Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 3 de agosto de 2012

La zorra y los dos ositos

En el corazón de un bosque oscuro y muy grande, más allá de las límpidas montañas y los prados de terciopelo, vivía una osa en compañía de sus dos ositos. Ninguno había visto jamás aquel bosque, ninguno se había atrevido jamás a entrar en él. Ya cre­cidos, los dos ositos decidieron dejar aquellos lugares solitarios y correr mundo. Se despidieron de Mamá Osa y se marcharon. Caminaron todo un día, caminaron otro día y, al tercer día, de­sembocaron en un prado, donde se sentaron y comieron hasta la última migaja que Mamá Osa les había dado para el viaje.
-Me he quedado con hambre, hermanito -refunfuñó el oso mas pequeño.
-¡Y yo también! -respondió el más grande.
Retomaron el camino y la fortuna quiso que, anda que te anda, encontrasen un pequeño queso. Decidieron partirlo por la mitad, pero ninguno sabía cómo hacerlo. Comenzaron a discutir y una zorra, que pasaba por allí por casualidad, los sorprendió en plena discusión.
-¿Por qué discutís tanto? -preguntó la zorra.
-Hemos descubierto este queso y no sabemos cómo dividir­lo en dos partes iguales -respondieron los ositos.
-¡Oh! ¡No es nada difícil! -repuso la zorra sonriendo maliciosamente. ¡De eso me ocupo yo!
Cogió el queso y lo dividió en dos pedazos.
-Te has equivocado -protestaron los dos ositos. Una mi­tad es más grande que la otra.
La zorra observó con atención las dos partes y comentó:
Y así diciendo, dio un pequeño mordisco a la mitad más grande.
-Ahora la otra es más gruesa -gritaron los dos ositos.
Y la zorra dio así un mordisquito a la otra mitad. Pero de nuevo la primera mitad era más grande g así continuó la historia hasta que la zorra, mordisco tras mordisco, se comió todo el queso.
-¡Bonita manera de ayudarnos a dividir el queso en dos par­tes iguales! -protestaron los ositos. ¡Te has comido todo nuestro queso!
-Pero no cabe duda de que lo he dividido en partes iguales entre vosotros -repuso riéndose la zorra. Ninguno de los dos ha tenido un trocito de más ni un trocito de menos que el otro.
Y así diciendo se marchó a la carrera.

Fuente: Gianni Rodari

123. anonimo (hungria)

La vieja que engañó a la muerte

Puede ser verdad, puede que no lo sea, pero había una vez una vieja muy vieja. Era realmente muy pero que muy vieja, más vieja que el jardinero que plantó el primer árbol del mundo. Sin embargo, estaba llena de vida y la idea de morir le quedaba muy lejos. Se pasaba el día atareada en su casa lavando, limpiando, guisando, cosiendo, planchando y quitando el polvo, como si fuese una joven ama de casa.
Pero, un día, la Muerte se acordó de la vieja y fue a llamar a su puerta. La anciana estaba haciendo la colada y dijo que justo en ese momento no podía irse. Aún debía aclarar, estrujar, hacer secar y planchar su ropa. Aun metiéndole prisa, pensaba que estaría lista, en el mejor de los casos, a la mañana siguiente; por tanto, la Muerte haría mejor en volver un día después.
-Espérame, entonces, mañana a la misma hora -dijo la Muerte y escribió con tiza en la puerta: «Mañana».
Al día siguiente, la Muerte volvió para llevarse a la vieja.
-Pero, señora Muerte, sin duda usted se ha equivocado. Mire la puerta y verá cuál es el día fijado para venir a buscarme -observó la vieja.
La Muerte miró la muerta y leyó: «Mañana».
-Está claro, pues -añadió la vieja. Tiene que venir maña­na, no hoy.
La Muerte se fue y volvió al día siguiente. La vieja la recibió con una sonrisa y le dijo:
-Pero, señora Muerte, usted se ha equivocado otra vez.
¿No recuerda que usted misma escribió en la puerta que vendría mañana y no hoy?
Y así la historia continuó durante todo un mes. Pero la Muerte acabó por cansarse. El último día del mes dijo:
-¡Me estás engañando, vieja! Mañana vendré a buscarte por última vez. ¡Recuérdalo bien! -dijo, y borró de la puerta lo que ella misma había escrito y se fue.
La vieja, en ese momento, dejó de sonreír. Pensó mucho porque quería encontrar otra manera de engañar a la Muerte. No pegó ojo durante toda la noche, pero no llegó a inventar nada.
«Me esconderé en el barrilito de la miel -se decía la vieja. ¡Seguramente la Muerte no me encontrará allí dentro! » Y se escondió en el barrilito de la miel dejando fuera sólo la nariz. Pero de repente pensó: «¡Por el amor de Dios, la Muerte es astuta! ¡Me encontrará en el barrilito de la miel y me llevará consigo!».
Salió del barrilito y fue a esconderse en una cesta llena de plumas de ganso. Pero de repente pensó: «¡Por el amor de Dios, la Muerte es astuta! Me encontrará también en la cesta». En el momento en que salía de la cesta, la Muerte entró en la habitación.
Miró a su alrededor y no llegó a ver a la vieja por ninguna parte. En su lugar vio una figura terrible, espantosa, toda cubierta de plumas blancas y con un líquido espeso que se escurría por su cuerpo. No podía ser un pájaro, tampoco una persona: era, sin duda, algo terrible de ver. La Muerte se asustó tanto que puso pies en polvorosa, huyó y nunca más volvió a buscar a la vieja.

