Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 29 de junio de 2012

El remedio contra las brujas

179. Cuento popular castellano

El remedio contra las brujas son las nóminas.
A una hija mía se le murieron treinta ovejas. Pusieron nómi­nas a todo el ganado, y ya no se le morían. A todo el ganado tiene que poner nóminas.

Sepúlveda, Segovia. Narrador LXXX, 4 de abril, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (castilla y leon)


Yo soy el verdaderamente importante

Ese curioso y contradictorio personaje llamado Nasrudín visitó en una ocasión la India. Acostum­braba a visitar los lugares sagrados, y un atardecer varios de los devotos comenzaron a charlar con él y le preguntaron por su mujer.
-Se ha quedado en casa -repuso Nasrudín. He venido sin ella a la India, a visitar los lugares más sagrados.
-¿Qué hace ella? -le preguntaron.
-Cosas sin importancia -repuso el peregrino. Ella se encarga de hacer las tareas del hogar; cuida a los hijos, les ayuda con sus lecciones y les da la educa­cion pertinente; va al mercado y compra los alimen­tos; cuando hay que hacer reparaciones, las hace, y cuando hay que repintar las paredes, también lo hace; saca agua del pozo y se encarga de la huerta; también atiende a mi anciana madre y, a veces, va a casa de sus familiares a echarles una mano.
-¿Y tú que haces? -le preguntaron intrigados a Nasrudín.
-¡Ah, amigos, yo soy el verdaderamente impor­tante! Yo soy el que investiga si Dios existe o no.

El Maestro dice: El yoga más elevado es efectuar con eficacia y ecuanimidad las actividades cotidianas. Per­derse en abstracciones es tomar la senda equivocada.

Fuente: Ramiro Calle

004. Anonimo (india)

¿Y quién te ata?

Angustiado, el discípulo acudió a su instructor espiritual y le preguntó:
-¿Cómo puedo liberarme, maestro?
El instructor contestó:
-Amigo mío, ¿y quién te ata?

*El Maestro dice: La mente es amiga o enemiga. Aprende a subyugarla?

004. Anonimo (india)


Vicisitudes

Se había convertido en un gran yogui. Había cor­tado sus vínculos con el mundo y se había dedicado a deleitar los claros manantiales de la meditación. Pero había tomado tal determinación a una edad avanzada. El monarca del reino se enteró del hecho y le hizo acudir a su presencia. Le dijo:
-Sé que has ganado fama por tu santidad. Pero tambien sé que sólo a edad avanzada te decidiste a seguir la ruta del espíritu. Tengo curiosidad por saber qué te hizo adoptar esa decisión.
El yogui esbozó una sonrisa apacible. Contestó:
-Señor, el que ante ti se halla es como un espejo que refleja pero no conserva. No gusta de referirse a sí mismo, porque no hay enfermedad peor que el ego. Pero puesto que demuestras tanta curiosidad y por si puede serte de alguna ayuda, te contaré la historia de la que antes fuera mi vida.
El monarca alertó su atención. El yogui guardó unos instantes de silencio y dejó sus ojos despejados en los del monarca. Luego se expresó como sigue:
-Señor, hace mucho tiempo, el que os habla era un mercader extraordinariamente acaudalado. Tal era su fortuna que podía adquirir las gemas más preciadas sin preguntar jamás el costo de las mismas. En sus arcas, había espléndidos diamantes, fabulosos zafiros, rubíes más rojos que la sangre, esmeraldas ante cuyo esplendor uno quedaba absorto. Este hombre, que contaba con una legión de criados, las mujeres más hermosas y apasionadas y cuatro impresionantes man­siones para habitar cada una de ellas en cada una de las estaciones del año, este hombre también tenía un gran amigo desde la infancia, más que un hermano, más que un hijo. Pero asimismo tenía un feroz enemigo. Desde antaño, dos clanes se habían odiado y manteni­do una enconada enemistad. Si hay una fuerza, señor, más poderosa a veces que el amor, es la del odio. Nuestros clanes se odiaban visceralmente, desde hacía siglos, y yo sabía, sabía bien, que, de poder, mi enemi­go me daría un día muerte. Pero he aquí, señor, que, como una plaga infesta, vino la guerra. Los hombres mataban a los hombres. Nadie confiaba en nadie. Pero el que así se expresa contaba con su amigo de la infancia. Confiaba en él como el árbol coüfia en la tie­rra que lo sostiene y alimenta. Pero mi amigo maquinó contra mí para hacerse con mi fortuna y me entregó al enemigo. Me torturaron. Estuve en manos de los más hábiles y perversos torturadores y supe hasta qué punto el ser humano puede ser brutal con el ser humano. Estuve en prisión durante meses. Mi mejor amigo, el que me había traicionado, se quedó con parte de mi fortuna. Obligado a trabajos forzados, estuve a punto de morir en el esfuerzo. Me avejenté como si hubieran transcurrido cincuenta años; mi cabello se tomó blanco como la espuma y se hundie­ron mis ojos en sus órbitas. Era un cadáver andante. Mis riquezas, mis voluptuosas concubinas, mis innu­merables criados y todo mi fasto quedaban tan atrás como si hubiera sido simplemente un sueño. Un ano­checer, uno de los carceleros me comunicó que al día siguiente sería ejecutado. Me sentía tan enfermo que morir era lo de menos. Al amanecer, me pusieron frente a los que habían de ejecutarme. Quien les capi­taneaba no era otro que mi inexorable enemigo. He aquí, majestad, que, por designios del destino, ahora se le presentaba la oportunidad de darme muerte y proseguir con las venganzas que de clan a clan nos veníamos provocando. Pero el hombre contempló con asombro y piedad mi lamentable estado. Su corazón se tornó tierno como la brisa de un amanecer cálido y dorado. Cuando iban a ejecutarme, suspendió la orden. Mi peor enemigo me había salvado la vida, en tanto que mi mejor amigo me había traicionado y me la hubiera quitado con gusto. No pude hacer otra cosa que avalanzarme sobre mi enemigo, abrazarle y prorrumpir en sollozos. Él también me abrazó. Los rencores quedaban atrás para siempre. Dos hombres se hablaban de corazón a corazón. De repente, señor, me di cuenta de que él también lloraba. La luz del amor había disipado la tenebrosa oscuridad del odio.
El monarca guardó un silencio prolongado. Des­pués dijo:
-No quiero molestarte más. Comprendo el por­qué de tu renuncia. Vuelve al bosque y halla paz en el firme terreno de tus meditaciones. Pero, antes de partir, mi buen yogui, desvélame qué fue de tu amigo que se tomó enemigo y de tu enemigo que se tomó tú amigo.
-Señor -refirió el yogui, como ya sabéis, la ola sube y la ola baja. Mi amigo de la infancia incrementó en mucho mi fortuna y se hizo un hombre descomu­nalmente acaudalado. Consiguió contar con la mejor cuadra de elefantes del reino y se ganó así el rencor de los oligarcas. Emborracharon a sus elefantes, que, ebrios y furiosos, le pisotearon destrozando su cuerpo y le quitaron la vida. Mi enemigo, aquel que compasi­vamente me salvó de la muerte, cayó en manos de sus adversarios, fue él también sometido a tortura y le que­maron los ojos dejándolo ciego.
El monarca se estremeció y no pudo por menos que preguntar:
-¿Murió?
-¡Oh, no, señor! -repuso el yogui. Vive y es feliz. Yo le cuido. Yo soy sus ojos externos, pero él dis­pone de la clarividente luz de la consciencia. Vivimos en el bosque y en el bosque meditamos. El primero que muera será incinerado por el otro. Tal es nuestro acuer­do. Aunque la gente nos ve como dos, en realidad, señor, sólo somos uno.
Los ojos del monarca se enjugaron de lágrimas contenidas. El yogui hizo una leve inclinación y par­tió. El monarca se quedó muy pensativo. Se dijo: «Ni siquiera un rey está seguro.»

