Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 29 de noviembre de 2013

El casero y el zorro .043

El casero 'taba bañandosé en un arroyo. Y en eso llega el zorro.
-¿Ajá! ¡Que 'tás haciendo?
-Y me estoy bañando...
Y quería volar y no podía. 'Taba todo mojado, todas las plumas mojadas, no podía volar. Y entonce dice que le dice el zorro:
-¡Aquí te quería agarrar yo!
Y entonce lo pesca de la cola y lo agarra, ¿no? Y lo llevaba.
-No me apretés tan juerte -le dice el casero.
-No -dijo.
-Llevame -dice el casero- a una parte ande hay sombra, porque si me comés acá te va hacer mal. Mirá que estoy bien gordo, yo.
-Sí, voy ande vos querás.
-Sí, llevame ande hay un árbol lindo, en aquella sombra. Bueno, se van.
Y vienen entonce todos los otros pájaros y dicen, gritando:
-¡Ah! ¡Lo agarraron, lo agarraron a Alonso, después tan arisco que era, tan arisco!
Y entonce que le dice don Alonso, que le dice al zorro:
-Pero, es una vergüenza. Digalé ¡qué les importa! -dice.
Y cuando abrió la boca para decirles qué les importa, le pegó el volido el casero y se le escapó otra vez, porque muchas veces lo había querido cazar el zorro al casero.

Pedro Mazzuco, 66 años. Federal, Entre Ríos, 1970.

Lugareño semiculto.

Cuento 43. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

El casero y el zorro .042

Éste era el zorro que un día había cazau al casero para comeseló. Y se lo llevaba en la boca. Iba por un camino y los demás pajarito se juntaron y gritaban alrededor del zorro. Que hacían un griterío muy grande, que lo enloquecían al zorro, diciendo:
-¡Pobre don Casero! ¡Pobre don Casero! ¡Tan bueno y tan trabajador, que lo irán a comer! ¡Y el zorro lo lleva! ¡Áhi lo lleva el zorro a don Casero tan bueno y tan amigo qu' es de todos!
Y el zorro iba no más con el caserito en la boca y marchaba por un camino. Y por áhi al casero se le ocurre decíle al zorro, que le dijiera a los demás pajaritos que eran tan entrometido, ¡qué les importa!
Entonce el zorro que 'staba enojado con tanto griterío se paró y les dijo:
-¡Qué les importa! -y abrió la boca tan grande que el caserito salió volando. Y así se salvó el caserito y el zorro se quedó rabiando no más.

Dora Passarella, 28 años. Villaguay. Entre Ríos, 1957.

Nativa de la comarca. Muy buena narradora. Semianalfabeta.

Cuento 42. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

El aguara y el alonsito (el zorro y el hornero) .039

Dice que ante... andaba un aguará... Y dice delante del aguará iba pasando un alonsito... jha jhe'í chupé el aguará (y le dice el aguará):
-Pero yáma nicó reyoguá pavé ndé abuelito, el finádope jha reguatarõ... zambó... jha rembotí-mbotírõ pende resacito... uperõ catú tevé es el reyoguá pait'éva -para adularle- ¿sabé pa? (Pero qué idéntico parecido tené a tu abuelito, el finado, y cuando caminó a saltito, a saltito, y cuando cerró, cerró eso tu ojito, entonce sí que le parecé en todo).
Jha upérõ... é claro qu' el pajarito má cerraba y má abría lo ojito y en una de ésa saltó sobre él el aguará y le agarró... Y le tenía fue en la boca. Y dice que el alonsito le dijiste entonce:
-Aní'pi che yucá güeterí. Jha agha yajháne ya pasá peteĩ gallo renonderupi jha jhe'íne ndéve (No, pué, me vaye a matá todavía. Y ahora iremos por delante de un gallo y entonce te va a decí): ¡Epoí pe alonsítope! Jha entonce decile usté: ¡Nda poichéne! (¡Largale a ese alonsito!) Y entonce contestale usté: ¡No le he de largá!
Y dicen que fueron a pasá por delante del gallo. Y dice que le dijiste el gallo al aguará:
Epoí pe alonsítope!
Y entonce le dijiste el aguará:
Nda poichéne!
Abrió fue la boca el aguará para hablá y salió fue a vuelá el alonsito. Y le bromó el aguará. Y subió en la rama a mirá por él.

Gregorio González, 70 años. Itá Ibaté. General Paz. Corrientes, 1950.

Transcribió el cuento la Sra. Rosa E. Gelardi de Schlomer, directora de escuela. El español del narrador es el de los viejos comarcanos que no han concurrido a la escuela y hablan el guaraní preferentemente. El narrador traduce espontáneamente su guaraní muy hispanizado.
Antes de comenzar el cuento dice el narrador:
-Aicua'á co peteí cuentico ïmá güaréva, la señora (Sé un cuento de antes, la señora).
Quiere decir que lo sabe narrar en guaraní.
-¿Conoce pa la señora el aguará? -agrega para advertir que ese animal es el personaje de su cuento.

