Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 15 de octubre de 2012

Rosa verde

4. Cuento popular

Éstos eran un rey y una reina que tenían una sola hija, llamada Rosa Verde, y le leyeron el sino y le dijeron que a los dieciocho años tenía que ser una mujer mundana. Y los padres discurrieron a ver qué harían pa quitarle esa idea. Y discurrieron hacer un castillo en el monte y llevarla a ella con una ama que tenía una niña pequeña.
Bueno, conque hicieron el castillo y llevaron allí a la hija, aue estaba todavía niña, y ala ama con su niña. Y allí les llevaron víveres y ropa y de todo pa dieciocho años.
Mientras la niña fué pequeña, nada le llamaba la atención, pero al tener los dieciocho años, decía:
-Pero, ¿que no habrá más mundo que esto, metidos aquí en este castillo?
Y un día fué y se asomó a los balcones del castillo y divisó una chocita y vió que de ella salían cuatro ladrones. Y empezó a contar y vió que eran cuatro y dijo:
-Mañana voy a ver qué es aquello.
Y otro día se salió del castillo y se dirigió a la choza, y a la puerta encontró al hijo del capitán. Y sin decir nada, entró y le tiró al niño toda la comida que preparaba para los ladrones y le desbarató toda la cama, y se marchó para su castillo.
Y al llegar al castillo, le dijo a la niña del ama:
-He ido a aquella choza que ves allá y me he encontrado con el niño que preparaba la comida y se la he tirao toda y le he desbaratao la cama. Ma­ñana bien tempranito vamos otra vez. Como le digas algo a tu madre, te mato.
Y por la mañana temprano se marcharon las dos. Y ese día se había quedao allí uno de los ladrones pa esperar a la joven que había venido el día antes a tirarle la comida al niño y a desbaratarle la cama. Y luego que llegaron, el ladrón en seguida las recibió muy contento y quería gozar de ellas. Y Rosa Verde le dijo:
-Bueno, pero primero a poner la mesa y a comer.
Y mientras el ladrón ponía la mesa, ellas se salieron por un boquete que había en la choza y se marcharon pal castillo. Y llegaron los ladrones a la choza y le preguntaron al que se había quedao por la joven. Y él les contó como ella le había engañao y se había marchao. Y el capitán le dijo:
-¡Ay, qué tonto! Ya verás como mañana me quedo yo y a mí no me se escapa.
Y otro día se quedó el capitán de los ladrones pa ver si venía la joven. Y llegó ella otra vez al castillo. Y el capitán la recibió muy contento y quería gozar de ella. Pero ella le dijo:
-Bueno, pero primero. quiero llevarte al castillo. Irás conmigo al castillo onde vivo.
Y el capitán se fué con ella. Y se marcharon pal castillo, y al llegar, la joven le dijo:
-Por este lienzo que hay subo yo y luego subes tú.
Y subió ella primero. Y luego empezó él a subir y a la mediación del lienzo, cortó ella y le dejó caer y se dió un buen golpazo. Y así estropeao y adolorido se fué pa su choza jurando venganza. Y cuando llegó estaba tan estropeao que se metió en la cama.
Y cuando la joven oyó decir que estaba malo en la cama, se vistió de médico y fué a curarle. Y llegó y le dijeron que entrara. Y entró a ver al enfermo y le dió una buena paliza. Y al marcharse, le dijo:
-Yo soy Rosa Verde, pa que se acuerde.
Y a los cuantos días, dijo la joven:
-Bueno, ya ahora el capitán de los ladrones debe tener barba.
Y se vistió de barbero y pasó por la choza. Y el niño del capitán la llamó pa que afeitara al capitán. Y entró ella y le hizo muchas heridas en la cara y le dejó muy estropeao. Y se marchó otra vez y al marcharse, le dijo:
-Yo soy Rosa Verde, pa que se acuerde.
Bueno, pues ya vinieron sus padres por ella y se la llevaron al palacio. Y de contentos que estaban todos, el rey le dijo que escogiera lo más imposible que quisiera, lo que se le antojara, que él se lo con­cedería. Y ella entonces le dijo que les perdonara a los ladrones. Y el rey su padre le dijo que que todo menos eso.
Y a los pocos días fué el capitán de los ladrones a pedir la mano de la princesa, porque ya sabía que ella era la que tanto mal le había hecho y quería casarse con ella pa matarla. Y los padres se la dieron en matrimonio. Y ella comprendía las intenciones del capitán, y el día de la boda mandó hacer una muñeca de dulce de la misma figura que ella. Y se casaron.
Y por la noche ella fué primero a acostarse y metió en la cama la muñeca de dulce con una cuerdecita pa que dijera sí y no con la cabeza. Y ella se metió debajo de la cama.
Bueno, pues que poco después vino el novio a acos­tarse pa matar a la novia y vengarse. Y llegó y se acercó a la cama y le dijo a la muñeca:
-¿Te acuerdas, Rosa Verde, de cuando le hiciste aquel destrozo a mi niño en la choza?
Y ella con la cabeza decía que sí.
Y entonces le dijo:
-¿Te acuerdas, Rosa Verde, del día que me llevaste al castillo y me cortaste el lienzo y casi me mataste?
Y otra vez respondió ella con la cabeza que sí.
Y luego dijo:
-¿Te acuerdas, Rose Verde, de cuando fuiste de médico a la choza y me diste una paliza en la cama?
Y con la cabeza decía ella que sí.
Y entonces dijo:
-¿Te acuerdas, Rosa Verde, de cuando fuiste de barbero a la choza y me hiciste heridas en la cara?
Y ella otra vez decía que sí con la cabeza.
Y entonces le dijo:
-Bueno, pues ahora te voy a matar y pagarás por todo el mal que me has hecho.
Y sacó un puñal y le tiró al lao del corazón. Y la muñeca se partió y le cayó al ladrón en la boca un pedazo de dulce, y dijo:
-¡Ay, Rosa Verde de mi vida, qué muerte tan dulce ha tenido! Si yo hubiera sabido que ibas a tener una muerte tan dulce, no te mato. Perdóname.
Y entonces salió ella de debajo de la cama y se abrazaron.
Y vivieron toda la vida muy felices y comieron mu­chas perdices. Y a mí no me dieron porque no qui­sieron.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

Pedro el de malas

6. Cuento popular

Éste era un padre que tenía dos hijos, Pedro y Juan. Y a Pedro, le decían Pedro el de Malas. Y estaban muy malamente, muy pobres, y en vista de la po­breza que tenían, el hijo mayor, Juan, le dijo a su padre que quería marcharse a buscar fortuna. Y el padre consintió y antes de que se marchara, le dió estos consejos:
-No te fíes de canto reboludo, ni de perro faldero, ni de hombre rubio.
Se marchó Juan, y en el camino ande iba llegó a un arroyo que pa pasarlo tenía un canto reboludo de pasadera. Y sin acordarse de los consejos de su padre, pisó el canto pa pasar el arroyo y se cayó y se dió un golpe. Y ya más alante, se encontró con un perro faldero y se le acercó y le mordió.
Y ya llegó Juan a la casa de un hombre que era rubio. Y sin acordarse de lo que le había dicho su padre, le preguntó si le hacía falta un criao en la casa. Y aquél le dijo que sí y se quedó Juan a servir, haciendo un contrato que el que primero quedara enfadao tenía que sacarle tres correas desde el cogo­te al c. Y la paga tenía que ser cuando cantara el cuquillo.
Primero le mandó el amo a Juan que trujera un carro de leña, y que no lo metiera ni por la puerta principal ni por la falsa. Y fué y volvió con el carro de leña. Pero como no había más que dos puertas, no pudo entrar y comenzó a gritar:
-¡Pero, señor amo! ¿Por onde voy a entrar? ¡Pero, señor amo! ¿Por onde voy a entrar?
Y ya salió el amo y le dijo:
-Pero hombre, ¿qué se enfada usté?
Y Juan le contesta:
-Claro que me enfado. ¿A ver quién no se enfada si no hay por onde entrar?
Y el amo le dice entonces:
-Güeno, pues entonces, las tres correas.
Y va y le saca tres correas desde el cogote al c, y el pobre de Juan se muere.
Y en vista de que Juan no vuelve, dice Pedro a su padre:
-Padre, mi hermano Juan no vuelve y quiero yo irle a buscar.
Y el padre le dice que está güeno, le da los mismos consejos que al mayor, y se marcha Pedro camino alante.
Y llega Pedro al mismo arroyo ande estaba el canto reboludo, y cuando lo ve se acuerda del consejo de su padre y dice:
-Aquí no hay más remedio que quitarme las al­barcas.
Y se quitó las albarcas y pasó sin tocar el canto. Y allá al pasar, le salió un perro faldero y cogió una porra y lo mató. Y llegó también a la casa del hom­bre rubio. Y preguntó si hacía falta un criao y le dijeron que sí. Y entró a servir, haciendo el mismo contrato que su hermano. Pero cuando vió que el hombre era rubio, dijo:
-Hay que tener cuidao con este hombre, que me dijo mi padre que no me fiara de hombre rubio.
Y lo mismo que al otro, lo envió el amo primero por un carro de leña y le dijo que no entrara ni por la puerta principal ni por la falsa. Y va Pedro por el carro de leña y vuelve. Y como ve que no hay sino dos puertas, va y coge un pico y llega a la paré y abre una puerta, y así mete el carro. Y el amo, cuando ve el destrozo, empieza a gruñir. Y le dice Pedro:
-¿Se enfada usted, señor amo?
Y aquél contesta:
-No me enfado, pero no me da gusto.
Y al otro día envió el amo a Pedro por un carro de garabatos. Y como tardaba mucho en sacar una cepa, se echó a dormir. Y a mediodía fué el amo a llevarle la comida y le encontró dormido. Y le dice el amo:
-Pero Pedro, ¿cómo no trabajas? ¿Qué estás ha­ciendo?
Y Pedro le contesta:
-Pero, señor amo, ¿cómo quiere usté que un cos­tal vacío se ponga de pie? ¿Que se enfada usté, señor amo?
Y el amo contesta:
-No me enfado, pero no me gusta.
Y ya se fué el amo y dejó a Pedro en el campo pa que trabajara. Y por la tarde, cuando volvió el amo, halló a Pedro otra vez tumbao en la tierra y le dijo:
-Pero, hombre, ¿cómo no trabajas?
Y Pedro le dijo:
-Pero, señor amo, ¿cómo quiere usté que un saco lleno se ponga de pie a trabajar? Si trabajo me re­viento.
Y ya empezó el amo a regañar, y le dijo Pedro:
-¿Que se enfada usté, señor amo?
Y contesta el amo:
-No me enfado, pero no me gusta.
Y con eso ya se marcharon a casa. Y llega el amo y discurre con su mujer y le dice:
-Éste me va a sacar las tres correas. Ahora lo que vamos a hacer es a tenerlo dos días sin comer pa ver si se va y nos libramos de él.
Y ya por día y medio no daban nada de comer. Y vino Pedro entonces y se acostó una noche en el poyo de la cocina pa ver lo que hacían aquéllos. Y se hizo el dormido, y ya vió que sacaba la mujer una torta de masa pa comer. Y cuando ya estaba cocida, se levantó Pedro y cogió las tenazas y empezó a darle a la torta hasta que la hizo cachos. Y el amo y la mujer le gritaron:
-¿Qué haces ai, hombre?
Y contesta Pedro:
-Que hace mucho frío, y como ya me estaba he­lando, me he levantao a atizar la lumbre.
Y ya el amo ordenó de dar de comer pa todos. Y luego se acostaron.
Y otro día, dijo el amo a Pedro:
-Hoy vas a vender una piara de yeguas a la feria.
Y se fué Pedro con la piara de yeguas pa la feria, y ca yegua llevaba un cencerro. Y vendió todas las yeguas, ecerto una, que era blanca. Pero los cence­rros no los vendió. Y cogió los cencerros y se vino a casa con ellos en la yegua blanca. Y por el camino se le formó una nube grande y metió mano a la na­vaja y mató a la yegua pa meterse en ella y no mojarse. Y había güitres y bajaban a comer de la yegua. Y Pedro los fué cogiendo y les puso a ca uno un cencerro. Y cogió uno blanco por fin, y fué ande su amo y entró corriendo y ,le dijo:
-¡Señor amo, milagro del cielo! ¡Las yeguas se han vuelto güitres! Mírelas usté ande van con los cence­rros volando. Y mire usté la yegua blanca en que he ido a la feria.
Y el amo vía los güitres volando con los cencerros, y como siempre sospechaba que Pedro andaba en al­guna trampa, empezó a regañar. Y Pedro le dijo:
-¿Se enfada usté, señor amo?
Pero el amo, como no quería que la sacaran las tres correas, contestó:
-No me enfado, pero no me gusta.
Y ya le envió el amo con una piara de cerdos a un monte ande había un gigante que no dejaba penetrar a nadie. Y fué y vendió todos los cerdos, ecerto una cerda. Y les cortó los rabos a todos y se quedó con ellos. Y entonces fué y metió todos los rabos y la cerda que no vendió en el lodo. Y vuelve a la casa y le dice al amo:
-¡Ay, señor, que los cerdos se han caído todos en la laguna!
Y fueron corriendo ande había metido Pedro los rabos en el lodo. Y le dijo Pedro al amo:
-Agarre usté pa ver si podemos sacar los cerdos.
Y agarraba aquél los rabos y tiraba, pero sólo sa­caba los rabos. Y Pedro le decía:
-Ya ve usted, señor amo, que no pueden salir.
Y ya empezó Pedro a tirar del rabo de la cerda que no había vendido y llamó al amo y le dijo:
-Venga usted aquí, señor amo, que me parece que esta cerda la vamos a sacar.
Y se agarraron los dos y tiraron y tiraron, hasta que la sacaron. Y como en los demás casos no saca­ban más que rabos, el amo decía:
-¡Ay, Pedro, me has arruinao! He perdido todos los cerdos.
Y Pedro le dijo:
-¿Se enfada usté, señor amo?
Y el amo contestó:
-No me enfado, pero no me gusta.
Y al día siguiente volvió el amo a mandar a Pedro ande vivía el gigante pa que el gigante le matara. Y esta vez le mandó con una piara de ovejas. Y como esta vez no halló Pedro a quien vendérselas, siguió caminando con las ovejas hasta que llegó ande estaba el gigante. Y sale el gigante y grita:
-¡A carne humana me güele aquí! ¡Me la vas a dar o te como a ti!
Y ya le dijo Pedro:
-No me comas a mí, que aquí traigo muchas ove­jas y puedes comerte las que quieras.
Y el gigante le dice entonces:
-Vamos a ver si me ganas a tres cosas, y si pier­des mueres. Vamos a ver quién muere.
-Güeno -le dijo Pedro.
-Primero -dijo el gigante- vamos a ver quién puede comer más. Ve y mata aquel toro y traes la carne.
Y va Pedro y junta too los toros y llega con ellos. Y le dice el gigante:
-¿Qué haces?
Y contesta Pedro:
-Voy a matarlos todos pa comenzar a comer.
-Con uno basta -le dice el gigante.
Y Pedro le contesta:
-Pues pa matar uno sólo, mátalo tú. Yo con uno sólo no tengo ni pa empezar.
Entonces va el gigante y mata el toro y lo desuella, y le da la piel a Pedro y le dice:
-Tráela llena de agua.
Y como Pedro ve que no puede ni con la piel vacía, menos llena de agua, se va a la fuente y se pone a clavar estaquillas. Y llega el gigante y le dice:
-¿Qué haces, hombre?
Y contesta Pedro:
-Nada, que estoy poniendo aquí unas estaquillas para llevarme toda la fuente de agua, que con la piel llena de agua no hay agua ni pa empezar a beber.
Y le dice el gigante:
-No, hombre, que con esta bota de agua basta.
Y Pedro entonces le dice:
-Pues para un cuero de agua, llévala tú.
Entonces dice el gigante:
-Ahora vas al monte a por leña.
Y llega Pedro y pega cuatro hachazos y no cae ni una rama. Y entonces va y coge un ovillo de estam­bre y se lía a todo el monte. Y va el gigante y le dice:
-Pero, ¿qué haces?
Voy a sacar todo el monte pa llevarlo.
-Con una encina basta -le dice el gigante.
Y Pedro le dice:
-Para una encina, llévala tú.
Güeno, pues total que ya el gigante había cocido el toro y había traído la comida y todo, y se pusieron a comer. Y Pedro se puso su zurrón al lao y hacía que comía y echaba toda la comida en el zurrón. Y termi­naron y dijo el gigante:
Vamos a ver quién ha comido más.
-¡Que yo he comido más!
-¡Que yo!
El gigante perdió y le dijo a Pedro:
-Ya me llevas ganada una. Ahora vamos a ver quién coge un canto y lo tira más largo.
Conque entonces va Pedro y coge una tórtola y la lleva en la mano. Y el gigante cogió un canto y lo tiró. Y cuando él tiró el canto, soltó Pedro la tórtola. Y cuando el canto del gigante cayó, la tórtola tavía iba volando. Y decía Pedro:
-¡Allá va tavía mi canto!
Y el gigante dijo entonces:
-Ya me llevas ganadas dos. Ahora vamos a ver quién deshace una piedra.
Y va el gigante y coge una piedra y la aprieta y la hace pedazos en la mano. Y Pedro ya había cogido un cacho de cuajá y se la mete en la boca y se la come. Y el gigante le dice:
-Ya me has ganao las tres. Ya ahora eres mi amigo.
Y Pedro dijo para sí:
-Este tío gigante yo lo voy a arreglar.
Y traía Pedro dos cartuchos de pólvora. Y se los dió al gigante y le dijo:
-Mira que con éstos, si te los pones en los ojos, puedes ver todo lo más divino del mundo.
Y se los puso el gigante y fué Pedro y echó luz y se le saltaron los ojos al gigante. Y el gigante le dijo a Pedro:
-Pues ahora que me has hecho eso, no pasas la puerta de mi cueva.
Y pa que pasaran las ovejas las tocaba una a una el gigante y decía:
-Pasa, ovejita blanca. Pasa, ovejita blanca.
Y entonces va Pedro y mata una oveja y se vistió con la piel y pasó. Y el gigante, creyendo que era una oveja, lo tocó y le dijo:
-Pasa, ovejita blanca. Pasa, ovejita blanca.
Y Pedro le dijo:
-No, que es Pedro el de Malas.
Y viéndose ya fuera de la cueva, coge un puñal y le mata.
Se va entonces Pedro a casa del amo y le dice:
-¡Ay, señor amo, que unos bichos se comieron las ovejas!
Y ya el amo le dice:
-Pero, ¿qué has hecho con las ovejas, hombre? Me vas a arruinar.
-¿Se enfada usté, señor amo? -le dice Pedro.
-No me enfado, pero no me gusta -le dice el amo.
Y ya discurrieron los amos pa ver cómo iban a li­brarse de Pedro.
-Éste nos va a arruinar -le dice el amo a su mujer. Ahora no hay más remedio que te pongas tú en la ventana mañana y cantes como el cuquillo pa que se llegue la hora de la paga y que se vaya.
Güeno, pues se pone la mujer a la ventana otro día muy de mañana y canta:
-¡Cucú, cucú! ¡Cucú, cucú!
Y Pedro se levanta y dice:
-Yo voy a ver si es cuco o cuca. Y saca su esco­peta y va y le pega un tiro a la mujer y la mata. Y sale el amo muy enfadao y grita:
-Pero, hombre, ¿qué has hecho? ¡Ya me has ma­tao a mi mujer!
Y Pedro le dice:
-¿Se enfada usté, señor amo?
-Claro que me enfado -contesta el amo. ¿No me he de enfadar cuando has matao a mi mujer?
Y llega entonces Pedro y le saca las tres correas desde el cogote al c. Y se murió el pobre. Y Pedro entonces mandó llamar a su padre y quedaron ellos de dueños de la casa.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

Los cuatro estudiantes

12. Cuento popular

Éstos eran cuatro estudiantes que se hallaban una vez sin dinero pa comer. Y dijeron:
-Pues vamos a ver cómo sacamos cuartos pa comer.
Y entonces dijo uno de ellos:
-Pues miren ustedes, que yo pongo la carne.
-Muy bien, muy bien -dijeron los otros.
Y otro dijo entonces:
-Pues yo pongo el pan.
Y otro dijo:
-Pues yo pongo el vino.
Y el cuarto dijo:
-Pues yo pago la fonda pa que nos preparen todo.
Y va el de la carne a misa y sale de la iglesia muy guapo y va adonde está el pavero cuidando sus pavos y le dice:
-Oiga, usté, que dice el obispo que haga el favor de escogerle dos pavos de los mejores que tenga.
Y el pavero escogió de su manada los dos mejores pavos que había y se los entregó al muchacho. Y el estudiante le dijo:
-Ha dicho el señor obispo que después de misa se los pagará. El pavero dijo que estaba bien y se fué aquél con sus dos pavos pa donde estaban los otros.
Y entonces fué el del pan a una fonda y escogió una cesta y le pidió a la patrona un delantal blanco y fué a la panadería y le dijo al panadero que le pusiera allí una docena de bollos, una docena de galletas y unos cuantos churros. Y en la mano lle­vaba él un pezgote de pez. Y luego que el panadero le dió lo que pedía, cogió a correr con la cesta llena de bollos, galletas y churros. Y el panadero, cuando le vió correr, salió y le gritó:
-Oiga, usté, el de la cesta, espere un poco, que no me ha pagao.
Y al dobiar una esquina, sacó el pezgote y se lo puso en el ojo derecho, y cuando el panadero le vió, le dijo:
-Hombre, usté perdone; no es usté. Márchese us­té. El que se fué sin pagarme se ha escapao por aquí, pero no sé ande se habrá ido.
Y se fué el estudiante pa la fonda donde espe­raban los otros, y allí mandaron preparar todo. Y el otro pidió una botella de vino y comieron y bebie­ron a su gusto. Y después que comieron y se di­virtieron bien, la pidieron la cuenta a la patrona y ella les dijo que era sesenta reales. Y pronto dijo uno de los estudiantes:
-Voy a pagar yo.
-Y otro dijo:
-No; no pagas tú. Yo voy a pagar.
-Que no -dijo el tercero, que el que va a pagar soy yo.
-Que no y que no -dijo el cuarto; voy a pa­gar yo.
Y así estuvieron riñendo por largo rato, hasta que dijo uno de ellos:
-Bueno, pues miren ustedes. Vamos a taparle los ojos al ama, y el que ella pille, ése paga.
Y dijo el ama que estaba bien y le taparon los ojos. Y al momento que le taparon los ojos, se sa­lieron aquéllos a la calle y echaron a correr. Y la patrona andaba buscando a ver a quién pillaba y no encontraba a nadie. Y en ese momento subió su marido y le cogió y le dijo:
-Tú pagas.
Y le dijo él:
-Ya lo creo que tengo que pagar. Ya te la dieron. Te vieron cara de tonta y te la dieron.
Y pasó algún tiempo y el marido de la patrona todavía andaba buscando a los estudiantes. Y un día se encontró con uno de ellos y le dijo:
-Hombre, ¿te acuerdas que en tal tiempo comis­tes en mi casa con unos compañeros y no nos pa­gastes? Ahora tienes que pagar.
-Sí, sí -le dijo el estudiante, pero ya no están mis compañeros.
-Pero eso no importa. De todos modos tienes que pagar.
Y como no quiso pagar, fué el hombre y le de­mandó a juicio Y tuvieron que ir a presentarse de­lante del juez. Y el estudiante le dijo al hombre:
-Pero, hombre, mira que yo no puedo ir porque no tengo capa. ¿Como me voy a presentar delante del juez así sin capa y sin nada?
Y el hombre le dijo:
-Hombre, por eso no hay cuidao, que yo te pres­taré la mía. Vamos caminando. Y le prestó su capa al estudiante y se fueron adonde el juez.
Y llegaron a declarar y el juez le preguntó al amo de la ¡onda:
-Bueno, ¿qué pide usté?
-Pues, señor juez, que este muchacho comió en mi fonda hace ya unos meses con otros tres y no nos pagaron nada y no quieren pagar. Ahora dice que no paga porque los otros no están y qué sé yo.
Y entonces el juez le preguntó al estudiante:
-Y usté, ¿qué tiene que declarar?
-Que no, que no le debemos nada. Como si ahora dice ese señor que esta capa es suya, ¿va usté a crerle?
Y el otro dijo en seguida:
-Que sí; claro que es mía. Como que ahora mis­mo se la he prestao pa que viniera delante el juez. ¡Venga acá con ella!
-¡Vaya usté con Dios! -le dice el juez. Dice usté que este muchacho le debe por la comida en la fonda y que no le quiere pagar, y ahora quiere usté hacerme crer que todavía le ha prestao la capa. No, se­ñor; no, señor; ésa no pasa. ¡Vaya usté con Dios!

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

Los consejos de un padre

18. Cuento popular

Era un padre y tenía sólo un hijo, y al morir le dió tres consejos:
-Primero, criao gallego, no lo cojas; segundo, desa en mis montes, no la pongas; tercero, secreto a mujer, nunca.
Y murió el padre y el hijo decía:
-Hay que ver los consejos que me dió mi padre. ¿Pa qué me daría esos consejos?
Así pensaba y por fin dijo:
-Yo voy a poner una desa en mis tierras, que pa algo han de servirme.
Y fué y puso una desa en sus tierras. Y luego tuvo necesidá de un criao y lo buscó por todas partes sin poder encontrarlo. Y ya se le presentó un criao ga­llego y dijo:
-Éste es gallego mi padre me aconsejó que no cogiera criao gallego, pero como no encuentro otro, tengo de cogerlo. Y cogió al criao gallego en su casa.
Y a poco tiempo se casó. Y ya que llevaba un año de matrimonio, dijo:
-Voy a hacer una esperimentación en mi mujer. Voy a ver si puede guardar un secreto.
Y había un pobre limosnero en el pueblo y le llamó y le dijo:
-¿Quiere usté meterse en mi bodega por unos días? Chorizo y vino y pan allí no le faltarán. Y el limosnero dijo que estaba mu bien y se metió en la bodega.
Y fué entonces el hombre y llegó a su casa hacién­dose el triste, y salió su mujer a recibirle y le dijo:
-Oye, tú, ¿qué te pasa? ¿Por qué vienes tan triste?
Y ya le dijo él:
-Pues mira, que te lo voy a decir. ¿Sabes aquel mendigo? Pues venía pidiendo por ai cuando yo an­daba cazando, y le tiré un tiro sin saber quién era y le maté. ¡Por Dios, que me guardarás el secreto! No se lo vayas a decir a nadie.
Y ya le preguntó ella:
-¿Dónde está?
-Pues mira, que lo he enterrao allá en los casca­jos de nuestra tierra grande. ¡Por Dios, que no se los vayas decir a nadie! ¡Ay, si lo llega a saber la gente!
Y un día cuando se fué el hombre de la casa, llegó la peinadora a su casa y como vió a la mujer un poco triste, le dice:
-Pero, mujer, ¿qué te pasa? Y le contesta ella:
-Nada.
-Entonces, ¿por qué pones esa cara, mujer?
-No; que no me pasa nada.
-Sí; algo te pasa. Y yo, que soy tu mejor amiga, ¿cómo no me lo d:ces?
Y la mujer le dijo:
-¡Ay, hija mía, sí! No se lo vayas a decir a nadie. Mira, que sólo a ti te lo digo. ¿Te acuerdas del limos­nero aquel que pasaba por aquí pidiendo limosna? 
-Sí.
-Güeno, pues le ha matao mi marido y le ha ente­rrao en nuestra tierra grande, en la desa.
-¡Jesús! Pero, ¿y cómo ha hecho tu marido eso?
-Pues mira, que impensadamente le ha tirao un tiro y le ha matao. ¡Ay, que no se lo vayas a decir a nadie!
Y ya re fué la peinadora, y al llegar a casa de su vecina, le dice:
-Oye, tú, ¿sabes lo que ha pasao?
-¿Qué?
-Que el vecino ha matao a un pobre limosnero y le ha enterrao en la desa. Me lo ha dicho su mujer. Pero yo la prometí no decírselo a nadie. ¡Ay, que no se lo vayas a decir a nadie!
Y esta vecina fué otro día a casa de una vecina suya y le dice:
-¿Sabes lo que ocurre?
-¿Qué?
-Pues anda, que el vecino ha matao a un pobre limosnero y le ha enterrao en su desa.
-¡Jesús! ¿Cuándo ha pasao eso?
-Pues el otro día. Me lo ha dicho la peinadora, que la mujer se lo contó a ella. ¡Ay, que no se lo vayas a decir a nadie!
Y así una se lo decía a otra, hasta que lo llegó a saber todo el pueblo.
Cuando una mañana llegó la justicia a su casa:
-¡Tras! ¡Tras! ¿Está fulano en casa?
-Sí.
-Güeno, pues que salga.
Y llévanse al pobre hombre pa la cárcel. Y ya le llevaron al juez. Y le pregunta el juez:
-¿Conque usté ha matao al limosnero aquel y le ha enterrao en su desa?
