Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 6 de enero de 2015

La casa encantada

¿Has estado alguna vez en una casa encantada? ¿No? Pues sígueme, que te voy a acompañar a hacer una visita...
Atraviesa con cuidado las verjas oxidadas y procura hacer menos ruido que un ratón, para no molestar a sus moradores. Abre muy despacio la puerta principal, de lo contrario crujirá y chirriará y todo el mundo se enterará de que estamos aquí. El vestíbulo está lleno de fantasmas que flotan en el aire. Algunos atraviesan las puertas aunque estén cerradas. Hay monstruos horribles acechando en las escaleras mientras diablillos y espíritus hacen peleas de almohadas. ¡Mira, te han cubierto de plumas!
Empuja la puerta de la cocina y encontrarás a un mago haciendo pasteles de babosa y araña. ¡No creo que nos quedemos a probarlos cuando salgan del horno! Arriba, los esqueletos se visten y los vampiros
se lavan los dientes. Una armadura se está dando un baño, ¡esperemos que no se oxide!
Así discurre un día cualquiera en la casa encantada.
¿Te gustaría venirte a vivir?


0.999.1 anonimo cuento - 061

La ballena que voló

¿Conoces la historia de la ballena Lena? Era una ballena a la que le encantaba volar.
Un día, mientras Lena dormía plácidamente flotando en el mar, pasó volando sobre ella un globo aerostático. El piloto se asomó y vio su lomo desde lo alto.
-Aterrizaré en ese islote -se dijo.
Y se puso a sujetar el globo mientras Lena seguía durmiendo sin enterarse de nada.
De pronto, un tornado sopló sobre el mar y arrastró el globo y a Lena hasta lo más alto.
-¡Qué sensación tan maravillosa! -gritó Lena, feliz. ¡Estoy flotando sobre el brillante mar azul!
El piloto del globo la llevó a dar una vuelta y al final del día la volvió a lanzar al mar.
-¡Muchas gracias! -sonrió Lena. Y se fue nadando.


0.999.1 anonimo cuento - 061

La ardilla insensata

Era otoño. Los árboles del bosque estaban perdiendo las hojas y el aire era frío. Todos los animales empezaron a prepararse para el invierno.
-Ahora que empieza a hacer frío ya no se consigue tanta comida. Será mejor que empecemos a almacenar todo lo que podamos para poder pasar el invierno -dijo el señor Zorro a su mujer una noche, al volver de cazar.
-Tienes razón -contestó ésta, haciendo entrar a sus cachorros en la madriguera.
-Me gustaría ir a pescar -dijo el señor Oso, pero ahora tendré que esperar a que llegue la primavera.
-Y, metiéndose en su cueva, cerró bien la puerta para aislarla del frío.
-He de darme prisa o no terminaré a tiempo mi cama de invierno -decía la señora Ratón mientras corría con un puñado de paja, aunque enseguida se acurrucó envuelta en su propia cola para entrar en color.
La única que no estaba preparada para el invierno era la señora Ardilla, que saltaba de rama en rama en su árbol.
-Yo no necesito prepararme para el invierno -presumía. Tengo escondida una buena reserva de nueces y mi hermosa y tupida cola me mantendrá caliente. Además, no tengo ni pizca de sueño.
-¿Aún estás despierta? -se sorprendió el señor Zorro.
-¡Vete a dormir! -gruñó el señor Oso.
-¡Silencio! -pidió la señora Ratón, tapándose las orejas con la cola.
Pero la señora Ardilla no se quería ir a dormir. Seguía bailoteando arriba y abajo y gritando a todo pulmón:
-¡QUE BIEN ME LO ESTOY PASANDO!
Y por fin llegó el invierno. El viento silbaba entre los árboles y el cielo se volvió gris. Poco después empezó a nevar. Al principio, la señora Ardilla se lo pasó muy bien haciendo bolas de nieve, pero no tenía a quién tirárselas. Pronto sintió frío y también hambre.
-No pasa nada -se dijo. Tengo unas estupendas nueces para comer. Pero, ¿dónde las puse? -Bajó corriendo del árbol y se encontró con que una espesa capa de nieve había cubierto la tierra. Empezó a corretear en busca de sus escondrijos, pero con la nieve todo el bosque tenía el mismo aspecto y al poco rato se dio cuenta de que estaba completamente perdida.
-¿Qué voy a hacer? -gimió. Tiritaba de frío, tenía hambre y su cola estaba mojada y sucia.
De pronto oyó una vocecilla, pero miró a su alrededor y no vio a nadie. Entonces se dio cuenta de que la voz venía de debajo de la nieve.
-¡Date prisa! -dijo la voz. Puedes venir conmigo aquí abajo, pero tendrás que excavar un sendero hasta mi puerta.
La señora Ardilla empezó a cavar y encontró un sendero que llevaba hasta una puerta situada bajo el tronco del árbol. La puerta se abrió lo justo para que la señora Ardilla pudiera meter su cansado cuerpo.
Entró en una acogedora habitación con una chimenea encendida junto a la que se sentaba un duendecillo.
-Te he oído dar vueltas por ahí arriba y he pensado que a lo mejor necesitabas refugio -dijo el duende. Ven, siéntate junto al fuego.
La señora Ardilla aceptó encantada.
-Ésta no es mi casa -dijo el duende. Creo que perteneció a unos tejones. Yo me perdí en el bosque, así que cuando encontré este lugar decidí quedarme hasta la primavera. Aunque no sé cómo encontraré el camino de regreso a casa.
-Y una gran lágrima le rodó por la mejilla.
-Yo he sido una inconsciente -dijo la señora Ardilla. Si no me hubieras dado cobijo, habría muerto. Estoy en deuda contigo. Si dejas que me quede aquí hasta la primavera, te ayudaré a buscar tu casa.
-¡Quédate, por favor! -contestó el duende. Me encantará tener compañía.
-Y la ardilla se acostó sobre su cola y se quedó dormida.
Y así fueron pasando los días y las noches hasta que un día el duende sacó la cabeza por la puerta y exclamó:
-¡La nieve se ha derretido, la primavera ha llegado! ¡Despierto, señora Ardilla!
La ardilla se frotó los ojos y se asomó. Había claros de cielo azul y se oía cantar a los pájaros.
-¡Súbete a mi espalda y te enseñaré el mundo! -dijo la señora Ardilla. Cruzaron el bosque y treparon hasta la copa del árbol más alto de todos. ¡Ya puedes mirar! -dijo la ardilla cuando se dio cuenta de que el duende se tapaba los ojos con las manos. Nunca había visto nada semejante en toda su vida. Ante su vista se extendían montañas, lagos, ríos, bosques y campos. El duende empezó a dar saltos de alegría.
-¿Qué pasa? -preguntó la ardilla.
-¡Veo mi casa! -gritó el duende, señalando hacia el valle. Y a mis amigos sentados al sol. Tengo que volver. Gracias por tu ayuda, señora Ardilla, si no hubiera sido por ti nunca habría vuelto a ver mi casa.
Y, bajando del árbol, se encaminó a su hogar a toda prisa. La señora Ardilla regresó a su árbol, y el señor Zorro, el señor Oso y la señora Ratón se alegraron muchísimo de verla.
-He sido una inconsciente, pero he aprendido la lección -les dijo. ¡Y ahora hayamos una fiesta, que tengo muchas nueces para comer!
Así que celebraron la primavera por todo lo alto y la señora Ardilla prometió ser más sensata el próximo invierno.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Juan y la mata de judias

