Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 22 de octubre de 2012

La nave voladora .999

Vivía una vez un matrimonio anciano que tenía tres hijos: dos de ellos eran listos, pero el otro era tonto. La madre quería a los dos primeros y casi los viciaba, pero al otro lo trataba siempre con dureza. Supieron que el Zar había hecho publicar un bando que decía: "Quien construya una nave que pueda volar se casará con mi hija, la Zarevna". Los dos mayores decidieron ir en busca de fortuna y pidieron la bendición de sus padres. La madre les preparó las cosas para el viaje y comida para el camino y una botella de vino. El tonto quería también acompañarlos, pero su madre le negó el permiso.
-¿Adónde irías tú, necio? -le dijo- ¿No sabes que los lobos te devorarían?
Pero el tonto no cesaba de repetir:
-¡Quiero ir, quiero ir!
Viendo la madre que no sacaría nada de él, le dio un pedazo de pan seco y una botella de agua y le puso de patitas en la calle.
El tonto empezó a andar y más andar, hasta que, por fin, encontró a un anciano. Se cruzaron los saludos y el anciano preguntó al tonto:
-¿Adónde vas?
-¿No lo sabes? -dijo el tonto.
-El Zar ha prometido dar su hija al que construya una nave que vuele.
-¿Y tú eres capaz de hacer semejante nave?
-¡Claro que no, pero en alguna parte hallaré quien me la haga!.
-¿Y dónde está esa parte?
-Sólo Dios lo sabe.
-Entonces, siéntate y come un bocado. Saca lo que tienes en la alforja.
-Es tan poca cosa que me da vergüenza enseñarlo.
-¡Tonterías! ¡Lo que Dios nos da es bastante bueno para comer! ¡Sácalo!
El tonto abrió la alforja y apenas daba crédito a sus ojos. En vez de un pedazo de pan duro contenía los más exquisitos manjares, que compartió con el anciano. Comieron juntos y el anciano dijo al tonto:
-Anda al bosque y ante el primer árbol que encuentres santíguate tres veces y da un hachazo en el tronco, luego échate al suelo de bruces. Cuando te despiertes verás una nave completamente aparejada; siéntate en ella y vuela a donde quieras y recoge todo lo que encuentres por el camino.
El tonto, después de dar las gracias y despedirse del anciano, se encaminó al bosque.
Se acercó al primer árbol e hizo lo que se le había ordenado, se santiguó tres veces, descargó un hachazo en el tronco y, echado de bruces en el suelo, se quedó dormido. No tardó mucho en despertar, se levantó y vio un barco apercibido para la marcha. Sin pensarlo poco ni mucho, el tonto se subió a él y apenas se hubo sentado, la nave empezó a volar por el aire. Vuela que vuela, el tonto vio a un hombre que, tendido en el camino, estaba aplicando una oreja al duro suelo.
-¡Buenos días, tío!
-Buenos días.
-¿Qué haces ahí?
-Escuchar lo que pasa por el mundo.
-Sube a la nave y siéntate a mi lado.
El hombre no se hizo rogar y se sentó en la nave que siguió volando. Vuela que vuela, encontraron a un hombre que andaba brincando con una pierna mientras tenía la otra fuertemente atada a una oreja.
-Buenos días, tío; ¿Por qué andáis brincando con una pierna?
-Porque si desatase la otra, en dos trancos daría la vuelta al mundo.
-Sube y siéntate a nuestro lado.
El hombre se sentó y siguieron volando. Vuela que vuela, encontraron a un hombre que estaba apuntando su escopeta a un punto que no podían ver.
-¡Buenos días, tío! ¿Adónde apuntas, que no se ve ni un pájaro?
-¡Bah! Tiro a poca distancia. Atino a cualquier pájaro o bestia que se me ponga a cien leguas. ¡A eso llamo yo tirar!
-Ven con nosotros.
También el cazador subió a la nave, que siguió volando. Vuela que vuela, encontraron a un hombre cargado con un saco de pan.
-¡Buenos días, tío! ¿Adónde vas?
-A ver si encuentro un poco de pan para comer.
-¿Pero no llevas ya un saco lleno de pan?
-¡Bah! ¡Con esto no tengo ni para un bocado!
-Sube y siéntate a nuestro lado.
El tragón se sentó en la nave, que siguió volando. Vuela que vuela, vieron a un hombre que andaba alrededor de un lago.
-Buenos días, tío. ¿Qué buscas?
-Tengo sed y no encuentro agua.
-¿No tienes ahí un lago? ¿Por qué no bebes en él?
-¿Esto? ¡Con esto no tengo ni para un sorbo!
-Pues, sube y ven con nosotros.
Se sentó y la nave siguió volando. Vuela que vuela, encontraron a un hombre que atravesaba un bosque con una carga de leña a su espalda.
-¡Buenos días, tío! ¿Estás cogiendo leña en el bosque?
-Ésta no es como todos las leñas
-¿Pues qué clase de leña es?
-Es de una clase que, si se disemina sale de ella todo un ejército.
-Pues, ven con nosotros.
Una vez que se hubo sentado, la nave siguió volando. Vuela que vuela, vieron a un hombre que llevaba un saco de paja.
-¡Buenos días, tío! ¿Adónde llevas esa paja?
-A la aldea.
-¿Hay poca paja en la aldea?
-No, pero ésta es de una clase que, si se disemina en los días más calurosos de verano, inmediatamente viene el frío con nieves y heladas.
-¿Quieres subir, pues?
-Gracias, subiré.
Pronto llegaron al patio del Palacio del Zar. En aquel momento se hallaba el Zar sentado a la mesa y cuando vio la nave voladora, se quedó muy sorprendido y mandó un criado que fuese a ver quién volaba en aquella nave. El criado salió a ver y volvió al Zar con la noticia de que quien conducía la nave no era más que un pobre y mísero campesino. El Zar reflexionó. No le gustaba la idea de dar su hijo a un simple campesino y empezó a pensar cómo podría desembarazarse de aquel indeseable yerno durante un año. Y se dijo: "Le exigiré que realice antes varias hazañas de difícil cumplimiento". Y mandó decir al tonto que, para cuando acabase la imperial comida, le trajese agua viva y cantante.
Cuando el Zar daba esta orden al criado, el primero de los compañeros a quien el tonto había encontrado, es decir, aquel que estaba escuchando lo que pasaba en el mundo, oyó lo que el Zar ordenaba, y se lo dijo al tonto.
-¿Qué puedo hacer yo? -dijo el tonto.
-Aunque busque un año y toda la vida no encontraré esa agua.
-No te apures -le dijo el Pierna Ligera, yo lo arreglaré.
El criado se acercó a transmitir la orden del Zar.
-Dile que la buscaré -contestó el tonto, y su compañero desató la otra pierna de la oreja y emprendió tan veloz carrera, que en un abrir y cerrar de ojos llegó al fin del mundo, donde encontró el agua viva y cantante.
-Ahora -se dijo- he de darme prisa y volver enseguida.
Pero se sentó junto a un molino y se quedó dormido.
Ya llegaba a su fin la comida del Zar, cuando aun no había vuelto, y todos los de la nave lo esperaban impacientes. El primer compañero bajó al suelo y aplicando el oído a la tierra escuchó.
-¡Ah, ah! ¿Conque estás durmiendo junto al molino?
Entonces, el tirador cogió el arma, apuntó al molino y despertó a Pierna Ligera con sus disparos. Pierna Ligera echó a correr y en un momento llegó con el agua. El Zar aun no se había levantado de la mesa, de modo que su orden quedó exactamente cumplida. Pero de poco sirvió. Porque impuso otra condición. Le mandó decir: "Ya que eres tan listo, pruébamelo. Tú y tus compañeros habéis de devorar en una sola comida veinte bueyes asados y veinte grandes panes de hogaza". El primer compañero lo oyó y se lo dijo al tonto. El tonto se asustó y dijo:
-¡Pero si no puedo tragar ni un panecillo en una sola comida!
-No te apures -dijo el Tragón, eso no será nada para mí.
El criado salió y comunicó la orden del Zar.
-Está bien -dijo el tonto, traed todo eso y nos lo comeremos.
Y le sirvieron veinte bueyes asados y veinte grandes panes de hogaza. El Tragón lo devoró todo en un momento.
-¡Uf! -exclamó.
-¡Qué poca cosa! ¡Bien podrían servirnos algo más!
El Zar mandó decir al tonto que habían de beberse cuarenta barriles de vino de cuarenta cubos cada uno. El primer compañero oyó las palabras del Zar y se lo comunicó al tonto.
-¡Pero si no podría beberme ni un solo cubo! ­dijo el tonto, lleno de miedo.
-No te apures -dijo el Bebedor, yo me lo beberé todo y aun será poca cosa para mí.
Vaciaron los cuarenta barriles y el Bebedor se los bebió todos de un trago, y después de apurar las heces, dijo:
-¡Uf! ¡qué poca cosa! ¿No podrían traerme otro tanto?
Después de esto, el Zar ordenó que el tonto se preparase para la boda y que antes se diese un buen baño. El cuarto de baño era de hierro colado y el Zar ordenó que lo calentasen a tan alto grado, que el tonto no podría menos de quedar asfixiado en un instante. El tonto fue a bañarse y detrás de él entró el campesino con la paja.
-He de esparcir paja por el suelo -dijo.
Los dos se encerraron en el cuarto, y apenas el campesino esparció por el suelo unos manojos de paja, se produjo una temperatura tan baja, que el tonto apenas pudo lavarse, porque el agua del baño se heló. Se encaramó a la estufa y allí pasó todo la noche. Al día siguiente abrieron el baño y hallaron al tonto echado sobre la estufa, lleno de vida y de salud y contando canciones. El Zar estaba disgustado por no saber cómo desembarazarse del tonto. Después de mucho reflexionar ordenó que crease un ejército con sus propios medios. Porque pensaba: "¿Cómo es posible que un campesino forme un ejército? ¡Esto sí que no lo podrá hacer!"
Cuando el tonto se enteró de lo que exigían de él, se mostró muy alarmado y exclamó:
-¡Estoy perdido sin remedio! Me habéis sacado de muchos apuros, amigos míos; pero esta vez está bien claro que nada podréis hacer por mí.
-¡Lindo amigo estás hecho! -dijo el hombre del haz de leña.
-¿Cómo has podido olvidarte de mí hasta ese extremo?
El criado fue y te comunicó la orden del Zar:
-Si quieres tener a la Zarevna por mujer, has de poner en pie de guerra todo un ejército para mañana a primera hora.
-De acuerdo. Pero si después de esto también se niega, conquistaré todo su imperio y tomaré la Zarevna a viva fuerza.
Aquella noche, el compañero del tonto salió al campo con su haz de leña y empezó a diseminarla en todas direcciones. Inmediatamente apareció un ejército innumerable, de a pie y de a caballo. Cuando lo vio el Zar al levantarse al día siguiente, se asustó mucho y se apresuró a mandar al tonto un precioso ropaje y vistosos atavíos con la orden de que lo condujesen a la corte para casarlo con la Zarevna. El tonto se puso las ricas prendas y estaba con ellos más hermoso de lo que ninguna lengua puede expresar. Se presentó al Zar, se casó con la Zarevna, recibió un rico presente de bodas y desde entonces fue el hombre más listo y perspicaz. El Zar y la Zarina le tomaron un afecto que cada día aumentaba, y la Zarevna vivió con él toda su vida, amándolo como a la niña de sus ojos.

