En el Lejano Oriente
vivía un rey que tenía una sola hija. Cuando ella creció y ya era una joven
casadera, el rey proclamó que concedería su mano a la persona que lo impulsase
a decir tres veces seguidas: «¡Eso es mentira, mentira, mentira!».
La noticia de la proclama
se difundió por el mundo y llegó también a Irlanda, donde vivían, en aquel
entonces, una humilde viuda y su hijo, que era un famoso embustero. Una noche,
el muchacho volvió a casa y dijo:
-Me sorprendería si no
fuese capaz de conquistar a la hija del rey. Déme su bendición, madre, que
mañana mismo salgo de viaje.
A la mañana siguiente, el
irlandés embustero emprendió su aventura. Viajó varios días y, al fin, llegó al
palacio del rey. En la puerta lo detuvieron dos guardianes:
-¡Eh, tú! ¿Adónde vas,
pequeño irlandés?
-Voy a ver a vuestro rey
para casarme con su hija -respondió el embustero.
Los guardianes lo guiaron
enseguida a presencia del rey. Éste lo condujo a un enorme prado, donde pastaban
sus manadas y sus rebaños, y le preguntó:
-¿Qué piensas de mi
ganado?
-¿Qué pienso, Majestad?
Éstos no son rebaños, ni ganado, ni nada. ¡Deberíais ver el ganado de mi madre!
-exclamó el irlandés embustero.
-¿Y qué tiene de
especial? -preguntó el rey de Oriente.
-¿Que qué tiene de
especial? Hay tantas vacas que el suero de su leche basta para hacer girar
setecientas setenta y siete ruedas de molino.
-Hum, hum -gruñó el rey
de Oriente, y llevó al embustero a un enorme campo donde crecían coles.
-¿Qué piensas de mis
coles? -preguntó.
-¿Que qué pienso,
Majestad? Que éstas no son coles sino, a lo sumo, unos pobres brotes.
¡Deberíais ver las coles que cultiva mi madre! -exclamó el irlandés embustero.
-¿Y qué tienen de
especial? -preguntó el rey de Oriente.
-¿Que qué tienen de
especial, Majestad? Son tan grandes que una vez, bajo una hoja de aquellas
coles, fue posible celebrar un banquete de bodas. Incluso, como estaba
lloviendo, los invitados se bañaban en el patio.
-Hum, hum -farfulló el
rey de Oriente, y condujo al embustero a un huerto muy extenso donde crecían
habas.
-Dime ahora qué piensas
de mis habas -preguntó.
-¿Que qué pienso,
Majestad? Pero ¿éstas son habas? ¡No son habas ni nada! ¡Deberíais ver las
habas del huerto de mi madre! -exclamó el irlandés embustero.
-¿Qué tienen de especial?
-preguntó el rey de Oriente.
-¿Que qué tienen de
especial, Majestad? Son plantas tan altas que la más insignificante de ellas
llega a las nubes. Una vez, cuando ya las legumbres estaban maduras, fui con un
saco a recoger las habas de una planta. Trepé de hoja en hoja, recogiéndolas
y echándolas en el saco. Cuando éste estuvo lleno, lo tiré al suelo y seguí
subiendo, hasta que llegué a la altura de las nubes. Allí vi una casa y en un
muro había una pulga. Como necesitaba una nueva bolsa, la maté y la
despellejé: su piel daba para nueve bolsas. Cuando comencé a bajar, las hojas
ya estaban secas y se rompieron bajo mis pies. De repente se hizo pedazos todo
el tallo de la planta. Me caí y me precipité en un gran barranco. Como había
quedado atrapado entre dos rocas y no conseguía liberarme, saqué mi navaja del
bolsillo, me corté la cabeza y la mandé a casa para informar a mis familiares
de lo que me había ocurrido. En el camino, mi cabeza se encontró con un zorro y
el muy bribón se la metió en la boca. Esto me fastidió bastante. Pero
reaccioné enseguida, corrí en pos del zorro y, cuando lo alcancé, le corté un
pedazo de cola con la navaja. ¡Y en la cola estaba escrito que vuestro padre
había sido siervo de mi padre!
-¡Eso es mentira,
mentira, mentira! -aulló el rey enfurecido.
-Lo sé, Majestad
-respondió el irlandés embustero. Pero vos me habéis incitado a decirla.
Ahora, como castigo, debéis darme a vuestra hija por esposa.
Y así fue como el pobre
irlandés obtuvo la mano de la hija del rey de Oriente. Se preparó un espléndido
festín, que duró todo un año, y el último día fue tan alegre y bullicioso como
el primero.
124. anonimo (irlanda)
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