Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 6 de agosto de 2012

El sol, la luna y el cuervo


Un día, una mujer mandó a su marido al mercado a comprar un poco de sémola, porque quería preparar un pudín para sus tres hijas. El marido compró la sémola y la metió en una bolsita; pero la bolsita tenía un agujero y los granitos fueron cayendo por el camino hasta que ga no quedó nada de la sémola.
-¿Dónde está la sémola? -preguntó su mujer cuando él lle­gó a casa.
El hombre volvió sobre sus pasos esperando poder recoger los granitos. Pero ya era de noche y el viejo suspiró:
-Si la Luna se dignase a brillar e iluminar mi sémola, estaría dispuesto a darle como esposa a mi hija mayor.
Inmediatamente, la Luna comenzó a brillar e iluminar la tierra.
El hombre se inclinó lentamente para recoger los granitos de sémola, pero pronto sintió mucho frío.
-¡Si el Sol se dignase a salir y darme calor, estaría dispuesto a darle como esposa a mi segunda hija!
Inmediatamente el Sol salió y comenzó a hacer tanto calor que el sudor se escurría por la frente del viejo.
Pero ya estaba cansado, y aún no había recogido más que un puñado de sémola. Se sentó entonces y dijo:
-Si el cuervo se dignase a volar hasta aquí para ayudarme a recoger los granitos de sémola, estaría dispuesto a darle como esposa a mi hija más joven.
Y pronto el cuervo llegó y recogió con su pico el resto de la sémola.
Entonces la Luna dijo:
-¡Dile a tu hija mayor que salga al balcón!
El hombre obedeció y la Luna se llevó consigo a la mucha­cha. Después llegó el Sol, que se llevó a la segunda hija y, por fin, el cuervo, que se fue con la más joven.
Un día el hombre le dijo a su mujer:
-Quiero ir a visitar a mi yerno, la Luna. La Luna lo recibió muy amablemente:
-¡Bienvenido, suegro! ¿Qué quieres de mí?
-Nada, gracias. Sólo he venido a visitarte a ti y a mi hija mayor.
-Estarás cansado del viaje. Date un baño -le dijo la Luna, y le pidió a su mujer que encendiese la estufa del cuarto de baño.
-Ya es de noche, estará oscuro el cuarto de baño -objetó el abuelo.
-Claro que no -se rió la Luna y apoyó el dedo en un peque­ño agujero de la puerta. Del agujero salió un rayo de luz tan fuerte que se habría visto una aguja en el suelo.
Cuando el hombre llegó a casa le dijo a su mujer:
-Enciende el fuego en el cuarto de baño porque quiero du­charme.
-¿A estas horas de la noche? -preguntó sorprendida la mu­jer-. Pero estará oscuro allí dentro.
-Enciende el fuego sin discutir. Te haré ver lo que he apren­dido de mi yerno.
Y apoyó el dedo en un agujero de la puerta, pero el agujero era tan pequeño que el hombre empleó más de una hora en sa­carlo. Sin embargo, el cuarto de baño seguía estando oscuro.
Cuando finalmente se curó el dedo del hombre, le dijo a su mujer:
-Ahora voy a visitar a mi segundo yerno, el Sol.
Y se fue a la casa del Sol. El Sol lo recibió amablemente:
-Bienvenido, suegro. Llegas a tiempo para cenar con no­sotros.
El Sol se tumbó en el suelo y su mujer puso a cocer sobre su estómago una sartén con croquetas de patatas. En pocos minu­tos las croquetas comenzaron a freírse y la cena estuvo lista.
Cuando el hombre volvió a casa, le dijo a su mujer:
-Prepara un puré de patatas, y con eso haremos croquetas para cenar.
Lo mujer preparó las croquetas y las puso en una sartén al fuego. Pero el hombre se tumbó en el suelo y le ordenó a su mujer:
-Pon la sartén sobre mi estómago.
-Pero ¿qué otra tontería estás inventando? -preguntó la mujer.
-Pon la sartén sobre mi estómago y te haré ver lo que he aprendido de mi yerno, el Sol.
La mujer retiró la sartén del fuego y la puso sobre el estó­mago del hombre, que naturalmente dio un salto gritando e hizo saltar todo por el aire porque se había quemado.
Otro día le dijo a su mujer:
-Ahora quiero visitar a mi tercer yerno.
Y fue a visitar al cuervo. El cuervo lo recibió cordialmente:
-Bienvenido, suegro. ¡Tu visita nos honra! ¿En qué puedo serte útil?
En nada, en nada, sólo he venido a veros.
-Bien -respondió el cuervo. Te daré mi mejor lecho, allí, sobre aquella rama.
El hombre subió a la rama del árbol y se durmió, pero du­rante el sueño se dio la vuelta, cayó a tierra y se rompió la nariz. Y aquí termina esta historia infeliz.

Fuente: Gianni Rodari

153 Anonimo (bielorrusia)

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