Los supuestos tesoros que
los árabes mallorquines -con las huestes cristianas pisándoles los talones-
escondieron precipitadamente en legenda-rios lugares han tenido siempre fama de
fabulosos y, claro está, han sido buscados tan afanosa como infructuosa-mente,
incluso en nuestros días.
Uno de ellos puede ser el
tesoro de Zoraida, la princesa de
Alfabia, que con su esposo vivía apaciblemente en la hermosa quinta, al pié de
la serranía mallorquina, entre bancales de naranjos y caprichosos juegos de
agua que adornaban sus jardines. Toda la alegría de Zoraida terminó un día
cuando su esposo AbdAllah fue llamado urgentemente a la corte para oponerse en
pie de guerra a los pisanos que, cien años antes de la aventura de Jaime I,
intentaron la conquista de la
Isla. Zoraida , cuya pasión por las joyas la había hecho dueña
de un inmenso tesoro, buscaba afanosamente un lugar seguro donde esconderlo.
Ninguno le parecía apropiado hasta que descubrió una vieja mina que, en algún
lugar del jardín, se internaba en las entrañas de la montaña. Zoraida entró con
sus joyas pero no volvió a salir. Un desprendimiento de tierra cegó por
completo la galería y allá quedó, sepultada para siempre, junto a sus fabulosas
riquezas que las viejas consejas populares conocen aún como es tresor de la reina mora.
También, según la
leyenda, el Puig de na Fátima, no muy
lejano de Alfabia, esconde en algún lugar el tesoro de la hija del último
régulo de la isla. Y las montañas de Artá, Son Servera y aún Palma son
supuestos puntos donde yacen ocultas fantásticas fortunas.
Pero sólo en un lugar
geográfico, en el Puig de Reig, junto
a Sineu, se facilita, además de la localización, la fórmula mágica para
encontrar las riquezas enterradas.
Un día, ciertos moros
huidizos recogen un inmenso botín y lo entierran en la vecina montaña. Algún
santón a base de taumatúrgicas conjuras, les asegurará la invulnerabilidad del
escondrijo pronunciando sobre el terreno un embrujado maleficio. Para deshacerlo,
tendrá que concurrir una noche de tormenta, una intensa lluvia, el rugido de
los truenos retumbando entre las montañas y las tinieblas rasgadas por los
relámpagos. El hombre que entonces (sin protección ninguna), llevando en su
mano derecha un cesto agujereado y la boca llena de aceite virgen, acometa la
ascensión del monte, siguiendo una trayectoria circular determiruida, tendrá
el sobrehumano poder de romper el maleficio. Un rayo caerá a sus pies y la
tierra se abrirá descubriendo, al fin, el inmenso tesoro en sus entrañas.
Cuentan que lo han
intentado muchos a lo largo de los siglos. Pero al escuchar algo así como el
gemir de ánimas en pena y lastimeros llazitos, al sentir temblar la tierra bajo
los pies, se agotan¡ las energías de los más esforzados que huyen o caen fulminados
allí mismo, con los ojos desmesuradamente abiertos, anegados de agua helada.
* * *
Además de esta leyenda,
tiene Sineu otras tradiciones desprovistas de misterio y tragedia y adornadas
con el gracejo de la ingenuidad. Como la pintoresca teoría, sostenida en 1825
por un curioso personaje alemán. Herr Beuth-Schirckel, en efecto, creyó tocar
el cielo con un dedo al demostrar públicamente que, en alguna época pretérita e
indefinida, aquella villa mallorquina situada en el corazón de la isla, había
sido, ¡nada menos!, un importante puerto de mar. Los continuados hallazgos de
fósiles morinos encontrados en los terrenos de labrantío, calentaron los cascos
al ocasional naturalista que vio definitivamente demostrada su tesis al
comprobar, además, que una larga lista de vecinos llevaban apodos marineros:
los llam-puguers, llempons, mariners, pilots,
timoners, patrons, bussos, faros, copinyes, rems, barques, etc. etc, son malnoms con los que se conoce a ciertas familias
de Sineu y que a nuestro hombre le parecieron irrefutable prueba de sus
elucubraciones.
* * *
También tiene su historia
el famoso campanario de la parroquia. Además de hallarse en su interior ¡nada
menos! uno de los extremos del eje del mundo es pern d'el mon (que el sacristán engrasa cuidadosamente cada primero
de año, evitando así un cataclismo mundial) una original fantasía explica el
por qué la torre de las campanas está separada unos metros del cuerpo del
templo. Resulta que un buen día los habitantes del vecino pueblo de San Juan,
muertos de envidia, decidieron robarles el campanario a los de Sineu.
Agarraron todas cuantas cuerdas encontraron y las ataron a la robusta torre
con ánimo de arrastrarla hasta sus dominios. Tiraron con todas sus fuerzas y,
cuando habían conseguido separarla de la iglesia, se rompieron las amarras y
los sanjuanenses pegaron tal culada en el suelo que formó un inmenso hoyo: la
hondonada conocida hoy como es cocons,
muy cerca del lugar del suceso.
Los de Sineu no se
molestaron en devolver el campanario a su sitio sino que se limitaron a
observar la aturdida marcha de sus vecinos, abochornados por su fracasada
empresa.
En Sineu se tiene una
secular y cachazuda filosofía de la vida. Desde tiempos atrás, es frecuente
escuchar el juramento ¡me cago en Sineu!
que pronunciamos abreviadamente ¡cago'n
Sineu! Un desahogo, la pequeña venganza de los payeses de la comarca al
tener que acudir periódicamente allí a pagar sus molestos -y muchísimas veces
excesivos- impuestos reales y señoriales, que luego se generalizó.
Pero esto no molesta a
los sineurs; a los del pueblo. Como
tampoco el que les digan aquello de que ellos ven la joroba de los demás pero
no reparan en la suya: («a Sineu veuen es
gep d'ets altres i no se veuva es seu»). Pues bien, lejos de contestar
airadamente, cualquiera allí responderá que no se la ven, a su joroba, porque
la llevan en la espalda. Así de sencillo.
Fuentes:
D. Bartolomé Mulet y
Ramis, Pbro.
092. anonimo (balear-mallorca-sineu)
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