Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 6 de agosto de 2012

Pedrito globoso y sus compañeros


Pedrito Globoso era huérfano. No tenía padre ni madre, y ni si­quiera un amigo.
Un buen día decidió salir a correr mundo con la esperanza de encontrar compañía. Después de mucho caminar, se encontró con un ratón.
-¡Buenos días, Pedrito Globoso! ¡Llévame contigo!
-¿Y tú quién eres?
-Soy el ratón Royendo.
-¡Vale! ¡Ven, pues!
Así, Pedrito Globoso y el ratón Royendo caminaron, cami­naron, caminaron, hasta que se encontraron con una rana.
-¡Buenos días a los dos! ¡Llevadme con vosotros! ¡Vosotros sois dos y yo estoy sola!
-Pero ¿tú quién eres?
-Soy la rana Gragrina.
-¡Vale! ¡Ven, pues!
Y así, Pedrito Globoso, el ratón Royendo y la rana Gragri­na cami-naron, caminaron, caminaron juntos hasta que se en­contraron con una serpiente.
-¡Buenos días a todos vosotros! ¿Puedo acompañaros? Cuan­tos más seamos más contentos estaremos.
-Pero ¿tú quién eres?
-Soy la serpiente Rozalinda.
-¡Vale! ¡Ven, pues!
Y así, Pedrito Globoso, el ratón Royendo, la rana Gragrina y la serpiente Rozalinda siguieron caminando hasta que se en­contraron con un lebrato.
-¡Buenos días a todos! Dejadme ir con vosotros. ¡Estoy tan solo!
-Pero ¿tú quién eres?
-Soy Juanito Raudopié.
-¡Vale! ¡Ven, pues!
Y así, Pedrito Globoso continuó caminando seguido por el ratón Royendo, por la rana Gragrina, por la serpiente Rozalin­da y por el lebrato Juanito Raudopié, hasta que se encontraron con una zorra.
-¡Buenos días a todos! ¿Puedo ir con vosotros? ¡Juntos es­taremos más contentos!
-Pero ¿tú quién eres?
-Soy la señora Zorra.
-¡Vale! ¡Ven, pues!
Así, Pedrito Globoso continuó caminando junto al ratón Royendo, la rana Gragrina, la serpiente Rozalinda, el lebrato Juanito Raudopié, la señora Zorra, hasta que se encontraron con un lobo gris.
-¡Buenos días a todos! ¿Puedo ir con vosotros? Al menos tendré con quién compartir mis presas.
-Pero ¿tú quién eres?
-Soy Lobo Gris, el cazador.
-¡Vale! ¡Ven, pues!
Y así, Pedrito Globoso continuó caminando junto al ratón Royen-do, la rana Gragrina, la serpiente Rozalinda, el lebrato Juanito Rau-dopié, la señora Zorra y el Lobo Gris, hasta que se encontraron con un oso.
-¡Buenos días a todos! Llevadme a mí también con voso­tros, y así ya no pasaréis miedo al andar por el bosque.
-Pero ¿tú quién eres?
-Soy el Gran Oso Gruñón.
Así, Pedrito Globoso continuó caminando junto al ratón Royendo, la rana Gragrina, la serpiente Rozalinda, el lebrato Juanito Raudopié, la señora Zorra, el Lobo Gris y el Gran Oso Gruñón, hasta que llegaron a unas montañas áridas y desnudas. En estas montañas avistaron una casita donde la Bruja de la Sel­va estaba preparando una fiesta de bodas.
-¡Montémosle un espectáculo! -dijo Pedrito Globoso a sus compa-ñeros-. ¡Hagamos un poco de música!
¡Y, astros del cielo, vaya si la hicieron! Pedrito Globoso co­menzó a hincharse y a soplar, el ratón Royendo a chillar, la rana Gragrina a croar, la serpiente Rozalinda a deslizarse sobre la hierba como un arco rozando las cuerdas de un violín, el lebra­to Juanito Raudopié a saltar y a girar vertiginosa-mente alrede­dor, la señora Zorra a cantar con su voz en falsete, el Lobo Gris a bramar y ulular, y el Gran Oso Gruñón a aullar y gruñir. Era tal la bulla que toda la selva retumbaba. Los invitados a la boda, reunidos en la casita, se alarmaron, y Pedrito Globoso tanto se hinchó que acabó estallando. Sus compañeros comenzaron a reír, y rieron tanto que los invitados a la boda huyeron despavo­ridos, y la bruja con ellos. Entonces los músicos entraron en la casita y se sentaron en torno a la mesa llena de comida. Y para transformar aquello en un verdadero banquete de bodas, el lobo se casó con la zorra, y al oso le tocó acompañar a la esposa.
Y, por lo que sabemos, el lobo y la zorra aún viven juntos en aquella casita.

Fuente: Gianni Rodari

143. anonimo (eslovenia)

Los animales feroces


Un animal feroz fue a la casa del campesino. ¿Qué buscaba el animal feroz? Era un ratón con sus ratoncitos y al pobre campe­sino le comieron todo el trigo.

Campesino, campesino, te esperan muy duros días:
ya no te quedará nada de lo poco que tenías.

Después llegó un animal más feroz. ¿Qué buscaba el animal feroz? Era un gato con sus gatitos, que se comieron al ratón y a sus ratoncitos, que le habían comido todo el trigo al pobre cam­pesino.

Campesino, campesino, te esperan muy duros días:
ya no te quedará nada de lo poco que tenías.

Después llegó un animal más feroz todavía. ¿Qué buscaba el animal feroz? Era un conejo con sus gazapos, que se comieron al gato q a sus gatitos, que habían comido al ratón y sus ratoncitos, que le habían comido todo el trigo al pobre campesino.

Campesino, campesino, te esperan muy duros días:
ya no te quedará nada de lo poco que tenías.

Después llegó un animal aún más feroz. ¿Y qué buscaba el animal feroz? Era la zorra con sus zorritos, que se comieron al conejo y sus gazapos, que se habían comido al gato y sus gatitos, que se habían comido al ratón y sus ratoncitos, que le habían comido todo el trigo al pobre campesino.

Campesino, campesino, te esperan muy duros días:
ya no te quedará nada de lo poco que tenías.

Y luego llegó otro animal aún más feroz. ¿Y qué buscaba este animal feroz? Era el lobo con sus lobeznos, que se comieron a la zorra y sus zorritos, que se habían comido al conejo y sus gazapos, que se habían comido al gato y sus gatitos, que se ha­bían comido al ratón y sus ratoncitos, que le habían comido todo el trigo al pobre campesino.

Campesino, campesino, te esperan muy duros días:
ya no te quedará nada de lo poco que tenías.

Y entonces llegó un animal más feroz todavía. Animal feroz, ¿qué buscas aquí? Era el oso con sus oseznos, que se comieron al lobo y sus lobeznos, que se habían comido a la zorra y sus zorri­tos, que se habían comido al conejo y sus gazapos, que se habían comido al gato y sus gatitos, que se habían comido al ratón y sus ratoncitos, que le habían comido todo el trigo al pobre campe­sino.

Campesino, campesino, te esperan muy duros días:
ya no te quedará nada de lo poco que tenías.

Y entonces llegó un animal más feroz todavía. Animal feroz, ¿qué buscas aquí? Era el león con sus leoncitos, que se comieron al oso y sus oseznos, que se habían comido al lobo y sus lobez­nos, que se habían comido a la zorra y sus zorritos, que se ha­bían comido al conejo y sus gazapos, que se habían comido al gato y sus gatitos, que se habían comido al ratón y sus ratonci­tos, que le habían comido todo el trigo al pobre campesino.

Campesino, campesino, te esperan muy duros días:
ya no te quedará nada de lo poco que tenías.

Pero finalmente llegó el animal más feroz de todos. Ferocísi­mo animal, ¿qué buscas aquí? Era un mosco con sus mosquitos y se comieron al león y sus leoncitos, que se habían comido al oso y sus oseznos, que se habían comido al lobo y sus lobeznos, que se habían comido a la zorra y sus zorritos, que se habían co­mido al conejo y sus gazapos, que se habían comido al gato y sus gatitos, que se habían comido al ratón y sus ratoncitos, que le habían comido todo el trigo al pobre campesino.

Campesino, campesino, qué duros serán tus días:
ya no te quedará nada de lo poco que tenías.

143. anonimo (eslovenia)

Las ovejas y el puente


Había una vez un viejo que tenía un hijo y un día le habló así:
-Muchacho, ya estás crecido y eres fuerte, es hora de que sal­gas a correr mundo y busques trabajo.
El muchacho salió a correr mundo. Llegó a un pueblo donde encontró trabajo en la finca de un rico campesino. Debía guardar su rebaño de ovejas. El rebaño era muy numeroso, tan numeroso que las ovejas llenaban todo el valle.
Un día hubo una gran tormenta; la lluvia cayó con violencia, el viento silbaba con fuerza y los torrentes crecían y destruían puentes grandes y pequeños. En el valle donde las ovejas estaban pastando, quedó en pie un solo puente, muy pequeño, cuyos pila­res estaban bastante arruinados. Podía soportar sólo una oveja por vez y, aun así, chirriaba por todas partes. El pastorcillo debía transportar a través del puente, al otro lado del río, a todo su re­baño haciendo pasar las ovejas una a una. Pasó una oveja, pasó la segunda, después la tercera y, como eran muchas, tardaron en pa­sar horas y más horas. Pero aún no han pasado todas.
-¿Pero qué ocurrió después?
-Primero debemos esperar a que pase la última oveja.
-¿Y aún no ha pasado?
-Que no, que aún no ha pasado.
-¿Y cuándo habrá pasado?
-Cuando llegue a la otra orilla.

Fuente: Gianni Rodari

143. anonimo (eslovenia)

Las cabritas y el lobo


Había una vez un bosque, y en el bosque había un prado, y en el prado una casita, y en la casita vivía una cabra con sus ca­britas.
Una mañana, la cabra salió a comprar comida y, mientras salía, dijo:
-¡Niñas, no abráis la puerta a nadie! ¡Podría entrar un lobo y comeros!
El lobo estaba escuchando oculto detrás de la ventana y, cuando la cabra se fue, llamó a la puerta diciendo:

Cabras, mis cabritas,
abrid la puerta ya,
aquí la tenéis, a mamá,
con la leche blanca blanca,
con el agua fresca fresca,
con la hierba verde verde.

-¡Tú no eres nuestra mamá! Nuestra mamá tiene la voz fina como un cabello. ¡Debes de ser el lobo! -gritaron las cabritas. Y no abrieron la puerta.
Entonces el lobo se fue a ver al herrero:
-¡Herrero, herrero, por favor, límame la lengua, que mi voz debe volverse fina como un cabello!
El herrero limó la lengua del lobo, y el lobo volvió y llamó de nuevo a la puerta de la casa de las cabritas:

Cabras, mis cabritas,
abrid la puerta ya,
aquí la tenéis, a mamá,
con la leche blanca blanca,
con el agua fresca fresca,
con la hierba verde verde.

-¡Ésta es la voz de mamá, fina como un cabello! -exclama­ron las cabritas. Y estaban a punto de abrir la puerta. Pero la menor de todas dijo:
-¡Muéstrame tu pata!
El lobo levantó una de sus gruesas patas negras a la altura de la ventana y las cabritas gritaron:
-¡Tú no eres nuestra mamá, debes de ser el lobo! ¡Nuestra mamá tiene las patas blancas como plumas de oca! y no deja­ron entrar al lobo.
Entonces el lobo fue a ver al tahonero:
-Tahonero, tahonero, cúbreme de harina las patas, haz que se vuelvan blancas como plumas de oca.
El tahonero cubrió de harina las patas del lobo, y el lobo volvió y llamó de nuevo a la puerta de la casa de las cabritas:

Cabras, mis cabritas,
abrid la puerta ya,
aquí la tenéis, a mamá,
con la leche blanca blanca,
con el agua fresca fresca,
con la hierba verde verde.

