Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 4 de agosto de 2012

Es pou d’es catiu


Un mozalbete de Sant Adeodat tenía en jaque a la chus­ma pirata, encargada de incordiar, con sus habituales corre­rías, a los pacíficos habitantes de la comarca.
El muchacho no era ningún esforzado guerreador, ni tan sólo un hábil emboscado, pero tenía la facultad de correr como un gamo y, al advertir un desembarco de piratas en algún lugar de la costa, recorría toda la zona haciendo so­nar el corn y poniendo sobre aviso a los payeses.
En un santiamén el territorio se levantaba en pie de gue­rra. Las hoces y los dais dejaban de ser simples herramien­tas de faena y se convertían en temibles armas ofensivas, con las que los labriegos desbarataban, frecuente-mente, los planes de la piratería.
Por eso, el desembarco de aquel día tenía como único objetivo la caza del rápido corredor. Los moros rodearon una amplia zona y, cuando el muchacho quiso empezar su carrera, se encontró con los caminos cortados en cualquier dirección. Los moros fueron estre-chando el cerco pero, al concluir su maniobra, el muchacho se había esfumado. Los pocos escondites existentes en aquella zona, llana y areno­sa, fueron minuciosamente registrados con igual resultado: al dichoso muchacho parecía habérselo tragado la tierra.
Y, más o menos, así había sido. Porque cuando la mo­risma, cansada y fastidiada, se retiraba a reembarcarse, un cercano pozo les brindaba, al menos, la oportunidad de cal­mar su sed. ¡Oh sorpresa! al inclinarse para beber, el agua del fondo devolvió la imagen del perseguido, acurrucado en un saliente del agujero, en un intento de zafarse de sus per­seguidores.
Los moros, a los que la leyenda nos pinta en ocasiones bastante más ingenuos que pragmáticos, no embarcaron se­guidamente con su prisionero, con su catiu. En aquella oca­sión se habían traídó de su tierra a los mejores velocistas con la idea de retar al menorquín a una carrera. Cuidaron de situar la meta en la orilla del mar, en evitación de sor­presas desagradables, dieron el ¡sús! a los corredores... y los moros ganaron sin mucha dificultad al legendario isleño.
Seguros ya de su imbatibilidad, no tuvieron inconvenien­te en repetir la prueba, pero esta vez tierra adentro. El mu­chacho, como si tuviera alas en los pies, salió disparado y se perdió en la lejanía en menos tiempo del que se tarda en contarlo.
Antes de que los moros salieran de su asombro, el soni­do de la caracola se dejaba oír sobre Trebelúger, Binigaus y Sant Adeodat. Aquello significaba ¡morus en terra! y equivalía a salir al galope hacia la nave, desplegar el trapo y poner proa al mar abierto. Eso fue, más o menos, lo que hicieron.
En Sant Adeodat, cerca del mar, un pozo de agua dulce, situado en el canaló de ses illes, se conoce desde entonces como es pou d'es catiu.

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. anonimo (balear-menorca)

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