999. Anonimo

La lluvia y las plantas

Caía la lluvia, Zarandeaba el viento las ramas de los árboles. La niña, cansada de su encierro habló a la lluvia desde la ventana de su habitación:
-Lluvia, mala amiga, ¿por qué caes? Me tienes presa en casa. ¡Cesa ya de una vez! ¡Quiero ir a jugar!.
La voz cantarina de la lluvia replicó:
-Las plantas, amiguita, tienen sed. Si agua no les doy, ni flores ni frutos darán después.

 999. Anonimo

La llave perdida

Resulta que Martina, sus papás y su hermano Nahuel habían ido a pasar el día en un club, y volvían cansados y cargados de cosas. Al llegar a la casa, el papá intentó abrir la puerta. Pero buscó la llave en el bolsillo y no estaba. Buscó en todos los bolsillos y no estaba. La buscó en toda su ropa y tampoco. El papá miró a la mamá preocupado, porque parecía que se iba a largar a llover, y no tenían otra llave.
Entonces Martina le dijo:
-Papá, hoy cuando Uds. se habían ido a la cancha de bochas, Nahuel se hizo caca.
-Ahora no me molestes, que estoy buscando la llave, -le dijo el papá, mientras buscaba en un bolso.
Al rato, Martina siguió contando:
-Entonces mamá lo fue a lavar, y yo busqué otro pañal en el bolso.
-Ya sé, Martina -dijo la mamá, pero no nos distraigas ahora, que estamos buscando la llave para entrar a casa.
La mamá y el papá estaban revisando la bolsa de la comida, los frascos de azúcar y leche en polvo, y los sándwiches que habían sobrado.
Martina siguió:
-Entonces, mamá le puso el pañal limpio y fue a tirar el pañal sucio al tacho de basura.
-Martina callate la boca que estamos ocupados buscando la llave -dijeron la mamá y el papá a la vez. Nahuel lloraba y estaba haciendo bastante frío.
Martina se calló la boca otro rato y al final dijo:
-Como les decía, Nahuel se puso a jugar con la llave que Uds. están buscando.
-¿Qué? -dijo el papá, que acababa de vaciar en el piso uno de los bolsos.
-¿Cómo? -dijo la mamá, que terminaba de vaciar la heladera portátil.
-¿Guuu? -dijo Nahuel, que tomaba su mamadera.
-Qué Nahuel tenía hoy la llave -dijo Martina.
-¿No la habrá tirado al pasto? -preguntó el papá.
-¿No se la habrá comido? -dijo la mamá.
-No, -dijo Martina, escondiéndose bajo la pollera de la mamá porque estaba empezando a llover.
-Me parece que se la guardó en el pañal.
El papá y la mamá le sacaron el pañal a Nahuel y... ¡sorpresa! Allí encontraron... una ramita. Y también... una moneda. Y una... hojita. Y por último... la llave. ¡Por fin!. con la llave pudieron abrir la puerta.
Los papás estaban muy aliviados de haber podido entrar. Martina estaba orgullosa de haberlos ayudado. Nahuel estaba muy contento de andar sin pañal.

 999. Anonimo

La junta de los ratones

Cuento tradicional

Una vez se juntaron los ratones para hablar de cosas importantes.
-Nuestra suerte sería feliz si no fuera por el gato -dijo uno.
-Sí, ¡maldito gato! -dijo otro.
-Vivimos asustados, temblando todo el tiempo.
-Ya no podemos más
-Nunca podemos comer a gusto.
-El gato llega tan callado...
-Y da unos saltos tan enormes y tan rápidos...  
Otros muchos ratones tomaron la palabra, y a veces hablaban varios al mismo tiempo. Pero a nadie se le ocurría la manera de evitar tamaños sustos.
De repente, por encima de todas las voces, se oyeron los gritos de un ratón que tenía fama de inteligente:
-¡Yo sé lo que hay que hacer! Tengo en mi agujero un cascabel que suena muy bien.
¡Ése es el remedio! Basta esperar que el gato esté dormido y colgarle el cascabel al cuello.
Así, cada vez que el gato nos ande buscando, él mismo nos avisará y podremos escapar a tiempo.
El discurso fue un gran éxito. Unos abrazaban al orador, otros lo besaban, otros le daban palmaditas, otros le decían palabras de felicitación, y todo los demás aplaudían.
Pero había un ratón viejito que no aplaudía ni nada. Le preguntaron por qué, y él contestó:
-La idea no es mala, pero aplaudiré cuando sepa una cosa: quién se animará a ponerle el cascabel al gato.

999. Anonimo

La isla encantada

Había una vez, cerca de las costas de Reino Unido, una casa, muy, pero muy antigua donde vivían dos niños, Juan y María.
Era día de limpieza, y tocaba ordenar el sótano. Antes de hacerlo María dijo:
-¡No terminaremos nunca!. Este sótano es muy antiguo y no se sabe lo que podrías encontrar aquí.
Juan le respondió:
-No te preocupes. Lo vamos a solucionar, y aunque este muy sucio, ¡vamos a terminar!
-Bueno, dijo María.
Y empezaron a limpiar. Mientras María estaba limpiando uno de los muebles viejos Juan dijo:
-Ven María, mira lo que encontré. Y María fue a ver qué pasaba.
-Mira María, he encontrado un pergamino que, por lo que se ve, es muy antiguo, dijo Juan.
Este pergamino estaba escrito en un lenguaje raro, que no era conocido en la Tierra. El pergamino decía así: "...a avell euq ocigam ejasap un otreibucsed la adeuq aniloc al de acrec soña lim adac" Los niños pasaban el texto a todas las lenguas pero no descifraban nada, lo único que les quedaba era voltear el texto desde le final hasta el principio.
Juan y María llegaron a la conclusión de que el pergamino decía: "Cada mil años cerca de la colina queda al descubierto un pasaje mágico que lleva a..." Los niños no sabían a dónde llevaba ese camino y consultaron en la biblioteca unos libros de leyendas para tener más información.
Los niños no pudieron saber a donde iría a terminar el camino, pero descubrieron que la última vez que se abrió el camino fue hace mil años y el camino se abriría dentro de un mes exactamente.
Un mes era suficiente para prepararse. Los niños se habían quedado con ganas de saber a donde llevaba este pasaje.
Ya estaban en la colina. Y según lo que decían los libros, ya se tendría que haber abierto el camino, pero... el camino no se abría.
-¡Estos libros deben decir mentiras!, dijo Juan.
Los niños decidieron irse a casa. Cuando se alejaban empezó a sonar algo así como un temblor, era el dichoso camino que por fin se estaba abriendo, los niños, sin pensarlo, corrieron hacia él.
En el camino se encontraron con un murciélago que no los dejaba pasar. El murciélago estaba por morder a María pero Juan los alejó con una antorcha que estaba en las paredes.
Ya más adelante se encontraron con una parte donde se dividía el camino en tres partes. Los niños no sabían por donde ir. Y cuando avanzaron aparecieron unos espejos que confundían el camino y parecía que le camino se dividía en seis.
María eligió el camino de la izquierda.
-¿Llegamos? -dijo Juan.
Juan y María habían llegado a una parte del camino tapada por una nube. Los jóvenes dieron un paso y pisaron tierra firme. Cuando vieron el paisaje vieron una isla fría, oscura y destruida completamente.
-¿Que habrá pasado? -dijo María.
Y una voz le respondió: "Mi pueblo ha sido hechizado por un fantasma malvado y envidioso que vive en un castillo que se encuentra en una montaña y tiene un murciélago de aliado. Ha convertido a todos mis amigos en piedra y la única forma de romper el hechizo es destruyendo al fantasma con una luz que fue encerrada en una cueva por el malvado fantasma"
Juan después dijo:
-No creo que sea muy difícil derrotar al fantasma y además vale la pena derrotarlo después de tan largo viaje.
-Tienes razón. Vamos a derrotar al malvado fantasma y a salvar a la isla, exclamó María.
-Muchísimas gracias, respondió el unicornio esa voz y apareció entonces un hermoso unicornio convertido en piedra.
Después los niños se fueron a buscar la luz para derrotar al fantasma. El unicornio les había dicho que la cueva se encontraba en el extremo Este de la isla.
Juan y María habían llegado a la cueva. María trató de entrar pero un campo de fuerza protegía la cueva y la niña quedó muy dañada. Juan volvió con el unicornio y le preguntó como podía atravesar ese campo de fuerza. El unicornio le dijo que la única manera de entrar era si estabas tranquilo y no pensabas en nada.
Siguiendo las instrucciones del unicornio Juan se fue a la cueva. Juan trató de entrar y sin pensar en nada logró entrar a la cueva y encontró la Sagrada Luz. Cuando salió de la cueva Juan iluminaba todo a su paso y también logró restablecer las fuerzas de María.
Los niños se dirigieron al palacio donde se encontraba el malvado fantasma. Él, desde el interior del castillo presentía que Sagrada Luz se acercaba y trató de huir. Los niños lograron encontrarlo y, apenas vio la luz, el fantasma se desintegró por completo y todos los habitantes de la isla convertidos en piedra volvieron a la vida.
El unicornio les agradeció a los niños lo que hicieron y como regalo les dio un mapa donde encontrarían un tesoro que habían enterrado los antiguos habitantes de la isla.
Los niños se fueron a buscar el tesoro y, cuando lo encontraron y abrieron el cofre una luz brilló y los niños aparecieron es sus camas. ¿Habrá sido un sueño?
Los niños no estaban seguros pero igual tenían el cofre con el tesoro en su casa.
Los niños nunca contaron nada de esto a nadie. ¿Quién les creería?