Y el lobo mostró por la ventana una de sus patas, toda cu­bierta de harina.
-Ésta es la voz de mamá, fina como un cabello, y su pata es blanca como una pluma de oca -exclamaron las cabritas, y esta­ban a punto de abrir la puerta.
Pero la menor dijo:
-¡Muéstrame tu cola!
El lobo alzó su cola larga y peluda hasta la ventana y las ca­britas gritaron:
-¡No eres nuestra mamá, debes de ser el lobo! ¡Nuestra mamá tiene la cola delgada como una espiga de trigo!
Entonces el lobo fue a ver al carpintero:
-¡Carpintero, carpintero, por favor, cepíllame la cola, haz que se vuelva delgada como una espiga de trigo!
El carpintero cepilló la cola del lobo, y el lobo volvió de nue­vo a llamar a la puerta de la casa de las cabritas:

Cabras, mis cabritas,
abrid la puerta ya,
aquí la tenéis, a mamá,
con la leche blanca blanca,
con el agua fresca fresca,
con la hierba verde verde.

Y el lobo mostró por la ventana la pata blanca de harina y la cola cepillada y fina.
-¡Ésta es la voz de nuestra madre, fina como un cabello, ~ ésta es su pata, blanca como una pluma de oca, y ésta es su cola, delgada como una espiga de trigo! -exclamaron las cabritas. Y abrieron la puerta.
El lobo se precipitó dentro de la casa y devoró a las cabritas, excepto a la menor, que se había escondido bajo la estufa.
Después de haberse comido a las cabritas el lobo se fue a be­ber al río, se tumbó en la orilla y se durmió.
La cabra volvió a casa, vio la puerta abierta de par en par y que las cabritas no estaban. Las buscó desesperadamente por to­das partes, llorando:

Cabras, mis cabritas,
abrid la puerta ya,
aquí la tenéis, a mamá,
con la leche blanca blanca,
con el agua fresca fresca,
con la hierba verde verde.

Entonces la cabrita menor salió de su escondite bajo la estu­fa p le contó a su madre toda la historia. La cabra, después de es­cucharla, se fue hasta el río. El lobo seguía tumbado durmiendo en la orilla. La cabra se abalanzó sobre él y le abrió la barriga con sus cuernos. Y de allí salieron, sanas y salvas, todas las ca­britas.

143. anonimo (eslovenia)

La creación del mundo


En el principio, la Tierra estaba desierta, cubierta de piedras, no había un árbol ni una brizna de hierba. El sol miraba a la Tierra y no le gustaba en absoluto. Por ello le dijo a su gallito de oro:
-Gallito, vuela a la Tierra y haz algo para que se vuelva ver­de y dé algunos frutos.
El gallo voló a la Tierra, hizo su nido en una gruta y puso dos huevos de oro. Rompió uno de los huevos enseguida y de él salieron seis ríos. Estos ríos dieron vigor al suelo y así crecieron hierbas y árboles, y en los árboles, manzanas, higos y otros fru­tos en abundancia. Los hombres de aquella época vivieron en la Tierra como en un paraíso. Todo lo que necesitaban crecía en los árboles, sólo bastaba con extender la mano. Y el gallo de oro cantaba para que la gente supiese cuándo era la hora de levan­tarse, a qué hora había que comer y a qué hora había que irse a dormir.
Pero muy pronto los hombres comenzaron a protestar:
-¿Por qué tenemos que seguir obedeciendo al gallo, por qué tenemos que hacer todo lo que nos ordena? De ahora en adelan­te nos levantaremos cuando nos plazca, comeremos cuando nos dé la gana e iremos a dormir cuando se nos antoje.
Y el gallo, al escuchar esas palabras, se puso muy triste, can­tó por última vez y se volvió al cielo, junto al sol. Después de que el gallo se marchase volando, los hombres entraron en su gruta y allí encontraron el segundo huevo de oro. Curiosos por ver lo que contenía, lo rompieron: de él salió una tremenda cantidad de agua que inundó toda la Tierra y ahogó a todos los hombres.
Sólo se salvó un esloveno. Trepó a la rama de una viña que sobresalía del agua y gritó pidiendo ayuda.
-¿Qué quieres? -tronó de pronto una voz cerca de él.
Era el diablo Corriente.
-Corriente, sálvame. Estoy a punto de ahogarme.
-De acuerdo, te salvaré. Pero debes ayudarme a matar al ga­llo de oro.
El esloveno se lo prometió y el diablo Corriente alzó la viña hasta tal altura que ya el agua no pudo alcanzarla y el hombre se salvó. Se quedó refugiado en aquella viña durante nueve años alimentándose de uvas.
Cuando las aguas, por fin, bajaron, el diablo dijo que era el momento de acabar con el gallo de oro. Cogió un arco, colocó la flecha, pero no logró hacerla llegar hasta el sol. Entonces le dio el arco al hombre, que era muy fuerte, y éste disparó la flecha hacia el sol y mató al gallo. Después lo asó a las brasas y lo compartió con el diablo. Éste estrujó las uvas y preparó el vino. El hombre se emborrachó y cayó en un profundo sueño. Dor­mía, dormía, y al dormir daba tantas vueltas que capó sobre una roca y se magulló todo el cuerpo. Fue así como perdió su gran fuerza.

143. anonimo (eslovenia)

La camisa del hombre contento


Había una vez un rey muy enfermo. Tenía noventa y nueve enfermedades. Los médicos eran de la opinión de que ya no se podía hacer nada por él y que se iba a morir al cabo de un año y un día. Uno de ellos, sin embargo, dijo:
-Si se encontrase a un hombre siempre contento con todo y con todos, y el rey pudiese ponerse la camisa de este hombre contento, desaparecerían sus noventa y nueve enfermedades y se curaría en un santiamén.
Los mensajeros del rey acudieron a los cuatro extremos de la tierra a buscar a un hombre siempre contento con todo y con todos. Buscaron, buscaron, pero no había forma de encontrarlo.
Por fin, uno de los mensajeros llegó a un extenso prado y encontró a un hombre andrajoso, con la barba hasta los pies, que dormía en paz y durante el sueño sonreía.
-Éste podría ser un hombre contento -se dijo el mensajero y lo despertó. Eh, tú, ¿eres o no un hombre contento?
-Claro que lo soy.
-¿Nunca te has sentido descontento con nada?
-Ni siquiera una vez. ¿Y por qué iba a lamentarme?
-Ven, pues, a conocer a nuestro rey.
-¿Para qué?
-Ven, que el rey te cubrirá de oro.
El vagabundo se dejó, por fin, convencer y siguió al mensajero hasta el palacio real. Cuando el rey lo vio, se alegró muchísimo y exclamó:
-Pronto, dame tu camisa.
-¿Mi camisa?
-Vamos, no hagas preguntas: quítate el abrigo, quítate la camisa y dámela. A cambio, yo te daré un montón de oro.
El hombre contento se quitó el abrigo y, en ese momento, todos vieron que debajo del abrigo no tenía camisa ni nada. El pobre rey lo miró, exhaló un profundo suspiro y se murió. Y el vagabundo recogió su abrigo y se fue, contento como antes.

143. anonimo (eslovenia)

