pues esta niña tiene el anillo de oro y me casaré con ella.
Y se casaron y fueron felices hasta el día de hoy.
Y se acabó el cuento.

Cuento popular

028. anonimo (chile)

El león y el hombre .028

Pues estaba un día el viejo león en su cueva, situada entre los riscos de una encumbrada montaña, cuando el hijo le preguntó:
-Padre, ¿habrá en todo el mundo un ser más valiente que usted?
-Pues claro, hijo -le contestó el anciano.
-¿Y cómo puede ser eso, padre, cuando yo no le tengo miedo ni respeto más que a usted?
-Hijo, no te engañes: hay un animal más bravo que vence siempre a todos. ¿Por qué piensas que yo me he venido a esconder a estos riscos?
-Ay, padre, si usted me da la bendición, marcho mañana mismo a pelear contra ese animal, para que usted pueda ser el rey de todo el mundo. ¿Qué animal puede haber tan grande que yo no me atreva a atacar?
-Bueno, hijo, el caso es que no es tan grande, pero es el más astuto de todos y se llama hombre. Mientras yo viva, no dejaré que pelees con él.
Quiso que no quiso, el león joven tuvo que obedecer a su padre, refunfuñando y afilándose las uñas. El león viejo, que estaba enfermo, murió al poco tiempo. Cuando su hijo le lloró y le dejó cubierto con unas ramas, pensó: «Ahora sí que no me quedo sin pelear con el hombre».
Y bajó hasta el valle para buscarlo.
Lo primero que encontró en una de las vegas cercana a los arroyos de la cordillera fue un caballo flaco.
-¡Bah! -dijo. Ese seguro que no se atreve conmigo. ¿Eres tú el hombre? -le gritó envalentonado.
-No, señor, no soy el hombre.
-¿Y quién es entonces el hombre?
-El hombre, señor, vive más abajo y es un animal muy valiente y también muy malo. A mí me tiene molido a palos y, como no quise dejar de ser salvaje, me metió unos hierros en la boca, me ató unas correas y me clavó unas espuelas que llevaba en los talones mientras estaba subido en mí. Hasta que no me quedó otra que obedecerle. Luego, me dejó abandonado por estos rincones, donde casi no encuentro nada de comer.
-¡Qué barbaridad! Eso te ha sucedido por tonto. Yo voy a ir a buscarle y ¡a ver si se atreve conmigo!
Siguió, pues, su camino y, detrás de una cerca, encontró un buey con sus cuernos. «Este debe de ser el hombre y ¡ay, qué enormes uñas! -pensó, pero las tiene en la cabeza y yo en las manos. Veamos si es él».
-¡Eh! ¿Eres tú el hombre? -le gritó lo más fuerte que pudo.
El buey, al escuchar el grito, se echó a temblar y, sacando la voz de donde pudo, le dijo:
-No, no, yo no soy el hombre. Él vive más abajo todavía.
-Así que no eres el hombre, pero estás temblando de miedo. Dime: ¿te atreves a pelear conmigo? ¿Para qué quieres esas uñas en la cabeza? ¡Vamos, lucha inmediatamente!
-¡No, no! Si a mí no me gusta pelear, ni siquiera soy valiente.
El hombre me tiene manso. Una vez cuando era joven, quise rebelarme y me ató con unos lazos y me marcó la piel con un hierro candente. Mira, aquí está todavía la marca. Después, me hizo otras cosas peores que no te voy a contar porque me dan vergüenza. Y aquí ando, tirando de un carro hasta que se le ocurra matarme para comerme.
-¡Pero bueno! Tan grande y tan... cobarde. No sirves para nada. Me voy.
Y el león siguió bajando.
Por fin divisó unos llanos con yerba fresca y, al final, un rancho al que se acercó sin hacer ruido. Un perro salió a ladrarle. El león, cuando lo vio, pensó:
«Este sí que debe de ser el hombre, pues mi padre me dijo que no era muy grande. ¡Este canijo no me vence a mí! Mucha bulla, pero en el fondo no se atreve a atacarme».
-A ver, hombre, cállate un poco. ¿Eres tú el hombre?
-No soy el hombre. Mi amo es el hombre.
-Así me lo parecía, porque lo que es tú, no aguantarías ni el primer ataque. Corre y dile a tu amo que vengo aquí para pelear con él. A ver si es verdad lo que dicen, que es el más valiente del mundo.
El perro fue hasta la casa y regresó con el hombre, que traía una escopeta en las manos.
«¡Bah! -pensó el león-. ¿Y este es el famoso hombre? Anda derecho, pero ¿y qué? Yo también me siento en las patas traseras para pelear. ¿En qué me aventajará?».
-¿Eres tú el hombre? -le preguntó el león cuando estuvo cerca.
-Yo soy el hombre -contestó el labrador.
-Vengo a pelear contigo para saber quién es más valiente.
-Bueno -le dijo el hombre, pero para que yo pelee tienes que enfadarme. Empieza tú a insultarme y, luego, contesto yo.
El león comenzó a decir cuanta barbaridad se le ocurría, desde ladrón y bandido hasta cobarde y cochino...
-Bueno, ahora me toca a mí -dijo el hombre. Allá va una palabrota.
Y disparó su escopeta, hiriéndole en una pata.
El león salió corriendo.
-¡Ay, caramba! -gritó el león. Se acabó la pelea.
Huyó para el interior de la cordillera y, entonces, recordó las palabras de advertencia de su padre. Así que, contento de haberse librado de una buena, pensó: «Mucha razón tenía mi padre: si con una palabra me dañó la pata, ¿qué habría sido de mí si me da en el cuerpo?».
Y, aprendiendo a ser discreto, nunca bajó de las montañas más que con precaución y escondiéndose del hombre.

