Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 1 de agosto de 2012

El campesino avaro y su criado vania

Había una vez un campesino que tenía un criado llamado Vania.
-Vania -le dijo una noche, mañana iremos al campo a se­gar el trigo.
-Muy bien -respondió Vania. Si ha de ser mañana, maña­na será; si hay que segar, se segará.
Al día siguiente se levantaron temprano y el campesino le dijo a su mujer:
-Mujer, prepáranos el desayuno.
La mujer sirvió el desayuno. Ambos comieron con avidez, se secaron los bigotes y luego el campesino observó:
-¿Es realmente necesario que a mediodía volvamos a casa desde el campo para comer? Sería mejor comer ahora mismo ya que estamos aquí. Mujer, prepáranos también, enseguida, la co­mida.
Y la mujer se la sirvió. Los dos comenzaron a comer, pero no llegaron a acabarlo todo.
-Y ahora que lo pienso, ¿es realmente necesario que alguien se acerque por la tarde a llevarnos la merienda? Hagámosla aho­ra -dijo el campesino, muy feliz porque con este sistema ahorra­ría un poco, puesto que Vania ya no tenía mucho apetito.
La mujer les llevó la merienda. Vania bebió solamente un sorbo de leche, pero dejó el resto. Y el campesino dijo:
-Cuando volvamos esta noche del campo estaremos muer­tos de cansancio y no tendremos ganas de cenar. Mujer, danos ya la cena.
Y la mujer sirvió la cena. Pero Vania no llegó siquiera a mi­rar lo que había en su plato. El campesino se rió:
-Y ahora vagamos a segar.
Pero Vania objetó:
-Ah, no, señor. Después de la cena hay que irse a dormir. ¡Buenas noches!
Salió de la casa, buscó un sitio abrigado y se echó a dormir.

Fuente: Gianni Rodari

062. anonimo (rusia)

Cómo el gallo se burló del oso

Había una vez un leñador que tenía un hijo, un auténtico idiota. Un día el idiota dijo:
-Papá, búscame una mujer. Si no me la consigues, haré pe­dazos la estufa.
-¿Cómo hago para encontrarte una mujer, si no tengo dinero?
-No tienes dinero, pero tienes un buey. Véndeselo al carni­cero y tendrás dinero.
El buey, al escuchar esas palabras, se refugió en el bosque.
El idiota volvió a suplicarle a su padre:
-Papá, búscame una mujer. Si no me la consigues, haré pe­dazos la estufa.
-¿Cómo puedo encontrarte una mujer, si no tengo dinero?
-No tienes dinero, pero tienes un carnero. Véndelo y tendrás dinero.
Cuando el carnero escuchó esas palabras, escapó al bosque.
El idiota volvió a decirle a su padre:
-Papá, si no me consigues una mujer, haré pedazos la estufa.
-¿Cómo puedo encontrarte una mujer, si no tengo dinero?
-No tienes dinero, pero tienes un gallo. Véndelo y tendrás dinero.
El gallo, al escuchar esas palabras, corriendo y volando, se reunió en el bosque con el buey y el carnero.
Los tres construyeron una cabaña y vivían en paz y armonía.
Cuando el oso se enteró, decidió ir a comérselos a los tres.
Se acercó a la cabaña y analizaba cuál sería la mejor manera de entrar. Pero el gallo se dio cuenta, batió las alas y cantó:

¡Quiquiriquí!
El oso está aquí.
Con mis uñas
lo arañaré,
y en el estanque
lo ahogaré.
Listo el cuchillo,
lista la cuerda,
un tajo y una atadura:
el oso no tendrá cura.

El oso huyó despavorido. Corrió hasta que se quedó sin aliento y caljó muerto. Lo encontró el idiota, le arrancó la piel, la vendió y, de ese modo, consiguió el dinero para casarse.
Así el buey, el carnero y el gallo pudieron volver a casa y vi­vir en paz.

