Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 26 de julio de 2012

La princesa encantada .003

Un caballero andaba por el mundo en busca de aventuras y un día se encontró en su camino con cuatro animales, un león, un galgo, un águila y una hormiga, disputándose una fiera recién muerta que habían encontrado en mitad del campo.
Como no se ponían de acuerdo, luego que vieron llegar al caballero le pidieron que repar-tiese la fiera entre ellos y que se atendrían a su decisión, porque era la única manera de tener la fiesta en paz. El caballero aceptó, sacó su espada, troceó la fiera de la manera que le pareció más conveniente y la repartió entre los cuatro y a todos les pareció bien. Al águila le dio las tripas, al león las nalgas, al galgo las costillas y a la hormiga el lomo. Hecho lo cual, se dispuso a seguir su camino.
Pero, antes de que partiese, los animales hablaron con él porque, como les había resuelto la disputa, estaban agradecidos al caballero. Y le dijo el león:
-Aquí te doy un pelo de mi cabeza. Llévalo siempre contigo y cuando necesites convertirte en león no tienes más que decir: «Dios y león», y león serás.
Y cuando quieras volver a ser hombre dirás: «Dios y hombre».
Entonces el águila le dio una de sus plumas y le dijo:
-Toma esta pluma y llévala siempre contigo y cuando necesites convertirte en águila dices: «Dios y águila», y águila serás. Y cuando quieras volver a ser hombre dirás: «Dios y hombre».
La hormiga estuvo pensando acerca de qué le concedería y, al final, se arrancó una de sus antenas y le dijo:
-Yo no sabía qué darte, porque todo me es necesario, pero aunque me quede mocha, toma esta antena y cuando necesites volverte hormiga, di: «Dios y hormiga». Y para volver a ser hombre dirás: «Dios y hombre».
El galgo también se arrancó un pelo y le dijo, como los demás, que cuando necesitara ser galgo, dijera:
«Dios y galgo»; y para volver a ser hombre: «Dios y hombre».
Después de recibir todos estos regalos, el caballero se puso en camino más contento que nada porque pensaba que con semejantes regalos sus aventuras, cuando las tuviese, le harían famoso. Y pensando en estas cosas, llegó a un palacio donde se decía que vivía un gigante que guardaba a una princesa a la que había secuestrado y a la que nadie podía ver. Pero el caballero se acercó y vio a la princesa asomada al único balcón del palacio y resolvió acercarse a hablar con ella. Y ella le advirtió en seguida:
-Aléjese usted, porque si el gigante le ve se lo comerá, que es un gigante feroz.
El caballero no tuvo miedo y se acercó aún más hasta quedar justo al pie del balcón y le preguntó por su historia a la princesa.
La princesa le contó que allí vivía un gigante que la tenía encerrada para que nadie pudiera conocerla excepto él. El caballero le dijo que estaba dispuesto a sacarla de allí si aceptaba casarse con él y ella le dijo que sabía la manera de vencer al gigante pero que el gigante la mataría si revelaba su secreto.
El caballero insistió ansioso una y otra vez que le revelara el secreto y, al ver cuánta era su disposición, la princesa le dijo:
-Mira, yo sé que el gigante morirá solamente cuando se rompa un huevo que tiene muy bien guardado dentro del palacio. Y cuando él muera yo seré libre. Pero no sé dónde guarda el huevo y, además, el gigante es brujo.
En esto, se oyeron chirriar las puertas del palacio sobre sus goznes y vieron que el gigante salía y se dirigía hacia ellos.
Y el caballero dijo:
-Dios y hormiga -y se convirtió en hormiga, de modo que el gigante no le pudo ver.
La hormiga trepó por la torre, se metió en el cuarto de la princesa y esperó a que todos se acostasen en el palacio. Y cuando sucedió esto, se volvió hombre y despertó a la princesa, que se quedó muy admirada de verlo en su habitación. Y así estuvieron el caballero y la princesa pensan-do, durante tres días con sus noches, en la manera de encontrar el huevo. Y a los tres días, volvió el gigante, que había ido a atender unos asuntos, con un puercoespín en cuyo interior había guardado el huevo. Y nada más entrar en el palacio, el gigante dijo:
-Huelo a carne humana -por el caballero; y echó al puercoespín a que lo buscara. Y el caballero, cuando vio venir al puercoespín, dijo:
-Dios y león.
Y se convirtió en león y pelearon el león y el puercoespín, que estaba lleno de temibles púas, pero, cuando el león ya le iba venciendo, el puercoespín se convirtió en liebre y escapó a todo correr. Entonces el caballero se volvió hombre y dijo esta vez:
-Dios y galgo.
Salió el galgo corriendo tras la liebre y después de una agotadora carrera la liebre, viendo que el galgo estaba a punto de alcanzarla, se volvió paloma y salió volando. El caballero, que la vio echar a volar, se volvió hombre y dijo:
-Dios y águila.
Salió como águila tras la paloma y la atrapó al vuelo; y volvió a tierra, se convirtió otra vez en hombre, abrió la paloma con su cuchillo y allí encontró el huevo que buscaba.
El gigante, que como era brujo sentía la suerte del puercoespín en su propia entraña, había empezado a desfallecer y se dirigió a buscar a la princesa para hacerle un mal de encantamiento, pero entonces llegó el caballero portando el huevo que contenía la vida del gigante en su mano diestra y acercándose valientemente a él lo estrelló en su cabeza y el huevo se rompió y el gigante murió. Y cuando moría, se volvió a la princesa y le dijo:
-Yo, que te amaba, te conté mi secreto. Y ahora tú lo has contado y me has matado.
Entonces el caballero tomó a la princesa en sus brazos y la sacó del palacio como le había prometido y ella cumplió también la promesa que le había dado y se casó con él.