Cuento popular

028. anonimo (chile)

El fuego y la luz


Hace mucho tiempo, antes de que los mapuches descubrieran el fuego, vivían en las montañas en casas de piedra.
Cuando Cheruve se enojaba rugía y todo temblaba alrededor, llovían piedras y se hacían enormes ríos de lava. Desde el cielo, cada estrella que miraba era un antiguo abuelo que se había ido a cazar avestruces en la galaxia.
El sol y la luna eran el padre y la madre que los cuidaban y daban vida a la tierra. Cuando por la noche se escuchaba el canto del chuncho, era señal de malos presagios, de enfermedad o de muerte.
En una de esas casas de piedra vivían Caleu, el padre, Mallén, la madre, y Licán, la hija. Una noche estrellada Caleu descubrió en el cielo un signo nuevo, era una enorme estrella de larga cabellera dorada en el poniente y era muy parecida a la luz de los volcanes, ¿cuál sería su significado?
Por las dudas, los mapuches empezaron a cuidar y a vigilar por turno sus casas de piedra.
Como se acercaba el invierno, las mujeres subieron a la montaña en busca de frutos. Mallén y Licán buscaban piñas doradas, avellanas rojas, raíces y pepinos. Si no terminaban antes de la noche tendrían que refugiarse en el bosque. Cargadas de canastos de enredaderas, conversaban y reían sin notar que se hacía tarde.
El tiempo fue pasando y cuando se dieron cuenta el sol ya estaba por esconderse. Asustadas, las mujeres gritaron que debían descen-der a buscar refugio.
Caleu les había advertido que podrían perderse en la oscuridad de la noche. Entonces se fueron a la gruta del bosque por el sendero rocoso. Al llegar vieron en el cielo del poniente a la gran estrella de larga cabellera dorada.
La abuela Collalla dijo que era una estrella que traía un mensaje de los antepasados. Los niños, asustados, se prendieron de la falda de sus madres.
Al entrar en la gruta sintieron un ruido profundo, ronco, subterráneo. Se abrazaron invocando a los espíritus protectores, el sol y la luna.
Cuando terminó, la montaña continuaba temblando estremecida. Todos estaban a salvo y al mirar hacia la boca de entrada de la gruta vieron que afuera caía una lluvia de piedras que al chocar sacaban chispas.
Collalla empezó a gritar que eran piedras de luz, regalo de los antepasados.
Las piedras rodaron cerro abajo, incendiando un árbol gigante que se estaba secando al fondo de una quebrada. Las mujeres se tranquilizaron al ver la luz. Era el fuego que les mandaba la estrella, para que los mapuches ya no tuvieran miedo de la noche.
Cuando llegaron los hombres a buscar a sus mujeres y niños, Caleu y sus amigos, tomaron una rama ardiente y bajaron hasta sus casas. Los demás tomaron las piedras, las frotaron junto a las hojas secas y armaron el fuego.
Desde entonces los mapuches no volvieron a tener miedo, porque ya tenían como alumbrar, calentarse y cocinar sus alimentos.