062. anonimo (rusia)

Carrera entre una zorra y una carpa

Una zorra, corriendo por la orilla del río, vio a una carpa tendi­da en un banco de arena, absolutamente inmóvil.
-Hola, carpa -la saludó la zorra-. Dicen que tú no sabes co­rrer. ¿Es verdad?
-Claro que no es verdad, querida zorra -repuso la carpa. Sé correr al menos tanto como tú.
-No lo creo -observó la zorra.
-Hagamos, pues, una apuesta -propuso el pez.
Y así la zorra y la carpa apostaron a ver quién llegaría pri­mero a la desembocadura del río. La zorra debía correr por la orilla y la carpa por el agua. Pero esta última, perezosa como era, no tenía ganas de correr. Informó entonces a la carpa que estaba junto a ella de la apuesta hecha con la zorra, la segunda carpa le pasó la palabra a su vecina y así sucesivamente, hasta que en pocos minutos todas las carpas del río, y no eran pocas, se dieron por enteradas.
La zorra, que corría por la margen del río, después de unos instantes preguntó:
-Carpa, ¿estás ahí?
-Aquí estoy -respondió desde el río la carpa más próxima.
La zorra aceleró aún más su carrera y, después de un mo­mento, preguntó:
-Carpa, ¿estás ahí?
-Aquí estoy -respondió de nuevo desde el río la carpa más próxima.
La zorra se puso a correr como el viento y, dado que el cur­so del río era muy tortuoso, intentó, en la medida de lo posible, abreviar el trayecto. Pero todo fue inútil. Cada vez que repetía su pregunta, una de las carpas estaba siempre dispuesta a res­ponder:
-Aquí estoy.
Cuando la zorra llegó finalmente a la desembocadura del río, preguntó por última vez:
-Carpa, ¿estás ahí?
Y la última carpa, perezosamente tendida en el barro, res­pondió:
-Aquí estoy, querida zorra. ¡Pero has tardado mucho tiem­po en llegar!
Desde aquel día, ninguna zorra volvió a dirigirle la palabra a un pez.

Fuente: Gianni Rodari

062. anonimo (rusia)

Yo uno y tú dos

300. Cuento popular castellano

Era un matrimonio que solían poner la mayor parte de las noches para cenar tres huevos. El marido tenía por costumbre de comerse dos, y la mujer el otro restante. Hasta que un día la mu­jer se incomodó y le dijo:
-Ya sabes que nos hemos casao en una misa y no está bien que todas las noches te comas tú dos huevos y yo uno nada más. Desde ahora vamos a hacer un turno; una noche te tocan a ti dos y otra noche me tocan a mí.
-No, no; no te lo consiento -dijo el marido, porque el ma­rido ya sabes que tiene toda la autoridaz de la casa.
-Pues no te lo dejo pasar -contestó la mujer.
-Pues entonces me muero -dijo el marido.
-Pues, si te mueres, ¡que te entierren!
Al otro día el marido hizo el muerto. La mujer empezó a gritar y decía:
-¡Mi marido, que se ha muerto! ¡Mi marido, que se ha muerto! Y dio parte a las autoridades del pueblo y al señor cura para hacerle el entierro.
En el entierro, iba la mujer acompañando al difunto y de vez en cuando decía:
-¡Hija mío! ¡Dejáimele ver ya por la última vez!
Y como que le iba a besar, le decía al oído muy despacio:
-¿Cuántos te comes, que ya vamos a la mitaz del camino? El marido ensistía que dos y la mujer le decía que uno.
-¡Pues, adelante con el entierro! -decía el marido.
Al llegar a las puertas del cementerio volvió a decir la mujer:
-¡Hijo mío, hijo mío! ¡Dejáimele ver ya por la última vez y darle el último abrazo!
Y arrimándose al oído del marido, le volvió a decir:
-¿Cuántos te comes, que ya estamos a la puerta del cemen­terio?
Y el marido decía:
-Dos; te he dicho que dos.
-Uno -le decía la mujer.
-¡Pues, adelante con el entierro! -decía el marido.
Al llegar ya con el ataúz a la fosa donde iba a ser depositado, la mujer volvió a repetir lo que las veces anteriores:
-¡Hijo mío! ¡Dejáimele ver ya por la última vez y darle el úl­timo abrazo!
Y arrimándose al oído del marido le volvió a decir:
-¿Cuántos te comes?
Y él decía:
-Dos.
Y viendo la mujer que consentía el dejarse enterrar, antes que vencer en su propósito, le dijo:
-Bueno; pues cómete los dos.
Entonces el marido se levantó del ataúz, con la sábana envuel­ta, y salió por el cementerio gritando:
-¡Dos me como! ¡Dos me como!
Y la gente, al ver que resucitaba y decía eso, se echó a correr.
El sacristán era cojo, y iba corriendo todo lo que podía, gritando:
-¡A mí, no! ¡A mí, no!

