Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 23 de octubre de 2012

El perrito

El viento soplaba, era otoño, las hojas ya estaban amarillas y algunos árboles empezaban a quedarse calvos. Unos niños chapoteaban entre las hojas, un perrito levantaba su patita hacia un árbol.
Allí donde quedó mojado empezó a crecer un agujero que el perrito quizo oler, pero ésto no le bastó y entró para ver qué había ahí adentro. Se encontró con muchos otros de su especie, de todos los colores y tamaños, vinieron a darle la bienvenida amistosamente... pero el pequeñito no lograba reconocer los olores de sus congeneres, los pelos de su lomo empezaron a erizarse. Un enorme gran danés grís se le acercó para avisarle que no tenía nada que temer allí, todos cuantos vinieran estarían en paz, a cambio de ésto no podrían volver más a su vieja casa, allí era el reino de los perros, donde sólo hacían lo que más les gustaba, comían los bocados más ricos y nadie los maltrataba. Un galgo de melenas larguísimas vino a mirar qué pasaba también, el perrito estaba empezando a no entender nada de lo que ocurría.
-¿Qué era aquello, por qué era todo tan distinto allí, era el paraíso, estaría muerto?, se preguntó. Los otros animales le confirmaron que nada de muerto, allí era la verdadera vida, la de los perros sin dueños ni esclavitudes ni ordenes de nadie. Todos sabían cómo era la vida allí, cómo habían de comportarse, cómo convivir. Allí él era su propio dueño.
El perrito creía que aquello no era para él, si nadie le mandaba y decía cómo debían ser las cosas, cómo sabría cuándo tenía que ir a su arbolito, cuándo comer, cuándo y cómo jugar... Otro perrito, de su tamaño más o menos, vino a explicarle que nada de aquello hacía falta en realidad, que él no necesitaba que nadie se lo dijera, sólo debía respetar para ser respetado a su vez, allí había suficiente de todo para todos...
Corrió, saltó, se tiró en el agua, después se revolcó en la arena, volvió a nadar... estaba cansado y quería comer también, aquello era tan grande... Cuando iba a darle un bocado a ese...
Un grito infantil lo despertó, miró al niñito malhumoradamente lo acababa de despertar de un sueño muy placentero...
Por las dudas fue a oler otra vez su arbol.

999. Anonimo

El pastorcillo

¿Has oído hablar alguna vez del pastorcillo sabio? Sus ovejas eran tan curiosas que a duras penas conseguía hacer frente a todas sus preguntas. Sin embargo de este modo aprendió enseguida a responder a todas las preguntas del mundo. Hasta que un día el rey empezó a oír hablar de su sabiduría. Lo llamo a palacio y le dijo:
-Si sabes responder a tres preguntas te adoptare como hijo.
-Y enseguida empezó: ¿Cuantas gotas de agua hay en el mar?
-Una pregunta realmente difícil, señor -respondió el muchacho. Pero, si tu hicieras construir muros en todos los ríos del mundo, entonces el mar no aumentaría y yo podría contar sus gotas para ti.
El rey no dijo nada y pregunto otra vez:
-¿Cuantas estrellas hay en el cielo?
El muchacho saco de su camisa tres saquitos de semillas de amapola y las esparció por el suelo.
-¡Hay tantas estrellas en el cielo como semillas de amapola por el suelo, y puedes contarlas tu solo! -dijo.
El rey sonrió.
-Esta bien, pero ahora tienes que decirme cuantos segundos hay en la eternidad.
El pastorcillo respondió:
-Señor, al final de la tierra hay una montaña de diamantes, tan alta como una hora de viaje, profunda como una hora de viaje y ancha como una hora de viaje. Cada cien anos un pájaro llega a la montaña para afilarse el pico.
Cuando se haya consumido toda la montaña, habrá pasado el primer segundo de la eternidad.
-Esta bien, pequeño sabio -dijo el rey- te adoptare como hijo.
-Pero debes adoptar también a mis ovejas -dijo el pastorcillo. Y así fue.

 999. Anonimo

El pañuelo color naranja

Fina tenía un pañuelo color naranja
Todos los días, Fina lavaba su pañuelo color naranja con agua y jabón y lo colgaba en la soga para que se secara.
Un día, el viento se levantó muy temprano y cuando el viento se levanta muy temprano, tiene tiempo para correr y jugar.
El viento vio el pañuelo de Fina colgado en la soga; entonces lo descolgó y se lo llevó.
El pañuelo en el viento ya no era un pañuelo color naranja, era un pájaro color naranja que volaba y volaba. El pájaro color naranja se posó en la rama de un árbol y empezó a cantar.
El pájaro en la rama ya no era un pájaro color naranja, era una naranjita dulce y madura.
Entonces, cuando Fina vio la naranjita en la rama, se puso a cantar una canción de cuna que su mamá le cantaba cuando era pequeñita. "Naranjita dulce mi botón de azahar despierte que es hora de ir a jugar."
La naranjita dulce cayó sobre el campo verde.
La naranjita en el campo ya no era una naranjita, era una flor color naranja.
Era la flor del azafrán, que crecía como una estrella en el suelo.
La flor en el suelo ya no era una flor color naranja, era un pañuelo color naranja, el mismo pañuelo que Fina lavaba todos los días con agua y jabón y colgaba en la soga para que se secara.
Si usted encuentra a Fina paseando por el campo, avísenle que su pañuelo color naranja ya no lo tiene el viento; está dobladito y planchando adentro de este cuento que yo les he contado.

999. Anonimo

El pajaro malver

Pues un buen día amaneció el rey con deseos de salir a pasear al campo. La comitiva regia pasó por cerca de la casa de un labrador tan arruinado, que no tenía manera de proporcionar vestido a sus tres hijas, tan bellas como perlas, las que, viéndose desnudas, se la pasaban en el zarzo de su covacha.
Las tres doncellas, al sentir las voces de los paseantes, se asomaron a alguna ventanilla que se habían fabricado en el empaje, y quedaron maravilladas ante la elegante apostura y las distinguidas facciones del soberano. Tan grande fue su asombro, que la primera dijo:
-Es tan lindo y tan bello el rey, que si se casara conmigo, le pondría un castillo en la mitad del mar, desde el cual se divisara toda la tierra!
Y la segunda exclamó:
-Es tan lindo y tan bello el rey, que si se casara conmigo, le haría con mis propias manos una camisa tan fina que no tuviese puntada alguna!
Y la tercera:
-Es tan lindo y tan bello el rey, que si se casara conmigo le daría dos niños que lloraran perlas y corales.
Pero uno de los fieles servidores del monarca alcanzó a escuchar el primor de aquellas voces y se adelantó a comunicar a su amo el suceso. El rey se devolvió al punto y sin más ni más se entró a la casita de las doncellas, en donde encontró al labrador, todo acoquinado por la miseria.
-Diles a tus hijas que comparezcan ante mi presencia!
-¡Majestad! Perdonadlas, que ellas no pueden salir porque mi pobreza es tan grande, que no les puedo dar vestido y están desnudas.
Todo fue oír el rey tan triste confesión y mandar a sus siervos a la ciudad a que trajesen los más ricos vestidos que encontrasen.
Y los vestidos llegaron, y las niñas se acicalaron lo mejor que pudieron. Al ir a postrarse ante su soberano, toda la corte quedó alelada por la belleza no vista de las hijas del labriego. Y el rey no se pudo sustraer a la fascinación general. Y habló:
-Bellas niñas: quiero escuchar de vuestros propios labios lo que dijisteis cuando con mi comitiva pasaba.
Las niñas se confundieron, pero al fin no tuvieron más remedio que dejar oír la música de su voz. La primera dijo:
-Es tan lindo y tan bello el rey, que si se casara conmigo, le pondría un castillo en la mitad del mar, desde el cual se divisara toda la tierra!
Allí fue el quedarse todos boquiabiertos por la armonía de aquella voz que con tanto aplomo y misterio ofrecía al rey una obra tan fuera de usanza. Pero se quedaron cortos en su admiración cuando oyeron a la segunda moza repetir:
-Es tan lindo y tan bello el rey, que si se casara conmigo, le haría con mis propias manos una camisa tan fina, que no tuviese puntada alguna!
No salían de su embeleso, cuando oyeron a la última:
-Es tan lindo y tan bello el rey, que si se casara conmigo, le daría dos niños que lloraran perlas y corales!
El rey, fuera de sí al contemplar la sin par belleza de la tercera doncella y su voz angelical, en un arrebatado amor exclamó:
-Tú serás mi mujer!
Y todos se encaminaron a palacio, en donde se celebraron las bodas con tan magnífico esplendor, que los banquetes se sucedieron sin interrupción durante quince días seguidos y sin descontar sus noches.
Pero en palacio quien se entendía con disponerlo todo era una negra de mal corazón, que apenas vio a su soberana le cobró tal aversión, que desde ese momento determinó perderla.
Muy pronto el rey se vio obligado a hacer un largo viaje y, a pesar del gran cariño que a su esposa profesaba, tuvo que dejarla. Dio entonces a la negra orden de que si en su ausencia su mujer cumplía su promesa de darle dos niños que lloraran perlas, le enviara entonces su caballo blanco y que, si por el contrario, no realizaba su ofrecimiento, le hiciese llegar su caballo morcillo.
Pero aquí es preciso decir que en aquella remota época lo más precioso que se conocía eran las perlas y los corales.
Pronto la reina dio a luz dos niños, bellos como soles y que lloraban perlas y corales. Mas la negra, mientras su señora dormía, se los cambió por dos marranitos acabados de nacer. Y mandó hacer la malvada mujer a un carpintero un cajoncito, entre el cual colocó a los niños, para arrojarlos en seguida a la corriente de un río.
Muy abajo estaba un pescador atareado en su labor de echar el anzuelo, cuando alcanzó a divisar la caja que venía entre los tumbos del río y derechamente se dirigió a cogerla, y cuál no sería su sorpresa al sentir dentro el llanto de dos niños y luego, al destaparla y ver que ellos lloraban tantas perlas y corales que, al llenar la caja, ya casi se ahogaban.
Sin dilación llevó a los niños para su cabaña, y su mujer por poco se muere de un patatús, pues, fuera de no tener hijos, a pesar de habérselos pedido con ahínco al cielo, vivía en estrecha pobreza con su buen marido.
Desde el siguiente día fueron vendiendo en la ciudad vecina el tesoro que de los infantiles ojos brotaba y quedaron ricos en grado sumo.
Los niños, hombre y mujer, de una belleza incomparable, crecieron y a los antiguos pescadores les tomaron tanto cariño como a sus propios padres. No había atención que los adolescentes no les dispensasen, y por eso rogaron a aquéllos que les permitiesen ir a la ciudad a vender la maravilla de sus lágrimas. Y los buenos pescadores no pudieron negarles el permiso, no sin haberles hecho antes una infinidad de recomendaciones.
Al atardecer retornaron los niños muy contentos, porque habían logrado vender a mejor precio que el alcanzado por sus padres. De ahí que volviesen al día siguiente y en los demás días.
Al fin, por causa de tantas idas, la fama de la belleza de los niños y de la finura de sus joyas entróse por palacio y la negra cobró tan grande desazón, que ella misma salió a buscarlos y a decirles:
-Estas perlas y corales son muy bellos, pero lo serán más si al volver mañana entráis a la laguna encantada y los laváis con sus aguas.
Iban al día siguiente los inocentes niños hacia la laguna encantada a lavar sus perlas y corales, conforme se lo había aconsejado la negra para perderlos; mas en la mitad del camino encontraron a una viejecita que les dijo:
-¿A dónde vais, buenos niños?
-A lavar a la laguna encantada las perlas y corales para que tengan más precio.
-Sí, andad -les dijo la abuelita, pero cuando lleguéis, no hay que tocar el agua sino extender el brazo y con esta varita golpear el agua, la que saltará a lavar las perlas y los corales. Hacedlo así porque allí hay un dragón que, de otro modo, os comería.
Así lo hicieron los niños como la vieja les aconsejó y vendieron a mejor precio su mercancía, porque era más bella.
La negra ya no esperaba que los niños volviesen y estaba muy confiada en que el dragón se los hubiese comido. De ahí que cuando supo del regreso saliera toda afanada y les dijese:
-Estas perlas y corales son muy bellos, pero lo serán más si al volver mañana vais a la laguna encantada y traéis el Pájaro Malver, que se encuentra en el centro de la laguna.
Las obedientes criaturas tomaron al día siguiente el camino de la laguna encantada, cuando se toparon con la consabida viejecita:
-¿A dónde vais, buenos niños?
-Vamos a la laguna encantada en busca del Pájaro Malver.
-Sí, andad, pero cuando lleguéis a la orilla, estirad el brazo con esta varita y sobre ella se posará el pajarito.
Y hablando así vieron los niños que la viejecita voló a los cielos porque era la Virgen.
Los niños cumplieron lo que su consejera les mandara y pronto llegó el pajarito, el más lindo de cuantos hayan visto ojos humanos.
Presurosos tomaron entonces el rumbo de la ciudad, la que se conmovió ante la llegada de los niños, porque aquel día estaban más bellos que nunca y se parecían, el varoncito al rey y la mujercita, a la reina, la que había desaparecido sin saberse cómo desde la vuelta del monarca de su largo viaje.
Y el Pájaro Malver cantaba que era un primor y tan pronto estaba en el hombro del niño como en el de la niña y con sus alitas multicolores los acariciaba.
Tanto revuelo causó la escena, que el rey hizo comparecer a los niños ante su presencia. La negra tembló, porque el pecado siempre acobarda.
Maravillóse el rey ante el primor de las perlas y de los corales y en su corazón tuvo un presentimiento, el que tomó cuerpo cuando se fijó detenidamente en las facciones de los niños.
Ello fue que inmediatamente el soberano ordenó a sus siervos que sirviesen un opíparo banquete para agasajar a sus visitantes, de quienes quería saber su historia y a quienes rogó se quedasen en palacio, pues querían regresar cuanto antes a su cortijo.
Ya sentados a la mesa, vino el primer plato, y fue entonces de admirar el afán con que el Pájaro Malver volaba de un lado a otro y con sus paticas desocupaba los platos de los niños, sin dejarlos probar bocado alguno. Y lo mismo aconteció con el segundo plato y con el tercero.
Se hizo tan notorio el hecho que el rey, adivinando alguna insidia, le preguntó al pajarito:
-Pajarito Malver, ¿por qué no dejáis comer a los niños?
Y el ave prodigiosa, agitando sus alitas, dijo:
-Para que mis niños no mueran envenenados. Echad los manjares a los perros y veréis lo que sucede.
Hiciéronlo así, y al punto cayeron muertos los mastines.
-¿Y quién puso el veneno? -bramó lleno de ira el rey.
-La negra que en palacio con todo se entiende. Y yo he salvado a los niños, porque son tus hijos, que un día fueron arrojados por ella al río y por fortuna fueron recogidos por unos pescadores.
-¿Y la madre? -balbució el rey entre tembloroso y arrepentido, porque no las tenía todas consigo.
-Tú la emparedaste injustamente! Pero ella vive porque yo la alimenté y ahora está más bella que nunca.
Todo fue oír aquello y mandar el rey romper una pared, de donde salió la reina más hermosa que se haya visto ni se verá en los venideros tiempos. Y allí vinieron los abrazos, y los perdones, y los coloquios y las lágrimas.
A la negra malvada no le sucedió nada distinto de un descuartizamiento en la plaza pública. Y en los magníficos tapices de palacio esplendían las perlas y los corales que caían de los ojos de los niños, y el Pájaro Malver cantó por la postrera vez y solamente dejó tras de sí la sutil huella de su vuelo...

