Una vez, hace mucho
tiempo, los espíritus de los animales y de las cosas se reunieron para
disfrutar de un magnífico banquete. En medio de la fiesta, comenzó a llover y
llovió a raudales durante cuarenta días y cuarenta noches. Todos los
espíritus, para buscar abrigo, se escondieron bajo tierra, pero Ngilui, el
espíritu del perro, se quedó en la superficie, donde encontró un refugio
seco.
Finalmente dejó de
llover, los espíritus querían regresar a la tierra, pero ésta se había cerrado
sobre ellos. Ngilui los hizo salir, excavando un gran hoyo en el suelo. En
cuando salieron, el hogo se llenó de agua y se formó una gran laguna. Se la
puede ver aún hoy, cerca de Sendar.
El espíritu de la cigüeña
miró la laguna y vio unas pequeñas cañas de bambú que nadaban moviéndose por sí
solas, como si estuviesen vivas. El espíritu de la cigüeña cogió una con el
pico, pero el espíritu del fuego gritó:
-¡No las comas! Son seres
vivos, que se llaman hombres. Los he fabricado go y a mí me pertenecen.
Llévalos hasta la orilla y déjalos que se sequen.
El espíritu de la cigüeña
llevó a los hombres a la tierra firme y el fuego encendió un gran haz de leña
para que se secasen. En un momento de distracción, los bambúes comenzaron a
cuartearse a causa del calor, y así se formaron las manos y los pies y se abrieron
la boca, las fosas nasales y las orejas. El espíritu del fuego cogió entonces
un cuchillo y les cortó a los hombres la nariz y los dedos. Cortó también la
membrana que mantenía unidos a los dedos y la tiró al suelo. Pero no debería
haber hecho semejante cosa: de la membrana nacieron las sanguijuelas, que aún
hoy atormentan a los hombres.
140. anonimo (papuasia)
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