Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 6 de febrero de 2015

El hortelanito del rey .995

Éste era un rey y una reina que vivían muy felices en un palacio, porque eran muy ricos estos reyes.
Tenían muchísimos lacayos y para el servicio de la Reina, esclavas. Bué... Además de los esclavos tenían algunos sirvientes de confianza.
Sucedió que el Rey tenía que ir a la guerra con los moros. Porque tenían guerra con los moros. Se preparó con mucha pena porque hacía poco tiempo que se había casado con una princesa muy linda y muy buena. Y él temía que si el enemigo avanzaba le tomaran el castillo y le sacaran todo.
Y de común acuerdo la llevó a la Reina a un bosque solamente con una mucama de mucha confianza. Le llevó ropa y comida. Segura-mente tendría en el bosque alguna casita. Pero él no dijo a nadie que la había escondido. Y él se preparó con todo su ejército y partió a la guerra.
Toda la gente del reino al no ver la Reina pensaba que se había marchado con él.
Duró la guerra mucho tiempo. Los enemigos eran muy valientes y perdía el Rey en cada combate muchísimos hombres.
Pasó el tiempo y la Reina 'taba aburrida de estar encerrada en el bosque. Y le dijo a la doncella que se iba a dar una vuelta por el bosque. Y la doncella le decía que no, porque podían verla y correr la noticia que estaba ahí. La Reina le dijo que iba a tomar todas las precauciones y que para más seguridá se iba a esconder en la copa de un árbol.
Así lo hizo tres días seguidos. Salía a dar un paseíto y se escondía en la copa de un árbol. Y abajo del árbol corría un arroyito con agua muy clara. Y en el agua del arroyo se miraba la cara de la Reina que era muy hermosa.
Desde el Palacio del Rey, todos los días venía una negra a buscar agua con dos cántaros, en el mismo lugar del arroyo donde estaba el árbol en el cual se escondía la Reina. La Reina la observaba que se miraba en el agua y decía:
-¡Tan bonita yo y acarriando agua!
El último día al verse tan bonita tiró los cántaros lejos y los hizo mil pedazos. La Reina al ver la negra que creía que era ella la bonita, le dio risa. Y empezó a reírse a carcajadas. Al oír las carcajadas la negra miró y vio a la Reina. Y la negra le dijo que bajara y la Reina le dijo que no podía. Y ella le dijo que subía y la bajaba. Y la Reina le contó que no podía bajar porque el Rey la había dejado escondida. Le confió el secreto y le contó todo donde vivía. Y la Reina le dijo que ella la podía llevar a la casita donde ella estaba. La negra le dijo que bueno, porque era bruja. Y pensó en seguida en matar a la Reina o transformarla en algún pájaro para quedar ella como reina.
Y se fue con la Reina a su escondite. Al llegar le dijo a la doncella todo lo que le había pasado. Y la negra le prometió serle fiel y ayudarla y se quedó con ella.
La doncella le dijo a la Reina:
-Amita, usté se va arrepentir de haber traído la negra.
Ella le dijo que no, que en fin, la había traído para que le hiciera compañía.
La negra se dedicaba a observar dónde tenía la ropa, cómo se vestía, cómo comía, en fin, no le perdía pisada. Y un día le dijo:
-Amita, tan hermoso cabello, tan bonita que es usté, ¿por qué no vamos al jardín y yo la peino?
Entonce, la Reina que era muy buena, y no creía que hubiera nadie en el mundo que fuera capaz de hacer mal. Y así lo hizo.
Se fue al jardín, llevó tualla, un peine y una silla para que la negra la peinara. Y la empezó a peinar muy despacito, muy despacito. Y como era bruja le clavó dos alfileres y la transformó en paloma, Y muy ligero agarró y se puso toda la ropa de la Reina y se empolvó -porque era negra, negra- y como había estudiado los modales de ella, llamó a la doncella, empezó a gritar:
-Juanita, ¡pronto!, la negra se ha ido. Tenías razón en decirme que la negra era mala. Y se ha ido. Y me tuvo atada al sol y me he quemado. Y ahora nos va a delatar dónde estamos.
Y le dijo que le preparara la cama porque estaba muy descompuesta por el dijusto muy grande que le había hecho pasar la negra.
Mientras tanto la guerra había terminado y contento volvía el Rey a buscar a su esposa que la tenía escondida. Y justo se fue a buscarla a la casita del bosque. Al verla se sosprendió que estuviera tan negra y tan distinta. Y la negra le dijo entonces:
-El sol y el aire me han quemado lo que no estoy acostumbrada a estar fuera del palacio.
Pero el Rey siempre estaba con la duda. Y le preguntó el Rey a la doncella qué había pasado. Y la doncella le contó que la Reina había ido con una negra del palacio y que después había aparecido transformada.
El Rey estaba muy apenado y dudaba de que fuera la Reina. Y lo mismo se la llevó al palacio.
Ya en el palacio, el hortelano del Rey que era una persona de mucha confianza del Rey, veía llegar todos los días al palacio una palomita a eso de las diez de la mañana. Entonce le decía la palomita:
-Hortelanito del Rey,
¿qué hace el Rey con su negra mora?
Y el hortelanito le dice:
-A veces canta y a veces llora.
Y ella le decía:
-Mientras ando yo por el campo sola.
Y así muchos días pasó. Y la palomita todos los días a la misma hora iba y hablaba con el hortelano:
-Hortelanito del Rey,
¿qué hace el Rey con su negra mora?
-A veces canta y a veces llora.
-Mientras ando yo por el campo sola.
Entonces el hortelano le contó al Rey. El Rey le dijo que tenía que pillar a la paloma de cualquier manera. Y el Rey le dijo a la negra. Entonces la negra le decía que tenía repugnancia a las palomas vivas, y que la quería comer en una cazuela. Y el Rey delante de la negra le dijo al hortelano que la tenía que pillar sin tocarle ninguna plumita y que si no le cortaba la cabeza.
La negra lo quiso sobornar al hortelano para que matara a la paloma, pero le dijo el hortelano que él iba a obedecer al Rey. El hortelano le echaba miguitas de pan y trigo a ver si bajaba a comer, pero la palomita siempre se posaba en el mismo palo y le decía:
-Hortelanito del Rey,
¿qué hace el Rey con su negra mora?
-A veces canta y a veces llora.
-Mientras ando yo por el campo sola.
Todos los días el Rey le preguntaba al hortelano de la palomita. Y el hortelano le decía que no la podía pillar. Y él ordenó entonce que le ponga pega-pega en el palo que se asentaba. Y al otro día la palomita vino, se posó en el palo y le preguntó al hortelano lo de todos los días:
-Hortelanito del Rey,
¿qué hace el Rey con su negra mora?
-A veces canta y a veces llora.
-Mientras ando yo por el campo sola.
Y en cuanto se quiso volar no pudo. Y el Rey estaba observando. Y ahí no más se quiere ir a ver. Y la negra lo sujetaba, que no vaya. Y como él no la atendía, le dio un ataque y se cayó. Y él la dejó tirada en el suelo y se fue donde estaba el hortelano con la paloma. Y el hortelano se la dio al Rey. El Rey la encontraba una palomita tan preciosa, que le comenzó a sobar la cabecita, por las alitas, por todas partes. Y en la cabecita, con el dedo, la comenzó a hurgar y le encontró una alfiler. Y le dijo:
-¡Pobrecita! ¡Miren el alfiler que tiene! ¡Por eso es que habla!
Y le sacó el alfiler. Y se transformó a la mitá de la princesa. Y entonce él le siguió buscando y le encontró el otro alfiler. Y le sacó el otro alfiler y se transformó en la princesa, en la Reina. Y el Rey estaba loco de contento. Y se abrazaron los dos llorando de alegría.
Y la negra se quiso disparar, pero la gente del palacio no la dejó salir. Y la tenía presa.
Entonce, la Reina, claro, le contó todo cómo había sucedido al Rey. El encuentro con la negra y cómo la había transformado en paloma. Entonce el Rey dijo que a la negra había que matarla. Pero la Reina, que era muy buena, dijo que no la mataran, pero que la llevaran muy lejos. Tenían el horno preparado para echar a la negra, pero la Reina dijo que ella la perdonaba y quería que todos la perdonaran. Y la dejaron muy lejos. Y todavía andará por ahí.
Y ellos fueron muy felices. Tuvieron muchos hijos, todos muy buenos.