Cuento 39. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

Cuento del compadre el zorro .037

Había hace muchos años un zorro que vivía cerca del alonsito. Se hizo compadre del alonsito. Una vez andaba con hambre atrasado el zorro, y se propuso comerlo al compadre alonsito.
Cuando supo el alonsito de las intenciones de su compadre, no se descuidaba un solo momento.
El zorro lo encontró al alonsito cerca de un estero y le dice:
-Acercate, compadre, que te contaré un cuento.
El alonsito se paseaba dando saltitos sin acercarse. Tanto hizo el compadre para cazar al alonsito, que al fin, para engañarlo le dijo:
-Pero, me hacés recordar a tu padre con ese modo de caminar tan compadrito que tené. Yo le conocía mucho a tu padre.
Cuando le habló del padre muerto, el alonsito se acercó, y el zorro de un salto se lo cazó.
Viendosé ya muerto el alonsito, mira hacia el estero y ve dos mujeres lavando ropas, y le dice al compadre zorro:
-Mirá, esas mujeres dirán: ¡El pobre alonsito será muerto! Y vos, compadre, cuando griten, contestale: ¡Qué les importa!
Entonce el alonsito empieza con su ¡Tis, tris! ¡Tis, tris!... gritando fuerte.
Miran las mujeres y dicen:
-¡El pobre alonso será muerto! ¡Lo lleva el zorro en la boca!
Y el zorro enfadado contesta:
-¡Qué les importa!
Al decir esto el compadre abre la boca y el alonsito volando se escapa, salvandosé de la muerte.

Carmen L. F. de Godoy. Arroyo Marote. Curuzú Cuatiá. Corrientes, 1950.

La narradora es directora de escuela. Habla el guaraní de Corrientes. Pronuncia con marcada aspiración las eses finales.

Cuento 37. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

Casos del zorro y del tigre .104

Ande es monte, el tigre diz que había sido el rey de todos los animales. Y tenía un sobrino, que era el zorro, y se llamaba Juan. Y como el tigre era más poderoso, él comía bien y el zorro se moría de hambre.
Y un día el tigre había carniado una ternera linda y tierna y gorda, y entonce había 'tao pasando el zorro. Muerto di hambre el zorro, y lu había visto al tigre, y le dice, le pegó un grito:
-Tío, deme la tripita.
-No, ésa es bombilla pal mate de tu tía tigra -li ha dicho el tigre.
-Deme la pancita.
-No -dice-, ésa es el mate de tu tía tigra.
Entonce el zorro li ha vuelto a pedir:
-Bueno, entonce, siquiera la bostita, deme.
-No, hijo, ésa es yerba de tu tía.
Y no le ha querío dar nada y él había comido lo mejor.
Y después, el zorro se ha desconsolado del todo. Y que ha comido el tigre y si ha dormido el tigre. Y entonce el zorro le agarró la vejiya de la ternera y la había puesto al sol. Y había pillau muchas moscas y guanqueiros, y los había echau adentro. Y entonce empezaron a bramar adentro de la vejiya, los bichos. Y después que le había atado en la punta de la cola al tigre, y recién le había gritau. Lo recuerda, y entonce le dice:
-¡Tío! -que le gritaba, allá vienen unos cazadores. Parece que traen muchos perros.
Y se ha recordao el tigre y ha dicho, asustao:
-¿Son muchos?
-¡Son muchos, muchos! -le ha dicho el zorro, y ha disparao el zorro pa que dispare el tigre.
Y ha disparao el tigre. Y el tigre no se puede dar vuelta, y créia que eran los perros que lo iban corriendo, lo que bramaban las moscas y los guanqueiros en la vejiya. Que de miedo había salíu disparando el tigre y había dejau la ternera. Y entonce si ha vuelto el zorro y ha comíu lo mejor. Cuando ya ha corríu mucho, el tigre, se li ha roto la vejiya y si ha dau cuenta que lo 'staba jodiendo el zorro. Y si ha vuelto y lu ha empezau a buscar. Y ha teníu que conchabar a un animal pa que lo vaya a buscar. Había buscau un carancho nuevo pa que lo pueda buscar. Y lo ha buscau y no ha podido dar con él.
-Bueno -li ha dicho el tigre, yo me voy a hacer el muerto pa que si arrime el zorro. Y vos empezá a llamar a todos los caranchos y a todos los animales. Cuando vea el zorro que todos vienen y crea que m'hi muerto, se va a animar el zorro y va a venir.
Y entonce si había hecho el muerto, el tigre, y se había tirau en el campo limpio. Y empezaron los caranchos a dar vuelta, encima. Y ya si ha dicho por todas partes que si ha muerto el tigre. Y han ido llegando todos los animales. Y ya dice que 'taba llegando el sobrino, porque dice que tenía que ir al velatorio del tío. Y el zorro es muy desconfiau. Dice que despacito se había ido arrimando al tigre muerto. Hasta que se ha arrimau al lao de la cola. En eso, si ha dau cuenta el zorro que el tigre resollaba con disimulo y si hacía el muerto. Entonce ha dicho:
-Todos los dijuntos que yo hi visto si han péido.
Y el tigre que ha hecho juerza y si ha péido. Y áhi ha gritado el zorro:
-Dijunto que se péi no velo yo -y si ha disparau el zorro y hasta el día de hoy no lu han visto más.

Jesús Perea, 50 años. Cafayate. Aimará. Salta, 1954.

Campesino de la zona rural de la ciudad de Cafayate. La preferencia por los tiempos verbales compuestos que se observa desde Tucumán hacia el Norte se comprueba en este cuento.

Cuento 104. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

Agüita, ¿te dejás beber? .139

El zorro ya no tenía ande ir que el tigre no lo persiguiera. Había una sola parte pa ir a tomar agua y áhi siempre bajaba Juan con desconfianza. Había una seca muy grande y nu había otra parte pa ir. Como el tigre sabía esto, jue y se metió entre los yuyos y esperó que viniera Juan. Al rato no más llegó Juan. De lejo le pareció ver el bulto overo del tigre, pero no 'taba seguro, Entonce, de lejito no más dice:
-Agüita, ¿te dejás beber?
Y repitió tres veces, pero el tigre 'taba calladito. Entós es que dice el zorro:
-Pero, ¡ve!, que todos los días me contesta y agora no dice nada, esta agua. Agora me voy a dir sin beber.
Entonce aflautando la voz, es que dice el tigre:
-¡Bebeme no más! ¡Bebeme no más!
-Agüita qui habla no bebo yo -dice el zorro, y disparó.
El tigre lo sacó corriendo di atrás, pero, ¡qué!, ni lo vido porque se perdió entre el monte.

Juan Lucero, 65 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1950.

Cuento 139. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

Agüita, ¿te beberé? .127

Es que el tigre, como no lo podía pillar al zorro, resolvió esconderse ande tenía que venir a tomar agua. Había una seca muy grande y áhi era la única parte ande había un ojo di agua.
Y es que viene el zorro y como es tan astuto venía escuchando. Y ya oyó un ruidito de las hojas secas y se dio cuenta qui áhi 'taba el tigre. Y es que dice, de lejito no más:
-Agüita, ¿te beberé?
Nada el tigre. Y vuelve a decir el zorro:
-Agüita, ¿te beberé?
Y ya lo vio al tigre y vuelve a decir, ya más fuerte:
-Agüita, ¿te beberé?
Ya no había podido sufrir el tigre y le dice, con rabia:
-¡Bebeme!
-¡Agua qui habla no bebo yo! -dice el zorro, y que sale corriendo. Si ha disparau.
Es que ha saltau el tigre, pero ya no le vio ni el polvo. Más rabia tenía y lo siguió persiguiendo.

María Adela Oviedo de Nieva, 68 años. Santa Rosa. Tinogasta. Catamarca, 1970.