Peñafiel, Valladolid. Mariano Ruiz Salinero.
27 de abril, 1936. Dulzainero, 58 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

Y el burro?

509. Cuento popular castellano

Estando yo en Marazoleja, que está de aquí seis leguas, tenía yo una caballería menor. Un día salí al campo a resinar pinos y la solté al río Zorita. Y ya después de la postura del sol, fui a buscar mi caballería entre unas matas que había en ese río. En esto que siento quejidos:
-¡Dios mío! ¿Quién me ampara? Y ¿quién me remedia en esta ocasión?
Ya me acerco a la persona y era una moza que estaba dando a luz. Y me dice:
-Mira, Petronilo, ayúdame lo posible en esta ocasión.
Tanto que dio a luz. Y arrecogió el niño en la sábana que esta­ba lavando. Y la monté en mi caballería menor. Y echamos el filio encima de su halda y la llevó an casa de sus padres. Y tenía dos hermanos. Y al llamar a su puerta, salieron los hermanos en com­pañía del padre de ella. Y le dije al padre:
-Buenas noches. Ahí tiene usted a su hija, de la forma que viene.
Y entonces contestan los dos hermanos:
-¡Ah, coño! ¡Tú eres el que lo has hecho! ¡Y lo vas a pagar ahora! ¡Mete el burro!
Y les dije:
-No, que me voy a mi casa, que hace tiempo que me está esperando mi madre.
Y dicen:
-¡No, señor, tiene usted que quedarse esta noche a cenar!
-Bueno, cenaré.
Ya que ceno, me dicen:
-Ahora, ¡te vas a quedar aquí también!
-¡No, no, que me voy a mi casa, que mi madre me está es­perando!
Y dicen que no, que me tengo que quedar allí. Bueno, pos a la postre echaron de comer al burro y a mí me puson la cama en el sobrao. Y a la medianoche, había una ventana en el sobrao y me salí por ella y me vine a mi casa.

[Y entonces es cuando dice el señor u otro:
-¿Y el burro?
Y se le contesta:
¡álzale el rabo y bésale el culo!]

Navas de Oro, Segovia. Petronilo Bartolomé Redondo.
7 de abril, 1936. 74 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

Volverá la palomita al nido

Un padre mandó a su hija a dar de comer a los machos. Y se le escaparon por los trigos. Y no los podía coger. Y un mu­chacho que venía por allí entró por los trigos y se los cogió. Y la chica estaba muy fatigada, y de la alegría que la dio, le dijo:
-¡Cuando llegue a ser moza, me caso contigo!
Ya llegó a ser moza y tuvo novio. Y se enteró el que la cogió los machos, y el día de los arreglos de boda, se presentó en su casa. Le dieron la jarra de vino para beber, y brindó así:
-En el monte de Ellas,
niña, corrías.
Te alcancé lo que tú no podías. Me ofrecistes lo que no me distes. Ahora que puedes, págame lo que me debes.
Y bebió y dio la jarra a la novia. Y dijo la novia:
-Aguárdate que se vayan estas gentes. Se esbaratarán estos puentes. Volverá la palomita al nido, y te pagaré lo prometido.
Y luego se casó con él.

Barbolla, Segovia. Señora de 50 años,
entrevistada en Sepúlveda, Segovia. 4 de abril, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