Juan era un chico vivaracho que vivía con su madre en el campo, en una pequeño choza.
Juan y su madre eran muy pobres. El suelo de su casa era de paja y muchos de los cristales de las ventanas estaban rotos. Lo único valioso que les quedaba era una vaca.
Un día, mientras Juan estaba en el jardín cortando troncos con el hacha, su madre lo llamó.
-Tienes que llevar a la vaca Margarita al mercado para venderla -le dijo con tristeza.
Yendo de camino al mercado, Juan se encontró con un extraño anciano.
-¿Adónde llevas esa hermosa vaca lechera? -le preguntó el hombre.
-A venderla al mercado, señor -dijo.
-Si me la vendes a mí -le dijo el hombre, te daré estas judías. Son especiales, son judías mágicas. Te prometo que no te arrepentirás.
Cuando Juan oyó la palabra «mágicas», se emocionó mucho. Rápidamente, cambió la vaca por las judías y corrió a su casa.
-¡Madre, madre!, ¿dónde estás? -la llamó, tras entrar a toda prisa en la choza.
-¿Cómo es que has vuelto tan pronto? -preguntó la madre de Juan mientras bajaba la escalera. ¿Cuánto te han dado por la vaca?
-Esto -dijo Juan, extendiendo la mano. ¡Son judías mágicas!
-¿Qué? -gritó su madre. ¿Has vendido nuestra única vaca por un puñado de judías? ¡Ven aquí, estúpido!
Muy enfadada, tomó las judías de la mano de Juan y las arrojo al jardín por la ventana. Esa noche, Juan se tuvo que ir a la cama sin cenar.
A la mañana siguiente, el ruido de su estómago vacío despertó a Juan muy temprano. Cosa rara, su habitación estaba a oscuras. En cuanto se hubo vestido, se asomó a la ventana. Lo que vio lo dejó sin aliento: durante la noche había brotado en el jardín una mata de judías. Su tallo era casi tan grueso como la choza y llegaba tan arriba que se perdía entre las nubes.
Juan gritó de emoción y salió corriendo. Mientras empezaba a trepar por la mata de judías, apareció su madre y le rogó que volviera a bajar, pero él no le hizo caso. Cuando al fin llegó arriba, estaba muy cansado y tenía mucha hambre. Se encontraba en un extraño lugar lleno de nubes. Vio algo que brillaba a lo lejos y se encaminó hacia allí.
Finalmente, llegó hasta el castillo más grande que había visto nunca, y pensó que a lo mejor en las cocinas podría encontrar algo de comer. Se arrastró con cuidado hasta la puerta principal y se dio de frente contra un pie gigantesco.
-¿Qué ha sido esto? -tronó una voz de mujer que hizo temblar toda la habitación.
En ese momento, Juan se vio a sí mismo reflejado en un ojo enorme. De repente, una mano gigantesca lo sacudió en el aire.
-¿Quién eres tú? -rugió la voz.
-Soy Juan -respondió el chico. Estoy cansado y tengo hambre. ¿Podría darme algo de comer e indicarme un sitio donde descansar?
-No hagas ruido -susurró la mujer gigante, que era buena persona y se compadeció de Juan. A mi marido no le gustan los chicos y, si te encuentra, se te comerá.
A continuación, dio a Juan una miga de pan caliente y un dedal lleno de sopa.
Se estaba bebiendo la última gota cuando dijo la mujer:
-¡Deprisa, escóndete en la alacena, que viene mi marido!
Desde dentro de la alacena, Juan pudo oír unos pasos atronadores que se acercaban y una voz profunda que vociferaba:
-¡Huelo a carne humana y a sangre caliente! ¡Qué ganas tengo de hincarle el diente!
Mirando por una rendija de la alacena, Juan vio a un gigante enorme de pie junto a la mesa.
-Mujer -gritó el gigante, ¡en esta casa huele a humano!
-No digas tonterías, cariño -dijo suavemente su esposa
Lo que huele es la cena tan rica que te he preparado. Siéntate y come.
Tras devorar su cena y un enorme tazón de natillas, el gigante gritó:
-¡Mujer, tráeme el oro, que lo quiero contar!
Juan vio cómo la mujer del gigante traía varios sacos grandes llenos de monedas. El gigante cogió uno de ellos y una cascada de oro cayó sobre la mesa.
Juan estuvo mirando al gigante mientras contaba las monedas una a una y hacía montoncitos con ellas. Al cabo de un rato, el gigante empezó a bostezar, y al poco, se quedó dormido y se puso a roncar.
-Ha llegado el momento de salir -se dijo Juan.
Rápido como un rayo, salió de la alacena, cogió un saco de oro, se deslizó por la pata de la mesa y echó a correr hacia la puerta. Pero la mujer del gigante lo oyó.
-¡Alto ahí, ladrón! -resonó su voz.
Sus palabras despertaron a su marido, que se levantó de un salto y echó a correr detrás de Juan.
-¡Vuelve! -vociferaba.
Juan siguió corriendo hasta llegar a la mata de judías y empezó a bajar por ella a toda velocidad, con el gigante pisándole los talones.
-¡Madre! -gritó al acercarse al suelo, ¡deprisa, trae el hacha!
En cuanto Juan terminó de bajar, su madre llegó con el hacha y cortó la mata de judías. Ésta cayó arrastrando con ella al gigante, que ya nunca se pudo volver a levantar.
El oro hizo muy ricos a Juan y a su madre. Nunca más tuvieron que preocuparse por el dinero y desde entonces vivieron muy felices.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Hurra por pipo!