Fuente: Gianni Rodari

123. anonimo (hungria)

La sabia catalina y el rey cascarrabias

Había una vez una viuda pobre que tenía una sola hija, a quien llamaban la sabia Catalina. La viuda enfermó gravemente y le dijo a su hija:
-Querida Catalina, estoy a punto de dejar esta tierra y debo decirte que nunca me he sentido realmente colmada ni una sola vez en la vida. Ve al palacio del rey e intenta conseguir una oca. Me apetece tanto comer oca asada... Tal vez, por qué no, llegue a curarme.
La sabia Catalina fue al palacio del rey y le pidió una oca. El rey se irritó mucho y ordenó que la hiciesen salir del palacio.
-No importa, no importa, el que ríe último ríe mejor -se dijo la sabia Catalina, y se dirigió a la cocina de la residencia real.
En un pasillo se encontró con un pinche de cocina que justa­mente llevaba una bandeja con una oca asada. Catalina le dijo:
-Anda, corre, el rey ha dicho que quiere verte ahora mismo. Déjame la bandeja que yo la cuidaré.
El pinche fue a ver al rey, pero éste le dijo que debía de ha­ber un error, ya que él no lo había mandado llamar. Pero el pin­che repitió que esa orden se la había transmitido una joven, la que ahora se cuidaba de la bandeja con la oca. El rey fue con el pinche a ver quién era esa muchacha, pero Catalina qa no esta­ba allí. Antes de escapar, había escrito en la pared:

He estado aquí y no estoy loca:
me he escapado con la oca,
que a mi madre le sabrá divina.
Firmado: la sabia Catalina.

El rey se irritó aún más, pero no pudo hacer nada.
La madre de Catalina comió la oca asada con auténtico pla­cer y, cuando terminó, dijo:
-Créeme, Catalina querida, pa me siento mucho mejor. Aho­ra me comería de buena gana una de las estupendas manzanas que crecen en el jardín del rey.
Catalina fue al jardín del rey y le dijo al jardinero que el so­berano quería verlo enseguida, que se diese prisa. Mientras tanto, ella vigilaría el jardín. El jardinero fue a ver al rey, quien afirmó que debía de haber algún error, porque él no había mandado llamar a nadie. Pero el jardinero insistía en que la or­den se la había transmitido una muchacha, la que ahora mismo estaba cuidando el jardín en su lugar. El rey decidió ir a ver a esa joven y, naturalmente, ya no encontró a nadie. Faltaba, sin duda, la manzana mejor de todo el jardín y, en la corteza del árbol, podía leerse:

He estado aquí, no ha sido en vano:
he cogido una fruta del manzano,
que a mi madre le sabrá divina.
Firmado: la sabia Catalina.

A la viuda le gustó mucho la manzana. Estaba para chupar­se los dedos. Entonces dijo:
-Querida Catalina, te juro que casi estoy curada. Me ven­dría muy bien ahora un poco de la miel que el rey tiene en su despensa.
Catalina fue a la despensa del rey y le dijo al despensero:
-Ve enseguida a hablar con el rey, que quiere verte. Mientras tanto, yo vigilaré la despensa.
El despensero fue a ver al rey, quien se puso furioso, porque realmente no había llamado a nadie. Pero decidió, de todos mo­dos, echar un vistazo a la despensa, sospechando que se trataba una vez más de una triquiñuela de Catalina. En efecto, en la des­pensa faltaba un frasco de miel. La viuda se lo había comido ga y se había levantado de la cama con una salud de hierro. Pero Ca­talina había dejado nuevamente un mensaje escrito en la pared:

He estado aquí y he sido fiel:
me he llevado un frasco de miel,
que a mi madre le sabrá divina.
Firmado: la sabia Catalina.

Al leer estos versos, el rey se enfadó tanto que se sintió mal y tuvo que meterse en la cama.
En cuanto la sabia Catalina supo que el rey había enferma­do, se disfrazó rápidamente de médico y se presentó en el pala­cio ofreciéndose para curarlo. El enfermo yacía en el lecho y no conseguía siquiera moverse. Catalina le miró la lengua y dijo:
-Majestad, vuestra enfermedad es una cuestión de carácter. Sois demasiado cascarrabias. Os enfadáis enseguida y eso es per­judicial para el hígado. Pero yo os curaré. Durante tres días y tres noches, debéis untaros el cuerpo con un emplasto de sal y pi­mienta y tomar la medicina que ahora mismo os voy a recetar.
Catalina escribió una receta y le dijo enseguida al camarero del rey que fuese a la farmacia. Untaron el cuerpo del rey con un emplasto de pimienta y sal y Catalina se fue. El monarca se la­mentaba:
-¡Ay! ¡Ay! No puedo soportar este ardor. Es peor que estar en un horno encendido. ¡Ay! ¡Ay!
En ese momento, volvió el camarero de la farmacia y mostró la hoja escrita por Catalina. Era una extraña receta que decía lo siguiente:

Contra la cólera no hay medicina.
Firmado: la sabia Catalina.

Cuando el rey leyó estas palabras, se puso tan furioso que estalló.

123. anonimo (hungria)

La alubia que subió al cielo

Había una vez una mujer que tenía un hijo de nombre Janos. Eran personas humildes y sus únicos bienes eran una casucha y una vaca. Un día en que ga no les quedaba nada de comer, la madre le rogó a su hijo:
-Janos, ve al mercado a vender la vaca de otro modo, nos moriremos de hambre.
Janos se fue con la vaca al mercado. Y allí se la vendió a un viejo por muy poco, casi por nada. ¿Sabéis por cuánto? Por una alubia.
-Hijo mío, hijo mío, ¿qué has hecho? -chillaba la anciana. ¿Para qué puede servirnos una alubia? Ahora sí que nos morire­mos de hambre.
-No temas, madre -dijo Janos. Ese viejo me ha dicho que plantemos la alubia bajo la ventana y que estemos atentos a lo que ocurre.
Janos plantó la alubia bajo la ventana y se fue a dormir. A la mañana siguiente se despertó y no podía dar crédito a sus ojos. La alubia había crecido mucho, había llegado al cielo.
-Muy bien -dijo Janos-, quiero subir a ver hasta dónde llega.
Janos trepó, trepó durante todo el día y, hacia la noche, se encontró en el cielo. En el cielo había una cabaña, en la cabaña una salita, en la solita una mesa, una silla y una cama.
«Ya es de noche -pensó Janos, me quedaré a dormir aquí».
En ese momento se oyó fuera un estruendo terrible. Janos se deslizó debajo de la cama y a duras penas le dio tiempo a escon­derse. Entró en la cabaña un dragón espantoso que se sentó en la silla, sacó de su bolsillo una gallina de oro y ordenó:
-¡Ponme un huevo!
La gallina cacareó y puso enseguida un huevo de oro. El dra­gón se lo bebió y ordenó por segunda vez:
-¡Ponme un huevo!
La gallina puso un segundo huevo de oro, luego un tercero, y el dragón los bebió, uno tras otro. Después se sentó en la cama, cogió un pequeño violín que colgaba de la pared y comenzó a to­car. Tocó, siguió tocando, hasta que se durmió. Y también la ga­llina dormía.
Pero Janos vigilaba. Salió de debajo de la cama escurriéndo­se, cogió a la gallina y el violín, traspuso el umbral de la cabaña y bajó precipitadamente por el tallo de su alubia. Casi había lle­gado abajo cuando ogó detrás la respiración del dragón, que lo perseguía.
Janos saltó a tierra, cogió un hacha, cortó la planta de la alubia y la derribó junto con el dragón. Éste, con la fuerza de la caída, se quebró las patas y el hueso del cuello. No tardó en morir. Janos y su madre se lo pasaron en grande con la gallina en su casucha. La gallina ponía los huevos de oro, Janos toca­ba el violín y su madre iba al mercado a vender los huevos. Te­nían de todo en abundancia. Incluso les sobraba para ayudar a sus vecinos.

123. anonimo (hungria)

El rey gato

Había una vez una viuda que tenía un gato. A este gato le gusta­ba la buena comida. Una mañana, se bebió una jarra entera de le­che, y la viuda, enfadada, lo echó de casa. El gato emprendió el camino y, después de mucho caminar, llegó junto a un río. Esta­ba sentado a la orilla del agua cuando vio a una zorra que pesca­ba agitando su espesa cola. El gato se acercó y le dio un tirón a la cola. La zorra se asustó y dio un salto en el aire; a su vez, el gato tuvo miedo y, arqueando el lomo, mostró sus uñas y sus dientes. La zorra jamás había visto un gato hasta ese momento, y el gato jamás había visto a una zorra. Por ello, mutuamente se temían.
Finalmente la zorra dijo:
-¿Me podrías decir, por favor, quién eres y qué haces aquí?
-Soy el Rey Gato -respondió.
-¿El Rey Gato? Nunca he oído hablar de un rey semejante.
-Pues debes saber, ya que nunca has oído hablar de mí, que soy el rey de todos los animales del mundo.
Cuando la zorra escuchó esta declaración, invitó al gato a su casa y le ofreció un muslo de pollo. El gato no se hizo de rogar y se instaló en casa de la zorra.
Comenzó para él una vida de gran señor, hablaba poco, co­mía mucho y, después de almorzar, se echaba una siesta, mien­tras la zorra se quedaba en la puerta haciendo guardia para que nadie molestase al rey de los animales.
Un día la zorra, sentada en el umbral de su casa, vio pasar a una liebre.
-Liebre, liebre -le dijo, no hagas tanta bulla. Mi amo, el Rey Gato, está durmiendo y, si lo molestas, recibirás un castigo, porque él es el rey de todos los animales.
La liebre se fue corriendo despavorida. Pero luego se dijo para sus adentros: «¡Jamás he oído hablar de un rey seme­jante! ».
Poco después, la liebre se encontró con un oso:
-¿Adónde vas? -le preguntó.
-Estoy dando un paseo. De vez en cuando tengo que hacer un poco de ejercicio.
-Si yo fuese tú, no iría en aquella dirección. El Rey Gato está durmiendo en la madriguera de la zorra y, si lo molestas, serás castigado, porque él es el rey de todos los animales del mundo.
-¿El Rey Gato? -repitió el oso. ¡Jamás he oído hablar de un rey semejante!
No obstante, retrocedió y se fue con la liebre. Se encontra­ron en el camino con un lobo, que estaba jugando a los naipes con un cuervo.
-Hola, señor lobo y señor cuervo. ¿Habéis oído hablar algu­na vez del Rey Gato?
Ni el lobo ni el cuervo habían oído hablar jamás de un rey semejante.
-La zorra acaba de decirme -explicó la liebre- que el Rey Gato está durmiendo en su madriguera y que, si alguien lo des­pierta, recibirá un castigo porque este Gato es el rey de todos los animales.
Entonces la liebre, el oso, el lobo y el cuervo decidieron in­vitar a comer al Rey Gato y a la zorra. Mandaron al cuervo a lle­var la invitación. El cuervo voló hacia la madriguera de la zorra, pero la zorra le dijo:
-Vete lejos de aquí. Mi amo, el Reg Gato, está durmiendo y, si lo molestas, recibirás un castigo porque él es el rey de todos los animales.
-Lo sé -dijo el cuervo-, pero he venido aquí en nombre del oso, el lobo y la liebre para invitarte a ti y al Rey Gato a comer con nosotros mañana.
-Espera un momento -respondió la zorra y entró en su casa.
Cuando salió, le dijo al cuervo que el Rey Gato había acep­tado la invitación y que al día siguiente ambos irían a comer con ellos.
-Vendré a buscaros -añadió el cuervo.
Cuando el oso, el lobo y la liebre supieron que el Rey Gato comería con ellos al día siguiente, comenzaron a preparar el banquete. El oso fue a buscar leña y encendió el fuego; el lobo preparó la carne al asador; y el cuervo esperó la hora de ir a re­coger a los dos invitados.
Cuando la carne estuvo bien asada, el cuervo emprendió vuelo.
Una vez en la casa de la zorra, llamó:
-Venid, la comida está lista.
-Vamos enseguida -respondió la zorra. Estoy terminando de rizar los bigotes del Reg Gato.
Un momento después, la zorra apareció seguida por el gato. El gato caminaba con mucha dignidad, sin quitarle el ojo de en­cima al cuervo. Le daba mucho miedo aquel pájaro, y el cuervo, por su parte, le tenía mucho miedo al gato.
Aún estaban bastante lejos cuando la liebre los vio llegar.
-Ya vienen, ya vienen -exclamó dando saltos y, tanto saltó, que cayó en el fuego.
El lobo y el oso temblaban de miedo. Viendo a la liebre caer en el fuego, cogieron el asador y se marcharon con la carne. El oso, por la prisa, chocó contra un árbol y lo arrancó de raíz. Cuando el cuervo vio toda aquella confusión y se dio cuenta de que el oso y el lobo habían huido y que, para colmo, se había de­rribado un árbol, dejó plantados a la zorra y al gato y se fue vo­lando lo más velozmente que pudo.
Cuando el Rey Gato y la zorra llegaron, no había asomo de comida ni de anfitriones. Pero la liebre ya estaba bien asada. El gato y la zorra, para no quedarse en ayunas, se la comieron.