Fuente: María Luísa Miretti

028. anonimo (chile)


El burro que cagaba plata


Cuento popular

Pues iba paseando Pedro Urdemales por el campo cuando se encontró un burrito. Montó en él se fue hasta donde un caballero muy rico y generoso, que le tomó a su servicio durante un año a cambio de una moneda de oro al mes.
Pedro Urdemales y su burro se lo pasaron muy bien durante ese tiempo, pues el trabajo no era mucho, y la comida, abundante. Así que engordaron y, al acabar el año, como no habían gastado porque tuvieron todo pagado, Pedro Urdemales se encontró con doce monedas de oro ahorradas. Las cambió por muchas de plata y, como no sabía dónde guardarlas, se las encajó al burro debajo de la cola por ser un lugar seguro.
Un día, paseando enfrente de los jardines del rey, este va y le dice:
-Muy bonito tu burro, ¿quién te lo ha prestado?
A lo que Pedro respondió:
-El burro es mío, su majestad, y mis buenas monedas me ha
costado, porque no solo es bonito sino que tiene además otra gracia.

-¿Ah, sí? -preguntó el rey curioso- ¿Y qué gracia es esa?
-Ahora mismo va a verla, su majestad -repondió Pedro.
Y le clavó las espuelas al burro con tal fuerza que del dolor que le causó le hizo largar una ventosidad, y con ella salieron unas cuantas monedas de plata de las que había depositado Pedro.
Pedro, entonces, le dijo al rey:
-Ya ve, pues, señor, la joya de burro que tengo, que no hay otro igual en todo el mundo. Él come su pastito como cualquier otro, pero el pastito se vuelve plata.
-Pedro -le dijo el rey, ¡véndeme tu burro!
-¡Pero cómo, señor, le voy a vender un burro así! Fíjese, su majestad, que cada vez que necesito plata, no tengo más que montarme en él y le doy con la espuela, y enseguida me regala unas cuantas monedas.
-Véndemelo, Pedro, te daré dos mil monedas de oro por él; es tu rey quien te lo pide.
-Por ser mi rey quien me lo pide se lo venderé, aunque mal negocio hago: dos mil monedas de oro son poco para ser dadas por el rey.
Entonces, el rey le ofreció dos mil quinientas y el mejor caballo que se criaba en los potreros. En cuando Pedro cobró lo pactado, se montó en el caballo y salió disparado a toda velocidad dejando una polvareda tras de él.
El rey, contento con su negocio, mandó poner al burro en el mejor pesebre con el pasto más sabroso.
Al día siguiente, antes de almorzar, llamó a la reina y a los príncipes y a todos los grandes de la corte para que vieran la maravilla que había comprado. Una vez que estuvieron todos sentados en sus balcones, el rey se subió al burro y le clavó suavemente las espuelas. Pero el burro, nada. Se las clavó de nuevo, esta vez con más impulso, y el burro rebuznó, alzó la cola y, entre ventosidades y otras cosas, echó hasta veinte monedas de plata.
Todos se quedaron con la boca abierta, admirados de ver una cosa tan extraordinaria. Incluso algunas damas viejas dijeron que eso era una señal de que se acababa el mundo.
Al día siguiente volvió a repetir la experiencia, con el mismo resultado, porque el burro echó todas las monedas que aún le quedaban, sin dejar ni una dentro.
El rey estaba tan lleno de satisfacción que no le cabía en el cuerpo ni un alfiler.
Pero, ¡ay!, al tercer día, el burro lanzó de todo menos monedas.
Todos se dieron cuenta entonces del engaño, y el rey, rojo de ira y rabia, mandó a las tropas perseguir al estafador. Pero Pedro ya estaba bien lejos de todo aquello, disfrutando las ganancias de su negocio.
Y colorín colorao, cuento acabao.

028. anonimo (chile)

De córdoba a santa fe


De Córdoba me marché
y llegué a Santa Fe,
en cuya estación había
un gran cartel que decía:
«De Córdoba me marché
y llegué a Santa Fe,
en cuya estación había
un gran cartel que decía:
"De Córdoba me marché
y llegué a Santa Fe..."».

