Había una vez un viejo y
una vieja. La mujer tenía muy mal carácter y siempre andaba con ganas de
pelea. Un día, mientras estaban en el bosque cortando leña, descubrieron en la
linde un profundo barranco.
La vieja, curiosa por ver
qué había al fondo del barranco, se inclinó tanto que cayó de cabeza. El
hombre, entonces, volvió solo a su casa.
Pero la casa le pareció
muy vacía y, para colmo, no había nadie que le preparase la comida. Entonces
cogió una cuerda muy larga y volvió al barranco confiando en que rescataría a
la vieja. Arrojó desde lo alto un extremo de la cuerda, esperó un momento y
luego comenzó a tirar con fuerza. Y después de mucho esfuerzo, ¡logró subir
hasta el borde nada menos que a un diablo! Se quedó sin aliento del susto, pero
el diablo le agradeció la ayuda. En efecto, poco antes se había precipitado en
el barranco una vieja petulante y provocadora que lo había fastidiado hasta
tal punto que le hacía imposible la vida allí abajo.
-Quiero recompensarte,
porque me has salvado de esa vieja terrible -le dijo el diablo-. De ahora en
adelante, trabajaremos juntos. Yo haré que la gente se enferme y tú la curarás.
Con este negocio nos haremos de oro.
El viejo y el diablo se
pusieron a trabajar juntos. El diablo hacía enfermar a la gente, el viejo iba a
visitar a los enfermos, les sacudía la cabeza con las manos y murmuraba
palabras incomprensibles. Inmediatamente después, los enfermos se sentían mucho
mejor. El hombre se hizo rico y famoso y todo iba viento en popa.
Un día el diablo le dijo
a su socio:
-Hoy haré que enferme la
hija del zar, pero tú no debes curarla. La muchacha morirá y yo me la llevaré
al otro mundo.
Y así fue. Pocos días
después, la hija del zar cayó enferma. El zar mandó llamar al viejo, pero éste
no quería obedecer por más que el zar le prometiese todo el oro del mundo. Sin
embargo, cuando el zar lo amenazó de muerte, el viejo se resignó a ir a
palacio.
En cuanto llegó, lo
guiaron hasta la alcoba de la hija del zar y, de pronto, vio al diablo sentado
detrás de la cama.
-¿Qué haces aquí? -le
dijo el diablo. Te dije que no debías venir a curar a esta muchacha.
-Sólo he venido a decirte
-replicó el viejo- que la mujer del barranco ha vuelto y te está buscando.
Al oír esas palabras, el
diablo puso pies en polvorosa y desa-pareció. La hija del zar recuperó la
salud, el viejo recibió un magnífico premio y se fue a vivir a una tierra
lejana donde nadie lo conocía. Y en esta tierra vivió feliz durante muchísimos
años.
Fuente: Gianni Rodari
141. anonimo (siberia)
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