El perro viejo y el lobo .143

Un pastor tenía un perro, de nombre Bello, que llevaba muchos años custodiando su rebaño. Era tan buen guardián que el lobo no podía acercarse ni de día ni de noche. Pero Bello se había hecho viejo, estaba cojo de una pata y se le habían caído los dientes.
-¿Qué puedo hacer con este perro, viejo, cojo de una pata y sin dientes? -se dijo en una ocasión el pastor.
Echó a Bello y colocó en su puesto a un perro más joven. Bello fue a tumbarse detrás del redil: estaba muy triste. Tenía hambre, porque no le habían dado nada de comer durante todo el día.
Esa noche vino el lobo, pero el perro joven se había refugiado en su cubil y dormía. Bello quería ahuyentar al lobo, pero se encontraba demasiado débil, porque no había comido nada y no llegó siquiera a moverse.
-Ya que no me han dado nada de comer, es justo que el lobo coma hasta hartarse -se dijo entonces, y no ladró.
A la mañana siguiente, el pastor fue a ordeñar las ovejas y vio que faltaba una. Comprendió enseguida que se la había llevado el lobo. Ahora se arrepentía de haber echado al viejo Bello. El pastor volvió a llamar a su perro tan fiel, le acarició la cabeza y le dio de comer. Bello daba saltos de alegría y volvió a ocuparse de custodiar las ovejas. Cuando el lobo, por la noche, volvió, Bello fue enseguida a su encuentro:
-¿Qué buscas aquí?
-Busco una oveja.
-Vete, aquí no hay ovejas para ti.
-Dame una, anda. Y ya que el pastor fue capaz de echarte, ven conmigo, formemos los dos una sociedad.
-No sería una buena sociedad. Ayer el pastor me echó y no me dio nada de comer, yo estaba débil y tú pudiste robar una oveja. Pero hoy me ha pedido que vuelva con él, me ha alimentado y estoy bastante fuerte como para defender sus ovejas.
-Como quieras -dijo el lobo. En ese caso, debes batirte en duelo conmigo.
-De acuerdo -dijo Bello. Ve al bosque y espérame. En cuanto acabe mi trabajo, me reuniré contigo y nos batiremos en duelo.
El lobo gruñó y corrió al bosque a buscar amigos que lo ayudasen a luchar con Bello. El oso y la zorra se reunieron con él.
Pero el viejo Bello no fue solo al bosque. Llevó consigo al gato y el cerdo.
Al ver a Bello con sus compañeros, el oso y la zorra se asustaron. Bello se inclinaba continuamente sobre la pata coja y el oso refunfuñó:
-Mirad, va recogiendo piedras y nos las tirará a nosotros. El gato meneaba la cola de un lado para el otro y la zorra suspiró:
-Amigos, esto se pone feo. Mirad cómo agita su sable. Cuando el cerdo gruñó, el oso y la zorra se escondieron delmiedo que tenían: la zorra, tras un arbusto; el oso, en un árbol. El gato, muy contento al ver el miedo que provocaban en los amigos del lobo, comenzó a ronronear. Después, irritado por la maldad del lobo, bufó y resopló como hacen los gatos enfurecidos:
-¡Bust! ¡Bust!
La zorra, acobardada, creyó que el gato decía: «¡en el arbusto, en el arbusto!», así que dio un salto y puso pies en polvorosa sin mirar atrás.
El cerdo hocicaba y decía:
-¡Gramm! ¡Gramm!
El oso imaginó que el cerdo lo estaba buscando y que decía: «¡en la rama, en la rama!», así que bajó del árbol y siguió a la carrera el camino de la zorra.
El lobo, al quedarse solo, perdió sus brios y su valentía y se escapó con sus compañeros.
Así, Bello venció sin luchar y volvió tranquilo a guardar las ovejas.

143. anonimo (eslovenia)

El oso que quería comerse a la gente


Un día un oso se encontró con un mosquito y le dijo:
-Dime, mosquito, tú que te pasas gran parte del tiempo mordien-do a los otros animales, ¿quién tiene el mejor sabor?
-El hombre, sin duda -respondió el mosquito.
-Muy bien, muy bien -dijo el oso y se fue a buscar un hom­bre.
Se encontró con un niño:
-Hola. ¿Tú eres un hombre? -preguntó el oso.
-No, todavía no, pero llegaré a serlo -respondió muy orgu­lloso el chiquillo, dando saltos como si intentase convertirse en un hombre en un instante.
-Vale, vale, vete de una vez, deprisa -dijo el oso-. No me interesa nada alguien que todavía no es.
Y siguió su camino hasta que se encontró con un viejo men­digo:
-Hola. ¿Tú eres un hombre?
-Lo era, pero ya no lo soy -farfulló el mendigo, encogién­dose tanto de hombros que casi no se lo podía ver.
-Vete, vete -gruñó el oso-. No me importa alguien que ya no es.
Y siguio su camino hasta que encontró a un hombre monta­do a caballo.
-Hola. ¿Y tú quién eres?
-¡Un caballero! -gritó el hombre espoleando a su caballo.
Pero el oso fue tras él. El jinete desenvainó entonces su es­pada, golpeó al animal y lo hizo rodar por el suelo. Luego em­puñó el fusil y disparó un tiro al aire.
Más tarde, el oso se encontró de nuevo con el mosquito.
-Oye -dijo el oso-, tal vez el hombre sea el más sabroso de todos, pero he decidido que no me interesa darle caza.
-¿Y por qué? -preguntó el mosquito.
-Porque con el hombre no se bromea. Con solo verme, me ha sacado la lengua -¡y vaya si era larga!- y me ha dado con ella un golpe tan fuerte que puedo considerarme afortunado, porque estuvo a punto de partirme en dos. Y después me ha escupido encima unas cosas que parecían pedacitos de plomo. ¡Ha sido un milagro no haber muerto!

Fuente: Gianni Rodari

143. anonimo (eslovenia)

El diablo sirviente


Un pobre leñador fue al bosque a cortar leña. Tenía en el bol­sillo sólo un trozo de pan, porque no había encontrado otra cosa para comer. Muy concentrado en su trabajo, no se dio cuenta de que el diablo, que había salido del infierno, vagaba por el bosque. Este diablo no tuvo mejor idea que robar el trozo de pan del bolsillo del leñador y se escapó aprisa al infierno va­nagloriándose de su pillería.
Pero, para su desgracia, el rey de los diablos, Lucifer, se en­fadó muchísimo:
-¿No te da vergüenza haberle robado a ese pobre hombre? Tendrás que ir a trabajar con él. Ése será tu castigo.
El diablo escupió de la rabia, pero tuvo que obedecer. Se transformó en un peón y fue a ofrecerse como ayudante al leña­dor. Éste se quedó alelado:
-¿Cómo se te ocurre semejante cosa, jovencito? Ni siquiera tengo comida para mí, imagínate si voy a poder alimentar a un ayudante. Anda, anda, ve a buscar trabajo a otra parte.
Pero el diablo no se dio por vencido, dijo que no quería que le pagase por su trabajo, le suplicó al leñador que lo pusiera a prueba y que no haría nada que lo fastidiase.
-Vale, de acuerdo -dijo el leñador. Ve rápido al bosque, pues, a cortar un poco de leña para este invierno.
-Pero, amigo, ése no es un trabajo para mí. Si me pongo a cortar árboles, puedo echar abajo todo el bosque. ¿Qué vas a ha­cer con tanta leña?
-Entonces ve a arar el campo -dijo el leñador.
-Ten paciencia, amigo. Si comienzo a arar, en pocos minu­tos habré arado toda la tierra hasta el horizonte. ¿De qué te ser­viría?
-Dime, entonces, qué quieres hacer.
-Déjalo por mi cuenta -respondió el diablo. Ya encontraré un trabajo adecuado.
El leñador dijo que estaba de acuerdo y se fue a cortar leña. El diablo, en cambio, fue hasta el castillo del conde y le pre­guntó:
-Señor conde, ¿no necesitáis un criado hábil y diligente?
-Aquí nunca falta trabajo. Justamente hay tres graneros lle­nos de trigo que es necesario trillar.
-Mañana por la mañana el trabajo estará terminado -dijo el diablo. En compensación, tendréis que darme tanto trigo cuan­to pueda llevar a cuestas.
-Te lo daré de buena gana. Pero si el trigo no está todo tri­llado, no recibirás nada.
Nadie sabe lo que ocurrió esa noche en los graneros. Lo cier­to es que al amanecer la labor estaba cumplida: los granos en sa­cos y los haces de paja en la era. El conde estaba muy sorprendi­do y dijo:
-Muy bien. Ahora lleva todo lo que puedas cargar en tus es­paldas.
Esperaba que el diablo se llevase un saco de trigo, en todo caso dos, porque era un mocetón robusto. Pero el diablo echó saliva en sus manos, cargó en sus espaldas todos los sacos, toda la paja, los graneros, los establos, las caballerizas, los gallineros, las perreras, en una palabra, todas las posesiones del conde. Al único que no se llevó fue al conde. Y con toda aquella carga se fue a ver al leñador. Éste no daba crédito a sus ojos cuando el diablo colocó frente a él todos los bienes del conde. Y como fal­taba el señor conde, el leñador decidió que él mismo lo sería.
Entonces el diablo le dijo:
-¿Os acordáis, señor conde, de aquella vez en que perdisteis en el bosque un trozo de pan, cuando aún erais un leñador?
-Claro que me acuerdo.
-Bien: el pan os lo había robado yo y os he traído a cambio todos estos bienes. Ahora estamos en paz.
Y, dicho esto, el diablo desapareció dejando una estela de olor a quemado.

143. anonimo (eslovenia)