003. anonimo (españa)

La princesa dormida

Una princesa vivía en el palacio de su padre, el rey. Todas las tardes solía salir a pasear en compañía de alguna de sus damas y una de esas tardes acertó a pasar por delante de una casa humilde a cuya puerta estaba una anciana hilando con su rueca. La princesa, que vio a la hilandera, pensó que también ella podría entretenerse hilando y le pidió a la anciana que le vendiese la rueca. Como la anciana era muy pobre y la princesa estaba encaprichada, le vendió la rueca y el huso por una buena cantidad de dinero, mucho más de lo que costaba, con la idea de comprarse ella otros útiles de hilar y sacar provecho del dinero que le sobrase.
La princesa se volvió tan contenta al palacio y nada más llegar quiso empezar a hilar. Pero no sabía hilar, pues nadie le había enseñado, y en su precipitación se clavó en el dedo una astillita desprendida del huso y quedó como muerta.
Entonces la anciana huyó de su casa y nunca se la volvió a ver más.
Cuando el rey vio a su pobre hija muerta se sintió tan desconsolado que no dejaba acercarse a nadie a donde estaba la princesa y la lloró durante todo un día. Al cabo del día, el rey dijo a todos que su hija parecía más dormida que muerta y que, por eso, ordenaba levantar en un claro de su bosque preferido un palacete todo de cristal y mandó poner en él la caja donde la princesa yacía vestida con su traje blanco adornado de campanitas de plata.
Allí quedó, pues, la princesa, y con el tiempo el bosque se fue espesando en tomo al palacete hasta que se perdió de la vista de los humanos.
Pero resultó que un conde que acababa de salir de una larga enfermedad salió de paseo un día con sus criados y, cazando, se internó en el bosque hasta perderse. Al ver que se habían perdido, empezaron a buscar la salida y cada vez se enredaban más, hasta que, en una de éstas, avistaron el palacete de cristal. Al conde le llamó la atención la existencia de aquel hermoso palacete en mitad de tan espeso y salvaje bosque y observó que nadie parecía habitarlo. De modo que decidió entrar en él para ver si era verdad que estaba abandonado y lo recorrió por entero.
Paseaba el conde de una sala a otra cuando entró en aquella en que yacía la princesa muerta y se acercó a ella lleno de curiosidad, mas apenas la vio allí, que parecía dormida y no muerta, cayó loco de amor por ella.
El conde ordenó a sus criados que le dejaran solo con ella y estuvo contemplándola durante horas, cada vez más enamorado. Y en esto observó que en un dedo de la mano tenía clavada una pequeña astilla y, con todo cuidado, se la extrajo. Y en aquel mismo momento, la princesa abrió los ojos y le miró con dulzura.
Ni que decir tiene cuál fue la alegría del conde al ver aquel portento y cómo la princesa se incorporaba y se abrazaba a él, pues la había vuelto a la vida. Entonces la princesa le contó su historia y vieron que había pasado tanto tiempo desde entonces que, de todos los que conocieron a la princesa, ninguno quedaría ya con vida.
Así que estaba sola en el mundo. Entonces el conde le dijo que se quedaría a vivir con ella. Para eso, mandó a sus criados a su castillo con el encargo de que le trajeran todo lo necesario para vivir allí con la princesa, pero les mandó que no dijeran nada a la condesa, su esposa, de lo que habían visto sino que él se quedaría un tiempo fuera del castillo, en otro lugar donde el clima era muy a propósito para terminar de reponerse de su dolencia.
De modo que el conde y la princesa se quedaron a vivir juntos en el palacete de cristal y tuvieron dos hijas gemelas.
Pasado mucho tiempo, el conde se vio obligado a mandar a sus criados a que repusieran las provisiones de todo tipo que necesitaban para continuar la vida en el palacete. Los criados volvieron al castillo para ocuparse del mandato, pero así que los vio la condesa, los mandó prender y los amenazó de muerte si no revelaban el lugar donde se encontraba su esposo el conde. Los criados, que la conocían bien, vieron en seguida que cumpliría su amenaza y contaron lo que sabían:
‑El conde, su esposo, vive en un palacete de cristal, que está escondido en el bosque espeso, con una bellísima princesa de la que tiene dos hijas gemelas.
La condesa, que oyó esto, se puso hecha una furia y juró vengarse de una manera atroz. Entonces advirtió a los criados que no dijesen una sola palabra de cuanto había sucedido y les ordenó que cumpliesen lo que su señor les había encargado. Y los criados partieron con las provisiones sabiendo que si abrían la boca, la condesa los mandaría colgar del torreón.
Pasó otro tiempo y el conde le dijo a la princesa que pensaba volver al castillo por poco tiempo, para ver cómo iban sus asuntos, y la princesa le hizo ver que la dejaba sola y con las dos niñas y que cualquier cosa podría sucederles durante su ausencia. Pero el conde insistió y prometió que volvería tan pronto que la princesa, resignada, le dejó ir.
El conde, pues, tomó a sus criados y se fue al castillo. Pero quiso la mala suerte que sufriera una caída del caballo, que lo dejó tullido y obligado a guardar cama hasta que recompusiera sus huesos. De modo que hubo de quedarse en su castillo por largo tiempo y la condesa comprendió que había llegado la hora de su venganza.
Así, llamó a uno de los criados y le pidió que fuese al palacete del bosque y le trajera a una de las hijas del conde, que éste lo mandaba porque no podía pasar tanto tiempo sin verla. El criado obedeció sin recelo y fue a buscarla y la princesa le confió a una de sus dos hijas. Y al volver con ella, la condesa le dijo que ella misma se ocuparía de llevarla a presencia del conde, que ya la estaba esperando.
Pero, en lugar de eso, la condesa, llena de diabólica alegría por el éxito de su ardid, tomó a la niña, la llevó a un cuarto secreto que había en el torreón y allí se entretuvo, primero, en martirizar a la pobre criatura y, después, la mató, la troceó, la guisó como si fuera un corderillo lechal y a la hora del almuerzo presentó el plato al conde y esperó a que comiera delante de ella. Y mientras comía, la condesa canturreaba por lo bajo:

‑A la primera la estás comiendo,
a la segunda la comerás.

Y el padre, sin saberlo, se fue comiendo a su hija querida.

La condesa dejó pasar sólo una semana y volvió a llamar al criado para que le trajese a la segunda hija. Todo sucedió como la vez anterior y ella hizo lo mismo con la segunda hija y volvió a presentársela a su marido, y viéndole comer, le canturreaba por lo bajo:

‑A la primera ya la comiste,
a la segunda comiendo estás.