Y se terminó el cuento
con sal y pimiento
porque todos estaban muy contentos.

Celia Álvarez de Casado, 51 años. Ranquilcó. Neuquén, 1954.
Gran narradora.
La narradora ofrece un ejemplo del habla culta de la región. Oyó el cuento a sus padres, que se establecieron en Chos Malal a principios de este siglo y procedían de Mendoza.

Cuento 995. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


0.015.1 anonimo (argentina) - 072

El hombre oso .999

Una vez había un padre que tenía tres hijas. Las tres eran muy regalonas. El padre era Rey. Una vez salió a pasiar a la ciudá vecina. Entonce las tres hijas querían que les trajiera un regalo. Entonce les dijo a las niñas:
-Hijas mías, yo tengo que salir a la ciudá, ¿qué queréis que les traiga de regalo?
La mayor dijo:
-Traigamé un corte de seda.
La segunda dijo:
-Traigamé un par de zapatos.
Y la menor le dijo al oído:
-Papá, traigamé una ramita de nogal.
Entonce el padre partió por el camino de la ciudá, y llegando a los almacenes encontró el regalo de las dos hijas mayores, pero menos el regalo de la hija menor. El padre muy afligido, partió por el camino del bosque. Caminó y caminó unas cuantas leguas y llegó a un lugar montañoso y encontró el regalo de su hija menor. Se arrimó a un nogal y cortó un gajo, y en ese momento se le apareció un oso. Entonce lo amenazó como queriendoló comer. Y el padre le dijo:
-No me hagas daño, que me siento muy contento, porque he encontrado el regalo de mi hija menor.
-Bueno, hagamos un trato -le dijo el oso. Cuando llegues a tu casa, el primer ser viviente que te salga a recibir va a ser para mí.
-Bueno -dijo el padre.
El padre partió para su casa, pero no se afligía porque él sabía que el que salía primero era un perrito. Pero no fue así, la que salió primero fue la hija menor. Entonce el padre dio un grito de terror, y la ramita de nogal se convirtió en una nuez de oro. Entonce le dio el regalo a cada una de sus hijas, y le contó lo sucedido a su esposa. Entonce la esposa le contestó:
-No te aflijás, que eso se arregla muy fácil. Entre la majada que tenemos yo le regalo la cabra mejor y el oso va a estar muy contento.
Pasaron tres días; y se apareció el oso en un carro, y le dijo al padre:
-Vengo a llevar a una de tus hijas, la que salió primero.
-La que salió primero era una chiva muy gorda, y ésa te la daré -le dijo el padre.
-La recibo gustoso -dijo el oso, y se la llevó y no alcanzó a llegar a la media cuadra y de dos bocados se la comió.
Pasaron tres días y volvió el oso en un Chevrolet muy vistoso. Entonce le dijo el padré:
-¿No te he dado lo que ha salido primero cuando llegué? ¿Qué es lo que deseas?
Entonces le contestó el oso:
-La cabra me dijo al oído que salió primero tu hija menor y vengo a llevarla. Y se armó una pelea entre el padre y el oso. Pero resultó que el oso era un muchacho muy buen mozo encantado en la figura. Así terminó el encanto y entonce el padre gustoso le dio la hija para casarse.
Y se casaron y vivieron felices hasta el día de su muerte.

Rosa Azucena Brioletti, 10 años. Beasley. La Capital. San Luis, 1948.

La narradora concurre a la escuela primaria del pueblo. Aprendió el cuento de la abuela y lo cuenta en forma esquemática, como narran los niños.