Unos a una, otros a uñas

323. Cuento popular castellano

Pues, había dos conventos, y se juntaron los dos padres prio­res, y le dice el uno al otro:
-Oye, compañero, ¿cómo es que tu convento va siempre hacia arriba y el mío va cada vez menos?
Dice el otro:
-Porque nosotros vamos a una, y vosotros vais a uñas.
-Pues, ¿cómo es esto?
-Pues, sí, porque ayer mismo he visto que ordenastes a un fraile que comprara una arroba de patatas, y le costó una peseta, y a ti te ha cobrado dos. En cambio yo he mandao a otro fraile a la feria de Granada a vender una mula, y le dije: «Tienes que decir la verdaz y no engañar al prójimo; pero la verdá seca». La mula es­taba gorda y buena. Se presentó en la feria con ella, y en seguida tuvo mercader. «¿Cuánto vale la mula?». «Dos mil pesetas». «Hom­bre, es mucho». «Pues, ¿qué tiempo tiene la mula?», le pregunta. ron. Y contestó el fraile: «La mula anda entre diez, once y doce». E hicieron el trato.
-Pues, no ha dicho la verdaz a los compradores -le dijo el otro prior.
-Pues, sí, señor; sí que ha dicho la verdaz; que le han dicho que cuánto tiempo tenía la mula y les ha contestado que la mula andaba entre diez, once y doce, que componen treinta y tres años. Por fin hicieron el trato, y me trajo las dos mil pesetas íntegras.

Navas de Oro, Segovia.
7 de abril, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

Una señora resucita cuando le cortan el dedo

278. Cuento popular castellano

En una ciudaz murió una señora muy rica. Y en los dedos lle­vaba una preciosa sortija de diamantes. El sepulturero, que era algo ambicioso, quiso cogérsela. Pero al no podérsela sacar, la cortó el dedo. Entonces la señora se incorporó y se puso de pie en la caja, porque la hacía falta una sangría. Y el sepulturero, lleno de miedo, huyó como alma que lleva el diablo.
Entonces la señora se encaminó para su casa y llamó. Su fa­milia no quería creer que fuese ella; pero al abrir la rejilla y ver que era ella en persona, la abrieron. Entonces la señora les con­tó lo ocurrido, y anduvieron en muchas pesquisas para ver si encontraban al sepulturero; pero no lograban dar con él.
Al cabo de bastantes años fue pidiendo limosna a la casa de la señora. Y en una de las conversaciones -dio la casualidaz de que él era el sepulturero del mismo pueblo. Entonces, al saberlo la familia de aquella señora, le dieron una excelente carrera.
Se trata de un caso verídico.

San Pelayo, Valladolid.        
Contado por una niña de unos 12 años
11 de mayo, 1936. 
en Villabrágima, Valladolid. Se lo con­tó su abuela.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

Una oveja cegueda...


504. Cuento popular castellano

Yo tengo una oveja cegueda, negueda, lanada, lanuda, rebarba, collarva y cornuda,
que si la oveja no fuera cegueda, negueda, lanada, lanuda, rebarba, conllarva y cornuda,
no criaría sus hijos ceguedos, neguedos, lanados, lanudos, rebarbos, collarvos y cornudos.

Riaza, Segovia. Teodoro Hernán Gómez.
30 de marzo, 1936. 22 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)



Una gallina pinta


505. Cuento popular castellano

Yo tengo una gallina pinta, perlinta, pelizanca y toda
repitiblanca,
con los pollitos pintos, perlintos, pelizancos y todo
repitiblancos.
Si la gallina no fuese pinta, perlinta, pelizanca y toda
repitiblanca,
los pollitos no serían pintos, perlintos, pelizancos y todo
repitiblancos.

Matabuena, Segovia. Saturnina Gil.
29 de marzo, 1936. 13 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

Una capa enguirlada


506. Cuento popular castellano

Yo tengo una capa enguirlada, emborlada, encarapitifoldada. Se la tengo de dar a mi tío enguirlador, emborlador, encarapitifoldador,
para que me la enguirle, me la emborle, me la encarapitifolde. Si no me la enguirla, me la emborla, me la encarapitifolda, le tengo que decir que ni la enguirle, ni la emborle ni la encarapitifolde.

Matabuena, Segovia. Benito Gil.
27 de marzo, 1936. 40 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)



Una cabra ética


502. Cuento popular castellano

Ésta era una cabra ética, perlética, perlimperlambrética, perlúa, perlimperlambrúa, cornúa, con el morro hocicúo,
que tuvo un cabrito ético, perlético, perlimperlambrético, per­lúo, perlimperlambrúo, cornúo, con el morro hocicúo.
Si la cabra no hubiera sido ética, perlética, perlimperlambrética, perlúa, perlimperlambrúa, cornúa, con el morro hocicúo,
el cabrito no habría sido ético, perlético, perlimperlambrético, perlúo, perlimperlambrúo, cornúo, con el morro hocicúo.