999. Anonimo

La isla de la salud

En una remota isla, cerca de áfrica del sur, se desarrollaba una espesa vegetación, digna de ser admirada por los más grandes científicos del mundo.
Esta vegetación poseía una gran variedad de especies, todas con diferentes características medicinales aplicables a una gran variedad de enfermedades del ser humano.                                
La isla era de una gran belleza exótica,  tenía paisajes hermosos y una gran fuente de agua cristalina ubicada en el centro  de ella, a su alrededor se hacían pequeñas agrupaciones de plantas según su especie y según el beneficio que otorgaba a las diferentes partes del cuerpo  y sus enferme-dades. Para curar  enfermedades del corazón había un grupo de plantas medicinales solo para ello, en el caso de enfermedades de la piel, también existía una agrupación especifica para ello y así para todas las enfermedades.  
Era tanta su perfección que siempre se pensó que había un ser superior y creador de toda esta belleza, que se encargaba de cuidar, sembrar, clasificar y proteger toda la isla.
Cierto día en la ciudad de nueva york un famoso botánico llamado carlos strong, que practicaba la medicina homeopática, decidió partir sin rumbo fijo acompañado por su esposa, aun lugar que le ofreciera nuevos conoci-mientos.
El señor strong salió con su barco y después de viajar 3 meses llegó a la isla y maravillado la llamó  “ la isla de la salud”.
El y su esposa recorrieron todos los lugares quedando cada día mas fascinados por su belleza y utilidad, cada descubrimiento de nuevas especies y sus utilidades le daban a este botánico el deseo de enriquecerse con la venta de pócimas milagrosas y curativas, día  a día su mente divagaba en el gran negocio que iba a hacer, planificando como trasladar todo la vegetación a nueva york sin importarle la destrucción de aquélla hermosa isla, tampoco pensó en ayudar a aquellos enfermos que se quedaron esperando por el, para que les diese un remedio a sus enfermedades, solo pensaba en ¡dinero!, ¡dinero! Y ¡más dinero! Pensaba en riquezas, fortuna y deleites para el y su esposa.  
Una mañana cuando cargaba su barco de plantas, divisó a los lejos una cascada de agua, se  dirigió a ella , no caminaba si no que corría y de la mano llevaba a su esposa quien por poco casi se cae.  
El señor strong pensaba que era otro descubrimiento que le daría mas dinero.
Al  llegar se encontró con una cascada de agua que caía y formaba una hermosa laguna de agua cristalina, en el fondo se podía ver pequeñas piedrecillas blancas y alrededor de ella crecían unos hongos jamas vistos por el, se veían rojos y apetitosos, mientras tanto su esposa se encontraba ya dentro del agua disfrutando de un agradable baño, pero antes de salirse, acarició entre sus manos uno de estos hongos, llenándose de deseo se comió unos cuantos.  
Para sorpresa del esposo, vio como su esposa siendo una mujer de 60 años, rejuveneció  y rejuveneció hasta quedar convertida en una joven y hermosa mujer, el señor strong gritó de alegría porque creía haber encontrado el secreto de la eterna juventud, inmediatamente en su mente pasaban y pasaban números y muy alegremente decidió recoger todos los hongos que se encontrara.  
Mientras esto ocurría en la mente y en su corazón, el ser superior que cuidaba  la isla, leyó los pensamientos de este hombre viendo que en su interior no había amor por la humanidad. Así que decidió darle una lección inolvidable a todas las personas que se acercaran a esta isla.
Un día antes que el barco zarpara, con todo su botín, la señora strong decidió regresar a tan ricas aguas, y al ver uno de estos hongos no resistió la idea de rejuvenecer un poco más, y lo comió.  Sin darse cuenta, pasó  de joven a niña, de niña a bebé y de bebé a la semilla que le dio la vida, está semilla se introdujo en la tierra como si unas manos invisibles la estuvieran sembrando, y allí germinó y creció un hermoso árbol que por su forma y atractiva belleza  le llamaron  vanidad.
Mientras todo esto ocurría  el sr, strong ensimismado en su misión absurda, no percibió la falta de su esposa, siguiendo enceguecido con su plan.
Cuando estaba a punto de zarpar cansado recostó su pie a una roca, pero cuan grande fue su sorpresa cuando esta roca cobró vida  propia y atrayéndolo a ella lo convirtió  en una gran roca con forma de hombre, que era vista por todos los visitantes que aún a lo lejos divisaban la isla y decían “allí yace el hombre que por su avaricia quedó convertido en el monumento a la  avaricia.

999. Anonimo

La historia y verdad del unicornio

El libro de la generación

El primer unicornio
Llegó envuelto en una nube, impulsado por un blanco torbellino. Descendió con suavidad desde los cielos a los campos infantiles de la Tierra, aun antes que sus fuegos iniciales se hubieran extinguido. Posee entonces el Unicornio el brillo de la Luz, y puede apartar de sí toda oscuridad, toda tiniebla. Se lo llamó Asallam, el primer Unicornio de los nacidos, creatura de conformación temible y para contemplar hermosa, dotado de un cuerno de luz en espiral.
Golpeó entonces Asallam una roca desnuda, con su cuerno la penetró hasta grande hondura, y brotó una fuente de vida borboteante. Los fuegos se extinguían doquiera fluían esas aguas y empezaba la Tierra a fecundarse con multitud de cosas muy fructíferas. Se alzaron grandes árboles, florecieron; y bajo su sombra se instalaron las bestias salvajes y domésticas. Todo esto era intención de Dios, y el Unicornio, el instrumento de su querer. De este modo se formo el Jardín del Unicornio, llamado Shamagim, que quiere decir Lugar donde hay Agua.
Dios se dirigió entonces al Unicornio diciendo: "¡Asallam! Tú sólo serás, entre todas mis creaciones, quien recuerde la ocasión y el modo de su hechura, y vivirás en permanente memoria de la Luz, para ser su conductor y su guardián. Pero jamás volverás a la Luz hasta la hora final del Fin del Tiempo". Y el Unicornio, maravillado, vivió en su jardín y fue caminando hacia afuera.