Tan contenta estaba la condesa de su horrible éxito que decidió apoderarse esta vez de la misma princesa. Y a tal efecto, mandó a un criado al palacete del bosque para que le dijera que el conde la llamaba. Nada deseaba más la princesa que oír esto, pues estaba ya completa-mente sola y echaba mucho de menos al conde y a sus dos hijas. De modo que en un momento estuvo lista y se fue con el criado al castillo. Y allí la esperaba la condesa, quien ordenó a la guardia prenderla de inmediato y encerrarla en una celda en el último sótano del torreón, donde nadie la buscara, y que le diesen sólo una ración de pan y agua al día.
Llegó un día en que el conde pudo al fin levantarse de la cama y empezar a caminar, pero como aún estaba convaleciente, sólo podía dar paseos cortos, lo que hacía alrededor del castillo cada mañana. Y una de estas mañanas acertó a pasar por delante del torreón y escuchó un sonido de campanitas que le recordaron inmedia-tamente el vestido de campanitas de su amada. Así que empezó a mirar e indagar hasta que dio con el ventanuco del sótano y comprobó con alegría que se trataba, en efecto, de la princesa. Y le dijo al verla:
‑Mi princesa querida, ¿quién te ha encerrado ahí?
Y ella, sorprendida, le contestó:
‑¿No has sido tú, mi amado conde, quien ha mandado por mí y ha ordenado que me encierren aquí a pan y agua?
Corrió entonces el conde al sótano seguido de la guardia y sacó de allí a la princesa. Y cuando ésta preguntó por sus hijas, el conde se mostró aún más sorprendido y, tras escuchar a la princesa, le dijo que él nunca había ordenado llamar ni a ella ni a sus hijas. De modo que hizo venir a la condesa a su presencia y le preguntó por sus hijas. Y la condesa, con perversa alegría, le contestó:
‑Fui yo quien ordenó traerlas al castillo y las martiricé y las maté y las cociné para ti, que tú te comiste a tus propias hijas delante de mí, ¿lo recuerdas? Pues ésta es mi venganza y así la princesa se queda sola para siempre.
Al oír esto, la princesa se desmayó sin que nadie pudiera hacerla volver en sí y así estuvo durante diez días y diez noches bajo el cuidado y la vela del conde. Y a la undécima noche, el conde, desesperado, le dijo:
‑¡Princesita de mi alma, no me dejes solo!
Al oír estas palabras, la princesa abrió los ojos y le miró con dulzura. Y como era joven y fuerte, su naturaleza pudo más que el dolor y se repuso y vivió siempre con su amado conde.
La condesa fue lapidada por orden del conde y arrojada al fondo de un pozo para que no volviera a hacer mal a nadie.

003. anonimo (españa)

