Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 31 de diciembre de 2014

Por la bella hormiga blanca

La hija del gran cacique araucano no era una mujer común. Por su belleza especial, que la distinguía entre todas las demás mujeres, la llamaban Hormiga Blanca.
En su pueblo, había un solo hombre más poderoso que su padre: era el malvado brujo Cuervo Negro, al que todos temían. Para ganarse su buena voluntad, el cacique había decidido darle a su bella hija como esposa. El gran jefe era un hombre sensato y sabía que cuando alguien es muy peligroso, lo más seguro es tenerlo a favor, dentro de la familia, antes de que se convierta en enemigo.
Hormiga Blanca no estaba muy entusiasmada. Cuervo Negro era viejo. Lo llamaban así porque siempre gruñía enojado con su voz cascada como un graznido de cuervo. Pero además tenía una enfermedad de la piel: en algunas partes del cuerpo se le desprendía en escamas blancas, como de caspa, y en otras partes estaba roja y supuraba. Su aspecto era repugnante.
Uno de los jóvenes guerreros, fuerte y atractivo, estaba enamorado de la muchacha, y ella le correspondía. El muchacho era muy pobre, pero se esforzó en la caza y en la guerra para reunir suficientes regalos y pedir su mano. El gran cacique lo consultó con Cuervo Negro y los dos se pusieron de acuerdo en un plan cruel. No bastaba con decirle que no: había que librarse del molesto preten-diente. Hormiga Blanca debía olvidarlo para siempre.
-Has trabajado mucho para poder pedir a mi hija. Pero aun así, no puedes ser mi yerno todavía -dijo el cacique. No tienes oro, ni piedras preciosas verdes. No tienes gente a tu sombra: ni eres jefe, ni tienes parientes nobles. Pero hay una solución: si bajas por el abismo de la montaña, abajo encontrarás grandes tesoros. Serás rico y podrás casarte con Hormiga Blanca.
El terrible precipicio del que hablaba el cacique era tan profundo que ningún ser humano había llegado a ver el fondo. Las rocas de la pendiente eran tan blancas y peladas que las llamaban huesos-de-piedra.
Hormiga Blanca había escuchado cuchichear a los dos viejos y estaba al tanto de sus planes.
-En cuanto empieces a bajar -le dijo a su amado, te arrojarán desde arriba rocas calentadas al fuego. Debes refugiarte en una gruta que verás al costado.
Al día siguiente el muchacho volvió a la aldea sin tesoros, pero sano y salvo.
-Abajo no hay oro ni piedras preciosas -aseguró. Solo espíritus malvados. Por amor a Hormiga Blanca, conseguí librarme de ellos y volver.
Cuervo Negro y el cacique apenas habían considerado la posibilidad de que el joven sobreviviera. Pero rápidamente pensaron en otra tarea mortal.
-No importa que no tengas tesoros. Si te subes a ese árbol y nos
traes el nido que hay en la rama más alta, tendrás a mi hija como esposa -dijo el cacique. Pero tienes que ir desnudo, para demostrar tu valor y resistencia al dolor. Y traernos los huevos sin que se rompan, para demostrar tu destreza.
El árbol tenía una corteza áspera y pinchuda, que lastimaba la piel de quien intentara treparlo. Pero además Cuervo Negro lo había untado con un veneno mortal.
-Esta pomada te protejerá. Pero tienes que untarte en todo el cuerpo una capa muy gruesa -le dijo la muchacha a su enamorado. Y le dio una especie de crema muy espesa que se usaba para protegerse de los insectos, hecha de arcilla roja y grasa de ñandú, el avestruz petiso de la Patagonia.
Muy hábil tenía que ser el joven para poder trepar a un árbol untado con una capa de grasa. Pero a pesar de un par de resbalones, finalmente lo consiguió, sin que una sola espina envenenada lo hubiera pinchado.
Cuando llegó arriba, tomó el nido y se lo puso de sombrero. Así los huevos llegarían abajo sin romperse, protegidos entre su pelo y el nido.
-¡Lo lograste! -dijo el cacique, asombrado al verlo bajar.
-Este joven merece una recompensa -dijo Cuervo Negro.
-Le daré la mano de mi hija -dijo el cacique.
-Después del banquete con el que festejaremos su hazaña –dijo Cuervo Negro.
-Ocuparás el lugar de honor -dijo el cacique. Y te daremos la comida más deliciosa.
Por suerte, Hormiga Blanca estaba al tanto de todas las trampas que le habían preparado al joven. Para evitar que se le clavaran las flechas envenenadas que le había puesto, escondidas con las puntas hacia arriba, en el asiento del sitio de honor, el muchacho se ató a la cintura un grueso cuero de puma, el tigre sin rayas de la Patagonia, que lo protegía hasta las rodillas. Se sentó muy tranquilo y aceptó el plato con harina mezclada con raspaduras de huesos de muerto, un veneno que seca el cuerpo lentamente.
-Mmm, qué comida tan buena -decía. Y fingía comer mientras echaba todo lo que le daban en una bolsa que tenía disimulada entre las piernas.
Tremendo fue el sobresalto de los dos viejos cuando vieron que a pesar del veneno, el muchacho daba muy alegre los cuatro fuertes gritos que servían para abrir la fiesta entre los araucanos.
En mitad de la celebración, con cantos y música, llevaron al joven hasta un árbol enorme, cuyas raíces llegaban seguramente hasta el Mundo de los Antepasados. A los antiguos araucanos les gustaban mucho las patatas podridas. Y el horrible Cuervo Negro le dijo a su rival:
-En un hueco de este árbol, lleno de agua de lluvia, pongo siempre mis patatas para que se pudran bien. Pero no sé que pasa, en los últimos días ya no las encuentro. No sé si se las comen las alimañas o el mismo árbol. Ya que eres tan fuerte y poderoso, córtame este tronco.
-Y si bajas por el hueco hasta las entrañas de la tierra, conseguirás el oro que merece tu querida Hormiga Blanca -dijo el cacique.
El muchacho sabía que todo era una trampa, pero no le importaba, porque sentía que su amor lo volvía poderoso. Empezó a trabajar, tratando de cortar el árbol con un hacha común. El tronco era tan grande que seis hombres tomados de las manos apenas alcanzaban a rodearlo. A las pocas horas el hacha se rompió sin haber conseguido más que lastimar la corteza.
Como siempre, Hormiga Blanca tenía la solución. Esta vez fue un hacha mágica que cortó el árbol gigante de un solo golpe. Metiendo otros arbolitos como cuñas, el joven guerrero agrandó el hueco y lo mantuvo abierto para poder pasar. Y se fue muy contento en busca de Cuervo Negro.
-Me alegro mucho de poder traerte el exquisito manjar que tanto te apetece, tus patatas podridas. Pero más me alegro de tener la oportunidad de bajar por este hueco. Mis antepasados decían que el agua de las raíces profundas cura todas las enfermedades de la piel. Y también rejuvenece. Saldré convertido en un niño. Quizás tenga que esperar un poco para casarme, pero vale la pena: tendré muchos años más de vida.
Al brujo le interesó mucho la idea. Quizás fuera mentira, quizás fuera una tontería, pero ¿qué podría perder?
-No te esfuerces más, muchacho, ya has hecho demasiado. Bajaré yo.
Apenas el brujo se metió en el hueco del árbol, el joven sacó las cuñas que lo mantenían abierto y lo dejó aprisionado para siempre.
El cacique, hay que reconocerlo, no tenía ninguna simpatía por Cuervo Negro, solo le tenía miedo. Y se alegró muchísimo de verse libre de él. Por otro lado, admiraba el coraje y la constancia del muchacho y estaba encantado de darle la mano de su hija.
El que no estaba tan encantado con su suegro era el joven, pero por amor a su mujer decidió perdonarlo y olvidar las trampas en que había tratado de hacerlo caer. Y un año después de esta historia, una afortunada partera se llevaba cuatro ovejas preñadas como pago por haber ayudado a Hormiga Blanca a dar a luz a su primer bebé.