La creacion del hombre
Entonces quiso ser conocido Dios, aunque El ya conocía todas las cosas. Se retiró dentro de Sí, y a partir de la tierra y del aire, del agua y del fuego, su sagrado aliento compuso al Hombre, que era fuerte y bello, el colmo de la creación. El Unicornio se maravilló mirándolo, y de pronto volvióse modesto y vergonzoso.
Como Asallam no participó en la creación del Hombre, el Unicornio lo amó aún más y ante él se inclinó como un sirviente.
Fue el Unicornio entonces la primera bestia que le hombre contemplara, la primera a quien dio nombre. Desde entonces hasta ahora el destino de ambas razas se ha ligado; el Unicornio conduce hacia la Luz y sólo el Hombre puede allí seguirlo.

El libro de nemesis
En los largos años de la edad primera, Hombre y Unicornio habitaron juntos y crecieron en estatura de cuerpo y mente. Pero en lo oscuro otros seres se desplegaban y fortalecían.
El mismo día que el Unicornio hizo surgir de la roca una fuente de borboteante vida, tambien se sembraron semillas de peligro. Mientras las aguas esparcían su humedad fertilizante, se filtraban también por fisuras tenebrosas y goteaban hasta cavernas secretas y ardientes que se entrelazan en las raíces de los montes.
Allí, en esas cámaras del abismo, la carga vital de esas aguas sagradas se gastó por vez primera en criar algo viviente. Así nació entre fuegos y tinieblas el Dragón. Su difícil nacimiento le dejó huellas indelebles, y nunca hubo después otra creatura dotada en tal medida de tanta astucia y fuerza.
El primer dragón fue Yaldabaoth. De horrible constitución, con ojos penetrantes y sin párpados, lo primero que contempló su mirada impávida fue la propia imagen en las aguas oscuras. Adoró la visión, y una secreta complacencia en esa imagen de sí le ha consumido el corazón desde esos tiempos.
Y el Dragon creció enorme y generó a otros como él, entre ellos a Serpens. Si bien los dragones tienen muchas formas y tamaños, todos son rápidos de mente y tienen sed de saber. Mientras el Unicornio intenta adivinar los secretos de la creación para mejor conocer al Creador, el Dragón desea lo mismo, pero al fin de dominar el mundo y de este modo derrotar a la muerte.
El Dragón odia con fuerza al Unicornio por su primacía, pues no se creó a sí mismo sino que le debe a otro su ser. Así pues, lo ha perseguido siempre con la intención de devorarlo y dejar de ser el que llegó despues y convertirse en el Más Viejo de todas las Cosas.

Los limites del jardin
Era muy amplia su extensión sobre los campos, pero en níveos con fuego ardientes donde rugía el torbellino y se escuchaban voces en el resplan-deciente abismo.
El Unicornio podía desplazarse en medio del trueno, la tormenta y los temblores, pero esas hórridas alturas eran inseguras para el hombre . Así, pues, el Unicornio, hermano mayor, amigo y guía, vigilaba que ningún hombre se aventurara fuera del Jardín.
Entonces el tiempo se sucedía de modo inenarrable. Hasta hoy quedan huellas de esa gloria inmaculada; por eso ni la quietud más sosegada está libre de alguna sensación de nostalgia y exilio. Porque el hombre creció en número y en fuerza , y también el Unicornio; ambas razas ingresaron juntas, en estado de gracia y de inocencia, a la plenitud de sus vidas. Entonces se forjaron los lazos que el tiempo jamás podría desatar: por larga que sea la separación existente, jamás el Unicornio y el Hombre volverán a encontrarse como extraños.
Pero el Dragón y su progenie tramaban en las honduras de la tierra, y más y más celosos se volvían hasta que al fín enviaron a Serpens, la más astuta de su raza. No era de gran tamaño y por esto no inspiró temor en los corazones de los hombres. Parecióles Dragón atractivo y asombroso, de escamas orgullosas e irisadas, de palabra abundante y escogida; muy pronto se movía familiarmente entre los hombres, ocultando su propósito: tal las artes habituales del Dragón. Entretejía palabras de alabanza con otras para sembrar la duda, diciendo: "Qué sabio y digno señor podría ser el Hombre!" y se lamentaba que el Unicornio limitara a sus amigos al recinto interno del Jardín.
No toda nuestra raza prestó oido a las sutiles incitaciones al descontento y al orgullo. El hombre y la mujer gozaban de distinta intuición desde le principio; las mujeres no se dejaron engañar por la insidia de Serpens, mantuvieron la confianza y no dejaron de amar al Unicornio. Cuando por fin Serpens oyó murmurar al hombre que el Unicornio no parecía amigo tan perfecto y sí quizás propenso a finalidades egoístas, habló más abierta-mente. Más allá del Jardín, aseguró, hay tierras hermosas y fértiles, dispuestas a que las dominen, pero el Unicornio mantiene al Hombre cautivo, no sea que su número crezca en exceso y resulte ingobernable.
Esas mentiras no escaparon al Unicornio, que se apartó, triste: no podía obligar al seguir los caminos de la luz; señalaba su sentido. Pero nada le pidió consejo en las discusiones insensatas que siguieron. El más descarriado se levantó y alzó la voz: "¡Rompamos estas cadenas de oro, acabemos con estas ataduras! ¡Cuanto más difícil y largo sea el camino, más brillante será su término!"
A partir de entonces el hombre no pudo culpar a nadie más, sólo a sí mismo, por las penas y dolores subsiguientes. Pues todos gritaron aprobando, aunque las mujeres inclinaran la cabeza en señal de silente pesadumbre. De este modo se cumplió el trabajo del Dragón, y así esas palabras sellaron la condenación del Hombre.
Entonces movilizóse Dios, en perfecta sincronía con el proyecto fatal del Hombre. Y en un instante volvióse duro y opaco lo que fuera un mundo en primavera. Y pareció caer un vacío piadoso sobre la mente de los hombres, y cuando cesó esa oscuridad se hallaron en una dimensión de antaño. Se movieron perplejos al principio, encerrados en formas menos gráciles.