Cuento 127. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 030 

La mujer de nieve

Hace mucho tiempo, en una montaña llamada Caballo Blanco vivían solos Mo­saku y su hijo Minokichi; la madre había muerto cuando éste contaba pocos años de edad.
Padre e hijo, cuando llegaba el invierno, aprovechaban todos los días para cazar zorros, ciervos y osos cuya piel vendían en la ciudad. Una mañana hibernal, muy de madrugada, cogieron la escopeta y se fue­ron al monte, pero por más que buscaron no pudieron encontrar ninguna pieza. Sin perder la esperanza, siguieron recorriendo el terreno hasta que oscureció. Entonces, empezó a nevar con un ventisco tan fuerte que les impedía mantenerse en pie; ga­teando, siguieron hasta el pequeño refugio para cazadores que había no muy lejos del lugar donde se encontraban.
Al llegar allí, como tenían las manos y los pies helados, encen-dieron fuego para calentarse, prepararon té y comieron las provisiones que les quedaban. Hablaron de la mala racha que habían tenido, de la nevada que les impedía su regreso, etc... De pronto, el padre le dijo al hijo:
-Minokichi, hijo, ya tienes 20 años, em­pieza a ser hora de que vayas pensando en casarte, yo ya me hago viejo y en casa nos hace mucha falta una mujer...
Pero mientras Mosaku hablaba, el hijo, que se había recostado cerca de la lumbre, ya estaba roncando. El padre, en vista de que el hijo no le escuchaba, también em­pezó a bostezar y no tardó en dormirse.
Afuera la tempestad de nieve seguía y a causa de los silbidos del viento Minokichi se despertó y observó que había dejado apagar el fuego. Se levantó para ir a buscar más leña pero en ese momento, cuando iba a salir, vio a una mujer de una tez blanquí­sima que, sin decir nada, estaba de pie en la puerta.
Quiso chillar y preguntarle:
-¿Quién eres?, ¿de dónde vienes?, ¿qué quieres?
Pero fue inútil, no le salía la voz; era como si una gran piedra le oprimiera el pecho y le impidiera mover ni un solo dedo.
Esta mujer se quitó la esclavina de paja, penetró en la habitación y se dirigió hacia Mosaku, quien sin darse cuenta, seguía durmiendo. Luego se inclinó sobre él y sopló un aire helado que poco a poco lo fue congelando hasta dejarle sin vida.
-iSocorrooo! ¡Auxiliooo! ¡Tú eres la Mujer de Nieve! -gritó el hijo.
Entonces, la Mujer de Nieve se encami­nó al lugar donde estaba Minokichi y lo miró fijamente, diciéndole:
-Tú, como todavía eres joven y segura­mente te quedan ilusiones, por esta vez te salvo la vida, pero te lo advierto: lo que acabas de ver no lo digas a nadie; si des­cubres este secreto, morirás.
-De acuerdo, no lo diré a nadie.
Vista de cerca, era muy bonita, blanca como la nieve, la boca como una guinda y los cabellos largos y negros.
Después de haber dicho esto, la silueta de la mujer desapareció dejando un torbe­llino de nieve.
Cuando amaneció, Minokichi cargó a las espaldas el cuerpo sin vida de su padre y descendió la montaña.
La gente del pueblo, al enterarse de la muerte de Mosaku, se presentó a su casa para la preparación de los funerales. Mi­nokichi estaba muy contento con todas esas gentes humildes que le consolaban. Sin embargo, en su corazón quedaba una heri­da punzante de arrepentimiento.
-Como dejé apagar el fuego del hogar, por eso se presentó la Mujer de Nieve. Fue culpa mía, sabía que era peligroso un día de tempestad pero..., me descuidé y mi padre pagó mi negligencia con su vida. Todo esto es muy extraño pero no debo contárselo a nadie.
Como estaba acostumbrado a vivir en compañía de su padre, ahora solo, se mo­ría de tristeza. Sin embargo, el tiempo pasó y un día de tormenta...
-Toc, toc, toc.
Minokichi abrió la puerta y en el umbral se encontraba una joven muchacha de be­lleza singular que le habló así:
-Me llamo Nieves, estaba yendo de camino hacia la capital imperial en busca de trabajo, pero me perdí en el sendero y, con esta lluvia... ¿No le importaría alber­garme una noche?
-Pobrecita, ¡estás completamente mo­jada!, pero yo vivo solo y no tengo otra cama, ni tampoco puedo darte gran cosa para comer, mejor será que llames a otra puerta.
Habiéndole dicho esto, la miró de nuevo y como le pareció que estaba muy cansa­da, la dejó entrar. Después empezó a her­virle arroz; mientras, ella le contó que no tenía familia ni casa y que se conformaba con dormir sin cama y comer poco, pero que la dejara quedarse solamente una noche.
Como Nieves era tan bonita y cariñosa, Minokichi se prendó de ella y le pidió que se casara con él. Fue muy buena esposa y tuvieron muchos hijos, así que eran felices. Pero había algo extraño que preocupaba al marido: era que cuando hacía buen tiem­po o había sol, ella no salía de casa y se desmayaba con frecuencia; no obstante, en cuanto oscurecía salía 'a la calle con sus hijos para hacerles jugar y cantar.
Así, de esta manera pasaron muchos años, pero un día por la noche, Nieves estaba zurciendo un kimono con poca luz. Afuera nevaba mucho y el viento hacía temblar la destartalada casa. Minokichi es­taba recostado mirando a su esposa muy aficionada en su labor. De pronto, le dijo:
-Es muy extraño: tú, Nieves, no enve­jeces nunca, estás tan guapa como antes.
-¡Qué va! Esto te lo parece a ti -dijo ella, sonrojándose.
-Ahora que me acuerdo, cuando era joven, una vez vi a una mujer tan guapa como tú, sí, sí, se parecía a ti...
Entonces, todo lo ocurrido le vino a la memoria.
-En aquel tiempo tenía veinte años... (Nieves dejó la costura y le escuchó con mucha atención), estando en la montaña con mi padre nos resguardamos de una tempestad de nieve en un refugio y, aquella noche..., vi a esta mujer de la que te hablo.
De pronto, Nieves se levantó y dijo:
-Al fin has roto el secreto, me prome­tiste que no lo dirías.
-¡Ah! Tú eres la misma mujer, ¡la Mu­jer de Nieve!
-Sí, yo soy la Mujer de Nieve, pero como has quebrantado la promesa, ya no puedo seguir existiendo bajo forma huma­na. ¡Qué lástima!, yo que pensaba poder
Cuando decía estas palabras, ya se ha­bía convertido otra vez en Mujer de Nieve y estaba levantada cerca de la puerta.
-No te mato como te dije, ya que tene­mos hijos comunes y nadie podría cuidar de ellos, confío en que los atenderás bien, todavía son muy pequeños. ¡Que tengas suerte, adiós!
Y desapareció entre la nevisca.
-¡Espera Nieves, no te vayas! -gritó Minokichi.
Los niños se despertaron y también sa­lieron a la puerta.
-¿Adónde vas mamá? -lloriqueaban, pero el rumor del viento confundía sus vo­ces y ella se fue alejando sin volver nunca más.
En las regiones del norte de Japón, don­de nieva con frecuencia, todavía se cree que existe la Mujer de Nieve y que anda buscando a las personas de buen corazón con su voz triste y melancólica, los días de ventisca.