Pipo era un cachorro muy escandaloso. No es que fuera mulo, es que lo que más feliz le hacía era ladrar todo el día.
-¡Guau, guau! -ladraba al gato, que maullaba y salía corriendo.
-¡Guau, guau! -ladraba a los pájaros, que salían volando.
-¡Guau, guau! -ladraba al árbol, que agitaba irritado sus ramas.
-¡Guau, guau! -ladraba al cartero mientras bajaba por el camino.
-¡Silencio, Pipo! -le gritaba Jaime, el niño que era su dueño. Pero Pipo le contestaba ladrando cariñosamente.
Un día, Pipo ladraba tanto que todo el mundo hacía lo que buena-mente podía para ignorarlo.
-¡Cállate, Pipo! -dijo Jaime cuando bajó al césped. Me voy a poner a leer y, si sigues ladrando, no me puedo concentrar.
Pipo hizo lo posible por no ladrar. Intentó no mirar las mariposas y las abejas que revoloteaban por el jardín. Intentó ignorar la pelota amarilla que estaba en el sendero. Se esforzó al máximo por no ladrar a los pájaros que volaban por el cielo. Pero mirara donde mirara, encontraba cosas a las que ladrar. Por eso, decidió quedarse mirando las hojas de hierba del césped.
Mientras miraba las hojas, estaba seguro de que algo había empezado a moverse. Al cabo de un momento estaba seguro de oír algo que se deslizaba. Estaba a punto de ponerse a ladrar, cuando recordó lo que Jaime le había dicho. Siguió mirando fijamente. Ahora podía oír un silbido y se acercó aún más a la hierba.
De pronto, Pipo empezó a ladrar como un loco.
-¡Guau, guau! -ladraba a la hierba.
-¡Chitón! -hizo Jaime mientras volvía la página de su libro.
Pero Pipo no podía dejar de ladrar. Había descubierto algo largo y escurridizo que se deslizaba por el césped, que tenía una larga lengua, que silbaba y... que se dirigía hacia Jaime.
-¡Guau, guau, GUAU! -ladró Pipo.
-¡Silencio, Pipo! -gritó el padre de Jaime desde la casa. Pero como Pipo no callaba, Jaime se levantó y echó un vistazo.
-¡Una serpiente! -gritó Jaime, señalando la larga y escurridiza serpiente que se dirigía hacia él.
Pipo siguió ladrando mientras el padre de Jaime cruzaba corriendo el césped y levantaba a Jaime en sus brazos.
Más tarde, cuando el empleado del centro de acogida de animales ya se había llevado a la serpiente, Jaime acarició a Pipo y le dio un hueso especial.
-¡Un hurra por Pipo! -dijo Jaime, riéndose. Suerte hemos tenido de tus ladridos.
Esa noche Pipo tuvo permiso para dormir en la cama de Jaime, pero a partir de aquel día decidió que iba a reservar sus ladridos para las ocasiones especiales.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Hogar, dulce hogar

La conejita Bella se quedó mirando la hierba tierna y verde que crecía en el prado situado al otro lado del arroyo, pues estaba cansada de comer la hierba áspera que se criaba cerca de su madriguera.
-Voy a cruzar el arroyo -anunció a sus hermanos, señalando un tronco caído que lo cruzaba.
Bella pasó el tronco saltando con precaución y enseguida se encontró comiendo la verde y jugosa hierba del otro lado. Sus hermanos pensaron que era muy valiente y empezaron a preguntarse si no deberían reunirse con ella. De repente, a espaldas de Bella, apareció un astuto zorro.
-¡Cuidado! -gritaron.
Bella se dio la vuelta justo a tiempo de ver al zorro. Regresó al tronco de un salto, pero con las prisas se resbaló y cayó al arroyo. Por suerte, la castor, Rebeca, lo había visto todo y llevó a Bella hasta la otra orilla.
-¡Hogar, dulce hogar! -jadeó Bella con alivio. Y a la vez que salía corriendo a reunirse con sus hermanos, se prometió a sí misma que no volvería a marcharse de casa.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Haciendo el mono

Miguel y Marco Mono se habían terminado el zumo de mango del desayuno y ahora se iban rápidamente a jugar.
-¡Tened cuidado! -les gritó su mamá. ¡Y no hagáis demasiado ruido!
-No lo haremos -prometieron los dos diablillos.
-¡Eeeeeeeh! ¡Uaaaah! -chillaban Miguel y Marco.
El ruido retumbaba por toda la selva. Miguel y Marco eran inca-paces de guardar silencio.
¡Cataclún! Miguel aterrizó en una rama. ¡Cataclún! Marco aterrizó junto a él. ¡Craaac!
-iNoooo! -aullaron los monos cuando la rama hizo un chasquido.
-¡Iiiiii! -chillaron mientras caían.
iCataclunclunclún! La selva se estremeció cuando los monos chocaron contra el suelo.
-¡Yupiii! -jalearon los monos saltando alegremente.
-¡Esto sí que ha sido DIVERTIDO! -exclamó Marco. ¡Vamos
a buscar a Chico Chimpa, a ver si también lo quiere hacer!
-Y los dos monos volvieron a trepar a la copa de los árboles, gritando: ¡EH, CHICO, VEN A JUGAR CON NOSOTROS!
Todos los animales de la selva se tapaban las orejas con las patas.
¿No podía nadie hacer que aquellos monos escandolosos guardasen silencio?
Chico Chimpa se unió a sus amigos. Los tres se lo estaban pasando estupendamente columpiándose, dando volteretas y saltando todos juntos cuando, de repente, algo los dejó paralizados. Abuelo Gorila estaba en mitad del sendero mirándolos severamente y con aire de estar enfadado.
-¡Largo de aquí, revoltosos! -les dijo. Por hoy ya nos habéis dado a todos suficiente dolor de cabeza. Mi nieto Gulliver se ha quedado medio dormido junto al río, y como lo despertéis me voy a disgustar mucho.
-Perdón -musitó Marco con la vista baja. Todo el mundo en la selva sabía que disgustar a Abuelo Gorila era un error imperdonable.
-Ya no haremos más ruido -prometieron.
Se quedaron sin saber qué hacer hasta que Miguel dijo:
-Vamos a trepar al cocotero. Eso lo podemos hacer en silencio.
-Vale -aceptaron los otros, no del todo convencidos.
-Siempre será mejor que no hacer nada -dijo Marco.
Desde el cocotero, los tres amigos podían divisar toda la selva.
Vieron a la jirafa Jeroma enseñando a su hijo Jeromín cómo escoger las hojas más tiernas y jugosas de un árbol. También vieron a la lorita Laurencia dando a su hija Penélope la primera lección de vuelo. Y justo debajo de ellos vieron al pequeño Gulliver durmiendo a la orilla del río. Pero... ¡Oh, oh! Vieron algo más: Claudia Cocodrilo estaba en el río. Con la boca abierta y chasqueando sus grandes y afilados dientes se dirigía en línea recta hacia Gulliver. Los amigos no se lo pensaron dos veces. Marco empezó a gritar con todas sus fuerzas:
-¡LEVÁNTATE, GULLIVER, LEVÁNTATE AHORA MISMO!
Mientras tanto, Miguel y Chico empezaron a tirar cocos a Claudia. ¡CLOC! Los cocos caían sobre la dura cabeza de cocodrilo de Claudia.
-¡AAAAAYYYYY! -se quejó ésta.
-¿Qué está pasando? -gritó Abuelo Gorila entre los cocoteros. ¡Pensaba que os había dicho que guardaseis silencio!
Todo este ruido despertó a Gulliver. El pequeño gorila se puso de pie, echó un vistazo a su alrededor y se fue corriendo con su abuelo, que venía a toda prisa hacia el río.
Cuando Abuelo Gorila vio a Claudia, comprendió lo sucedido.
-¡Qué contento estoy de que estés a salvo! -dijo, abrazando a Gulliver.
Los tres monos bajaron del árbol.
-Sentimos mucho haber hecho tanto ruido -dijo Chico.
Los gorilas y la mayoría de los demás animales se habían acercado.
-¿Qué ha pasado? -graznó la lorita Laurencia.
-Sí, ¿qué es todo este follón? -preguntó la jirafa Jeroma.
-Estos tres jovencitos son unos héroes -dijo el abuelo. Han salvado a mi nieto, que estaba a punto de ser devorado por Claudia Cocodrilo.
-Creo que os merecéis una recompensa -empezó Abuelo Gorila, y me parece que debería ser...
-¡Hurraaaa! -exclamaron a coro todos los animales, quienes a continuación retuvieron el aliento expectantes.
-i...permiso para hacer todo el ruido que queráis! -terminó.
-¡YUPIIII! -exclamaron Miguel, Marco y Chico con sus voces más chillonas y unas sonrisas de oreja a oreja.
-¡OH, NO! -gruñeron todos los demás animales a coro, pero la verdad es que todos estaban sonriendo.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Guille y su terrible hermano javi