La novia rana

Pues, señor, se cuenta que una vez, en una finca en el campo, había un matrimonio feliz; los dos esposos se querían mucho y vivían holgadamente del producto de sus tierras, pero no tenían descendencia.
Como esto les apenaba y el tiempo seguía pasando, un día la mujer se enfadó y dijo:
‑¡Con tal de tener hijos, no me importaría que fueran ranas o culebras!
Y sucedió que, a los nueve meses de haber dicho semejante disparate, la mujer dio a luz a una rana y a una culebrilla. La culebrilla, apenas nació, se fue a un gran lago que había entre las montañas, pero la rana se quedó y sus padres la criaron con muchas atenciones y cariño.
Un día estaba la rana dando saltos por la casa y le dijo su madre:
‑Qué pena que seas rana, porque no puedes ayudarme en las tareas de la cocina, que me tienen sofocada, y luego he de llevar la comida a tu padre al campo, que en todas las otras casas se la llevan las hijas.
Y dijo la rana, toda animosa:
‑¿Dice usted que yo no sirvo para llevar la comida a mi padre? Pues vaya poniéndola usted en la cesta, que ya verá si se la llevo o no.
Y se la llevó, con lo que estaba la rana de lo más contenta; estaba tan contenta que se pasó todo el camino de vuelta cantando y la verdad es que cantaba que daba gusto oírla.
Aquel día andaba por allí un cazador y en esto oyó cantar a la rana y se fue tras ella, hechizado por su cantar, y la siguió durante tanto tiempo que llegó con ella hasta su casa. La madre, que los vio venir por la ventana de la cocina, salió afuera con la pala de hornear y le dijo al cazador en tono amenazante:
‑Haga usted el favor de marcharse inmediata-mente, que de mi hija rana no se burla nadie ‑porque creyó que la seguía para hacer burla de ella. Mas el cazador volvió al día siguiente con la mejor intención y pidió ver a la rana y se hizo novio de ella.
El cazador resulta que era uno de los dos hijos del rey y los dos eran gemelos. El rey tenía que decidir cuál de los dos hijos habría de ser su sucesor, porque cuando nacieron nadie se ocupó de anotar quién nació primero de los dos y así no se podía determinar cuál era el heredero del trono.
Luego de mucho pensar, resolvió llamar un día a sus dos hijos y proponerles lo siguiente:
‑Como bien sabéis que no puedo nombrar heredero por causa natural, he decidido mandaros una prueba: tenéis que traerme tres cosas excepcionales, en lo que os han de ayudar vuestras novias, y aquel que traiga las tres mejores, ése será el heredero del trono.
Y añadió:
‑La primera cosa que habéis de traerme es un vaso que no tenga par en el mundo.
El que era novio de la rana se quedó cariacontecido pensando que la novia de su hermano, que era hija del orfebre mayor del reino, le conseguiría a su hermano el mejor vaso, porque la rana bien poco podría ayudarle en este trance. Pero de todas formas fue y le contó a la rana su problema.
Entonces la rana le dijo que no tuviera cuidado, que ella le conseguiría el vaso. Llamó al gallo del corral, se montó en él y le dijo que la llevara al lago entre las montañas. Allá se fue por los aires cabalgando el gallo, que la dejó en la orilla del lago. Entonces la rana gritó:
‑¡Culebrilla! ¡Hermana!
Al poco, la culebrilla asomó su cabeza fuera del agua y dijo:
‑¿Quién me llama?
Y le contestó la otra:
‑Tu hermanita la rana.
La culebrilla se alegró mucho de ver a su hermana y ésta le contó lo que ocurría con el príncipe y que necesitaba un vaso tan singular y bello que no tuviera par en el mundo. Entonces la culebrilla se sumergió en el lago y volvió a aparecer con un vaso hermosísimo, y le dijo:
‑Llévale éste, que es el vaso donde bebo yo.
La rana le dio las gracias, se volvió con el vaso y se lo entregó al príncipe. Este lo llevó corrien-do‑ a palacio y su hermano también entregó el suyo; y el rey se los quedó y dijo:
‑Ahora tendréis que traerme un tapiz de seda bordado en oro.
El príncipe que era novio de la rana se dijo esta vez: «La novia de mi hermano le dará un tapiz mejor que el mío, porque tiene fama de ser la mejor bordadora del reino. Pero, en fin, se lo contaré a mi novia de todos modos».
Se fue a ver a la rana y le contó lo que quería el rey esta vez y la rana le dijo de nuevo que no se preocupara, que le entregaría el tapiz que quería. Llamó al gallo del corral, se subió en él y le dijo que la llevara al lago entre las montañas.
Allá se fue otra vez por los aires cabalgando el gallo, que la volvió a dejar en la orilla.
‑¡Culebrilla! ¡Hermana!
‑¿Quién me llama?
‑Soy yo, tu hermanita la rana.
‑¿Qué quieres ahora?
‑Un tapiz de seda bordado en oro, pero ha de ser tan hermoso que no exista par en el mundo.
La culebrilla se sumergió en el lago y reapareció con un tapiz hermosísimo, y le dijo:
‑Llévale éste, que es la colcha con la que duermo yo.
La rana se lo dio al príncipe y éste, muy contento y admirado, se apresuró a llevárselo a su padre.
Y dijo el padre:
‑Ésta es la tercera y última cosa: puesto que tan bien os han ayudado, traed a palacio a vuestras novias para ver cuál es la más bella.
El pobre príncipe se quedó desolado, pues sabía que la hija del orfebre era una muchacha muy bella y su novia, en cambio, era una rana, así que pensó que no se lo diría; pero también pensó: «Bueno, no me cuesta nada ir a verla y contarle lo que pasa». De manera que fue y le dijo:
‑¡Ay, mi pobre novia, que esta vez el rey pide que te lleve a palacio para ver cuál de las dos novias es la más bella!
Y le dijo la rana:
‑Entonces, a mí me abandonarás y ya no me querrás.
Y el príncipe contestó:
‑No es verdad, que yo te quiero.
Y ella preguntó: .
‑¿Me quieres para casarte conmigo?
Y contestó él:
‑Sí, para casarme contigo.
‑Pues vete a la orilla del lago entre las montañas y espérame allí.
Apenas se hubo ido el príncipe, la rana montó en el gallo y se fue volando hasta la orilla del lago, antes de que el príncipe llegara. Y fue y llamó a su hermana:
‑¡Culebrilla! ¡Hermana!
‑¿Quién me llama?
‑Tu hermanita, la rana.
‑¿Qué quieres ahora?
‑Un coche con cuatro caballos, el más elegante y lujoso que haya, que tengo que ir a palacio con mi novio el príncipe y quiero, además, que nos acompañes.
De inmediato surgió del agua un coche tirado por cuatro caballos blancos con guarnición de plata y el coche era blanco de marfil. Y en esto llegó el príncipe, que se quedó admirado de aquel portento; y la rana y la culebrilla subieron al coche y el príncipe las precedía camino de palacio.
Cuando llegaron al palacio, todo el mundo estaba allí esperando y, al entrar en la avenida que conducía al palacio, la rana dejó caer su pañuelo fuera. El príncipe saltó de su caballo y se bajó a recogerlo, y cuando se acercó a la rana para devolvérselo vio con asombro que dentro del coche había una muchacha bellísima.
Y la muchacha le dijo:
‑No te asombres, que yo, al nacer, me convertí en rana por una maldición que cayó sobre mi madre y no podía salir de ese estado hasta que encontrara a un hombre que quisiera casarse conmigo. Ahora lo he encontrado y vuelvo a mi verdadero ser y mi nombre es María.
Toda la corte se quedó admirada al ver llegar un coche tan lujoso y aún se admiró más al contemplar la belleza de la novia. Y el rey ofreció un banquete a todos los presentes, antes de que deliberaran sobre cuál de los dos hermanos había cumplido mejor con la prueba impuesta.
Entonces el otro hermano le dijo a su novia, la hija del orfebre mayor:
‑Tú haz todo lo que haga la novia de mi hermano ‑pues así se aseguraba de que ninguna sobresalía sobre la otra en este trance.
Comenzó el banquete y, de cada plato que servían, María echaba una cucharada en un cuenco que tenía sobre su regazo; la hija del platero, que lo vio, hizo lo mismo. Al término del banquete, María tomó la comida que había apartado en el cuenco y la echó a puñados sobre el rey y los invitados, sólo que los puñados de comida se convirtieron en flores de todos los colores, que caían sobre ellos.
Al ver esto, la hija del orfebre se levantó e hizo lo mismo, pero la comida no se convirtió en flores y puso a todos los invitados pringando.
Por fin, el rey pidió a la corte que diera su parecer sobre las tres cosas que había traído cada hermano y todos decidieron que las más singulares y preciosas eran las que habían traído el novio de María. Y el rey le nombró su heredero y al cabo de una semana el príncipe y María se casaron ante la satisfacción de todos. Y al día siguiente se casó el otro hermano con la hija del orfebre mayor y todos vivieron felices y el rey con ellos.
Y la culebrilla, en vista de que todo había salido tan bien, le dejó a su hermana como regalo de boda el vaso y el tapiz y se dio media vuelta y se volvió al lago con el coche. Y dicen que allí vive todavía, esperando que, como le ocurrió a su hermana, un hombre quiera casarse con ella.
Y ya no cuento más, pues aún tengo de ir al lago para ver si es verdad.

