Fuerte debió ser el
temporal para sobrecoger el ánimo de los marineros catalanes, avezados a toda
clase de derrotas y singladuras. La nave, rebotaba sobre la cresta de las
olas, desarbolada y a la deriva. A cada golpe de mar parecían romperse las cuadernas
y el agua barría una y otra vez la cubierta, sobre la que no quedaba ya el
menor rastro de mercancías y enseres. La carga se había perdido, se estaba
perdiendo la nave y se iban a perder bien pronto las vidas de los tripulantes.
Ya no había remedio humano y así lo comprendió Arnau Roser, el patrón, aferrado
inútilmente al maltrecho timón y con su única esperanza puesta en la Virgen del Rosario, cuya
imagen llevaba con él desde la primera de sus travesías:
«¡Verge, la rosa més bella,
si salvau el meu vaixell,
on toqui terra, ja en ella,
jo us alçaré una capella!
Així llorí el Roser Vell. »
Cuando los desvanecidos
marineros recobraron la consciencia, la maltrecha nave se mecía suavemente
junto a las costas de Pollenqa. El patrón Arnau cumplió su promesa y depositó
la imagen en una pequeña capilla levantada al borde del camino y que el pueblo
conoce coma el; Roser Vell.
La hermosa imagen
mariana, ya con su leyenda a cuestas, pasó más tarde al altar mayor del
convento de Santo Domingo donde es solemnemente festejada desde entonces, en la
primera dominica de mayo.
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. anonimo (balear-mallorca-pollença)
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