El Maestro dice: La persona ecuánime comprende que hasta su mejor amigo puede traicionarla y su mayor enemigo salvarle la vida.

Fuente: Ramiro Calle

004. Anonimo (india)

Viaje al corazón

Bastami era uno de los más grandes sufíes de la India. Se proponía efectuar una larga peregrinación a La Meca, cuando se encontró con un instructor espiritual que le preguntó:
-¿Por qué has de ir a La Meca?
-Para ver a Dios -repuso.
El instructor le ordenó:
-Dame ahora mismo todo el dinero que llevas contigo para el viaje.
Bastami le entregó el dinero, el instructor se lo guardó en el bolsillo, y dijo:
-Sé que habrías dado siete vueltas alrededor de la piedra sagrada. Pues bien, en lugar de eso, da ahora siete vueltas a mi alrededor.
Bastami obedeció y dio siete vueltas alrededor del instructor, quien declaró a continuación:
-Ahora sí has conseguido lo que te proponías. Ya puedes regresar a tu casa con el ánimo sereno y satisfecho, si bien antes quiero decirte algo más. Desde que La Meca fue construida, ni un solo minuto Dios ha morado allí. Pero desde que el corazón del hombre fue creado, ni un solo instante Dios ha dejado de habitar en él. Ve a tu casa y medita. Viaja a tu corazón.

*El Maestro dice: Busca refugio dentro de ti. ¿Qué otro refugio puede haber?

004. Anonimo (india)

Vanidad de vanidades

Dos garzas y una tortuga se habían hecho muy amigas, porque las tres vivían a orillas de un lago donde diariamente podían saciar su sed. Pero ese año las lluvias no llegaron y se produjo una implaca­ble sequía. Paulatina-mente las aguas del lago iban decreciendo. Las garzas pensaron en que era necesa­rio tomar la determinación de emigrar a regiones más húmedas para poder sobrevivir. La tortuga se lamentó alarmada:
-Vosotras tenéis alas y podéis volar. Pero ¡pobre de mí! ¿Qué haré yo, torpe y pesada? Moriré sin remedio.
La tortuga comenzó a llorar y las garzas sintieron mucha compasión de su compañera. Toda la noche la pasaron pensando qué hacer. Al final, y por fortu­na, hallaron una solución. Consistía en que las dos garzas sostendrían un palo con sus picos y la tortuga se agarraría firmemente al mismo, para ser transpor­tada hasta regiones húmedas en las que poder sobre­vivir.
Al amanecer, las dos garzas y la tortura se fundían en el horizonte. Recorrieron una larga distancia, y al pasar por algunos pueblos, los habitantes de la locali­dad exclamaban sorprendidos:
-¡Qué tortuga tan inteligente! ¡Mirad con qué destreza se agarra con la boca a la vara!
La tortuga estaba encantada con aquellos comentarios, en tanto que las garzas sólo se ocupaban de proseguir su perfecto vuelo, sin prestar atención a los comen­tarios. Pero por cada pueblo que surcaban, las gentes exclamaban asombradas y elogiaban la pericia de la tor­tuga. Pero he aquí que al cruzar un valle, los habitantes del mismo comenzaron a exclamar alborozados:
-¡Mirad, mirad, qué garzas tan sabias! ¡Qué inte­ligentes y hábiles son llevando a la tortuga con una vara que sostienen con sus picos! ¡Qué animales tan sabios! Y qué bien vuelan. ¡Cuán hermosos son!
La tortuga, que se había sentido tan lisonjada anteriormente y se había henchido de vanidad, al observar que ahora sólo alababan a sus compañeras, no pudo por menos que decir:
-¡Estúpidos! ¡Qué sabréis vosotros!
Al hablar, soltó el palo y se precipitó en el vacío. Al dar con el suelo, su caparazón se resquebrajó y el animalillo encontró la muerte.