003. anonimo (españa)

La novia del ladrón

Había un hombre rico que tenía tres hijas muy queridas. El hombre rico y su mujer tuvieron que ausentarse durante algún tiempo para atender cuestiones relativas a unos terrenos que poseían en un valle cercano y decidieron dejar la casa al cuidado de las tres hijas por ver cómo se comportaban estando ellos lejos. Y para que no quedasen tristes, les dijo el padre antes de partir:
-Hijas mías, cuando vuelva traeré tres vestidos: uno de sol, otro de luna y otro de terciopelo.
Se fueron los dos y al poco tiempo llegó a la casa una mujer con la barriga grande, a punto de dar a luz, y solicitó permiso para quedarse en la casa hasta que naciera el niño. Y las tres hijas no lo sabían, pero la mujer no era tal sino un hombre disfrazado. La niña pequeña no quería que la mujer aquella entrase en casa, porque sus padres le habían encargado que no dejara alojarse en la casa a nadie en su ausencia, pero las otras dos mayores se rieron de los temores de la pequeña y permitieron que la mujer se quedase por esa noche al menos.
La mujer se acomodó junto a la chimenea donde lucía un buen fuego y como no quería que las muchachas se le acercasen demasiado y vieran que era un hombre, arrojaba de cuando en cuando unos granos de sal a la chimenea, que chisporroteaba como si en ella cayeran piojos al sacudirse la mujer.
Total, que cayó la noche y se fueron a dormir. La mayor y la mediana quedaron dormidas en seguida, pero la pequeña no dormía porque vigilaba la casa, como le encomendaran sus padres. A la medianoche, el hombre disfrazado de mujer cogió una vela, la encendió y se fue acercando a las niñas para echarles una gota de cera en los ojos. Se las echó a las tres, pero la más pequeña se limpió los ojos en seguida sin dejar que las gotas cuajaran. Las otras dos, en cambio, como dormían, se quedaron con la cera cuajada en los ojos.
Al cabo del rato, el hombre disfrazado de mujer pensó que ya todos dormían y se acercó a una ventana, la abrió y se dispuso a tocar un reclamo, que era la señal para que sus compañeros, pues todos ellos eran ladrones, vinieran a la casa a robar. Pero la pequeña estaba despierta porque se había quitado la cera de los ojos, y vino por detrás del hombre y, agarrándolo por las piernas, lo tiró afuera por la ventana y el reclamo se quedó adentro.
Entonces el hombre le decía desde abajo:
-¡Dame el reclamo!
Y le decía la niña:
-Mete la mano por la gatera y te lo daré.
Él no se fiaba e insistía:
-¡Que dame el reclamo!
Y ella:
-Mete la mano por la gatera.
El hombre, como necesitaba el reclamo para hacerlo sonar porque era la señal convenida con sus compañeros, volvió a insistir:
-¡Dame el reclamo y me iré de aquí!
Y ella:
-Pues mete la mano por la gatera.
Total, que el hombre no tuvo más remedio que meter la mano por la gatera y, así que lo hizo, la niña tomó un hacha y se la cortó. Y se quedó con la mano y el reclamo y él escapó aullando de dolor y sin poder robar en la casa.
A la mañana siguiente llegaron los padres con los vestidos que les habían prometido y para ver cómo los repartían preguntaron:
-¿Quién ha atendido mejor la casa?
Y la pequeña les dijo:
-Yo he sido, que miren cómo están mis hermanas.
Y fueron a ver a las hermanas y vieron que estaban con los ojos tapados por la cera, durmiendo. Entonces la pequeña les contó el suceso del hombre disfrazado de mujer y los padres le dijeron:
-Pues nada, el vestido más bonito, que es el de soles, será para ti y los otros para las otras dos niñas.
Pasó el tiempo y las niñas se hicieron mozas, las tres muy guapas pero la pequeña la más guapa de todas.
Y en esto que llegó por el lugar aquel señor al que la pequeña le cortara la mano, que seguía siendo ladrón, pero los padres no lo conocían y como iba muy bien vestido y tenía muy buen porte, les pareció bien y entonces él les pidió la mano de su hija pequeña.
Pero la pequeña sí que lo reconoció, por la mano cortada, pero no dijo nada. Y un día el padre fue a hablar con ella y le dijo:
-Hija mía, este hombre, que es guapo y buen mozo, me ha pedido tu mano y yo quiero que te cases con él.
Y la muchacha le contestó:
-Padre, yo no me caso con él.
Y el padre, ignorante de las razones de la muchacha, le insistió en que debía casarse con él, pero ella contestaba cada vez:
-Padre, que no, que yo no me caso con ese hombre.
Así una y otra vez, un día y otro día. Y el padre insistió tanto y de tal manera que a la muchacha no le quedó otro remedio que acceder a casarse con aquel pretendiente. Y le dijo:
-Pues me casaré si usted lo quiere, pero tiene que regalarme tres palomitas.
-Pues tuyas son -dijo el padre, extrañado de que no le pidiera otra cosa.
Así que se hicieron las bodas en el lugar con gran pompa y regocijo de la gente y, apenas terminaron, él mostró prisa por ponerse en camino en seguida y ella no tuvo más remedio que seguirle. Tomó las tres palomas, dejó una en casa de sus padres, y se llevó las otras dos consigo.
Y se fueron los dos y en cuanto perdieron de vista el lugar, el hombre le enseñó la mano cortada y le dijo:
-Mira lo que me hiciste una vez. Pues esto y mucho más he de hacértelo yo a ti en venganza.
La muchacha que oyó esto, mandó una de sus dos palomas a reunirse con la otra en casa de sus padres; y la paloma llevaba un mensaje en el que contaba que avisaran a sus padres para que vinieran a ayudarla por lo que estaba a punto de sucederle. Y siguieron cabalgando por mucho tiempo hasta que por fin vieron un castillo, que era donde vivía este hombre.
Y en el castillo ella vio a otros muchos hombres de mal aspecto que cuidaban de unos grandes perolos de aceite hirviendo, y eran los ladrones que esperaban aquella noche al hombre disfrazado de mujer preñada.
Y cuando vio los perolos de aceite hirviendo se sintió morir pensando que eran para quemarla a ella.
El marido, entonces, la llevó a su habitación y le mandó que se quitase la ropa.
Y le dijo ella:
-Primero déjame quitarme mis ricos zapatos nuevos, que me los dio mi padre para casarme contigo.
Y mientras se descalzaba, preguntaba a la tercera paloma, que estaba en la ventana:

-Palomita mía,
¿ves venir gentes
en caballerías?