Matabuena, Segovia. Juana Gil.
29 de marzo, 1936. 12 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

Un pecado de ignorancia


271. Cuento popular castellano

Al Padre Santo me fui, con un pecado de ignorancia. Esta mujer que aquí traigo es hija, mujer y hermana. Si bien lo entendéis, mirarle por todos modos, y veréis son cinco todos, como dos y dos son seis.

Sieteiglesias, Valladolid. Filiberta Yuguero Casado.
7 de mayo, 1936. 25 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

Tres casos de ignorancia


270. Cuento popular castellano

Fueron unos recién casaos a Roma, y dijeron al Santo Padre:
-Padre Santo, aquí venimos con tres casos de ignorancia, que la mujer que yo tengo es hija, mujer y hermana.
Era una viuda con un hijo mozo, y tenía criada. Se enteró la viuda de que su hijo iba a dormir con la criada, y dijo a la criada:
-Esta noche duermes en mi cama, y yo me quedo en la tuya.
Pero el chico, como tenía costumbre de ir todas las noches, se metió en la cama de la criada sin saber que quien estaba allí era su madre, y ésta quedó embarazada. Dio a luz una niña y la llevó al hospicio. Y cuando una mujer del mismo pueblo, sin saber nada del caso, fue por una niña, le dieron aquélla. Y la mujer la crió hasta que llegó a ser moza.
Al cabo de algunos años se enamoró de la moza el hijo de la viuda, y se casó con ella, aunque era mucho más viejo que ella. Después se enteró del caso por los papeles de la inclusa. Como todo lo había hecho por ignorancia, se fueron a Roma, ande el Padre Santo. Pidieron audiencia para hablar con él y se explicó el hijo de la viuda delante de él de la manera citada.

Covarrubias, Burgos. Faustina Núñez.
5 de junio, 1936. 74 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

Traérmelos muertos del todo...

388. Cuento popular castellano

Eran unos mozos de un pueblo y decían:
-Vamos a ver. Este cura que tenemos es tan bruto. Vamos a hacer que uno de nosotros ha muerto y le obligamos a llevarle a enterrar.
Y ya sortearon entre los mozos el que había de hacer el muer­to. Le metieron en la caja y le llevaron a la ermita. Y ya el cura le iba a enterrar. Y estando ya cantando el cura en la ermita, se estaban haciendo señas los mozos unos a otros. Pero ya va el cura con el guisopo y ve que el que está en la caja hace una guiñada. Entonces, con el mismo guisopo, le empieza a dar en la cabeza hasta que le mató. Entonces dijo el señor cura:
-Para lo sucesivo, traérmelos muertos del todo, que no tenga yo que acabarlos de matar.

Nava de la Asunción, Segovia. Pedro García de Diego.
18 de abril, 1936. Posadero, 75 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

Treinta reales me costó la burra


341. Cuento popular castellano

En un pueblo había un hombre muy bueno que se llamaba tío Juan. Como precisaba una burra, se fue a la feria a comprarla y logró comprar una burra en treinta reales. Al volver a su pueblo se tropezó a un vecino que le dice:
-¡Hola, tío Juan, qué burra más guapa ha comprao! ¿Cuánto le ha costao?
-Pues treinta reales me costó la burra -contesta el tío Juan. Más adelante encontró a otro, que le dice:
-¡Oy, tío Juan, qué burra más guapa ha comprao! ¿Cuánto le ha costao?
-Pues treinta reales me costó la burra -dice.
Y así más adelante se encontró otro y le preguntó lo mismo, y luego otro, y luego otros dos o tres. Y todos le preguntaban lo mismo, y a todos les contestaba que la burra le había costao trein­ta reales. Conque ya cansao de tanto decir que la burra le había costao treinta reales, entra en el pueblo, mete la burra en la cua­dra y se va corriendo a la iglesia. Y se metió detrás de San Pedro y empieza a decir:
-¡Que vengan todos! ¡Que vengan todos! ¡Que vengan todos! Y el sacristán, que le oye, se asusta y dice: -¡No es posible que San Pedro hable!
Se le quedó mirando al santo y vuelve otra vez a sentirse:
-¡Que vengan todos! ¡Que vengan todos! ¡Que vengan todos! Y entonces el sacristán fue a llamar al señor cura:
-¡Venga corriendo, señor cura, que San Pedro dice que ven­gan todos!
El cura fue allá corriendo y vuelve a sentirse:
-¡Que vengan todos! ¡Que vengan todos! ¡Que vengan todos! Y dice el cura:
-San Pedro milagroso, ¿es que quieres que vengan todos? Y San Pedro vuelve a decir:
-¡Que vengan todos! ¡Que vengan todos! ¡Que vengan todos! Entonces echaron las campanas al vuelo, y acudió la gente a ver qué pasaba y les dijo el señor cura:
-Es necesario que vengan todos, porque así lo quiere San Pe­dro; y si no, oírselo a él mismo.
Y otra vez se oyó la voz cavernosa decir:
-¡Que vengan todos! ¡Que vengan todos! ¡Que vengan todos! Y dijo entonces el señor cura:
-¡Oh, San Pedro, aquí estamos todos! Y otra vez se vuelve a sentir:
-¡Que vengan todos! ¡Que vengan todos! Y dice el señor cura: -¡Aquí estamos ya todos! Pero faltaba el pastor, y dijo el cura:
-¡Que deje el ganao en el monte y que venga, que San Antonio
lo guardará!
Y vuelve otra vez la voz:
-¡Que vengan todos! ¡Que vengan todos! ¡Que vengan todos! Y entonces salta una vieja y dice:
-¡Señor cura, señor cura, falta la hija del tío Pedro, que está pa parir!
-¡Pues que la traigan en un colchón entre cuatro! -dijo el cura.
Y cuando ya estaba allí, sale el tío Juan de detrás de San Pe­dro y dice:
-¡Que treinta reales me costó la burra! Y ya no le fastidiaron más.

Frama (Potes), Santander. Juan José Orga Díaz.
25 de mayo, 1936. Maestro calzador, 31 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

Toma, rey, este vaso de vino


258. Cuento popular castellano

Éste era un joven que tenía su padre en la cárcel. Y todos los días iba a rogar al rey para que le soltara, y el rey le dijo:
-Cuando me digas un acertijo que yo no le acierte, entonces te volveré a tu padre.
Entonces el muchacho se volvió a casa a preparar el acertijo, y, estando un día al pie de la iglesia, la cigüeña, que llevaba un racimo de uvas al nido, pues le dejó caer y él le recogió.
Y resulta que él tenía una yegua que estaba preñada, y no pu­diendo parir, pues le sacaron la cría y la yegua se murió. La cría creció y él pudo montarla, y del pellejo de la madre hizo el apa­rejo para la cría. Y entonces dice:
-Ya tengo aquí el acertijo. Ahora voy montao en la cría, le digo al rey el acertijo, y si no le acierta, traigo a mi padre con­migo.
Y así fue. Montó en la cría y llevando en la mano un vaso de vino que había exprimido del racimo que había dejao caer la ci­güeña, llegó a palacio y le dice al rey:
-Toma, rey, este vaso de vino, que una ave blanca me le trajo de su nido. Vengo de a caballo en quien no fue nacido; traigo la mano encima de su madre. ¡Adivina, rey, y si no, dame a mi padre!
El rey, al ver que no pudo adivinarlo, pues soltó a su padre, y juntos se volvieron a casa.

Morgovejo (Riaño), León. Ascaria Prieto de Castro.
21 de mayo, 1936. Obrera, 51 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)