El Maestro dice: La humildad es el néctar de la vida; el ego es el veneno que lleva a la muerte.

Fuente: Ramiro Calle

004. Anonimo (india)

Vacíate de todo

Era un lama cuya enseñanza enfatizaba la necesi­dad de percibir el vacío. Instaba a sus novicios y monjes a que se vaciaran de todo y percibiesen el sustrato vacío de todos los fenómenos. Pero tanto acento ponía en la necesidad de vaciarse, que cinco monjes se aceraron un día a él y le dijeron:
-Venerable lama, en absoluto cuestionamos tus enseñanzas, pero ¿no pones demasiado énfasis en la doctrina del vacío?
El lama sonrió. Dijo:
-Al atardecer, os quiero ver a todos aquí en el santuario con un vaso lleno de agua.
Declinaba el día. Los cinco monjes se reunieron con el maestro en el santuario, acompañados cada uno de ellos con el respectivo vaso de agua. El maestro dijo:
-Golpearlos con cualquier objeto y hacerlos sonar. Quiero oír la música de vuestros vasos.
Así lo hicieron los monjes, pero el sonido era muy pobre y apagado.
El lama añadió:
-Vaciad los vasos y repetid la operación.
Los monjes arrojaron el agua de los vasos y comen­zaron a hacerlos sonar. Ahora el sonido era vivo. El lama dijo:
-Vaso lleno no suena.
Al punto, los cinco monjes comprendieron. El lama sonrió satisfecho.

El Maestro dice: Vacíate de todo y empezarás a escu­char la voz de tu naturaleza iluminada.

Fuente: Ramiro Calle

004. Anonimo (india) 

Una partícula de verdad

En compañía de uno de sus acólitos, el diablo vino a dar un largo paseo por el planeta Tierra. Habiendo tenido noticias de que la Tierra era terreno de odio y perversidades, corrupción y malevolencia, abandonó durante unos días su reino para disfrutar de su viaje. Maestro y discípulo iban caminando tranquila-mente cuando, de súbito, este último vio una partícula de verdad. Alarmado, previno al diablo:
-Señor, allí hay una partícula de verdad, cuidado no vaya a extenderse.
Y el diablo, sin alterarse en lo más mínimo, repuso:
-No te preocupes, ya se encargarán de institucionalizarla.

*El Maestro dice: Nadie puede monopolizar la verdad, ni la verdad es patrimonio de nadie.

004. Anonimo (india)

Una lección para reyes


Por los tiempos en que Brahma reinaba en Benarés, era tanta la justicia que había en sus actos, que poco a poco, todo el mundo se hizo justo y nadie acudía ya a los tribunales, por lo cual éstos estuvieron a punto de ser cerrados.
"Es necesario que alguien me haga ver mis faltas -se dijo un día Brahma.
-No es posible que mi conducta sea perfecta, pues el hombre no es perfecto y yo al fin y al cabo soy humano. En los tribunales han perdido ya la costumbre de juzgar, pues mi pueblo no acude a ellos. Será necesario preguntar a aquellos que me rodean, para saber mis defectos, y corregirme de ellos."
Pero los cortesanos, sólo tuvieron palabras de alabanzas hacia él, y ninguno le descubrió falta alguna.
"Es por el temor que inspira la realeza, que me hablan así" -pensó Brahma, y al día siguiente salió de palacio y preguntó a los que allí vivían, cuáles eran sus faltas, pero tampoco encontró a nadie que le prodigase otra cosa que alabanzas.
Entonces decidió salir de la ciudad, y ver si encontraba al fin alguien que descubriera alguna falta en él. Tampoco lo encontró, y por ello pensó en trasladarse a los pueblos de su reino.
Así lo hizo, pero tampoco en ellos encontró a nadie que pudiera decir algún defecto de él, por lo cual el soberano decidió regresar a su palacio.
Dio la casualidad de que por el mismo tiempo, Malika, el Rajá de Kosala, hombre bondadoso y justo, que gobernaba con gran sabiduría su reino, quiso conocer también sus defectos, y como había hecho Brahma, buscó entre sus cortesanos quien se los dijera. Y como no encontrase a nadie, decidió salir de su Palacio en busca de la verdad. Todo lo que halló en su camino fueron alabanzas, y al fin, regresó también a su palacio.
Quiso el azar, que los coches de ambos reyes se encontrasen de frente en un estrecho camino, y el cochero de Malika, dijo al de Brahma:
-Aparta tu coche del camino.
-Apártate tú, -replicó el otro cochero.
-En este coche viaja el Rajá de Benarés, el gran Brahma.
-Pues en éste viaja el Rajá de Kosala, el gran Malika.
Al oír esto el cochero del soberano de Benarés, dijo:
-Si en realidad se trata también de un Rajá, ¿qué debo hacer? Lo mejor será que pregunte la edad de ese rey, y si es más viejo que mi señor, me apartaré. De lo contrario haré que se aparte él.
Pero la edad de ambos soberanos era exactamente igual, y también lo era la extensión de sus dominios, la fuerza de sus ejércitos, la importancia de su riqueza, la nobleza de su familia y la antigüedad de sus títulos.
Entonces, el conductor decidió atenerse a la mayor rectitud que demostrase uno de los soberanos.
-¿Cuál es la rectitud de tu dueño? -preguntó al otro cochero.
-Con los buenos, es bueno; con los justos, justo, y con los duros, duro. Ahora dime las cualidades de tu dueño.
-Con los duros, es suave; con los malos, bueno; con los injustos, es justo y con los buenos, más bueno, Por lo tanto, apártate de mi camino.
Al oír esto, Malika y su cochero descendieron del coche y lo apartaron humildemente, dejando pasar al Rajá de Benarés.

