Hace muchos, muchos años,
vivían en el cielo tres hermanos: el Sol, la Luna y Quiquiriquí.
Un día, el Sol se fue a
trabajar y la Luna
y Quiquiriquí se quedaron en casa. Por la noche, la Luna le encargó a Quiquiriquí
que hiciese volver el ganado a sus establos. Pero Quiquiriquí, cansado de una
larga jornada de trabajo, se negó a obedecer y la Luna , fuera de sí del enfado,
cogió a su hermano por la cresta y lo arrojó desde el cielo a la Tierra.
Cuando por la noche el
Sol volvió a casa y no vio a Quiquiriquí, preguntó por él a la Luna , y por fin la Luna le contó lo que había
ocurrido. El Sol se quedó muy conmovido y dijo:
-¡Hermana Luna, como no
sabes vivir en paz con nadie, yo tampoco podré seguir viviendo contigo! De
ahora en adelante, la noche te pertenecerá a ti y el día a mí. Quiquiriquí, el
hermano al que has expulsado, ya no podrá quererte. De mí, en cambio, no se
olvidará nunca. Cuando yo salga, también él saldrá y demostrará su alegría;
cuando salgas tú, se ocultará y se irá a dormir.
Y de entonces en adelante
siempre ha sido así. En cuanto el Sol nace por la mañana, Quiquiriquí se alegra
de verlo y lo llama:
-¡Quiquiriquí!
¡Quiquiriquí!
Estas palabras, en el
lenguaje de los gallos, significan: «¡También yo estoy aquí! ¡También yo estoy
aquí! ».
Por esa razón, el gallo
canta y se hace oír todo el santo día, mientras que, en cuanto el Sol se pone y
asoma la Luna ,
Quiquiriquí corre a casa y se oculta para no tener que ver a la hermana a la
que ya no quiere.
Fuente: Gianni Rodari
154 anonimo (malasia)
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