123. anonimo (hungria)

El gallito y el sultán

Había una vez una mujer tan pobre que su única riqueza era un gallito.
El gallito se pasaba horas escarbando en el estercolero hasta que un día, después de mucho escarbar, encontró una cruz de diamantes. Justo en ese momento pasaba por allí el sultán turco y lo vio.
-Gallito -dijo el sultán, dame ahora mismo esa cruz de dia­mantes.
-No te daré nada de nada -respondió el gallito. Esta cruz de diamantes es para mi ama.
Al sultán le importó muy poco lo que decía el gallito, le arre­bató la cruz de diamantes, se la llevó a su casa y la guardó en la sala del tesoro.
El gallito montó en cólera, corrió hasta el palacio del sultán, saltó la verja y gritó:
-Quiquiriquí, sultán turco, devuélveme la cruz de diamantes.
El sultán ordenó a sus servidores que cerrasen las puertas y las ventanas para no oír las voces del gallo. Pero éste voló hasta la ventana y comenzó a rascar con las patas, a golpear con el pico y a batir las alas contra los cristales, mientras seguía gri­tando:
-Quiquiriquí, sultán turco, devuélveme la cruz de diamantes.
El sultán llamó a un esclavo y le ordenó:
-Atrapa a ese gallito y tíralo al pozo, así se ahogará y dejará de gritar de una vez.
El esclavo cogió al gallito y lo tiró al pozo. Pero el animal no se ahogó y, en cambio, dijo:
-Agua, agua querida, entra toda en mi barriga.
Toda el agua del pozo entró en la barriga del gallito, que voló de nuevo hasta la ventana del sultán y recomenzó con sus gritos:
-Quiquiriquí, sultán turco, devuélveme la cruz de diamantes.
El sultán llamó a otro esclavo y le ordenó:
-Atrapa al gallito y mételo en el horno encendido.
El esclavo cogió al gallito y lo metió en un horno muy calien­te, pero el gallito no se quemó. Dijo, en cambio:
-Agua, agua querida, sal de mi barriga y apaga el fuego.
El agua salió de la barriga del gallito, se derramó en el fuego y lo apagó. El gallito volvió enseguida a volar hasta la ventana del sultán y gritó una vez más:
-Quiquiriquí, sultán turco, devuélveme la cruz de diamantes.
El sultán llamó a otro esclavo y le ordenó:
-Atrapa al gallito y mételo en la colmena, así las abejas lo pi­carán hasta matarlo.
El esclavo cogió al gallito y lo metió en una colmena, pero el animal gritó:
-Abejitas, queridas abejitas, escondeos bajo mis alas, escon­deos bajo mis plumas.
Las abejas se escondieron bajo las plumas y bajo las alas del gallito, quien abrió la colmena, voló de nuevo hasta la ventana del sultán y gritó tanto que podía llegar a romper los tímpanos de cualquiera:
-Quiquiriquí, sultán turco, devuélveme la cruz de diamantes.
El sultán estaba fuera de sí. Llamó a todos sus criados y a sus esclavos y les ordenó:
-Atrapad a ese gallito insoportable, quiero meterlo dentro de mis calzones anchos. Después me sentaré encima y lo aplastaré.
Los siervos y los esclavos atraparon al gallito, el sultán lo me­tió dentro de sus calzones e intentó sentarse, pero el gallito gritó:
-Alitas mías, plumitas mías, dejad salir a las abejas para que puedan picar al sultán.
Las alas y las plumas obedecieron y las abejas comenzaron a picar al sultán, que empezó a dar saltos gritando y lamentándose:
-¡Socorro, socorro! Esclavos, servidores, coged al gallito, lle­vadlo a la sala del tesoro y dejad que coja la cruz de diamantes.
Los esclavos y los criados cogieron al gallito y lo llevaron a la sala del tesoro. En medio de la sala había un montón de dinero que llegaba hasta el techo y, encima de ese montón, estaba la cruz de diamantes. El gallito gritó:
-Barriga, barriguita mía, guarda todo el dinero que el sultán ha robado.
En cuanto acabó de hablar, la cruz de diamantes entró en la barriga del gallito y, detrás de ella, todo el dinero que estaba en la sala, hasta la última moneda. Entonces el gallito volvió a casa, escupió una montaña de dinero en la habitación de su ama y, por último, la cruz de diamantes. El dinero era tanto que alcanzó para ser repartido entre la gente de la aldea y, desde aquel día en adelante, todos vivieron contentos, comiendo, bebiendo y cantan­do. Y, si no han muerto, seguro que siguen cantando y bailando todavía.