El pequeño Guille era un chico muy afortunado. Tenía una bonita casa y los mejores padres que se puedan desear. También tenía un gran jardín con un columpio y una portería de fútbol. En el jardín crecían muchos árboles a los que se podía trepar para correr aventuras. Guille iba también a un bonito colegio donde se lo pasaba muy bien todos los días y tenía muchos amigos. De hecho, todo era perfecto en la vida de Guille menos una cosa: su hermano Javi.
Javi era un chico muy travieso. Pero lo peor es que, hiciera la trastada que hiciera -y no paraba de hacer una detrás de otra, siempre se las apañaba para que pareciese que era otro el que tenía la culpa. ¡Y normalmente ese otro era el pobre Guille!
Una vez se le ocurrió poner sal en el azucarero. Esa tarde vinieron unos amigos de sus padres a tomar el té. Y, por supuesto, todos los invitados se pusieron salen el té pensando que era azúcar. Como eran muy educados, no se quejaron, pero todos pensaron que el té tenía un sabor muy extraño. Sin embargo, en cuanto los padres de Guille lo probaron, enseguida se dieron cuenta de que alguien les había gustado una broma. Pidieron disculpas a sus invitados y les hicieron otro té. ¿Y quién se llevó las culpas? Pues el pequeño Guille, porque Javi había echado sal por el suelo del cuarto de Guille para hacer creer a sus padres que él era el culpable.
Al poco tiempo, la tía Pepa vino a pasar unos días. Era una señora muy simpática, pero odiaba cualquier bicho que se arrastrase o reptase y, sobre todo, las ranas. ¿Y qué es lo que hizo Javi? Pues bajar al estanque del jardín, coger una gran rana verde y meterla en el bolso de la tía Pepa. Cuando la tía lo abrió para sacar las gafas, se encontró con dos ojos de rana que la miraban fijamente.
-iCroac! -dijo la rana.
-¡Aaahhh! -aulló la tía Pepa, a quien casi le dio un soponcio.
-Le dije a Guille que no lo hiciera -dijo Javi.
Guille había abierto la boca para asegurar que era inocente cuando su madre dijo:
-Guille, vete a tu cuarto ya mismo y no salgas hasta que te lo diga.
El pobre Guille se fue a su cuarto y se tuvo que quedar allí hasta después de la cena. A Javi le pareció muy divertido.
Al día siguiente, Javi decidió gastar otra broma con la que echarle las culpas a Guille. Fue al cobertizo y sacó todas las herramientas del jardín una por una. Cuando creía que no lo veía nadie, las escondió en el armario del cuarto de Guille. Allí metió la pala, el rastrillo, la regadera, la podadora... vamos, todo menos la segadora, y ésta se salvó porque era demasiado pesada y no la podía llevar hasta allí.
Pero esta vez la bromita fracasó porque la tía Pepa lo vio deslizarse escaleras arriba para subir las herramientas al cuarto de Guille e inmediatamente se imaginó lo que Javi estaba tramando y en quién iban a recaer las culpas. Habló con Guille sin que Javi se diera cuenta. Los dos estuvieron murmurando unos segundos y sonrieron triunfales.
Ese mismo día, el padre de Javi y Guille fue al cobertizo a buscar las herramientas para arreglar el jardín. Imaginaos la sorpresa que se llevó cuando vio que lo único que quedaba eran unos tiestos y la segadora. Estuvo buscando las herramientas por todo el jardín, miró detrás del montón de abono, bajo los peldaños del jardín, detrás del cajón de arena y en el garaje. Pero no las pudo encontrar por ningún sitio.
Después se puso a buscarlas por la casa. Miró en todos los armarios de la cocina y estaba mirando debajo de la escalera cuando vio algo en el piso de arriba que le llamó la atención. El mango de la gran pala del jardín sobresalía por la puerta del cuarto de Javi. Perplejo, subió la escalera y entró en la habitación. Y allí, en un montón dentro del armario, estaba el resto de las herramientas.
-¡Javi, sube inmediatamente! -lo llamó su padre.
Javi, que no tenía ni idea de lo que podía pasar, subió tranquilamente las escaleras. De repente, vio que todas las herramientas que él había metido cuidadosamente en el armario de Guille estaban ahora en su armario. Se quedó sin habla.
-Pues bien -dijo su padre, antes de salir a jugar vas a volver a bajar todas las herramientas al cobertizo. Luego siegas la hierba, después cavas los macizos de flores y u continuación quitas las malas hierbas.
Javi tardó horas en arreglar el jardín. Guille y la lo estuvieron mirando por la ventana y se partían de la risa. Javi no pudo averiguar cómo habían ido a parar las herramientas a su cuarto, pero seguro que tú lo has adivinado, ¿a que sí?


0.999.1 anonimo cuento - 061

Fiesta sorpresa para la cerdita poly

Hacía un día precioso, pero la cerdita Poly se sentía muy triste.
-Hoy es mi cumpleaños -se dijo a sí misma- pero nadie ha venido a felicitarme.
Poly decidió salir a dar un paseo. «A lo mejor mis amigos se acuerdan cuando me vean», pensó. Y salió al patio de la granja.
Entonces vio al caballo Holy.
Éste estaba dentro del establo y parecía muy ocupado. Pero en cuanto vio a Poly dejó de hacer lo que estaba haciendo y se puso a silbar.
-¡Hola, Poly! Hace un bonito día para dar un paseo -dijo Holy.
-Así es -respondió Poly. Esperó un minuto a ver si el caballo la felicitaba, pero él siguió silbando.
En aquel momento pasaron corriendo cinco pollitos. Daba la impresión de que tenían que ir a hacer algo muy importante.
-¡Hola y adiós, Poly! Tenemos mucha prisa.
«Todo el mundo se ha olvidado», pensó Poly, enfadada. «Iba a hacer un pastel para compartirlo con mis amigos, pero se me han quitado las ganas».
Entonces vio a la oveja Loly, que siempre se acordaba de su cumpleaños. Pero Loly, nada más verla, salió corriendo hacia el establo.
«¿Qué es lo que pasa?», se preguntó Poly. Pero justo entonces se dio cuenta de que Loly le hacía señas de que la siguiera. Un pensamiento le cruzó la cabeza: «¿Y si a lo mejor...?» Y echó a correr hacia el establo, agitando su rizada cola. La vaca Doly estaba junto a la puerta.
-¡Al fin nos has encontrado! -dijo Doly con una sonrisa. Y dio un paso atrás para que Poly pudiera entrar.
-¡Feliz cumpleaños, Poly! -gritaron el caballo Holy, los cinco pollitos, la oveja Loly, la vaca Doly y todos los amigos que Poly tenía en la granja.
-¡Bienvenida a tu fiesta de cumpleaños sorpresa!


