Ya ha quedado dicho que,
en las islas, son muchos los relatos con' sabor a leyenda que han llegado
hasta aquí por vía etiológica. Son historias fantásticas cuyo origen se pierde
en la nebulosa del tiempo y del espacio. Sorprendentemente, figuran en el
patrimonio de países absolutamente dispares, aunque adornadas, en cada uno de
ellos, con el aderezo necesario para obtener una imagen con las suficientes
credenciales de localismo.
Una más, entre tantas, es
la de los pastores -es pastorells-
que vagan eternamente tras su rebaño y se hacen especialmente audibles las
noches de tormenta en el campo.
Es entonces,
arrastrándose con el ulular del viento o, rebotando por las rocas, como el eco
de un lejano trueno, cuando cualquier rumor adquiere características de
fantasmagórico. La imaginación oye el repiqueteo de las esquilas, el ladrido de
los perros y las voces de los pastores donde -aparentemente- no hay más que el
crujir de las ramas, el goteo incesante de la lluvia o el grito de una
lechuza, asustada por la chispa gigante de un relámpago.
Por los campos de Eivissa
pasan entonces es pastorells, conde-nados
a apacentar sus rebaños hasta el fin de los siglos, como castigo por haber
intentado engañar al Buen Pastor cuando, una noche, cansado de predicar y de
recorrer los caminos del mundo, se acercó a compartir con ellos su cena.
Desconociendo la identidad del recién llegado, los pastores decidieron hacerle
objeto de una broma y le sirvieron un gato asado, en lugar del cabritillo que
tenían dis-puesto.
Si ets cabreta, está quieteta
i si ets gat, salta d'es plat,
cuentan que dijo el Maestro y el gato salió
disparado, ante el asombro de los pastores.
Su travesura les salió
cara y, desde entonces hasta siempre, habrán de recorrer el mundo, en pos de
su rebaño, sin hallar jamás el reposo ni la paz.
Como le ocurrió a lo mal caçador, en sus montañas de
Catalunya, cuando echó a correr tras una liebre, abandonando la misa a la que
asistía, en el momento de la consagración. Desde entonces corre tras ella con
sus perros y, aseguran, no parará nunca. También en Alemania y Francia hay
cazadores condenados a igual pena por semejante delito.
En Euskadi, el que corre
sin descanso tras una pieza, acompañado por su jauría, es un impulsivo
presbítero que, oyendo el ladrido nervioso de los perros, dejó la misa a medio
celebrar y salió al campo tomando su escopeta. Pudo más la afición que la
devoción en el reverendo y, desde entonces, se convirtió en el «eiztari
beltza» o cazador negro, con cuya presencia intentan conjurar las abuelas
vascas las travesuras de los pequeños.
Las legendarias cacerías
del rey Artús en los bosques normandos, el incesante vagar del «eiztari
beltza» o de lo mal caçador,
derivados a su vez de relatos casi míticos procedentes de la Europa septentrional,
llegaron a Eivissa -quién sabe si en aquellos tiempos en los que el Bon Jesús anava p'el mon y que tan
amorosamente recogen las rondaies isleñas-.
Aquí dieron corporeidad a la leyenda de es
pastorells, cuyo patético paso alguien asegura haber oído, mezclado con
los ruidos de una noche particularmente tormentosa...
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. anonimo (balear-eivissa)
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