Explicaciones del cuento

Yukimino: Esclavina hecha de paja de arroz y hojas secas que servía para prote­jerse de la nieve y de la lluvia. Todavía se usa en las regiones del norte del Japón.

0.040.1 anonimo (japon) - 028

La montaña Kachi-kachi

En un pueblecito de Japón, hace mucho, muchísimo tiempo, vivían un anciano la­brador y su esposa, por cierto que no muy felices por culpa de los daños que les pro­ducía un malvado tejón. Éste bajaba de la montaña, se introducía en el campo y se ponía a arrancar y pisotear las plantas que con tanto esmero habían sido sembradas. El anciano enrojecía de cólera cada vez que esto ocurría, pero no había modo de atrapar al autor para castigarle.
Cierto día, estando el anciano en el cam­po en plena faena, advirtió que detrás suyo, sentado sobre una chueca, se hallaba un tejón que se reía de él viéndolo trabajar con tanto ahínco.
-Eres un viejo tonto. Trabajas en vano. Ya me encargaré yo de que después no quede nada de lo que has sembrado.
El anciano se enojó mucho y comprendió que aquél era el aborrecible tejón que le estropeaba siempre todas sus bellas plantas. Cogió un palo y corrió hacia el tejón, pero éste ya se había escapado. Al no poder hacer nada, regresó a su casa.
Al día, siguiente, el anciano se despertó temprano, fue a la montaña y untó con resina la parte superior de la chueca donde el día anterior se había sentado el tejón. Luego empezó a labrar la tierra como de costumbre. Al poco rato, se presentó el tejón, el cual sin haber nada, se sentó en la chueca y empezó de nuevo a mofarse del anciano.
-Ja, ja, ja, qué risa me das!
El pobre labrador seguía trabajando sin hacerle caso.
-Oye, viejo tonto, en tu campo todo se pudrirá. No cosecharás nada y te morirás de hambre.
El anciano no pudo aguantar más.
-¡Maldito tejón!
Y se lanzó contra él. Claro que el tejón quería escapar como el día anterior, pero no pudo moverse a causa de la resina. El anciano sacó una soga de su bolsillo, lo ató y se lo llevó a casa.
-Mira lo que te he traído -le dijo a su esposa. Prepara sopa de tejón...
Colgó al tejón del techo y volvió otra vez al campo.
Entonces la abuela empezó a moler tri­go para hacer harina. Al verlo, el tejón con un tono muy amable le preguntó:
-¿Qué está haciendo, abuelita?
-Estoy moliendo trigo porque se me ha terminado la harina.
-¡Pobre abuelita! Es un trabajo dema­siado pesado para usted. Déjeme que le ayude. Quíteme estas ataduras.
-¡Oh no, eso no! Si te desato, ¡cómo me regañaría mi marido!
-No se preocupe abuelita, una vez ter­mine de moler el trigo, áteme nuevamente como ahora.
La buena anciana se dejó convencer por las razones del tejón, le desató la soga y le prestó el mazo para machacar el trigo.
El tejón empezó a moler los granos con mucha destreza y cuando hubo terminado le pidió a la abuela que viera si lo había hecho bien. La abuela inclinó la cabeza dentro del mortero y el tejón aprovechó para darle un golpe con el mazo. La pobre anciana cayó muerta.
Luego, el malvado tejón se transformó en la abuela, hizo sopa con ella y esperó a que el abuelo regresara del campo.
Al atardecer, el anciano volvió a casa muy contento pensando en la deliciosa cena que le esperaba esa noche.
-¿Has preparado ya la sopa de tejón?
-¡Claro que sí! ¡Qué tarde llegas! Sién­tate que ahora mismo te sirvo la sopa.
Y empezó a servírsela. Al abuelo le gus­tó y le pidió otro tazón. Pero, cuando el tejón se levantó para ir a la cocina a buscar más sopa, por debajo del kimono le salía el rabo.
El abuelo arrugó el entrecejo y com­prendió cuán desgraciado era.