004. Anonimo (india)

Una insensata búsqueda


Una mujer estaba buscando afanosamente algo alrededor de un farol. Entonces un transeúnte pasó junto a ella y se detuvo a contemplarla. No pudo por menos que preguntar:
-Buena mujer, ¿qué se te ha perdido?, ¿qué buscas?
Sin poder dejar de gemir, la mujer, con la voz entrecortada por los sollozos, pudo responder a duras penas:
-Busco una aguja que he perdido en mi casa, pero como allí no hay luz, he venido a buscarla junto a este farol.

*El Maestro dice: No quieras encontrar fuera de ti mismo lo que sólo dentro de ti puede ser hallado.

004. Anonimo (india)

Una caña de bambú para el más tonto


Existía un próspero reino en el norte de la India. Su monarca había alcanzado ya una edad avanzada. Un día hizo llamar a un yogui que vivía dedicado a la meditación profunda en el bosque y dijo:
-Hombre piadoso, tu rey quiere que tomes esta caña de bambú y que recorras todo el reino con ella. Te diré lo que debes hacer. Viajarás sin descanso de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y de aldea en aldea. Cuando encuentres a una persona que consideres la más tonta, deberás entregarle esta caña.
-Aunque no reconozca otro rey que mi verdadero yo interior, señor, habré de hacer lo que me dices por complacerte. Me pondré en camino enseguida.   El yogui cogió la caña que le había dado el monarca y partió raudo. Viajó sin descanso, llegando sus pies a todos los caminos de la India. Recorrió muchos lugares y conoció muchas personas, pero no halló ningún ser humano al que considerase el más tonto. Transcurrieron algunos meses y volvió hasta el palacio del rey. Tuvo noticias de que el monarca había enfermado de gravedad y corrió hasta sus aposentos. Los médicos le explicaron al yogui que el rey estaba en la antesala de la muerte y se esperaba un fatal desenlace en minutos. El yogui se aproximó al lecho del moribundo.
Con voz quebrada pero audible, el monarca se lamentaba:
-¡Qué desafortunado soy, qué desafortunado! Toda mi vida acumulando enormes riquezas y, ¿qué haré ahora para llevarlas conmigo? ¡No quiero dejarlas, no quiero dejarlas!
El yogui entregó la caña de bambú al rey.

*El Maestro dice: Puedes ser un monarca, pero de nada sirve si tu actitud es la de un mendigo. Sólo aquello que acumulas dentro de ti mismo te pertenece. No hay otro tesoro que el amor.

004. Anonimo (india)

Una búsqueda insaciable


Era un buscador de la Verdad, pero estaba obse­sionado con hallar un maestro que pudiera propor­cionarle su presencia, puesto que ya conocía muchos métodos y mapas espirituales. Era como un incansa­ble sabueso en busca de un maestro. A lo largo de años había conocido guías, mentores y maestros, pero ninguno le parecía suficiente. Esperaba otra cosa, aunque no supiera bien definir qué era. Desea­ba un maestro que le proporcionase algo muy impor­tante. Y un día, ascendiendo por una empinada ladera en busca de un sabio que residía en la cima de la montaña, cayó al precipicio y tuvo tiempo de quedar asido a la rama de un árbol. El vacío se abría bajo él. Comenzó a gritar desesperadamente pidiendo soco­rro. En muy poco tiempo le fallarían las fuerzas y se desplomaría en el abismo. De repente apareció un burdo campesino, le lanzó su soga y pudo ponerlo a salvo.
El buscador de la Verdad, una vez se hubo repuesto, prosiguió hasta la cima de la montaña y se reunió con el Sabio, al que expuso su larga búsqueda de un maestro que le brindase algo muy importante. El Sabio dijo:
-¡Serás necio! No dudo de tu genuino afán de búsqueda, pero eres un necio. De tanto buscar, no encuentras. Buscas un maestro que te proporcione algo muy importante. ¡Pobre necio ciego! ¿Te parece poco importante lo que te ha dado un inculto campesino?

El Maestro dice: Tantas pretensiones excesivas, tan­tas expectativas, que perdemos de vista el maestro o maestros que a cada momento pueden cruzar por nuestra vida.

Fuente: Ramiro Calle

004. Anonimo (india)

Una broma del maestro

Había en un pueblo de la India un hombre de gran santidad. A los aldeanos les parecía una persona notable a la vez que extravagante. La verdad es que ese hombre les llamaba la atención al mismo tiempo que los confundía. El caso es que le pidieron que les predicase. El hombre, que siempre estaba en disponibilidad para los demás, no dudó en aceptar. El día señalado para la prédica, no obstante, tuvo la intuición de que la actitud de los asistentes no era sincera y de que debían recibir una lección. Llegó el momento de la charla y todos los aldeanos se dispusieron a escuchar al hombre santo confiados en pasar un buen rato a su costa. El maestro se presentó ante ellos. Tras una breve pausa de silencio, preguntó:
-Amigos, ¿saben de qué voy a hablarles?
-No -contestaron.
-En ese caso -dijo, no voy a decirles nada. Son tan ignorantes que de nada podría hablarles que mereciera la pena. En tanto no sepan de qué voy a hablarles, no les dirigiré la palabra.
Los asistentes, desorientados, se fueron a sus casas. Se reunieron al día siguiente y decidieron reclamar nuevamente las palabras del santo.
El hombre no dudó en acudir hasta ellos y les preguntó:
-¿Saben de qué voy a hablarles?
-Sí, lo sabemos -repusieron los aldeanos.
-Siendo así -dijo el santo, no tengo nada que decirles, porque ya lo saben. Que pasen una buena noche, amigos.
Los aldeanos se sintieron burlados y experimentaron mucha indignación.
No se dieron por vencidos, desde luego, y convocaron de nuevo al hombre santo. El santo miró a los asistentes en silencio y calma. Después, preguntó:
-¿Saben, amigos, de qué voy a hablarles?
No queriendo dejarse atrapar de nuevo, los aldeanos ya habían convenido la respuesta:
-Algunos lo sabemos y otros no.
Y el hombre santo dijo:
-En tal caso, que los que saben transmitan su conocimiento a los que no saben.
Dicho esto, el hombre santo se marchó de nuevo al bosque.