Y él va y dice:
-Sí.
Y ai estaba su mujer y lloraba y le pedía perdón a su marido. Y él ya no decía nada por ver qué re­sultao daba.
Y ya dijo el juez que le hicieran un garrote pa matarle. Y hizon el garrote pa matarle, pero no venía el verdugo. Y ya que tardaba mucho el verdugo, llega el criao gallego del amo y dice:
-¿Por qué no matan a mi amo?
Y le dicen:
-Porque no ha llegao el verdugo.
Y va él y dice:
-Pues si no llega el verdugo, le mato yo.
Y ya vido el hombre que le habían salido verdá los tres consejos que le había dao su padre. Y ya le iban a dar garrotada, cuando dice el hombre:
-Señor juez, déjeme usté hablar tres palabras.
Y el juez le dijo que dijiera lo que quisiera. Y ya le dió al juez las llaves de su bodega pa que fueran a buscar al limosnero. Y allí lo hallaron mu contento y comiendo mu bien.
Y entonces el juez le dijo al hombre que esplicara por qué había hecho eso con su mujer. Y les contó el hombre los tres consejos que su padre le había dao. Y dijo:
-La desa ha servido pa que hicieran el patíbulo onde darme garrotada, el secreto pa que mi mujer me descubriera y el criao gallego pa querer matarme.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

Los cinco sordos

15. Cuento popular

Vivían en un pueblo cinco personas de una familia, el padre y la madre, un hijo y una hija y la agüela, y todos eran sordos. Y eran muy pobres y nunca tra­bajaban. Y ya hacía mucho que le debían al amo de la casa el alquiler y no se lo pagaban.
Y un día vino un nevazo y hacía mucho frío y le dieron al padre un plato y un real pa que fuera a comprar un cuarterón de carne. Y se fué el viejo con su plato y su real pa la plaza a comprar el cuarterón de carne, y en el camino se encontró con el amo de la casa. Y el amo le dijo:
-¡Buenos días, tío sordo! ¡Buenos días de Pascuas! Y el viejo, que nada oía, creyó que el amo le co­braba el alquiler de la casa y le dijo:
-¡Por Dios, señor, que ahora no trabajamos y no tenemos con qué pagarle!
-No, que no digo nada de eso -le contestó el amo de la casa.
Y el pobre viejo sordo le dijo otra vez:
-¡Por Dios, señor, que ahora no trabajamos y no tenemos con qué pagarle!
Y ya el amo se fué y no dijo más.
Conque se vuelve el viejo a casa y le contó a la hija lo que le había pasao:
-Que me he encontrao con el amo y me ha cobrao el alquiler de la casa y ya ni quise ir a la plaza a comprar la carne.
Y la hija va y le dice a su madre:
-Madre, que dice padre que no ha traído la carne porque estaba muy flaca.
Y la madre le dice a su hija:
-¿Que no ha ido a la Plaza por que cae mucha nieve? ¡Que vaya aunque caiga!
Y ya fué la hija corriendo a ver a su hermano y le dice:
-Oye, tú, que dice mi madre que me va a buscar un novio y yo le he dicho que me lo busque pronto porque yo ya no puedo estar sin casarme.
Y el hermano contestó:
-Güeno, si me has de hacer unos pantalones, hazlos anchos de braguera, que éstos están muy estrechos.
Y va corriendo el hermano y se encuentra con la agüela y le dice:
-Agüela, que dice mi hermana que me va a hacer unos pantalones y yo le he dicho que me los haga más anchos de braguera, que éstos están muy estre­chos y me se desgarran.
Y la agüela creyó que el muchacho le decía que su hija le iba a guisar gachas, y contestó:
-Güeno, güeno, pues dile a mi hija que si me las ha de guisar, que las guise blandas, que yo como soy vieja no puedo mascarlas. Y dile también que al re­volver la esquina lo hay tinto y a cuatro cuartos el cuartillo.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