999. Anonimo

El olor a fantasmas

I

La casa de los fantasmas tiene una historia, mitad irrealidad y mitad silencio. Ahora es una historia transformada, con olor a paraguas viejo que a veces se asoma por algún ventanal.
Esa casa vieja decía a nuestra infancia cosas terribles de imaginar y presentir, pero en todo ello hay algo que es verdaderamente real: nuestro miedo, un miedo tan grande que no nos atrevíamos ni siquiera a pasar por la puerta, ni a pisar su vereda brotada de pastos amarillos.
Una vez, Dalmacio, que era el mayor de todos  los chicos, tuvo la audacia de pensar en voz alta: 
-¿Y si entramos a la casa de los fantasmas para ver cómo es por dentro?  Un suspenso pálido hizo temblar la respuesta. Hasta que por fin Eufrasia, haciéndose eco de todos, dijo: 
-Tanto como el interior no, pero podemos ir hasta el patio de atrás y sacar toronjas, el árbol está lleno, al pasar por la esquina se alcanza a ver como brillan con el sol.  
-Está bien, podemos llevar una canasta para bajar muchas toronjas.

II

Y de esa manera, por primera vez tuvimos el atrevimiento de entrar; la puerta herrumbrada, herida en sus goznes, no opuso mayor resistencia al grupo. Íbamos todos muy juntos, azorados, por la vereda de cemento llena de grietas
En el mediodía lleno de domingo el grupo fue acercándose al inmenso árbol de toronjas. 
-Suban rápido y alcancen las más grandes -susurro Chela, con la mirada fija en una de las puertas herméticamente cerrada. No podía dejar de pensar en qué momento se abriría para permitir el paso a algún monstruo esquelético muy enojado por nuestro atrevimiento de ir nada menos que a sacar toronjas.
Y sucedió, en efecto, que muy lentamente se fue abriendo la puerta; el quejido metálico hizo que cada uno permaneciera en su sitio, como estatuas de vidrio, con las manos llenas de toronjas, las bocas abiertas, puro ojos, puro miedo, cuando del hueco se dibujó un negrísimo movimiento de pelos erizados, cola breve y mirar curioso, que se puso a ronronear amigable-mente.
-Un gatito negro, ¡qué lindo es! Eufrasia lo alzó. Era lindo de veras, lleno de pulgas y hambre. 
-Llevémoslo a casa -fue la proposición de todos. De pronto la puerta se cerró de golpe con tal violencia, que hizo la punta de los pastos. El pánico se apoderó de todos y comenzamos a correr hacia la salida. Llegamos a casa sin aliento, justo cuando la campana llamaba para el almuerzo y justo para contar la aventura.

Anacleta puso fin al relato diciendo que esa tarde iba a hacer dulce de toronjas, y acto seguido se adueñó del gato para darle de comer.  -Se llamará Mefistófeles -dijo.
Esa tarde, por los tres patios se extendió el olor a dulce de toronjas, que por supuesto, desde entonces, se transformó en el olor de los fantasmas.
Mefistófeles, que tomó la costumbre de pasearse por el borde de las cornisas, continuamente también me lo recordaba.

999. Anonimo

El noble y el esclavo

Había una vez un noble que vivía en una gran mansión, no lejos de Samarkanda. Rodeando la mansión había árboles frutales en extensos campos y jardines, cuajados de rosas y otras flores, que eran cuidados durante todo el día para conservar el sitio hermoso.
Un día, el noble, cuyo nombre era Abdul Azim, compró un niño esclavo con el cual se encariñó y al que enseñó a leer y escribir, tratándolo como a su propio hijo.
Esto molestaba a los otros sirvientes que odiaban al niño esclavo (cuyo nombre era Gafur) y aprovechaban cada oportunidad para intrigar contra él.
Hacían de su vida una miseria contando mentiras sobre él a su señor. Sin embargo, éste se daba cuenta de que realmente estaban celosos, así que cada vez que le venían contando chismes sobre Gafur los mandaba severamente de vuelta a sus tareas.
Gafur, día tras día y año tras año, aprendió de libros sobre ciencias, artes y sabiduría, así que llegó a ser igual a un noble como su señor. Juntos iban a la corte y se unían en pláticas ante el rey.
Fue en la corte cuando, mirando por la celosía tras el trono de su padre, la hija de rey, Shiraz, lo vio. Su corazón se llenó de amor y supo que debía casarse con él y con ningún otro.
Consultó a su vieja aya quien prometió contarle al joven los sentimientos de la princesa. Una noche la vieja mujer se aproximó a Gafur y le entregó un retrato en miniatura de una bella doncella.
"Joven señor" dijo ella, envuelta en velos y enseñando un solo ojo "este es un retrato de mi señora que es una dama de alta posición y se ha enamorado de ti. ¿Me darás un mensaje para ella de que puede tener alguna esperanza en este asunto?".
Gafur, tan pronto como vio el retrato, sintió también las punzadas del amor y dijo a la sirvienta:
"Dile a tu señora que todos sus sentimientos son correspondidos y que la amo verdaderamente. Pero, ¿no vas a decirme quién es ella?".
"No, no. No puedo hacer eso" exclamó la vieja mujer "debes esperar a que me ponga en contacto contigo otra vez, pues mi señora me dijo que te mostrara el retrato y observara tu reacción. Ahora debo volver con ella" diciendo esto se cubrió completamente y se marchó.
Gafur, como se quedó muy interesado por todo esto, la siguió a distancia. Se quedó consternado cuando vio que entraba en el palacio real. Obviamente su señora era alguien de la corte, pero ¿quién?.
Volvió a su casa muy serio.
Sucedió que el hijo del noble, que estaba celoso de Gafur en grado sumo, se dirigió a su padre y le dijo que Gafur era ambicioso y taimado. Añadió que había oído decir que Gafur quería usurpar la posición de su amo, gobernar la casa y la familia y ser cada vez más poderoso, porque se iba a casar con la hija del rey. La vieja mujer, desgraciadamente, había contado la historia del enamoramiento de su señora a su hijo, que trabajaba en el establo de la casa del noble, éste había confiado estas noticias a su señor, para desacreditar al pobre Gafur todavía más.
Abdul Azim alarmándose de la aparente naturaleza ambiciosa de su esclavo, decidió probarle. Si fuera verdad que Gafur quería ocupar su puesto, había una buena manera de averiguarlo.
"Gafur" dijo cuando el esclavo volvió esa noche "voy a salir en peregrinación y estaré fuera durante dos años. Mientras tanto quiero que te quedes a cargo de mi casa. Todos los asuntos que yo atiendo normalmente estarán bajo tu responsabilidad. Debes pagar a todos los sirvientes y también las facturas de los comerciantes y mercaderes. Protegerás a mi esposa y familia, darás consejo a mi hijo e irás a la corte del rey en mi representación".
¿Cómo se lo tomaría Gafur?. Sólo pena podía verse en el rostro del esclavo.
"¿Dos años señor?. Eso es mucho tiempo para estar separado de ti. Pero lo intentaré y tendré cuidado de todo, desde luego, mientras tu no estés aquí si ese es tu deseo".
Y se fue a la cama. Abdul Azim lo miró con expresión pensativa. ¿Serían verdad todas las malas cosas que se decían acerca de Gafur?.
Esa noche Gafur no podía quedarse dormido y no paraba de dar vueltas bajo las sábanas. A medianoche se levantó y fue a la ventana. Miró hacia el jardín. La luna brillante y clara lo iluminaba desde el cielo. Allí afuera, una fuente tintineaba. Se vistió y salió hacia la fuente a mirar el brillante goteo derramarse en el recipiente de mármol.
De repente, se oyó una risa musical y una bella hada apareció ante él, en el mismo centro de la fontana.
"Sabe, ¡oh mortal!, que yo soy tu espíritu guía y estás bajo mi responsabilidad, porque asistí a tu nacimiento y desde ese momento te he protegido. Ahora debo aparecer para darte consejo, pues estás en peligro".
"¿Peligro? ¿qué clase de peligro? ¡no tengo un solo enemigo en todo el mundo!".
El hada rió otra vez "¡oh, sí que tienes mi pobre niño!, está el hijo de tu amo y todos los sirvientes de tu casa. Ahora el noble mismo está en contra tuya, por lo tanto te diré como recuperar sus favores, de otra manera no lo conseguirás".
"Mi amo va en peregrinación y yo llevaré el control de su casa ¿es que acaso eso indica que ya no confía en mí?" exclamó Gafur.
"Es una treta, dice eso para ver cómo te comportas mientras él está lejos. Atiende mi consejo y escucha lo que tengo que decirte" contestó el hada.
"Habla, soy todo oídos" afirmó Gafur y guardó silencio.
"Mañana te vistes con una túnica andrajosa en cuyo forro coserás cien piezas de oro y preséntate a tu señor. Le dirás: Señor, yo no puedo quedarme aquí y hacerme cargo de todo en tu ausencia, pues no soy digno. En vez de eso, pon a tu hijo en la dirección de todos los asuntos y déjame ir contigo, te lo suplico, adonde quiera que vayas, aunque sea al fin del mundo".
"Sí, lo recordaré" dijo Gafur "pero, además, estoy enamorado de una noble dama que parece pertenecer a la casa del rey ¿cómo puedo conocer su nombre o incluso arreglármelas para verla?".
"No te preocupes de eso, solucionaré ese asunto también. ¡Paz y bendiciones sean contigo!" y dicho esto se desvaneció del centro de la fuente que continuó tintineando dentro del estanque de mármol, bañado en la luz de la luna.
Gafur empezó a preguntarse si habría soñado todo aquello, pero se dio cuenta que si el hada era realmente su protectora, él haría bien en hacer lo que ella había dicho.
Así que a la mañana siguiente y muy temprano, se vistió con un harapiento manto, con remiendos y parches y hecho jirones, en cuyo forro cosió cien piezas de oro, toda su fortuna en este mundo.
Ataviado de esta manera esperó a que la mirada de su señor se posara sobre él desde la ventana.
"Gafur, ¿por qué estás vestido como un derviche errante? ¿cuál es el significado de esta mascarada?".
"Señor, yo no quiero estar a cargo de todo cuando tu te vayas de casa. Permíteme ir contigo, disfrazado así, de manera que pueda seguirte y protegerte en caso de que caigas entre ladrones o tengas que ser rescatado de algún incidente. Tengo cien monedas de oro cosidas a este viejo manto, si pierdes tu dinero yo todavía tendré suficiente para los dos. Déjame ir contigo, porque tu hijo ha de ser el cabeza de familia en tu ausencia y no yo pues soy indigno en grado sumo".
Dicho esto se calló, para dejar que el efecto de sus palabras calara hondo. Al oír todo esto, Abdul Azim lo abrazó y le dijo que todo aquello no había sido más que una prueba y que, en realidad, no iba a salir en peregrinación. Luego le contó a Gafur como cierta gente había hecho levantar sospechas sobre él y había tenido que descubrir si eran ciertas. De este modo gracias a su hada protectora, Gafur se salvó.
Entonces le contó a su amo que estaba enamorado de una dama de alta condición que le había entregado su retrato a través de una sirvienta con un mensaje de amor.
"Querido Gafur" exclamó el noble al ver la miniatura "¡esta no es otra que la princesa Shiraz, la hija del rey!. Si se ha enamorado de ti, entonces eres verdaderamente un hombre de suerte, pues el rey no le niega nunca nada a su hija. Por consiguiente, actuaré en tu beneficio y te propondré como su futuro yerno. La princesa está en edad casadera y el rey debe estar buscando un joven de buen carácter para casarle con ella.
"Pero yo no soy lo suficientemente bueno para ella. ¿Cómo crees que yo, un humilde esclavo, puede ser recibido en la corte" dijo Gafur desalentado.
"No temas. Desde este momento yo te declaro un hombre libre. Pondré una bolsa de oro a tu disposición y te adopto como segundo hijo. Mi familia es noble y con solera, así que serás bien recibido en la corte".
Cuando el hijo y los sirvientes oyeron esto, suplicaron ser perdonados. Gafur alegremente los perdonó a todos, pues no había rencor en su corazón.
Así, Gafur y la princesa se unieron en matrimonio y en la fiesta de bodas, junto con otros regalos, aparecieron sacos de oro y joyas. Los cortesanos miraban con asombro, maravillados, estos tesoros pensando que Gafur debía ser casi tan rico como el mismo rey. Entonces la voz del hada dijo a los oídos de la pareja: "¡que viváis juntos en verdadera felicidad y tengáis muchos hijos!".
El oro y las joyas nunca menguaron, pues estaban en sacos encantados que volvían a llenarse tan pronto como se quedaban vacíos.
Gafur y la princesa vivieron felices juntos. Cada viernes distribuían cientos de monedas entre los pobres. Cuando el rey murió, no dejando hijos varones, Gafur se convirtió en el soberano. De esta manera, de ser un esclavo llegó a ser un Rey y fue sinceramente querido por todos.