004. Anonimo (india)

Un yogui al borde del camino


Era un yogui errante que había obtenido un gran progreso interior.
Se sentó a la orilla de un camino y, de manera natural, entró en éxtasis.
Estaba en tan elevado estado de conciencia que se encontraba ausente de todo lo circundante. Poco después pasó por el lugar un ladrón y, al verlo, se dijo: “Este hombre, no me cabe duda, debe ser un ladrón que, tras haber pasado toda la noche robando, ahora se ha quedado dormido. Voy a irme a toda velocidad no vaya a ser que venga un policía a prenderle a él y también me coja a mí”. Y huyó corriendo. No mucho después, fue un borracho el que pasó por el lugar.
Iba dando tumbos y apenas podía tenerse en pie. Miró al hombre sentado al borde del camino y pensó: “Éste está realmente como una cuba. Ha bebido tanto que no puede ni moverse”.
Y, tambaleándose, se alejó. Por último, pasó un genuino buscador espiritual y, al contemplar al yogui, se sentó a su lado, se inclinó y besó sus pies.

*El Maestro dice: Así como cada uno proyecta lo que lleva dentro, así el sabio reconoce al sabio.

004. Anonimo (india)

Un vinculo inmortal


El amor no sólo ata a los mortales. Todas las criaturas del universo pueden sentir sus efectos. Grandes ha­zañas y grandes pecados se han cometido por su causa. Lo cierto es que esta pasión no conoce leyes y, cuando surge, nada respeta. Ejemplo de ello es la siguiente historia.
En el país de Magadh vivía el rey Indradyumna, cuya esposa era tan bella como la luna. Su nombre era Ahalya.
Los cónyuges fueron felices en su unión hasta que la reina concibió un insensato amor por Indra.
Indra era el más poderoso de los dioses, el rey de los cielos. Tenía fama de valiente y justiciero y todas las cria­turas le reverenciaban. Pero su condición divina no le impidió verse apresado por un amor considerado des­honesto.
Ahalya había escuchado alabanzas del dios en boca de muchos mortales, y, llena de curiosidad, quiso conocer­le. Mediante la intervención de una de sus criadas de confianza, la reina consiguió burlar la vigilancia de su ma­rido y conducir a Indra hasta sus aposentos, donde am­bos reconocieron su mutuo amor y cayeron uno en bra­zos del otro.
Desde aquel día su amor se fortaleció y, de esta ma­nera, Indra y Ahalya continuaron viéndose en secreto y disfrutando de una relación intensa y apasionada.
Pero no habría de pasar mucho tiempo sin que Indradyumna supiera la afrenta de la que estaba siendo objeto. Ahalya estaba tan enamorada del dios que sólo pensaba en él y creía verle por todas partes. De esa ma­nera sucedió que el nombre de Indra llegaba con gran facilidad a su labios, delatando así su amor en varias ocasiones.
Cuando Indradyumna se percató de lo que sucedía, quiso castigar a los amantes de manera ejemplar. Hizo apostar a su guardia cerca de las habitaciones de la rei­na y advirtió a los soldados lo que estaba sucediendo y cuál era su cometido.
Aquella, noche, mientras Indra penetraba por el bal­cón para encontrarse con Ahalya, fue apresado por los soldados del rey. Avergonzado por su conducta, el dios no quiso emplear sus poderes divinos y permitió que se le condujera ante la presencia del monarca.
-¡Has ofendido a mi honor! -le dijo éste, cuando le tuvo ante él. Eso es algo indigno de un hombre virtuo­so y mucho más de un dios, que ha de servir de ejemplo para sus devotos.
-Estoy de acuerdo contigo -concedió el dios-. Tu ira está plena-mente justificada y sería inútil querer contradecirte. En mi defensa sólo puedo decir que, aun siendo el rey de los dioses, el amor ha sido más fuerte que mi voluntad. Por él he perdido fuerza y dignidad, hasta el punto de ver­me ahora en tu presencia como un mísero delincuente.
-¿Aceptarás, pues, tu castigo? -inquirió el soberano ­¿O te valdrás de tus poderes divinos para evitarlo?
-No sería justo hacerlo -respondió Indra-. Aceptaré el castigo que quieras imponerme y lo sufriré por la eter­nidad o hasta que tú desees, pues no pienso renunciar a mi amor. Y añadió: No podría hacerlo, aunque qui­siera.
Indradyumna mandó a los soldados que infligieran a la pareja adúltera los más duros castigos y los tormentos más atroces. Dijo a Ahalya que la perdonaría si re­nunciaba a su amor por Indra, pero ella se negó en re­dondo.
Ambos fueron entonces arrojados al agua helada; se les sumergió en aceite hirviendo; un elefante les aplastó bajo sus patas. Pero su amor era tan fuerte que la muer­te no les alcanzaba.
Pese a sufrir estas y otras torturas durante largo tiem­po, el amor de ambos les seguía manteniendo unidos.
-No te esfuerces, rey Indradyumna -le aconsejó el dios. El universo entero no es nada comparado con mi amada y todos tus tormentos no harán menguar mi amor por ella. Puedes hacer sufrir a mi cuerpo, pero mi ver­dadero yo reside en mi mente y ella está totalmente de­dicada a Ahalya y a mi amor. Nada podrás contra ella.
El monarca reconoció en aquel momento la inutilidad de sus esfuerzos y recurrió al sabio Bharat, un asceta que había acumulado muchos poderes tras años de aus­teridades y penitencias. Le suplicó que lanzase sobre los adúlteros una terrible maldición que les avergonzara y acabara con su pasión.
Bharat accedió y, como símbolo del deseo que sentía Indra por Ahalya, hizo que aparecieran en el cuerpo de éste mil heridas, que semejaban en un principio las par­tes íntimas de la mujer.
Pero inmediatamente, aquellas heridas cambiaron de forma y se convirtieron en mil ojos, que dieron a su po­seedor perspicacia y sabiduría.
-Has malgastado tu poder, ¡oh, poderoso Bharat! -le increpó Indra. Has llevado a cabo innumerables peni­tencias durante largos años para conseguir una fuerza que ahora malgastas intentando en vano separarme de mi amada.
Entonces, Bharat empleó los restos de su fuerza y ful­minó a Indra y a Ahalya, destruyendo por completo sus cuerpos.
Pero los dos amantes renacieron como una pareja de ciervos, llevando una apacible vida en común.
Cuando los ciervos murieron de vejez, reencarnaron en forma de pájaros. A la muerte de los pájaros, vinieron al mundo como humanos, se encontraron y contrajeron matrimonio.
Y, desde ese día, debido a la intensidad del amor que sentían el uno por el otro, siguen renaciendo juntos y sus vidas estarán unidas por toda la eternidad.