Cuento 999. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


0.015.1 anonimo (argentina) - 072

El hermano odiado .1071

Había una vez un matrimonio que tenía tres hijos. Y tenían una hermosa quinta con frutas. Y allí, en la quinta, tenían mucho daño. Y el padre dispuso mandar al mayor a cuidar la quinta.
Entonces, al día siguiente, fue a cuidar la quinta el mayor. Y llevó un libro para leer mientras cuidaba. Pero éste se había dormido. Cuando el padre fue a ver qué había de nuevo en la quinta y encontró al cuidador dormido, le dio una paliza y lo echó de la casa. Y ordenó a la madre que ni de comer le diera. Entonces mandó al otro y no le dejó llevar el libro. Pero éste llevó bolillas. Y jugaba en la quinta mientras cuidaba. Pero este juego lo cansó de jugar solo. Y luego se puso a dormir. Y cuando el padre vino lo encontró dormido al hijo. Y también hizo lo mismo que con el otro. Pero la madre les daba de comer a escondidas del padre.
Y entonces dice el más chiquito:
-Yo iré, papá, y lo pillaré al ladrón de la fruta.
Pero era tan chico que el padre no quería que fuera. Pero tanto insistió que mandó al niño. Y éste llevó dos hojas de pencas, y dijo:
-Las pondré a cada lado de mí. Así no me dormiré como mis hermanos y verá ese ladrón cómo lo voy a pillar. Conque cuando me quiera dormir, me hincaré las costillas y así no tendré sueño.
Y así lo hizo. Y pilló al ladrón que era un semejante pájaro, que él casi no lo podía sostener. Entonces el pájaro le dijo:
-Mirá pequeño, soltame. Yo te salvaré de todo peligro de la vida y de las traiciones de tus hermanos. Soltame y yo no vendré más a la quinta de tu padre.
Y el niño dijo:
-No te soltaré porque papá me correrá de la casa si no pillo al ladrón.
-Entonces harás una cosa: Cuando venga tu padre y vea que me has trampiado, vos me sueltas y le dices que se te escapó, porque era un pájaro tan grande que no podías sujetarlo. Él ya verá.
Y así lo hizo. Cuando vino el padre cerca, aleteó tanto el pájaro, que quitó al niño y se voló. Pero el padre vio que el niño tenía al ladrón, pero que se le escapó, porque tenía unas fuerzas enormes. Y el padre creyó y llevó al niño en brazos por su buena acción. Ya que era el más pequeño y se había portado mejor que los otros grandes. Y al saber esto, los otros decidieron alejarse de la casa. Y odiaban al pequeño. Pero éste quería tanto a sus hermanos que no perdía un solo paso de ellos. Y cuando salieron de la casa, él los siguió. Cuando ya iban lejos, al ver los otros que el pequeño los seguía, intentaron traicionarlo. Y lo esperaron. Cuando llegó, lo ataron en un poste, bien atado de pies y manos de modo que no podía moverse. Entonces vino el pájaro que él largó y con el pico lo desató al niño. Y el niño le dio las gracias al pájaro. Y volvió a ponerse en camino y siguió a los hermanos. Cuando anduvo un rato y lo vieron, los hermanos lo esperaron para otra traición. Y cuando él llegó, lo agarraron y le cortaron la cabeza, las manos, los pies, las piernas, los brazos, y lo largaron en un pozo. Y se marcharon.
Entonces vino otra vez el pájaro. Y juntó los pedazos. Y lo formó al niño y lo sacó del pozo y lo hizo vivir. Y el pájaro le dijo:
-No sigas a tus hermanos que siempre te traicionarán.
Pero al niño no le importaba nada y siguió otra vez a los hermanos, porque los quería mucho. Cuando éstos lo vieron, se asombraron y decían:
-Aquél será mi hermano -decía uno.
Y el otro decía:
-¡No, qué va a ser si lo hemos muerto! Y además lo hemos tirado en un pozo. Pero es tan parecido, que lo esperemos, y si es él, juntemos leña para quemarlo.
Y efectivamente era él. Entonces lo mataron. Lo hicieron pedazos y lo quemaron. Y después que todo quedó cenizas, se fueron.
Y vino otra vez el pájaro. Y encontró sólo las cenizas del niño. Y no sabía cómo formarlo. Pero andando encontró un hueso y del caracú y las cenizas lo formó al niño y le volvió a dar vida. Y el niño se marchó nuevamente tras los hermanos. Pero los hermanos habían estado trabajando en la casa de un rey y él llegó ahí, también a trabajar. Pero cuando los hermanos vieron al pequeño, trataron de hacerlo matar. Le dijeron al Rey que ese nuevo peón había dicho que él era capaz de ir y quitarle la frazada campanilla de oro de la bruja.
Entonces el Rey mandó inmediatamente a llamar al pequeño, y le dijo lo que le habían dicho y sin que el pequeño dijera nada, le dijo:
-Palabra de Rey no puede faltar, y usté me trae la frazada, sinó lo mato.
El pequeño salió muy triste y se fue en busca de la frazada. Anduvo mucho y llegó a una casa de una anciana. Y ella le dijo:
-La bruja no está, vaya y saquelé la frazada, no tenga miedo.
Y así lo hizo. Y trajo la colcha campanilla de oro para el Rey.
Los otros vieron que no le había hecho nada la bruja. Entonces le dijeron al Rey que el peón que había traído la colcha, también había dicho que iba a traer a la bruja. Y en el acto mandó al pequeño a traer a la bruja. Y le prometió que si traía a la bruja se casaría con la hija de él.
Entonces el niño se marchó hacia la casa de la anciana y contó lo ocurrido. Entonces la anciana le dijo al niño que era difícil, porque la bruja lo iba a comer. Entonces el niño se fue y se encontró con la bruja, que al verlo, le dijo:
-¡Ah, gusanillo de la tierra, ahora te comeré!
Y mandó a un criado que lo atara. Y le dijo que hache mucha leña y encienda un fuego grande, y haga hervir un tarro grande para cocinarlo. Y que ella iba a la casa de la comadre a invitarla para la cena. Y cuando la bruja se marchó, el niño le hizo un trato al criado. Que él iba a hachar la leña, hasta que la bruja venga, y que lo desate. Y éste lo desató y se puso a trabajar. Entonces el pequeño le dijo al criado:
-Te ataré por si viene la bruja. Y así yo te hago todas las cosas.
Y el otro, que era flojo, dijo que sí y él lo ató. Cuando llegó la bruja, toda furiosa, no vio nada, mató al criado, lo cocinaron y lo comieron y el pequeño quedó de criado y la bruja, confiada en el criado, al día siguiente hizo una pajarera, y el pequeño le dice:
-Mama, venga, metasé en esta pajarera, a ver cómo queda para que así pongamos otros que vengan.
Y la bruja, confiada se entró. Y el pequeño cerró la puerta y se la llevó al Rey.
Entonces los hermanos no encontraron ya qué hacer, y ahora más, que se iba a casar con la hija del Rey.
Pero el pequeño le dijo al Rey:
-Mi Rey, esos dos peones que tiene han dicho que son capaces de apagar una casa ardida, sólo echando agua de las cuatro esquinas.
Entonce el Rey los mandó inmediatamente a apagar el fuego a los dos. Y éstos no pudieron apagarlo y se quemaron allí los dos, y quemaron a la bruja también. Y entonces el pequeño se casó con la hija del Rey y se acabó la traición para todos y viven felices hasta ahora comiendo perdices.

