Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 6 de agosto de 2012

Cómo fue castigado un envidioso


En una ciudad del este, a la orilla de un gran río, vivían dos ami­gos: un ceramista y un tintorero. Vivieron en armonía hasta que la mala fortuna hizo que se empobrecieran y no tuviesen comida suficiente. Pero cuando el tintorero, trabajando duramente, lo­gró una posición más holgada, la amistad terminó. El perezoso ceramista comenzó a envidiar a su amigo y su envidia fue cre­ciendo año tras año, a medida que su amigo se hacía más rico y él más pobre.
Un día, el ceramista ya no pudo tolerar la fortuna de su ami­go y decidió vengarse.
-Ya que eres un tintorero tan bueno -dijo para sus aden­tros, yo te conseguiré el trabajo adecuado.
Fue al palacio real, se inclinó hasta el suelo ante el rey y le dijo:
-Majestad, sé que deseáis poseer un raro elefante blanco, como aquel que tiene sólo el rey de la India. ¡Si me escucháis, os diré cómo hacer para conseguir uno!
El rey, feliz de escuchar que se convertiría en dueño de un precioso elefante blanco, ordenó al ceramista que prosiguiese:
-Poderoso rey -dijo el ceramista-, mi vecino, el tintorero, conoce el secreto para que todas las cosas del mundo se vuelvan blancas. Llamadlo y ordenadle que torne blanco a vuestro ele­fante negro. Al principio se negará, pero no os dejéis disuadir. Asustadlo y veréis que, al fin, os obedecerá.
El rey, que en realidad no era muy inteligente, dio las gracias al ceramista por su consejo e hizo llamar enseguida al tintorero a su presencia. Cuando el tintorero llegó al palacio, el rey clamó:
-Tintorero, me he enterado de que conoces el secreto de vol­ver blanco todo lo que deseas. Por ello te ordeno que vuelvas blanco a mi elefante negro y, si no me obedeces, haré que te cor­ten la cabeza.
El tintorero pensó, al principio, que el rey estaba bromean­do, pero después comprendió que hablaba en serio y se asustó muchísimo. Sabía muy bien, como el ceramista, que semejante secreto no existe y que la empresa era imposible. Estaba por echarse a llorar a los pies del soberano para pedirle clemencia, cuando descubrió la expresión maliciosa de su vecino el cera­mista y comprendió lo que había ocurrido. Se incorporó ante el rey y le dijo:
-Poderoso señor, deseo de todo corazón satisfacer vuestros deseos. Pero, como sabéis, si algo debe ser teñido o blanqueado, debe antes introducirse, durante un tiempo, en una tinaja de ba­rro. Naturalmente, yo no tengo una tinaja lo bastante grande para que quepa en ella vuestro elefante.
El rey no lo pensó dos veces y dijo:
-¡Eso es fácil, tintorero! ¡Sé quién puede fabricarla!
Se volvió hacia el ceramista, que le había dado ese buen con­sejo, y le dijo:
-Ceramista, amigo mío, has oído lo que le ocurre al tintorero. Ve y fabrica una tinaja tan ancha que quepa en ella mi elefante.
¡El ceramista tenía lo que se merecía! En vano intentó resis­tirse; en vano presentó excusas. No había escapatoria ante una orden del rey. Y así el ceramista tuvo que resignarse a fabricar una tinaja en la que cupiese un elefante.
Pero ¿quién, en este mundo, puede construir una tinaja tan enorme? Sin duda, no nuestro ceramista. La primera vez que lo intentó, la tinaja se hizo pedazos antes de que pudiese cocerla; la segunda vez se estropeó el horno; la tercera vez se rompió mien­tras la transportaban; la cuarta vez se hizo añicos cuando entró el elefante.
Durante varios meses, el pobre ceramista no hizo otra cosa que esforzarse por construir una tinaja en la que cupiese un elefante sin romperse, hasta que acabó en la ruina. Y, si no hubiese sido por el tintorero, que se apiadó de él e intercedió a su favor ante el rey, habría acabado, sin duda, muriéndose de hambre.

137. anonimo (birmania)

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