Luis Francisco Armando de
Plessis, duque de Richelieu, mariscal de Francia y sobrino segundo del famoso
cardenal, llegó a Ciutadella, en plan
conquistador, el 18 de abril de 1756.
Francia e Inglaterra -a la
sazón dominadora de la isla- dirimían por entonces una de sus eternas
diferencias y Menorca era uno de los puntos conflictivos. Codiciada por ambos
bandos, su estratégica situación en el centro del Mediterráneo le confería
vital importancia para las dos potencias, empeñadas en imponer, a toda costa,
su hegemonía naval.
Así las cosas y con el
pretexto de desagraviar subsidiariamente las vejaciones anglosajonas hacia
España, ordenó Luis XV la ocupación de Menorca, terminando con casi cincuenta
años de dominación inglesa y estableciendo una presencia francesa que no iba a
prolongarse más de siete.
El responsable de llevar
a buen fin la empresa era Richelieu. El duque tenía en la corte parisina un
cierto cartel de «enfant terrible». Sus ostentosos matrimonios y los sonados
escándalos que protagonizó con damas de la encopetada sociedad, le habían
convertido en algo así como un «play boy» de su época, tolerado en las altas
esferas quién sabe si precisamente por eso, además de por su demostrada
capacidad en las empresas bélicas.
La que iniciaba ahora en
Menorca, no podía comenzar con mejor pie: Ciutadella
se entregó sin resistencia y el mariscal, rodeado de la flor y nata de la
oficialidad francesa, emprendía, en plan de paseo militar, el camino hacia Maó, a la que llegaría cuatro días
después. Las cosas, sin embargo, empezaron a complicarse aquí. El castillo de
San Felipe, de imbatibilidad casi legendaria en el que se había acuartelado la
guarnición inglesa, se hallaba a punto para la defensa y la isla no podía
considerarse tomada hasta no haber reducido la famosa fortaleza.
El asedio se prolongaba
más de la cuenta y la despensa del campamento francés, desabastecida de
exquisiteces, empezaba a preocupar seriamente. La cocina de campaña no era la
que tenía acostumbrada el refinamiento de aquellos cortesanos y, es de
suponer, los cocineros no sabían ya cómo ingeniárselas para condimentar las
pocas provisiones que llegaban a sus cazuelas.
Tampoco debía ser,
precisamente, apetitoso el guiso de carne que un posadero mahonés presentó en
cierta ocasión al duque. Aquello no alcanzaba los mínimos exigibles por el
paladar más abnegado, cuánto menos por el del duque, que, evidentemente
fastidiado, le organizó una bronca al atribulado fondista, ordenándole que
inventara algo con que, al menos, disimular aquella bazofia.
Por la cuenta que le
tenía, el buen hombre puso todo su interés en el empeño y, a fuerza de
imaginación y echando mano de lo poco que tenía -huevos, sal y aceite, se las
ingenió para improvisar una salsa espesa, que presentó a su hambriento
cliente.
No consta si el duque
exclamó: «¡Oh, lá, lá! » al probarla, pero se desprende que fue tal su
admiración por aquel aderezo que, como buen gourmet, tomó buen cuidado de anotar la receta de aquella salsa
que, ya en plan de descubridor, bautizó allí mismo: salsa mahonesa.
No podía encontrar mejor
embajador aquel invento gastronómico. Luis Francisco Armando de Plessis, duque
de Richelieu, etc., etc., regresó -victorioso al fin- a París. La llamada
buena sociedad con madame de Pompadour al frente, organizó constantes saraos
en honor del héroe que, entre reverencia y reverencia, no perdía ocasión de
promocionar su exótica salsa.
Así entró la mahonesa en
el refinado mundo culinario francés. O así, al menos, lo cuentan ellos, los
franceses: «Quand vers le milieu du dix huitième siècle, le duc de Richelieu
prit Mahón (ou Port-Mahón), capital de Minorque, son cuisinier -pour agrémenter
un plat de viandes froides- s'avisa de mélanger des jaunes d'oeufs, avec de l'huile
d'olive... et le melange, s'epaisissant, devint solide, c'est ainsi que fut
trouvée la sauce mahonnaise, apelée depuis, improprement, mayonnaise».
Y algún diccionario
francés, se muestra especialmente categórico:
«"Sauce
mayonnaise." (Traduc.): Salsa fría que se hace con aceite, vinagre, yema
de huevo, sal y pimienta o mostaza, todo muy bien batido hasta que tome alguna
consistencia. (Etim.) -De Mahón, mahonesa, tomada por el duque de Richelieu.
Se ha de decir mahonesa y no mayonesa. La conversión de la "h" en
"y" es efecto de la ignorancia de los cocineros que tantas voces ha
corrompido.»
Sea como fuere, el
problema aún colea.
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. anonimo (balear-menorca)
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