La division de las razas hermanas
El hombre cayó en un marasmo moral, adoró ídolos y luchó contra sus semejantes. Y durante todos esos años el Hombre y el Unicornio se separaron más y más, tal como desara el Dragon.
El Unicornio entonces marchó por senda aparte mientras el Hombre se mantenía en su locura; así acabo su vecindad. Aunque la creatura sigue viviendo en el Jardín de la dimensión dorada, su corazón aún está ligado al Hombre; así se desplaza a través del mundo y permanece inmóvil junto a la frontera actual del mismo.

999. Anonimo

La gatita encantada

Erase un príncipe muy admirado en su reino. Todas las jóvenes casaderas deseaban tenerle por esposo. Pero él no se fijaba en ninguna y pasaba su tiempo jugando con Zapaquilda, una preciosa gatita, junto a las llamas del hogar. Un dia, dijo en voz alta:
-Eres tan cariñosa y adorable, que, si fueras mujer, me casaría contigo.
En el mismo instante apareció en la estancia el Hada de los Imposibles, que dijo:
-Principe, tus deseos se han cumplido.
El joven, deslumbrado, descubrió junto a él a Zapaquilda, convertida en una bellísima muchacha.
Al dia siguiente se celebraban las bodas y todos los nobles y pobres del reino que acudieron al banquete se extasiaron ante la hermosa y dulce novia.
Pero, de pronto, vieron a la joven lanzarse sobre un ratoncillo que zigzagueaba por el salón y zampárselo en cuanto lo hubo atrapdo. El príncipe empezó entonces a llamar al Hada de los Imposibles para que convirtiera a su esposa en la gatita que había sido. Pero el Hada no acudió, y nadie nos ha contado si tuvo que pasarse la vida contemplando como su esposa daba cuenta de todos los ratos de palacio.

 999. Anonimo

La gallinita dorada



La gallinita dorada se encontró en el corral un grano de trigo.
-¿Quién quiere sembrar este grano de trigo? -gritó.
-Yo no -dijo el pavo.
-Yo no -dijo el pato.
-Entonces lo sembraré yo -dijo la gallinita dorada.
Y sembró el grano de trigo.
Cuando el trigo estuvo maduro, gritó la gallinita dorada:
-¿Quién quiere llevar este trigo al molino?
-Yo no -dijo el pavo.
-Yo no -dijo el pato.
-Entonces lo llevaré yo -dijo la gallinita dorada.
Y llevó el trigo al molino.
Cuando el trigo estuvo molido, gritó la gallinita dorada:
-¿Quién quiere amasar la harina para hacer el pan?
-Yo no -dijo el pavo.
-Yo no -dijo el pato.
-Entonces yo lo haré -dijo la gallinita dorada. Y amasó la harina y coció el pan.
Cuando el pan estuvo cocido, dijo la gallinita dorada:
-¿Quién se va a comer este pan?
-¡Yo! -gritó el pavo.
-¡Yo! -gritó el pato.
-No, vosotros no -dijo la gallinita dorada. Me lo comeré yo y les daré a mis polluelos.
Y empezó a llamarlos, haciendo: ¡Cloc! ¡Cloc! ¡Cloc!

 999. Anonimo

La gallinita colorada

Había una vez, una gallinita colorada que encontró un grano de trigo. “Quién sembrará este trigo?”, preguntó. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”. Y ella sembró el granito de trigo.
Muy pronto el trigo empezó a crecer asomando por encima de la tierra. Sobre él brilló el sol y cayó la lluvia, y el trigo siguió creciendo y creciendo hasta que estuvo muy alto y maduro.
“¿Quién cortará este trigo?”, preguntó la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”. Y ella cortó el trigo.
“¿Quién trillará este trigo?”, dijo la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”. Y ella trilló el trigo.
“¿Quién llevará este trigo al molino para que lo conviertan en harina?”, preguntó la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”. Y ella llevó el trigo al molino y muy pronto volvió con una bolsa de harina.
“¿Quién amasará esta harina?”, preguntó la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”   Y ella amasó la harina y horneó un rico pan.
“¿Quién comerá este pan?”, preguntó la gallinita. “Yo!”, dijo el cerdo. “Yo!”, dijo el gato. “Yo!”, dijo el perro. “Yo!”, dijo el pavo. “Pues no”, dijo la gallinita colorada. “Lo comeré YO. Clo-clo!”. Y se comió el pan con sus pollitos.