028. anonimo (chile)

domingo, 27 de mayo de 2012

La quebrada del diablo

Lincarayén -la hija del toqui [1]- era la doncella más hermosa de la tribu. No sólo era bello su rostro: todos decían que era tan graciosa y pura como la flor de la quilineja [2].
Por eso el indio Quiltrapiche la amaba. Desde lejos seguía sus movi-mientos y sus ojos sonreían cuando ella paseaba en busca de flores para adornar sus largos cabellos negros.
Sin embargo, Quiltrapiche sabía que la joven no era feliz. Realmente nadie era feliz. Desde que un genio maléfico, llamado Pillán, repartió sus demonios en el poblado, toda la paz y bienestar desaparecieron de un golpe. ¿Cómo trabajar la tierra si desde los volcanes ese dios destructor les enviaba fuego para arruinar las cosechas? ¿Para qué arriesgarse a desobedecerle si luego los castigaría, dándoles a beber una pócima que deformaba sus rostros y los hacía gritar con voces más roncas que el más ronco de los truenos?
Desde hacía un tiempo, todos, asustados, vagaban sin atreverse ni a mirar las cumbres de los volcanes por temor a mayores desastres.
Por las noches el terror crecía: enormes llamaradas en las bocas de los volcanes Calbuco y Osorno iluminaban el cielo convirtiéndolo en un infierno. Era la advertencia para el otro día: al que trabajara, algo le podría suceder...
Una tarde la tribu se reunió a celebrar un nguillatún [3]. Las voces de hombres, mujeres y niños se unían en una súplica. Toda la naturaleza se plegaba a sus esfuerzos: se oyó el canto de los pájaros, el sonido de las cascadas y del viento, y hasta el agua del río se onduló para rogar.
De pronto, algo sucedió: el viento dejó de soplar y la tierra seca quedó suspendida en el aire; los pájaros se detuvieron en pleno vuelo, las aguas se estiraron y el humo insolente de los volcanes retrocedió hasta el fondo de la tierra. Tan grande era el silencio, que sólo se escuchó cómo latían muy rápido los corazones en espera de lo que iba a ocurrir...
Entonces, quién sabe de dónde, apareció un anciano. Jamás había sido visto antes en la tribu. Caminó hacia ellos, levantó una mano y todos supieron que les iba a hablar. Y cuando lo hizo, su voz fue tan suave que parecía brotar, no de la garganta, sino del espíritu.
-El demonio que los hace sufrir vive en el fondo del volcán -dijo-. Cuando ustedes trabajan, su rabia se convierte en fuego que resbala por las laderas y arruina los sembrados. Pero lo podéis vencer...
Un clamor de súplicas se elevó alrededor del extraño. Cuando los hombres callaron, el viejo continuó:
-Tenéis que lanzar por su boca de fuego una rama de canelo.
Ahora las voces fueron de protesta:
-¿Cómo nos acercaremos? ¡Las llamas del demonio nos quemarían!
-¡La tierra arde por los costados del volcán!
-¡El agua hirviente chorrea!
El anciano esperó a que todos enmudecieran.
-Sólo existe una forma de llegar a la cima: debéis sacrificar a la doncella más hermosa y pura de la tribu. Sacaréis su corazón y lo dejaréis cubierto por una rama de canelo en la cumbre del cerro Pichi Juan...
Su voz se hizo muchísimo más suave. Todos se acercaron a escuchar:
-... entonces descenderá un enorme pájaro. Tragará su corazón, tomará la rama y volará hacia el volcán Osorno. Cuando deje caer la rama por la boca de fuego, caerá mucha nieve. Y el demonio se helará.
La tribu escuchaba en suspenso.
La voz del viejo fue ahora imperativa cuando levantó su dedo para advertir:
-Pero si algún día dejáis que el ocio llegue a la tribu, el Pillán sabrá aprovechar la ocasión y regresará. ¡Y el sacrificio habrá sido en vano!
No bien hubo dicho estas palabras, desapareció tan misteriosamente como había llegado.
Entonces el viento dejó caer el polvillo suspendido, los pájaros volaron sobre las cabezas de toda la gente reunida y el agua se alborotó en las orillas.
Quiltrapiche miró al toqui: temblaba. Hasta los niños adivinaron quién sería la elegida para el sacrificio.
-Ñawe [4], mi dulce Lincarayén -sollozó el toqui.
Quiltrapiche miró hacia el volcán.
