Las buenas gentes del
predio no daban crédito a lo que estaban viendo: ¡Las herraduras nuevas del
caballo eran de plata! El muchacho que habían enviado a casa del herrero con el
encargo, no sabía de qué le hablaban. Aunque el camino que tomó el animal
aquella vez no le resultó familiar, había llegado a la ciudad -a Ciutadella, ¡por supuesto!, había
observado al maestro herrero mientras trabajaba y, sin perder más tiempo, había
regresado a casa. De lo de las extrañas herraduras no sabía ni una palabra.
Al día siguiente
volvieron a enviarle con otro encargo. Cuando regresó se confirmaron los
temores de todos: la reja del arado que había llevado a afilar, era, también,
de plata.
Dispuestos a aclarar aquel
misterio, al día siguiente mandaron al muchacho, con más trabajo, a la
herrería y le siguieron de cerca, procurando no ser visto. Efectivamente, el
recadero estaba tomando un camino extraño. Aquel sendero no llevaba al camino
de Ciutadella sino a la costa, más o
menos hacia Santandría. De todos
modos, siguieron en silencio.
Llegado al mar, el
muchacho quedó desconcertado. ¿Dónde diantres estaba la ciudad? Los días
anteriores, siguiendo el mismo camino, había dado con ella sin ninguna
dificultad; la ciudad debía estar allí, donde siempre, pero... no estaba.
Así lo dijo,
evidentemente perplejo, a los payeses que le habían seguido, cuando se percató
de su presencia y les describió la ciudad que él conocía, donde estaba la casa
del herrero.
Cuando el niño terminó su
relato, los hombres se hubieran dado con un canto en los dientes. ¡Aquello no
era Ciutadella!, estaban hablando de
Parella, la ciudad encantada que si
alguien conseguía ver, en solitario, por tercera vez, hubiera quedado liberada
de su embrujamiento, haciendo inmensamente rico al que rompiera el hechizo.
Su curiosidad les había
jugado una mala pasada a los payeses que, cap
baix, cul alt, se volvieron al predio, de mala gana.
Una cueva allí cercana, sa cova de Parella, es lo que queda de
la ciudad encantada. Cuentan que en aquella oquedad estaban los subterráneos
-la «infraestructura»- que, por algún misterio, se salvaron de desaparecer. De
Parella queda sólo la leyenda... y la
afirmación de los que dicen haberla visto, envuelta en la neblina misteriosa de
un atardecer, recortándose sobre el mar, como un espejismo.
En Mallorca -en Capdepera- también ha habido quien ha
visto la ciudad encantada. Allí la conocen como Paradella, la misma que los viejos pescadores de Artá aseguran que
es Troya...
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. anonimo (balear-menorca)
No hay comentarios:
Publicar un comentario