En las inmediaciones de Alaior, una curiosa excavación, sin duda
el más importante pozo abierto por manos humanas en Menorca, es conocido con el
nombre de Na Patarrá.
La lírica descriptiva de
Ángel Ruiz y Pablo, la define en unos expresivos versos:
Era un antre, un antre inmens,
tallat dins la roca viva,
per la ma de los gentilichs
pobladors d'aquestes illes.
Baixavan a la caverna
per una escala magnífica
i en lo fons d'aquella cova
una fonda i ample pila,
l'aigua pura qu'is filtrava
per la volta, recullia...
No es que Na Patarrá hubiera desaparecido cuando
Ruiz y Pablo escribió las precedentes estrofas, sino que su recinto había sido
cegado por las piedras procedentes de las cercanas tierras de labor y vertidas
allí, de manera inconsciente, por los campesinos. Na Patarrá fue recuperada posteriormente reexcavando toda su
oquedad y la escalinata de ciento treinta escalones en descenso, hasta el
fondo, donde una enorme pila recoge el agua que la bóveda va filtrando incesantemente.
Na Patarrá -según el arqueólogo
Luis Pericot, réplica menorquina de la bíblica fuente de Gibeón, en Palestinapudo
ser excavada por gentes procedentes de aquellas tierras, en épocas cercanas al
siglo VIII a. de C. y, desde entonces, haber inspirado las leyendas que adornan
su dilatada historia.
Porque cuentan que en los
cinco pedruscos que, a modo de escabeles, rodean la Taula de Torrauba, vecina al pozo, se
sentaban cada noche los cinco gigantes, jefes de las tribus del entorno. La
enorme mesa de piedra servía indistintamente de altar para sacrificios o de
bandeja para las viandas que los jefes tribales consumían en sus pantagruélicas
cenas.
A medianoche, una
sirvienta, la guardiana del pozo, bajaba hasta su fondo y regresaba portando
sobre su cabeza la enorme pila de piedra, con el agua de Na Patarrá que bebían
los gigantes o servía para lavar la sangre vertida en los sacrificios.
Nadie podía acercarse al
recinto sagrado de Na Patarrá. Sólo
los cinco gigantes o la fiel guardiana que consumía su tiempo libre hilando con
un enorme huso de piedra que, al desaparecer de este mundo, dejó clavado en el
suelo, muy cerca de la entrada, como recuerdo de sus largos años de vigilancia.
Por otra parte, lejos de
las fantasías míticas sobre Na Patarrá,
el pueblo tejió en torno a la fuente su colección de particulades creencias.
Como por ejemplo la de que su agua, purísima y cristalina, tenía no sólo la
virtud de alargar la vida, sino que, en algunos casos, confería la inmortalidad
a los que bebían de ella.
Al menos así lo creía un
acaudalado terrateniente de las cercanías que enviaba diariamente a su criado
en busca de una jarra de aquella fuente de vida. Todo fue bien hasta que el amo
agarró unas fiebres que, a poco más, le envían al otro mundo. No podía creer
que el agua de Na Patarrá le hubiera
fallado. Y ciertamente el hombre estaba en lo cierto: lo que bebía era agua del
primer abrevadero que el sirviente hallaba, ahorrándose así la caminata hasta
la lejana fuente...
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. anonimo (balear-menorca)
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