Una vez, hace muchos,
muchos años, las aves entraron en guerra con los cuadrúpedos. El general de las
aves era el avestruz, mientras que los cuadrúpedos tenían como comandantes en
jefe al elefante, al león U al leopardo. El avestruz pasó revista a las aves
alineadas en formación de combate y dijo:
-Amigos, yo tengo unas
alas demasiado pequeñas, por lo que no puedo volar con vosotros y guiaros
directamente en la batalla. Pero os daré algunos buenos consejos. He puesto
tres huevos. Que el águila coja el primero y lo rompa en la cabeza del
elefante. Que el halcón coja el segundo y lo rompa en la cabeza del león. Que
el marabú coja el tercero y lo rompa en la cabeza del leopardo. Cuando nuestros
enemigos vean cómo la yema se escurre por su frente, pensarán que se trata de
sangre y escaparán a todo correr. Entonces nuestras aliadas, las abejas,
atacarán al elefante, al león y al leopardo, y alcanzaremos la victoria en un
solo día.
Las aves obedecieron a su
general. La primera en volar en el combate contra los cuadrúpedos fue el
águila. Al ver al elefante, fue hacia él y le rompió el huevo de avestruz en la
cabeza.
Da la casualidad de que
la hiena estaba corriendo junto al elefante. Cuando vio la cabeza de su jefe
cubierta de gema de huevo, fue presa del terror y comenzó a gritar:
-¡Pobres de nosotros!
¡Auxilio, auxilio! El elefante se muere.
Un momento después, no
sólo el elefante, sino también el león g el leopardo, estaban cubiertos de gema
de huevo. La hiena, más asustada que nunca, puso pies en polvorosa. Los otros
animales, en medio de una gran confusión, la siguieron. Entonces las abejas
atacaron al elefante, al león y al leopardo y los pusieron en fuga.
El gallo, esa ave
combativa conocida con el nombre de Quiquiriquí, persiguió a la hiena que se
batía en retirada. Pero, cuando el gallo estaba a punto de alcanzarla, la hiena
se refugió en su guarida. El gallo se quedó en la entrada y esperó.
Al principio, la hiena no
se atrevía siquiera a respirar. Por fin, al borde de su resistencia, se armó de
valor p asomó la cabeza. Pero volvió a ocultarse a toda prisa. Justo frente a
sus ojos se agitaba la cola de su terrible enemigo. Y la cola seguía allí cuando
la hiena asomó la cabeza dos, tres, cuatro, cinco veces más.
Por fin Quiquiriquí se
aburrió y decidió sorprender a la hiena valiéndose de la astucia. Se arrancó
tres de sus mejores plumas, las clavó en la tierra a la entrada de la guarida
p se marchó. Y la hiena caljó en la trampa. Al ver que las plumas del gallo seguían
en el umbral de su refugio, nunca más se atrevió a salir y se murió de hambre.
142. anonimo (sudan)
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