999. Anonimo

El muñeco preguntame

Resulta que Berberecho trajo un hermoso muñeco, que cuando le daban cuerda abría y cerraba los ojos y se reía. Todos los chicos querían tocarlo, pero él no se lo prestaba a nadie.
-¿Cómo se llama tu muñeco? -le preguntó Martina.
-No sé -dijo Berberecho.
-A los muñecos lindos se les pone nombre.
-Sí, pero yo no sé que nombre ponerle, -dijo Berberecho pensativo. ¿No me ayudás a pensar uno?
-Preguntame más tarde, porque ahora voy al baño.
-Preguntame puede ser un lindo nombre -pensó Berberecho.
Al rato vino Plomín y le dijo:
-Qué lindo muñeco. ¿Cómo se llama?
-Preguntame.
-¿Cómo se llama?
-Preguntame.
-¿Cómo se llama?
-Preguntame.
-¿Cómo se llama?
-Preguntame.
-¡Basta! -dijo Plomín.
-Ya te pregunté un montón de veces.
-Y yo te contesté un montón de veces -dijo Berberecho enojado.
Al rato vino Martina y le preguntó que nombre le había puesto al muñeco.
-Como vos me dijiste.
-¿Cómo? Si yo no te dije nada...
-Sí
-No
-Sí
-Bueno, si te dije no me acuerdo. Decime que nombre le pusiste.
-Preguntame.
-¿Cómo se llama?
-Preguntame.
-¿Cómo se llama?
-Preguntame.
-¿Cómo se llama?
Y así estuvieron un rato largo, hasta que Martina se cansó y se fue. Después vino Nahuel y le preguntó lo mismo, y Berberecho le contestó lo mismo, y estuvieron un rato largo diciendo:
-Preguntame.
-¿Cómo se llama?
Hasta que Berberecho decidió cambiarle de nombre al muñeco. Lo llamó Muñeco y listo.
Y es así que Berberecho más adelante tuvo un oso que se llamaba Oso, un perro que se llamaba Perro, y un gato que se llamaba Gato. Poco imaginativo, pero fácil de acordarse y sin lugar a malentendidos.

999. Anonimo

El monstruo de banyoles

Parque de La Draga
En las postrimerías del siglo VIII, una bestia de terribles dimensiones se había cobijado a orillas del lago de Banyoles, aprovechándose de una caverna de gran profundidad.
El monstruo, que era el último descendiente de las bestias prehistóricas que habían habitado la comarca, tenía un aspecto terrible.
Tal y como nos lo han descrito los cronistas de la época, le cubría el cuerpo una gruesa piel de escamas provista de afiladas púas que lo hacían invulnerable a las garras y a las ballestas.
A pesar de sus grandes alas, su descomunal peso no le permitía alzar el vuelo, solo podía caminar con sus patas, enormes como las columnas de un templo antiguo, y al caminar, la tierra temblaba como si fuera a quebrarse de un momento a otro.
Cuentan que sus ojos desprendían lenguas de fuego, y su aliento era tan pestilente que de un soplido era capaz de secar las plantas, envenenar las fuentes, apestar los campos i contagiar las enfermedades mas horribles a personas y animales.
Según los testimonios, era una fiera con un apetito voraz, si por desgracia un rebaño se cruzaba en su camino, a buen seguro que daba buena cuenta de los infortunados animales.
El pánico, aquella paranoia tan medieval, planeaba sobre Banyoles y sus alrededores. Sus habitantes no hacían mas que acudir a las iglesias y ermitas a rezar para que alguien les librase de aquella bestia que les envenenaba los campos y les llenaba de terror. Nadie, por aquel entonces, osaba ir hasta el lago, y algunos que lo habían intentado no volvieron jamás.
La población vivía recluida dentro de las murallas donde, a diario, entraban habitantes de los caseríos del contorno a refugiarse de la amenaza del Dragón.
En las casas echaban el baldón mucho antes de que las gallinas se fueran a dormir, y cuando obscurecía no se oía ni un respiro.
Todos temían que, mas tarde o mas temprano, la fiera se cansara de hartarse de corderos o jabalíes y se acercase hasta la muralla para degustar lo que todos creían era lo que más le gustaba: la carne humana.
Lo cierto es que cada noche una puerta de la ciudad era reventada y consecuentemente desaparecía el ciudadano. Algunos de los que habían presenciado el rapto hablaban de que una fuerza descomunal destrozaba la puerta por mas baldón y por más muebles que hubieran detrás. Y que unas garras gigantescas se llevaban al morador entre los espeluznantes gritos de las mujeres y de los chiquillos.
Aquella constante sangría llegó a oídos de la soldadesca de Carlomagno que, en aquel tiempo, había entrado en nuestro territorio para anexionar y saquear con alguna excusa de trámite que entonces era la caza y captura de los sarracenos.
Los soldados se paseaban ébrios de orgullo: Después de vencer a los de la media luna se creían que la caza del Dragón seria un buen pasatiempo para esperar la próxima batalla.
Una columna de aquellos insensatos se plantó en "la Draga" (Terrenos donde el Dragón tenía su morada, hoy convertidos en un magnífico parque) con sus caballos, sus espadas y sus estandartes.
Todos creían que sería tan fácil como cazar una zorra coja, pero una vez hubieron llegado hasta la hendidura donde se refugiaba el Dragón, una vaharada vomitiva les envolvió. De repente se hallaron enmedio de una nube tóxica que les hacia toser y les cegaba.
Intentaron dar media vuelta para alejarse de aquél espantoso vapor pero se encontraron, cara a cara, con la bestia que salía a su encuentro. Algunos de ellos redondearon su insensata acción esgrimiendo las espadas y encomendándose a su patrón. Pero, como un jabalí que a su paso aplasta los zarzales y destroza los sembrados, el Dragón convirtió aquella columna de bellacos en una alfombra de pieles y escudos nobiliarios.
El descalabro, el primero que habían tenido las tropas del emperador, fue transmitida a éste de la forma en que a los reyes se les comunicaban las noticias, magnificando la heroicidad de sus hombres y relatando que el enemigo era cien veces superior.
El emperador en persona quiso dirigir la revancha, lo cual ya indica que se trataba de un tipo mas bien obtuso y bastante irresponsable.
Así, Carlomagno capitaneó la flor y la nata de su tropa. Atravesaron la ciudad con augurios de victoria y, eso si, se encargaron muy bien de exigir a los ciudadanos comida, ropas y monedas de plata. Algunos, por sus adentros, pensaron que aquella soldadesca era tanto o más voraz que el Dragón.
Cuando el caballo del emperador pisó las tierras de "la Draga", Carlomagno alzó su mítica espada que a aquellas horas de la mañana brillaba como las aguas del Lago.
Sus hombres lo imitaron y entonces, sobre aquellas tierras cayó un resplandor como de metal: El Dragón salió pausadamente de su guarida, parecía cansado, se movía muy pesadamente. Carlomagno, embargado de ardor guerrero levantó su caballo y galopó al acoso de la bestia.
Quería degollar el animal delante de sus hombres y, seguramente, pretendía alimentar su leyenda de héroe invencible.
De lo que pasó a continuación nos han llegado dos versiones:
La de los cronistas a sueldo de Carlomagno que explicaron que la batalla acabó en tablas. Y la de los campesinos del "Lió" (lugar próximo a la "Draga"), que siguieron la batalla desde la colina y vieron como la bestia lanzó su aliento vomitivo sobre el caballero y éste cayó al suelo abatido.
Sus tropas, en lugar de ayudarle, huyeron hacia el pueblo, y el caballero, solo y desamparado, se arrodilló y pidió perdón al animal enmedio de aquella nube infecta, pero el Dragón se volvió a su guarida para no oír los lamentos de aquel patético emperador.
Después de aquel estrepitoso fracaso de las armas por doblegar al Dragón, continuó la misteriosa desaparición nocturna de habitantes del pueblo.
Cuando ya se contabilizaba un centenar de desaparecidos, una comisión de ciudadanos fue a la búsqueda de un reconocido monje que había entrado con las tropas de Carlomagno. Se trataba de un religioso narbonés conocido por el nombre de Mer (1) y que se había ganado fama de hacer milagros.
El monje accedió a las peticiones de los ciudadanos. Llegó a Banyoles y, rezando, se encamino hacia la guarida del Dragón.
Cuando la bestia salió de su refugio se quedó mirando aquel hombrecillo que no paraba de rezar y, según parece, la bestia no hizo ningún gesto de ferocidad, al contrario, siguió al monje como si de un cachorrillo se tratara.
Al llegar a la plaza del pueblo, la multitud esperaba temerosa la reacción del animal, y algunos de los presentes blandían toda suerte de armas.
-He aquí a vuestra fiera maligna, el espantoso Dragón, -gritó el monje. 
-Ya podéis guardar las armas, no os hará nada.
La gente se acercó hasta el animal que se los miraba complaciente. Y todos se preguntaban que había hecho el monje para amansarlo de aquella manera.
Alguien enmedio del gentío gritó:
-"Ahora que lo tenemos amansado, matémoslo".
-Bien os guardaréis de hacerlo -contestó el monje.
-Esta bestia es inofensiva, solo come hierbas y raíces.
-¿Y la gente que ha desaparecido?
-Todos los desaparecidos están sirviendo a las órdenes de Carlomagno. Pronto volverán a casa, no temáis.
-¿Y los rebaños que se ha zampado?
-Carlomagno sabe algo de ello, él y sus cocineros.
Un niño salió de entre el público expectante, y se acercó a la bestia que lo miraba cariñosamente. El niño acarició al animal, y después de él otros le imitaron.
Al final, el monje volvió a conducir al Dragón a su guarida donde aún, de cuando en cuando, cuando alguien osa perturbar su sueño lanza su vomitivo aliento.