(Del Yogavasishtha de Vasishtha)    

Fuente: Enrique Gallud Jardiel

004. Anonimo (india)

Un santuario muy especial


En la India es bien conocida esta historia protagonizada por Nasrudín y que a continuación relatamos.
El padre de Nasrudín era el cuidador de un santuario muy célebre y visitado por una extraordinaria cantidad de fieles. Acudían a él toda suerte de devotos para rendir culto. Se había hecho muy famoso. A lo largo de los años, tanto había escuchado Nasrudín hablar sobre las verdades espirituales, que él mismo se propuso viajar y adquirir así un conocimiento directo sobre las mismas. Se despidió de su padre, quien, como regalo de despedida, le obsequió con un burro.
Satisfecho, Nasrudín emprendió su viaje en busca de realidades supremas.  Nasrudín viajó incansablemente, siempre contando con la fidelidad de su pollino. Pero cierto día, el burro, que ya no era joven, se desplomó y murió. Su cansado corazón le había fallado. Nasrudín se sentó al lado de su amado burro muerto y comenzó a gemir dolorosamente. Los transeúntes se apiadaban de él y le hacían compañía por un rato. Algunos empezaron a poner ramas y hojas sobre el cadáver del burro, que, poco a poco, fue de esta manera ocultado. Otros echaron piedras y barro sobre las ramas y, así, después de un tiempo, se había formado un santuario sobre el burro muerto. Nasrudín seguía entristecido, y día tras día continuaba haciendo compañía al burro. Los peregrinos que acertaban a pasar por aquel lugar, al ver a un hombre sentado junto a un santuario, pensaron que debía tratarse del santuario de un gran maestro espiritual, por lo que también muchos de ellos pasaban una temporada junto al santuario. Ofrendaban frutas y dejaban buenas sumas de dinero. La noticia se iba propagando y empezaron a peregrinar al santuario, fieles de las aldeas y pueblos de alrededor. Ya se aseguraba que era el santuario de un gran iluminado. Tanto dinero aportaron los fieles que, finalmente, Nasrudín hizo construir una enorme mezquita junto al santuario, visitada por millares de devotos de todas las latitudes. Acudían peregrinos, fieles e incluso maestros espirituales. Nasrudín se hizo rico y célebre. Tanto creció la fama de su santuario que las noticias llegaron a oídos de su padre. Éste tomó la decisión de visitar a su hijo. Se encontraron después de años, y ambos sintieron una profunda alegría.
-Hijo mío -dijo el padre de Nasrudín, no sabes hasta qué punto eres famoso. Tu santuario ha cobrado tanta celebridad que se oye hablar de él hasta en los confines del país. Pero, hijo, dime algo que quiero saber desde hace tiempo: ¿Qué gran iluminado yace en este santuario para que atraiga tantos devotos?
-¡Oh, padre! -exclamó Nasrudín. Lo que voy a contarte es increíble. No puedes ni siquiera imaginártelo, padre mío. ¿Recuerdas el burro que me regalaste? Pues aquí está enterrado aquel pobre animal.
Entonces el padre de Nasrudín comentó:
Hijo mío, ¡qué raros son los designios del destino! ¿Sabes una cosa? Ése fue también mi caso. El santuario que yo custodio es también el de un burro que a mí se me murió.

*El Maestro dice: Si eres víctima de la superstición y sigues el culto a ciegas, eres más ignorante que el burro del santuario.

004. Anonimo (india)

Un preso singular


Era un hombre que había sido encarcelado. A través de un ventanuco enrejado que había en su celda gustaba de mirar al exterior. Todos los días se asomaba al ventanuco, y, cada vez que veía pasar a alguien al otro lado de las rejas, estallaba en sonoras e irrefrenables carcajadas. El guardián estaba realmente sorprendido. Un día ya no pudo por menos que preguntar al preso:
-Oye, hombre, ¿a qué vienen todas esas risotadas día tras día?
Y el preso contestó:
-¿Cómo que de qué me río? ¡Pero estás ciego! Me río de todos esos que hay ahí. ¿No ves que están presos detrás de estas rejas?

*El Maestro dice: Por falta de discernimiento puro, no sólo estás en cautiverio, sino que ni siquiera llegas a darte cuenta de que lo estás.

004. Anonimo (india)

Un juez de amplia visión


Se requería un juez, pues el último de la localidad había muerto. Se tenía constancia de la ecuanimidad y sabiduría de un yogui que vivía en un bosque cerca­no. Las sencillas gentes de la localidad decidieron nombrarlo juez, y he aquí que pronto hubo de cele­brarse la primera vista. Con tal motivo llegó una de las partes y espuso su alegato. El yogui-juez dijo:
-Tiene usted razón, toda la razón. Ahora voy a escuchar a la otra parte.
Tras escuchar a la otra parte, afirmó:
-Tiene usted razon, toda la razón.
El escribano no podía creerlo. Pero ¿qué clase de juez era ése que daba la razón a ambas partes? Enoja­do, dijo:
-Señor juez, está usted disparatando. ¿Cómo van a tener razón las dos partes?
El juez se dirigió al escribano y le dijo:
-Ciertamente tiene usted razón. ¿Cómo van a tener razón ambas partes?