123. anonimo (hungria)

Por qué la zorra tiene una borla blanca en la cola

Una campesina buscaba un pastor para su rebaño. Caminó un buen trecho hasta que se encontró con un oso.
-¿Adónde vas, mujer? -le preguntó el oso.
-¿Que adónde voy, oso? Te diré que estoy buscando un pas­tor para mi rebaño.
-¿Un pastor, dices? -exclamó el oso. ¡Aquí lo tienes!
-Bien, ¿por qué no? -respondió la buena campesina. Lo im­portante es que sepas llamar con una voz agradable al rebaño.
-¡Claro que puedo! -exclamó el oso orgulloso y gruñó:
-¡Bruum, bruum, bruum!
-Oh, no -dijo la mujer cuando lo oyó, no me gusta.
Y siguió andando hasta que se encontró con un lobo.
-¿Adónde vas, mujer? -le preguntó el lobo.
-¿Que adónde voy, lobo? Te diré que estoy buscando un pastor para mi rebaño -respondió la campesina.
-¿Un pastor, dices? -exclamó el lobo. ¡Aquí lo tienes!
-Bien, ¿por qué no? -respondió la buena campesina. Lo im­portante es que sepas llamar con una voz agradable al rebaño.
-Claro que puedo -exclamó el lobo orgulloso y aulló:
-¡Uuuu! ¡Uuuu! ¡Uuuu!
-¡Oh, no! -dijo la mujer al oírlo. Francamente tu voz no me gusta.
Y siguió su viaje.
Finalmente se encontró con una zorra.
-¿Adónde vas, buena mujer? -preguntó cortésmente la zorra.
-¿Que adónde voy, zorra? Te diré que estoy buscando un pastor para mi rebaño -respondió la mujer.
-¿Un pastor, dices? -exclamó la zorra. ¡Aquí lo tienes!
-¿Por qué no? -respondió la buena mujer. Lo importante es que sepas llamar con una voz agradable al rebaño.
-Escucha y juzga por ti misma -dijo modestamente la zorra y gritó:
-¡Hey, hey, hey!
-Sí, sí -dijo la mujer al oírla, así está muy bien.
Y tomó a la zorra como pastora para su rebaño.
La zorra llevó el rebaño a pastar. El primer día se comió to­das las cabras; el segundo día todas las ovejas; y el tercero todas las vacas. Cuando por la noche volvió sola a casa, la campesina le preguntó dónde había dejado al rebaño.
-Con la cabeza en el río y la cola en el prado -replicó la zorra.
La campesina estaba preparando mantequilla en la mante­quera. Cuando escuchó la extraña respuesta de la zorra, le pudo la curiosi-dad y quiso salir a comprobar lo que le decía. Dejó la mantequera donde estaba y se fue.
Era justamente lo que la zorra esperaba. Metió el hocico en la mantequera y se comió la mantequilla. Después puso pies en polvo-rosa.
Pero en aquel momento regresaba la campesina. Cuando vio lo que había hecho la zorra, cogió un puñado de la poca mante­quilla que quedaba y se lo echó encima. Pero erró el blanco y sólo pudo alcanzar la cola. Por ello, desde entonces, la zorra tie­ne una pequeña mancha blanca en la punta de la cola.

122. anonimo (noruega)

