Escuchad ahora mi
historia:
Cuando era joven, trabajé
durante un año para un campesino. Acabado el año, me pagó con una moneda de
cinco céntimos. La cogí, me acerqué al pozo y la eché al agua diciendo:
-Si he
trabajado bien, la moneda volverá a la superficie; si he trabajado mal, se irá
al fondo.
Y la moneda se fue al
fondo.
Trabajé otro año para el
campesino y de nuevo recibí como paga una moneda de cinco céntimos.
Fui hacia el pozo, tiré
dentro la moneda y dije:
-Si he trabajado bien, la
moneda volverá a la superficie; si he trabajado mal, se irá al fondo.
Y la moneda se fue al
fondo por segunda vez.
Trabajé un tercer año con
aquel campesino y volví a recibir una moneda de cinco céntimos. La cogí, la
tiré al pozo y dije:
-Si he trabajado bien, la
moneda volverá a la superficie; si he trabajado mal, se irá al fondo.
Y me quedé maravillado:
¡mis tres monedas flotaban en la superficie del agua! Entonces cogí mi dinero y
me fui a correr mundo. Había dado unos pocos pasos cuando apareció frente a mí
un ratón:
-Amigo mío -dijo el
ratón, ¿serías tan amable de darme una moneda? La necesito para pagar un
impuesto. Te recompensaré, sin duda, y te agudaré cuando te haga falta.
Pensé para mis adentros:
«¿Y por qué no? Puedo comprar pan y sal con dos monedas. Quiere decir que
echaré de menos el vino».
Y así le di al ratón la
moneda que me pedía.
Había dado unos pocos
pasos cuando me encontré con una langosta.
-Amigo mío -dijo la langosta,
¿serías tan amable de darme una moneda? La necesito para pagar un impuesto. Te
recompensaré, sin duda, y te ayudaré cuando te haga falta.
Pensé para mis adentros:
«¿Y por qué no? Puedo comprar pan con una moneda, así que echaré de menos la
sal».
Y así le di a la langosta
la moneda que me pedía.
Pocos pasos más adelante,
me encontré con un escarabajo.
-Amigo mío -dijo el
escarabajo, ¿serías tan amable de darme una moneda? La necesito para pagar un
impuesto. Te recompensaré, sin duda, y te ayudaré cuando te haga falta.
Y pensé para mis
adentros: «¿Por qué no? ¡Por una palabra amable, la gente siempre me dará algo
de comer y echaré de menos el resto!».
Y así que le di al
escarabajo la última moneda que me quedaba.
Sin una moneda en el
bolsillo, seguí por mi camino y llegué al palacio del rey. El rey de aquel país
tenía sólo una hija, una princesa triste que no reía nunca. Y el rey había
proclamado, a bombo y platillo, que si alguien lograba hacer reír a la
princesa, él le concedería la mano de su hija y la mitad de su reino.
Pensé para mis adentros:
«¿Por qué no intentarlo? ¡No tengo siquiera una moneda ni quiero un reino, pero
puedo hacer reír a la princesa!».
Lo primero que hice fue
reunir a los deudores que me habían prometido aguda en caso de necesidad. Le
pedí al escarabajo que tocase el tambor y a la langosta que bailase con el
ratón. Cuando la princesa triste los vio, se descoyuntó de la risa. Rió la
princesa, rió el rey, rió toda la corte. El escarabajo, la langosta y el ratón
eran felices y yo me sentía alegre como un grillo.
Me casé con la princesa.
¡Y qué boda celebramos! Sin una moneda en el bolsillo, organicé una fiesta
espléndida; sin poseer siquiera una moneda, me convertí en yerno del rey.
Después de la boda,
goberné a mi pueblo con sabiduría, ayudé a los pobres y quise a todos desde lo
más profundo de mi corazón.
Fuente: Gianni Rodari
145. anonimo (estonia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario