Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 2 de agosto de 2012

Urdemales y la paloma de oro

Un día, hace mucho tiempo, un muchacho llamado Pedro Urdemales se fue de su casa con la intención de recorrer el mundo. Quería conocer nuevas ciudades, hablar con otra gente y hacer buenos negocios.
Confiado en su talento partió hacia nuevos destinos. Caminó y caminó atravesando todo el campo hasta llegar al primer pueblo. Muy cansado y hambriento pensó qué podría hacer para conseguir dinero, encontrar un lugar donde descansar, un transporte para seguir viaje y mucha comida.
Mientras se rompía la cabeza pensando, un gordo caballero bien vestido venía avanzando en un hermoso caballo alazán. Al verlo, a Urdemales se le ocurrió una idea luminosa. Buscó una hoja de nogal y, tirándose al suelo, la cubrió con su sombrero apretando las alas.
Mientras tanto, el desconocido caballero se acercaba cada vez más. Al observar la incómoda posición del caminante le preguntó:

‑¿Qué hace allí, buen hombre?
‑Acabo de encontrar una paloma de oro.
‑¿Es usted un cazador?
‑No, señor, por eso tengo miedo de que se escape.
‑¿Está viva?
‑Sí, señor.
‑Entonces, ¿puedo verla?
‑Imposible, señor. Es muy arisca, tiene una fuerza poderosa y es el único ejemplar que existe en la región.
‑¿Será la paloma de la leyenda sagrada?
‑Posiblemente...
‑Bueno, se la compro. ¿Quiere venderla?
‑Imposible, señor. Estas aves son una fortuna del cielo.

El caballero, sugestionado por la curiosidad, se bajó del caballo y observó con atención al sujeto, mientras pensaba qué más ofrecerle para convencerlo de que le vendiera la paloma de oro.
Urdemales, imaginando su asombro, le dijo humildemente:

‑Vea, señor. Estoy pensando en su propuesta.
‑Me alegra escucharlo, buen hombre. En la vida todo es cuestión de vender y comprar.
‑Es cierto, señor.
‑Entonces, ¿me la venderá?
‑Sí, señor, se la venderé. Pensándolo bien, yo no la necesito. Soy muy pobre, no tengp con qué alimentarla y además no sé para qué me podría servir tener una paloma tan valiosa.
‑¡Claro! ¿Me dice usted por favor cuánto vale?

‑El precio es lo de menos, señor. Ya arreglaremos, pero antes ayúdeme a cazarla.
‑¿En qué forma? Si ya la tiene prisionera.
‑Es sencillo. Usted aprieta las alas del sombrero hasta que yo vaya a buscar una jaula al primer negocio que encuentre en el camino.
‑Bien pensado, amigo. Vaya tranquilo que de mis manos no se escapará la paloma.
‑Pero si voy a pie demoraré mucho y la paloma podría asfixiarse.
‑Tiene razón, ¿qué podríamos hacer?
‑Sencillito, si usted es amable y me presta su caballo un ratito.
‑Cómo no, amigo, puede ocuparlo con confianza. Es manso el pobrecito.
‑¡Ah! Pero me olvidaba de¡ dinero. Si usted ya me da algo a cuenta, me servirá para comprar la jaula.
‑Es cierto, pero usted tendrá que sacar la cartera del bolsillo de mi pantalón, porque yo tengo las manos ocupadas.
‑No importa, si usted me autoriza...
‑Claro, amigo.

Rapidito, Urdemales le sacó la cartera y retirando todos los billetes, volvió a colocarla en su lugar.
‑¡Caramba, señor! Ahora que lo pienso, también tendrá que prestarme su sombrero, porque no queda bien que vaya con la cabeza descubierta y a caballo por esos lugares.
‑Bueno, amigo, lleve no más y no demore mucho.
‑¡Gracias, señor! Enseguidita vuelvo...

Pedro Urdemales, convencido de que lo había engañado, montó en el caballo y partió rápidamente hacia el pueblo.
Mientras tanto, el caballero seguía tirado en el piso, cubriendo la paloma y pensando en los magníficos negocios que podría hacer con ella.
Pero el tiempo fue pasando... y el caballero empezó a desconfiar. Su curiosidad lo quemaba, quería levantar el ala del sombrero para espiar pero tenía miedo de que la paloma se le escapara.
Y el tiempo siguió pasando... hasta que el caballero perdió la paciencia. Metió la mano debajo del sombrero y ¡oh oh ohhhh! sólo sintió la tersura de una hoja de nogal.
La lección había sido amarga y dolorosa. Engañado, debió regresar a pie por los oscuros caminos del monte, sin dinero ni paloma, mientras Urdemales se retorcía de risa pensando en las maldiciones que le estaría mandando el pobre caballero.

