Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 4 de agosto de 2012

La ciudad encantada


Las buenas gentes del predio no daban crédito a lo que estaban viendo: ¡Las herraduras nuevas del caballo eran de plata! El muchacho que habían enviado a casa del herrero con el encargo, no sabía de qué le hablaban. Aunque el cami­no que tomó el animal aquella vez no le resultó familiar, ha­bía llegado a la ciudad -a Ciutadella, ¡por supuesto!, ha­bía observado al maestro herrero mientras trabajaba y, sin perder más tiempo, había regresado a casa. De lo de las ex­trañas herraduras no sabía ni una palabra.
Al día siguiente volvieron a enviarle con otro encargo. Cuando regresó se confirmaron los temores de todos: la reja del arado que había llevado a afilar, era, también, de plata.
Dispuestos a aclarar aquel misterio, al día siguiente man­daron al muchacho, con más trabajo, a la herrería y le si­guieron de cerca, procurando no ser visto. Efectivamente, el recadero estaba tomando un camino extraño. Aquel sendero no llevaba al camino de Ciutadella sino a la costa, más o me­nos hacia Santandría. De todos modos, siguieron en silencio.
Llegado al mar, el muchacho quedó desconcertado. ¿Dón­de diantres estaba la ciudad? Los días anteriores, siguiendo el mismo camino, había dado con ella sin ninguna dificultad; la ciudad debía estar allí, donde siempre, pero... no estaba.
Así lo dijo, evidentemente perplejo, a los payeses que le habían seguido, cuando se percató de su presencia y les describió la ciudad que él conocía, donde estaba la casa del he­rrero.
Cuando el niño terminó su relato, los hombres se hubieran dado con un canto en los dientes. ¡Aquello no era Ciuta­della!, estaban hablando de Parella, la ciudad encantada que si alguien conseguía ver, en solitario, por tercera vez, hubiera quedado liberada de su embrujamiento, haciendo inmensa­mente rico al que rompiera el hechizo.
Su curiosidad les había jugado una mala pasada a los pa­yeses que, cap baix, cul alt, se volvieron al predio, de mala gana.
Una cueva allí cercana, sa cova de Parella, es lo que queda de la ciudad encantada. Cuentan que en aquella oquedad es­taban los subterráneos -la «infraestructura»- que, por al­gún misterio, se salvaron de desaparecer. De Parella queda sólo la leyenda... y la afirmación de los que dicen haberla visto, envuelta en la neblina misteriosa de un atardecer, re­cortándose sobre el mar, como un espejismo.
En Mallorca -en Capdepera- también ha habido quien ha visto la ciudad encantada. Allí la conocen como Paradella, la misma que los viejos pescadores de Artá aseguran que es Troya...

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. anonimo (balear-menorca)

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