Y contestaba la paloma:
-No veo a nadie.
Entonces el marido le ordenó que se siguiera desvistiendo, y ella le dijo:
-Déjame quitarme mis ricas medias nuevas, que me las dio mi padre para casarme contigo.
Y mientras se quitaba las medias, le decía a la paloma:

-Palomita mía,
¿ves venir gentes
en caballerías?

Y la paloma:
-No veo a nadie.
El marido, impaciente, le ordenaba que se siguiera desvistiendo sin tardanza, y ella le replicaba:
-Déjame quitarme mi rica chaqueta nueva, que me la dio mi padre para casarme contigo.
Y de nuevo a la paloma:

-Palomita mía,
¿ves venir gentes
en caballerías?

Y la paloma:
-No veo a nadie.
Conque a ella se le encogía el corazón porque nadie venía en su auxilio y el marido la apuraba porque veía que se le iba el tiempo. Y ella le siguió diciendo:
-Ay, déjame quitarme mi rico vestido nuevo, que me lo dio mi padre para casarme contigo.
Y mientras se quitaba el vestido volvió a decir a la paloma, ya con un hilo de voz:

-Palomita mía,
¿ves venir gentes
en caballerías?

Y la paloma:
-No veo a nadie.
Así que se vio perdida, porque ya no le quedaba más que quitarse que las bragas. Y el marido la apremiaba para que se las quitase y quedara toda desnuda y la muchacha le decía aún:
-Déjame quitarme mis ricas bragas nuevas, que me las dio mi padre para casarme contigo.
Y a la paloma:

-Palomita mía,
¿ves venir gentes
en caballerías?

Y dijo la paloma entonces:

-¡Ahí vienen, ahí vienen
gentes en caballerías!

Y la muchacha que lo oyó, empezó a recoger precipitadamente sus ropas y en esto llegó su padre acompañado por los invitados a la boda, todos armados, y cuando la vieron descalza y desnuda, y a aquella gente, que eran ladrones, agarraron a todos y al marido también y los arrojaron a los perolos donde pensaban freír a la muchacha en venganza, y todos murieron en ellos y la muchacha se volvió a casa con sus padres y un año después se casó con el mozo más rico y más apuesto de toda la comarca.

003. anonimo (españa)

La niña de los tres maridos

Un padre tenía una hija muy hermosa, pero terca y decidida. Esto a él no le parecía mal, mas un día se presentaron tres jóvenes, a cual más apuesto, y los tres le pidieron la mano de su hija; el padre, después de que hubo hablado con ellos, dijo que los tres tenían su beneplácito y que, en consecuencia, fuera su hija la que decidiese con cuál de ellos se quería casar.
Conque le preguntó a la niña y ella le contestó que con los tres.
-Hija mía -dijo el buen hombre, comprende que eso es imposible. Ninguna mujer puede tener tres maridos.
-Pues yo elijo a los tres -contestó la niña tan tranquila.
El padre volvió a insistir:
-Hija mía, ponte en razón y no me des más quebraderos de cabeza. ¿A cuál de ellos quieres que le conceda tu mano?
-Ya te he dicho que a los tres -contestó la niña.
Y no hubo manera de sacarla de ahí.
El padre se quedó dando vueltas en la cabeza al problema, que era un verdadero problema y, a fuerza de pensar, no halló mejor solución que encargar a los tres jóvenes que se fueran por el mundo a buscar una cosa que fuera única en su especie; y aquel que trajese la mejor y la más rara, se casaría con su hija.
Los tres jóvenes se echaron al mundo a buscar y decidieron reunirse un año después a ver qué había encontrado cada uno. Pero por más vueltas que dieron, ninguno acabó de encontrar algo que satisficiera la exigencia del padre, de modo que al cumplirse el año se pusieron en camino hacia el lugar en el que se habían dado cita con las manos vacías.
El primero que llegó se sentó a esperar a los otros dos; y mientras esperaba, se le acercó un viejecillo que le dijo que si quería comprar un espejito.
Era un espejo vulgar y corriente y el joven le contestó que no, que para qué quería él aquel espejo.
Entonces el viejecillo le dijo que el espejo era pequeño y modesto, sí, pero que tenía una virtud, y era que en él se veía a la persona que su dueño deseara ver. El joven hizo una prueba y, al ver que era cierto lo que el viejecillo decía, se lo compró sin rechistar por la cantidad que éste le pidió.
El que llegaba en segundo lugar venía acercándose al lugar de la cita cuando le salió al paso el mismo viejecillo y le preguntó si no querría comprarle una botellita de bálsamo.
-¿Para qué quiero yo un bálsamo -dijo el joven- si en todo el mundo no he encontrado lo que estaba buscando?
Y le dijo el viejecillo:
-Ah, pero es que este bálsamo tiene una virtud, que es la de resucitar a los muertos.
En aquel momento pasaba por allí un entierro y el joven, sin pensárselo dos veces, se fue a la caja que llevaban, echó una gota del bálsamo en la boca del difunto y éste, apenas la tuvo en sus labios, se levantó tan campante, se echó al hombro el ataúd y convidó a todos los que seguían el duelo a una merienda en su casa. Visto lo cual, el joven le compró al viejecillo el bálsamo por la cantidad que éste le pidió.
El tercer pretendiente, entretanto, paseaba meditabundo a la orilla del mar, convencido de que los otros habrían encontrado algo donde él no encontrara nada. Y en esto vio llegar sobre las olas una barca que se llegó hasta la orilla y de la que descendieron numerosas personas. Y la última de esas personas era un viejecillo que se acercó a él y le dijo que si quería comprar aquella barca.
-¿Y para qué quiero yo esa barca -dijo el joven- si está tan vieja que ya sólo ha de valer para hacer leña?
-Pues te equivocas -dijo el viejecillo, porque esta barca posee una rara virtud y es la de llevar en muy poco tiempo a su dueño y a quienes le acompañen a cualquier lugar del mundo al que deseen ir. Y si no, pregunte a estos pasajeros que han venido conmigo, que hace tan sólo media hora estaban en Roma.
El joven habló con los pasajeros y descubrió que esto era cierto, así que le compró la barca al viejecillo por la cantidad que éste le pidió.
Conque al fin se reunieron los tres en el lugar de la cita, muy satisfechos, y el primero contó que traía un espejo en el que su dueño podía ver a la persona que desease ver; y para probarlo pidió ver a la muchacha de la cual estaban los tres enamorados, pero cuál no sería su sorpresa cuando vieron a la niña muerta y metida en un ataúd.
Entonces dijo el segundo:
-Yo traigo aquí un bálsamo que es capaz de resucitar a los muertos, pero de aquí a que lleguemos ya estará, además de muerta, comida por los gusanos.
Y dijo el tercero:
-Pues yo traigo una barca que en un santiamén nos pondrá en la casa de nuestra amada.
Corrieron los tres a embarcarse y, efectiva-mente, al poco tiempo echaron pie a tierra muy cerca del pueblo de la niña y fueron en su busca.
Allí estaba ya todo dispuesto para el entierro y el padre, desconsolado, aún no se decidía a cerrar el ataúd y dar la orden de enterrarla.
Entonces llegaron los tres jóvenes y fueron a donde yacía la niña; y se acercó el que tenía el bálsamo y vertió unas gotas en su boca. Y apenas las tuvo sobre sus labios, la niña se levantó feliz y radiante.
Todo el mundo celebró con alborozo la acción del pretendiente y en seguida decidió el padre que éste era el que debería casarse con su hija, pero entonces los otros dos protestaron, y dijo el primero:
-Si no hubiese sido por mi espejo, no hubiéramos sabido del suceso y la niña estaría muerta y enterrada.
Y dijo el de la barca:
-Si no llega a ser por mi barca, ni el espejo ni el bálsamo la hubieran vuelto a la vida.
Conque el padre, con gran disgusto, se quedó de nuevo meditando cuál habría de ser la solución. Y la niña, dirigiéndose a él, le dijo entonces:
-¿Lo ve usted, padre, como me hacían falta los tres?
Y colorín, colorete, con este cuento y el siguiente ya irán siete.