999. Anonimo

La doncella que era hermana de siete dives



Los dives son seres muy interesantes que pueden encontrarse en varios países de Oriente. Son seres encantados que no poseen un tamaño o forma específicos, existen con los más diversos disfraces. Pueden aparecer como un hombre o una mujer, o pueden ser enormes, monstruosos como inmensos gigantes, con dientes torcidos y puntiagudos, ojos muy grandes y feroces y pueden tener garras en lugar de manos y pies.
Érase una vez en lo alto de una montaña, en el antiguo Irán, que moraba una doncella que fue adoptada por siete dives que la encontraron un día en la floresta cuando cazaban. La llevaron al castillo donde vivían y allí fue criada por una vieja ama dive hasta que cumplió 17 años.
Era el día de su décimo séptimo aniversario y estaba tan hermosa como la más adorable princesa de la tierra. Ese día, al asomarse por la ventana, observó que alguien se aproximaba por la pequeña escalinata que conducía al castillo.
¡Ama, ama! ¿Qué cosa es esa que viene subiendo por la colina en dirección al castillo?. Nunca vi nada parecido en toda mi vida.
¡Señorita Fátima! -gritó la criada que era una enorme y horrorosa mujer dive con una verruga en la cara. Apártese de esa ventana. Eso que está usted viendo es un ser humano y no debe hablar con él porque sus siete hermanos se pondrán furiosos.
¡Bobadas ama! -dijo Fátima que era bastante decidida y le gustaba hacer las cosas a su manera. Voy a abrir la ventana y le llamaré porque parece cansado. Tengo la certeza de que está perdido y hambriento.
La criada comenzó a aullar y aullar de rabia, pero Fátima no le prestó la menor atención y abriendo la ventana llamó al viajero con melodiosa voz:
Entre en el castillo ser humano para que pueda descansar y recuperar fuerzas comiendo y bebiendo algo. Estoy sola pues mis hermanos estarán todo el día cazando.
El extranjero era un príncipe llamado Nureddin, que había perdido su caballo al pasear por los alrededores. Nureddin no pudo evitar quedarse prendado de aquella hermosa joven que le invitaba desde lo alto del castillo. La criada abrió las puertas y, media hora, después Nureddin se encontraba sentado con Fátima comiendo uvas, queso y deliciosa hulwa.
Fátima estaba encantada con el joven. Le hizo centenares de preguntas y él le hablo del mundo que había más allá del castillo.
Necesito conocer todas esas maravillas -dijo ella. ¡Ah... si mis hermanos me dejasen partir...!
De ninguna forma mi joven ama Fátima -le reprendió la criada que les servía. La señorita sabe que mis señores nunca la dejarán partir del castillo, pues ellos son muy, muy celosos y darían muerte a este humano si le vieran aquí.
Entonces yo misma hallaré la manera de huir del castillo -declaró Fátima solemnemente. Así veré todas las maravillas del mundo descritas por este joven.
El príncipe no cabía en sí de gozo y prometió a Fátima que la llevaría al reino de su padre tan pronto él hubiera descansado de la jornada. Pero antes de que Fátima pudiese decidir algo se oyeron gritos que venían de la entrada y ladridos de perros mezclados con relinchos de caballos.
¡Oh, ser humano! -gritó la criada. Escóndase en este arcón pues mis señores han vuelto y lo harán pedazos en el momento en que lo vean.
Aunque ella era un dive y normalmente detestase a los humanos, sabía que a su joven ama le agradaba aquel joven y por eso quería ayudarlo.
Inmediatamente el príncipe entró en el arcón y Fátima lo cerró con mano nerviosa. Apenas se hubo escondido, la puerta se abrió y los siete dives irrumpieron en la sala.
¡Hermana Fátima! ¡hermana Fátima!, ¿qué tenemos para comer? -vociferó uno de ellos dando comienzo a un monumental barullo de grandes voces y risotadas, mientras se sacaban sus enormes botas. Fátima y la criada les ayudaron nerviosas a quitarse los chalecos de piel.
¡Ama, tráiganos vino para beber. Estamos ardiendo de sed!.
La vieja dive salió apresuradamente a cumplir la orden. Entretanto los siervos conducían los caballos al establo y los perros se disputaban algunos huesos en la cocina.
De repente los dives, uno después de otro, comenzaron a olfatear con sus enormes narices y gritaron enfurecidos:
¡Un hombre, un hombre! ¡siento el olor de un hombre!.
Fátima se puso pálida y su corazón latió violentamente. Dentro del arcón el príncipe se removió inquieto y se cubrió con algunas ropas para no ser descubierto.
-Alguien estuvo aquí hermana Fátima ¿dónde está?. Todos los dives se levantaron y comenzaron a gritar furiosamente. Iniciaron una febril búsqueda de un cuarto a otro, abriendo todas las puertas, olfateando y bufando como bestias salvajes.
Estaban tan excitados que no se les ocurrió, en un primer momento, mirar en el arcón y Fátima, aprovechando que estaban en otro rincón del castillo, ayudó al príncipe a salir de él.
¡Deprisa, deprisa, voy a mostrarte un camino secreto para salir del castillo. Si no huyes, mis hermanos te harán pedazos!.
La noche estaba cayendo y se oía a los dives enfurecidos cómo estaban revisando rincón por rincón todo el castillo. Fátima comenzó a sentir miedo. Los dos corrieron con las manos cogidas en dirección al fogón y allí ella le ayudó a entrar en la chimenea. Fátima le descubrió unos pequeños y oscuros peldaños.
¡Ven conmigo Fátima!, voy a liberarte de este terrible lugar -susurró el príncipe. Ella asintió con la cabeza silenciosamente. Y así subieron por los resbaladizos peldaños de piedra hasta que finalmente los recibió una noche cargada de estrellas.
¿Dónde están los caballos? -preguntó el príncipe con tono de urgencia.
Fátima le condujo al establo. Silenciosamente, como dos sombras, se deslizaron por detrás del castillo. Los criados de las caballerizas se repartían los dineros de los robos del día y no vieron como un par de sus mejores alazanes eran sacados de la cuadra por Nureddin.
Cuando estaban montados, el barullo dentro del castillo aumentó y los siete dives vieron a la luz de la luna como huían los dos jóvenes galopando a través de los enormes portalones de la entrada.
¡Detrás de ellos! -rugió el dive más viejo- ¡hay que traerlos vivos y los asaremos como a dos pollos!.
Los caballos galoparon como el viento, montaña abajo, como animales encantados que eran. No obstante, muy pronto, vieron a los siete dives montando caballos igualmente ligeros y fuertes.
¡Fátima vuelve. Te perdonaremos, pero déjanos matar a ese ser humano!.
La joven asustada podía oírles gritando detrás de ellos y sabía que no pasaría mucho tiempo para que los dives desenfrenados cayeran sobre ellos. Entonces ella, hurgó en su bolso y encontró una semilla mágica de enredadera, la arrojó por encima de su hombro izquierdo; en ese mismo instante una enorme planicie de enredaderas surgió entre los dives y los fugitivos.
Los caballos de los dives ya no pudieron correr como antes, pues las enredaderas se liaban entre sus patas y los atrasaban, pero al cabo de media hora ya estaban otra vez muy cerca y Nureddin preguntó:
¡Fátima!, ¿qué vamos a hacer? tenemos que detenerlos pues estamos aún a medio camino del reino de mi padre, al cual llegaremos al amanecer si antes los dives no nos han alcanzado.
¡No tengas miedo! -dijo Fátima con bravura y buscando una vez más dentro de su bolso dijo -creo que puedo hacer algo. Y arrojó por encima de su hombro una piña. Inmediatamente surgió un increíble y tupido bosque de pinos y los fugitivos pudieron galopar sin ser vistos.
Los intrépidos alazanes los llevaban cada vez más próximos a las tierras del príncipe. Fátima, con los cabellos flotando al viento, comenzaba a sentirse a salvo cuando el príncipe miró hacia atrás y gritó:
¡Ah! Nos alcanzan una vez más. Nos cogerán dentro de poco a menos que algo los detenga...
Fátima rebuscó en su bolso sin preocuparse de las riendas del caballo. Ya se caía de desesperación cuando sus dedos se cerraron sobre un grano de sal en un rinconcito de su bolso. Lo arrojó hacia atrás e inmediatamente un espumoso e inmenso mar surgió detrás de los cascos de su caballo y en él cayeron los dives y sus caballos ahogándose, pues lo dives no nadan bien en agua salada.
Fátima y Nureddin cabalgaron un poco más y cuando el día estaba naciendo llegaron a la bella ciudad de Nashapur.
Allí el palacio real brillaba con esplendor de oro y turquesa, con pavos reales en las alamedas del jardín exhibiendo llenos de pompa sus espléndidas plumas abiertas en abanico.
Entonces los soldados de las murallas, viendo al príncipe aproximándose, hicieron sonar sus trompetas de plata incrustadas de raras piedras preciosas.
Fátima fue recibida como una princesa, lo que de hecho fue al casarse con el príncipe en una espléndida fiesta que duró siete días y siete noches.
Los caballos encantados que los llevaron hasta allí desaparecieron cuando la luna estaba llena. Ellos sabían que su joven ama era, a pesar de todo, un ser humano, y preferían vivir al servicio de los dives, pues esta es la ley mágica establecida cuando el mundo comenzó a través de Salomón, rey de los magos y de las bestias encantadas, sobre quien sea la paz.