0.999.1 anonimo cuento - 061

Fede, el torpe

Fede, el Torpe, era un gigante muy problemático, pues todo lo que hacía se convertía en un desastre. Chocaba contra los castillos y derruía las casas, hacía volar por los aires los cobertizos de los jardines y arrancaba las farolas. Todo el mundo echaba a correr cuando lo oía acercarse. Y lo podían oír a kilómetros de distancia, porque chafaba y aplastaba todo lo que encontraba a su paso.
La gente se sentía cada vez más preocupada por Fede. ¿Qué le pasaba? Normalmente no era tan torpe y, de hecho, para ser un gigante con un solo ojo era de lo más amistoso. No había duda de que algo le sucedía, pero nadie sabía cómo ayudarle.
Hasta que un día un experto en gigantes acudió en su ayuda. Fue a ver a Fede, que se sentía muy triste, y éste le preguntó:
-¿Por qué soy tan torpe? No me gusta molestar a todo el mundo, pero no consigo evitarlo.
El experto le hizo un montón de análisis y encontró la solución.
-Ya sé lo que te pasa -le dijo. ¡Tu problema es el ojo!
A partir de entonces Fede se puso un monóculo y pudo ver bien. Dejó de ser torpe y fue de lo más feliz.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Fede, el bombero valiente

Fede llegó a toda prisa al porque de bomberos. Hoy le tocaba hacer la comida para sus compañeros de turno y había ido a comprar salchichas.
Se encontró con el albañil Blas, que había ido a arreglar una ventana.
-¡Ah, hola, Blas! -lo saludó. Se fue a la cocina para empezar a guisar y, poco después, el olor de las salchichas se extendió por el parque.
-¡Qué bien huele! -dijeron sus compañeros Dani y Miguel. De repente, sonó la alarma: ¡cLANG! ¡cLANG! ¡CLANG
-¡Alerta! -gritó el bombero Miguel. Dani y él bajaron por la barra a toda velocidad y saltaron al camión de bomberos.
-¿Qué hago con las salchichas? -preguntó Fede.
-No te preocupes por eso -dijo el albañil Blas. Yo las vigilaré.
-¡Gracias, Blas! -contestó Fede mientras se quitaba el delantal y se reunía con sus compañeros.
El incendio era en la pizzería del camarero Tony, donde uno de los hornos se estaba quemando.
-Lo apagaremos en un periquete -dijo Fede, corriendo con un gran extintor en la mano. Dani y Miguel lo seguían con la manguera.
Con un ¡FUIII! y un ¡FUOO! de Fede y un ¡SPLIIISH! y un ¡SPLAAASH! de Dani y Miguel, se acabó el fuego.
-¡AY! -Fede resbaló en el suelo mojado, pero enseguida se volvió a levantar.
-¡Gracias! -dijo Tony mientras los bomberos volvían a recoger el camión. ¡Ahora ya puedo volver a hacer pizzas!
Estaban a punto de regresar cuando oyeron un aviso por radio:
-¡Alerta! ¡Alerta! Limpiador de ventanas en peligro en la Avenida del Pino. Cambio...
-Nos pilla de camino -dijo Fede, poniendo el motor en marcha. ¡Corto y cambio!
iNIII_NOO! iNIII_NOO! sonaba a todo volumen la sirena camino de la Avenida del Pino, donde una multitud se apiñaba junto al edificio más alto de la ciudad.
-Es Guille, el limpiador de ventanas -dijo Pilar, la empleada de correos. Se le ha roto la escalerilla y está herido en una pierna. Está atrapado y no puede bajar. ¿Podéis ayudarle?
-Por supuesto -respondió Fede. En un momento estamos arriba.
Los bomberos desplegaron su escalera más larga. Mientras Miguel y Dani extendían la red de seguridad, Fede comenzó a trepar por la escalera.
-¡Allá voy, Guille! -gritó. Al alcanzarlo, añadió: ¡Ya te tengo!
Abajo la gente empezó a aplaudir mientras Fede bajaba por la escalera con Guille y le ayudaba a subir al camión de bomberos. Fede condujo el camión directamente al hospital.
-Gracias por rescatarme -dijo Guille a Fede.
-No tiene importancia -contestó Fede. Seguro que la pierna se te cura enseguida, pero vas a necesitar una escalerilla nueva.
-¡Menudo día! -dijo Fede mientras conducían de regreso. Estoy rendido.
-¡Aún no hemos terminado! -exclamó Dani. ¡Mira, por ahí arriba sale humo! iNIIINOO! iNIIINOO!, sonaba la sirena.
¡BRRUUM! ¡BRRUUM!, rugía el motor del camión mientras se dirigían a toda velocidad hacia el incendio.
¡El humo salía del parque de bomberos! Dani y Miguel desenrollaron la manguera y Fede entró corriendo.
-¡Ehem, ehem! -tosió Fede, tropezando con la manguera y dándose de bruces con ¡Blas!
-Lo siento, chicos -dijo Blas, poniéndose rojo. Me temo que se me han quemado tus salchichas y os he dejado sin almuerzo.
Ahora sí que el pobre Fede O se sintió desolado. Pero, de repente, tuvo una idea:
-Ya sé quién nos va a sacar del apuro dijo. ¡Tony! ¡Que nos traiga una de sus deliciosas pizzas gigantes!


0.999.1 anonimo cuento - 061

Escondeos!

Te toca, Marga -dijo Álex.
Tú cuenta mientras nos escondemos.
-¡Vale! -dijo Marga. Popy me ayudará a buscaros.
-Popy era su nuevo cachorro.
-¡No seas tonta! -se rió Luis. Los cachorros no juegan al escondite.
-Popy sí, porque empezó Marga. Pero los demás no le escuchaban. Todos corrían por el campo a esconderse-. No importa, Popy -le dijo. Tú lo único que tienes que hacer es sentarte aquí y portarte bien.
Marga se volvió de cara al árbol, cerró los ojos y empezó a contar:
-...noventa y ocho, noventa y nueve, ¡y cien!
Para entonces, ya se tendrían que haber escondido todos. Marga echó un vistazo al campo y no vio a nadie. Popy gimoteó cuando Marga corrió hacia el agujero del seto donde habían hecho una guarida. Marga encontró a Luis casi enseguida, acurrucado en un rincón de la guarida. Lo llevó hasta el árbol y Popy volvió a gimotear.
-Los perros no juegan al escondite -te dijo Luis, haciéndote cosquillas. Siéntate aquí conmigo.
A Marga no le costó nada encontrar luego a Sara y a Miguel. Fue más difícil encontrar a Eva, que se había tumbado entre las hierbas altas del fondo del campo. Como llevaba pantalones y camiseta verdes, no se la veía. Marga la llevó hasta el árbol y Popy volvió a lloriquear.
-¡Chitón! -decía Marga. Ahora vuelvo.
Pero esta vez Marga se equivocó. No pudo encontrar a Alex por ningún sitio. Marga miró en todos sus escondites favoritos, pero no pudo encontrarlo en ninguno de ellos. Ya no sabía qué hacer.
-Te ayudaremos a buscarlo -dijo Miguel.
Buscaron por todos los rincones del campo y también en su guarida, pero no encontraron a Alex en ningún lado. Entonces, Popy se puso a gimotear todavía más fuerte.
-Está tratando de decirnos algo -dijo Marga. ¿Qué pasa, Popy? Enséñamelo.
Popy echó a correr hacia el árbol y se puso a brincar y a ladrar. Los niños levantaron la vista y allí estaba Álex, riéndose, sentado en una rama.
-¿Habéis visto? Marga tenía razón.
¡Los cachorros sí que juegan al escondite!