Juanito aprende latín

-Papá -dijo un día Juanito, no quiero seguir siendo uno del montón, quiero convertirme en una persona culta.
-¡Vaya por Dios, qué magnífica idea! -exclamó el padre. Tampoco a mí me disgustaría ser una persona culta, pero para ello hay que aprender latín.
-Aprender latín no me parece tarea imposible. Saldré a co­rrer mundo y lo aprenderé.
Juanito puso unas cuantas rosquillas en su bolsa y salió a co­rrer mundo para aprender latín.
Cada vez que encontraba a una persona culta en su camino, tomaba nota de lo que le decía.
La primera persona que encontró estaba en el umbral de su casa y le decía a su criado:
-¡Échame un poco de cerveza!
-¡Échameunpocodecerveza! -repitió Juanito muy satisfecho de haber aprendido una frase en latín.
La segunda vez, vio a un hombre que estaba asomado a la ventana y miraba a un pájaro bebiendo agua de un charco.
-¡Seguro que lo atrapará un gato! -dijo el hombre.
-¡Échameunpocodecervezaseguroqueloatraparáungato! -re­pitió Juanito y prosiguió su camino.
Un poco después, encontró a un señor que le mostraba a su criado una carretilla:
-¡Mira qué carretilla! -le decía.
-¡Échameunpocodecervezaseguroqueloatraparáungatomira­quéca-rretilla! -repitió Juanito, meneando la cabeza. «Realmen­te no entiendo por qué mi padre piensa que el latín es muy difí­cil».
Justo en ese momento pasó a su lado un hombre que, ha­blando con su jardinero, le decía:
-Pasa el rastrillo por el jardín.
-¡Échameunpocodecervezaseguroqueloatraparáungatomira­quécarretillapasa -elrastrilloporeljardín! -dijo Juanito, repitien­do todo el latín que sabía y pensando para sus adentros: «No sé para qué sigo aprendiendo latín. Seguro que nuestro párroco no sabe mucho más y es, sin duda, una persona culta».
Entonces decidió volver a casa.
-Mira, Juanito ga está de vuelta -gritó su padre muy sor­prendido. ¿Y cómo es eso? ¿Has aprendido tan deprisa el latín?
-¡Échame unpocodecervezaseguroqueloatraparáungcito! -dijo Juanito.
-Pero ¿qué estás farfullando? Lo que dices no tiene ni pies ni cabeza: ni siquiera el diablo podría entenderlo -protestó su padre.
-¿Dónde has estado, hijo mío? -preguntó su madre.
-¡Miraquécarretillapasaelrastrilloporeljardín! -fue la res­puesta de Juanito.
-¿Qué cosas te han metido en la cabeza? -dijo su madre dis­gustada. Pero Juanito sólo respondió:
-¡Échameunpocodecervezaseguroqueloatraparáungatomira­quécarretillapasael rastrilloporeljardín!
-Me parece que Juanito se ha vuelto loco -dijo su padre. Mujer, anda, llena un cubo, vete a la azotea y échale toda el agua en la cabeza.
La mujer cogió un cubo lleno de agua, fue a la azotea y le dio a Juanito una buena ducha. Y Juanito comenzó a gritar:
-¡Auxilio, mamá, auxilio, papá!
Había olvidado todo el latín que había aprendido.

121. anonimo (chequia)

Hermano pulgarcito habla con los peces

El rey Jorge de Podiebrad, que en paz descanse, como muchos otros soberanos, tenía en su corte un bufón, encargado de entre­tenerlo. Este gracioso se llamaba Pulgarcito. Y como tenía el há­bito de tratar de tú a todos, a quienes, además, llamaba «her­manos», fuese el rey o el último de los mendigos, lo llamaban Hermano Pulgarcito.
Pero Hermano Pulgarcito no era sólo un bufón, como otros graciosos de la corte, sino también un hombre inteligente y jus­to, por lo que el rey tomaba muy en cuenta sus palabras.
Un día, era un viernes, el rey Jorge, sus consejeros y cortesa­nos estaban comiendo pescado al horno. Hermano Pulgarcito fue a sentarse en el extremo de la mesa, en medio de los pajes, adonde llegaban unos pececitos muy pequeños o incluso sólo las espinas. A Hermano Pulgarcito se le ensombreció el semblante, cogió un pececito, le dijo algo y después lo acercó a su oído.
Lo dejó, cogió otro e hizo lo mismo. Los pajes comenzaron a reírse y el rey preguntó:
-¿Qué ocurrencia tienes ahora, Hermano Pulgarcito?
-Ah, Hermano Rey -dijo el bufón, debo contarte algo. Yo tenía un hermano que trabajaba como pescador y se murió aho­gado. Justamente les estaba preguntando a estos pececitos si ha­bían oído hablar alguna vez de él.
-¿Y te han dado alguna noticia?
-En absoluto, Hermano Rey. Los pececitos dicen que son de­masiado jóvenes, que no pueden acordarse de ese hecho, así que tendré que pedirles noticias a los peces más viejos y más grandes, que están en el lado de la mesa cercano a ti. Hermano Rey, haz que traigan alguno a mi lado.
El rey se rió, puso él mismo en un plato los pescados más grandes y más apetecibles e hizo que se lo llevasen a Hermano Pulgarcito, que los compartió fraternalmente con los pajes.

121. anonimo (chequia)

El tío mateo y el tío jorge


Un día, el tío Mateo fue a reunirse con el tío Jorge. Estaba a punto de llegar a destino cuando se encontró con el hijo del tío Jorge.
-¿Qué está haciendo tu padre? -le preguntó.
-Iba a empezar a comer pero, cuando te vio desde el otro lado del patio, se levantó de la mesa.
-¿Y por qué?
-Dice que tú eres muy comilón y le aconsejó a mi madre que escondiera todos los platos que había preparado.
-¿Dónde los ha escondido?
-Ha puesto de nuevo la oca en el horno; volvió a colgar el jamón encima de la chimenea; ha devuelto las salchichas a la olla, los buñuelos a la tartera, y ha colocado las dos jarras de cerveza bajo un banco.
El tío Mateo no hizo más preguntas y fue a llamar a la puerta.
-¡Salud, amigo! -dijo el tío Jorge. Qué pena que no hayas llegado un poco antes, porque habrías podido comer con noso­tros. Hemos terminado hace un instante y ya no nos ha quedado nada que ofrecerte.
-Tengo mala suerte, es verdad, pero no he podido llegar an­tes, tío Jorge. ¡Me ha ocurrido algo extraordinario!
-¿Qué ha sido?
-Mientras venía hacia aquí he matado una serpiente. Esta ser-piente tenía una cabeza tan grande como el jamón que tienes colgado encima de la chimenea; era gorda como la oca que tie­nes en el horno; su carne era blanca como los buñuelos que guar­das en la tartera; larga como la ristra de salchichas arrolladas en la olla; y su sangre era como la cerveza que guardas en dos jarras bajo un banco.
-Eres muy inteligente -dijo el tío Jorge e invitó al tío Mateo a sentarse a la mesa con él. Juntos comieron y bebieron todo lo que había.