El Maestro dice: Aquel que tiene amplia y clara visión ve la «razón» particular de cada persona.

Fuente: Ramiro Calle

004. Anonimo (india)

Un ermitaño en la corte .004

En la corte real tuvo lugar un fastuoso banquete. Todo se había dispuesto de tal manera que cada persona se sentaba a la mesa de acuerdo con su rango. Todavía no había llegado el monarca al banquete, cuando apareció un ermitaño muy pobremente vestido y al que todos tomaron por un pordiosero. Sin vacilar un instante, el ermitaño se sentó en el lugar de mayor importancia. Este insólito comportamiento indignó al primer ministro, quien, ásperamente, le preguntó:
-¿Acaso eres un visir?
-Mi rango es superior al de visir -repuso el ermitaño.
-¿Acaso eres un primer ministro?
-Mi rango es superior al de primer ministro.
Enfurecido, el primer ministro inquirió:
-¿Acaso eres el mismo rey?
-Mi rango es superior al del rey.
-¿Acaso eres Dios? -preguntó mordazmente el primer ministro.
-Mi rango es superior al de Dios.  
Fuera de sí, el primer ministro vociferó:
-¡Nada es superior a Dios!
Y el ermitaño dijo con mucha calma:
-Ahora sabes mi identidad. Esa nada soy yo.

*El Maestro dice: Más allá de todas las categorías y dualidades, del ego y los conceptos, está aquel que ha liberado su mente.

004. Anonimo (india)

Tres ciegos y un elefante


 (Recogida en la India Jalal Al-din Rumi.)

Había una vez tres sabios. Y eran muy sabios. Aunque los tres eran ciegos. Como no podían ver, se habían acostumbrado a conocer las cosas con sólo tocarlas.
Usaban sus manos para darse cuenta del tamaño, de la calidad y de la calidez de cuanto se ponía a su alcance.
Sucedió que un circo llegó al pueblo donde vivían los tres sabios que eran ciegos.
Entre las cosas maravillosas que llegaron con el circo, venía un gran elefante blanco. Y era tan extraordinario este animal que toda la gente no hacía más que hablar de él.
Los tres sabios que eran ciegos quisieron también ellos conocer al elefante. Se hicieron conducir hasta el lugar donde estaba y pidieron permiso para poder tocarlo. Como el animal era muy manso, no hubo ningún inconveniente para que lo hicieran.
El primero de los tres estiró sus manos y tocó a la bestia en la cabeza. Sintió bajo sus dedos las enormes orejas y luego los dos tremendos colmillos de marfil que sobresalían de la pequeña boca. Quedó tan admirado de lo que había conocido que inmediatamente fue a contarles a los otros dos lo que había aprendido. Les dijo:
-El elefante es como un tronco, cubierto a ambos lados por dos frazadas, y del cual salen dos grandes lanzas frías y duras.
Pero resulta que cuando le tocó el turno al segundo sabio, sus manos tocaron al animal en la panza. Trataron de rodear su cuerpo, pero éste era tan alto que no alcanzaba a abarcarlo con los dos brazos abiertos. Luego de mucho palpar, decidió también él contar lo que había aprendido. Les dijo:
-El elefante se parece a un tambor colocado sobre cuatro gruesas patas, y está forrado de cuero con pelo para afuera.
Entonces fue el tercer sabio, y agarró el animal justo por la cola. se colgó de ella y comenzó a hamacarse como hacen los chicos con una soga. Como esto le gustaba a la bestia, estuvo largo rato divirtiéndose en medio de la risa de todos. Cuando dejó el juego, comentaba lo que sabía. También él dijo:
-Yo sé muy bien lo que es un elefante. Es una cuerda fuerte y gruesa, que tiene un pincel en la punta. Sirve para hamacarse.
Resulta que cuando volvieron a casa y comenzaron a charlar entre ellos lo que habían descubierto sobre el elefante no se podían poner de acuerdo. Cada uno estaba plenamente seguro de lo que conocía. Y además tenía la certeza de que sólo había un elefante y de que los tres estaban hablando de lo mismo, pero lo que decían parecía imposible de concordar. Tanto charlaron y discutieron que casi se pelearon.
Pero al fin de cuentas, como eran los tres muy sabios, decidieron hacerse ayudar, y fueron a preguntar a otro sabio que había tenido la oportunidad de ver al elefante con sus propios ojos.
Y entonces descubrieron que cada uno de ellos tenía razón. Una parte de la razón.
Pero que conocían del elefante solamente la parte que habían tocado. Y le creyeron al que lo había visto y les hablaba del elefante entero.

004. Anonimo (india)

Todo lo que existe es dios


El gurú y el discípulo estaban departiendo sobre cuestiones místicas.
El maestro concluyó con la entrevista diciéndole:
-Todo lo que existe es Dios.
El discípulo no entendió la verdadera naturaleza de las palabras de su mentor. Salió de la casa y comenzó a caminar por una callejuela. De súbito, vio frente a él un elefante que venía en dirección contraria, ocupando toda la calle. El jovencito que conducía al animal, gritó avisando:
-¡Eh, oiga, apártese, déjenos pasar!
Pero el discípulo, inmutable, se dijo: “Yo soy Dios y el elefante es Dios, así que ¿cómo puede tener miedo Dios de sí mismo? Razonando de este modo evitó apartarse. El elefante llegó hasta él, lo agarró con la trompa y lo lanzó al tejado de una casa, rompiéndole varios huesos. Semanas después, repuesto de sus heridas, el discípulo acudió al mentor y se lamentó de lo sucedido. El gurú replicó:
-De acuerdo, tú eres Dios y el elefante es Dios. Pero Dios, en la forma del muchacho que conducía el elefante, te avisó para que dejaras el paso libre. ¿Por qué no hiciste caso de la advertencia de Dios?

*El Maestro dice: Afila el discernimiento. No tomes la soga por una serpiente, ni la serpiente por una soga.

004. Anonimo (india)

Todo es para bien


El ciego y el jorobado eran dos de las personas más pobres del lugar, pero como eran muy buenos amigos, compartían casa para no tener tantos gastos. Y, con el tiempo, acabaron por complementarse de maravilla. Cuando salían a pasear, por ejemplo, el jorobado guiaba al ciego y el ciego ayudaba a caminar al jorobado. Y lo mismo sucedía en casa. Mientras el jorobado hacía collares y pulseras artesanales que luego vendía en la parada del mercado, el ciego se encargaba de todos los trabajos de la casa: limpiaba, lavaba la ropa, cocinaba y todo lo demás.
Así vivieron unos cuantos años. El jorobado iba ahorrando lo que ganaba con sus ventas y el ciego iba manteniendo la casa limpia y ordenada. Se puede decir que los dos amigos convivían en perfecta armonía.
Pero un día el jorobado pensó:”Estoy envejeciendo, no podré trabajar mucho más. Pierdo la vista y mis dedos no son tan ágiles como antes”.
Y entonces se preguntó: “¿Qué voy a hacer con el dinero que he ahorrado en todos estos años? ¿Por qué tengo que compartirlo con el ciego si he sido yo quien lo ha ganado? Este dinero tendría que ser sólo para mí. Aunque también es verdad que el ciego es amigo mío y por eso debería compartirlo con él... No sé qué hacer...”.
El jorobado no paraba de darle vueltas y vueltas al tema.
Hasta que una tarde, al llegar a casa, le dijo al ciego;
-Viniendo hacia aquí he pasado por el mercado y he comprado un pescado fresquísimo. Pero resulta que me ha salido un compromiso de última hora y mañana no podré quedarme a comer. Aunque eso no es problema, amigo mío, ya que puedes comértelo tu, que a mí lo que me hace feliz es saber que serás tú quien lo va a disfrutar.
-Caramba, muchas gracias -le respondió el ciego. Me lo cocinaré con verduritas a la cazuela mañana para comer.
Al día siguiente, el ciego se levantó de muy buen humor. No pasaba todos los días que uno podía comer un buen pescado. Dedicó la mañana a hacer las tareas domésticas y, hacia el mediodía, comenzó a prepararlo.
Lo primero que hizo fue ponerla olla al fuego, luego tiró un chorrito de aceite y después unas cuantas verduritas del huerto. Y esperó un poco a que estuvieran bien doraditas antes de poner el pescado.
-¡Esto va a estar de rechupete! -exclamó mientras dejaba la olla al fuego haciendo chup-chup.
Pero pocos minutos después, cuando estaba poniendo la mesa, el ciego empezó a notar un olor realmente extraño.
-¿Qué es este olor tan raro? -Se preguntó mientras intentaba localizarlo abriendo y cerrando las aletas de la nariz. ¿De dónde vendrá?
El ciego metió las narices por todos los rincones de la casa sin acabar de localizarlo. Mientras, dolor se hacía cada vez más insoportable.
Tras recorrer todas las habitaciones, el ciego entró en la cocina y comprobó con sorpresa que el mal olor salía del interior de la casuela.
-¿Qué cosa más rara? -Dijo toda vez que ponía la nariz justo encima de la olla-. Sí, sí, no hay duda, el olor sale de aquí
El ciego acercó la nariz cada vez más sin poder ver que la cazuela soltaba una espesa humareda. Y tanto la acercó que acabó por entrarle en los ojos. ¡Bueno, no veas cómo picaba! Al pobre hombre le caían mejillas abajo unos lagrimones enormes. Pero lo que nunca se pudo imaginar es que, cuando logró abrirlos de nuevo, sus ojos volvían a ver.
-¡Veo! -gritaba loco de alegría.
Ya lo creo que podía ver. Aunque lo primero que vio no le gustó nada; descubrió que dentro de la cazuela no había pescado fresco sino que lo que había eran serpientes venenosas.
Inmediatamente se dio cuenta de todo: el jorobado había intentado envenenarle. Pero pensó que también había conseguido hacerle un gran bien ayudándole a recuperar la visión.
-¿Y ahora qué hago? -se preguntó. Porque es cierto que el jorobado ha intentado matarme, pero también es cierto que gracias a ello mis ojos pueden volver a ver.
Al final pudo más el enfado que la alegría y el ciego decidió vengarse. Pilló el bastón más grueso que tenía y se escondió en el rincón más oscuro a la espera de que el jorobado regresara a casa.
El jorobado llegó cuando ya ende noche. Abrió la puerta y entró en la casa con pies de plomo, ya que no sabía qué se iba a encontrar.
-Hola, ¿hay alguien en casa? -preguntó cuando llegó al comedor.
Al oírlo, el ciego abandonó su escondite y le pegó tal bastonazo en la espalda que el jorobado se puso recto de repente.
-¡Mi joroba ha desaparecido! -exclamó llorando de alegría. ¡Mi espalda está recta ¡Gracias, gracias!
Los dos amigos habían intentado hacerse daño el uno al otro; pero lo único que habían conseguido era hacerse un favor mutuamente. El ciego había recuperado la vista y el jorobado había perdido la joroba.
Aquella misma madrugada, los dos amigos se sinceraran explicándose todos sus sentimientos. Se pidieron perdón una y mil veces prometiéndose que nunca más intentarían hacerse daño, Y así fue cómo el ciego y el jorobado siguieron viviendo juntos en aquella casa hasta el fin de sus días. Pero lo más importante que consiguieron es que su amistad fuera más fuerte cada día.

 004. Anonimo (india)