003. anonimo (españa)

La muñeca de dulce

Érase una vez un rey que sólo tenía una hija. Los reyes y la princesa solían pasear por los alrededores del palacio casi todas las tardes y en uno de sus paseos se encontraron con una gitana que se ofreció a leerle la buenaventura a la princesa. Los tres aceptaron, divertidos por la ocurrencia, pero la gitana, después de mirar la mano de la princesa, les advirtió que se cuidaran mucho del día en que cumpliera los dieciocho años porque ese día sería asesinada.
Los reyes, a medida que la princesa cumplía años, se iban inquietando al recordar la profecía de la gitana y tan grande llegó a ser su preocupación que resolvieron enviar a la princesa a un castillo que tenían y que estaba en lo más oculto del bosque y la pusieron al cuidado de un ama que tenía una hija de la misma edad que la princesa.
Allí vivieron las tres tan contentas y sin preocupaciones y fue pasando el tiempo hasta que se acercó la fecha en que la princesa debía cumplir los dieciocho años. Un día estaba la princesa asomada a una ventana del castillo cuando vio que de una cueva no lejana que desde allí se divisaba salían cuatro hombres y decidió averiguar qué hacían allí. Conque, ni corta ni perezosa, porque era una muchacha traviesa y desenvuelta y un poco cabeza loca, buscó una cuerda, se descolgó de la ventana al suelo y se encaminó a la cueva.
Una vez que entró en ella, vio que sólo había un muchacho que estaba cocinando; la cueva era una cueva de ladrones y el muchacho que estaba cocinando era el hijo del capitán; entonces esperó a que el muchacho saliera y tiró toda la comida que había preparado al suelo, por travesura, puso patas arriba todo lo que había en la cueva y se volvió al castillo.
Al día siguiente, uno de los ladrones, visto lo que había sucedido, se quedó en la cueva al acecho.
A todo esto, la princesa le contó a la hija del ama lo sucedido y determinaron acudir a la cueva las dos juntas, pero le encargó que no dijera nada a su madre de cuanto le había contado.
Conque llegaron la princesa y la hija del ama a la cueva y el ladrón las estaba esperando; las recibió muy cordialmente y se ofreció a enseñar-les toda la cueva. La princesa sospechó en seguida que el ladrón llevaba malas intenciones y le dijo:
-Con gusto, pero antes vamos a poner la mesa y a probar ese guiso que tenéis ahí.
El ladrón se entretuvo en poner la mesa el tiempo suficiente para que ellas escaparan y volvieran corriendo al castillo. Y así el ladrón quedó burlado.
En vista de lo cual, al otro día decidió quedarse en la cueva el capitán de los ladrones. Llegó la princesa sola y el capitán la atendió con gran finura y le propuso enseñarle toda la cueva hasta lo más escondido, donde guardaban sus tesoros, pero ella, que sospechó sus intenciones, le dijo:
-Luego lo veremos, pues ahora lo que quiero es mostrarte yo mi castillo.
El capitán se dijo que ésa sería una buena ocasión de conocer el castillo para poder volver más adelante a robar en él y decidió acompañar-la. Como la princesa entraba y salía a escondidas de los guardianes y de los criados, cuando llegó al pie del castillo empezó a trepar por la cuerda y le dijo al capitán que la siguiera; éste empezó a subir detrás, mas en el momento en que la princesa alcanzó su ventana, cortó la cuerda y el capitán cayó quedando muy malherido y se volvió a rastras a la cueva jurando vengarse.
Entonces la princesa se disfrazó de médico y fue a la cueva para ofrecer sus servicios. Y como el capitán estaba tan magullado, le hicieron pasar en seguida.
Pidió que lo dejaran a solas con él y le dio tales friegas con ortigas que a poco lo deja en carne viva. Y al marcharse le dijo:
-¡Yo soy Rosa Verde, para que te acuerdes!
Dejó correr la princesa unos días y se disfrazó de barbero y fue a la puerta de la cueva a ofrecer sus servicios.
Y como el capitán llevaba varios días sin moverse de la cama tenía ya la barba muy crecida, así que le hicieron pasar. Y la princesa le enjabonó, abrió una navaja de afeitar mellada y le produjo tal cantidad de cortaduras que le dejó la cara hecha un cristo.
Y al marcharse le dijo:
-¡Yo soy Rosa Verde, para que te acuerdes!
Al cabo de una semana, llegó el día en que la princesa cumplía dieciocho años y sus padres la fueron a recoger para tenerla custodiada en palacio y rodearon el palacio de guardias. Y en esto, llegó a la puerta del palacio el capitán de los ladrones disfrazado de caballero y anunció que deseaba casarse con la princesa.
Los padres la llamaron y ella, que reconoció al capitán, dijo que sí, que ella también quería casarse con él. Y allí mismo los casó el capellán.
La princesa, que sabía que el capitán había vuelto para vengarse y recelaba de él, mandó al confitero de palacio hacer una muñeca de dulce que fuera una réplica exacta de ella; y cuando llegó la hora de acostarse, acostó a la muñeca en la cama, le ató una cuerda a la cabeza para que dijera sí o no según ella deseara y se metió debajo de la cama a esperar.
Y le gritó al capitán:
-¡Ya puedes pasar!
Entró el capitán cerrando la puerta detrás de sí con cerrojo, se acercó a la cama y dijo:
-¿Te acuerdas, Rosa Verde, de que nos esparciste la comida por la cueva?
Y la muñeca asintió con la cabeza.
-¿Te acuerdas, Rosa Verde, de que me tiraste del castillo abajo?
Y la muñeca volvió a asentir.
-¿Te acuerdas, Rosa Verde, de las friegas de ortigas que me diste?
Y otra vez asintió la muñeca.
-¿Te acuerdas, Rosa Verde, del barbero que me arruinó la cara?
Y por cuarta vez asintió.
-Pues ahora vas a morir -y la muñeca negó con la cabeza.
Entonces el capitán sacó su puñal del cinto y se lo clavó en el corazón. Y saltó un chorro de almíbar a la cara del capitán y éste creyó que era la sangre y al sentir que era tan dulce, dijo:
-¡Ay, mi Rosa Verde! ¡Que yo no sabía que fueras tan dulce y ahora es cuando me pesa haberte matado!
¡Perdóname, Rosa Verde! -y lo decía lleno de sincero dolor.
Entonces la princesa salió de debajo de la cama, se abrazó a él y le dijo:
-Eres mi marido y te perdono si tú olvidas lo que yo te hice.
Y como él estuvo de acuerdo, volvieron a abrazarse para hacer las paces y vivieron felices durante muchos, muchos años.

