Una vez, la mujer de Nasreddin, bromista como
pocos, lavó la ropa de su marido y la puso a secar en un árbol del jardín.
Hodja Nasreddin no sabía nada. Volvió a casa hacia medianoche y, al entrar en
el patio, al claro de luna, vio que en el árbol había alguien.
-Mujer, hay ladrones -gritó, tráeme enseguida
el arco y las flechas.
La mujer, medio dormida, le dio el arco y las
flechas sin decir una palabra. Nasreddin disparó unas cuantas flechas contra su
ropa y grito:
-¡Así se te irán las ganas de robar en mi
casa! Y se fue a la cama muy contento.
A la mañana siguiente, se levantó muy temprano
y fue al jardín a ver al ladrón. Pero en el árbol no había más que su ropa,
llena de agujeros.
Nasreddin casi se murió del susto y dijo:
-Vaya, era mi ropa. ¡Qué suerte! ¡Qué suerte!
-¿Cómo qué suerte? -le gritó su mujer,
furiosísima.
-Qué suerte que yo no estaba allí dentro: me
habría llenado de agujeros la barriga.
Así, en aquella ocasión, Hodja Nasreddin se
salvó la vida.
133. anonimo (turquia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario