Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 17 de octubre de 2012

El tragaldabas .059

Ésta era una agüela que vivía sola con sus tres nie­tas que tenía. Y las tenía haciendo media. Y pa que trabajaran aprisa, les dijo un día:
-Hoy cada una, cuando acabe la labor, puede irse a la bodega a comer pan y miel.
La menor de las tres acabó primero, y la agüela le dijo:
-Güeno, pues si has acabao, vete a la bodega a comer pan y miel.
Y se fué la menor muy contenta pa la bodega a comer su pan y miel. Y al entrar en la bodega, estaba allí el tragaldabas y la cantó:

-Pequeña, por pequeña,
no vengas acá,
que soy el tragaldabas
y te voy a tragar.

Pero la niña no hizo caso y entró en la bodega. Y allí estaba el tragaldabas esperándola y se la tragó viva.
Y la agüela dijo:
-¡Cómo tarda la pequeña! Estará comiendo mucho pan y mucha miel.
Y ya dijo la hermanita mediana:
-Agüela, ya yo he acabao también.
Y la agüela la dijo:
-Güeno, pues si has acabao, vete a la bodega con tu hermana a comer pan y miel.
Y al entrar en la bodega, cantó el tragaldabas:

-Mediana, por mediana,
no vengas acá,
que soy el tragaldabas
y te voy a tragar.

Pero tampoco la mediana hizo caso y entró en la bodega, y el tragaldabas se la tragó viva también.
Acabó también su labor la hermana mayor y dijo:
-Agüela, ya he acabao yo mi labor también.
Y la agüela la dijo:
-Güeno, pues si has acabao, puedes ir tú también a comer pan y miel.
Y se fué la hermana mayor pa la bodega. Y al en­trar en la bodega, cantó el tragaldabas:
-Mayor, por mayor,
no vengas acá,
que soy el tragaldabas
y te voy a tragar.

Pero la hermana mayor no hizo caso tampoco y entró en la bodega, y el tragaldabas se la tragó viva como a las otras dos.
Cuando ya tardaba mucho, dijo la agüela:
-Pero, ¿por qué tardarán tanto mis nietecitas? Voy a ver qué les ha pasao.
Y se marchó pa la bodega pa ver qué hacían. Y al entrar en la bodega, cantó el tragaldabas:

-Agüela, por agüela,
no vengas acá,
que soy el tragaldabas
y te voy a tragar.

Y la agüela, que ya sabía quién era el tragaldabas, tuvo miedo y no entró. Se fué a su casa y se puso a llorar a la puerta. Y pasó por allí un carretero y la dijo:
-Agüela, ¿por qué llora?
Y ella le contestó:
-¡Ay, señor! Que en la bodega está el tragaldabas y se ha tragao a mis tres nietecitas.
Y el carretero la dijo:
-Pues no se apure usté, agüela, que ya verá usté como se las traigo a las tres a su casa.
Entonces se fué a la bodega a buscar a las tres hermanas. Y el tragaldabas cantó:

-Carretero, por carretero,
no vengas acá,
que soy el tragaldabas
y te voy a tragar.

Y el carretero no hizo caso y entró en la bodega. Y al entrar, lo cogió el tragaldabas y se lo tragó vivo.
Y entonces más lloraba la agüela. Y pasó por ai una avispa y la preguntó:
-Agüela, ¿qué tiene usté, que llora tanto?
Y ya la agüela la contó a la avispa lo que le había pasao. Y la avispa la dijo:
-No se apure usté, que verá qué presto vienen a casa todos.
Y se fué la avispa a la bodega a buscar a las tres hermanas y al carretero. Y al entrar en la bodega, cantó el tragaldabas:

-Avispa, por avispa,
no vengas acá,
que soy el tragaldabas
y te voy a tragar.

Pero la avispa no le hizo caso. Entró volando, y antes de que el tragaldabas lo supiera, ya le estaba dando piquetes en el c. Y tanto le estuvo picando en el c, que por fin lo abrió tanto, que por ai salieron las tres hermanas y el carretero. Y todos se fueron a casa muy contentos.
Y la avispa no salía de la bodega, y la agüela decía:
-Pero, ¿por qué no sale la avispa de la bodega?
Y ya vieron que salía de la bodega el tragaldabas y la avispa todavía iba picándole en el c. Y cuando ya el tragaldabas iba muy lejos, se volvió la avispa a la casa de la agüela. Y el tragaldabas ya no volvió a la casa.

59. Cuento popular

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

El tonto lagañoso

46. Cuento popular

Éste era un padre que tenía tres hijos. Y un día el mayor le dijo a su padre:
-Yo me voy ocho días por el mundo.
Y se fué. A los ocho días, volvió y le dijo a su padre:
-He vuelto de mi viaje, y cada vez que me meto la mano en el bolso, saco diez duros.
Y entonces dijo el otro hermano:
-Pues ahora yo también me voy, papá.
Y se fué y volvió de la misma manera, diciendo que cada vez que se metía la mano en el bolsillo, se sacaba diez duros.
Y el menor era tonto, feo y lagañoso. Pero él tam­bién dijo que se quería marchar por ocho días. Y cuando volvió el menor de su viaje, el padre le pre­guntó:
-Y tú, ¿qué sacas?
Y él respondió:
-Yo, nada.
Entonces los otros dos hermanos dijeron que ellos querían ir a pedir la hija del rey en casamiento. Y el padre lo consintió. Y dijo entonces el tonto laga­ñoso, magañoso que él también iba. Y se marcharon los dos hermanos solos.
Se encontraban ya cansados un día en su camino.
Y sacaban diez duros cada vez que se metían la mano en el bolso, pero no encontraban qué comer en nin­guna parte. En eso llegó el tonto lagañoso, magañoso y les dijo:
-¿Qué hacéis aquí?
Y ellos le dijeron:
-Pues mira, que tenemos dinero, pero no tene­mos comida que comprar.
Y entonces el tonto dijo:
-¿Queréis comer?
Y sacó un mantel y dijo:
-Mantel, ponme aquí de los mejores manjares del mundo.
Y se apareció una mesa con los mejores manjares del mundo. Y entonces dijeron los dos hermanos:
-Pues antes íbamos bien, pero ahora vamos mejor.
Con eso los dos hermanos se fueron otra vez solos, dejando al tonto solo allí.
Llegaron los dos hermanos al palacio y le dijeron al rey que venían a pedir la mano de la hija, y el rey les dijo que pasaran. Luego llegó el tonto laga­ñoso, magañoso y le dijo el rey:
-Y usté, ¿a qué viene?
Y el tonto respondió:
-A lo que vienen los demás.
Y el rey le dijo que entrara y entró. Y en cuanto entró en el cuarto, empezó a decir que si querían comer. Eso lo repitió tres veces y sacó el mantel y dijo:
-Mantel, ponme aquí de los mejores manjares del mundo.
Y de pronto se apareció una mesa con los mejo­res manjares del mundo.
En ese entremedio se asomó la criada por el agu­jero de la llave de la puerta y vió que el rey entraba y veía toda la mesa que había puesto el tonto. Y el rey preguntó:
-¿Quién ha hecho todo esto?
Y el tonto respondió:
-Yo, yo.
Y entonces el rey se llevó el mantel.
Entonces el tonto les dijo a los hermanos y a todos los que estaban en el cuarto, si querían salir del cuarto. Lo repitió tres veces. Y sacó un sombrero y dijo:
-¡Sombrero, cañonazos!
Y todas las puertas del palacio y del cuarto se abrie­ron y todos se salieron, y él se quedó solo. Volvió el rey y le dijo que si quien había hecho eso. Y él respondió:
-Yo, yo.
Y entonces cogió el rey el sombrero. Y entonces el tonto se marchó solo.
En el camino, cuando le dió hambre, se subió a una higuera a comer higos, y bajó de la higuera lleno de cuernos, y dijo:
-¡Vaya! ¡Antes tonto, lagañoso y magañoso, y aho­ra lleno de cuernos. ¡Vaya!
Y fué abajo y se subió a otra higuera. Y cada higo que se comía, se le quitaba un cuerno. Y comió hasta que se le quitaron todos los cuernos. Y viéndose ya sin cuernos, fué y pidió un cesto y lo llenó de higos de los que salían cuernos, y se fué para el palacio, gritando:
-¡A los higucos del tiempo! ¡A los higucos del tiempo!
Entonces le dijo la criada al amo, el rey:
-¡Amo, a los higucos del tiempo!
Y el rey le dijo que los comprara. Y compraron. Y la criada, al subir las escaleras se comió uno, y le salió un cuerno. Y luego los comieron todos: el rey, la reina, la hija y todos. Y todos se llenaron de cuernos.
Entonces fué el tonto lagañoso, magañoso y se vistió de médico y salió diciendo que era un médico afamado. Y salió entonces el rey y le preguntó si era verdad que era médico, y él respondió que sí, que era médico afamado. Y entonces le dijo el rey:
-Mire usté qué broza nos ha salido. Mire usté qué cuernos nos han salido a todos.
Y el tonto dijo:
Si me deja casarme con su hija, yo me comprometo a quitarles a todos los cuernos. Pero primero se los quito a la hija y me caso con ella, y después se los quito a los demás.
El rey dijo que estaba bien. Y el tonto le dió a la hija del rey que comer un higo de los que quitaban cuernos por cada cuerno que le había salido, y se le quitaron los cuernos en seguida. Y se casó con ella y después les quitó los cuernos a los demás.
Entonces le dijo el tonto al rey:
-Yo soy el que vino al palacio y a quien usté le preguntó que a qué venía, y yo soy el que le dije que a lo que venían los demás. Y yo soy el que le dijo al mantel que me trajera los mejores manjares del mundo, y me los trajo. Y yo soy el que le dijo al sombrero que abriera todas las puertas del palacio, y se abrieron todas, y ese sombrero lo tiene usté. Y yo soy el que les puso cuernos a todos ustedes y le dije después que se los quitaría a su hija si me casaba con ella. Y yo soy el que se los quité a ella y me casé con ella, y después les he quitao los cuernos a todos ustedes. Y ahora con el permiso de la hija, me dará usté el mantel y el sombrero. Y dígame usté si ha estao bien.
Y el rey le contestó que ya no se podía deshacer. Y entonces le dijo el tonto que adiós, que ya se iba a casa con su princesa.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

El sapo y la sapa

66. Cuento popular

Una vez iban el sapo y la sapa por un sendero y llovía mucho. Y llegaron a un arroyo onde bajaba mucha agua, y escomenzaron a pasar.
La sapa, como es más lista y pesa menos, pasó pri­mero y se sentó en un canto al otro lao del arroyo. Pero el sapo, que caminaba muy despacio, lo cogió una corriente muy fuerte y ya se lo llevaba.
Y cuando ya se lo llevaba la corriente decía:
-;Ay, que me ahogo! ¡Ay, que me ahogo! ¡Adiós, sapa! ¡Que me lleva! ¡Adiós, sapa! ¡Que me lleva!
Y la sapa, desde el canto, le gritaba:
-¡Adiós, sapo! ¡Adiós, buen mozo, pantorrolludo y jugador de pelota!
Y entonces el sapo, con los cariños que le decía la sapa, cobró fuerzas y dió un salto y cayó al otro lao del arroyo, al ladito de la sapa, y le dijo:
-¡Y buen tirador de barras en Toledo!

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

El sapo .067

Éste era un sapo que quería subir una escalera, y se tardó siete años. Y cuando ya iba al último tran­co, se cayó de golpazo y dijo:
-¡Caramba! ¡Lo que son las prisas!
Y por eso, cuando una persona se tarda mucho tiempo pa hacer una cosa y luego sale mal, dice la gente: «Te ha pasao lo del sapo. Después de los siete años, las prisas».

67. Cuento popular

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

El rico avariento

28. Cuento popular

Éste era un rico avariento que cuanto más dinero tenía más quería tener. Y todos los días le mandaba su alma al diablo con tal de que le diera mucho dinero.
Y cuando ya estaba viejo, que ya estaba pa morir, llegó un día un pobre a su puerta a pedirle una fanega de trigo. Y el rico avariento le dijo­:
-Si me cumples la promesa de velar por tres no­ches mi cadáver cuando maera, te doy diez fanegas en vez de una.
Y el pobre se lo prometió y le entregó las diez fa­negas de trigo. Y se fué el pobre a su casa y les dió pan a sus hijos, y al rico Dios le perdonó.
Poco después, murió el rico avariento y el pobre no olvidó su promesa y fué a velar por tres noches el cadáver. Las primeras dos noches no pasó nada. Toda la noche estuvo rezando por el alma del muerto y por la madrugada, cuando amanecía, se iba a su casa en paz. Pero la tercera noche, cuando estaba rezando el rosario a la media noche, llegó un soldao por encima de una tapia, que era Dios que venía a ayudarle al pobre a velar al muerto. Y el soldao le dijo al pobre:
-¿Qué haces aquí?
Y el pobre le contestó:
-Mire usté, señor, que estoy velando a este muerto porque me dió una limosna pa mi familia y prometí velar el cadáver por tres noches cuando muriera.
Y el soldao le dijo:
-Bueno, pues velaremos juntos.
Y a poco llegó el diablo y dice:
-¡Venga el muerto, que me pertenece!
Y el soldao le contesta:
-No te lo entregamos.
Y dice otra vez el diablo:
-¡Venga el muerto, que me pertenece! Me tiene su alma vendida.
Y le dice entonces el soldao:
-Te lo entregamos si nos llenas esta bota de dinero.
Y dice el diablo:
-Bueno; espérenme, que voy a por dinero.
Y se marchó el diablo a por dinero. Y en ese medio tiempo el soldao le quitó el piso a la bota y la colgó a un árbol tocando a un barranco.
Y ya volvió el diablo con dos sacos llenos de dinero y empezó a echar en la bota; pero como todo caía en el barranco, la bota no se llenaba nunca.
Y dijo entonces el diablo:
-Voy a por más.
Y se marchó y volvió después con un carretillo lleno y todo lo echó en la bota, pero todavía no se llenaba. Y volvió a por otro y a por otro, pero nunca se llenaba la bota. Y así estuvo toda la noche, hasta que ya amaneció y tuvo que irse huyendo.
Y el rico avariento se salvó por la limosna que hizo.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

El príncipe español

43. Cuento popular

Éste era un príncipe que le dijo un día a su padre, el rey, que iba a marcharse a buscar fortuna. Y el padre le dice que sí, y le dice que descoja de la cuadra el caballo más bonito y que más le guste.
Y va el príncipe a la cuadra a descoger un caballo y ve uno muy flaco y dice:
-Pero ¿para qué tendrá mi padre este caballo tan flaco y tan viejo?
Y entonces oye una voz que le dice:
-Príncipe Español, cuando mañana te vayas, no descojas a otro caballo sino a mí.
Y al día siguiente, descogió al caballo flaco, y éste es el que se marcha camino alante.
Y andando, andando, ya llega a una pradera y allí le dice el caballo:
-Príncipe Español, apéate y quítame la silla y suél­tame.
Y así lo hizo el príncipe y al momento se volvió el caballo un caballo hermoso y gordo que no había otro como él. Y entonces el príncipe le echó la mon­tura y se fué camino alante.
Y a poco de caminar, se encontró una manzana de oro y el caballo le dijo:
-No la cojas, que te va mal.
Pero él no le hizo caso y la cogió. Y poco más alan­te, se encontró una herradura de oro y otra vez le dijo el caballo:
-No la cojas, que te va mal.
Pero no hizo caso y la cogió. Y metió la manzana de oro y la herradura de oro en las alforjas y siguió su camino. Y más alante se encontró un retrato que era la Belleza del Mundo. Y el caballo le dijo:
-No lo cojas, que te va mal.
Pero no hizo caso y lo cogió.
Y caminando más alante, se encontró una hirmiga que se estaba ahogando en un charco de agua. Y el caballo le dijo que la sacara, y la sacó y le dió una miga de pan. Y más alante, se encontró una águila que estaba enredada en unas zarzas, y el caballo le dijo que la librara y la libró. Y sigue caminando y se encuentra una ballena a la orilla del mar que no podía nadar. Y el caballo le dice que la rempuje y la eche al mar. Y así lo hizo.
Y ya sigue andando, andando, hasta que al fin llega a un castillo, y allí salieron a recibirle varios caba­lleros y le dicen:
-Ya hace mucho tiempo que te esperamos, Prín­cipe Español.
Y allí en ese castillo se estuvo tres días. Y le di­jeron que estudiara y le dieron pa ler un libro que contenía el árbol de las manzanas de oro, ell caballo de la herradura de oro y que tenía sólo tres herra­duras y le faltaba una, y decía allí también del re­trato que era la Belleza del Mundo. Y sacó él los tres retratos del libro y fué y los puso en la mesa. Y en­tonces sale el amo del castillo y le dice:
-Me tienes que traer ahora el árbol de las man­zanas de oro, el caballo que le falta una herradura y la Belleza del Mundo, o si no, te quito la vida. Pri­mero me traes el árbol de las manzanas de oro.
Güeno, pues va entonces el príncipe a la cuadra ande estaba su caballo y le dijo lo que pasaba. Y el caballo le dice:
-Mañana pides una cuerda de veinte varas de larga. y unas cuantas aves y unos ocho días de término.
Güeno, pues vamos a que le dieron todo, y se pone en marcha en busca del árbol de las manzanas de oro. Y a los dos días, se encontró un jardín muy hermoso y ell caballo le dijo:
-Príncipe Español, allá está el árbol de las man­zanas de oro. A las doce campanadas se abren las puertas de par en par. Vas con tu cuerda y entras y saldrán diez leones. Y cuando los veas venir, les tiras las aves, y mientras se comen las aves, enredas el árbol. con la cuerda y lo sacas. Y si da la última cam­panada de las doce antes de que salgas, te quedas y ya no vuelves.
Y hizo asín el príncipe y salió antes de la última campanada. Y el árbol siguió delante del caballo y llegaron al castillo. Y a los ocho días, ya criaba man­zanas de oro. Y el amo del castillo le dijo:
-Güeno, pues ahora me traes el caballo de las herraduras de oro.
Conque entonces se fué otra vez a la cuadra a decirle a su caballo lo que le pasaba, y el caballo le dijo:
-Mañana pides otra cuerda de veinte varas de larga.
Y le dieron la cuerda y salió en su caballo en busca del caballo de las tres herraduras de oro. Y ya lle­garon ande había un corral muy grande, ande andaba un caballo brincando y tirando patadas. Y le dijo el caballo entonces al príncipe:
-Entra con la cuerda y lo coges, y te sales con él antes de que dé la última de las doce campanadas.
Y entró aquél y salió con el caballo antes de que diera la última campanada. Y se lo llevaron al amo del castillo y vieron que tenía solamente tres herra­duras de oro, y sacó el príncipe la otra y se la pu­sieron. Y el amo le dijo entonces:
-Ahora me tienes que traer la Belleza del Mundo.
Fué otra vez el príncipe ande estaba su caballo a decirle lo que le pasaba y lo que tenía que hacer tavia. Y el caballo le dijo:
-Ahora pides una cuerda como antes, y dulces.
Y salió a buscar la Belleza del Mundo. Y en medio del camino se paró el caballo y le dijo:
-Príncipe Español, ¿ves aquella piedra de már­mol? Ai, en con tal que yo llegue, me convierto en lo mismo. Y tú sigues y encontrarás más allá un cas­tillo. Y a la primera campanada de una campana, se abren las puertas del castillo y saldrán varias seño­ritas que te querrán abrazar. Pero tú no te dejes, porque si te dejas abrazar, será tu perdición. Les tiras los dulces y entras por la Belleza del Mundo, y sales con ella antes de que dé la última campanada.
Y el príncipe fué a la puerta del castillo y dió la primera campanada y se abrió la puerta y salieron las señoritas, y les tiró los dulces y entró en busca de la Belleza del Mundo. Pero dieron las doce cam­panadas antes de que saliera, y entonces la Belleza del Mundo le dijo:
-Ahora, escóndete, y si a las tres veces que yo te llame, adivino onde estás, tu vida es mía, y si no adivino, soy tuya y me voy contigo.
Y dijo el principe:
-¡Dios mío! ¿Dónde me esconderé?
Y se acordó de la ballena y dijo:
-Si la ballena me pudiera salvar.
No acabó de decir eso, cuando ya estaba al fondo del mar. Y cogió ella el libro y comenzó a ler:
-En la tierra no está, en el aire no está, en la mar sí. Ballena, tráemele aquí.
Y la ballena se lo trajo a la Belleza del Mundo. Y dijo entonces la Belleza del Mundo:
-Ya tienes una perdida. Ahora escóndete otra vez.
Y dijo el príncipe:
-Si el águila me ayudara.
Y al momento el águila le cogió y se remontó con él en el aire. Y cogió ella el libro y comenzó a ler:
-En la tierra no está, en la mar no está, en el aire sí. Águila, tráemele aquí.
Y el águila se lo trajo a la Belleza del Mundo. Y le dijo entonces la Belleza del Mundo:
-Ya van dos perdidas. Si en ésta no te salvas, te quito la vida.
Conque ya el príncipe ya no sabía qué hacer, pero se acordó de la hormiga y dijo:
-Si la hormiga me ayudara.
Y se le presentó al momento la hormiga y le dijo:
-Ahora te conviertes en una hormiga y te metes en su pecho.
Y asín lo hizo. Y va ella y coge todos sus libros y empieza a ler, pero no puede adivinar onde está. Y empieza a tirar todos los libros y a patalear. Pero el príncipe no salía. Y ya al fin, ella le dijo:
-Sal, que ya he perdido y tuya soy.
Y ya salió él y le dijo que estaba escondido en su pecho. Y se fué ella con él y juntos fueron ande es­taba el caballo esperándolos. Y ya se marcharon pal castillo. Y cuando llegaron, le dijo el amo del castillo:
-Güeno; ya has traído todo. Ahora si me vences, eres amo de todo y te puedes casar con la Belleza del Mundo. Tres veces tienes que tirarte en una caldera de aceite hirviendo, y si sales bien, me vences y te casas y es tuyo este castillo.
Y entonces bajó el príncípe a la cuadra a ver a su caballo y le dijo lo que quería el amo que hiciera pa quedar libre y poder casarse con la Belleza del Mun­do. Y el caballo le dijo:
-Güeno, pues pide un barreño y un cuchillo y un azadón. Y vienes y haces un hoyo y me matas y me entierras en el hoyo sin perder una gota de sangre. Y con mi sangre te bañas y después te tiras en el acei­te hirviendo.
Y el príncipe primero no quería matar al caballo, pero el caballo le rogó que lo hiciera, y asín lo hizo el príncipe. Y fué y se tiró en la caldera de aceite hir­viendo, y si guapo era antes, más guapo salió de la caldera de aceite.
Y el amo del castillo fue entonces ande estaba el príncipe y le dijo:
-A ver cómo te has apañao tú pa salir bien de la caldera de aceite hirviendo.
Y el príncipe le dijo cómo lo había arreglao. Y en­tonces va el amo y manda sacar al caballo más gordo que tiene y lo mata y se baña en su sangre. Y fué entonces y se tiró en la caldera de aceite hirviendo y quedó hecho carbón.
Y se quedó entonces el Príncipe Español de amo del castillo y todo, y se casó con la Belleza del Mundo.
Y resultó que la ballena era una tía del príncipe, el águila una hermana y el caballo un tío.

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España

El pájaro que canta el bien y el mal .042

Ésta era una villa donde vivían tres jóvenes güer­fanas, y la más pequeña era muy guapa y muy buena. Y las otras dos mayores eran envidiosas y malas. Ha­bía en el pueblo un joven muy bueno que llevaba la carrera de militar, y llegó a ser capitán. Y este joven se enamoró de la hermana más joven y se ca­saron. Las otras dos hermanas se pusieron coléricas, sin dar a conocer a su hermana el rencor que le habían cogido.
Sucedió que sólo un año vivieron felices los recién casados. Estalló una guerra muy grande y el joven, como capitán que era, tuvo que marcharse al frente de las tropas. A la esposa la dejó en cinta y encargó mucho a las hermanas que la cuidasen muy bien y que tuviesen con ella mucho esmero. Y les dijo que cuando su esposa diese a luz, que se lo comunicasen en seguida.
Y llegó la hora de dar a luz y trajo al mundo un niño y una niña, dos melgos. Las hermanas, tan pron­to como la hermana dió a luz y se repuso un poco, la emparedaron, y a los niños les cogieron un ama para que los criase. Les tuvieron en su compañía has­ta la edad de siete años, escribiéndole siempre al pa­dre que estaban muy bien, lo mismo la madre que los niños, que se criaban muy hermosos.
Sucedió que la guerra duró muchos años. Las her­manas, queriendo ya desembarazarse de los chicos, porque querían cuando vienese el cuñao, que se ca­saría con una de ellas, les echaron de casa. Los niños se fueron mendigando hasta llegar a un puerto de mar. Allí se encontraron con una señora extranjera, y de que los vió tan guapos, les dijo si querían irse con ella. Como no tenían hijos el matrimonio ése, pues nada más llegar a su país, a América, les doztó por hijos. Allí estuvieron hasta que tuvieron dieciocho años. Y al morir los señores, les dejaron el inmensa capital que tenían:
Entonces los niños trataron de volverse a España, y por fin fueron a vivir a la misma aldea donde ha­bían nacido, sin pensar ni en parientes, ni en padres, porque como les habían dicho sus tías que no tenían ni padre ni madre, pues vivían los dos muy tranqui­los. Se construyeron un hermoso palacio en frente de la casa de sus tías, tomando al poco tiempo relaciones con sus mismas tías, sin ellas saber que eran sus sobrinos.
Pero había una vieja que la tenían por hechicera, y ella también tomó mucha amistaz con los chicos. Hablando con ella, los niños le dijeron cómo se lla­maban. Y un día, al irse a bañar en el jardín, conoció la hechicera a la chica por un lunar que había na­cido la chica con él en el pecho.
Se asustó la bruja y fué corriendo a decir a las tías que aquellos jóvenes iban a ser sus sobrinos. Las tías se sobresaltaron y empezaron a ponerse intranquilas, porque a su cuñao, o sea el padre de los niños, no le faltaba mas que medio año para venir a casa. En­tonces le dijeron a la bruja:
-¡Ay, a ver, tía fulana! ¡Ay, por Dios, a ver cómo ustez hace que desa-parezcanl Porque si viene su pa­dre y se entera de lo que hemos hecho, nos manda quemar.
-Sí, hijas mías, sí -dice la bruja. No tengáis miedo, que de eso ya me encargaré yo.
Se fué para el palacio donde estaban los niños y los encontró muy alegres, pensando en las cosas que tendrían que hacer en el palacio. La vieja les dice:
-¡Miraz! ¡Qué palacio más hermoso liéis hecho! ¡Qué jardín más precioso! ¡Qué alberque tan bonito! Aquí no nos hace falta nada más que tres cosas: el pájaro que canta el bien y el mal; un ramo de flores de la Huerta de Irás y no Volverás; y un par de peces de colores, que con dos peces de colores se poblará, la alberca. Y lo mismo el jardín con el ramo de flores.
El hermano se puso muy contento al oír contar aquello a la bruja, que la tenía por una mujer muy buena, y le dijo a su hermana:
-Hermana, yo me voy a la Huerta de Irás y no Volverás por el ramo de flores.
-¿Ay, por Dios, no te vayas, que está muy lejísi­mos! A lo mejor te matan y no te vuelvo a ver; y entonces, ¿qué va a ser de mí? ¿Qué voy a hacer yo tan sola en el mundo?
-No te apures, hermana -contestó el hermano. Yo no tengo miedo a nadie. Y, además, si me ocurriese algo, te voy a dejar una botella llena de agua de la alberca. La miras continuamente, y si ves que el agua está clara, no temas por mí, que no me pasa nada. Si ves que el agua se revuelve, entonces ten paciencia y no te desesperes; pero yo no volveré a verte.
Y se puso en camino el muchacho. Y después de andar muchas leguas, muchas, muchas, se encontró con un anciano con una barbas tan largas que le daban en la cintura, y le dice:
-Hermoso joven, ¿dónde vas? ¿Quién te quiere tan mal que por estos caminos te manda?
-Mire ustez, señor, me voy a la Huerta de Irás y no Volverás por un ramo de flores para poblar un jardín que tengo, que con ese ramo me han dicho que tendré flores de todas las que haya en el mundo.
-Muchos peligros corres, pobre muchacho. Pero mira; yo soy­ Nuestro Señor, que velo por ti y por tu hermana. Mira; anda listo. A las dos se abren las puertas, y a las tres se cierran. Si no sales, allá te quedas para siempre. No andes escogiendo árboles. No hagas nada más que entrar, y del primero que veas coges un ramito y te vuelves sa casa. No te en­tretengas, que las puertas, si se cierran, no se vuelven a abrir. Todos los seres que han entrao aquí, ahí les tienes todos hechos árboles, peces y pájaros.
Entró el muchacho, seguido por los consejos del anciano, cogió una ramita de un árbol, y se salió co­rriendo. Volvía ya muy alegre a casa con el ramo de flores en la mano. Su hermana de día y de noche no se desprendía de la botella de agua, que permane­cía siempre cristalina. Al cabo de un mes, llegó el hermano a casa, teniendo los dos una alegría inmensa.
La bruja, de que lo supo que había vuelto el mu­chacho, fué corriendo a verles y les dijó:
-Véis, véis, si yo sos quiero mucho. Sos he de hacer entavía más felices de lo que sois.
Bajaron al jardín acompañaos de la hechicera, y les dice:
-Plantaz el ramo donde vosotros queráis, que aun­que le plantéis encima de una peña, el árbol lo mis­mo ha de crecer.
Los niños, que creían en ella como en su madre, pusieron el ramito de flores encima de una peña, como la hechicera les había dicho. Azto continuo se formó un bosque de todos los árboles que pudiera haber en el mejor jardín del, mundo, de todos los colores, y rosas de todas clases. La hechicera enton­ces les dice:
-¡Lo véis! ¡Lo véis cuánto sos quiero! ¡Cuánto! No tenéis que conformaros con este ramo de flores. Ahora tenéis que ir por los peces de colores.
-Hermana, yo me voy por los peces de colores -dijo el muchacho.
-¡No, hermano, no! -dice la muchacha. No quiero más que te separes de mí. Yo ya soy contenta con el jardín que tenemos y no nos hace falta más.
-¡Qué miedosa eres, chica! -la dice el herma­no. Yo me voy. Ya te dejaré la botella de agua para que veas si me pasa alguna desgracia.
Y se despidió de la hechicera y de su hermana. La hermana se quedó muy triste, mientras que la hechicera se fué a contárselo todo a las tías de los chicos.
-¡Ay, por Dios, tía fulana, mire ustez! -dicen las tías. ¡Sólo dos meses le faltan al cuñao para venir! ¡Ay, si se llega a enterar, qué será de nosotras!
-No tengáis miedo, bobinas -dice la bruja, que si de la segunda vuelve, de la última yo os prometo que no ha de volver.
El muchacho seguía su camino, y después de andar muchas leguas, como en el viaje anterior, se encon­tró en el mismo sitio con el anciano. Y le dice:
-¿Dónde vas, pobre joven? ¿Quién te quiere tan mal que por estos caminos te manda?
-Voy a la Huerta de Irás y no Volverás por un par de peces de colores para poblar un estanque que tengo.
-Mira -le dice el anciano, yo velo por ti. A las dos se abren las puertas, y a las tres se cierran. Si no sales, allá te quedas. Tantos peces como veas, son jóvenes que no creyendo mis consejos se han quedado allí en castigo de su desobediencia.
El muchacho dió las gracias al anciano y siguió su camino. Llegó a la huerta y se abrieron las puer­tas. Y a la misma puerta, nada más abrir, había un hermoso estanque con peces de todos los colores. Se agachó y cogió dos peces y salió corriendo. Se tomó inmediatamente el camino de su casa, y al cabo de un mes de jornada, llegó a la villa.
Su hermana estaba muy contenta porque la bote­lla con el agua había permanecido siempre como un cristal de clara. La bruja, que no dejaba a la hermana en ninguna hora del día, se salió con ella al balcón a ver si veía venir a su hermano.
Ya le vieron venir y su hermana se volvía loca de alegría, mientras la tía bruja estaba echando mal­diciones por lo bajo. Y las tías de los chicos, como tenían tanto miedo de que el chico volviese, también estaban al balcón esperando a ver si iba la vieja a darles la noticia de que el muchacho no había vuelto. Pero, ¡qué sorpresa tan grande cuando, al mirar para el balcón del palacio que daba frente por frente del suyo, vieron a los tres: a la tía hechicera con los dos hermanos!
-¡Ay, Dios mío -decían las tías, esa tía bruja nos está engañando! ¡Ya se ha hecho amiga de ellos! ¡La habrán dao mucho dinero y nos ha vendido!
No ocurría así. La hechicera se dirigió a la casa de ellas, y de que las vió tan furiosas, las dijo:
-No temáis, muchachas, no temáis, que de éste y de la hermana yo me encargo.
-¡Ay, por Dios, tía fulana! ¡Ay, por Dios! Ayer recibimos carta de nuestro cuñao, y dice quee para primeros del mes viene. Si no podemos que desapa­rezcan de una manera, tienen que desaparecer de otra.
-No tengáis miedo, hijas mías, no tengáis miedo -dice la hechicera, que yo sos aseguro que de otro viaje no vuelve.
-¡Ay, cuánto se lo agradeceremos, tía fulana! ¡Por Dios! La tendremos siempre con nosotros. No le fal­tará nada.
Y volvióse la tía bruja a engañar a les ignorantes de los chicos.
-Miraz -les dice. ¿No sabéis que esas señoras de en frente, que están siempre al balcón, están locas, locas por haceros una visita?
-Bueno, bueno. Que vengan cuando quieran -dice la chica.
-No, no, no, tan pronto no, hija mía -dice la hechicera. Tan pronto que no vengan. Hasta que no tengáis el jardín completo, no debéis admitir vi­sitas.
-Tiene razón la vieja -dice el hermano.
-Sí, hijo, sí, tengo razón; porque ya no sos falta nada más que el pájaro que canta el bien y el mal.
-Déjeme, déjeme de pájaros, hermano, que ya te­nemos bastante -contesta la hermana. No sea que por el pájaro, te vayas y no vuelvas.
-No, hermana; no tengas miedo. Además, que te voy a decir que siempre que voy, me encuentro con un anciano que le llegan las barbas hasta la cintura, y él me pone al corriente de lo que pasa en la huerta. Y me ha dicho que es Nuestro Señor Jesucristo.
-¡Ay, hermano, por Dios, que yo parece que voy desconfiando de esa vieja! -dice la hermana.
-No, no; no seas sospechosa, mujer -contesta el hermano. ¿No ves que es una infeliz? No tengas miedo. Te dejaré la botella de agua, como las otras dos veces, y yo me voy.
Se despidió de su hermana y se marchó. Des­pués de haber andado muchísimas leguas, se en­contró en el mismo sitio con el anciano de las barbas hasta la cintura, y le dice, como las veces anteriores:
-¿Dónde vas, pobre joven? ¿Quién te quiere tan mal que por estos caminos te manda?
-Me voy a la Huerta de Irás y no Volverás por un pájaro que nos canta el bien y el mal.
-Mira -le dice el anciano, a las dos se abren las puertas, y a las tres se cierran. Si no sales, allá te que­das. Entras y coges cualquier pájaro que veas, al pri­mero que puedas echar mano, y te sales corriendo.
Llegó el muchacho a la huerta. Las puertas se abrieron como siempre y entró. Pero, ¡oh milagro!, que al entrar el chico, se formó un concierto de pá­jaros que le dejaron embelesao. Tantos había, tan preciosos eran y tan bien cantaban, que el chico no sabía cuál escoger. Cogió uno y echó a correr. Pero se le habia pasao la hora, y al llegar a las puertas, ya se habían cerrao, y allí se quedó hecho un tronco, un árbol.
La hermana, que vió que el agua de la botella se había revuelto, empezó a gritar:
-¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío, tía fulana! ¡Ay, Dios mío, que mi hermano ya no vuelve!
La tía bruja, que siempre estaba escuchando, subió corriendo y le dice:
-No llores, bobina; no llores. No te fíes de patra­ñas, que esa botella es un cuento. Deja la botella y márchate a buscar a tu hermano. De seguro que le encontrarás en el camino, con el pájaro en la mano, y verás, verás, qué contento viene.
La hermana se marchó a buscar a su hermano, y mientras tanto, la tía bruja se fué donde estaban las tías de los chicos y les dice:
-¿No sos lo había dicho yo? Él ya quedó allá, y a ella tampoco la volveremos a ver.
-Ay, por Dios, tía fulana! ¡Ay, por Dios! Si lle­garían a volver, nuestra perdición es segura. Mañana mismo llega nuestro cuñao. Ha terminao la guerra y se viene él a casa. ¡Ay, si se llega a enterar!
-No tengáis miedo, no, que ya no vuelven -les dice la hechicera.
La pobre hermana seguía su camino, loca y llo­rando amarga-mente. Después de haber recorrido mu­chas leguas, se encontró en el mismo sitio con el anciano que encontraba siempre su hermano. Y le dijo lo mismo:
-¿Dónde vas, muchacha? ¿Dónde vas? ¿Quién te quiere tan mal que por estos caminos te manda? Y la muchacha le contesta:
-¡Ay, buen viejo, buen viejo, que me voy a la Huerta de Irás y no Volverás a buscar a mi hermano! Ha ido a buscar el pájaro que canta el bien y el mal, y no ha vuelto. Voy a buscarle aunque perezcamos allá los dos.
-Mira -le dice el anciano, a las dos se abren las puertas, y a las tres se cierran. Si no sales, allá te quedas. Entras en la huerta, y nada más entrar, hay un tronco; vas y le das un golpe con la mano y le dices. «Sal, hermano», y entonces tu hermano vol­verá a recobrar su figura, y sos marcháis a vuestra aldea.
Así lo hizo la chica. Se abrieron las puertas, dió un golpe al árbol, y se presentó el hermano con el pájaro en la mano. Y el pájaro les decía:
-Estáis poseídos de una mala mujer que sos quiere engañar.
La hermana dice entonces:
-¡Ah, quita, quita, hermano! Suelta ese pájaro, porque nosotros no tenemos quien nos quiera mal. No hablamos con nadie más que con esa vieja, y aunque he llegado a sospechar de ella, no creo que nos quiera hacer tanto mal.
-¡Ay, no, no, no! -dice el hermano. Yo el pájaro no le dejo. Sea lo que quiera, yo el pájaro no le dejo, ni me separaré de él mientras él viva y vivamos nosotros.
Siguieron su camino y después de muchos días de cansancio, llegaron a su casa. Entraron en el palacio y fueron derechos al jardín a soltar el pajarito. El pajarito, en lugar de subirse a los árboles, se volvió a la mesa donde iban a comer los chicos.
La tía bruja y las tías, que vieron que habían vuelto los chicos, empezaron a ponerse desazonadas, pero siempre disimulando, porque ya estaba en casa su cuñao, o sea el padre de los chicos.
-¡Ay, Dios mío, tía fulana! Ya está nuestro cuñao en casa. Si llega a coger amistaz con ellos y llegaría a sospechar de nosotras, estamos perdidas. ¡Estamos perdidas!
-No desconfiéis, muchachas, que sos he dicho que de ellos yo me encargo.
El capitán, o sea el padre de los niños, se ponía todas las mañanas al balcón que daba en frente del balcón de los chicos. Así que les vió la primera vez, le llamaron la atención mucho, y las dice a las cu­ñadas:
-¿Qué jóvenes son esos que viven enfrente de nosotros? Debe ser un palacio precioso el que tienen. Me gustaría tener relaciones con ellos, porque en esta aldea no hay personas de mi clase para tratarme con ellas.
-No te se ocurra nunca jamás hablar con esos muchachos -dijo una de las tías. Son personas ex­tranjeras. No se relacionan con nadie en el pueblo. No sabemos qué educación tendrán, y lo mejor es que no tengas trato con ellos.
Llegó el día siguiente, y el capitán, no conforme con lo que las cuñadas le decían, se salió a dar un paseo de su casa a la de los chicos. Los chicos se ba­jaron a la calle a pasearse también, y al encontrarse con ese señor, le saludaron muy atentos y empezaron a hablar con él. Tanta gracia encontró el capitán en los chicos, que se quedó admirao de ver la buena educación que tenían.
Se fué a casa y les dice a las cuñadas:
-He estao con esos chicos y me han invitao a ver un jardín que tienen muy precioso. Y yo, en agra­decimiento, deseo invitarles a cenar en nuestra com­pañía esta misma noche.
-¡Ay, que nosotros no los metemos en casa! -ex­clamaron las cuñadas. En el pueblo se dice que son unos sinvergüenzas. Pregunta, pregunta a la tía fulana que habla con ellos, y verás cómo te dice que son unos jóvenes muy mal educados.
-Bueno -dice el capitán; sean lo que quieran que sean, yo quiero que me acompañen esta noche a cenar.
Ya no les quedó más remedio a las cuñadas que decir que sí, que irían a cenar. Pero llamaron a la tía bruja y le dijeron:
-¡Ay, Dios n:áo, tía iulana! ¡Ay, Dios mío, tía fu­lana, que nuestro cuñao ha mandao venir a cenar a esos chicos. Si se les ocurre traer el pájaro, estamos perdidas.
-No sos apuréis, no sos apuréis, mujeres -dice la bruja, que no traerán el pájaro; no.
Y se fué la tía bruja para la casa de los chicos. La recibieron con mucha alegría los chicos, y la dijeron:
-¿No sabe, tía fulana, no sabe que nos ha convi­dao a cenar ese señor que vive enfrente?
-¡Bueno, hijos míos; bueno! Pero miraz lo que sos voy a decir: que no llevéis el pájaro, porque si lleváis el pájaro, vais a dísgustar a esas señoras, porque son muy limpias y a lo mejor, al pájaro le dan ganas de cagar.
-No, no, señora -dicen los chicos. Nosotros, si vamos, tenemos que llevar el pájaro, y de lo contra­rio, si no nos dejan llevar el pájaro, pues no vamos a cenar.
Fué la infame mujer y les dice a las tías:
-No he podido convencerles de que dejen el pájaro.
-Pues entonces, ¿qué vamos a hacer?
-Pues miraz. Vais a hacer dos tortillas, una en­venenada y la otra sin veneno. Como las tortillas las vais a poner a un tiempo en la mesa, pues ponéis la envenenada para el lao de los muchachos, y la otra para vosotros y el cuñao.
Así lo hicieron. Fué el capitán a la casa de los chicos para llevarles con él a cenar. Los muchachos se cogieron el pájaro y se marcharon con su padre, onque no sabían que era su padre de ellos. Las tías le recibieron muy contentas y les acompañaron a sen­tarse a la masa. La criada sirvió las tortillas, poniendo la envenenada para los chicos. Pero al tiempo de ir a comerla, después que la habían partido, el pájaro empezó a cantar, y decía:
-¡No comáis, que tiene veneno! ¡No comáis, que tiene veneno! ¡Y vuestra madre está emparedada! ¡Y vuestra madre está emparedada!
Y con el pico se volvía y picaba en la parez, donde estaba emparedada la madre de los chicos.
Los chicos no comían, pero el capitán no había comprendido al pájaro, y les decía:
-Pero, ¿cómo no comen ustedes?
-No, señor; no. Nosotros no comemos.
-Pues, ¿por qué no comen ustedes?
-Porque este pájaro que tenemos aquí nos cuenta el bien y el mal, y no comemos porque dice que la tortilla está envenenada y que nuestra madre está emparedada aquí en esta parez.
El capitán se quedó pasmao al oír eso a los chicos; y entonces se recordó de su mujer y cogió un cacho de tortilla y se lo tiró a un perro que tenían. El perro nada más comer la tortilla, quedó muerto de repente. Y entonces el capitán se levantó furioso y las dice a las cuñadas:
-¿Qué es esto? ¿Qué es esto? Hais envenenao a estos chicos. Esto está prokiao, que les héis querido envenenar. Ahora vamos a ver si lo demás que dice el pájaro es cierto.
Fué él mismo y coge un azadón, y picando en la parez, oyó un lamento que salía de dentro de la parez. Ya sospechando una traición de las tías, de­rribó un cacho de la parez y se encontró con una mujer viva, como un esqueleto de seca y que no podía hablar, porque las tías por un escondite que tenían la daban sólo agua y rebojos de pan.
Entonces, al sacar a aquella mujer, el capitán no la reconoció, pero sí que le vino la idea de mirar a los niños, a los chicos, porque su madre tenía un lunar en el pecho. Y al mirar a los chicos, vió que los chicos tenían el mismo lunar que tenía su madre. Entonces creyó ya de fijo que aquellas mujeres le habían hecho aquella traición. Mandó el capitán amontonar muchos carros de leña y encenderlos. Y después de estar encendida la hoguera, mandó arro­jar en ella a la bruja y a las cuñadas, y las quemaron.
Y él se quedó con los hijos y la mujer.

42. Cuento popular

Fuente: Aurelio M Espinosa

003. España