003. anonimo (españa)

La misa de las ánimas

Pues eran un padre y una madre y ambos eran muy pobres y tenían tres hijos pequeños. Pero es que, además de ser tan pobres, el padre tuvo un día que dejar de trabajar porque se puso enfermo y sólo quedaba la madre para buscar el sustento de todos y entonces la madre, no sabiendo qué hacer, tuvo que salir a pedir limosna. Así que salió y anduvo todo un día de acá para allá pidiendo limosna y cuando ya caía la tarde había conseguido recoger una peseta.
Entonces fue a comprar comida, porque quería preparar un cocido para que comieran los niños y ella y su marido, pero resultó que aún le faltaban veinte céntimos, y como no podía conseguir lo que faltaba, pensó:
-¿Para qué? quiero esta peseta si no puedo llevar comida para todos? Pues lo que voy a hacer es pagar una misa con esta peseta que he sacado.
Y una vez que lo pensó se dijo:
-¿Y para quién diré la misa?
Así que le estuvo dando vueltas al asunto y al cabo del rato dijo:
-Le voy a encargar al cura que diga una misa por el alma más necesitada.
Conque se fue a ver al cura, le entregó la peseta y le dijo:
-Padre, hágame usted el favor de decirme una misa por el alma más necesitada.
Se fue entonces para su casa y no dejaba de pensar en su marido y en sus hijos que la esperaban; y en el camino se cruzó con un señor muy puesto que le preguntó:
-¿Dónde va usted, señora?
Y ella le contestó:
-Voy para mi casa. Mi marido está muy enfermo y somos muy pobres y tenemos tres hijos. Llevo todo el día pidiendo, pero no me dieron lo bastante para comer todos y como no me llegaba me fui a ver al señor cura para encargarle una misa por el alma más necesitada.
Entonces aquel señor sacó un papel y escribió en él un nombre y le dijo a la mujer:
-Vaya usted a donde dicen estas señas y dígale a la señora que le dé a usted colocación en la casa.
La mujer no se lo pensó dos veces y se encaminó a donde le había dicho aquel señor a solicitar la colocación.
Llegó a la casa que le habían dicho y llamó a la puerta hasta que salió una criada que le preguntó:
-¿Qué quiere usted?
Y ella contestó:
-Pues que quiero hablar con la señora.
Conque la criada se fue adentro a buscar a la señora y le contó que en la puerta había una pobre que pedía hablar con ella. Y la señora bajó a la puerta y le dijo la mujer:
-He visto en la calle a un señor que me habló y me dijo que usted me daría una colocación en la casa.
Y le dijo la señora:
-¿Y quién era ese señor?
Entonces la pobre, que estaba en la puerta, miró dentro de la casa y vio que en la sala había un retrato del que la había enviado allí y dijo:
-Ese señor que está en el retrato es el que me ha enviado aquí.
Y la señora dijo:
-Ése es el retrato de mi hijo, que murió hace ya cuatro años.
-Pues ése es el que me ha enviado aquí -contestó la mujer sin dudarlo.
Entonces la señora le preguntó:
-¿Y cómo es que se lo encontró usted?
Y ya le dijo la mujer pobre:
-Pues mire usted, que mi marido y yo somos muy pobres y tenemos tres hijos que mantener. Y como ahora mi marido está muy enfermo y no tenemos qué comer, yo salí esta mañana a pedir limosna y sólo junté una peseta y con eso no tenía bastante para comprar un cocido para todos y se la di al cura para que dijera una misa por el alma más necesitada. Luego volvía de la iglesia y me encontré a su hijo. A él le conté lo mismo que le he contado a usted y me escribió este papel y me dijo que viniera aquí.
Entonces la señora le dijo a la mujer que entrara y le dio colocación. Además le dio pan para que se lo llevara a sus hijos y le encargó que volviera al día siguiente y los demás días para servir en la casa. Y a los cinco días la señora tuvo una revelación y se le apareció su hijo y le dijo:
-Madre, no me llores más y no vuelvas a rezar por mí, que ya estoy glorioso y en presencia de Dios.
Y era que con aquella misa había acabado de pagar sus culpas en el Purgatorio y había subido al Cielo.

003. anonimo (españa)