En el año de 1348, de
triste memoria para la Isla
a causa de la epidemia de peste que diezmó su población, un niño de cinco años
llamado Jaime Capdebou, llegaba de Alcudia para ingresar como novicio en la
orden de Santo Domingo en el convento que los frailes tomistas habían
levantado, casi inmediatamente después de la conquista catalana, en la capital
del reino de Mallorca. En nuestros días otra calle, la de Santo Domingo, nos
recuerda el lugar donde se alzaba la casa de los dominicos, muy cerca de la Plaza de Cort y a pocos
metros de la Catedral ,
con la que rivalizó siempre en riqueza, en boato y muchas veces también, en
importancia.
Muy pronto, el pequeño
tomó gran cariño a una imagen de la
Virgen con el Niño Jesús en brazos, que se veneraba allí, en
una humilde capilla. El aprendiz de fraile, enseguida que se lo permitían, sus
obligaciones de novicio, corría a arrodillarse frente al cuadro, más que por
piedad, movido por la curiosidad de ver si en alguna de sus visitas hallaría,
por fin, al Niño comiendo, bebiendo o cuando menos, mamando del pecho de su
madre. El novicio no sabía si aquella inacabable dieta del Niño Jesús era debida
a que su madre no quería alimentarle o no podía por no tener con qué hacerlo.
Un día, no pudiendo contener por más tiempo su ingénua impaciencia, se encaró
con la Virgen
y le dijo: «¿Quieres que le traiga algo de comida a tu hijo?». Al pequeño no
le importaba si ella tenía hambre o no; era el niño, aquél pequeño niño -más
pequeño que él, por supuesta- desnudo e indefenso el que le preocupaba y había
hecho nacer en él un instinto de responsable protección.
No obtuvo respuesta,
naturalmente, pero, a la siguiente comida, el novicio guardó lo que pudo en un
pañuelo y, procurando eludir la compañía de sus hermanos, salió corriendo
hacia la capilla de la
Virgen. Extendió el paño sobre el altar, al pie del cuadro, e
instó al Niño a que bajara y comiera. Tuvo que insistir no pocas veces para
decidirle; ¡A lo mejor es que su madre no le deja!, pensaba mirando
interrogadamente, ¿o no le gusta lo que le he traído?, ¿a ver si es que, de
verdad, no tiene hambre? Probó otra vez y al fin -era lo normal según él- el
Niño Jesús saltó del cuadro y, sentado sobre el altar, comió con ganas todo lo
que su amigo le ofrecía.
Tenía hambre Jesús debió
pensar el frailecillo y, desde aquel día, fue comiendo cada vez menos para
poder llevarle más alimentos a su protegido. Aquel suministro fue
convirtiéndose en una costumbre y no pasaba día en que el novicio no acudiera a
la capilla a saciar el apetito del Divino Infante, privándose totalmente de su
pitanza e ingeniándoselas para que su gesto pasara inadvertido al resto de la
comunidad.
Tal era la confianza que
existía ya entre los dos pequeños amigos que, una tarde, después de su habitual
comida, se creyó Jesús en la obligación de corresponder a tan seguidos convites
y le dijo a su compañero:
-Me has invitado tantas
veces a comer que ahora quiero hacerlo yo. El domingo próximo vendrás a casa a
comer con mi Padre. ¿Quieres?
-Yo sí -contestó
ilusionado el frailecillo- pero sin permiso del maestro, los novicios no
podemos salir del convento.
-Bueno, entonces pídele
permiso. Le dices que te he invitado yo.
Así lo hizo el novicio y,
a la primera oportunidad, abordó al maestro refiriéndole puntualmente todo lo
sucedido y cómo el Niño del cuadro había venido comiendo diariamente todos los
alimentos que, desde hacía algún tiempo, le estaba llevando. Entre incrédulo y
admirado de apuntarse también a aquél banquete, el maestro condicionó su
permiso: «Vas y le dices al Niño Jesús que,como los novicios no podéis salir
solos, si no te acompaño yo, no puedes ir a comer con Él».
Vuelve el fraile a la
capilla y le cuenta a Jesús las condiciones de su superior mientras espera,
con la ansiedad en los ojos, la resolución del conflicto. «Bien -dice el Niño-
dile a tu maestro que el domingo os espero a los dos».
Y el domingo siguiente,
novicio y maestro aparecieron muertos, misteriosa-mente, con una hermosa expresión
de felicidad en sus rostros.
Esta historia ha sido
estudiada a fondo por el P. Gabriel Llompart, haciendo de ella una minuciosa y
exhaustiva exégesis. No obstante, ninguna investigación, ni aún las realizadas
en el libro de actas del desaparecido convento de Santo Domingo, dan razón de
la entrada de nuestro Jaime Capdebou, natural de Alcudia, ni de ningún otro
novicio de tan temprana edad. Tampoco se halla constancia en las actas, del
fallecimiento simultáneo de dos frailes en las circunstancias temporales a que
nos remite la citada historia.
Al lector, seguramente,
no le habrá pasado por alto la similitud argumental de esta leyenda con el
famoso «Marcelino, pan y vino» de Sánchez Silva. Tampoco este cuento, según
manifiesta su autor, es original. Versiones poco más o menos idénticas aparecen
en Venecia, en Flandes, en Alemania y en la misma España peninsular. Nos
hallamos pues, una vez más, ante el caso de la leyenda itinerante, viajera,
nacida en algún remoto lugar y traída hasta aquí por vía de las nuevas
culturas. Más tarde alguien puso nombres y fechas y aplicó la historia a ese
cuadro procedente del convento de dominicos, y conservado hoy en el Museo de Mallorca,
en el que se representa a la
Virgen , sentada, con el Niño sobre su brazo izquierdo. A los
pies de la imagen, entre dos frailes dominicos, una sentencia en latín: «Non
abhorres peccatores, sine quibus nunquam fores tanta digna Filio» (no
aborrezcas a los pecadores ya que sin ellos nunca hubieras tenido tan digno
hijo). Afirmación que, en su tiempo, levantó una de aquellas acostumbradas
polvaredas entre tomistas y lulistas, en desacuerdo sobre la importancia que
se daba a los pecadores, condicionando a su existencia la encarnación del Hijo
de Dios.
Teólogos de ambos bandos
anduvieron a vueltas con el tema hasta que intervino finalmente Roma, zanjando
autoritariamente la polémica.
La ciudad conserva el
recuerdo del Santo Novicio en el nombre de una de sus calles y en un cuadro,
colgado en el Ayuntamiento, entre los de los hijos ilustres de Palma.
Fuentes:
Gabriel Llompart: Una leyenda medieval mallorquina.
092. anonimo (balear-mallorca-palma)
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