Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 4 de agosto de 2012

La vocacion de una monja


«Mi hermana nunca nos dijo que quisiera ser monja. Es más, yo creo que nunca había tenido intención de profesar. Era una joven alegre, trabajadora y llena de vitalidad. Tenía novio, bueno, no puede decirse que Tomeu y ella fueran novios forma­les todavía, pero se veían, paseaban juntos y en el pueblo, ya se sabe, esto basta para adelantar las cosas. Más de una vez me dijo que el muchacho no le era indiferente y pienso que, de no haber tomado las cosas otro rumbo, hubieran llegado a casarse.
»Pero un día Margarita empezó a sentir unos fuertes dolo­res en la espalda; al principio, ninguno en casa le dimos impor­tancia pero a los dolores siguió una parálisis que nos alarmó. El médico confirmó más tarde nuestros temores y, a partir de aquel día, pareció como si en un momento se hubiera esfuma­do la alegría que solía ser habitual en nuestro hogar. Mi her­mana comenzaba un calvario que había de durarle tres intermi­nables años, sin poder moverse, acostada siempre sobre un lecho de tablas. Tenía entonces veintidós años y yo comprendo que aquella enfermedad le produjera tristeza y deses-peranza.
»Más o menos al cabo de un año, no me acuerdo exacta­mente, se presentó una bronquitis como consecuencia de su in­movilidad. En pocos días Margarita se agravó tanto que temi­mos por su vida hasta que le administraron la Extremaunción. Fueron días penosos. En casa no hacíamos más que rezar y llo­rar. Tomeu, el que yo creía iba a ser mi cuñado, pretextaba cual­quier excusa para acercarse y preguntar por mi hermana. Así un día y otro, noches interminables, esperando siempre la muerte.
»Poco a poco amainó el peligro y ella volvió a su estado de postración. Otro larguísimo año más y de nuevo otro sobresal­to, un tumor en un pecho que precisó de amputación y otra vez la sombra de la muerte al acecho, presintiéndola cerca cada día, temiéndola cada vez más.
»Pero Margarita no era todavía para el otro mundo. Re­cuerdo que tenía algunos libros, no muchos, que había leído no sé cuántas veces, pero sobre todo uno le llamaba poderosamente la atención. Se lo había dejado un amigo de mi padre y contaba hechos milagrosos de un Cristo venerado en un convento de mon­jas de clausura en Palma. Mi hermana llegó a tomarle devoción y confesó haber hecho promesa de ir a la ciudad conmigo y con nuestra madre -si llegaba a curarse- a postrarse ante esa ima­gen la del Cristo del Nogal. Al final Margarita sanó.
»Fuimos a Palma y cuando entramos las tres en la iglesia de la Concepción, algo iba a cambiar en la vida de mi hermana. El Cristo,objeto principal de nuestra visita, pasó a segundo lu­gar, al encontrarnos ante un espectáculo insólito para nosotras. En el centro de la nave, frente al altar mayor, cubierto de flores y brotes de jazmín y flanqueado por gruesos hachones, estaba el cadáver de una monja. Una expresión de infinita serenidad, se desprendía del semblante de aquella mujer de avanzada edad que parecía haber recibido la muerte como un ansiado premio.
»Llegamos luego hasta la capilla del Cristo y nos arrodilla­mos frente a la imagen. Al poco rato Margarita no estaba a nues­tro lado. Se había levantado y se hallaba de pié, como hipnotiza­da, junto al túmulo. No fue fácil llevárnosla de allí: «¿Verdad que es hermosa?, decía. ¿No os parece una santa?», repetía.
»Al regresar a Sa Fobia mi hermana lo tenía todo decidido: Romper definitivamente su compromiso con Tomeu y anunciar­nos su decisión de profesar como monja claustrada en la Con­cepción. Fueron inútiles los ruegos de mis padres, nada le hizo cambiar su determinación que había tomado de manera incontes­table. A mi me dio por llorar y estuve insoportable unos cuan­tos días. Perder a mi hermana -porque encerrarse en un con­vento era como perderla- me parecía una prueba insuperable. Y volvimos, las tres, a Palma.
»El padre visitador del convento era un anciano que vivía en un pisito, cerca del Hospital. Las futuras novicias debían some­terse a una entrevista con él, como acto previo para entrar en la comunidad. Era una charla en la que el sacerdote inquiría los motivos que habían provocado la vocación de la aspirante. Mar­garita le contó la historia de su larga enfermedad, sus lecturas sobre el Cristo del Nogal y finalmente su impresión de aquella mañana, ante la extraña hermo-sura del cadáver de la religiosa. Esto -aseguró, acabó de decidir su Voluntad.
»El visitador se quedó un momento pensativo. «No me cabe ya la menor duda de que tu vocación es auténtica -dijo al fin­- si te la provocó la visión de aquella religiosa. Su agonía fue un suplicio, soportado con la más piadosa resignación. Fueron lar­gos años de yacer, con el cuerpo lleno de llagas que debían cau­sarle un gran sufrimiento. Todo lo aceptó con la misma entrega, yo diría que con la misma alegría, que había sido siempre la nor­ma de su vida, hasta que al final, piadosamente, se la llevó la muerte. En estos casos -añadió el sacerdote, la comunidad entera acude al aposento de la moribunda, acompañándola con sus rezos hasta que expira. Una compañera le cierra los ojos; la visten con el hábito que será su mortaja y se canta seguidamente un responso. Pues bien, al finalizar aquel cántico, la anciana mon­ja se incorporó en su lecho mortuorio, elevó sus brazos al cielo y, sonriendo a sus hermanas, quedó de nuevo tendida y con el cuerpo limpio de las purulentas llagas. Aquella monja, para mí, aseguró el cura, es una santa.
»Margarita tomó los hábitos agustinos poco tiempo después con el nombre de sor Consolación.»
Aquí el relato de Catalina Socías Saletas se interrumpe. La mujer, su hermana no puede contener las lágrimas, recordando aquellos días ya lejanos; que no podrá olvidar nunca. Si la his­toria fue realmente así podría decírnoslo Sor Consolación (vi­viente, cuando escribo), religiosa agustina en un convento de Va­lencia.

Fuentes­
Catalina Socías Saletas, de Sa Pobla. Relato oral.

092. anonimo (balear-mallorca-sa pobla)

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