Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 4 de agosto de 2012

Na patarrá

En las inmediaciones de Alaior, una curiosa excavación, sin duda el más importante pozo abierto por manos humanas en Menorca, es conocido con el nombre de Na Patarrá.
La lírica descriptiva de Ángel Ruiz y Pablo, la define en unos expresivos versos:

Era un antre, un antre inmens,
tallat dins la roca viva,
per la ma de los gentilichs
pobladors d'aquestes illes.
Baixavan a la caverna
per una escala magnífica
i en lo fons d'aquella cova
una fonda i ample pila,
l'aigua pura qu'is filtrava
per la volta, recullia...

No es que Na Patarrá hubiera desaparecido cuando Ruiz y Pablo escribió las precedentes estrofas, sino que su recinto había sido cegado por las piedras procedentes de las cerca­nas tierras de labor y vertidas allí, de manera inconsciente, por los campesinos. Na Patarrá fue recuperada posteriormen­te reexcavando toda su oquedad y la escalinata de ciento treinta escalones en descenso, hasta el fondo, donde una enorme pila recoge el agua que la bóveda va filtrando ince­santemente.
Na Patarrá -según el arqueólogo Luis Pericot, réplica menorquina de la bíblica fuente de Gibeón, en Palestina­pudo ser excavada por gentes procedentes de aquellas tierras, en épocas cercanas al siglo VIII a. de C. y, desde entonces, haber inspirado las leyendas que adornan su dilatada his­toria.
Porque cuentan que en los cinco pedruscos que, a modo de escabeles, rodean la Taula de Torrauba, vecina al pozo, se sentaban cada noche los cinco gigantes, jefes de las tribus del entorno. La enorme mesa de piedra servía indistintamen­te de altar para sacrificios o de bandeja para las viandas que los jefes tribales consumían en sus pantagruélicas cenas.
A medianoche, una sirvienta, la guardiana del pozo, ba­jaba hasta su fondo y regresaba portando sobre su cabeza la enorme pila de piedra, con el agua de Na Patarrá que bebían los gigantes o servía para lavar la sangre vertida en los sacri­ficios.
Nadie podía acercarse al recinto sagrado de Na Patarrá. Sólo los cinco gigantes o la fiel guardiana que consumía su tiempo libre hilando con un enorme huso de piedra que, al desaparecer de este mundo, dejó clavado en el suelo, muy cerca de la entrada, como recuerdo de sus largos años de vi­gilancia.
Por otra parte, lejos de las fantasías míticas sobre Na Pa­tarrá, el pueblo tejió en torno a la fuente su colección de particulades creencias. Como por ejemplo la de que su agua, purísima y cristalina, tenía no sólo la virtud de alargar la vida, sino que, en algunos casos, confería la inmortalidad a los que bebían de ella.
Al menos así lo creía un acaudalado terrateniente de las cercanías que enviaba diariamente a su criado en busca de una jarra de aquella fuente de vida. Todo fue bien hasta que el amo agarró unas fiebres que, a poco más, le envían al otro mundo. No podía creer que el agua de Na Patarrá le hubiera fallado. Y ciertamente el hombre estaba en lo cierto: lo que bebía era agua del primer abrevadero que el sirviente hallaba, ahorrándose así la caminata hasta la lejana fuente...

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. anonimo (balear-menorca)

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