Jacinta Pérez, 27 años. Los Bulacio. Cruz Alta. Tucumán, 1952.

Variante del cuento tradicional El caballito de siete colores.

Cuento 1071. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


0.015.1 anonimo (argentina) - 072

El chiquillo y los animales que lo ayudan .1072

Dicen que había tres chiquillos. Dos de los mayores querían desprenderse del menor. Entonces éstos, como andaban sin empleo, pensaron ir a pedirle trabajo al Rey.
Durante el camino, como no lo podían dejar al menor, los dos dice que si iban adelante, y en un trecho, así, han encontrado, éste, a un halcón que estaba destrozando una paloma. Y el hermano mayor que le dice:
-Eh, Chiquillo, ¿por qué no se la quitás a la paloma? Total te va hacer falta para que la comas más tarde.
-¡No! -dice. ¡Pobre halcón, cómo habrá hecho él para cazar esa paloma! La 'tá comiendo así, con plumas.
Entonce, dice, le quitó la paloma, le ha sacado las plumas, ¿no?, y se la ha vuelto a dar. Entonce el halcón le dijo que eso lo iba a tener muy en cuenta, que cuando él se encontrara en algún apuro, que lo iba a ayudar.
Bueno. Siguen caminando y en eso uno de los hermanos, que ve un león que estaba destrozando un potro, con cuero y todo eso. Y que le dice:
-Chiquillo, ¿por qué no le quitás ese potro y llevás un pedazo de carne? A vos te puede hacer falta.
Y que dice:
-No -dice, pobre animal, cuántos días estará sin comer.
Entonce también le ayudó al león quitandolé el cuero al animal, y se lo dio ya pelado.
Siguen más allá y encuentran una pobre hormiga que estaba llevando un pedazo de pan, ¿no?, duro.
-¿Por qué no le quitás ese pedazo de pan? Te puede hacer falta.
-No -dice, pobre hormiguita, quién sabe cómo lo está llevando.
Entonce le ayudó. Se lo destrozó bien, se lo dejó bien desme-nuzado, ¿no?, y siguió camino.
Ya iban más cerca, dice, de la casa del Rey. Llegan allá y piden trabajo. Entonce el Rey que les dice, qué es lo que podían hacer, y ellos, los mayores, dicen:
-Nosotros -dice- tenemos un hermano, el Chiquillo, que dijo que podía alzar un trigal en veinticuatro horas. Que podía alzar un trigal que se perdiera de vista, de grande.
Entonce que les dice el Rey:
-¡Ah!, ¿sí? Bueno, está perfecto. Que venga ese Chiquillo para acá.
Y lo presentan y le dice el Rey, si era verdá que en veinticuatro horas podía levantar ese trigal, que era un trigal inmenso. Y le dice el Chiquillo que él no había dicho nada.
-¡Ah! ¡No! ¡No! Palabra de Rey no puede faltar.
Y le da plazo de veinticuatro horas porque sinó, de lo contrario, lo iban a matar. Y él, claro, lloraba desconsoladamente. Y en eso, la hormiga andaba andando por cerca de él, y le dice:
-¡Señor! ¡Señor!...
Y él no sabía de dónde salía esta voz. Y después, llorando, así agachado, mira hacia el suelo y la ve a la hormiga que lo estaba hablando, y que le dice qué lo que le pasaba.
-¿Y usté no sabe -dice- que yo tengo un plazo de veinticuatro horas para levantar ese trigal, porque sinó me matan?
-Bueno -dice, andá y pedí un granero y pedí las bolsas, y no te aflijás porque en veinticuatro horas se va levantar esa cosecha.
Entonce él pide todas esas cosas y se las lleva a la hormiga. Entonces vienen todas las hormigas y se encargan de levantar todos los granos de trigo del trigal.
Al otro día pasa revista el Rey y que ve las espigas del trigal. Estaban vacías completamente. Y dice:
-Pero, no puede ser que esté todo este campo desocupado.
Ve, se fija en los graneros y estaban todos completamente llenos de trigo. Dice:
-Bueno, está bien.
Entonce como los hermanos vieron que no lo mataban porque había levantado el trigal, van y le dicen otras mentiras al Rey. El Rey había perdido, hacía cinco años, un hermoso caballo de siete colores, y se le había escapado un loro que hablaba muy bien, que era un loro adivino. De eso estaban enterado los hermanos por comentario de la servidumbre. Entonce le dicen al Rey que el Chiquillo que había dicho él podía traerseló al caballo que se le había perdido hacía cinco años. Entonce lo hace llamar y le dice:
-¿Es verdá que vos podés pillar mi caballo de siete colores, que anda -dice- corriendo todos los días, a orillas del mar?
Nadie no lo podía pillar. Dice:
-No, mi Rey -dice, yo no dije nada.
Dice:
-Ah, no -dice. Sea que sí, sea que no, palabra de Rey no puede faltar.
Entonce lo comprometen a que tenia que ir a pillar ese caballo. Se vuelve, entonce, llorando desconsoladamente. Y no sabe qué hacer, ¿no? Y se retira así del castillo y se va a llorar otra vez de nuevo, al ver el daño que los hermanos le querían hacer. Y lo encuentra al león que se estaba paseando. Y le pregunta si qué lo que le pasaba. Que le dice:
-Y... ahora me dan como castigo, dice, para salvarme, que tengo que pillar un caballo de siete colores, que se pasea todos los días a la orilla del mar.
Y dice:
-No te aflijas. Vos me has ayudado en una oportunidá y ahora, dice, puedo ayudarte yo también. Ve y pedile el freno al Rey y me lo das, que yo le voy a pillar el caballo.
Hizo tal cual le indicó el león.
El león siguió la pisada del caballo. Cuando el caballo se acercó a tomar agua, ahí lu ha pillado y le puso el freno. Después se lo entregó al Chiquillo.
El Chiquillo se presentó ante el Rey con el caballo. El Rey, claro, contento por todo eso. Y los hermanos tristes porque no podían hacerlo matar.
-Y bueno -dicen, lo último que tenemos que hacer es ir y decirle al Rey que como se le ha perdido el loro, ése, adivino, que tanto lo quería, entonce que el Chiquillo lo puede pillar también.
Van y le dicen lo mismo al Rey:
El Chiquillo ha dicho que es capaz de traer al loro adivino que se le ha ido.
El Rey lo llama al Chiquillo y el Chiquillo niega. Entonce dice:
-No, palabra de Rey no puede faltar.
Y se va. Desconsoladamente pide qué comer para ir y buscar el loro adivino. Y camina un trecho largo y encuentra al halcón, ¿no? Él dice que estaba muy preocupado y le cuenta. Le pregunta cómo le iba. Le cuenta el problema en que estaba y le dice:
-Mirá, dice, no te aflijas, porque todos nos tenemos que ayudar. Andá y pedile al Rey la jaula donde dormía el lorito y el vino que tomaba el loro con el pan, y la bañadera, dice, adonde él se bañaba.
Llega él al castillo nuevamente y le pide todo eso al Rey. Y se va. Entonce se encarga el halcón de ir a buscar los loros. Llega a una aguada, donde hay agua. Entonce, dice, que se comenzaban a bajar los loros. Pero claro, ninguno hablaba. Y ya al último, ya cuando pensaba que ya no lo iban encontrar al loro adivino, venían cuatro loros. Se asientan ahí y ven la jaula. A ninguno le llama la atención, pero uno de ellos dice:
-Ah, qué hace aquí la jaulita donde yo sabía dormir. Y acá 'tá mi bañadera también donde sabía bañarme y el vino que sabía tomar.
Entonce el halcón va atrás y de repente lo hace asustar al loro, se entra a la jaula y le cierra la puerta.
Bueno, así que se lo entrega al Chiquillo. Él se lo lleva al Rey y el Rey contento porque había conseguido todo eso. Y los hermanos tristes de que no podían hacerlo matar.
El Rey, entonces, lu hace casar al Chiquillo con su hija d'él en premio a todo eso, y a los hermanos, por mentirosos, los mandan a quemar en un horno caliente.

Teresita de Jesús Arroyo, 32 años. Salta, 1970.

La narradora es maestra de escuela.

Cuento 1072. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


0.015.1 anonimo (argentina) - 072

El chiquillo .1062

Un matrimonio tenía tres hijos varones. El menor era muy trabajador y diligente y le sabían llamar por costumbre el Chiquillo. Los otros dos mayores eran flojos y descomedidos.
Cuando los dos hijos mayores llegaron a una edad entre muchacho y hombre, pensaron en salir a rodar tierra. Pidieron permiso a los padres. La madre se desesperaba pensando lo que les podía pasar a los hijos, tan flojos, y se daba con los bastos, llorando. El padre la convencía de que había que dejarlos ir ya que no querían estar con los padres, y le decía:
-¡Dejalos que se vayan! ¡Los piojos los van a trair, al trote, aquí a su casa! ¡Dejalos no más!
Cuando los hijos vinieron a despedirse, les dijo el padre:
-¿Qué quieren más, cien pesos cada uno, o que les eche la bendición?
Y ellos contestaron en un mismo parecer los dos, que qué podrían hacer con sólo la bendición, que ellos preferían los cien pesos cada uno.
Así fue. El padre les dio cien pesos a cada uno. Se despidieron y se fueron a caballo, los dos hermanos juntos, a rodar tierra.
Muchos días anduvieron sin rumbo y no, encontraron trabajo. Todas las provisiones que llevaban se les habían terminado y no tenían con qué comprar nada, porque el dinero que les dio el padre, cuando quisieron echar mano de él, vieron con sorpresa que se les había convertido en carbón. Ya se morían de necesidá en pago ajeno. Hasta se habían comido los caballos que montaban. Pensaban a veces matarse uno al otro, para remediar en algo sus necesidades. No podían siquiera volver a su casa.
A todo esto estaba muy triste el Chiquillo con la ausencia de sus hermanos. Al Chiquillo también le entró la chinche por irse. Cuando les avisó a los padres que él también quería salir a rodar tierra se desesperaron y trataron de convencerlo de que no fuera. Le decían que era muy chico, que no era capaz de gobernarse solo, y que no tenía necesidad de irse a sufrir teniendo sus padres. Pero, nada consiguieron los padres, le entró como una fiebre de irse. Le parecía que podía ayudar a sus hermanos, que lo andarían necesitando. Y los convenció a los padres diciendolés que los iba a buscar y los iba a traer a los hermanos. Al fin, el padre le dijo, para ponerle una dificultad muy grande:
-Bueno, sí, te dejaré ir, pero primero me tenís que agarrar el animal que me anda haciendo daño en la chacra.
-Bueno, mi padre -le contestó el Chiquillo, me comprometo a pillarle el animal que le hace daño, aunque yo sé que es muy peligroso.
Esa noche se fue a la chacra para ver si podía pillar el animal, pero le fue imposible. Al día siguiente andaba por el compo, muy preocupado, pensando en cómo podía ingeniarse para hacerlo, cuando se le apareció un viejito y le dijo:
-¿Qué hacís, hijo? ¿Por qué estás tan triste? ¿En qué pensás?
El Chiquillo le contestó:
-Acá estoy, tata viejo, sin saber qué hacer para satisfacer un mandado de mi padre.
El Chiquillo le contó todo lo que le había pasado y que su intención era ir a rodar tierra y salvar a sus hermanos. Entonces el viejito le dijo que no tuviera cuidado por nada y que él le ayudaría en todo. Le recomendó que no le dijera de esto nada a sus padres y le aconsejó que hiciera así:
-Te acostás y tratás de dormir un rato. Cuando sea más o menos la medianoche, te levantás y vas a la chacra. Allí estará el animal, comiendo. Llevás un bozal para agarrarlo, que yo te voy a ayudar a pillarlo. En este mismo animal salí de viaje mañana mismo. Tu padre se prendará de este animal tan bonito, pero no se lo vas a dejar por nada del mundo. Tus hermanos están a más de setenta leguas de aquí, y están que perecen de hambre, tratándose de matarse uno al otro para vivir. Ya se han comido un caballo. Después te daré otras recomendaciones.
Dicho esto, el viejito se fue y el muchacho tomó para su casa, a esperar la noche. Ya llegó la noche y como en las dos anteriores, le preguntó su padre:
-Y, amigo, ¿ya agarró el animal?
A lo que contestaba muy humilde el Chiquillo:
-No, mi padre.
-Bueno, entonces -decía el viejo.
Llegó la tercera noche. El muchacho se acostó y cuando eran más o menos las doce, sintió un ruido para el lado de la chacra. Se viste y sale bozal en mano. Llegó, y se sorprendió mucho de ver un animal tan bonito, bien overito, como nunca había visto nada mejor. Le pareció, eso sí, muy arisco. Trató de tomarlo, pero le fue imposible. El animal era muy ligero y sumamente desconfiado. El muchacho ya creía que no lo iba a poder agarrar, cuando sintió un ruido entre las plantas. Era el viejito. Sale y le ayudó a agarrar el animal, que cuando lo vio al viejito no disparó más. Le dio otros consejos y le hizo entrega de unas alforjitas, muy chicas, que contenían de un lado un mantelito que era de virtud y unos higos secos, y del otro lado, unos pedacitos de pan. Le dijo que al mantelito le podía pedir la comida que quisiera, y que de los higos y del pan los podía comer lo que quisiera, que nunca se terminarían. Le dijo también que el caballo no se cansaba nunca, anduviera lo que anduviera, y que no precisaba comer. Se despidió de él y le recomendó que saliera llegando el día y le dilo para el lado que tenía que tomar.