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En pleno mar

Un hermoso día de primavera, la patita Pía salió de su cálido nido y, pasito a pasito, llegó hasta el río. Se puso a nadar en sus frescas aguas, muy contenta, y al pasar iba saludando a los animales que vivían a orillas del río. No se dio cuenta de que la corriente era cada vez más fuerte y la arrastraba cada vez más lejos, cruzando bosques y campos.
Mientras flotaba, disfrutando del sol que le calentaba la espalda, vio pasar volando a la gaviota Sara, que graznaba muy fuerte. «Es la primera vez que veo en el río un pájaro como éste», pensó Pía sorprendida. De pronto, al dar la vuelta a un gran recodo que hacía el río, se encontró con que el ancho océano se extendía brillando ante ella. Pía empezó a temblar aterrorizada: ¡la corriente la arrastraba al mar! Se puso a nadar río arriba con todas sus fuerzas, pero la corriente era demasiado fuerte.
Justo entonces, un rostro familiar apareció junto a ella. Era la nutria Nuria, muy sorprendida de encontrar a Pía tan lejos de su casa.
-Súbete a mi espalda -le dijo. Acto seguido, se puso a nadar río arriba con sus fuertes patas, y así pudieron llegar a casa sanas y salvas.
-Gracias, Nuria -dijo Pía. ¡Si no hubiera sido por ti, ahora estaría en pleno mar!


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En casa de la abuela

Santi abrazaba su oso con fuerza mientras mamá metía en una bolsa su pijama y sus zapatillas.
-¿Por qué no puedo ir con vosotros? -preguntó.
-Porque papá y yo tenemos que pasar fuera una noche -dijo mamá. Tú te vas a casa de los abuelos. Tienen muchas ganas de verte.
-Pero si papá y tú no estáis, tengo miedo -dijo Santi bajito.
-No te preocupes -dijo mamá. ¡Te lo vas a pasar tan bien que no querrás volver a casa!
Los abuelos salieron a abrir la puerta cuando papá, mamá y Santi llegaron a su casa. Holy, la perrita de la abuela, asomó la cabeza entre sus piernas moviendo el rabo nerviosamente. Pero cuando llegó el momento de despedirse, Santi se sintió muy triste.
-¡Te voy a echar de menos! -dijo, agarrando a su mamá con fuerza. Mamá le dio un gran abrazo y le sonrió.
-Te prometo que mañana por la mañana estaremos de vuelta -dijo.
Papá y ella se metieron en el coche. Cuando el coche se puso en marcha, Santi les dijo adiós con la mano hasta que ya no pudo verlos y los ojos se le llenaron de lágrimas.
-Venga, Santi -dijo la abuela. Nos lo vamos a pasar muy bien. ¿A que no sabes adónde nos va a llevar el abuelo esta tarde?
Santi se frotó los ojos y negó con la cabeza.
-Um... No lo sé -sollozó.
El abuelo le dio un pañuelo mientras Holy se les acercaba.
-¡Hola, Holy! -dijo Santi, más alegre, y le acarició las orejas. Santi quería mucho a Holy y esta noche podía hacer como si fuese suya.
-Abuelo -preguntó Santi, ¿adónde vamos esta tarde?
-Es una sorpresa -dijo el abuelo. Pero vamos a necesitar el coche. ¿Qué te parece si le damos una lavadita?
Y le dio a Santi una gran esponja amarilla y un cubo de agua jabonosa.
La abuela lo llamó desde la cocina:
-Voy a preparar una merienda para llevar. ¿Me quieres ayudar, Santi?
Santi aceptó encantado.
-Al abuelo le gustan los bocadillos de salchicha y a mí los de queso con tomate -dijo la abuela. ¿Y a ti?
-¡El pan untado de crema de chocolate! -respondió Santi, relamiéndose. ¿Y para Holy también llevaremos algo?
-Le llevaremos una de sus galletas -sonrió la abuela.
Con el coche limpio y la merienda preparada, Santi y el abuelo metieron en el portaequipajes todo lo que necesitaban.
La abuela sentó a Santi en el asiento para niños y se pusieron en marcha.
-Ya hemos llegado -dijo el abuelo: el parque.
-¡Genial! -exclamó Santi, impaciente por salir a explorar.
Enseguida encontraron el sitio perfecto para la merienda. Santi se comió con apetito sus bocadillos de chocolate y después el abuelo lo llevó con Holy a dar un paseo por el bosque mientras la abuela dormía una siestecita. Por el camino, Santi vio un parque infantil.
-¿Podemos ir un ratito, abuelo? -preguntó.
-¡Pues claro! -contestó el abuelo, quien primero columpió a Santi y después lo vigiló mientras se deslizaba por el tobogán.
-¡Bien! -gritó Santi. ¡Qué divertido!
Estuvo riendo y jugando con los otros niños mientras el abuelo lo miraba, igual que hacían sus papás.
Cuando llegó la hora de volver a casa, recogieron las cosas de la merienda y las metieron en el coche.
Santi, agotado, se durmió enseguida. Había sido un día muy divertido.
Esa noche, la abuela le hizo una cena especial: salchichas con puré y, de postre, pastel de manzana con helado. Después estuvieron viendo en la televisión los programas favoritos de Santi hasta que se hizo la hora de ir a dormir.
Santi se acostó con el osito de peluche a su lado y el abuelo le preguntó qué cuento quería que le contase.
-Mamá me suele leer éste -dijo Santi, dándoselo.
-Érase una vez... -empezó a leer el abuelo.
Santi se sabía la historia de memoria. Era muy bonito oírla otra vez y enseguida empezó a quedarse dormido, igual que si estuviera en su casa.
Cuando Santi se despertó, no entendía por qué su habitación le parecía tan extraña. Entonces se acordó: ¡estaba en casa de sus abuelos!
-A desayunar, Santi -le dijo la abuela cuando entró para ayudarle a vestirse. ¿Has dormido bien?
-Sí, abuela -contestó.
Para desayunar, la abuela le preparó un huevo pasado por agua, pan tostado, leche y zumo de naranja fresco. ¡Delicioso!
Después Santi ayudó a la abuela a preparar su bolsa. Cuando llegaron sus papás, corrió contentísimo a su encuentro y les dio un abrazo gigantesco.
-¿Te lo has pasado bien? -preguntó mamá.
-¡Sí! -rió Santi. Merendamos en el parque y bajé por el tobogán y paseamos a Holy y el abuelo me leyó un cuento... ¿Puedo quedarme más veces?
Todos se rieron y Holy se puso a ladrar.
-¡Claro que puedes! -respondieron sus papás.