0.014.1 anonimo (araucano) - 059

Pasikole, el esclavo de samoa

Esta es una historia que sucedió en la isla de Tonga antes de que el tiempo fuera tiempo, antes de que los años se pudieran contar.
Dos espíritus femeninos que se llamaban Sisi y Faingaa tenían un esclavo samoano llamado Pasikole, al que maltrataban y cargaban de trabajo.
Un día las mujeres espíritu decidieron que ya no querían caminar. Tejieron unas enormes canastas, se metieron adentro, y le ordenaron a Pasikole que colgara cada canasta al extremo de un palo y se cargara el palo al hombro.
Pasikole caminó todo lo que pudo llevando su carga. Las dos mujeres espíritu eran más livianas que las mujeres humanas, pero de todos modos pesaban bastante. De pronto, viendo que el viento arrastraba las nubes en el cielo, al esclavo se le ocurrió una gran idea. Colgó el palo de una rama del árbol. Las canastas eran tan grandes que Sisi y Faingaa, en el fondo, solo alcanzaban a ver el cielo. Como el viento hamacaba los canastos y ellas veían pasar las nubes, creyeron por mucho tiempo que seguían viajando.
Pero como nunca llegaban a destino, empezaron a gritarle a Pasikole para que se apurara. Solo cuando el fondo de las canastas se rompió y cayeron al suelo, se dieron cuenta de lo que había pasado.
Tiempo después Sisi y Faingaa quisieron ir a Samoa. Subieron a una canoa y pusieron a Pasikole a remar. Pero el esclavo, que estaba harto de sus amas, había escondido en la parte de atrás de la canoa unas largas guirnaldas de flores como las que se ponen en Polinesia al cuello de los invitados, entretejidas con fuertes juncos.
Cuando estaban en mitad del viaje, Pasikole dejó de remar de golpe, se paró, y señaló un punto en el océano diciendo que veía enormes peces y quería pescarlos. Tomando su lanza de pesca, se zambulló en el agua.
Sisi y Faingaa, convencidas de que volvería con delicioso pescado fresco, se pararon en el borde de la plataforma de la canoa para verlo salir del agua. Pero Pasikole no aparecía.
El esclavo había nadado bajo del agua hasta alcanzar la parte de atrás de la canoa. Tomó las guirnaldas de flores, se las puso y se quedó largo rato escondido detrás del timón. Estuvo tanto tiempo que sus amas se convencieron de que el pobre Pasikole se había ahogado.
Imagínense su sorpresa al ver que Pasikole aparecía por el otro lado de la canoa, sano y salvo y cubierto de flores.
-Aunque parezca increíble -les contó el esclavo, estuve en el fondo del mar, y allí vive mucha gente. Estaban en medio de una maravillosa fiesta y me invitaron a comer y a beber. Ellos me dieron estas hermosas guirnaldas.
Por supuesto, Sisi y Faingaa también querían que las invitaran a la fiesta. Pasikole les explicó que eso era imposible, ¡que ni lo soñaran! Sin embargo, las dos mujeres espíritu insistieron tanto que al fin fingió apiadarse de ellas.
-Quizás podríamos intentarlo -dijo Pasikole. Tengo una idea. Si lleváis puestas las guirnaldas de flores que me dieron a mí, creerán que sois invitadas que han salido un rato de la fiesta y quieren volver a entrar.
Eso sí, tendréis que permitirme que yo os engalane como ellos lo hicieron conmigo.
Las tontas mujeres espíritu estaban muy contentas y se dejaron adornar sin protestas. Pasikole les colocó las guirnaldas con mucha gracia, y se las arregló para enredarles los brazos y las piernas. Cuando los tres se zambulleron para asistir a la fiesta submarina, solo Pasikole estaba en condiciones de nadar para volver a la super-ficie. Y eso fue lo que hizo, inmediatamente, el ingenioso samoano. Se subió a la canoa y se alejó de allí remando lo más rápido posible, mientras Sisi y Faingaa, enredadas en las guirnaldas, luchaban inútilmente por soltarse.
Cuando los habitantes de la isla de Tonga ven luces fosforescentes a lo lejos, sobre el océano, dicen que son Sisi y Faingaa tratando todavía de liberarse de las guirnaldas.

0.193.1 anonimo (samoa) - 059

Maui y Hina

En tiempos antiguos vivía en Takaroa, una de las islas de Tua-motu, un hombre llamado Maui. Su nombre significaba «roto» y así era su aspecto: como si estuviera roto. Tenía la cara torcida, la espalda doblada en una joroba y rengueaba al caminar.
Pero nadie era tan poderoso como Maui: nadie tenía sus poderes mágicos, su habilidad, su inteligencia. Hubo una época en que el sol andaba tan rápido por el cielo que los hombres apenas habían tenido tiempo de levantarse cuando la oscuridad volvía a reinar. Maui consiguió atrapar al mismísimo sol en sus redes, y le dio tal paliza que desde entonces el astro rey anda despacito, rengueando, y tarda veinticuatro horas en dar una vuelta completa. Gracias a eso la luz del día dura lo suficiente como para que todos podamos llevar una vida normal.
Maui tenía un hermano llamado Kuri y en este punto era donde
empezaban los problemas. Porque Kuri era muy buen mozo y atractivo: todas las mujeres se enamoraban de él. En cambio, a pesar de todos sus poderes, Maui no tenía suerte con las jóvenes de la isla. Y pasó mucho tiempo antes de que una chica se sintiera atraída por él. Fue la hermosa Hina y pronto los dos vivían juntos en una cabaña cerca del mar.
Todas las noches Maui salía a pescar. Era un gran pescador y atrapaba los mejores peces, los más grandes y gordos. Cuando volvía, le entregaba su pesca a su mujer. Al día siguiente ella cocinaba para los dos y se sentaban juntos a comer.
Sucedió que un día Hina comenzó a sentirse atraída por Kuri. Y el mal hermano se enamoró también de su cuñada. Desde entonces la comida que Hina le servía a Maui ya no fue la misma.
-Este pescado tiene poca carne y muchas espinas -se quejaba Maui.
-Así son los pescados -contestaba Hina.
Pero no era verdad. Lo que pasaba era que Hina elegía los pescados más grandes y deliciosos y los cocinaba para dárselos a Kuri, mientras que a Maui le preparaba los que Kuri había pescado, siempre mucho más pequeños. Maui se dio cuenta de que los peces que pescaba no eran los pescados que comía.
Muy enojado y triste, pensó en la forma de descubrir el misterio. Una noche, como muchas veces sucedía, le dijo a su mujer:
-No me esperes. Salgo a pescar y estaré fuera toda la noche. Volveré con mi pesca por la mañana.
Maui se embarcó en su canoa y se adentró en el mar, pero en lugar de pasarse toda la noche pescando, lo que hizo fue volver pocas horas después, desembarcando en un lugar oculto de la costa.
Cuando se acercó a su casa, vio lo que su mente ya estaba imaginando. Su mujer estaba allí con su hermano, el atractivo Kuri, que comía muy alegremente el mejor pescado que Maui había traído el día anterior.
Loco de celos, Maui decidió castigar a su hermano con todo el poder de su magia. Y comenzó a entonar una canción que tenía el don de transformar en realidad lo que sus palabras decían.

Tiro de la boca
y de la nariz.
Tiro hacia adelante,
así, así, así.

Estiro las orejas
así, así, así.
Y tiro de la cola
así, así, así.

A medida que Maui cantaba, su hermano Kuri se iba trans-formando, la boca y la nariz se le iban hacia adelante formando un hocico animal, las orejas le crecían y crecían estirándose, y un rabo aparecía como continuación de su columna vertebral. Kuri se había convertido en el primer perro que hubo en este mundo y por eso, desde entonces, los perros se llaman kuri en el idioma de las islas.
Esa noche Maui se limitó a echar al perro de su casa a patadas y se fue a dormir. Pero Hina se quedó despierta toda la noche, muy asustada. Aunque no la había convertido en perro (no todavía, por lo menos), sabía que Maui se vengaría también de ella. ¿Qué le esperaba? Se le ocurrían las ideas más espantosas. Ojalá pudiera huir lo más lejos posible.
Al día siguiente, cuando Maui salió a pescar, sin mirarla ni dirigirle la palabra, la hermosa Hina caminó hasta la playa y se sentó muy triste a la orilla del mar, llorando con desconsuelo.
En esa época, en ese lugar, el poder mágico que se extendía por la tierra hizo que la pena y el temor de Hina llegaran hasta su hermano. El hermano de la hermosa mujer no era un ser humano común y corriente, sino que tenía la posibilidad de convertirse en pájaro. Así, con forma de pájaro, voló hasta ella y trató de consolarla. Hina le contó todo lo que había pasado.
-Por favor, hermano, llévame lejos. Tan lejos que la magia de Maui no pueda alcanzarme.
Este era un ruego muy difícil de complacer, porque los poderes de Maui se extendían por toda la tierra y el mar.
-Te llevaré, mi querida hermana, si me dices dónde queda ese lugar, porque yo no lo conozco.
Pero Hina había sido la esposa de Maui durante suficiente tiempo como para conocer sus secretos. Y sabía que sí había un lugar, un solo lugar, adonde no podía llegar con su magia.
-No será fácil. Pero si puedes llevarme hasta allí, hasta la parte más alta del cielo, entonces estaré a salvo.
Y todavía hoy, en las noches de luna llena, si observas bien la luna, verás allí la cara asustada de Hina, que mira hacia la tierra tratando de descubrir si Maui todavía está intentando vengarse de ella con su peligrosa magia.

0.188.1 anonimo (oceania-tuamotu) - 059

Marzo, el vengativo

Vivía en Córcega un pastor muy próspero, que tenía muchísimas ovejas. A pesar de su buena suerte, el hombre sufría cada vez que veía acercarse el invierno, que suele ser cruel con los rebaños. Con mucho respeto, le suplicaba a los largos meses invernales que fueran generosos.

Buen diciembre, amigo mío,
no nos traigas pronto el frío.

Y diciembre lo escuchaba y se portaba bien con él.

Buen enero de este año
no me mates con heladas
los corderos del rebaño.

A enero le gustaba lo que el pastor le decía y, agradecido, perdonaba a sus animales.
Después, el pastor le cantaba sus canciones a febrero y a marzo. De este modo los meses, a los que les gustan mucho los homenajes, se portaban bien con él y con sus ovejas.
En esa región, marzo es el mes más difícil y caprichoso. De pronto hace calor, de pronto hace mucho frío y nadie puede saber a qué atenerse.
Un año, cuando había llegado el último día de marzo sin que una sola de sus ovejas muriera, el pastor se puso tan contento que ya no tuvo miedo, y en lugar de pedir por favor, empezó a jactarse y a burlarse.

¡Tonto marzo, todo el año
el terror de los rebaños!
Marzo loco, ya pasaste.
¡Ni una oveja me robaste!

Nada hay más peligroso que hacer enojar al caprichoso marzo. En cuanto oyó esa cancioncilla irrespetuosa, se fue a ver a su hermano abril y le pidió prestados tres días. Marzo recorrió el mundo reuniendo los peores fríos, las más tremendas tormentas, agregó un par de pestes que andaban sueltas por ahí y, en los primeros tres días de abril, echó todo encima del rebaño del pastor. Primero murieron las ovejas y los carneros viejos, después los corderos nuevos y, en el tercer día, el pastor desagradecido se quedó sin rebaño.
Desde entonces, ya se sabe por qué a veces hay días muy fríos en abril: es su hermano marzo que los tomó prestados.