(1) Sant Mer= San Emerio.

999. Anonimo

El monasterio mágico

Un derviche humilde y silencioso solía concurrir todas las semanas a las comidas que ofrecía un hombre culto y generoso. Tales reuniones eran conocidas como Asamblea de los Cultos.
El derviche jamás intervenía en la conversación. Después de entrar, estrechaba las manos a cada uno de los presentes, se sentaba en un rincón y comía lo que se servía. Terminada la reunión se ponía de pie, decía unas pocas palabras de despedida y agradecimiento y tomaba su camino. Nadie sabía nada de él. No obstante, cuando apareció por primera vez, circularon todo tipo de rumores de que se trataba de un santo y durante un largo tiempo los demás comensales pensaron que debía ser, sin duda, un hombre santo y poseedor de conocimientos y aguardaban con placer el momento en que el derviche les impartiese algo de sabiduría. Incluso algunos se jactaban de que el extraño participara en esas reuniones de amigos, dando a entender que esa compañía les confería a ellos una especial distinción.
Sin embargo, como no se mantenía relación alguna con aquel hombre, poco a poco los invitados empezaron a sospechar que en realidad se tratase de un imitador o de un farsante. Algunos llegaron a sentirse incómodos por su presencia. Evidentemente él no hacía nada por armonizar con el ambiente y no aportaba siquiera un proverbio a las esclarecidas conversaciones que para ellos habían llegado a significar una parte entrañable de sus mismas vidas. Incluso algunos concurrentes no llegaban a percatarse de que el derviche estuviese presente, pues pasaba totalmente inadvertido.
Cierto día el derviche habló:
-Yo os invito a todos a mi monasterio mañana por la noche. Cenaréis conmigo.
La inesperada invitación suscitó en todos un revuelo de opiniones. Algunos pensaron que el derviche, que vestía muy pobremente, debía ser un loco y que con toda certeza no podría ofrecerles nada. Otros supusieron que la conducta anterior había sido una prueba. Algunos se dijeron que, por fin, el derviche los compensaría la paciencia con que habían soportado tan pesada compañía. Hubo quienes se alertaron entre sí:
-¡Cuidado! Podría ocurrir que busque tentarnos para someternos a su poder.
Pero la curiosidad indujo a todos, incluso al anfitrión, a aceptar la invitación y, a la noche siguiente, el derviche los condujo desde la casa hasta un monasterio escondido, de tal magnitud y magnificencia que quedaron atónitos.
El edificio estaba poblado de discípulos que practicaban toda clase de ejercicios y tareas. Los invitados transitaron por salas de contemplación donde gran número de sabios de distinguido aspecto se levantaron respetuo-samente para saludar la proximidad del derviche con inclinaciones de cabeza.
El banquete con que fueron agasajados fue indescriptible y sobrepasó toda expectativa.
Los visitantes se sintieron anonadados. Todos le suplicaron que a partir de ese mismo instante los aceptase como discípulos.
Pero a todas esas peticiones el derviche respondía tan solo: -Esperad hasta mañana.
Llegó la mañana y los invitados, en lugar de despertar en las suntuosas camas de seda que se les habían brindado la noche anterior, se encontraron yaciendo tiesos y desnudos, dispersos por el suelo, en el interior de un pétreo recinto de una enorme y fea ruina, sobre una yerma ladera de montaña. Ni señales del derviche, de los bellos arabescos, de las bibliotecas, fuentes y alfombras.
-¡Ese canalla infame nos ha traicionado con artes de brujería! –vocifera-ban los invitados, quienes alternativamente se lamentaban y felicitaban entre sí por sus sufrimientos y porque, finalmente, habían desenmascarado al villano, cuyos poderes sin duda se habían extinguido antes de que pudieran cumplirse vaya a saber qué pérfidos propósitos. Muchos atribuye-ron la salvación a su propia pureza espiritual.
Pero lo que ellos ignoraban era que, por los mismos medios de que se había valido para introducirlos en aquella mágica experiencia del monasterio, el derviche les había inducido a creerse abandonados en medio de ruinas. La verdad era que no estaban, ni habían estado, ni en un sitio, ni en el otro.
En ese instante, como surgiendo de la nada, el derviche se presentó a sus invitados y les dijo: -Regresaremos al monasterio.
Hizo un movimiento con sus manos y todos se encontraron otras vez en los salones palaciegos. Entonces se sintieron arrepentidos de sus quejas, pues inmediatamente se convencieron de que las ruinas no habían sido más que la prueba y el monasterio la verdadera realidad. Algunos musitaron:
-Es una gran suerte que no haya oído nuestras críticas. Con sólo que nos enseñe este extraño arte, habrá valido la pena.
Pero el derviche movió nuevamente las manos y todos se encontraron otra vez en la mesa de la comida en común de la cual, en realidad, nunca se habían apartado.
El derviche continuaba sentado en su rincón habitual, comiendo su acostumbrado arroz con especias, sin decir palabra. Entonces, mientras lo contemplaban inquietos, todos oyeron su voz hablar dentro de sus propios pechos, aun cuando los labios del derviche estaban inmóviles: -Mientras vuestra codicia os impida distinguir entre el autoengaño y la realidad, nada real os podrá enseñar un derviche, sólo ilusiones. Aquellos cuyo alimento es autoengaño y fantasía sólo con engaño y fantasía pueden ser alimentados.
Todos los presentes en aquella ocasión siguieron frecuentando la mesa del hombre generoso, pero el derviche nunca volvió a hablarles.
Al cabo de un tiempo, los componentes de la Asamblea de los Cultos descubrieron que su rincón estaba siempre vacío.