El tejón, más rápido que un rayo, huyó por la puerta trasera y entre risotadas le iba gritando:
-Ja, ja, ja! Me he burlado otra vez de ti, abuelo.
-¡Pobre abuela! ¡Pobre abuela! -decía mientras lloraba desconso-lado el anciano.
Entre tanto, apareció un conejo que des­de la montaña había oído todo lo ocurrido y animando al anciano le prometió vengar­se del perverso tejón.
Unos días después, cuando el conejo estaba en el campo haciendo gavillas de paja, pasó por allí el tejón y le preguntó:
-Conejito, ¿qué haces?
-Como hace frío, quiero construirme una choza con esta paja.
-¡Qué buena idea! ¡Déjame que te ayu­de conejito!, yo también quiero construir­me una choza así.
-De acuerdo, primero ayudame a hacer las gavillas.
Cuando terminaron la faena bajaron de la montaña, el tejón llevando una gran car­ga en las espaldas y el conejo poca.
-¡Cuánto pesa! Voy a dejar mi carga aquí -dijo el conejo, cuesta menos tra­bajo hacer una madriguera.
El codicioso tejón le dijo que llevaría él toda la paja, de este modo, el conejo libre de la carga, andando detrás de él, empezó a hacer chispear dos piedras.
-¡Kachi-kachi!
-Oye conejito: ¿qué es ese ruido: ka­chi-kachi?
-Es el pájaro de la montaña Kachi-­kachi, que está cantando -le contestó el conejo.
Y empezó a encender la carga del tejón y escapó.
Al día siguiente, el conejo estaba en la montaña Fuji preparando pasta de soja. En aquel momento apareció el tejón lleno de quemaduras, estaba enojadísimo con el conejo. Pero él simuló no saber nada y le preguntó:
-¿Por qué estás enfadado? Yo no te he hecho nada, el conejo de la montaña Kachi­kachi no es el mismo que el de la montaña Fuji.
El tejón se convenció y le pidió algún remedio para sus quema-duras. Enseguida, el conejo mezcló mostaza en la pasta de soja y se la untó en la espalda.
-¡Ay, ay, ay!
Al tejón le escocía una barbaridad. Co­rriendo como un loco, se lanzó a un río para lavarse la pasta y se prometió alcan­zar al conejo. Corriendo, corriendo, llegó a la montaña de Cedros, donde se hallaba el conejo cortando un árbol.
-¿Qué haces, conejito?
-Voy a hacer una barca porque quiero ir a pescar.
-Quiero ayudarte a hacer la barca. Pero si no recuerdo mal, no hace mucho me trataste muy injustamente en la montaña Fuji.
-¡Ah! Aquél no era yo. El conejo de la montaña Fuji no es el mismo que el de la montaña de Cedros. Por favor, no te enfa­des conmigo.
Otra vez, engañado por los argumentos del conejo, quiso participar en hacer la barca, no obstante, el conejo le dijo:
-Tú, como eres negro, haz una barca de barro y yo, como soy blanco, voy a hacerla de madera.
El tejón, muy contento, empezó a hacer una barca con barro.
Terminadas las barcas, se fueron a pes­car. A medida que se internaban en el mar, el conejo empezó a cantar golpeando el borde de la barca con el remo.
-¿Por qué golpeas con el remo, co­nejito?
-Sin hacer esto los peces no vendrían y no podríamos pescar. Golpea tú también.
El tejón empezó a hacer lo mismo y la barca comenzó a quebrarse.
-¡Se me quiebra la barca! ¿Qué hago?
-No te preocupes, ¡golpea!, ¡golpea! Así, por las grietas también entrarán los peces.
El tejón golpeaba más y más fuerte, las grietas se hacían cada vez más grandes y la barca empezó a hundirse.
-¡Socorro! ¡Auxilio!
Muy cerca de la playa, se hallaba ya el conejo, quería llegar lo más pronto posible a casa del abuelo para darle la buena no­ticia.
-¡Abuelo! ¡Abuelito!, no llores más, el tejón ya se ha hundido en el mar.
El abuelo contento, al saber que el cone­jo supo darle su merecido, fue al monte a labrar su campo.
Y gracias al conejo volvió la calma a la montaña.

Explicaciones del cuento

Irori: Hogar que había en la sala principal de la casa y que servía para cocinar y calentarse al mismo tiempo.
Shoji: Puerta corrediza de madera bastan­te ligera con pequeñas y numerosas aber­turas cubiertas por un papel blanco. Tiene la función de separar un cuarto de otro.
Usu: Mortero de madera que se usa para moler el trigo o machacar el arroz hervido al vapor, a fin de hacer con él una pasta.
Zori: Especie de sandalias de paja de arroz que calzaban antiguamente la gente de cla­se media.

0.040.1 anonimo (japon) - 028





La grulla presa en la trampa

En una pequeña aldea, hace ya muchísi­mos años vivía un matrimonio anciano, humilde pero muy bondadoso.
Un día, cuando el abuelo estaba arran­cando las hierbazas del campo, oyó el tris­te quejido de una grulla en el arrozal veci­no y se acercó para ver lo que ocurría...
-¡Caramba! Parece que no puede volar...
Era una gran grulla que estaba forcejean­do para escaparse de la trampa en la que había caído.
El anciano se acercó enseguida para de­senredar el lazo que apresaba la pata del pobre animal.
-¡Pobrecita! debía de hacerte mucho daño.
Con mucho cuidado, la sacó de la tram­pa y le curó la herida de la zanca vendán­dosela con un pañuelo. La grulla no tardó en recuperar sus fuerzas.
-A ver, prueba ahora si puedes volar...
La grulla empezó a volar muy contenta, dando vueltas a su alrededor hasta desapa­recer en el firmamento azul.
El abuelo se sintió satisfecho por haber realizado una buena acción. Al volver a casa, se lo contó a su esposa que, al tener también muy buen corazón, sonrió diciendo:
-Has hecho bien en soltarla de la tram­pa, no es bueno hacer sufrir a los animales.
Después de cenar, la casa estaba en cal­ma; mientras la abuela lavaba los cacha­rros en la cocina, se oyó a alguien llamar a la puerta.
-¡Toc, toc!
-¿Quién será, tan tarde? -susurró el abuelo, levantándose y abriendo sigilosa­mente la puerta.
Afuera había una bonita niña descono­cida. La niña dijo:
-Vengo de un lugar lejano y como está nevando mucho y se me han roto los zapa­tos de paja no puedo seguir andando. Por favor déjenme pasar esta noche con us­tedes.
-Claro que puedes quedarte, faltaría más, entra y te calentarás con el fuego del fogón -dijeron los dos ancianos amable­mente.
El abuelo se apresuró a añadir leña en la lar para que se reanimara y después empe­zó a zurcirle los zapatos con paja de arroz; la abuela, por su parte, estaba atareada haciéndole una sopita caliente. La niña no sabía cómo agradecerles tanta bondad, huérfana de padre y madre desde su tierna infancia, nadie la había mimado así.
Al día siguiente, como todavía no para­ba de nevar, los abuelos le propusieron que se quedara a vivir con ellos que la tratarían como a su propia hija.
La niña aceptó de buen grado. Aquel día, hacia la madrugada, la chica se levan­tó y se dirigió de puntillas a la cocina para preparar el desayuno pero..., no quedaba ni un grano de arroz ni pizca de pasta de soja para la sopa.
-¿Qué puede hacer? Yo que pensaba ser un poco de ayuda para estos cariñosos vejetes...
Recorrió la casa y vio que en una de las habitaciones había un telar lleno de polvo que debió de usar la abuela cuando era joven. Pensó que cuando se levantara el abuelo le pediría que lo engrasara y podría cooperar tejiendo un poco.
El anciano no tardó en limpiar y prepa­rar el telar para que la niña pudiera uti­lizarlo.
-¡Qué bien, abuelitos! Voy a tejer tela para kimono para que la vendáis. Y di­ciendo esto entró en la habitación, no sin antes darles las «Buenas noches».
Mientras ellos estaban acostados se oía el ruido de la máquina.
-KI TON, KA RA RA. KI TON, KA RA RA.
Esperó a que se despertaran para pre­sentarles la tela que había tejido durante la noche.
-Tenga usted esta pieza de tejido abue­lito, y no la venda por menos de 100 ryos.
-¡Oh! ¡Qué hermosa!
Era un tejido precioso de una seda blan­ca y brillante con el dibujo de unas grullas. Los dos se sorprendieron al verlo.
-¡Hasta ahora no habíamos visto nada igual!
El abuelo inmediatamente fue a la ciu­dad y le dieron por la tela más de 100 ryos. Se sorprendió de haberla vendido tan cara. Después, compró arroz y pasta de soja y para la niña una peineta roja. El dinero restante lo guardó con mucho cuidado den­tro del cinturón del kimono.