Tocan a real


391. Cuento popular castellano

En un pueblo de la Sierra vivía una pobre viuda con un hijo único, que por cierto era hijo del trabajo y no podía ver a su pa­dre. Tanto era lo que debían a los vecinos -a todo el pueblo en general- que ya no podían salir de casa, porque nadie les soco­rría. Y afligidos por el hambre, dijo un día el hijo a la madre:
-Voy a hacer el muerto. Y en cuanto lo haga, ustez empieza a pedir auxilio.
Como así lo hicieron. Se tendió en un escaño de la cocina y se fingió muerto. Su madre empezó a pedir auxilio implorando la caridaz de los vecinos. Los cuales, viendo la desgracia que sobre ella había caído, empezaron por decir:
-Pobre mujer, ya no tiene quien la gane el pan.
-A mí me debía un duro -dijo un vecino-. Se lo perdono. Otro decía:
-A mí una fanega de trigo. También se lo perdono.
Y varios vecinos del pueblo decían lo mismo. Pero un zapatero cojo que había en el pueblo dijo:
-A mí me debe cuatro pesetas de un par de zapatos. No se lo perdono.
Por lo cual, como antiguamente tenían la costumbre de llevar los difuntos a la iglesia así que expiraban, y tenía que ir uno du­rante la noche a velarle, le dijeron al zapatero:
-Ya que no le perdonas las cuatro pesetas, te vamos a dar el castigo de ir a velar el cadáver esta noche.
Y la contestación del zapatero fue que en vez de gastar luz en su casa, pues a la luz de la lámpara de la iglesia se hacía un par de zapatos y le salía todavía con más economía y más interés.
Precisamente en esa noche dio la casualidaz que intentaron robar la iglesia por sospechas de que había muchos intereses y muchas alhajas. El zapatero, que estaba a su trabajo de su par de botas, sintió ruido y dijo para sí:
-Alguno viene a darme la cencerrada. Pero no me asustan. Estoy cumpliendo con mi deber.
Mas como el ruido continuaba, ya se aproximó a la puerta de la iglesia a escuchar qué clase de personal era que intentaba asus­tarle. Y como oyó palabras que no le agradaron, escapadamente fue donde tenía todos los aparatos de coser, hormas, mesilla, mar­tillo y todos los trastos, y se lo subió al coro. Y allí en un rincon­cito, esperando a ver qué ruido era que había sentido y con ganas de que viniera el día -entraron una tanda de catorce individuos. Por lo cual, viendo que había en medio de la iglesia una tumba, dijo uno de los más jóvenes y más decididos:
-¡Qué espantajo será éste!
Y tirando el manto encima de la tumba se encontró con el di­funto. Por lo cual dijo a su capitán:
Mi capitán, voy a estrenar mi espada en el cadáver. Y le dijo su jefe:
-Aquí no venimos a matar difuntos. Venimos a por dinero, que es lo que más cuenta nos tiene.
Entraron en la sacristía y recogiendo alhajas de mucho valor y bastante dinero, se pusieron a contarlo y a dividirlo a la luz de la lámpara. Pero el joven no estaba conforme si no hacía una de las suyas -de que había visto el cadáver, con lo que podría es­trenar su nueva espada. Y volvió a advertírselo a su capitán:
-Yo voy a dar una estocada al cadáver, que de muerto no pasa, y así veo si mi acero vale.
Volvió a tirar el manto para atrás. Mas el que aparentaba a ser difunto, viéndose con la muerte ya encima, abrió los brazos de repente y dijo:
-;Vengan aquí todos los difuntos!
Y el zapatero, que estaba en lo alto del coro, al oír hablar a su vecino y compañero, dijo en alta voz:
-¡Allá vamos todos juntos!
Tiró la mesilla, las hormas, los zapatos y toda la herramienta -que produjeron un ruido espantoso. Al sentir el estrépito tan resonante, los ladrones se escaparon, dejando allí todo el dinero, por el miedo que les causó el estruendo, que creyeron que se hun­día el firmamento. Salieron a todo meter a dos quilómetros de la población.
Y se quedaron solos el que hacía de muerto y el zapatero, que estaban disfrutando y partiendo el dinero. El uno decía que le había puesto quince céntimos el domingo anterior en la cantina. El otro que le había pagado un real las noches pasadas. Y como había vuelto uno de los ladrones a escuchar el personal que había, al oír esas palabras, volvió rabo entre piernas y le dijo a su capitán:
-¡Cualquiera se arrima! ¡El personal que debe haber! ¡Con tanto dinero como había, y tocan a real y a quince céntimos!

Aldeonsancho, Segovia. Juan Pascual Alonso.
23 de abril, 1936. Dulzainero, 55 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)