999. Anonimo

La comadreja y la familia armadillo



El papá armadillo era campesino y muy tímido; jamás había bajado al pueblo; pero, ¿para qué quería él recorrer mundo cuando tenía una cueva tan bonita debajo de las raíces de una ceiba, tapizada con musgo y tan espaciosa que a no ser por la falta de luz, se hubiera creído un palacio? La familia vivía holgada y doña Armadilla, en compañía de sus hijas Armadilla-Melada y Armadillita-Gris, había hermoseado la cueva con flores, festones y plumas recogidos en el monte. Todo era paz en aquella casita hasta el día en que al otro lado del árbol vino a vivir la Comadreja.
A poco llegó de visita a casa de la familia y con muchas zalemas empezó a alabar el orden, el aseo y el buen gusto de la señora; a los armadillitos les dijo que eran primorosos, que la concha que tenían en el lomo debía ser de carey cuando menos, según era de fina, que eran, además, los niños más bien educados que ella conocía. La mamá halagada, la invitó a almorzar, y por la tarde a dar un paseo. Desde entonces, la entremetida Comadreja no dejó a la familia ni a sol ni a sombra.
-Que haga el favor de prestarme un poco de sal; que su cedazo para cernir la guayaba; que un asiento para una visita que me llega; que Armadillita-Gris para que me traiga un poco de agua. A estas molestias continuas se agregaron los chismes.
-Estoy furiosa -decía la hipócrita- porque la Coneja dijo que ustedes son unos orgullosos. La Zorra dice que le dijeron que don Armadillo es un vago y así, todos los días.
La casa se volvió un infierno y ya el papá no iba sino a horas de comida; los niños se salían a corretear mientras mamá recibía la visita de la vecina y Armadilla-Melada aprovechaba para ir a la huerta a conversar con Armadillo-Negro, su novio. La señora Armadilla estaba desesperada y no encontraba medio de salir de su importuna amiga.
La familia tuvo una junta para idear el medio de salir de la chismosa. Después de muchas cavilaciones, el Armadillo más pequeño, como quien dice el nene de la casa y a quien la Comadreja molestaba más con sus recados, dijo:
-Como al único animal que teme la Comadreja es al perro cazador, propongo que consigamos alguno que venga a vivir unos días con nosotros.
-¡Magnífica idea! -repuso papá; pero ¿dónde conseguirlo?
-Eso es cosa mía -contestó el avispado Armadillito y salió corriendo hasta la cueva de un conejo amigo y le dijo:
-Necesito que me pongas en relaciones con un perro cazador.
-Tú sabes -replicó el otro- que no cultivo relaciones con gentes de esa clase. Desde hace muchos siglos la familia de los conejos y la de los perros son enemigas; pero como quiero prestarte ayuda, le hablaré a una lora amiga para que ella te consiga lo que desees.
La Lora y Armadillo se dirigieron a una hacienda de caña; cerca al trapiche estaba echada una perra amarilla; la Lora trepó a un árbol y empezó a decir:
-Amita doña Perra: si usted fuera tan amable y se acercara un momento, pues tengo grandes deseos de saludarla y de paso tratarle un negocio.
La Lora era muy fina para hablar porque era sabia y vieja. La Perra dio un salto y Armadillito, que no las tenía todas consigo, se escondió entre su concha; la Perra se acercó ladrando:
-¡Hola! amiga Lorita; ¿Cómo estás? ¿En qué puedo servirte?
Esta, como buena charlatana que era, le echó de una vez todo el cuento de la Comadreja y el favor que le pedían los Armadillos. La Perra pidió tiempo para reflexionar y a fin de estar más cómoda se sentó en un banquito que halló cerca y que no era otra cosa que la concha del Armadillo; éste más muerto que vivo, no se atrevió a hacer ni un movimiento. Después de breves instantes la Perra expuso las condiciones en que aceptaba la propuesta:
-Yo voy a la casa de la familia Armadillo durante ocho días y me comprometo a sacar de en medio a la Comadreja pero que papá Armadillo me garantice un hueso al día y buena cama.
La Lora empezó a llamar a voces al Armadillito pero éste no podía contestar porque la Perra estaba sentada encima de él y se moría de miedo. Al fin se atrevió y desde el fondo de su concha gritó: "¡Acepto!" La Perra dio un brinco tremendo cuando oyó que su asiento hablaba. Rió la Lora sin parar y explicó lo que pasaba; salió el Armadillo y convinieron el trato. Volvió entonces a la casa y anunció para el día siguiente la llegada del huésped. Papá salió temprano y volvió con un apetitoso hueso; al pasar por la ventana de doña Comadreja, ésta lo atajó diciéndole:
-¡Ay!, don Armadillo; qué hueso más delicioso; hoy como que hay banquete en su casa, ¿no convida?
-Por supuesto, señorita -contestó el malicioso viejo, queda invitada.
-Muchas gracias. No faltaré.
Llegó muy peripuesta con cinta en la cabeza y gafas de oro. Estaban tomando la sopa cuando golpearon a la puerta. Armadillito fue presuroso a abrir y abrazando a la Perra que llegaba, exclamó:
-¡Mi querida maestra! Cuánto tiempo sin verla; qué gusto nos da viniendo a casa; ¿se quedará algunos días con nosotros, verdad?
-Ya lo creo, queridito, estuve mala y el médico me aconsejó los aires de la montaña y pensé que con nadie mejor que con ustedes podría estar, y aquí me tienen.
La Comadreja paraba las orejas para no perder palabra del diálogo; cuando apareció la Perra, por poco se desmaya: se le cayeron las gafas y le temblaba el lazo de cinta.
La Perra fue acogida con grandes muestras de afecto e invitada a almorzar. Ella que se sienta y la Comadreja que se levanta.
-Ustedes van a perdonar que me retire, pero recuerdo en este momento que me llega un pariente. Pero sigan, tengan la bondad. Nadie se levante, no faltaba más, que pasen feliz día -y salió disparada.
Después de almorzar fueron todos a dar un paseo menos mamá que tenía que lavar la vajilla. Vino entonces la Comadreja llorando a lágrima viva y manifestó que tenía que irse al pueblo vecino porque había recibido noticia de que su abuela estaba gravemente enferma, y se marchó corriendo.

Fuente: María Eastman - Colombia

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