Fuente: Gianni Rodari

121. anonimo (chequia)

El pequeño serafín, de paseo sobre la cola de la zorra


Había una vez una pareja de ancianos. Tenían un nieto llamado Serafín, que vivía con ellos en una pequeña casa en medio del bosque.
Todas las mañanas, el anciano iba a cortar leña, mientras su mujer recogía fresas, frambuesas o setas, según la estación, y el pequeño Serafín se quedaba solo en casa todo el día.
Su abuela siempre le decía:
-No salgas de casa y no le abras la puerta a nadie.
Y el pequeño Serafín no salía siquiera al jardincito que había delante de la casa ni le abría la puerta a nadie. Por otra parte, nadie llamaba nunca a esa puerta.
Un día pasó por allí la zorra, miró por la ventana y vio al pequeño Serafín, que en ese momento estaba comiendo su papilla dulce. Sintió de pronto mucha hambre. Golpeó la ventana y dijo:
-Serafín, déjame comer un poco de tu papilla. A cambio, te llevaré de paseo sobre mi cola.
Serafín le habría dejado de buena gana un poco de su papilla a la zorra, porque qa estaba satisfecho. E incluso le habría gustado dar un paseo sobre la cola del animal, pero se acordó de lo que le había dicho su abuela y respondió:
-No es posible, señora zorra. Mi abuelita me ha dicho que no le abra la puerta a nadie.
-Yo no te digo que me abras la puerta. Ábreme la ventana, sólo un poco; yo entraré y después te dejaré pasear todo el día sobre mi cola.
-Eso es verdad -pensó Serafín. La abuela me ha prohibido que abra la puerta, pero no ha dicho una sola palabra sobre la ventana.
Y como tenía muchas ganas de pasear sobre la cola de la zorra, abrió la ventana y el animal entró en la habitación. Lo primero que hizo fue chupar toda la papilla que había quedado en el plato y finalmente dijo:
-Ahora monta en mi cola, Serafín, te haré dar un buen paseo.
Serafín montó en la cola de la zorra, que primero trotó de un lado al otro de la habitación; después saltó al banco, del banco saltó a la ventana y por fin saltó al exterior, y Serafín con ella. La zorra corrió derecho hasta la vieja encina, bajo la cual estaba su madriguera.
Al principio, a Serafín le pareció divertido andar de paseo sobre la cola de la zorra, pero cuando ésta saltó por la ventana comenzó a sentir miedo y, cuando ya se encontró en la madriguera, se puso a llorar amargamente.
-No llores, Serafín -lo consoló la zorra. Tengo dos hijas, dos hermosas zorritas. Jugarás con ellas y verás cómo te divertirás.
Y francamente, Serafín se divirtió mucho jugando con las dos zorritas.
La zorra hizo que montasen los tres en su cola y se lo pasaron muy bien.
Después llegó la noche y Serafín quería volver a casa de sus abuelos.
-No es posible, querido Serafín -dijo la zorra. Solo no sabrías volver, está demasiado oscuro, y yo no puedo acompañarte. Espera hasta mañana.
Pero Serafín sentía mucha nostalgia de su abuela y de su abuelo y lloraba repitiendo que quería volver a su casa. Las zorritas intentaron consolarlo, pero fue en vano. Tampoco sirvió de nada que la zorra le prometiese que a la mañana siguiente lo acompañaría a su casa ella misma; Serafín lloraba y chillaba como si lo estuviesen matando.
Mientras tanto, los dos ancianos habían vuelto a casa. La ventana estaba abierta, Serafín había desaparecido, y ambos se asustaron muchísimo.
-¿Qué puede haberle ocurrido a nuestro Serafín? -se lamentaban.
En ese momento, pasó por allí la urraca, que todo lo ve, todo lo sabe y todo lo cuenta, y les dijo:
-La zorra se ha llevado a Serafín a su madriguera.
-Qué barbaridad -dijo el anciano y cogió su violín.
La mujer, a su vez, cogió el tamboril y se dirigieron a la encina bajo la cual la zorra tenía su madriguera. Una vez allí, comenzaron a tocar y a cantar esta canción:

Violín sin sirisín, sin sirisín,
tam tam tam el tamboril,
tres zorras viven aquí,
con ellas está Serafín.

En cuanto terminaba la canción, volvían a comenzar desde el principio, siempre con la misma música. La zorra los oyó y se enfadó mucho:
-¿Qué significa este alboroto? Me duele un montón la cabeza. Zorrita, ve a decirles a esos músicos que se vayan con la música a otra parte.
Salió una de las dos zorritas, pero el anciano ya estaba alerta con una bolsa, metió dentro al animal y volvió a ejecutar la canción con su mujer:

Violín sin sirisín, sin sirisín,
tam tam tam el tamboril,
dos zorras viven aquí,
con ellas está Serafín.

-¡Parece que no quieren dejar de tocar! -se enfureció la zorra y le ordenó a la segunda zorrita que saliese a echar a los músicos.
Pero el viejo la metió también a ella en la bolsa y reanudó la canción junto con su mujer:

Violín sin sirisín, sin sirisín,
tam tam tam el tamboril,
doña Zorra vive aquí,
con ella está Serafín.

La zorra, esta vez, montó en cólera y salió ella misma para echar a los músicos, pero acabó también dentro de la bolsa. Entonces, el abuelo y la abuela se asomaron a la madriguera y dijeron:
-Serafín, Serafín, sal de ahí. Somos nosotros, tus abuelos.
Serafín salió corriendo y fue para todos una gran alegría volver a estar juntos.
Después, el abuelo abrió la bolsa, dejó que se fuesen las dos zorritas, que no tenían la culpa de nada y habían sido muy amables con Serafín, y dio varios bastonazos a la zorra en el lomo, golpes que ella no olvidaría durante el resto de su vida.
También Serafín, de todos modos, recibió su castigo, para que aprendiese en el futuro a ser más obediente.