Las tres preguntas .002

En el pueblo de Hérmedes había un cura que decía:
-Misa por la mañana y rosario por la tarde, y el cura de Hérmedes sin cuidao.
Cuando el pueblo vió que el cura no pensaba nada más que en su misa y su rosario, dió parte de esto al señor obispo.
Éste llamó al cura a palacio. Después de salu­darle, le preguntó el cura al obispo:
-¿A qué soy yo llamado aquí?
Y el obispo le respondió:
-Pues le acusa a ustez el pueblo, de que ustez no piensa en nada más que en su misa y rosario. Y ahora le voy a dar yo a ustez en qué pensar. Si en término de tres días no resuelve ustez el problema que le voy a plantear, le quito la licencia para que no vuelva ustez a ejercer.
-Ustez dirá -dijo el cura.
Y dijo entonces el obispo:
-Pues me tiene ustez que adivinar: primero, cuán­to pesa la tierra del mundo; segundo, cuánto vale mi persona; y tercero, qué pensamiento tengo yo.
Al oír esto, el cura se retiró para su casa muy angustiado a ver de qué medio podía responder a las preguntas del obispo.
Ya pasaban dos días de los tres que el obispo le había puesto, y estaba el cura triste y cabizbajo por­que no encontraba las respuestas. Por la noche fué el pastor a encerrar las ovejas del señor cura, y vien­do que estaba tan triste, le preguntó:
-¿Qué le pasa a ustez, señor cura? Parece que le encuentro algo preocupao.
-¿Qué adelanto con decírtelo a ti, si tú no me puedes sacar de apuros? -le contestó el señor cura.
-Pues dígame ustez lo que le pasa -dijo el pas­tor. A ver si le puedo ayudar.
-¡Que tú no entiendes de esto! ¿Qué adelanto con decírtelo?    
Y como insistiera el pastor en que se lo dijera, por fin el cura se lo dijo.
-Pues es el caso que el señor obispo me ha dicho que le tengo que adivinar tres cosas en término de tres días, y ya van dos con hoy.
-Bueno, bueno; pero dígame ustez qué cosas son las que tiene que adivinar -le dijo el pastor. Y el señor cura le dijo entonces:
-Pues me ha dicho que tengo que adivinar: cuán­to pesa la tierra del mundo; cuánto vale su persona, y qué pensamiento tiene él.
-¡Hombre! -dice el pastor, ¿y por eso se asus­ta ustez? Mañana se va ustez a arrear las ovejas y yo me pongo su ropa y yo iré a ver al obispo.
-Pero, hombre, ¿qué sabes tú de eso? -dijo el cura. ¿Dónde te vas a meter tú?
-Bueno, ;pues ustez déjeme a mí! -contestó el pastor. ¡Déjeme a mí!
Consintió el cura, y al otro día se vistió el pastor de cura y se marchó a palacio a estar con el obispo. Entró en el palacio y le dijo all obispo:
-Ya está aquí el cura de Hérmedes para respon­der a las preguntas que ustez me hizo.
-Bueno -dijo el obispo; a ver la primera. ¿Cuánto pesa la tierra del mundo?
Y el pastor contestó:
-Su Ilustrísima, si me quita ustez los cantos...
-Bien, hombre, bien -dijo el obispo. Está muy bien. Vamos ahora a la segunda. ¿Cuánto vale mi persona?
-Pues treinta duros dieron por Jesucristo -dijo el pastor; conque ustez, que es algo menos, le que­daremos en veintinueve.
-Bien, hombre, está bien -dijo el obispo. Va­mos ahora a la tercera pregunta. ¿Qué pensamiento es el que yo tengo ahora?
-Pues el pensamiento que tiene ustez es -dijo el pastor- que cree ustez que está hablando con el cura de Hérmedes y está hablando con su pastor.
-Hombre, está muy bien -dijo el obispo. Ya se puede ustez retirar.

2. Cuento popular

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España