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El mago merlín

Hace muchos años, cuando Inglaterra no era más que un puñado de reinos que batallaban entre sí, vino al mundo Arturo, hijo del rey Uther.
La madre del niño murió al poco de nacer éste, y el padre se lo entregó al mago Merlín con el fin de que lo educara. El mago Merlín decidió llevar al pequeño al castillo de un noble, quien, además, tenía un hijo de corta edad llamado Kay. Para garantizar la seguridad del príncipe Arturo, Merlín no descubrió sus orígenes.
Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias conocidas y, como era mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las ciencias del futuro y ciertas fórmulas mágicas.
Los años fueron pasando y el rey Uther murió sin que nadie le conociera descendencia. Los nobles acudieron a Merlín para encontrar al monarca sucesor. Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un yunque de hierro, con una leyenda que decía:
"Esta es la espada Excalibur. Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de Inglaterra"
Los nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguieron mover la espada ni un milímetro. Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos, habían ido a la ciudad para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar.
Cuando ya se aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta que había olvidado la espada de Kay en la posada. Salió corriendo a toda velocidad, pero cuando llegó allí, la puerta estaba cerrada.
Arturo no sabía qué hacer. Sin espada, Kay no podría participar en el torneo. En su desesperación, miró alrededor y descubrió la espada Excalibur. Acercándose a la roca, tiró del arma. En ese momento un rayo de luz blanca descendió sobre él y Arturo extrajo la espada sin encontrar la menor resistencia. Corrió hasta Kay y se la ofreció. Kay se extrañó al ver que no era su espada.
Arturo le explicó lo ocurrido. Kay vio la inscripción de "Excalibur" en la espada y se lo hizo saber a su padre. Éste ordenó a Arturo que la volviera a colocar en su lugar. Todos los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió. Entonces Arturo tomó la empuñadura entre sus manos. Sobre su cabeza volvió  a descender un rayo de luz blanca y Arturo extrajo la espada sin el menor esfuerzo.
Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía llevar la corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad. Merlín, pensando que Arturo ya no le necesitaba, se retiró a su morada.
Pero no había transcurrido mucho tiempo cuando algunos nobles se alzaron en armas contra el rey Arturo. Merlín proclamó que Arturo era hijo del rey Uther, por lo que era rey legítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la magia de Merlín.
Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda, que estaba formada por todos los nobles leales al reino. Luego se casó con la princesa Ginebra, a lo que siguieron años de prosperidad y felicidad tanto para Inglaterra como para Arturo.
"Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a Arturo. Continúa siendo un rey justo y el futuro hablará de ti"

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El mago la galera y... ¡tabaré!

Entre exclamaciones de asombro y aplausos, el Mago sacó de su galera un conejo blanco. Era un truco que repetía en todas sus funciones de circo. Sin embargo la repetición no le quitaba encanto: cuando aparecía Tabaré, los chicos se maravillaban hasta el cansancio. Y el animal, acostumbrado a las aclamaciones y los aplausos, saludaba con las orejas a su público infantil.
Pero los conejos también se cansan de trabajar y Tabaré exigió al Mago diez días de vacaciones. Entonces se cepilló las orejas, el pompón de su cola y, después de despedirse, se alejó a los saltitos por el camino.
Durante los diez días siguientes, el Mago sufrió las burlas de los chicos porque cada vez que llegaba el número de la galera, sacaba las cosas más raras. Un día sacó una milanesa con papas fritas y los chicos al verla gritaron: "¡Uuuuh!", mientras el payaso Ramón, con gran tranquilidad, se la comía.
En otra oportunidad sacó un zapato, una media y... ¡una margarita! Y otra vez los chicos gritaron, "¡Uuuuh!"
También sacó un cucharón, un pollito y una mariposa, pero los chicos siempre gritaban, "¡uuuuh!" Y cada vez lo hacían más fuerte.
El Mago ya no sabía qué hacer y llamó por teléfono a todas las madrigueras que figuraban en la guía, pero no pudo encontrar a Tabaré y, muy afligido y con mucho miedo de escuchar nuevamente el, "¡uuuuh!" de su público disconforme, salió a la pista.
Cundo llegó el truco de la galera, metió la mano temblorosa y tocó algo suave... blando... tibio... que sacó despaciiito... y..., "¡aaaah!" exclamaron los chicos con regocijo al ver aparecer unas orejotas muy largas.
¡Tabaré! gritó el Mago lleno de alegría. Pero Tabaré tenía una sorpresa para todos: otro par de orejas asomó de la galera y, con un gracioso salto, una conejita con ojos de enamorada se acomodó junto a Tabaré.
Desde entonces, los chicos esperan con impaciencia el tuco de "Tabaré"

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El leon va a la guerra

Èrase una vez... un león que decidió ir a la guerra. Llamó a sus ministros y les ordenó que proclamaran el siguiente edicto: "
El rey León ordena que todos los ánimales de este bosque se presenten mañana para ir a la guerra. Nadie puede faltar."
Los sudbitos se presentaron puntualmente y el león comenzó a dar órdenes: "
Tú, elefante, que eres el más grande, llevarás la artillería y las provisiones de todos.
Tú, zorra, que tienes fama de ser tan astuta, me ayudarás a estudiar los planes de guerra para contrarrestar los movimientos del enemigo.
Tú, mona, que eres tan ágil y trepas a los árboles con tanta facilidad, serás mi vigía y observarás desde lo alto los movimientos del enemigo.
Tú, oso, que eres tan fuerte y ágil, escalarás los muros fortíficados y llevarás el desconcierto a las filas de nuestros enemigos." Entre los convocados estaban también el asno y el conejo. Al verlos, los ministros sacudieron la cabeza: "Majestad, el asno nos parece poco apropiado para la guerra; tiene fama de ser animal miedoso."
El león observó detenidamente al pollino y, dirigiéndose a sus consejeros, les dijo: "Su rebuzno es más potente que mi voz; por lo tanto, permanecerá cerca de mí y será mi cornetín de órdenes."
A continuación señalaron al conejo: "De todos modos, éste, su majestad, que es mucho más miedoso que el asno, deberéis mandarlo de vuelta a su casa"
Una vez más, el león tomó su tiempo para reflexionar. Se volvió al conejo y le ordenó: "Tú, que siempre vas por delante de tus enemigos, has aprendido que, para salvarte, debes correr más rápido que nadie, por tanto serás mi emisario y, así, los soldados recibirán mis órdenes como un rayo."
Dicho esto, se dirigió a todos en estos términos: "Todo el mundo puede ser útil en la guerra, si cada uno participa en el esfuerzo común según sus posibilidades."

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