Pero la niña, sin alterar su sonrisa, se acercó a su padre y tomó la mano del joven indio.
-No te preocupes, padre -susurró-. Muero contenta al saber que terminará tanto horror. Sólo pido que no usen lanzas ni cuchillos: que sean las flores, con sus perfumes, las que cierren mis ojos. Y que sea Quiltrapiche quien tome, después, mi corazón.
A la mañana siguiente, cuando el día llegaba con su avalancha de ruidos y luces, un cortejo descendió hasta el fondo de una gran quebrada. Quiltrapiche ya esperaba junto al lecho de flores que él mismo había preparado. Lincarayén lo miró desde lejos, y avanzó seguida de las mujeres, que lloraban en silencio.
Entre todas la ayudaron a tenderse. Una arregló su chamal [5], otra extendió los cabellos negros sobre el almohadón de flores. Las voces del campo y de los hombres dejaron de escucharse cuando la niña y Quiltrapiche inter-cambiaron una suave mirada.
La tribu completa se sentó a esperar.
A media mañana vieron empalidecer sus mejillas.
Cuando el sol estaba más allá de la mitad del cielo, los párpados caían.
Enrojecía el campo, y el pecho apenas se levantaba para llenarse de perfumes.
Los contornos de los árboles se escondían en las sombras cuando la doncella respiró por última vez.
Se adelantó Quiltrapiche. La mano tembló al cumplir la tarea. Y con el corazón de Lincarayén en sus palmas, caminó hacia el toqui y se lo entregó. Luego regresó hacia el cuerpo tendido y, sin exhalar una queja, se atravesó el pecho con la misma lanza.
La tribu lanzó un grito de horror. Pero el toqui, con la voz quebrada por la pena, dio la orden, y alguien obedeció: un muchacho corrió a cortar una rama de canelo [6], tomó el corazón y se lanzó a toda velocidad hacia lo alto del cerro Pichi Juan. Bajaba, cuando en el cielo apareció un enorme cóndor con sus alas extendidas. El ave planeó sin hacer ruido y descendió hacia el corazón que descansaba sobre la roca. Todos lo vieron engullirlo. Y también lo vieron tomar la rama de canelo y emprender el vuelo hacia el volcán Osorno, que rugía en medio de llamaradas. Dio el cóndor tres vueltas en espiral y dejó caer la rama dentro de la boca de fuego.
-¡Miren! -gritó una mujer: su dedo mostraba el cielo.
Las nubes negras se arremolinaban; un frío intenso descendió desde arriba. Y comenzaron a caer las plumillas heladas.
Todo se cumplió tal como el viejo lo anunciara: la nieve cubrió el volcán, tapó la boca de fuego, y el Pillán, luego de revolverse de rabia, se quedó quieto para siempre.
La tribu pensó que jamás sus ojos volverían a presenciar algo semejante. Pero cuando regresaron al lugar del sacrificio, el estupor se convirtió en maravilla. De las flores del lecho habían crecido raíces, y las ramas, entrelazadas, formaban un castillo inmenso. Pero la maravilla se convirtió en locura y alborozo al ver pasear entre floridos aposentos a Lincarayén y Quiltrapiche, tomados de la mano y unidos más allá de la muerte.
Algunos dicen que es cierto.
Otros juran que es verdad.
El caso es que allá en Puerto Varas [7] sigue intacta la quebrada... La llaman Quebrada del Diablo. Muchos descienden a contemplar la increíble vegetación que cubre su fondo, pero pocos son los que pueden ver el castillo de flores. Porque sólo se hace visible a los que tienen la gracia y pureza de la flor de la quilineja.

028. Anónimo (chile)

[1] Toqui: jefe de un rehue o distrito dividido según sus ritos religiosos.
[2] Quilineja: planta chilena cuyas raíces suelen utilizarse para confeccionar escobas, canastos, cordeles y otros tejidos.
[3] Nguillatún: ceremonia mapuche para hacer rogativas y pedir lluvia, buen tiempo, o cesación de plagas agrícolas.
[4] Ñawe: hija, nombre que usa solamente el padre.
[5] Chamal: paño grande que usan los mapuches para cubrirse, los hombres desde la cintura y las mujeres desde los hombros.
[6] Canelo: árbol sagrado de los mapuches.
[7] Puerto Varas: ciudad a orillas del lago Llanquihue, a mil kilómetros al sur de Santiago.