La cordillera
septentrional de Mallorca se rompe a partir del Puig Tomir y desciende a la
busca del valle de Pollença. Un poco más al norte aún y todavía a más de
quinientos metros sobre el nivel del mar, las tierras del predio de Ariant, se
extienden por lomas y valles hasta asomarse a la barranca que, cortada a pico,
se precipita hacia la marina. El paisaje es allí de una esplendorosa belleza.
El mar, se estrella una y otra vez contra la piedra del acantilado y el rumor
del golpeteo, llevado en volandas por el viento, trepa hasta lo alto por las
rocas, nido de halcones y, no hace mucho, de buitres y águilas. Coronándolo
todo, la piedra caliza de la montaña siente lamer su desnudez por el agua de
la lluvia y de las torrenteras que le van confiriendo, siglo a siglo, extrañas
formas. Es como si los dedos de una gigantesca mano hubieran dejado en la
piedra la señal eterna de una rara caricia. Llamas petrificadas tal vez o
estilizadas siluetas de espectros de piedra, componen el telón de fondo de este
paraje que los viejos conocen con el nombre de Purgatori d'Ariant.
Era allí, donde tenía su
palacio la princesa Gulnara. Su fama se extendía a lejanos lugares, de los que
llegaban poderosos y ricos, atraídos por los míticos encantos de la mujer que
sabía amar como ninguna y que, como ninguna, cobraba un elevado precio por su
amor. ¡Nunca nadie regresó después de haber amado a Gulnara! Los que no
llegaron a gozarla, relataban a su regreso la fastuosidad de las fiestas, la
espectral belleza de la princesa. Sólo uno de los invitados llegaba a poseerla,
pero satisfecho ya el deseo de la semi diosa, era convertido por ésta en
estatua de piedra ante las sonrisas de sus cortesanas.
Omar, un contrahecho enano,
ridículo bufón palaciego, reía también. Pero sus carcajadas eran el único
escape de unos inconfesables sentimientos. Deseaba a su ama como a nadie en el
mundo y en su pequeño y malformado cuerpo se acumulaba una inconte-nible
lascivia.
Una noche, enloquecido de
celos por los continuos desprecios de la princesa, cuando el palacio de Ariant
vivía una de aquellas acos-tumbradas orgías, Omar llevó a cabo su venganza.
Pronto, las suntuosas estancias y los frondosos jardines ardían por los cuatro
costados, esparciendo el horror y la muerte. Los suspiros entre-cortados de los
que se amaban hacía tan sólo un momento, se trocaron en gritos que ahogaba para
siempre el estrépito de los muros al desplomarse y el crepitar de los
artesonados, cayendo envueltos en enormes llamaradas. Sólo el incendiario enano
parecía invulnerable corriendo como un loco, buscando a Gulnara en medio de
aquel infierno y separando las llamas a golpes de cimitarra. Por un momento se
cruzaron sus miradas y al advertir el bufón todo el odio contenido en los ojos
de la mujer, gritando como un poseso, cercenó de un tajo su cabeza y huyó,
asiendo por la cabellera el macabro trofeo.
Omar corría y corría,
apretando contra su pecho deforme la cabeza de Gulnara. A lo lejos el palacio,
convertido en una inmensa antorcha. Una vez más miró trastornado aquellos ojos
del color de las esmeraldas. De la hermosa cabellera, sólo unos chamuscados
mechones se mantenían aún; los entreabiertos labios, parecían escupirle una
maldición inacabable, Omar aplastó contra la suya la entreabierta boca de
Gulnara... y prosiguió su alocada huída.
Sólo el barranco
profundo, oscuro y con el mar al fondo, permitió devolver a la noche su paz, al
caer, rodando por él, Omar y la cabeza de Guinara.
Las llamas del incendiado
palacio no brillaban ya. En un momento, como tocadas por la mano de un genio,
fueron convertidas en atormentadas formas petreas que se elevaban hacia el
cielo.
Y así, erosionados por el
viento y por el agua, a través de los siglos, se conservan hoy todavía en un
recóndito lugar de la serranía mallorquina que los ancianos de la comarca
conocen aun con el nombre de Purgatori
d'Ariant.
Fuentes:
Miguel Bota Totxo: Leyendas y tradiciones de Pollensa.
092. anonimo (balear-mallorca-polleça )
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