Al llegar el día, ya tenía su caballo ensillado, en el palenque, con sus alforjitas puestas sobre el recado, y estaba listo para salir.
El padre del Chiquillo se levantó, y al ver este caballo tan bonito se quedó prendado de él. Le preguntó como de costumbre al hijo:
-Y, amigo ¿agarró el animal que hacía daño?
-Éste es el dicho animal, mi padre -le contestó el Chiquillo.
Entonce el padre le pidió que se lo dejara y que él se fuera en otro cualquiera, el que eligiera. El Chiquillo no lo consintió de ninguna manera. No tuvo más remedio que conformarse, el padre, y le preguntó como a los otros hermanos:
-¿Qué querís más, cien pesos o la bendición?
-La bendición, mi padre -le contestó el Chiquillo.
-Que el Señor te bendiga -le dijo al muchacho.
Se despidió de los padres y salió. Y les dijo que se iba a buscar a sus hermanos.
Ya iban lejos los hermanos. En eso que iban, uno miró atrás y vio que venía uno que era muy parecido al Chiquillo. El otro miró, y dijo que no podía ser porque iba en un caballo muy lindo, que no era de su padre. Ya llegó, y se convencieron que era el hermano. Les dijo que los venía a socorrer y les dio de comer. Comieron hasta no poder más. Ya les entró envidia a los dos de verlo al Chiquillo tan bien montado y con tantas provisiones. Uno de ellos le propuso al otro quitarle lo que tenía el Chiquillo. Con un pretexto lo agarró uno, le pegó, le quitaron lo que tenía, pero el Chiquillo consiguió dispararse.
Quedó muy triste el Chiquillo, en el medio del campo, cuando se le apareció nuevamente el viejito. Ya sabía todo lo ocurrido. Le entregó otra vez todas sus cosas y el caballo. Le dijo que sus hermanos lo querían matar, que tuviera cuidado. El Chiquillo dijo que los iba a seguir otra vez, porque era seguro que necesitarían de él.
Siguió el Chiquillo. Los alcanzó a los hermanos. Éstos se hacían los que lo habían hecho todo por broma, y le pidieron de comer otra vez. El Chiquillo les dio hasta que se llenaron. Estaban muy asombrados de que éste los volviera a seguir y de que trajera las alforjas y el caballo que a ellos se les habían desaparecido. Pero, como le tenían mucha envidia, se hicieron los que se enojaban por cualquier cosa, lo agarraron y lo degollaron. Le separaron después la cabeza del cuerpo. Y se llevaron el caballo y las alforjas.
Llegó el viejito, le juntó la cabeza con el cuerpo, le dio vida y le entregó su caballo y sus alforjas. Lo volvió a aconsejar que tuviera cuidado con sus hermanos, que no podían verlo de envidia. Pero él dijo que no podía dejar de socorrerlos. Se despidieron y el Chiquillo le agradeció mucho al viejito, todo el bien que le hacía.
Siguió el Chiquillo y los volvió a alcanzar a los hermanos cuando ya iban muertos de hambre. Les dio otra vez de comer hasta que se llenaron. Al terminar de comer, se volvieron a poner de acuerdo, y lo agarraron y lo mataron. Pensando que era brujo, porque no se explicaban cómo volvía a vivir después de muerto, lo descuartizaron y tiraron los pedazos para un lado y otro. Se fueron.
El viejito, que sabía todo, viene al lugar, junta los pedazos del muchacho y los comienza a componer. En eso se da cuenta que le falta un huesito de un dedo. Buscaba y buscaba y no lo podía encontrar. En eso levanta una pata el overo, que ya se les había disparado a los hermanos, y ve el huesito. Lo alzó, lo limpió, terminó de componer el cuero y le dio la vida. Le dijo, entonces, que los hermanos ya estaban por llegar a la casa de un gigante. Que este gigante tenía tres hijas muy hermosas, y que éstos se alojarían en su casa. Que él llegara después, que lo mismo lo iban a recibir muy bien y le iban a dar una pieza. Que el gigante mataba a todos los que se alojaban en su casa. Que los hacía acostar con sus hijas. Que las niñas siempre se acostaban con la cabeza atada con un pañuelo con puntas de diamante, porque así en la oscuridá, mataba a los que no tenían pañuelo. Que les cambiara el pañuelo a sus hermanos, cuando todos estuvieran dormidos. Que el gigante, cuando se diera cuenta que él salvaba a sus hermanos, lo iba a querer matar, pero que él huyera y que tratara de pasar la mar que había más allá del palacio.
Todo pasó como le dijo el viejito. Llegó al palacio del gigante y lo hicieron pasar, y lo hicieron acostar en una pieza. Cuando todo era silencio, se levantó y fue a la pieza donde estaban sus hermanos durmiendo con las hijas del gigante. Les desató el pañuelo con puntas de diamante a las niñas, y se los ató a los hermanos. Fue y se acostó, pero no se durmió. Al rato sintió que alguién se acostaba a su lado. Cuando sintió que se había dormido, que era otra hija del gigante, le desató el pañuelo y se lo ató él. Al rato se dio cuenta que venía el gigante. En medio de la oscuridá, tocó las cabezas, y a la que no tenía pañuelo se la cortó con su espada. Fue a la pieza de los hermanos y procedió en la misma forma.
El Chiquillo se quedó despierto, muy impresionado. Al alba se levantó y se fue a despertar a los hermanos. Les desató el pañuelo con puntas de diamantes y los guardó muy ocultamente. Les contó lo que había pasado y les recomendó que siguieran camino lo más pronto que pudieran. Él también ensilló su caballo y se fue campo afuera.
En cuanto aclaró, un loro adivino que tenía el gigante, le dio aviso que los huéspedes huían y que las tres niñas habían sido degolladas. Que el Chiquillo tenía la culpa de todo.
Al pronto el gigante se levanta y ve que realmente él había dado muerte a sus hijas. Furioso sale en persecución del Chiquillo y de los hermanos. Los alcanzó cuando ellos entraban a la mar. Como el gigante no pudo pasar, les gritaba:
-¡Chiquillo maldito! ¡Ah, has de volver algún día! ¡Me has hecho degollar a mis hijas y me llevás los tres pañuelos de puntas de diamantes! ¡Ya me las pagarás!
-¡Para la otra luna he de volver! -le gritó el Chiquillo.
Cuando ya pasaron la mar y estuvieron a salvo y les contó a sus hermanos todo lo ocurrido y de qué manera los había podido librar de la muerte. Los hermanos le agradecieron mucho y lo abrazaron llorando.
Siguieron el camino los tres, y llegaron a la casa de un Rey que tenía una hija muy hermosa. Pidieron alojamiento y trabajo. El Rey les dio trabajos en el campo. A los dos mayores les dio trabajos de pala, hacha y azadón. La hija del Rey le pidió que le dejara el menor, al Chiquillo, para darle ella diversos trabajos. Los mayores trabajaban en trabajos muy pesados y ganaban menos, en cambio el Chiquillo trabajaba poco y ganaba mucho más. Él tenía que cuidar unos pollos de la hija del Rey, a los que alimentaban con granitos de oro. El resto del día se lo pasaba echado de panza, jugando todo el día.
Los hermanos no podían más de envidia. Entonces trataron de malquistarlo. Se apersonaron ante el Rey y le dijeron que el Chiquillo se había dejado decir que él era capaz de traer a presencia del Rey una ovejita que bostea plata, que el gigante que mató las hijas tenía en su palacio.
-¡Ah! ¡Ah! -dijo el Rey, nada me han dicho. Llamen al Chiquillo inmediat-mente a mi presencia.
Vino el Chiquillo, y el Rey le dijo:
-He sabido que usted se ha dejado decir que es capaz de traer a mi presencia una ovejita que bostea plata, que tiene el gigante que mató a las hijas. Si no me la trae, le corto la cabeza.
-Yo nu hi dicho eso.
-¡Ah, no importa! Si usted no la trae, le haré cortar la cabeza.
Muy triste andaba el Chiquillo, pensando que ya tenía segura la muerte, cuando se le apareció el viejito. Lo consoló y le dijo que no tuviera miedo, que él lo iba a ayudar. Le dijo que le pidiera al Rey dos cajas de dulce, para que engañara con dulce al loro adivino del gigante. Le explicó cómo tenía que hacer para robar la ovejita que bostea plata.
El muchacho tomó lo que necesitaba, y se fue presto.
En cuanto pasó la mar ya lo sintió el loro y se vino volando a interrogarlo y a ver quién había traspasado los límites del gigante. El Chiquillo se le acercó al loro y le dio un poco de dulce. Entonces pudo entrar en conversación con él, y le preguntó por la ovejita que bostea plata. El loro, contento con el dulce, le dijo al muchacho:
-Es difícil ver la ovejita que bostea plata porque está encerrada, bajo siete llaves, y el gigante la cuida personalmente.
El Chiquillo le ofreció darle dos cajas de dulce si le ayudaba a robar la ovejita. El loro que era tan goloso, le prometió ayudarlo, y le dijo:
-Cuando el gigante está con los ojos abiertos, está durmiendo, y cuando está con los ojos cerrados está despierto. Tiene las llaves donde está encerrada la ovejita.
Le enseñó cómo tenía que hacer para sacarla, y le explicó que entrara cuando el gigante estuviera con los ojos abiertos y le pusiera un manojo de paja en la nariz. Entonce el gigante iba a estornudar y con el estornudo iba a hacer saltar las llaves. Con esas llaves tenía que abrir muchas puertas, y en la última iba a encontrar la ovejita. Y le dijo:
-En cuantito te vea, la ovejita, se va a venir a toparte. Pero, sin miedo la agarrás no más y pasás lo más presto que sea posible sin que te sienta el gigante y disparás a tu casa.
Así hizo todo el muchacho. Cuando llegó, el gigante estaba con los ojos abiertos. Entró y le metió el manojo de paja en las narices. El gigante estornudó, saltaron las llaves y él se dio vuelta y se quedó dormido otra vez. El Chiquillo agarró las llaves, abrió todas las puertas y llegó a la pieza donde estaba la ovejita. La ovejita se le vino al humo, a toparlo, pero él abrió los brazos, la agarró, salió sin que lo viera el gigante, montó en su overo y le prendió carrera hacia el mar.
Cuando iba llegando a la mar, el loro empezó a gritar:
-¡El Chiquillo le robó al gigante la ovejita que bostea plata y se la lleva!
Con los gritos se despierta el gigante y lo sigue a toda carrera. Junto con lo que llega a la mar, el Chiquillo ya había entrado y él, como no podía cruzar el agua, le grita desde la orilla:
-¡Ah, Chiquillo!, me hicistes matar a mis tres hijas, me llevastes los tres pañuelos con las puntas de diamantes y ahora me robás la ovejita que bostea plata. ¡Andá no más! ¡Algún día volverás y me la pagarás!
-¡Para la otra luna volverá! -le gritó el Chiquillo desde la otra orilla del mar.
Llegó al palacio del Rey y le entregó la ovejita que bostea plata. El Rey quedó contentísimo con la ovejita que era una mina de plata.
Los hermanos no se explicaban cómo el Chiquillo había hecho esa hazaña y había salido con vida. Comenzaron a pensar cómo lo volverían a malquistar con el Rey y a ponerlo en peligro. A los pocos días van y le dicen al Rey:
-El Chiquillo se ha dejado decir que él es capaz de tráir el loro adivino que tiene el gigante.
-¡Ah! ¡Ah! -dijo el Rey, nada me han dicho. Que se presente el Chiquillo inmediatamente.