121. anonimo (chequia-bohemia)

El gallo y la gallina


Un día, el gallo y la gallina fueron al bosque a buscar avellanas.
-Todas las que encontremos las dividiremos en partes igua­les -dijo el gallo.
-De acuerdo -dijo la gallina, y comenzaron a picotear y a escarbar a su alrededor.
La gallina encontró una avellana: se comió media y la otra mitad se la dio al gallo, tal como habían acordado.
También el gallo encontró después una avellana. Como era muy comilón, se la zampó muy deprisa para que no lo viese la gallina. Pero la avellana se le atascó en la garganta.
-Rápido, rápido, querida gallinita, tráeme un poco de agua, que me muero.
Y en cuanto dijo estas palabras, el gallo se cayó de espaldas, patas arriba.
La gallina corrió deprisa hacia el pozo a buscar un poco de agua:

Pozo, pozo, hazme el favor,
dame agua que el gallo, qué horror,
está en el bosque, patas arriba,
y casi no da señales de vida.

Pero el pozo dijo:
-No te daré agua si antes no le pides a la costurera que te dé una cuerda de seda para mí.
La gallina corrió entonces a ver a la costurera:

Costurera, adorable costurera,
dame una cuerda de seda.
Al pozo yo se la daré,
y así para el gallo agua tendré.
El gallo está en el bosque, patas arriba,
y casi no da señales de vida.

Pero la costurera respondió:
-No te daré la cuerda de seda para el pozo si antes no le pi­des al zapatero un par de zapatos para mí. La gallina acudió en­tonces al zapatero:

Zapatero, zapatero afamado,
hazme ya un par de zapatos,
la cocinera se pondrá contenta
y me dará la cuerda de seda.
Al pozo yo se la daré
y así para el gallo agua tendré,
que el gallo está en el bosque, patas arriba,
y casi no da señales de vida.

Pero el zapatero respondió:
-No te daré los zapatos si antes no le pides al cochinillo unas cerdas para mí.
La gallina acudió entonces al cochinillo:

Cochinillo, cochinillo compañero, dame unas cerdas para el zapatero. El zapatero afamado me hará un par de zapatos, la cocinera se pondrá contenta y me dará la cuerda de seda. Al pozo yo se la daré y así para el gallo agua tendré.

El gallo está en el bosque, patas arriba,
y casi no da señales de vida.

Pero el cochinillo respondió:
-No te daré las cerdas si antes no le pides al cervecero un poco de cebada para mí.
La gallina acudió entonces al cervecero:

Cervecero, cervecero, sé gentil,
dame un poco de cebada del barril,
se la llevo al cochinillo compañero
y habrá cerdas para el zapatero.

El zapatero afamado
me hará un par de zapatos,
la cocinera se pondrá contenta
y me dará la cuerda de seda.
Al pozo yo se la daré
y así para el gallo agua tendré.
El gallo está en el bosque, patas arriba,
y casi no da señales de vida.

Pero el cervecero respondió:
-No te daré la cebada si antes no le pides a la vaca que te dé un poco de leche para mí.
La gallina acudió entonces a la vaca:

Vaca, vaca, vaca, vaquita,
dame de leche una jarrita,
al cervecero se la daré
y la cebada a cambio tendré.
Llevaré cebada al cerdo compañero
y habrá cerdas para el zapatero.
El zapatero afamado
me hará un par de zapatos,
la costurera estará contenta
y me dará la cuerda de seda.
Al pozo yo se la daré
y así para el gallo agua tendré.
El gallo está en el bosque, patas arriba,
y casi no da señales de vida.

Pero la vaca respondió:
-No te daré la leche si antes no le pides al prado un poco de hierba para mí.
La gallina acudió entonces al prado:

Dame un poco de hierba, prado amigo,
se la daré a la vaquita
y tendré de leche una jarrita,
al cervecero se la daré
y cebada a cambio tendré.
Llevaré cebada al cerdo compañero
y habrá cerdas para el zapatero.
El zapatero afamado
me hará un par de zapatos,
la costurera estará contenta
y me dará la cuerda de seda.
Al pozo po se la daré
y así para el gallo agua tendré.
El gallo está en el bosque, patas arriba,
y casi no da señales de vida.

Pero el prado respondió:
-No te daré ni una brizna de mi hierba si antes no consigues que el cielo te dé un poco de rocío para mí.
La gallina le suplicó entonces al cielo:

Cielo azul, cielo bonito,
dale al prado un poco de rocío,
así habrá hierba para la vaquita
y tendré de leche una jarrita.
Al cervecero se la daré
y cebada a cambio tendré.
Llevaré cebada al cerdo compañero
y habrá cerdas para el zapatero.
El zapatero afamado
me hará un par de zapatos,
la costurera estará contenta
y me dará la cuerda de seda.
Al pozo yo se la daré
y así para el gallo agua tendré.
El gallo está en el bosque, patas arriba,
y casi no da señales de vida.

El cielo se apiadó del pobre gallito e hizo caer rocío sobre el prado. Y el prado dio la hierba, la vaca la leche, el cervecero la cebada, el cochinillo las cerdas, el zapatero los zapatos, la cos­turera la cuerda de seda y el pozo una gota de agua.
La gallina cogió el agua con el pico, fue a donde estaba el gallo, y la dejó caer en su garganta. La avellana se deslizó, el ga­llito se puso de pie, batió las alas y cantó: 
-«¡Quiquiriquí!».
Desde aquel día no volvió a ser egoísta ni goloso y siempre compartió todas las cosas a medias con la gallina.

Fuente: Gianni Rodari

121. anonimo (chequia)