En una humilde casa vivía un hombre, su mujer, su
padre y su hijo, que todavía era un bebé. El viejo padre no servía para nada.
Estaba demasiado débil para trabajar. Comía y fumaba sentado de la puerta.
Entonces el hombre decidió sacarlo de la casa, dejarlo tirado a su suerte en
las calles, como a veces se hacía, en las época más duras, con las bocas
inútiles.
La esposa intentó interceder en favor del
anciano, pero fue en vano.
-Como mínimo dale una manta -dijo ella.
-No. Le daré la mitad de una manta. Eso es
suficiente.
La esposa le suplicó. Finalmente consiguió
convencerlo para que le diese la manta entera. De repente, en el momento en que
el viejo estaba a punto de salir llorando de la casa, se oyó la voz del bebé en
la cuna. Y el bebé le decía a su padre:
-¡No! ¡No le des la manta entera! Dale sólo la
mitad.
-¿Por qué? -preguntó el padre anonadado,
acercándose a la cuna.
-Porque -contestó el bebé- yo necesitaré la otra
mitad para dártela el día que te eche de aquí.
124. anonimo (irlanda)
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