Ya cuando vino el Chiquillo, le dijo:
-Usted se ha dejado decir que es capaz de tráirme el loro adivino que tiene el gigante, ¿no?
Y el Chiquillo le contestó humildemente:
-No, mi Majestad. Yo no he dicho tal cosa.
-Haiga dicho u no haiga dicho, usté me trái acá el loro adivino, y si no lo trái, le corto la cabeza.
No hubo más que hacer, y el Chiquillo se fue muy triste. En eso que había caminado cierta distancia, le sale el viejito y le dice que no pasase pena, que él le iba a ayudar y a decirle cómo tenía que hacer para conseguir el loro. Le dijo que le pidiera tres cajas de dulce al Rey. Que fuera y se las diera al loro. Que cuando las acabara lo invitara a que se dejara traer al palacio del Rey en donde iba a encontrar dulce en abundancia todos los días.
Así lo hizo, el Chiquillo. Se encontró con el loro al otro lado de la mar. Le dio las tres cajas de dulce y cuando se las comió, lo invitó a venir al palacio para buscar mayor cantidad. El loro, al principio no quería, pero al fin, como le gustaba tanto el dulce, dijo que bueno. El Chiquillo lo agarró bien seguro, de modo que no se le pudiera escapar, y se pusieron en marcha. Cuando comenzaron a cruzar la mar el loro gritó:
-¡Me llevan! ¡Me llevan!
El gigante dio un salto, salió corriendo y llegó en el momento en que el Chiquillo ya estaba muy adentro de la mar. Como el gigante no podía cruzar el agua, le gritaba desde la orilla:
-¡Ah, Chiquillo!, me hiciste matar mis hijas, me robastes los pañuelos con puntas de diamantes, me robastes la ovejita que bostea plata y ahora me robás el loro. ¡Algún día volverás y me las pagarás!
-Para la otra luna volveré -le contestó el Chiquillo.
El Chiquillo llegó y le entregó el loro al Rey. El Rey se puso muy contento de poder tener todas estas maravillas. Lo comenzó a tratar todavía mejor al Chiquillo por las hazañas que cumplía y la viveza con que hacía estos trabajos tan difíciles. Mayor envidia sentían los hermanos y volvieron a buscar un motivo para hacer morir al Chiquillo. Se fueron y le dijeron al Rey que el Chiquillo se había dejado decir que era capaz de traer al mismo gigante en persona.
El Rey hizo llamar al Chiquillo en el acto, y le preguntó si era cierto que él se había dejado decir que era capaz de traer al gigante en persona. El Chiquillo se llevó un gran susto con esto y negó que él hubiera sido capaz de decir semejante cosa, que le iba a costar la vida, sin ninguna escapatoria. El Rey le dijo que aunque no lo hubiera dicho, si no lo cumplía le hacía cortar la cabeza.
Se fue muy triste el Chiquillo. En eso que iba por su camino se le apareció el viejito y le dijo que no tuviera cuidado, que él lo iba a ayudar. Le dijo que fuera, y le pidiera al Rey que le hiciera una jaula de fierro para encerrar al gigante, que no le entrara aire por ningún lado, y con una puerta con candado de tuercas y tornillos reforzados. Que la hiciera en forma que pudieran tirarla cuatro caballos. Le explicó cómo tenía que pintarse todo el cuerpo de negro, y la forma en que se iba a hacer un sobrino de él, que venía a socorrerlo. El gigante estaba casi ciego de tanto llorar por la pérdida de las hijas y de las prendas de virtud que le había llevado el Chiquillo.
El Chiquillo siguió todos los consejos del viejito, y cuando tuvo la jaula, cruzó la mar y llegó al reino del gigante. Se pintó de negro, llegó a presencia del gigante y le dijo:
-¡Buenas noches, tiyito!
-¿Quién me habla? -contestó el gigante.
-Yo soy un sobrino suyo que viene a auxiliarlo, ya que usté está tan solito y enfermo. Lo vengo a llevar a mi casa. Ya sé que le hicieron matar sus hijas, le robaron los pañuelos con puntas de diamantes, la ovejita que bostea plata y el loro adivino.
Lo conversó tanto al gigante que al fin consintió en subir al coche que le ofrecía el sobrino. Cuando estuvo adentro de la jaula, le preguntaba si no sentía frío por algún lado, mientras él atornillaba la puerta. Cuando lo tuvo bien asegurado, le dijo que él era el Chiquillo, que lo venía a llevar. El gigante daba unos saltos y unos gritos tremendos, pero no podía hacer nada. Castigó los caballos el Chiquillo y cruzaron la mar.
Llegó el Chiquillo al palacio y le entregó al Rey el gigante. Éste era el peor enemigo que tenía el Rey, así que se quedó tan contento que lo abrazó al Chiquillo y le dijo que le pidiera lo que él quisiera, que se lo iba a dar.
-Por ahora, mi Majestad, tengo que decirle que mis hermanos se han dejado decir, uno, que poniéndose en la boca de un cañón, es capaz de atajar la bala con la mano; y el otro, que es capaz de tirar una naranja desde la torre de la iglesia, venirse detrás de ella y volver a subir con la naranja en la mano.
El Rey los hizo llamar y les preguntó si ellos se habían dejado decir que eran capaces de hacer esas dos hazañas. Ellos negaron, pero el Rey ordenó que lo cumplieran. Así murieron los dos malos hermanos que tanto habían buscado la muerte del Chiquillo.
El Rey, en premio de todo el bien que le había hecho el Chiquillo lo hizo casar con su hija.
El Chiquillo trajo a su palacio a sus padres viejos, y así todos vivieron muchos años felices y llenos de riquezas.

Luis Jerónimo Lucero, 50 años. Nogolí. Belgrano. San Luis, 1945.

Cuento 1062. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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