Fuente: María Luísa Miretti

081. anonimo (sudamerica)

Perecita

Había una señora que tenía un hijo flojo, flojísimo. Era un hijo solo.
Lo mandaba a la leña y no quería ir. Lo mandaba a buscar agua y no quería ir. Lo mandaba a buscar las vacas y tampoco quería ir. A ningún lado quería ir. No quería hacer nada, nada. Siempre estaba cansado. Siempre tenía pereza, por eso lo llamaba cariñosamente Perecita.
Un día, la madre le rogó:

‑¡Ve, Perecita, busca unas leñitas!
‑Tengo pereza ‑le contestó, pero al final salió.

Se fue Perecita a la leña. Había juntado unas cuantas y había hecho una linda carga, casi como una montaña. La tenía ahí, la acomodó y se recostó en la arena a la orilla del río. Pero tenía muchísima pereza, era tan pero tan flojo que ¡ahhhh .... ! se había cansado demasiado.
Mientras estaba ahí recostado sintió que alguien lloriqueaba y le chistaba; era un pececito afuera del agua pidiendo que por favor lo devolviera al río:

‑¡Por favor, échame al agua!

Perecita entre bostezo ¡ahhhh....! y bostezo lo miraba sorprendido pero sin moverse del lugar.
‑¡Tengo pereza! ‑le dijo.
‑Pero, ¡échame!, ¡te lo pido por favor! Si me ayudas te prometo una varita de virtud.
Entonces Perecita, con la punta de la ojota, lo empujó y lo echó al agua.
El pececito, agradecido, le dio la varita de la virtud y le dijo que le podía pedir todo lo que quisiera, que ella se lo iba a conceder.
Contento, Perecita ahí no más le dijo:
‑Variíta, por tu virtud, que se junte una carga de leña y que yo vaya arriba y que la leña vaya caminando sola.

Y se juntó la leña y la carga caminó sola con Perecita recostado encima de la leña.
Siguió y siguió por el camino, hasta que pasó frente al palacio del rey. Ahí estaban jugando en el jardín las hijas del rey; cuando lo vieron empezaron a reírse diciendo:

‑¡Miren, miren cómo va Perecita recostado en la leña! ¡Miren cómo camina sola la carga de leña!

A Perecita le dio mucha rabia y se puso colorado de vergüenza, entonces dijo:

‑Variíta, por tu virtud, que la niña más linda del rey tenga un niño muy lindo y que sea mío.

Pasó mucho tiempo y la hija más linda del rey tuvo un niño. Y el niño nació con una naranja de oro en la mano. Al que le diera la naranja de oro, ése sería el padre.
El rey estaba enojado. Tenía una rabia terrible. Quería saber quién era el padre del niño para castigarlo.
Llamó a todos los más grandes y más ricos, pero el niño a nadie le daba la naranja. Llamó a todos los vecinos y nada. Ya no quedaba más nadie para convocar, hasta que se acordaron de Perecita.

‑Pero no, qué va a ser Perecita ‑todos decían.
‑Bueno, pero hay que llamarlo y salir de la duda.

Y Perecita vino. En cuanto llegó y vio al niño, Perecíta se emocionó sintiendo cosquillas en su piel, y el niño, contento, le entregó la naranja.
Pero el rey se enojó más todavía y de castigo obligó a que los echaran al río. El vecindario estaba horrorizado, pero nadie se atrevía a opinar.
Prepararon el cajón, los encerraron y los tiraron al río. La hija del rey lloraba muchísimo y le decía a su padre que no merecían semejante castigo.
Perecita le alcanzó a susurrar que no se preocupara, que no les iba a pasar nada.
Y en seguida sacó la varita y le pidió que el cajón saliera del otro lado del río y que ahí se formara un palacio mejor que el del rey. Y así se hizo.
A los pocos días el rey se enteró de que al otro lado del río había un palacio mejor que el de él y mandó a averiguar de quién era. Todos se enteraron de que era de Perecita.
Entonces el rey lo fue a buscar y Perecita le contó la verdad de lo ocurrido, explicándole que nadie había tenido la culpa.
El rey se puso muy contento y les pidió que se fueran a vivir con él. Y los dejó tranquilos para que pudieran ser felices.

Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay.

Transmitido de generación en generación con variantes, también se lo conoce como Juan el Flojo, El muchacho flojo, Juan Pereza, Juan Flojo.

Fuente: María Luísa Miretti

081. anonimo (sudamerica)

Los cuatro hijos

Había una vez una madre con cuatro hijos que se llamaban Colcol [1], Lechuza, Araña y Picaflor.
Los hijos eran haraganes, desobedientes y poco cariñosos con ella, excepto el menor. Un día la madre los reunió y les pidió que buscaran un modo de trabajar, no sólo para sentirse útiles y mejores, sino también para que se fueran preparando antes de que ella muriera. De esa manera la madre se sentiría más aliviada y tranquila.

‑Yo me iré a los montes más espesos ‑dijo Colcol-. Dormiré de día y de noche saldré a buscar alimentos.
‑Yo viviré en los cementerios y en las vizcacheras ‑dijo Lechuza‑. Desde allí haré algunas excursiones en busca de comida que no me cueste mucho conseguir.
‑Yo tejeré algunas telas cuando no tenga mucha pereza ‑dijo Araña.
‑Yo me quedaré con mi madre ‑dijo Picaflor‑, la cuidaré y trabajaré para ella.

Un día, la madre enfermó gravemente y Picaflor fue a buscar a sus hermanos.

‑Dice mi madre que vayas, que está muy enferma ‑dijo a Colcol.
‑Dile que no me gusta salir de día, que tengo mucho sueño.
‑Dice mi madre que vayas, que está muy enferma ‑dijo a Lechuza.
‑Dile que acabo de atarme los rulos, que no puedo salir así.
‑Dice mi madre que vayas, que está muy enferma ‑dijo a Araña.
‑Dile que acabo de comenzar una tela, que si voy me atrasaré,

Picaflor volvió y le dio a su madre todas las respuestas. Ella se puso muy triste y sufrió mucho por tanta ingratitud. Después de mucho pensar, se enojó y prometió castigarlos; entonces dijo:

‑Mi hijo Colcol vivirá oculto en los bosques, porque será perseguido; mi hija Lechuza causará miedo por su fealdad y todos le tendrán terror; mi hija Araña vivirá urdiendo telas, pero nunca tendrá ninguna; mi hijo Picaflor será querido y admirado en todas partes y lo recibirán con alegría como señal de buenos augurios y portador de felicidad.
Sus deseos rápidamente tuvieron respuesta y todos fueron transformados en animales, cumpliéndose en cada uno la voluntad de su madre.

Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay.

Se la conoce con algunas variantes.

Fuente: María Luísa Miretti

081. anonimo (sudamerica)


[1] Colcol o colcón: búho.

La sapita encantada

Había una vez una señora que tenía una hija muy alegre y divertida. Como se pasaba todo el día cantando, la casa parecía una campanita musical. Cantaba tan pero tan lindo que los vecinos se acercaban para poder escucharla, pero nunca podían verla. Nadie la conocía.
Por ahí cerca vivía el rey, que tenía tres hijos que se querían casar. Un día, cuando pasaron por la casa, escucharon ese canto y se quedaron mudos de emoción.

‑Con ella me quiero casar ‑dijo uno.
‑Con ella me quiero casar ‑dijo el segundo.
‑Con ella me quiero casar ‑dijo el tercero.

Los tres fueron hasta la casa, golpearon la puerta y salió la señora:

‑¿Qué desean, señores?
‑Escuchamos una voz encantadora y queremos conocer a su dueña ‑dijeron los tres al mismo tiempo.
‑¿Para qué quieren conocerla? ‑preguntó la señora.
‑Yo me quiero casar con ella ‑dijo uno.
‑Yo me quiero casar con ella ‑dijo el segundo.
‑Yo me quiero casar con ella ‑dijo el tercero.
‑ iEpa! iMuchachos! iNo tan rápido! ¿Y quiénes son ustedes que andan queriendo casarse con mi hija? ‑gritó la señora.
‑Yo soy el hijo del rey ‑dijo uno.
‑Yo soy el hijo del rey ‑dijo el segundo.
‑Yo soy el hijo del rey ‑dijo el tercero.
‑¡Ah, sí! Bueno, ahora llamo a mi hija. ¡Aquí está! ‑y vino una sapita a los saltos.
‑¿Qué es esto? ¡Por Dios! ¿Cómo me voy a casar con este animal tan asqueroso? ‑dijo uno y se fue.
‑¡Qué me voy a casar con este bicho tan fiero! ‑dijo el otro y se fue.
‑Yo sí me quiero casar con ella, si usted me autoriza ‑dijo el ter­cero.
‑¿Está seguro? ‑preguntó la señora.
‑Sí, estoy seguro y, si usted me permite, quisiera que me acom­pañe hasta mi casa así mis padres la conocen.
‑Bueno, pero usted se hace responsable.

El príncipe se fue con la sapita. Ella cantaba y él la acariciaba.
Al llegar a una laguna, la sapita saltó de los brazos del príncipe y se tiró al agua.
Sorprendido, el príncipe la empezó a llamar, pidiéndole que volviera. La respuesta fue un canto maravilloso que venía desde lo más profundo de la laguna.
Cuando el príncipe miró, vio a la sapita convertida en una maravillosa mujer saliendo del agua, con vestidos de oro y perlas.
Cantando y cantando, la música despertó a los animales del bosque, a la gente de los pueblos vecinos y a la familia real, conta-giándolos de alegría.

Argentina, Chile, Uruguay, Perú, Ecuador.

Con variantes recorre toda América Latina.

Fuente: María Luísa Miretti

081. anonimo (sudamerica)

La perdiz y el zorro

Había una vez un zorro y una perdiz que eran amigos. Un día los dos se juntaron en el camino y el zorro, que envidiaba el silbido de la perdiz, le pidió que le enseñara a silbar. La perdiz le contestó:

‑Bueno, te voy a enseñar a silbar, pero si no me comes.
‑Te lo prometo, pero quiero silbar tal cual tú lo haces ‑le contestó el zorro.
‑Pero si no me cazas.
‑¡Cómo no!
‑Bueno. Cuando yo era niña mi madre me cerró la boca y por eso puedo silbar. Si quieres hacemos lo mismo. Te la cierro para que te salga mejor el silbido y te coso bien los bordes de la boca ‑le dijo la perdiz.
‑Bueno ‑dijo el zorro.

La perdiz con gran esmero le cosió la boca con un hilo bien fuerte. Le dejó apenas un chiquito abierto al costado de la boca por donde salía un soplido.

‑Bueno, puedes irte ‑le dijo el zorro.
‑Vete tú primero, yo voy a seguir viaje, pero acuérdate de tu promesa de no comerme.

La perdiz, que no le perdonaba los sustos que le había hecho pasar, se fue despacito despacito, escondiéndose por un sendero.
El zorro, entretenido, iba chiflando por el camino, hasta que la perdiz ¡de golpe! se levantó volando y... ihuac! el zorro la quiso cazar, pero iuh! ¡ay! ¡ay!, se olvidó que tenía la boca cosida y al abrirla se la rajó de oreja a oreja y se la rompió toda.
Desde entonces el zorro tiene tan grande la boca.

Argentina, Chile, Uruguay.

Tiene alrededor de 48 versiones y variantes.

Fuente: María Luísa Miretti

081. anonimo (sudamerica)

La luciérnaga

Tupá creó a los hombres y les dio lo necesario para vivir, por eso lo primero que les concedió fue el fuego.
Un día, Añá, el malo, bajó a la tierra y se llevó un gran disgusto. Era de noche y pensó que todos estarían muertos de frío, sin embargo ocurría todo lo contrario. A lo largo de los campos y a orillas de los ríos alcanzó a divisar pequeñas fogatas alrededor de las cuales se refugiaban los humanos, conversando y compartiendo alimentos en estrecha compañía.
Enfurecido por lo que estaba viendo, aspiró hondo, hinchó sus mejillas con aire y voló sobre los campos soplando con furia para apagar todas las fogatas que iba encontrando.
Los hombres no alcanzaban a entender lo que ocurría, viendo cómo el fuego se desparramaba por el viento nocturno. Miles de chispas se esparcieron y Añá corría como loco tratando de sofocarlas.
Cuando Tupá se enteró y vio lo que estaba pasando en la tierra, pensó qué hacer para que Añá terminara con sus maldades.
Rápidamente lo decidió, transformando a estas chispas diminutas en insectos que diseminó por los campos, y que al volar se encienden y se apagan.
Añá continuó persiguiéndolos y así se fue alejando de los fogones, donde aún quedaban brasas encendidas. Cansado de soplar y soplar vio que los hombres se sentaban nuevamente alrededor del fuego, cantando y trabajando. Al ver esto se metió en una cueva oscura para pensar cómo vengarse.
Desde el enojo de Añá, las luciérnagas son bichitos de luz que alumbran los campos de noche, alegrando los caminos solitarios.

Argentina, Uruguay.

Fuente: María Luísa Miretti

081. anonimo (sudamerica)

La iguana .081

Dicen que antes, hace mucho muchísimo tiempo, cuando todavía los hombres no se peleaban y todos eran muy felices, había una mujer pobre y haragana que tenía como único abrigo para el invierno una frazada rota.
Por las noches tiritando de frío decía:

‑Mañana coseré mi frazada.

Al día siguiente salía con su cobija y, como le parecía que el sol calentaba bien, pensaba que no era tan urgente arreglar su prenda y se entregaba al sueño tranquilamente.
Esto sucedía todos los días, hasta que la frazada se destrozó por completo y su dueña tuvo que ir durante la noche a buscar abrigo en las cuevas de los animales.
Entonces se convirtió en iguana y desde ese día anda reptando con la piel toda manchada y rotosa.

Argentina, Bolivia, Paraguay, Perú, Ecuador.

Fuente: María Luísa Miretti

081. anonimo (sudamerica)

La gallina pinta


Tengo una gallina pinta,
piripinta, pitirrubia, pitiblanca,
pintita, piripintita, pitirrubita y aliblanquita.
Tiene unos pollitos pintos,
piripintos, pitirrubios, pitiblancos,
pintitos, piripintitos, pitirrubitos y aliblanquitos.
Si la gallina no fuera pinta,
piripinta, pitirrubia, pitiblanca,
pintita, piripintita, pitirrubita y aliblanquita,
los pollitos no serían pintos,
piripintos, pitirrubios, pitiblancos,
pintitos, piripintitos, pitirrubitos y aliblanquitos.

Fuente: María Luísa Miretti

081. anonimo (sudamerica)

La flor del lirolay


Un rey ciego tenía tres hijos. Una enfermedad desconocida le había quitado la vista y ningún remedio podía curarlo, aunque habían sido consultados los sabios más famosos.
Un día llegó al palacio, desde un país muy remoto, un viejo mago conocedor de la desventura del soberano. Lo observó y dijo que sólo la flor del lirolay aplicada a sus ojos obraría el milagro. La flor del lirolay se abría en tierras muy lejanas y eran tantas y tales las dificultades del viaje y de la búsqueda que resultaba casi imposible conseguirla.
Los tres hijos del rey se ofrecieron para realizar la hazaña. El padre prometió entonces legar la corona del reino al que conquistara la flor del lirolay.
Los tres hermanos partieron juntos. Llegaron a un lugar en el que se abrían tres caminos y se separaron, tomando cada cual por el suyo. Se marcharon con el compromiso de reunirse allí mismo el día en que se cumpliera un año, cualquiera fuese el resultado de la empresa.
Los tres llegaron a las puertas de las tierras de la flor del lirolay, que daban sobre rumbos distintos, y los tres se sometieron, como correspondía, a normas idénticas.
Fueron tantas y tan terribles las pruebas exigidas, que ninguno de los dos hermanos mayores las resistió y regresaron sin conseguir la flor.
El menor, que era mucho más valeroso que ellos y amaba entrañablemente a su padre, mediante continuos sacrificios y con grandes riesgos de su vida, consiguió finalmente apoderarse de la flor extraordinaria, casi al término del año estipulado.
El día de la cita los tres hermanos se reunieron en la encrucijada de los tres caminos.
Cuando los hermanos mayores vieron llegar al menor con la flor del lirolay se sintieron humillados. La conquista no sólo daría al joven fama de héroe, sino que también le aseguraría la corona. La envidia les mordió el corazón y se pusieron de acuerdo para quitarlo del medio.
Poco antes de llegar al palacio se apartaron del camino y cava­ron un pozo profundo. Allí arrojaron al hermano menor después de quitarle la flor milagrosa, y lo cubrieron con tierra.
Llegaron los impostores alardeando de su proeza ante el padre ciego, quien recuperó la vista apenas pasó por los ojos la flor del lirolay. Pero su alegría se transformó en nueva pena al saber que su hijo menor había muerto por su causa en aquella aventura.
Mientras tanto, de la cabellera del príncipe enterrado había brotado un lozano cañaveral.
Al pasar por allí un pastor con su rebaño le pareció espléndida la ocasión para hacerse una flauta y cortó una caña.
Cuando el pastor probó modular en el flamante instrumento un aire de la tierra, la flauta dijo estas palabras:

No me toques, pastorcito,
ni me dejes de tocar;
mis hermanos me mataron
por la flor del lirolay.

La fama de la flauta mágica llegó a oídos del rey que la quiso probar por sí mismo; sopló en la flauta y oyó estas palabras:

No me toques, padre mío,
ni me dejes de tocar,
mis hermanos me mataron
por la flor del lirolay.

Mandó entonces a que sus hijos tocaran la flauta, y esta vez el canto fue así:

No me toquen, hermanitos,
ni me dejen de tocar;
porque ustedes me mataron
por la flor del firolay.

Llevado el pastor al lugar donde había cortado la caña de su flauta, mostró el lozano cañaveral. Cavaron al pie y el príncipe, vivo aún, salió desprendiéndose de las raíces.
Descubierta toda la verdad, el rey castigó a sus hijos mayores, pero el joven príncipe no sólo los perdonó sino que con sus ruegos consiguió que el rey también los perdonara.
El conquistador de la flor del lirolay fue rey y su familia y su reino vivieron largos años de paz y de abundancia.

Fuente: María Luísa Miretti

015. anonimo (argentina)

La flor de ceibo


Las noticias que llegaban a España sobre las riquezas de América animaron a muchos conquistadores a cruzar el océano en busca de sus tesoros.
Con esa idea, un día de noviembre llegó una expedición numerosa. Acamparon a orillas del Paraná, que lucía unas riberas espléndidas, de exuberante vegetación.
El lugar tan apacible se vio alterado por voces de mando, órdenes y un movimiento inusual. Pasaron los días y el espíritu de aventura los decidió a salir a explorar.
Anduvieron muchas leguas a través de bosques frondosos y tupidos hasta llegar a un sitio descampado cerca de la costa. Allí vieron canoas y balsas amarradas balancéandose en las tranquilas aguas, por lo que supusieron que el lugar estaba habitado. Más lejos vieron una aldea formada por cantidad de toldos. Avanzaron hasta llegar a un lugar distante de la costa de donde partían voces y gritos. Protegidos por los árboles, pudieron ver que la tribu estaba cele-brando una fiesta.
Bajo un corpulento aguaribai de hojas verdes y aromáticas, repleto de flores amarillas, estaba sentado el cacique Teyú hablando con su hija Ibaga.
Ibaga no era linda, tenía boca grande de labios gruesos, ojos pequeños, rasgados, piel morena cobriza y largos y lacios cabellos negros, pero una voz dulce y expresiva que parecía una caricia. Todos sentían la dulzura de su espíritu a través de su voz.
Estaban en una fiesta, danzando y cantando para celebrar la cosecha de mandioca.
Los españoles, en silencio, observaban la escena, pensando que era el momento más apropiado para atacar.
Rápidamente se lanzaron contra los indefensos guaraníes, que, tomados de sorpresa, no entendían lo que ocurría.
El cacique, dando prueba de su arrojo, impartió órdenes y organizó la defensa con arcos, flechas y teas encendidas. La lucha fue general.
Una densa humareda se levantó y los conquistadores no pudieron evitar la huida de los indios, que se iban internando en el bosque. Sin lograr su objetivo volvieron al campamento cuando ya amanecía.
El cacique Teyú había sido mal herido en el combate y estaba en un toldo que habían preparado para él. Ibaga no se separaba de su lado, mientras el hechicero de la tribu le hacía las medicinas.
Varias mujeres siguieron sus órdenes, tomaron una cantidad de hojas y flores de aguaribai, las machacaron y las introdujeron en una vasija de barro. Las cubrieron con agua y las pusieron a cocer y, cuando estuvieron a punto, exprimieron las hojas y las flores con un lienzo y prepararon un bálsamo que aplicaron sobre las heridas de Teyú.
Nada parecía mejorar al cacique. A mediodía Teyú llamó a su hija, le pidió que se acercara y le dijo:

‑Ibaga, hija mía, voy a dejarte. Tupá me llama a su reino, así que te entrego el porvenir de la tribu. Que la justicia y el honor acompañen tus actos para bien de nuestro pueblo.
‑¡¡¡No!!! ¡Padre! ¡Padre! ‑gritó desesperada Ibaga. Tupá no ha de querer que esto suceda. Si así ocurre yo te juro que sabré vengar tu muerte.

Su voz quedó entrecortada por el llanto. El cacique cerró los ojos.
Dejando a un lado su pena, Ibaga se irguió, llamó a los ancianos de la tribu y les dio la terrible noticia.
Prepararon los funerales y en el lugar en que había vivido se abrió un pozo en el cual lo enterraron.
Al día siguiente empezaron a rehacer sus viviendas y a ordenar lo que había quedado del desastre.
Ibaga reunió a los principales guerreros y les preguntó si estaban dispuestos a seguirla para vengar la muerte de su padre.

‑Cuando lo mandes ‑dijo Ñaró, un joven guerrero que se destacaba por su coraje.
‑No hay uno que no te siga, Ibaga. Estamos listos ‑dijo otro.

Y al día siguiente, al atardecer, salieron.
Se reunieron en un claro del bosque bajo el mando de Ibaga. Despacio fueron llegando al campamento. Allí todos dormían mientras un centinela armado vigilaba. Le dieron muerte y avanzaron.
Los españoles rápidamente estuvieron en pie, trabándose en lucha con los atacantes. Fogonazos de armas de fuego se cruzaban con los tizones encendidos. La lucha fue desigual y terrible.
Muchos guaraníes debieron huir, otros quedaron muertos y desparramados por el suelo, y algunos fueron tomados prisioneros. Entre estos últimos se encontraba Ibaga, que al ser reconocida como jefe, fue llevada a una celda de la barca y custodiada por un centinela bien armado.
Indómita y rebelde como era, sabía que podría vencer al centinela y huir, cruzando el río a nado.
Cuando creyó que era el momento, se lanzó contra el español, le arrebató el puñal y se lo clavó en el pecho dejándolo sin vida.
Cuando se preparaba para huir fue descubierta por un soldado que venía en reemplazo del centinela. Gritos de alarma la rodearon hasta que la redujeron, llevándola ante el Capitán.
Allí la juzgaron y decidieron que esa misma noche debía morir en una hoguera.
Debajo de un ceibo se amontonaron ramas secas y la prisionera fue atada a su tronco. Con un tizón se prendió fuego a la leña, que rápidamente empezó a arder. Fulgores rojos inundaron el lugar, iluminando los árboles y las personas que observaban.
De pronto, el cuerpo de Ibaga comenzó a ponerse rojo y a confundirse con el tronco del árbol que la recibía en su interior apoderándose de su alma.
Los que rodeaban la escena veían sorprendidos cómo el ceibo, que hasta el momento sólo estaba cubierto de hojas verdes y frescas, se llenaba de infinitas flores rojas de suave perfume.
Desde entonces los ceibos llevan esas flores como señal del espíritu de los primitivos habitantes de nuestra tierra, que, aunque desaparecidos, siguen poblándola de belleza demostrando el candor de sus almas ingenuas, cuya esencia llega hasta nosotros a través del recuerdo.

Argentina, Paraguay, Uruguay.

Aguaribai: árbol llamado molle
Teyú: lagartija
Ibaga: cielo
Tupá: dios bueno
Ñaró: bravo

Fuente: María Luísa Miretti

081. anonimo (sudamerica)

La ciudad de te irás y no volverás

Había una vez un rey que quería casarse, pero no encontraba una mujer a quien amar y que lo amara. Triste pasaba sus días pensando por qué no encontraba una que lo quisiera de verdad.
En los alrededores del palacio vivía una bruja mala que siempre aparecía y le decía que ninguna mujer lo iba a querer.
Un día el rey conoció en el pueblo a una linda muchacha. Cuando le propuso matrimonio, ella le dijo que tenía la ilusión de construir un hermoso jardín donde debía haber flores, aves, hamacas, fuentes, toboganes y estatuas.
Desde ese momento el rey empezó a arreglar los alrededores con afán y delicadeza, pero la bruja llegaba y le hacía notar que algo faltaba.
En el inmenso jardín construido en forma de U, hizo todo lo que la muchacha pretendía: colocó variedad de plantas y flores, desparramó hermosas aves que tenían su nidal en la arboleda, distribuyó hamacas y juegos con algunas estatuas de yeso y en el medio hizo una fuente circular de tres pisos.
Pero la bruja llegaba y le hacía notar que algo faltaba.
Cambió el color de los juegos y trajo más flores y pimpollos.
Pero la bruja llegaba y le hacía notar que algo faltaba.
‑¿Qué es lo que falta en este hermoso jardín, si todo fue pensado para ella? ‑le preguntó el rey.
‑Al lindo jardín que Su Majestad está preparando le falta una cosa ‑contestó la bruja.
‑¿Qué cosa? ‑volvió a preguntar el rey.
‑El agua encantada ‑dijo la bruja.
‑¿Dónde puedo encontrar el agua encantada?
‑En la ciudad de Te írás y no Volverás ‑contestó la bruja.
A las preguntas insistentes del rey la bruja le fue explicando por dónde debía ir y qué camino tomar para encontrarla. Como el rey estaba muy ansioso y confundido, ella le dijo que debían ir los dos juntos.
Pero el rey hizo ensillar el mejor caballo y partió solo.
En la mitad del camino se encontró con una choza muy pobre y despintada. Allí vivía un viejo petiso y barbudo quien sin saber que era el rey, le ofreció pasar la noche.
Al otro día, muy temprano, el viejo lo ayudó a preparar el viaje, le preguntó hacia dónde iba y el rey le contestó:

‑A la ciudad de Te irás y no Volverás.
‑¡Ay!.... ‑exclamó el viejo.
‑¿Qué le pasa, señor?

Después de un rato le contestó:
‑Mira, deja tu caballo y vete en ese blanco. Antes de llegar, por la orilla del camino, verás muchas piedras de varios colores. Aunque no me creas te voy a contar: todas esas piedras son hombres que, como tú, fueron en busca del agua encantada y quedaron así.
‑¡increíble! ¿Y quién los castigó de esa manera? ‑preguntó el rey.

Pero el viejo, cabizbajo, no contestó esa pregunta. En cambio le aconsejó:

‑Para que no te pase lo mismo no tienes que mirar a los costados ni darte vuelta para atrás. Cuando llegues al agua, alza un jarrito lleno, monta rápido otra vez y di: 'Que mi caballo blanco corra más rápido que el viento'. ¿Te vas a acordar?
‑Sí, gracias, señor ‑contestó el rey y desapareció entre la espesura.

Galopó largo trecho hasta que llegó al lugar. Hizo lo que el viejito le había aconsejado, fue derecho al agua, llenó el jarrito y montó en su caballo blanco, diciendo:

‑'Que mí caballo blanco corra más rápido que el viento'. ¡Arre, arre, caballito, no me abandones, amigo! ‑repetía nervioso y todo transpirado el rey.

Volaba el blanco cuando una tropilla enemiga lo empezó a perseguir, pero el rey no se dio vuelta porque se acordó de que si lo hacía quedaría hecho piedra.
Después de mucho galopar llegó a la choza. El viejo lo recibió con alegría y lo felicitó.

‑¿Cómo puedo agradecerte este favor? ‑le preguntó el rey.

Pero el viejo, cabizbajo, no contestó esa pregunta. Lo ayudó a cambiar de caballo y, antes de despedirlo, le advirtió:

‑No hagas caso a los comentarios ajenos y aprende a defender tu felicidad ‑y después de decir esto, el viejo y la choza desaparecieron.

Emocionado, el rey llegó a palacio. Puso en el centro del jardín el agua y vio cómo se hacían cataratas y burbujas multicolores y cantarinas. Llegó la bruja y quiso opinar, pero la echó.
Cuando el rey terminó de organizar todo, partió corriendo al pueblo a buscar a la muchacha.
Y se casaron. Y sus hijos jugaron en el jardín.

Fuente: María Luísa Miretti

081. anonimo (sudamerica)