Antoni Gatzó, payés de Binidalfá, tenía en jaque a los moros
piratas que intentaban desembarcar en las costas del norte de Menorca. Antoni Gatzó era fuerte como un titán y
nadie igualaba su destreza en montar a caballo. Él mismo domaba los potros que,
más tarde, en galopadas veloces, llevaban al legendario payés de punta a punta
de la costa de tramontana, esparciendo la alarma ante un inesperado desembarco.
Por eso, atrapar a l'amo'n Gatzó, se había convertido en
una obsesión para los contumaces salteadores de la isla.
Un día, en los
alrededores de cala'n Calderer, cerca
de Binidalfá, cayó en la emboscada.
Sin darle apenas tiempo de defenderse, una nube de moros se abatió sobre él y
no sirvieron de nada los garro-tazos que repartía a diestro y siniestro, ni
los caracoleos de su caballo, al que dos forzudos piratas sujetaban por la cola.
L'amo'n Toni peleaba como un león
-más de cuatro cabezas abiertas daban fe de ello- mientras aguijoneaba despiadadamente
los costillares de su caballo, intentando forzar una de sus características
galopadas.
El animal piafaba
nervioso mientras sus remos se hundían, cada vez más, en las cenagosas arenas
de la playa. Gatzó se vio perdido sin remedio y, advirtiendo ante él la
silueta de la montaña de Santa Águeda, formuló el voto de donar una lámpara de
plata a la capilla, si lograba escapar de manos de aquellos salvajes. Fue
entonces cuando el caballo halló una superficie dura bajo sus pezuñas y,
apoyándose en ella, salió al galope tendido hacia Binidalfá, donde cayó reventado, nada más traspasar el portón del
predio.
Antoni Gatzó le sobrevivió sólo
unos días, malherido y casi desan-grado, murió sin haber transmitido a la
familia el voto hecho a Santa Águeda que quedó, de esta manera, incumplido.
El nuevo amo de Binidalfá, hijo del famoso Antoni, no prestó mucha atención a su
hijita cuando la pequeña le confesó haber visto al abuelo. Sin embargo, por lo
que contaba la niña, las apariciones se sucedían con frecuencia cada vez mayor,
hasta que sus padres, cansados ya de oírla, le encargaron que, a la primera
ocasión, preguntara al espectro, en nombre de Dios, qué era lo que quería.
No tardó mucho la pequeña
en recibir una nueva visita de su abuelo que, dejando impreso sobre su vestido
el dibujo de una lám-para, le contó la historia de su voto, encareciéndole que
se cumpliera para poder dejar de vagar, eternamente, sin paz ni sosiego.
Ésta es la historia que
la leyenda atribuye a una lámpara de plata, encendida perennemente frente a la
imagen de la santa, en su capilla del monte, hasta que las leyes dsamortizadoras
de 1835 desmantelaron el oratorio. Desde entonces, nunca más se supo de la
lámpara. Sólo la tradición se ha encargado de mantener vivo su recuerdo.
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. anonimo (balear-menorca)
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