Aquella noche, verdaderamente fue una noche feliz, el abuelo bostezaba satisfecho y la abuela pudo preparar una buena cena; la niña se alegró de verles la cara de con­tento.
-Buenas noches, abuelitos, que descan­sen bien, yo todavía voy a trabajar un poco más. Pero tienen que prometerme que mien­tras estoy tejiendo no se asomarán a mi­rarme.
-Te lo prometemos -respondieron sin darle importancia.
Pero algo les despertó la curiosidad.
«¿Cómo puede tejer sin hilaza?», se pre­guntaban, pues en casa no hay y nunca les encargó comprarla.
Tardó más tiempo en tejer la segunda tela; también le dieron al abuelo más dine­ro por ella y los comerciantes se la dispu­taban entre ellos.
Sin embargo, al cabo de tres o cuatro días, poco a poco la niña iba adelgazando y se veía incluso que se esforzaba en son­reírles.
Un día, al volver el abuelo de la ciudad, encontró en el suelo la peineta roja que le había regalado.
-Tan contenta que estuvo cuando se la compré y ahora ni se da cuenta de que la ha perdido... ¿Qué le ocurrirá a la niña? -pensó el abuelo.
La abuela también estaba preocupada al ver que por muy suculenta que fuera la comida, enseguida colocaba los palillos en­cima de la mesa diciendo que ya era su­ficiente.
-Hoy quiero tejer la última tela para ustedes, pero recuerden que me prometie­ron no mirar.
Los dos vejetes no sabían cómo prohi­birle que tejiera, pero no podían conciliar el sueño, pendientes del ruido del telar.
La abuela dijo:
-Parece que el ruido se debilita... An­tes, la niña tejía con más fuerza, ya no se oye... Abuelo, ve a ver qué ocurre.
El abuelo se levantó y entre dientes dijo:
-Se lo prometimos, pero por una sola mirada no ocurrirá nada.
Se dirigió a la habitación y se asomó con cuidado.
-¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¿Dónde está la niña?
Su sorpresa fue sin límites, la que estaba tejiendo era una grulla.
La grulla arrancándose del cuerpo sus plumones uno a uno y escogiendo los mejores, había estado tejiendo todas aquellas telas preciosas. Por esta causa la pobre grulla estaba delgada, casi desplumada.
El abuelo cerró la puerta de prisa, pero ya era tarde...
La grulla, al darse cuenta de que se ha­bía asomado el abuelo, se transformó otra vez en niña y salió de la habitación.
-Abuelito, yo soy la grulla que tuvo el honor de ser salvada por usted y para agra­decerle aquel favor conseguí que el dios de los animales me permitiera presentarme bajo la forma humana y así ayudarles a salir de la miseria que estaban pasando. Pero como ya han descubierto mi verdade­ra figura no puedo quedarme más con uste­des -les dijo con lágrimas en los ojos.
-No nos importa que seas una grulla, quédate a vivir con nosotros. Además, ha sido culpa mía, no debía haberme asomado...
-No, no es culpa de nadie. De todas formas, ya no puedo hacer nada más por ustedes. Les agradezco mucho lo bien que me han tratado. Cuídense mucho. ¡Adiós!...
La niña otra vez transformándose en gru­lla y cogiendo en el pico la peineta roja levantó un vuelo tanto o más precioso que las mismas telas que había tejido.
La grulla no volvió nunca más, pero gra­cias a las telas, el abuelo y la abuela no volvieron a pasar más apuros y vivieron felices.

Explicaciones del cuento

Los japoneses de antaño tenían la creen­cia de que todas las aves que volaban en libertad eran sagradas, en especial, la gru­lla, pájaro admirado por su elegancia. La «grulla cresti-roja» se supone que vive de 80 a 100 años; por eso, al ser símbolo de larga vida, se ve con frecuencia su imagen en telas delimonos; cerámicas, pinturas y en otros objetos que tengan relación con acontecimientos felices.
Basándose en la idea de la grulla como ave venerable, hay una leyenda en la re­gión de Togoku, prefectura de Nigata, la cual explica la historia de un joven que, habiendo salvado a una grulla, ésta se trans­formó en su esposa; y para pagar el favor recibido, tejía con sus plumas unas telas preciosas. El joven vendió estas telas y llegó a ser rico, pero un día se asomó a la habitación donde su esposa trabajaba y encontró a una grulla muerta.
Después la enterró y sobre sus restos fundó un templo llamado Chinzoji, famoso por sus ricas telas: «Chin» significa tela preciosa, «Zo» conservar y «Ji», templo budista.
A partir de esta leyenda se cree que se formó el cuento de «La grulla presa en la trampa».

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