 0.112.1 anonimo (italia) - 059

La tortuga y el coyote

Un día, mientras avanzaba distraída alejándose de la orilla, comiendo deliciosas hojas de las plantas que encontraba por el camino, la tortuga de agua se perdió. Era un día caluroso. De pronto se dio cuenta de que estaba a mucha distancia del agua y no le sería nada fácil regresar. Afligida, se refugió a la sombra de un árbol y se echó a llorar, pues temía por su vida.
Coyote pasaba por ahí, hambriento como siempre. Cuando vio a la tortuga, se sintió feliz.
-¡Tortuga, qué alegría verte por aquí! Voy a encender el fuego, te cocinaré y te comeré.
-Qué ignorante -dijo la tortuga de agua con desprecio. ¿No sabes que las tortugas estamos hechas a prueba de fuego? Solo conseguirías ensuciar mi caparazón.
-Entonces te pondré boca arriba al sol. Pronto morirás, se abrirá la parte más blanda de tu caparazón, la que recubre tu tripa, y comeré tu deliciosa carne.
-Qué estúpido -dijo la tortuga. Un coyote adulto como tú, y no sabes que el sol me hace bien y mi caparazón no se abre si yo no quiero.
-Entonces treparé a una colina y te arrojaré desde allí contra las piedras de abajo. ¡Tu caparazón se romperá en mil pedazos y te comeré!
La tortuga estalló en carcajadas, como si hubiera escuchado la mejor broma de su vida.
-Eres el tonto más tonto del mundo. Solo conseguirás convertir las rocas en guijarros. Mi caparazón es mucho más duro que cualquier piedra.
-Entonces -dijo Coyote, furioso- te arrojaré al arroyo. ¡Morirás ahogada, tu caparazón se disolverá y te comeré!
La tortuga lanzó un alarido de horror.
-¡Nooooo! ¡Por favor, te lo ruego! ¡Puedes hacerme cualquier cosa menos esa! ¡Te ruego por lo que más quieras que no me tires al agua!
-Ya es tarde -dijo Coyote. ¿Quién es el tonto ahora? Ridícula tortuga, te delataste a ti misma. ¡Al agua contigo!
Coyote levantó a la tortuga de agua con sus mandíbulas y la llevó trotando lo más rápido que pudo hasta el arroyo, arrojándola al agua.
La tortuga, por supuesto, se alejó nadando a toda velocidad y, en cuanto se sintió a una distancia tranquilizadora, sacó la cabeza del agua para agradecerle a Coyote.
-Querido Coyote -le dijo. Gracias por traerme a casa, me salvaste la vida.
Y se fue nadando, muy tranquila y feliz.

0.011.1 anonimo (america-hopi) - 059

La novia del hombre rico

Esta es la historia de un hombre rico, dueño de muchas tierras en cierta región de Noruega, al que un día se le ocurrió la mala idea de casarse. Era viejo, feo y gordo, pero tenía mucho oro guardado en un escondrijo, prestaba plata a interés y sacaba buena renta de sus tierras. Por lo tanto, pensó que cualquier muchacha de la vecindad estaría muy contenta de casarse con él, en especial si era pobre. Y puso los ojos en la hija de uno de su labriegos.
-Quiero casarme contigo -le propuso contento, como si le estu-viera haciendo un gran honor.
-Yo quiero muchas cosas -contestó la chica. Pero no esa. Muy amable por haber pensado en mí, pero por favor, piense en otra.
El rico hacendado estaba acostumbrado a darse todos los gustos y mandó llamar al padre de la chica.
-Si me das la mano de tu hija, me olvido de la plata que te presté. Si te niegas, te quedarás sin trabajo e irás a la cárcel por deudor.
El pobre hombre no tenía mucha elección. Trató de convencer a su hija de todas las maneras posibles, pero la muchacha le suplicó llorando que no la obligara.
-No quiero a ese viejo horrible ni aunque me regale una pila de oro.
Desesperado por las amenazas del hacendado, el padre acordó con él un plan para atrapar a la joven por la fuerza. El rico caballero haría todos los preparativos para la boda: el día señalado, estarían allí el párroco, los invitados, el banquete. Mandaría ir a buscar a la muchacha fingiendo que la necesitaba para un trabajo. Y una vez en su casa, con ayuda de sus sirvientes, la atraparían, la vestirían de novia y se encontraría casada sin haberlo pensado.
Y así fue. El día llegó, todo estaba listo para la boda y solo faltaba que llegara la novia. Por si la joven se rebelaba, el hacendado envió en su busca a uno de los mocetones más fuertes que trabajaban en sus campos. Como contaba con la colaboración del padre de la moza, no consideró necesario darle explicaciones que rebajaran su dignidad.
-Debes ir a ver al labriego que trabaja en la parcela del sur y decirle que te entregue lo que me prometió -le dijo. ¡Ahora mismo!
El muchacho, un poco asustado por el mal genio de su amo, salió corriendo y se encontró al padre trabajando en el campo.
-Tengo que llevarle a mi amo lo que usted le prometió -le dijo. Pero rápido, por favor, que está de un humor espantoso.
-Está un poco más lejos, por allí, en el prado -le indicó el pobre padre, suspirando con angustia y decidido a no participar más de lo necesario en un negocio tan triste. Te la puedes llevar.
El muchacho tenía más fuerza que inteligencia. Cuando llegó al prado y vio a la muchacha, le dijo:
-Estoy aquí para llevarme lo que tu padre le prometió a mi amo.
-Claro, enseguida -respondió la chica, que entendió inmediata-mente lo que pasaba. Ahí está. Es esa yegua blanca.
De un salto, el mocetón se subió a la yegua y a todo galope volvió a la mansión del hacendado.
-¿La trajiste? -preguntó ansioso el viejo.
-Está en la puerta -contestó el joven, orgulloso de haber vuelto tan rápido.
-Muy bien. Llévala arriba, al dormitorio de mi madre.
-¡Pero no voy a poder hacerla subir las escaleras! El viejo lo miró con desprecio.
-Si no te alcanzan las fuerzas, pide ayuda a los demás sirvientes.
La situación no se prestaba a discusiones. Desalentado, el muchacho buscó ayuda y entre diez hombres, unos empujando y otros tirando, lograron que la yegua subiera las escaleras y la encerraron en el dormitorio.
Allí, sobre la cama, había un bellísimo traje de novia a todo lujo.
-Lo conseguí, amo -fue a informar el mocetón, sudoroso.
¡Pero le aseguro que fue el trabajo más difícil que tuve en mi vida!
-Me lo imagino. Ahora, que vayan las mujeres a vestirla.
-Pero, ¿está seguro?
-Segurísimo. Si es necesario, que ayuden también los hombres. ¡Y que no se olviden del velo, el ramo y la corona!
El muchacho fue a la cocina y les dijo a todas las criadas que estaban allí:
-El amo quiere que suban al dormitorio y vistan de novia a la yegua que está encerrada allí. Por lo visto tiene planeado hacerle una buena broma a sus invitados.
Cuando le informaron de que ya estaba todo listo, el viejo ordenó que le llevaran la novia abajo, donde todos los invitados estaban reunidos y el párroco listo para celebrar el matrimonio.
Entonces se escuchó un tremeñdo golpeteo en las escaleras, porque esa belleza no calzaba precisamente zapatitos de seda. Y cuando la novia del hacendado se presentó, muy elegante, ante todos los invitados, la carcajada general fue tan grande y tan larga que muchos todavía se están riendo.
Lo cierto es que el rico hacendado debió de quedar muy conforme con su graciosa novia, porque nunca, pero nunca más, se le ocurrió cortejar a otra muchacha.