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El viejo everest

Everest era uno de los caballos más grandes del mundo y también uno de los más fuertes. En su juventud ya había sido el doble de grande que cualquier otro caballo y tiraba de la pesada carreta cargada de guisantes, patatas, coles, maíz o cualquier otro producto de la granja. Llevaba al mercado las verduras de la granja y traía a la granja tus compras del mercado. Tiraba de la enorme máquina que cortaba el trigo para hacer la harina. También tiraba del gran arado que removía la tierra, y así el granjero podía plantar las semillas que se convertían en trigo para hacer la harina... que luego Everest llevaba al mercado.
¡Vamos, que lo hacía todo!
Everest era el mejor... pero de eso hacía muchos años.
-¿Por qué ahora ya no haces nada? -preguntó el cerdo Rosendo.
-El granjero cree que soy demasiado viejo -respondió Everest con tristeza. Sólo quiere ser amable conmigo. Cree que necesito descansar.
-Seguro que todavía eres el más fuerte, Everest. ¡Nadie es tan fuerte como tú! -dijo el cordero Lucero.
El enorme caballo agachó la cabeza.
-Es que... yo ya no soy tan fuerte como era -dijo Everest con una sonrisa. Además, ahora los granjeros no utilizan caballos sino tractores.
El viejo caballo tenía mucho tiempo libre para recordar los tiempos en los que todavía era joven y trabajaba en la granja. Ahora se pasaba la mayor parte del día comiendo hierba en su prado favorito, persiguiendo conejos y pollos o mordisqueando el seto. Pero, cuando la oveja Chirivía, el ganso Patosete o el gato Zarpitas iban a verle, les contaba anécdotas. A veces les repetía las mismas sin darse cuenta, pero a ninguno le importaba. Pese a todo, Everest seguía pensando en el tractor. No es que le echara la culpa, pero es que él tenía ganas de trabajar.
-¿Por qué compró el granjero el tractor? -quiso saber Rosendo.
Everest inclinó la cabeza y suspiró.
-Porque le gustó el color -contestó. Un día, el granjero le dijo:
-¡Mi tractor no se pone en marcha! Te iba a pedir ayuda, Everest, pero ya me imagino que querrás descansar.
Everest negó con la cabeza.
-Aun así -dijo el granjero, necesito arar el campo y el arado sólo se puede sujetar al tractor, no a un caballo ¡No sé lo que voy a hacer!
Everest empujó suavemente al granjero hasta la cuadra donde estaba guardado el tractor. Su arnés y sus riendas también estaban allí. El gran caballo cogió una vieja correa con la boca, la enganchó a la parte delantera del tractor y lo arrastró fuera como si tal cosa. A continuación tiró del arado hasta ponerlo detrás del tractor.
-¿Puedes tirar de los dos a la vez? -preguntó el granjero.
Everest asintió. ¡El granjero estaba realmente asombrado! Pero enganchó el arado al tractor y el tractor al caballo. Everest tiró del tractor y éste a su vez tiró del arado, y juntos araron el campo más deprisa que nunca.
Everest seguía siendo el caballo más grande y el más fuerte... pero ahora, además, era el más feliz del mundo.


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El tren fantasma

Escondida en medio de la campiña, a muchos kilómetros de cualquier pueblo o granja, hay una estación de ferrocarril muy vieja y destartalada. Pero ésta no es una estación como las demás. Aquí el aire está helado incluso en las noches más cálidas...
Un viejo tren de vapor permanece detenido en silencio como si estuviera a punto de partir. Los vagones están llenos y hay un fogonero, un guarda y un conductor. Pero cuando el guarda toca el silbato su sonido chirriante produce escalofríos en la espalda. Cuando el toque del silbato resuena en el aire, las siluetas de dentro de los vagones empiezan a agitar los brazos y a gritar por las ventanillas. ¡Algo raro les pasa!
Sus contornos se vuelven más nítidos a la luz de la estación. Son brujas, fantasmas, duendes y diablos. Todos esperan eternamente que el tren fantasma salga de la estación silenciosamente y se deslice despacio por la vía espectral.
¿A que no quieres, subir a este tren?


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El señor topo se ha perdido

El señor Topo asomó el negro hociquito por uno de los agujeros de su topera y aspiró aire profundamente. Repitió la operación dos veces más hasta que estuvo completamente seguro. «Huele como si fuera a llover», pensó.
Al señor Topo no le gustaba la lluvia nada en absoluto. Cada vez que llovía se le empapaba su elegante abriguito de piel e iba chorreando y dejando sucias pisadas de barro por toda su madriguera subterránea. Pero lo peor de todo es que la lluvia entraba por los agujeros de la topera, se le inundaba todo y después tardaba días en volverse a secar.
El cielo se fue poniendo cada vez más oscuro y pronto empezaron a caer gotitas de lluvia, que se fueron haciendo cada vez más y más grandes. Al cabo de un rato, ya no se veía más que chorros de agua que caían de las hojas de los árboles, anegando la tierra y haciéndola cada vez más fangosa.
El señor Topo no había visto nunca llover de aquel modo. Y allí estaba, en la madriguera, deseando que dejase de llover. Pero seguía lloviendo y lloviendo.
Al poco rato empezó a entrar agua en la topera. Primero cayeron unas gotitas a través de los agujeros y luego las gotitas se convir-tieron en un riachuelo que se transformó a su vez en un gran río cuya rápida corriente arrastró de repente al señor Topo. Fue cruzando los túneles de la topera por aquí y por allá, mientras el agua caía a chorro inundando su casa subterránea.
Lo siguiente que recordaba era que había sido arrastrado fuera de la madriguera y el agua de la lluvia lo llevaba prado abajo. Bajaba y bajaba sin saber dónde estaba ni hacia dónde iba. Llevado por la riada, cruzó los bosques que había al fondo del prado, luego la corriente lo siguió arrastrando, dando saltos y vueltas hasta que se sintió aturdido y sin apenas fuerzas para respirar.
De pronto se detuvo. El agua de la lluvia gorgoteaba y chorreaba a su alrededor y luego seguía su curso, pero él se había quedado firmemente enganchado entre las ramas de un arbusto.
«¡Oh, cielos! ¿Dónde estoy?», pensó el señor Topo cuando consiguió liberarse. Miró a su alrededor, pero como era muy miope -como casi todos los topos- no pudo descubrir ningún lugar que le resultara familiar. Y, aún peor, tampoco pudo distinguir ningún olor conocido. Estaba completamente perdido, lejos de casa y sin la menor idea acerca de cómo regresar. Además, para empeorar aún más las cosas, estaba empezando a hacerse de noche.
-¡Huu-uu-uu-uu-uu! -dijo una voz de repente.
El señor Topo casi se murió del susto.
-Yo en tu lugar no me quedaría ahí. ¿No sabes que el bosque es peligroso por la noche? -dijo la voz. Hay serpientes, zorros y comadrejas y todo tipo de criaturas malvadas que no te gustaría nada encontrar.
El señor Topo levantó la vista y se encontró una enorme lechuza.
-¡Oh, cielos! -fue todo lo que el señor Topo fue capaz de pensar
o decir. Le contó a la lechuza su terrible viaje, que se encontraba perdido y que no sabía cómo volver a casa.
-Tienes que hablar con la paloma Paula -dijo la lechuza. Es una paloma doméstica y vive cerca de tu prado. Puede decirte cómo regresar, pero primero tenemos que encontrarla a ella. No te alejes de mi lado y estate atento a todos esos zorros, serpientes y comadrejas de los que te he hablado.
No hizo falta decírselo dos veces. El señor Topo se mantuvo tan cerca de la amable lechuza que cuando ésta se detenía de repente o se volvía para decirle algo, ambos chocaban.
Y así cruzaron el oscuro y peligroso bosque. De vez en cuando oían ruidos extraños, como un gruñido bajo o un siseo, que prove-nían de los espesos y enmarañados árboles, pero el señor Topo no quería pensar demasiado en ello y procuraba no perder de vista a la lechuza.
Finalmente, cuando el señor Topo pensaba que ya no podría dar un paso más, se detuvieron ante un viejo olmo.
-Hooo-laaa -dijo la lechuza.
Tuvieron suerte. La paloma Paula estaba a punto de proseguir su viaje a casa.
-Por favor, me parece que estoy perdido sin remedio y no sé cómo regresar a mi prado. ¿Me llevarías hasta allá? -dijo el señor Topo.
-Por supuesto -respondió Paula. Será mejor que primero descanses un rato, pero tenemos que salir antes de que amanezca.
Y así fue cómo, al poco rato, el señor Topo se encontró de regreso en su prado, procurando siempre mantenerse lo más cerca posible de la paloma Paula. Justo cuando los primeros rayos de sol iluminaban el cielo matinal, el señor Topo sintió un olor muy familiar. ¡Era su prado! ¡Ya casi estaba en casa!
Poco después se encontraba en su madriguera. Estaba todo tan mojado y sucio de barro que lo primero que hizo fue cavar unos cuantos túneles nuevos para que la lluvia no entrara tan fácilmente. Después se tomó una buena ración de gusanos y durmió un profundo y bien merecido sueño.


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El rey tacaño y el muchacho listo

Había una vez un rey que era tan tacaño como rico. Vivía en un gran palacio y se pasaba los días contando sus bolsas de monedas de oro, mientras sus súbditos vivían en la mayor pobreza. A veces hacía llamar a su paje para que le preparase tu carroza real y así, exhibiéndose en su gran carruaje dorado, salía a supervisar su reino. Además de tremendamente rico, el rey era también muy vanidoso. Cuando pasaba ante sus súbditos mientras éstos trabajaban en el campo, le gustaba que se inclinasen ante él y le dedicasen halagos como «¡Qué buen aspecto tiene hoy su Majestad!» o«¡Cómo os favorece el color rosa, señor!». Se te llenaba la cabeza de vanidad y pensaba: « La verdad es que mi pueblo me adora». Pero a pesar de todos los halagos, el pueblo odiaba a su rey. Sentían un gran resentimiento hacia él, ya que se rodeaba de lujo mientras sus súbditos vivían en la miseria.
Hasta que un día los campesinos celebraron una reunión secreta.
-¡Firmemos una petición para reclamar nuestros derechos! -gritó un hombre.
-¡Y salarios justos! -gritó otro.
Todos aplaudieron.
-¿Quién escribirá nuestras peticiones? -preguntó una anciana.
De repente se hizo el silencio, pues nadie sabía leer ni escribir.
-Yo sé lo que podemos hacer en lugar de escribir -dijo una voz desde el fondo. Todos se volvieron y vieron a un muchacho harapiento. ¡Pongámonos en marcha hacia el palacio!
-¡Sí! -rugió la multitud.
Cuando la muchedumbre llegó al palacio, el rey la vio e hizo salir a sus perros guardianes. Los campesinos tuvieron que huir, con los perros pisándoles los talones, para proteger sus vidas. Hasta que no desapareció de su vista el último campesino, el rey no hizo regresar a sus perros.
A partir de entonces, la vida del pueblo empeoró. El rey se había puesto en guardia y ya no salía por el reino si no era acompañado de sus sabuesos. Finalmente, se convocó otra reunión secreta.
-¿Qué podemos hacer? -preguntaba la gente. Jamás podremos pasar con esos perros salvajes.
-Tengo una idea -dijo una voz familiar. Se trataba del muchacho harapiento. Por un momento, la multitud lo acusó de haber puesto en peligro su vida. Por favor, confiad en mí -rogó el muchacho. Ya sé que os defraudé, pero esta vez tengo un plan muy bien preparado para conseguir que el rey nos dé su dinero.
Finalmente, los campesinos escucharon el plan del chico y decidieron apoyarle.
Al día siguiente, el muchacho se escondió en la rama de un árbol que colgaba sobre el jardín del palacio. Había llevado galletas para perros, en las que había puesto un potente somnífero, y las arrojó al césped de palacio.
Al poco rato salieron los perros del rey y devoraron las galletas en un santiamén. En cuestión de segundos dormían todos profundamente. El muchacho bajó del árbol, se envolvió en una capa negra y se presentó en la puerta principal del palacio.
-Buenos días -dijo. Soy Víctor, el famosísimo veterinario. ¿Tenéis algún animal que necesite cuidados médicos?
-No -contestó el centinela, cerrándole la puerta en las narices. Pero entonces se oyeron voces en el interior y el centinela volvió a abrir la puerta, diciendo: Nos acaba de surgir un problema. Entra.
El centinela condujo al muchacho hasta el césped, donde el rey sollozaba sobre los cuerpos de sus perros.
-¡Ayúdame, por favor! -exclamó. Necesito a mis perros, de lo contrario caeré en manos de mi propio pueblo.
El muchacho hizo como que examinaba a los perros y dijo al rey: -Lo único que puede curar a tus animales es oro líquido.
-¿Y de dónde voy a sacar oro líquido? -preguntó el rey.
-Tengo una amiga que es bruja y convierte las monedas de oro en oro líquido. Si permites que le lleve los perros, los curaré. Pero tendrás que darme un saco de oro para que se lo lleve y -dijo el chico.
El rey estaba tan preocupado que aceptó sin dudar. Cargaron los perros dormidos en un carro tirado por un caballo y el rey entregó al muchacho una bolsa de oro.
-No tardes en volver, mis perros son lo que más aprecio -le dijo.
El muchacho fue a su casa y sus padres le ayudaron a descargar los perros, que estaban empezando a despertarse. Les dieron los cuidados necesarios y al día siguiente el muchacho regresó al palacio.
-La buena noticia es que el remedio está haciendo efecto -dijo al rey. La mala noticia es que el oro sólo alcanza para revivir a un perro. Necesitaré todo el oro que tengas para curar a los otros.
-Llévatelo todo -gritó el rey. La única condición es que mis perros estén de vuelta mañana.
Y, abriendo la cámara del tesoro, cargó todas sus reservas de oro en otro carro que el muchacho se llevó. Aquella noche, el muchacho repartió bolsas de oro entre los súbditos del rey y a la mañana siguiente llevó los perros a palacio. Pero, para su sorpresa, el rey no los quiso, puesto que como ya no tenía oro, tampoco necesitaba perros de guardia. Al ver que el rey había aprendido la lección, el muchacho le contó lo que había sucedido realmente. Por fortuna, el rey decidió que sus súbditos se quedaran con el oro. Los perros se los quedó como simples mascotas y él se volvió mejor persona.


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