0.122.1 anonimo (noruega) - 059

La madre de pavel

Lo único que un niño pequeño pide de su madre es amor, mucho amor. Y no le importa si su madre es inteligente o es tonta. Pero Pavel ya no era un niño y, aunque quería a su madre, a veces le irritaba. ¿Cómo podía ser tan, pero tan tonta?
Un día de otoño decidió matar un cerdo y varios lechones que pensaba ahumar y salar para tener provisiones en el invierno. Su pobre madre no entendía nada y daba vueltas a su alrededor.
-Pavel, hijo mío, ¿qué vamos a hacer con tanta carne?
-No te preocupes, mamushka. Voy a salar casi toda para el invierno. Menos este lechón: lo dejaré colgado aquí, oreándose, para el domingo.
-¿Para el domingo?
-Sí, mamá, para el domingo. Invité a comer a unos amigos.
Pavel se fue al bosque a juntar leña para ahumar la carne, sin saber que un pícaro que pasaba por allí había escuchado toda la conversación escondido detrás de un árbol. Se había dado cuenta de lo tonta que era la madre. Y pensaba sacar provecho.
-Buenos días, madrecita.
-¿Quién es usted? -le preguntó la madre.
-Soy el domingo. ¿Pavel no dejó nada para mí?
La madre sonrió feliz. Por fin podía hacer algo útil por su hijo.
-Claro que sí. Precisamente, me dijo que dejaba este lechón para el domingo. ¡Puede llevárselo, señor Domingo!
Y sin más conversación, el pícaro «Domingo» se echó el lechón al hombro con ayuda de la madre. Y se fue corriendo a la máxima velocidad que el peso del animalito le permitía. Cuando volvió Pavel, cargado de leña seca, enseguida notó la falta del lechón.
-¿Dónde está la carne que dejé para el domingo?
-Vino el domingo y se la llevó -le dijo su madre, con una gran sonrisa.
Pavel estuvo a punto de echarse a llorar. No sabía qué hacer con tanta rabia. Se metió en la isba (la cabaña de los campesino rusos), hizo un atado con alguna ropa y unas pocas herramientas y se despidió de su madre con unas palabras secas y furiosas. ¡Era la mujer más tonta del mundo!
-Adiós, madre. Me voy a recorrer el mundo. Solo volveré si encuentro a alguien más tonto que tú.
Pavel se marchó por el camino. Pronto llegó a una aldea vecina donde unos carpinteros estaban construyendo una isba. Uno de los troncos había resultado demasiado corto. Entonces los carpinteros ataron una cuerda a cada extremo. Cada uno agarró una cuerda y se puso a tirar con todas sus fuerzas.
-¿Pero qué hacen? -preguntó Pavel.
-Es que el tronco nos quedó corto. Estamos tratando de estirarlo para que sea igual que los demás.
Pavel no lo podía creer. ¡Qué tremendos estúpidos! Les enseñó a hacer un empalme y siguió caminando. Al rato se encontró con un campo en el que había un grupo de campesinos cosechando trigo. Pero en lugar de usar hoces, cortaban las espigas una por una, ayudándose con los dientes. Por suerte él había llevado su propia hoz y les enseñó a usarla.
-Ya que eres tan buena persona, quizás puedas ayudarme -le dijo uno de ellos. ¡Hoy me toca la tarea más difícil! Tengo que darle de beber al buey. Entre dos podremos hacerlo más rápido.
Y le entregó a Pavel una cuchara. El buey estaba en el establo. El hombre corría hasta el río, llenaba una cuchara y se la llevaba al buey para beber. Así se pasaba todo el día.
Suspirando y riendo al mismo tiempo, Pavel le dio una idea genial que a nadie se le había ocurrido en toda la región: llevar al buey a beber directamente del río. El campesino se lo agradeció con lágrimas en los ojos.
Pavel siguió adelante. Al llegar a otra aldea le llamaron la atención los gritos y cacareos que salían de un gallinero. Se asomó y vio a una mujer azotando con un cinturón a una gallina.
-¡Inútil, imbécil, irresponsable! -gritaba la mujer. ¡Has traído al mundo un montón de polluelos y ni siquiera tienes tetas para darles de mamar!
Eso fue más de lo que Pavel estaba dispuesto a soportar. Dando media vuelta, se volvió a la casa de su madre. Y cuando ella salió a recibirlo, feliz de verlo tan pronto de vuelta, la abrazó con cariño.
-¡Mi querida mamushka! Me quedaré para siempre contigo -dijo Pavel. He recorrido buena parte del mundo sin encontrar a nadie más listo que tú.

0.062.1 anonimo (rusia) - 059

La extraña fiesta en el pantano

William Noy, un joven granjero que vivía cerca del pantano, fue una noche a comprar bebida para la Fiesta de la Cosecha. Varios vecinos lo vieron salir de la taberna, pero nunca llegó a su casa. Hacía ya tres días que lo buscaban, cuando escucharon ladridos y relinchos que parecían venir de la zona más peligrosa del pantano. Acercándose con cuidado, encontraron al caballo del granjero atado a un arbusto. Allí estaba también su perro. El caballo se había alimentado de los ricos pastos que tenía a su alrededor, pero el perro estaba muy flaco. Los animales los guiaron hasta una especie de establo en ruinas donde encontraron a William tirado en el suelo, profundamente dormido. Se despertó confuso y atontado, pero poco a poco consiguió recobrarse lo suficiente como para relatar lo que le había pasado.
Tres días atrás, al salir de la taberna, decidió volver a su casa por un atajo a través del pantano. La noche era muy oscura, y se perdió. Después de dar muchas vueltas por lugares que le parecían extraños y desconocidos, vio luces y oyó música a lo lejos. Pensó, con alivio, que era una granja vecina donde estaban ya celebrando la Fiesta de la Cosecha y se apresuró en esa dirección. Sin embargo, el caballo se negaba a avanzar, y el perro no hacía más que ladrar con deses-peración. Ató el caballo a un arbusto y siguió a pie. Atravesó un huerto y vio una hermosa casa. Cientos de invitados, vestidos con elegancia, se divertían en el jardín, comiendo, bebiendo y bailando. Le llamó la atención su tamaño: eran muy pequeños, y las mesas, las sillas, las tazas y los platos parecían de juguete.
Cerca de él había una chica más alta que los demás, tocando una pandereta. Pronto los que parecían sus amos le pidieron que dejara de tocar y fuera a buscar más cerveza. William Noy hubiera querido participar en la fiesta, pero la muchacha lo vio y le hizo señas de que retrocediera en silencio.
Enseguida se reunió con él en el huerto. Lejos del brillo de las antorchas, a la luz de las estrellas, Noy reconoció a su novia Grace, que había muerto hacía ya cuatro años.
-¡Gracias al cielo que te vi a tiempo y pude detenerte, mi querido Will! -dijo Grace. O te hubieras convertido en uno de ellos, como me pasó a mí.
William quería besarla, pero ella le rogó que no la tocara, y que no bebiera ni comiera absolutamente nada si quería volver al mundo de los humanos.
-Por tentarme con una ciruela en este huerto encantado estoy aquí. Todos creen que me encontraron muerta en el pantano, pero lo que enterraron en mi lugar fue solo una copia de mi cuerpo hecha por las hadas.
En ese momento la interrumpieron las voces de la gente pequeña.
-Eh, Grace, trae más sidra y cerveza, ¡te estamos esperando!
-Yo también quiero sidra -dijo William Noy.
-¡Por nada del mundo te la traería! Por tu vida, no toques ni siquiera una flor.
Grace sirvió a los invitados y volvió tan rápido como pudo para seguir relatando su historia. Una tarde, cerca de la puesta del sol, estaba buscando una oveja perdida en el pantano cuando escuchó a William Noy llamando a su perros. Quiso correr hacia él tomando un atajo y de pronto se encontró perdida en un sitio donde la maleza crecía por encima de su cabeza. Vagó durante horas hasta que, medio muerta de hambre y sed, llegó al huerto encantado. Arrancó de un árbol una deliciosa ciruela, pero cuando la empezó a comer, se le derritió en la boca convertida en un líquido amargo. Grace cayó al suelo desmayada. Al despertar, se encontró rodeada por una multitud de gente pequeña, los habitantes del reino de las hadas, que se reían y se alegraban de haber atrapado a una linda chica para que cocinara, los sirviera y cuidara a sus bebés, que durante un tiempo después de nacer eran mortales.
-No piensan como nosotros, ni tienen sentimientos -le explicó Grace a William. Todos fueron seres humanos alguna vez, pero hace ya miles de años que aquello terminó, y apenas les queda un vago recuerdo.
Noy quiso saber si nacían muchos bebés-hadas.
-Muy pocos -dijo ella. Cuando nace alguno, lo reciben con gran alegría, y todos los varones están orgullosos de que los consideren el padre. La gente pequeña es adoradora de las estrellas, no viven con una sola pareja toda la vida como los cristianos y las tórtolas. Considerando su larga existencia, tanta fidelidad sería demasiado aburrida.
También le dijo Grace que ahora estaba un poco más contenta con su situación, porque podía convertirse en pájaro y volar a su alrededor en cualquier momento. Pero para Noy eso era poco consuelo. Pensó que podrían escapar los dos y lo primero que se le ocurrió fue sacar sus gruesos y pesados guantes de trabajo, los dio la vuelta de adentro hacia afuera y los arrojó con fuerza en medio de la fiesta.
Inmediatamente todo desapareció, Grace incluida. Y se encontró
solo, parado en medio del establo en ruinas. Sintió que algo lo golpeaba violentamente en la cabeza y cayó a tierra. Unos días después lo encontrarían allí sus vecinos, profundamente dormido.
Como muchos otros visitantes del País de las Hadas, el granjero William Noy se consumió y perdió todo interés por la vida después de su aventura.

0.039.1 anonimo (inglaterra) - 059

La asamblea de los gatos

Desde la Antigüedad la humanidad tuvo sus sospechas contra ellos: los gatos son sigilosos y feroces; aceptan con dignidad la compañía de los humanos, pero no se les someten, como hacen los perros. Y sus pupilas brillan extrañas en la oscuridad. Los egipcios pensaban que eran dioses. En épocas menos felices, se los consideró brujos o demonios, auténticas encarnaciones de Satanás. Lo cierto es que en Francia, en la península de Bretaña, a los gatos les cortaban la cola para despojarlos de sus poderes. Y lo bien que hacían. Porque los gatos que no tenían la cola cortada salían a reunirse con sus amigos en las noches de luna llena. Cerca de la Roca de las Hadas organizaban sus asambleas, se comunicaban sus asuntos y tomaban decisiones.
Cuando los campesinos de la zona se veían obligados a viajar de noche, evitaban con cuidado acercarse a esa región peligrosa. Jamás se hubieran atrevido a interrumpir una reunión de gatos. Se contaban historias tenebrosas acerca de personas que, por distracción o por audacia, se habían topado en medio de la noche con la mirada fija de cientos de pupilas verticales, brillantes, amenazadoras. Unos habían encanecido súbitamente, otros habían muerto poco después. Incluso se hablaba de un anciano que se había quedado ciego, como si pequeñas garras afiladas se le hubieran clavado en los ojos. Era imposible confirmar la veracidad de esas historias porque nadie que las hubiera vivido quería hablar de sus experiencias.
Un joven llamado Jean había ido un día a la feria. Estaba anocheciendo ya cuando entró en una posada para celebrar una buena compra, una buena venta y una buena sidra. Era ya noche cerrada cuando Jean, más que alegre y olvidando completamente el lugar donde estaba, emprendió el camino a su casa cantado a gritos.
De pronto, al doblar en una curva, se encontró con una asamblea de gatos. La borrachera se le esfumó de golpe al ver esos ojos brillantes que lo miraban con fijeza, como indignados.
Había cientos de animales de todos los tamaños alrededor de una cruz de piedra. Los dientes pequeños y blanquísimos brillaban. Con las orejas achatadas, el pelo erizado y las colas en punta, los gatos lo acechaban, como si estuvieran listos para lanzarse sobre su cuerpo.
Jean se encomendó a todos los santos cuando vio que uno de los gatos más grandes caminaba lentamente hacia él. Parecía uno de los jefes de la asamblea. El joven cerró los ojos y se preparó para una muerte horrible. Pero en lugar de garras afiladas hundiéndose en su carne, lo que sintió fue un suave roce cálido y afectuoso contra sus piernas. Solo en ese momento se atrevió a abrir los ojos y entonces se dio cuenta de que se trataba de su propio gato, que se restregaba contra él pidiendo mimos. De pronto el animal se dio la vuelta hacia los demás y les habló en tono enérgico:
-Dejad pasar a mi amigo Jean.
Así, protegido y acompañado por su gato, Jean siguió su camino, a través de la asamblea de los gatos, que se separaron para abrirle paso.
Cuando al día siguiente contó su aventura, algunos le creyeron y los otros no. Pero todos la volvieron a contar, y así siguió pasando de boca en boca hasta que la supe yo, para contártela a ti.

0.118.1 anonimo (europa-breton) - 059

Kandebayi, el heroe

El pequeño Kandebayi nació en la región de las montañas Kaladawu y parecía un bebé común y corriente. Pero a los seis días se reía, a los diez días podía caminar y a los seis años ya era un muchacho fuerte y fornido, el mejor cazador de toda la región: de cada cien tiros, cien daban en el blanco. Nadie le ganaba en las competiciones de lucha. Si un buey caía en un pozo, Kandebayi podía levantarlo solo con la fuerza de sus brazos.
Cierto día, cazando al pie de las montañas, vio que un enorme lobo gris había matado a una yegua preñada y estaba abriéndole la barriga con sus garras para comerse las entrañas. Kandebayi mató al lobo revoleándolo de la cola y estrellándolo contra las rocas. Con un tajo de su espada le abrió la panza a la yegua y sacó un potrillo todavía vivo.
El potrillo, alimentado con leche de cabra, creció con la misma rapidez que su dueño: a los seis meses ya medía dos metros de altura. Lo llamaron Keerkula. Su pelo era de color naranja, y corría a tanta velocidad que era capaz de atrapar pájaros con la boca.
Kandebayi repartía su caza con toda la aldea y era muy querido por los vecinos, porque siempre estaba dispuesto a ayudar a quien lo necesitara. Un día se encontró con un niñito harapiento que pastoreaba un rebaño de ovejas.
-¿Por qué lloras? -le preguntó.
-¿Cómo no voy a llorar? -le contestó el niño. Soy el hijo único del héroe Maergan. Cuando mi padre volvía de una aventura, solía dormir seis días seguidos. El enemigo lo encontró durmiendo y lo atrapó. Robaron todos los caballos de la aldea, sin dejar ni una herradura. Secuestraron a mi madre. Ahora tengo que trabajar como pastor para ganarme la comida...
-Yo te ayudaré. ¡Vamos a liberar a tus padres! -le dijo Kandebayi.
Pero mientras acompañaba al niño a llevar de vuelta su rebaño, aparecieron de pronto en el cielo seis enorme cisnes que se abalanzaron sobre él, tratando de golpearlo con sus alas. Kandebayi se adelantó y le agarró una pata a uno de los cisnes. El ave consiguió escapar, pero el muchacho se quedó con un zapato de oro en la mano.
Comenzaba una aventura misteriosa, que podía durar muchos meses. Kandebayi le pidió detalles al niño pastor acerca del camino por donde habían escapado los malhechores, llevándose a sus padres. Después volvió a su casa, les preparó a sus padres cereales para un año, se puso su coraza, tomó sus armas, llevó las entrañas secas de sesenta potrillos para alimentarse por el camino y partió en la dirección que el niño le había señalado.
El caballo Keerkula era capaz de hacer en sesenta pasos el trayecto que otro caballo hacía en un mes. Después de varios días y noches de galopar sin detenerse, llegaron a una montaña cuyo pico estaba envuelto en nubes. Al pie de la montaña, por primera vez, el animal comenzó a hablar.
-Amigo Kandebayi, ya estamos cerca. Después de pasar esta montaña, verás un río. En el centro del río, hay una isla. Allí vive el rey de los dioses. El zapato de oro que le quitaste al cisne es de su hija. Los padres del niño pastor están en sus manos. Los tiene encerrados en el infierno y la llave está en el fondo de un río tan profundo que ningún hombre puede llegar hasta allí. En la ladera de la montaña hay un esclavo gigante que cuida las vacas lecheras. Debes liberarlo, cambiar tu ropa con él y convertirte en el vaquero. Llévate un pelo de mi cola: cuando me necesites, le prendes fuego y yo vendré al instante.
Kandebayi hizo todo lo que su caballo le había dicho y pronto se encontró cuidando las vacas en lugar del gigante. Al atardecer debía llevarlas de vuelta a la isla, pero los animales se negaban a meterse en el río. Fastidiado, el muchacho comenzó a levantarlas por las patas traseras y a tirarlas a la otra orilla. Las vacas caían en la isla con gran estruendo. Una de las hijas del rey de los dioses, que estaba mirando asombrada el espectáculo, le grito:
-¿Qué te pasa vaquero? ¿Te has vuelto loco? ¿Por qué no dices como siempre «Agua, ábreme el camino»?
Y cuando Kandebayi repitió esas palabras, el agua del río se abrió, dejando un camino seco para que pasara el ganado. Así pasaron varios días sin novedades hasta que cierta vez el rey de los dioses pasó cerca de Kandebayi conversando con sus dos hijos varones.
-La yegua negra está a punto a parir. Cada vez que nace un potrillo, desaparece misteriosamente. Esto ya sucedió nueve veces. Quiero que vosotros dos montéis guardia esta noche para ver qué pasa.
Por supuesto, Kandebayi fue también, a escondidas. Los hijos del rey se durmieron enseguida. Al amanecer, la yegua dio a luz un potrillo con la cola dorada. En ese momento un águila de fuego bajó del cielo y se lo llevó. Kandebayi alcanzó a atraparlo, pero se quedó con la cola desprendida en la mano.
A la mañana siguiente el rey divino llamó a sus hijos y los dos le dijeron que no había pasado nada. Entonces entró Kandebayi y contó lo que había visto. Para que le creyeran, sacó la cola dorada que tenía escondida entre sus ropas. Toda la sala se iluminó de golpe. Los hijos del rey estaban tan avergonzados que no se atrevían a decir palabra.
-Quiero que vayáis a buscar al potrillo y quizás encontréis también a los otros ocho que parió mi yegua. Partiréis hoy mismo los tres -ordenó el rey.
Kandebayi cruzó el río para salir de la isla, prendió fuego al pelo de Keerkula y el caballo mágico- apareció en el acto, llevando sus armas y su coraza. En unos segundos dejaron tan atrás a los hijos del rey que ya ni se les veía en el horizonte.
Cabalgando, llegaron hasta un río de fuego.
-Al otro lado de este río encontrarás lo que buscas. Pero para cruzarlo, tienes que mantener los ojos cerrados y confiar en mí.
No fue fácil para Kandebayi soportar el aire caliente y la sensación terrible de que todo su cuerpo pasaba por las llamas. Pero no abrió los ojos hasta que su caballo no se lo permitió. Ahora estaban en una isla en mitad del río de fuego. Ocho potrillos con la cola dorada y uno sin cola tomaban agua de un bebedero de oro.
-Toma el bebedero de oro y los potrillos te seguirán -le dijo a Kandebayi su caballo mágico. Pero no podemos hacerlos atravesar el río de fuego. Hay que buscar un vado. Por el camino tendremos que vencer tres obstáculos: el monstruo de las siete cabezas, el león blanco y la horrible bruja. ¿Estáis dispuesto?
-¡Claro que sí! -dijo el valiente Kandebayi.
Tomó el bebedero de oro, lanzó a Keerkula hacia adelante y los potrillos los siguieron. Al rato se encontraron con una gran montaña. A medida que se acercaban se dieron cuenta de que no estaba hecha de piedra: ¡era el monstruo de las siete cabezas! El cazador tomó una de sus armas preferidas, un garrote con colmillos de lobo, y aprovechando la velocidad de su caballo, golpeó con inmensa fuerza cada una de las siete cabezas hasta que el monstruo cayó derribado. Kandebayi se llevó en su alforja los catorce ojos como prueba de su hazaña.
Con los potrillos siempre detrás, Keerkula y su amo atravesaron seis precipicios. Entonces escucharon el rugido del león blanco, que parecía un trueno. Kandebayi desmontó y corrió hacia el lugar de donde provenía el sonido. Pronto sintió que una enorme fuerza lo atraía hacia adelante. Al fijarse bien, se dio cuenta de que estaba yendo a caer directamente en la boca del león, que era tan grande como el cielo. La fuerza que lo arrastraba era simplemente la respiración del animal. Sin ningún temor, el héroe se metió en la boca y desde dentro del cuerpo del león lo partió en pedazos. Después le sacó los dientes y los ató a su caballo.
Los viajeros volvieron a emprender el camino. Las montañas quedaban atrás como destellos. De pronto se vieron envueltos en un espeso humo negro. Solo el brillo de las ocho colas doradas de los potrillos iluminaba el camino. Al disiparse el humo, apareció una bellísima muchacha, lujosamente ataviada. Kandebayi se bajó del caballo y fue a su encuentro.
-El camino es muy largo -dijo la joven. Ven a casa a descansar.
-Estoy realmente muy cansado. Ve tú delante y te seguiré -dijo Kandebayi.
El golpeteo de los cascos de su caballo Keerkula le había advertido que la joven era en realidad una bruja disfrazada. Apenas la muchacha le dio la espalda, Kandebayi sacó su espada y le cortó la cabeza. Saltaron chispas de todos los colores y el camino volvió a cubrirse con una nube negra. Cuando la nube desapareció, el cuerpo de la horrible bruja yacía en el suelo partido en dos mitades. Kandebayi le cortó la cabellera blanca y la guardó en su alforja.
Kandebayi reunió los tesoros de la bruja, tomó el bebedero de oro, montó en su caballo y seguido por los potrillos encontró por fin el vado. Pudo cruzar el río de fuego y después de un largo viaje estuvo de vuelta en el palacio del rey de los dioses.
En mitad del banquete de bienvenida llegaron los dos hijos del rey, agotados, con las manos vacías y flacos como un palo de leña seca.
-¿Qué recompensa quieres, hijo mío? -le preguntó al valiente joven el rey de los dioses, muy agradecido por haber recuperado sus potrillos de cola dorada.
-Soy Kandebayi, el que monta a Keerkula -contestó él. Y no he venido a vuestro reino para contemplar el paisaje. En primer lugar, he venido a rescatar al héroe Maergan y a su mujer, secuestrados por vuestras tropas. En segundo lugar, quisiera devolver esto a su dueño -y sacó el zapatito de oro.
-Lo que dices es cierto, hijo mío. Yo mismo ordené que arrasaran ese pueblo y trajeran aquí a Maergan y a su esposa. Los tengo encerrados en el infierno y muchas veces le ofrecí soltarlo si aceptaba trabajar para mí. Pero ese Maergan es indoblegable. «No lucharé para el enemigo», me contesta. Si lo soltara, no pensaría más que en vengarse. Pero yo no tengo nada contra él. Si lo mandé atrapar, fue porque había escuchado hablar de ti y de tu caballo y sabía que tarde o temprano vendrías a rescatarlo. Como tardabas, mis seis hijas convertidas en cisnes te fueron a buscar: este zapato es de la más pequeña. Para soltar al héroe Maergan te pongo una condición. Debes liberar a mi reino de tres terribles plagas: el monstruo de siete cabezas, el león blanco y la bruja. Si lo consigues, no solo dejaré ir a Maergan y a su mujer, sino que devolveré todo el ganado, les regalaré otro tanto y a ti te daré la mano de mi hija menor.
Entonces Kandebayi sacó de su alforja los catorce ojos del monstruo, el cabello de la bruja, y desató los gigantescos colmillos del león. El rey de los dioses, contentísimo, mandó soltar a todos los prisioneros y les devolvió todo su ganado más otro tanto.
Después de una fiesta de bodas que duró cuarenta días y cuarenta noches, Kandebayi volvió a su aldea cargado de tesoros, con su bellísima esposa. Los campesinos lo recibieron con enorme alegría. Y allí vivieron felices para siempre.

0.135.1 anonimo (Kazajstan) - 059